MATERIALES DE DOCENCIA
BARROCO


Presentación Rasgos del Barroco (S. XVII) Ejemplos: arte Bibliografía
   
¿Qué es eso del Neobarroco?
 


Uno de los rasgos de nuestro mundo contemporáneo es su carácter neobarroco. ¿Qué quiere decir que somos neobarrocos?

El barroco no es sólo un estilo artístico que se ofrece en pintura, escultura o música. Es una ontología, es decir, una visión del mundo, una comprensión humana de las cosas que empapó, sobre todo, al siglo XVII. Una ontología, así aclarada, no es exclusivamente una teoría filosófica, sino un modo de vida (modus vivendi) y un modo de actuar o proceder (modus operandi) pertenecientes a una época. Se expresa en un estilo artístico, pero también en política, en creencia religiosa, etc.; porque, al fin y al cabo, es el modo de ser de un tiempo humano, el espíritu que lo atraviesa: el modo de interpretar, de expresarse, de padecer o actuar, de sufrir o gozar, de relacionarse con el semejante (el otro) y con lo extraño (lo otro).

Si fuese cierto que somos neobarrocos, eso querría decir que aquella imagen del mundo, su ontología, ha vuelto en nuestra época, aunque con matices diferentes. La razón que quizás avala con mayor intensidad este retorno es la siguiente: el barroco es una época de crisis. En particular, se trataba allí de una crisis en la que las claves del orden y armonía renacentistas se desvanecían. Entre la esplendorosa confianza renacentista en un mundo ordenado, susceptible de ser configurado en armonía con el hombre, y la otra confianza, la de después, la de la Ilustración del siglo XVIII en la razón prístina, el barroco es un entre, un intersticio, en el que el ser humano experimenta la ausencia de suelo bajo sus pies, la ausencia de fundamento.

Lo Absoluto, que podría ofrecerle una referencia para ordenar sus criterios normativos, su orientación segura en la moral, en la política o en la vida cotidiana misma, se ha ausentado. No ha muerto, pero ha abandonado al hombre. Así, la comunidad entera se percibe, desde su fondo viviente, como Todo y Nada al mismo tiempo. Todo, porque está en relación con un Absoluto. Nada, porque éste ya no habla al hombre y ha dejado de prodigarle la seguridad de una meta, la irresistible idea de un sentido acabado. En tal situaciónm también se tiene la experiencia de que entre hombre y mundo ya no existe una armonía, sino más bien un desencuentro. El héroe barroco es un ser que está en guerra con el mundo, como D. Quijote de la Mancha, porque no se reconoce en él y anhela devolverle la hermosa figura que ha perdido o que él sueña como un futuro lejano.

De ahí que se pueda decir, incluso, que lo trágico tiñe con su sombra al hombre de esta época. Lo trágico no es lo dramático, ni tampoco lo triste y simplemente calamitoso o desdichado; es, más bien, una tensión entre dos fuerzas de igual peso y de imposible resolución en una síntesis, en este caso, entre la de elevarse a sí mismo y elevar al mundo hacia una dignidad ideal, por un lado, y la de vivir intensamente en el mundo, por otro. Cada una de las fuerzas en tensión son ya, ellas mismas, aporéticas. Porque experimenta el hombre que ese espíritu de elevación (hacia lo Absoluto) es inexcusablemente necesario y que, sin embargo, no puede consumarse jamás o, mejor, que es imposible; y porque, al mismo tiempo, experimenta la necesidad de hundirse en el mundo y vivificarlo inserándole lo Absoluto, sabiendo que esa aventura no podrá tener éxito. Estos y otros modos de experimentarse el hombre a sí mismo y a su relación con el mundo permean las emociones: hay una tristeza barroca, una alegría barroca, un furor barroco, un declinar barroco, un bullicio barroco de emociones que darán soplo a la música, a la pintura, al arte en general... y al pensamiento.

