1. Ambiente de catástrofe
y crisis
Las condiciones sociales no son lo único
que modelan una época, pero podemos referirnos
a ellas, en primer lugar, para comprender cómo
influyen en el ambiente general de crisis, que
se irá profundizando luego. Estas condiciones
empiezan ya en la segunda mitad del siglo XVI,
en ese periodo que, artísticamente, ha
sido denominado
manierismo. [Le señalo
aquí el significado del término,
haciendo un primer paréntesis. Se entiende
actualmente por manierismo un estilo artístico
con diversas manifestaciones originado en Italia
en ese tiemo. La palabra proviene del italiano
maniera, que significa "estilo",
sin sentido peyorativo alguno, término
que fue utilizado por el teórico Vasari.
Posteriormente alcanzó una connotación
negativa, por su proximidad con "amanerado".
En el barroco será fundamental el uso
no peyorativo de
maniera: el hombre
se comprende a sí mismo, no como teniendo
una esencia fija y estática, sino como
un curso dinámico de potencia, de operar,
que se expresa en las acciones y conductas concretas.
Estas son las "maneras", la encarnación
en el comportamiento de ese fondo de fuerza
o potencia (al que llamó, como veremos,
caudal nuestro Baltasar Gracián,
filósofo central hispano del barroco)].
Bien, yendo a nuestro asunto. Lo fundamental
concierne a la ruptura con las grandes unidades
que cohesionan el mundo socio-cultural: Iglesia,
Imperio y, con ellas, la de realidad como
Cosmos,
es decir, como un conjunto bien ordenado, armonioso
y compuesto por partes que encajan. Estas unidades
se vuelven sospechosas y ya no generan un verdadero
vínculo social. Este descrédito
implica la tendencia a considerar (y experimentar)
que ya no hay algo así como "Identidad"
en lo real, sino "Multiplicidad".
No hay fe en un "Cosmos", para decirlo
de una vez, es decir, un orden global unificante,
sino muchos "mundos", en una pluralidad.
Cómo relacionar lo plural sin caer en
el recurso a una Unidad o Identidad total será
una de las grandes creaciones barrocas, la que
más adelante describiremos con la idea
de "pliegue". Pero volvamos. Esta
ruptura de la que hablamos se está fraguando
socialmente.
Acontecimientos convulsivos como la conmoción
de la Reforma (que rompe la unidad religiosa)
hacen aparecer la diversidad no susceptible
de ser anudada o encajada en una unidad superior.
En el caso de la política, el imperio
español empieza a mostrar que esa unidad
casi global que proporciona es contraria a la
multiplicidad de formas de vida y de perspectivas.
La organización que necesita un imperio
es enorme, y eso lo hace abstracto: hace de
los pueblos y de los individuos sólo
"casos" de esa generalidad, como un
lápiz concreto es un caso de la noción
de "lápiz". Lo singular, lo
concreto, usted y yo, esa cultura o aquella,
es sacrificado en la unidad. Lo "singular"
no es lo "particular". Lo particular
siempre es el caso de una regla; lo singular
es lo irrepetible, que no puede convertirse
jamás en caso de una regla. Pues bien,
este carácter tan abstracto de la organización
política no podía mantener ya
la ficción de equilibrio y estabilidad.
Se extiende un sentimiento de catástrofe.
¿Por qué? Porque un aparato tan
extenso, tan abstracto, produce el sentimiento
de que está más allá de
la voluntad concreta humana; se experimenta
su "ingobernabilidad", es decir, que
está atravesado por "misteriosos
mecanismos" de la economía y la
política, mecanismos que amenazan con
autonomizarse respecto a las querencias humanas.
Se trata de grandes potencias administradas
de modo centralizado y de una economía
de mercado universalizada. Esta globalización
deglute, como decimos, lo singular. Los factores
que dirigen la política y la economía
se vuelven cada vez más oscuros para
la mayoría de la gente y más difíciles
de gobernar desde lo concreto, desde lo singular,
por el común de los hombres (por cierto,
querido lector, ¿va escuchando ya aquí
algo relacionado con nuestro momento presente?)
Todo esto lo aclara, por ejemplo, A. Hauser,
con mucha inteligencia y belleza, en
Historia
social de la literatura y el arte.
Fijemos
la mirada con un poco más detalle,
por ejemplo, en la intrincación entre
religión, economía y política.
El movimiento reformista llevaba en sí
un ideal antimaterialista y de ennoblecimiento
de la conciencia moral. Quería colocar
en el hombre concreto la fe religiosa y extraerla
de cánones tan abstractos como los
de la práctica externa y ritual. De
este modo, está poniéndose en
cuestión la unidad religisoa. Pero,
además, cuando comenzaron, contra el
imperio económico, las revoluciones
—importante es la alemana, en la que
el levantamiento de los campesinos sigue el
curso del movimiento protestante— la
iglesia protestante se coloca del lado de
los monarcas. Lutero condenó las opiniones
de las clases revolucionarias y excitó
a los príncipes contra "las mesnadas
asesinas y rapaces de los campesinos".
Todo parece, en este discurrir de las cosas,
conducir a su contrario. Ya a mediados del
XVI cae en descrédito la corriente
profunda humanista de la Reforma. Los idealistas,
se ha mostrado, son incapaces de cambiar el
mundo. Se impone el realismo materialista.
De hecho, comienza entonces una Contrarreforma
intolerante. En 1542 se crea la Inquisición,
al año siguiente la censura de imprenta.
