El Barroco no es sólo un estilo artístico. Más profundamente, es una imagen del mundo, una comprensión del ser de aquello que llamamos "realidad" -es decir, una ontología- que tuvo su expresión hispana destellante en el siglo XVII y que experimentó una torsión y desarrollo propio en América Latina, originando allí, por mor de la mixtura y de los obvios desencuentros, rasgos específicos. A esa imagen del mundo le es inherente la experiencia de una profunda crisis, no sólo socio-política, sino de hondura vital, existencial y espiritual, una crisis que la cultura y el pensamiento barrocos afrontaron con enorme creatividad. Nuestra época, que atraviesa una honda crisis muy parecida a aquella en sus líneas maestras, lleva en sí el germen de un espíritu neobarroco.
Actualizar el Barroco puede ofrecer, debido a esta circunstancia, ideas para transformar nuestro presente, especialmente -como es el caso en este proyecto- indagando el ethos barroco, es decir el modo de vida y de praxis ética que contiene. En una época de profunda globalización, recuperar esta herencia singnifica ineludiblemente pensar el modo en que debería articularse la diferencia entre culturas actuales, sean civilizacionales o específicamente nacionales. Se trata de pensar la diferencia y su pliegue, de tal modo que, propiciando una inclusividad completa, resistente a la exclusión de pueblos o seres humanos concretos, no diluya la heterogeneidad entre ellos.
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