El conflicto entre continentales y analíticos. Dos tradiciones filosóficas
(Barcelona, Crítica, 2002)
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RESUMEN |
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En El conflicto, así como en artículos
y capítulos orbitales, el autor se
interna en la empresa de enriquecer el rostro
reticular anteriormente señalado de la
filosofía contemporánea incluyendo
la confrontación entre la «tradición
continental» y la «tradición
analítica». En él se hallan
estudios específicos de relación
y contraste entre posicionamientos de una y otra
tradición (Husserl / Frege, Quine y Davidson / hermenéutica
gadameriana, Wittgenstein / Heidegger, fenomenología
del habla / teoría de los actos de habla,
filosofía de la existencia / externalismo,
muerte naturalista del significado / profanación
posthermenéutica del sentido), así
como una confrontación entre las principales
corrientes en la actual filosofía de la
mente y tendencias continentales centradas en
la filosofía del sujeto (de la ipseidad).
Lo fundamental del texto se cifra en dos
tesis que lo recorren de principio a final. En
primer lugar, el autor mantiene que existe una
analogía estructural entre la dinámica
continental analítica, que cobra forma
en el parentesco entre la propensión global
continental a una «mundanización
del sentido», que arraiga progresivamente,
tanto los procesos de significación como
los procedimientos judicativos, en una facticidad
de la existencia cada vez más abismática
y aporética, por un lado, y la tendencia
general analítica, por otro, a una “naturalización
del significado”, que incardina cada vez
con mayor intensidad el significado lingüístico
en el espacio de relaciones intramundanas y que
se consuma en el proyecto de una “naturalización
de la intencionalidad y de la identidad”
en la filosofía de la mente.
La segunda
tesis se refiere a la persistencia, a lo largo
del fluctuante recorrido de ambos cauces, de un
hiato ontológico. El cauce continental
conserva, a pesar de sus múltiples giros
y meandros, una «ontología del acontecimiento»
que entiende lo nuclear de lo real como dimensión
vertical de automostración irrepresentable,
irreductible a la objetivación teorética,
incluso en las corrientes ilustradas, a pesar
de las apariencias. El cauce analítico,
por el contrario, insiste en una reducción
del acontecimiento a realidades objetivables y
representables, a través de una «ontología
de la factualidad».
El autor no oculta su
inclinación e intenta poner de manifiesto
que la primera de las ontologías mencionadas
posee, en cada caso, prerrogativas y argumentos
superiores, aunque aboga, extrañado por
la falta de una discusión real, por una
reconstrucción de la relación entre
los dos cursos que abra el campo de juego de un
litigio sano y auténtico.
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