En 1545 se abre el Concilio de Trento, una
restauración del catolicismo mediante
la autoridad y la fuerza. Comienza la persecución
de los humanistas en las filas del alto clero.
En pensamiento político, este realismo
es teorizado por Maquiavelo, clave de la visión
del mundo que irá imponiéndose:
hay que adaptarse a la realidad para no ser
destruido por ella. El fin de la política
no es la justicia, sino la supervivencia del
Estado en un mundo de leyes ciegas y abstractas
al que hay que adaptarse (si no se quiere
morir). Hay una unidad entre la teoría
política de Maquiavelo (que, además
de justificar el poder monárquico,
comprende la política de forma inmanentista,
como regida por fines propios a los que hay
que supeditar los medios) y el rumbo de la
economía. La economía capitalista,
en efecto, es una ilustración de esta
idea, pues demostraba que la realidad obedecía
a su propia y estricta necesidad interna y
que, frente a la implacable lógica
de ésta, toda idea era impotente y
que había que adaptarse a ella para
no ser destruido por ella. El capital se muestra
claramente dirigido por "leyes"
propias que escapan a la voluntad de los hombres.
Generalicemos. "Crisis" significa,
pues (en este sentido socio-cultural), caída
de cualquier "unidad" fiable y búsqueda
de un modo de ligar lo plural de otro modo,
de un modo que no vuelva a ser "Identidad"
y "Todo". Imagínese una caja
repleta de cajas en su interior y que estas
últimas han sido ahí colocadas
porque son iguales en algún sentido.
La caja mayor es el Todo que contiene elementos
idénticos, designa una Identidad para
lo contenido. Volveremos, como decimos, a
propósito de la idea de "pliegue".
2. Disarmonía o contradicción
entre hombre y mundo
Dejemos para más adelante cómo
resuelve el hombre barroco la reunión
de lo plural sin recurrir a la Identidad y
al Todo. Demos, por el momento, un paso más
y advirtamos que, en cualquier caso, ha aparecido
un contraste irreconciliable entre Idealidad (el mundo tal y como debería ser) y Facticidad (el mundo como es). Si
el mundo está dominado por "fuerzas
ciegas" que lo hacen ingobernable, entonces
el ideal del hombre no puede cumplirse en
él. Hombre y Mundo colisionan.
Shakespeare (1564-1616) y Cervantes (1547-1616)
tienen un vínculo con la concepción
manierista del mundo y adelantan el barroco
del XVII por su genialidad, de modo que pueden
ser considerados como quicio o bisagra. Pensar
un poco en lo que introducen puede servirnos
para asir el asunto. Cervantes vive la época
de la política realista y experimenta
también el comienzo de su declive.
El estilo mismo cervantino expresa ya el contraste
del que hablamos. La narración rompe
la forma clásica; hay en ella algo
informe, caprichoso, desmesurado, arbitrario;
y hay en él una hibridación
entre lo real (la Facticidad) y lo fantástico
(la Idealidad), en la medida en que la realidad
es idealizada. Pero lo más importante
está en el contenido de la narración,
que lo coloca ya como pleno umbral del barroco.
El sentimiento de disarmonía con el
mundo es claro aquí: Don Quijote es
prueba viviente de que el ideal está
condenado a ser obviado por la realidad. La
discrepancia entre lo objetivo y lo subjetivo,
su inconciliabilidad, se refleja además
en el contraste entre Sancho Panza y D. Quijote.
La ruptura con el orden clásico se
manifiesta en la ruptura del orden ético-moral.
Hasta entonces había en la realidad
buenos o malos, santos o criminales. Pero
ahora, el héroe es santo y loco a un
tiempo. Santo, bueno, porque persigue una
meta elevada, buscando la justicia, entre
otras cosas. Loco porque, al hacerlo, se enfrenta
al mundo real que aporta los criterios y las
normas de conducta; y aparece como lo contrario
de éste, es decir, como una persona
que no tiene cordura, a la que se le ha ido
el juicio. Esa doble naturaleza del héroe,
ora ridículo, ora sublime, esa ironía,
está en consonancia con la percepción
manierista-barroca de lo real como contradicción
Hombre-Mundo.
Cervantes y Shakespeare son casi compañeros
de generación; mueren en el mismo año.
En Inglaterra la monarquía se había
hecho dramáticamente despotismo bajo
los Tudor. Es claro que hay un monarquismo
en Shakespeare. Pero ese apoyo, digamos, al
"orden" está acompañado
por un sentimiento del riesgo que dicho orden
tiene, de forma inminente, de convertirse
en caos. El orden del universo (tanto político
como moral) parece amenazado por la disolución.
El hecho, además, de que en un momento,
éste, en Inglaterra, de ascenso económico,
expresara el poeta una visión trágica
del mundo, unido a esta percepción
de la amenaza que sufre el orden armónico,
es signo —manierista y anticipatorio
del barroco al unísono— de la
fractura hombre-mundo, de que lo ideal y lo
real están en discordia.
Y es que, como veremos, hay un lazo entre
la comprensión barroca del mundo y
la vivencia trágica. Lo trágico
radica en la experiencia de dos fuerzas que
son igualmente necesarias pero opuestas. Se
caracteriza, por todo lo que hemos dicho (y
ello se pone de manifiesto en la obra de Cervantes
y de Shakespeare), por la vivencia de una
ruptura entre lo ideal y lo real, digámoslo
una vez más. Esto equivale a la vivencia
de que hay dos opciones: o sacrificar la pureza
de la idea a la realidad o dejar la realidad
intocada por la idea. Esa es la tensión.