Pues bien, a finales del siglo XIX el hombre, tras un largo periodo más reconciliado con lo inmutable y lo absoluto, re-experimenta su ausencia. Esta vez no porque lo Absoluto lo haya abandonado a su suerte, sino porque no existe, no es. Se habría tratado de una ilusión. Esta sospecha se hace fuerte en la convicción de que Dios (lo absoluto en general, cualquiera sea la forma que adopte) ha muerto (Nietzsche) y que debe afirmarse la vida como única realidad. Este sentir, que discurre como una profunda conmoción, es el de una nueva crisis y va a generar, poco a poco, eso que llamamos neobarroco, pero a una nueva luz. Lo absoluto no es y, a pesar de ello el hombre no puede tomar como realidad lo puramente visible, lo tangible. Sabe que el mundo es el ámbito de la finitud, donde todo es relativo a una óptica de la existencia, pero que el sentido de lo finito no es, él mismo, lo finito. Aunque no pueda nombrarlo, eso que da sentido al mundo es lo infinito. Lo in-finito no es ahora, como en el barroco del XVII, trascendente (más allá y separado del mundo); mora en la inmanencia de la finitud humana y no puede cerrarse jamás; es como un punto de fuga sin término o desenlace; y el mundo, que está atravesado por lo infinito, se convierte entonces en un devenir de auto-trascendimiento sin término: el mundo se hace a sí mismo, es su propio hacerse, su devenir-otro sin tregua. Desde el punto de vista del sujeto, el mundo es lo interpretado por el hombre y su hogar, sí, pero un hogar que no puede quedar atrapado en una forma fija, inmóvil y sustancial. Es un hogar que siempre tiende a su confín, más allá de sí, transfigurándose cuando ya no puede ser contenido en una forma concreta. Ese movimiento mismo es lo infinito. Lo infinito no es algo a lo que tienda el mundo y el hombre, sino la potencia de auto-trascendimiento inacabable que los impulsa. Es posible que esta tensión entre finitud e infinitud sea trágica, es cuestión que habría que analizar con mucho cuidado. Lo cierto es que hay en esa visión el descubrimiento de una nada, pero de una nada productiva, creadora: el vacío creador es la falta misma de lo absoluto (de un absoluto que sería algo así como el infinito cerrado, paralizado, acabado, es decir, una contradicción).

El hombre actual siente esta nada creadora del infinito, nihil germinal de todo lo que tiene forma concreta y límite, de todo lo finito. Pero, al unísono, percibe otro tipo de nada: la nada vacía y hueca del mundo que lo rodea. Pues contempla que el espíritu del mundo ha sido invadido por fuerzas ciegas que le arrebatan su potencia. Estas fuerzas ciegas son muchas, han sido formuladas de muchos modos): la racionalidad puramente estratégica, vaciada de principios; el impulso de un nuevo tipo de hombre al dominio sobre la tierra entera... Todo el siglo XX, querido lector, ha estado pensando en esto. Y alguna vez quizás será abordado en estas páginas. Pero considere que se trata de "artefactos", de tendencias ciegas porque han escapado a la voluntad humana y la dirigen desde una trastienda invisible. De ello, querido lector, el nuevo espíritu del capitalismo y lo que se viene llamando neoliberalismo, son expresiones en superficie, o quizás haya que decir que ambos se entrecruzan. En cualquier caso, como decíamos, el hombre descubre otro tipo de nada: el desierto de lo que lo rodea, el vacío de sentido en que ha quedado el mundo, conducido ahora, no por su otra nada creativa del infinito, sino por mecanismos que eliminan su infinito inmanente. Y si es así, entonces el hombre contemporáneo experimenta, de forma muy parecida al del siglo XVII, una contradicción entre él y el mundo. Él aspira a instalar de nuevo en el mundo lo infinito abierto, pero el mundo ha quedado hueco y se resiste intensamente a ser transformado. Es ahí donde, como dijimos, aparece de nuevo el espíritu trágico. El ser humano despierto experimenta, en su fondo, una tensión con el mundo en virtud de la cual él se encuentra en guerra con la forma que adoptan las cosas y su rumbo. Y en esa guerra encuentra, por un lado, su impotencia, dada la magnitud de aquello a lo que se enfrenta, y, por otro, su dignidad, que lo impulsa a esa nueva lucha quijotesca.

Para profundizar un poco más en lo que acabamos de comentar, que es muy genérico, habría que detenerse, con un poco de más detalle, en el mundo barroco del siglo XVII. Si le ve sentido, querido lector, a esto (y si le apetece), le invito a pensar aquella época filosóficamente

Profundizar en el Neobarroco nos conduciría muy lejos. Quizás en breve extraiga tiempo, querido lector, para ello. Puede consultar la página web del Grupo de Investigación de la Junta de Andalucía La imagen barroca del mundo