Ninguna opción es digna. El héroe
trágico sabe que esa contradicción
es ineludible, pero se las arregla para vivir
en ella sin perder la dignidad.
En
la Edad Media se percibió muy profundamente
la oposición entre dos mundos, el material
y el ideal (que era trascendente, es decir,
separado del mundo, Dios), el del cuerpo y
el del espíritu, etc., pero esa oposición
no engendró en el hombre medieval ningún
conflicto trágico. El santo renuncia
al mundo, no busca realizar lo divino en lo
terrenal. En cambio, en esta época
el conflicto se experimenta como injustificado.
En ese contexto, el conflicto entre real e
ideal se percibe como inevitable, insoluble.
Y, como decimos, de ahí no se deriva
un escepticismo respecto a todo o una abulia
que deja paralizado: por el contrario, la
tensión empuja al hombre, lo hace activo
y creador. Es la tensión misma lo que
mueve a D. Quijote y lo convierte en leyenda.
Si hubiese caído abatido, presa de
la desesperación, habría fracasado
en su mundo, tanto en el real como en el que
soñaba. Es propio de la vivencia trágica
de los héroes de Shakespeare, así
como de D. Quijote, este sentimiento de la
inevitabilidad del conflicto y de lo insoluble
de su final, pero al mismo tiempo, de la victoria
moral del héroe en medio de su caída.
Esta victoria se hace sólo posible
con la concepción de la transformación
moderna del destino (que era propio de la
tragedia griega). El héroe trágico
afirma su destino (la contradicción
misma) y lo acepta como lleno de sentido.
Escuche lo que le dice Sancho al de la Triste
Figura cuando este último, abatido
completamente, sin ánimo, es conducido
a casa:
«Señor, las tristezas
no se hicieron para las bestias, sino
para los hombres; pero si los hombres
las sienten demasiado, se vuelven bestias:
vuestra merced se reporte, y vuelva
en sí, y coja las riendas a Rocinante,
y avive y despierte, y muestre aquella
gallardía que conviene que tengan
los caballeros andantes (....), pues
vale más la salud de un solo
caballero andante que todos los encantos
y transformaciones de la tierra»
(El ingenioso hidalgo D. Quijote
de la Mancha, parte II, cap. XI) |
No
todos los especialistas están de acuerdo
en que el barroco es trágico. Hay que
señalar que el concepto de lo trágico
es bastante complejo, lo que nos llevaría
demasiado lejos. Considere usted que son campos,
el barroco y la tragedia, que se cruzan a
menudo. De cualquier forma, sea o no plenamente
caracterizable como "trágica",
la contradicción aclarada entre hombre
y mundo es barroca. Y esto es lo que queríamos,
en este punto, aprehender. Pues bien, podemos
entender desde este rasgo el modo en que en
este periodo la Idealidad (lo ideal, eso que
se anhela como lo plenamente real) es experimentado
como aquello que es aspirado pero que no está
en el mundo. Esto explica el rechazo del culto
al orden simétrico del Renacimiento,
que expresa una armonía hombre-mundo.
En pintura y escultura, así, las figuras
se estiran casi místicamente, —como
en el Greco—, mostrando el desorden
del mundo y como aspirando a un infinito;
por lo mismo, se retuercen en giros o tienden
a desmaterializarse, expresando así
la inmaterialidad de lo aspirado y la deformación
que representa respecto a lo real. Profundizaremos
de inmediato en esto. Retengamos ahora como
fundamental, hay que insistir, el desencuentro
entre lo ideal en el hombre y la forma real
del mundo. Baltasar Gracián, como hemos
dicho uno de nuestros filósofos barrocos
hispanos centrales, expresa del modo siguiente
que todo está, precisamente, al revés.
Lo real no admite la conformación por
lo ideal y lo ideal es rechazado por los procesos
ciegos del mundo:
«Todo va al revés
en consecuencia de aquel desorden capital:
la virtud es perseguida, el vicio aplaudido;
la verdad muda, la mentira trilingüe;
los sabios no tienen libros y los ignorantes
librerías enteras; los libros
están sin doctor y el doctor
sin libros; la discreción del
pobre es necedad y la necedad del poderoso
es celebrada» (Gracián,
B., El Criticón, I,
cr. 6ª. V) |
3. Tensión entre Todo
y Nada
Mirada desde otra perspectiva, la experiencia
de contradicción hombre-mundo, que
hemos comentado, aparece como contradicción
entre Todo y Nada. Si entramos en este terreno,
la mirada se amplía y se enriquece.
Entendamos por "Todo" lo absoluto,
lo perfecto, lo infinito, lo divino. "Nada"
designaría, no algo determinado (pues
si la "nada" fuese algo, ya no sería
tal), sino la ausencia de lo absoluto. Es
característico del barroco la comprensión
de la vida como una tensión y copertenencia
entre ambos. En el siglo XVII, espacio aún
esencialmente religioso, se concreta en la
experiencia del Deus absconditus (Dios escondido o ausente). Se trata de una
paradoja agónica que ha estudiado muy
bien L. Goldmann en su libro El hombre
y lo absoluto.
La clave (teórica, pero fundamentalmente
experiencial) central es la siguiente. Lo
absoluto (que es divino) existe, pero nos
ha abandonado, no interviene en los asuntos
del mundo y del hombre. El hombre, sin embargo,
no puede entender el mundo sin ofrecerle un
sentido. El mundo, que es contingente, debe
estar fundado en lo absoluto o, de lo contrario,
carece de sentido, de Fundamento. Lo absoluto
aquí es Dios, pero imagine que podría
haber sido comprendido de otro modo. Lo importante
es que el hombre tiende a buscar el sentido
del mundo y busca, así, algo que no
sea relativo, contingente, como él.
Pero si lo absoluto es absconditus,
entonces:
1. El mundo es Todo y Nada. Es Todo porque
está relacionado con lo Absoluto. Es
un Todo porque está lleno de sentido,
posee una plenitud: no es cualquier cosa,
sino producto de lo Absoluto. Pero es Nada
al mismo tiempo, porque su fudamento absoluto
está ausente. Así, pues, por
este lado se experimenta el mundo como una
facticidad herida en su interior por la nada,
es decir, por la ausencia de plenitud que
demanda desde sí. Digámoslo
de otro modo: lo absoluto está en el
mundo, pero como ausente. Esto es importante.
Piense en una huella en la nieve: la huella
revela su origen (en una pisada), pero mantiene
ese origen (la pisada) en forma de su ausencia.
2. Lo ideal es Todo y Nada. Se trata ahora
de mirar esta aporía desde el lado
de lo ideal. Lo ideal es lo absoluto. El hombre
pone allí sus esperanzas de plenitud.
Y lo ideal existe (hay un Todo), sí,
pero está ausente (es una Nada para
nosotros). Está, de nuevo, como una
ausencia. Esa ausencia, esa huella, es un
Todo (o Plenum, una plenitud) que
se palpa como no presente. Se ha convertido
en lo "necesario imposible": sigue
siendo inevitablemente necesario, pero resulta
que es inalcanzable.
Le invito ahora a contemplar con más
calma los ejemplos. Es fácil comprobar,
sobre todo en la pintura, que la obra está
dividida en dos planos que se entretejen pero
que son diferentes, heterogéneos. Está
el plano de lo humano y del mundo, abajo,
y el plano de lo ideal, de lo absoluto, arriba.
Mire desde la aporía Todo/Nada. No
se trata simplemente de una separación.
Contemple la parte de "abajo", la
del mundo: en ella está lo ideal en
forma de su ausencia. Los rostros se dirigen
hacia arriba, por ejemplo, y eso significa,
no simplemente que están aspirando
a algo más allá de lo humano;
es más complejo y más hermoso:
esos rostros son la expresión de un
ser humano que "tiene en sí lo
absoluto", pero en la forma de "no
tenerlo". Es como cuando "vemos"
en los ojos de alguien una "ausencia",
quizás la impresión de que siente
como ausente algo esencial para su vida. La
ausencia misma está allí. Contemple
ahora el plano de arriba. Es lo absoluto.
Y dirijamos la emoción hacia la misma
aporía. Ese absoluto no simplemente
está más allá. Está,
es. Pero está o es inalcanzable para
el hombre, que se sitúa abajo. Es un
absoluto, podríamos decir, que "es
en la medida en que no es alcanzable".
De nuevo, es presente como lo ausente.
Seguro que en pintura y en escultura le resulta
más fácil aprehender esa aporía.
En arquitectura se expresa en la conformación
de dos plantas, por un lado. La de abajo y
la de arriba, a la que tendremos que aplicar
la misma experiencia. ¿Y en música?
¡En música no se puede ayudar
usted con los ojos materiales, tendrá
que mirar sólo con esos ojos del sentimiento!
De alguna manera, esa música está
como raptada por lo absoluto y, al mismo tiempo,
atravesada por la ausencia de lo absoluto.
En este punto es mejor no escribir más.
Podríamos empañar la emoción,
que llega a lo que queremos decir de una manera
prácticamente sublime.
Si se ha aproximado a esta experiencia, entonces
comprenderá, querido lector, cómo
lo expresa la filosofía en otro "formato",
en escritura, una escritura atravesada por
invisible pensamiento; tal vez, si no sólo
lee con la"capacidad para enjuiciar"
sino también mediante el pathos,
la emoción, se sienta "tocado".
La primera cita es contemporánea, es
un intento de reconstrucción de aquel
sentimiento barroco. La segunda, de Pascal,
pensador que habla desde la época barroca
del XVII:
«[El
mundo es Todo y Nada]. Nada, porque
el hombre trágico vive permanentemente
bajo la mirada de Dios, porque sólo
exige y admite valores absolutos, claros
y unívocos, porque para él
sólo el milagro es real y porque,
medido desde esta escala, el mundo aparece
como algo esencialmente ambiguo y confuso,
o lo que es lo mismo, como algo inexistente
(...); cuanto es necesario según
Dios es imposible según el mundo
e inversamente, cuanto según
el mundo es posible no existe para la
mirada de Dios (...) Y Sin embargo...
el Dios de la tragedia es un Dios siempre
presente y siempre ausente. Su presencia
indudablemente desvaloriza el mundo
y le quita toda realidad, pero su no
menos radical y permanente ausencia,
por el contrario, hace del mundo la
única realidad» (Goldmann,
L., El hombre y lo absoluto,
Barcelona, Península, 1968, pp.
65-67)
«Para ir hacia la nada no hace
falta menos capacidad que para ir hasta
el todo; se necesita una capacidad infinita
para una y otra cosa» (Pascal, Pensamientos, Madrid, Alianza,
1986, fr. 72). «Bogamos en un
amplio medio, siempre inseguros y flotantes,
empujados de un lado a otro. Si hay
algún punto en el que creamos
poder afirmarnos y unirnos a él,
se tambalea y nos abandona, y si lo
seguimos, se nos escapa, se desliza
y huye en una eterna huida. Para nosotros
nada se detiene. Éste es el estado
que nos es natural y sin embargo el
más contrario a nuestra inclinación:
ardemos en el deseo de encontrar un
asidero firme y una última base
constante para edificar sobre ella una
torre que se eleve hasta el infinito,
pero nuestro fundamento se hunde y la
tierra se abre hasta los abismos»
(fr. 72) |
Aquí también quizás
sea saludable evitar más explicaciones.
Las largas explicaciones suelen turbar al mundo
del pensamiento. Si usted, querido lector, ha
pasado ahora desde la música a la filosofía,
quizás entienda por qué las vinculó
tan fuertemente F. Nietzsche y tantos otros
pensadores. Me atrevería a decirle de
un modo muy personal, querido y ausente (presente
como ausente) lector, que la filosofía
es la música del pensamiento y que la
música es pensamiento en el juego del
diapasón.
4.
Claroscuro
Pero la tensión entre Todo y Nada,
absoluto y contingencia, no se ofrece sólo
en la estructura arriba/abajo, a la que nos
hemos referido. Se encuentra también
en la forma de fondo y figura. Con gran frecuencia,
en la pintura de esta época (le invito
de nuevo a comprobarlo en los ejemplos) el
fondo del cuadro es negro. ¿Qué
le transmite eso? Piense que el fondo es lo
absoluto. Entonces quizás pueda usted
experimentar en el cuadro un mundo en el que
lo absoluto está pero como ausente.
El fondo es, está, incluso penetra
las figuras (¿dónde está
el límite entre figura y fondo? No
es nítido); pero está ahí
como diciendo "no estoy presente".
Contemple las figuras. Reflejan el mundo,
pero están como atravesadas de noche,
como si el pintor hubiese hundido sus manos
en la oscuridad, en ese absoluto, y las hubiese
arrancado de allí, no pudiendo evitar
que los márgenes se confundan y que
jirones de figura se hundan en la oscuridad.
Las figuras expresan un mundo que sólo
es por referencia a un absoluto que no está
presente (o, por insistir, que posee la presencia
de la ausencia).
Esa relación entre fondo y figura es
el claroscuro barroco. En pintura es más
fácilmente aprehensible. En arquitectura
se hace un poco más difícil;
hay que jugar ahí entre el interior
y la fachada. La fachada rompe con la exterioridad
y genera un mundo interior íntimo y
laberíntico. El interior, el mundo
humano, es abigarrado y sinuoso, pero sólo
por su contraste con la fachada, que es más
sobria. Pero puede ser descubierto el claroscuro
también en la relación entre
el abajo y el arriba, y también en
las figuras de la misma fachada, así
como en las del interior. El claroscuro es
como un operador, está operando en
muchos lugares y de formas diversas. ¿Y
en música? De nuevo topamos aquí
con la mayor dificultad. Pero quizás
pueda usted seguir esta sugerencia. Aprecie
el bajo continuo, que en el barroco es habitual.
El bajo continuo se mantine mientras discurre
la melodía, como un fondo sobre el
cual destacan figuras musicales; es oscuro,
puede contener ‘‘cifras‘‘
para guiar al ejecutante. Otra sugerencia,
quizás más importante. La música
barroca emplea variaciones y fugas. Cada una
de ellas expresa un mismo "fondo"
(hasta que este fondo no se altere), que puede
ser el bajo continuo, pero no necesariamente.
Piense en unir todas las variaciones y fugas
en una totalidad. ¿Variaciones y fugas
de qué? ¿Cuál es el Todo?
No está, querido lector. El Todo no
es la suma de sus variaciones y de sus fugas,
es mayor que la suma de esas "partes".
Está en cada una de ellas y en ninguna
de un modo absoluto. Es lo absoluto que anhela
presentarse en cada una de esas formas y se
ausenta en todas. O mejor: lo absoluto que,
a través de ese juego de variaciones,
se sustrae. Pero, de alguna manera, nos afecta
ese absoluto: ¡es que está presente
como ausente, como la sustracción misma!
5. Inclusión de rasgos
del espíritu trágico
Con lo anterior ha podido comprobarse que
entre la experiencia del deus absconditus
y la experiencia trágica hay un nexo
de fondo, aunque haya que tomarlo con cautela
y no identificar barroco y tragedia. Vayamos
ahora a la experiencia trágica que
está presente en la mayoría
de manifestaciones del Barroco. Como la hemos
caracterizado de modo general, nos detendremos
en algunas de sus características más
precisas. Pero retengamos lo esencial de aquella
caracterización general. El hombre
del barroco es propenso a la experiencia trágica
porque vive en guerra con el mundo. Mundo
y hombre están en disarmonía.
Lo trágico implica siempre una tensión
entre dos fuerzas opuestas que poseen el mismo
valor. El hombre barroco aspira, por dignidad,
a perseguir su ideal y encarnarlo en el mundo,
a pesar de que es consciente de la imposibilidad
de cumplir por completo tal ideal (es un absoluto
ausente). Pero como el mundo se le ha vuelto
extraño, dominado por fuerzas ciegas
e ingobernables, se encuentra en la tensión
siguiente: o sacrificar la pureza de la idea
a la realidad o dejar la realidad intocada
por la idea. A ninguna de estas dos fuerzas
le dará el héroe trágico
barroco prioridad. Intentará mantener
la tensión y encontrar en ella el modo
de realizarse. Pues bien, vayamos ya con rasgos
concretos.
5.1.
Experiencia de las situaciones límite
El hombre trágico experimenta la tensión
insoluble porque lleva posibilidades humanas
hasta el extremo, sucumbiendo conscientemente
por ello. En ello radica su grandeza. No hay
experiencia trágica si el ser humano
se mantiene en un "medio" prudente.
De algún modo, en su vida, ha conocido
el fondo doloroso de la experiencia límite,
que lo coloca ante la profundidad de la existencia
y lo despierta. Sin haber pasado por un gran
dolor, es imposible llegar a la experiencia
de lo trágico. Pero ese dolor es convertido
por el héroe trágico en una
espuela que lo hace avanzar. Jamás
permite que lo hunda en la desesperación
que conduce a la sabiduría de Sileno
("mejor no haber nacido"). Este
rasgo de lo trágico ha sido estudiado
con intensidad por K. Jaspers.
5.2. La "culpa trágica"
Una experiencia límite suele conducir
a una contemplación de lo que ocurre
en el mundo en su totalidad. Extrae de lo
concreto en que el ser humano vive y amplía
su mirada. Se descubre, así, la constitución
desgraciada del mundo, sin ponerle ningún
límite. Ante tal contemplación,
el hombre trágico no puede dejar de
sentirse culpable. Pero se trata aquí
de una culpa muy diferente de aquella que,
psicológicamente, está asociada
a la "mala conciencia" que nos aparece
cuando no cumplimos un deber determinado.
Es algo existencial y está referida
a la constitución del mundo en general.
En el mundo se percibe una injusticia profunda
y silenciosa. El hombre trágico siente
una culpa por todo ello, porque se siente
responsable de todo. De ahí surge un
peculiar modo de solidaridad. Las palabras
siguientes de K. Jaspers pueden ofrecer una
idea de la emoción propiamente trágica:
«En
el mundo abunda, sin duda, la muerte
inocente. El mal oculto destruye sin
ser visto, hace cosas que nadie oye.
Ninguna autoridad del mundo llega siquiera
a tener noticias de él (de cómo
un hombre es torturado solitariamente
hasta morir en la mazmorra del castillo).
Los hombres mueren como mártires
sin serlo cuando su martirio no es percibido
ni será conocido nunca por nadie.
La tortura y destrucción del
débil acontecen diariamente sobre
la faz de la tierra [...]. ¿Dónde
está la culpa de la destrucción
inocente? ¿Dónde el poder
que condena al inocente a la miseria?
Allí donde los hombres han despejado
esta pregunta ha surgido la idea de
culpabilidad compartida. Todos los hombres
son solidarios [...]. [Se experimenta
que] yo soy culpable del mal que ocurre
en el mundo si no he hecho todo lo posible,
incluyendo el sacrificio de mi vida,
para evitarlo; soy culpable porque vivo
y puedo seguir viviendo mientras esto
sucede. De ese modo abarca a todos la
culpa compartida de todo cuanto ocurre»
(K. Jaspers, Lo trágico.
El lenguaje, Granada, Ágora,
p. 65) |
Como puede usted comprobar, un sentimiento
así alienta a que la lucha hombre-mundo
no tenga fin en la vida, a que permanezca de
modo continuo, a sabiendas de que jamás
concluirá. Al mismo tiempo, el hombre
trágico sabe que él no es el origen
completo de ese sufrimiento. En esa tesitura,
el hombre carga con la culpa: "El hombre
no puede eludir la culpa obrando recta y verdaderamente.
La propia culpa tiene cierto carácter
de inocencia. El hombre carga con ella, no la
evita", dice también Jaspers (Ibid.
p. 67).
5.3. La tristeza trágica.
Melancolía y serenidad
No debe confundirse la tristeza trágica
con la tristeza lastimera. La tristeza trágica
es serena, noble y de reconciliación
con el mundo en medio, precisamente, de la tormenta,
de la lucha con el mundo. Y esto porque, en
lo trágico, la destrucción que
tiene lugar y que se contempla, es inevitable,
inexorable, en virtud de la cosa misma. Por
otro lado, el vacío de la existencia
también es percibido como ineludible.
En tal caso, se lo asume, se lucha contra él,
viene la melancolía ante la impotencia
de vencer en esa batalla. Pero la melacolía
es tristeza elevada y noble, jamás algo
lastimero. Eleva al héroe trágico,
pues esa tristeza proviene de la comprensión
del mundo en general, que ahora vibra en su
interior, y de su resistencia. Esta comprensión
profunda y esta resistencia provocan, no una
tristeza dramática, pues ésta
está unida a la sensación de que
podría haber sido de otro modo. Provoca
una tristeza, dice Scheler, serena, libre de
reprobación, indignación o excitación;
es hasta fría, dice, desde el punto de
vista de la expresión exterior. Pero
es profunda, en la medida en que mira, tras
el hecho trágico, a la constitución
del mundo que lo hace posible. Por eso mismo
está llena de una tristeza que es satisfactoria,
la propia de un descubrimiento, del logro de
una comprensión. Contiene, en este sentido,
una emoción de reconciliación
con todo lo que casualmente existe, con el mundo.
«Es
seguro que todo lo trágico es
de algún modo también
triste (…) Pero no es menos cierto
que no todo lo triste ni lo que provoca
tristeza posee un carácter trágico.
La tristeza [trágica] está
peculiarmente limpia de toda ‘excitación’,
‘indignación’, ‘reprobación’
(…) y de todos los deseos concomitantes,
de que ‘podría haber sido
de otro modo’: le es propia una
grandeza serena y calmada, un tipo especial
de paz y serenidad. (…) Tiene
por ello una profundidad peculiar (…)
recibe esta ‘profundidad’
del hecho de que el ‘objeto’
de lo trágico siempre es doble:
de una parte, el acontecimiento que
tenemos ante los ojos, y, de la otra,
la constitución esencial del
mundo que se especifica en él,
de la cual el acontecimiento está
ante nosotros como un ‘ejemplo’.
Así, la tristeza fluye más
allá del acontecimiento, en una
lejanía indeterminada y carente
de horizonte. (…) El objeto es
siempre el mundo pensado como unidad:
el ‘mundo’ en el que algo
así es posible» (Scheler,
M., «Sobre el fenómeno
de lo trágico», incluido
en Scheler, Gramática de
los sentimientos, Barcelona, Crítica,
2003, pp. 209-211) |
6. La noción de "pliegue"
y la actualidad del barroco
Estamos hablando, en todo este recorrido,
sobre una cuestión clave en el barroco:
la de cómo reunir la diferencia (la
pluralidad de mundos, de formas de vida, de
perspectivas, etc.) sin incurrir en relativismo
y, al mismo tiempo, sin dar lugar a una reunión
que vuelva a instaurar lo que causa la crisis,
es decir, el encapsulamiento de todo lo diferente
en un conjunto unitario, idéntico a
sí mismo (como si se tratase de un
caja enorme en la que cada uno de los mundos
particulares y concretos estarían representados
por otras cajas más pequeñas
que "encajan" como partes, dentro
de la primera). Caer en relativismo significa
que "cualquier punto de vista es indiferente",
que "todo vale", que "no hay
un criterio para discernir lo mejor de lo
peor". Unificar lo diferente o plural
en un todo como una "caja" implica,
para la experiencia barroca, sacrificar la
singularidad de cada mundo, sujeto o perspectiva,
porque es subsumida sólo como un "caso"
dentro de una "regla general". ¿Cómo
se las arregla el barroco para salir de este
apuro, para no ser relativista y no recurrir
a un criterio de unificación reglado,
unitario, total? La respuesta está
en el concepto de "pliegue". Este
concepto se puede encontrar expresamente en
filósofos barrocos (Leibniz, Gracián,
etc.), pero está implícitamente
en la experiencia barroca, desde la cotidiana
hasta la política y artística.
Puede usted, para ilustrar lo que sigue, volver
a contemplar las obras de arte que hemos añadido
en el vínculo pertinente.
Tome
usted, por favor, en su mano una hoja de papel.
Arrúgela. La hoja de papel se habrá
deformado, adoptado una forma plástica
y se habrán creado también espacios
cóncavos, como arrugas. Imagine que
eso que llamamos "realidad" es como
esa hoja de papel. Eso es el pliegue. Verá,
la hoja entera estaría recorrida, según
el barroco, por fuerzas diferentes que se
relacionan entre sí. En esta relación
generan un dinamismo que "pliega",
desde su propio plano (inmanencia) al papel.
Cada espacio cóncavo es un mundo (una
cultura, una perspectiva de las cosas, etc.).
Pues bien, la imagen es magnífica,
si la piensa con detenimiento. Quiere decir
que cada perspectiva sobre el mundo, no lo
es de un sujeto fuera del mundo. La perspectiva
(el espacio cóncavo) es un modo de
ver el mundo que está, él mismo,
en el mundo. Es un perspectivismo no subjetivista.
Y los diferentes mundos están conectados.
Están conectados por el papel, es decir,
por el pliegue entero. En un pliegue hay repliegues
y repliegues hasta el infinito. Y todos ellos
están vinculados de esa forma plástica
y elástica.
Resulta,
además, que cada uno de los mundos
(espacios cóncavos de la hoja de papel
en el ejemplo) contiene, a su manera, al resto.
¿Cómo? El pliegue entero es
plástico, hemos dicho. En él
hay fuerzas en movimiento, relacionadas entre
sí. Pues bien, lo que pase en un lugar
tiene su "resonancia" en cualquier
otro. Una perspectiva, pues, tiene resonancias
de todas las perspectivas. Es el mismo mundo
pero resaltando un conjunto de cualidades
y dejando como resonancias al resto.
El
pliegue, imagine ahora, no es estático.
Está en continuo devenir, se modifica,
se altera sin cese. En semejante alteración,
cada "mundo" se auto-transforma
también; él y sus relaciones
con los demás. Pareciese que todo el
movimiento fuese una danza, en la que hay
infinidad de danzarines que van cambiando
sus posiciones relativas. Es más, imagínese
ahora un espectáculo real de danza...
¿No le parece que los que así
bailan forman parte de un invisible pliegue
y que ellos se pliegan y repliegan en él?
Esa es la intuición barroca sobre la
unidad de lo múltiple. Lo diverso se
une como en un baile, como si formase parte
de un mismo mundo elástico que adopta,
cada vez, formas cambiantes, transfiguraciones.
¿Y
por qué esto no es relativista? Porque
en ese "plegar" no todo vale. Los
que danzan no pueden hacer lo que les venga
en gana. Tiene que haber una afección
entre ellos, de tal forma que cada movimiento
de uno llame al de los demás o lo provoque.
No se puede danzar con un "otro"
si no existe esta reciprocidad en el afectarse
y en el "jugar", teniendo en cuenta
aquí que este "jugar" es
algo mucho más serio que lo que comúnmente
creemos "serio".
Y
ahora piense en esto, por favor: no todo vale
y, sin embargo, no hay una regla fija y rígida:
se improvisa. Se CREA. La experiencia barroca
del mundo no quiere cadenas. Tampoco pura
arbitrariedad. Quiere un orden que se hace,
deshace y rehace a cada momento, un orden
que va siendo generado, no por decreto o por
ley, sino a golpe de creación.
¿Ve
en los cuadros del siglo XVII, en las esculturas...
esos "pliegues"? ¿Ve cómo
se "pliegan" las figuras entre sí?
Es más difícil llevar esta experiencia
a la música. Pero ¿qué
son las "variaciones" en la música
barroca? ¿Van una "detrás"
de la otra, como en una "fila" y
progresando hacia una meta? Parece que no.
Dan vueltas, se contonean, aparecen en nuevas
configuraciones... ¡Se pliegan! ¿Qué
le parece? ¿Cómo escucharía
usted a Bach después de haber experimentado
el "pliegue"? El que escribe le
ofrece un secreto: cuando escucha a Bach se
ve conducido a adquirir mil rostros, mil formas,
como si fuesen variaciones de su alma que
están "danzando" entre sí
y plegándose, replegándose,
volviéndose a reconfigurar... Y en
cada configuración, una instantánea
del mundo entero. Don Quijote, otro ejemplo
barroco al que hemos aludido. ¿Qué
hace El Caballero de la Triste Figura en la diversidad de sus andanzas? ¿Progresa?
¿Hacia dónde? ¿No son
cada una de ellas una "variación"
del mismo y único gesto de fondo, de
esa lucha heroica y trágica con el
mundo, que está al revés?
Por
supuesto, hay diferencias entre el barroco
clásico y nuestro actual "mundo
barroco". Para precisarlas con un mínimo
de detalle (y para profundizar en el concepto
de "pliegue") he elaborado un resumen
del libro de Deleuze El pliegue (aquí).
Pero es ya excesivamente largo y prolijo este
intento de aproximarlo a usted al barroco.
Baste con una apreciación, baste con
que pensemos de qué forma es actual
hoy el barroco al continuar haciendo experiencia
del pliegue:
Un
ejemplo, nada más. ¿Qué
es nuestro tan alabado "progreso",
ese que está hoy en "crisis"?
Es un camino hacia adelante, como una marcha
militar, pero hacia un "adelante",
si lo piensa bien, repudiable. Un avance puramente
material, cuantitativo, en el "tener",
no en el "ser". Tener más
cosas, tener más poder, tener más
tecnología... ¿Es eso "ser
más", "ser mejor"? Yo
no lo creo. Es sólo el camino de un
ser humano vacío, hueco, que intenta
llenar su carencia interior, su oquedad, con
"cantidades", en vez de plantarse,
meditar, darse cuenta de que está vacío...
¡Y girar hacia su propio fondo, de forma
que lo recobre y se sienta exuberante, lleno
de fuerza! ¿Qué hace el capital
sino llenar eso, nuestro vacío? ¿Qué
hace la política, sino simular un avance
que sólo es ficción e ilusión
y que sirve para calmar el desasosiego?
Bien,
piense en esto, en algo que, aunque está
en otros lugares, es más brillante
y refulgente en el ámbito hispano y
latinoamericano: nosotros, los hijos de estas
tierras del Sur, estamos inmersos en el progreso
del que acabamos de hablar, pero sabemos que
no nos gusta, que no nos sentimos cómodos
en él. Somos barrocos: en el fondo
queremos relacionar lo diverso y lo plural,
no en una cadena de pasos hacia adelante,
sino en un baile, en una danza, mediante el
mestizaje, la trans-subjetividad, la recíproca
relación en variaciones creativas y
potentes que expresen la riqueza de la vida.
Esa experiencia barroca del mundo -sin que
ello implique una auto-alabanza mezquina y
egocéntrica- quizás tenga hoy
su Kairós, su momento oportuno.
Y no es una mera forma de política,
ni una mera organización social. Esto
es muy importante, a mi juicio. Debería
ser, sí, una forma de política
y de organización social. Pero, en
el fondo, es algo más abarcante, sin
lo cual ninguna política o reorganización
social nueva podría nacer: es una experiencia cultural del mundo. Filosóficamente
hablando: una ontología, una forma
de comprender y vivir eso que ha de ser llamado
"la realidad". El barroco es revolucionario
en el presente, se abre paso sufriendo golpes
y castigos (como los sufría el Caballero
de la Triste Figura), pero ¿no
es una promesa? ¿No vislumbra, en su
tembloroso discurrir entre grandes poderes
que hoy gobiernan, una nueva tierra?
7. Normatividad barroca
Queda pendiente profundizar en una cuestión.
¿Puede introducir el Barroco en la
actualidad una nueva normatividad? Frente
al relativismo de la así llamada postmodernidad,
¿ofrece criterios de discernimiento,
de crítica, de orientación?
Sobre este problema versan las reflexiones
del siguiente trabajo: Del cosmos al Caosmos
en la reapropiación actual del Barroco
(2018)