15. María islamizada
en el Corán
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Para la
indagación que ahora nos ocupa, dejamos al margen todas las cuestiones
de historicidad
del relato. Damos por sentado que el texto de los Evangelios supone una
simbiosis de historia y mito, y buscamos componer un escueto sumario de
la
figura de María en ellos.
Desde el
principio, María aparece insertada genealógicamente en la casa y
familia de
David (Mateo 1,1; Lucas 1,27). María estaba desposada con José, y se
encontró
encinta por obra del Espíritu Santo (Mateo 1,18-20). El evangelista
Lucas lo describe
como anunciación del ángel Gabriel a la virgen María (Lucas 1,26-38).
María viajó
a casa de su prima Isabel, la mujer de Zacarías y madre de Juan
Bautista, donde
permaneció tres meses (Lucas 1,39-45). Allí se sitúa la proclamación
del himno conocido
como Magníficat (Lucas 1,46-55).
José y
María tuvieron que ir a empadronarse a la ciudad de David, en Belén de
Judea, y
allí dio a luz a su hijo (Lucas 2,3-7). Unos pastores acudieron a ver
lo que se
había manifestado (Lucas 2,8-18). Unos magos de oriente llegaron y le
ofrecieron dones de oro, incienso y mirra, creyendo que en aquel niño
se
cumplirían las esperanzas de salvación (Mateo 2,9-11). La familia tuvo
que huir
a Egipto con el niño, porque el rey Herodes lo perseguía (Mateo
2,13-15). Y María
meditaba en su interior todos aquellos acontecimientos (Lucas 2,19).
Conforme a
la Ley de Moisés, llevaron a Jesús al templo de Jerusalén al rito de
presentación (Lucas 2,22). Allí, Simeón el justo los bendijo (Lucas
2,33-34). Y
la profetisa Ana enaltecía al niño (Lucas 2,36-38).
Durante la
infancia de Jesús, sus padres se encargaron de su educación (Lucas
2,51-52).
Todos los años subían a Jerusalén a la fiesta de Pascua (Lucas 2,41).
Cuando el
niño tenía doce años debatió con los doctores del templo, ante la
extrañeza de
sus padres (Lucas 2,46-47).
Cuando
Jesús adulto desarrollaba la actividad predicando y curando, hubo al
menos una
ocasión en que su madre y sus hermanos se presentaron adonde estaba
hablando a
la muchedumbre (Marcos 3,31-32; Mateo 12,46; Lucas 8,19).
La gente
conocía a José el carpintero y María como padres de Jesús, e igualmente
a sus
hermanos y hermanas (Marcos 6,3; Mateo 13,55-56; Juan 6,42).
En la
celebración de una boda en Caná de Galilea, estaba invitada María y
también
Jesús y sus discípulos. Ella intercedió porque faltaba vino (Juan
2,1-5).
María estuvo
presente junto a la cruz de Jesús, y este confió a su madre con el
discípulo
amado, que la acogió en su casa (Juan 19,25-27).
María,
junto con otras mujeres y con los apóstoles, permanecieron unidos
después de la
ascensión de Jesús (Hechos 1,14). Y estando reunidos, recibieron el
Espíritu
Santo (Hechos 2,1-4).
En suma, la
importancia de María no se limita al hecho de haber sido la madre de
Jesús,
sino que ella se halla presente a todo lo largo de la vida y la
actividad
pública de su hijo. Y, en momentos especiales, interviene o tiene una
presencia
muy significativa. Sobre todo, en los comienzos de la Iglesia
primitiva, según
narran los evangelistas Lucas y Juan.
El corpus coránico
tal como ha llegado a nosotros, con afluencias de
múltiples fuentes y sedimentos de su largo período de formación,
contiene múltiples
menciones de María y ofrece ciertos pasajes sobre ella.
Estadísticamente:
El nombre de
«María» aparece 34 veces (más que el de Jesús). De ellas:
– «hijo de
María» 23 veces, la mayoría en aposición a Jesús.
– «María»
solo 11 menciones, aludiendo directamente a ella misma.
María es
denominada, según la genealogía que se le atribuye, con los sintagmas:
– «hermana
de Aarón» 1 vez.
– «hija de
Amrán» 1 vez.
La
expresión «madre de Jesús» no se utiliza nunca en el Corán (aunque es
habitual
en los Evangelios).
El Corán
trata sobre María, de la que es hijo Jesús, en alrededor de cuarenta
versículos, repartidos desigualmente en siete capítulos distintos, pero
sobre
todo en la sura 19, que lleva por título «María», y la sura 3, titulada
«La
familia de Amrán». Los pasajes donde se trata de María se solapan, en
parte,
con versículos dedicados a Jesús, puesto que participan en el mismo
relato. No
hemos contabilizado las veces en que se dice «hijo de María», porque
son
alusivas al sujeto Jesús.
María en la
sura 19 del Corán
El capítulo 19 del
Corán (en orden cronológico el 44) lleva el título
de María, pero solamente le dedica 15
de los 98 versículos (del 16 al 30). En ellos hace a su modo un relato
de la
anunciación, el embarazo, el nacimiento de Jesús, la alocución del niño
desde
la cuna y el regreso con su familia. Dice así:
«Recuerda
en el libro a María, cuando ella se retiró de su gente a un lugar
oriental. Tendió
un velo para ocultarse de ellos. Entonces le enviamos nuestro espíritu,
que se
le presentó como un humano perfecto.
Dijo ella: ‘Me
refugio junto al Compasivo contra ti, si es que lo temes’.
Dijo él: ‘Yo
soy un enviado de tu Señor para darte un niño puro’.
Dijo ella: ‘¿Cómo
voy a tener un niño, si ningún hombre me ha tocado, y nadie ha abusado
de mí?’
Dijo él: ‘¡Así
será! Tu Señor dice: 'Es fácil para mí. Y haremos de él un signo para
los
humanos y una misericordia de nuestra parte'. Es un asunto decidido’.
Quedó
embarazada de él y se retiró con él a un lugar lejano.
Luego, los
dolores de parto la hicieron llegar hasta el tronco de la palmera. Dijo
ella: ‘Ojalá
hubiera muerto antes de esto y fuera totalmente olvidada’.
Entonces,
él la interpeló desde abajo: ‘No te entristezcas. Tu Señor ha puesto
debajo de
ti un arroyuelo.
Sacude
hacia ti el tronco de la palmera y hará caer sobre ti dátiles frescos,
maduros.
Come, pues, y bebe, y que tu vista se alegre. Si ves a algún humano,
di: 'He
hecho voto de ayunar al compasivo y no hablaré hoy a ningún humano'’.
Luego, fue
a su gente llevándolo. Ellos dijeron: ‘¡María! Has hecho algo inaudito.
¡Hermana de Aarón! Tu padre no era un malhechor, y nadie abusó de tu
madre’.
Entonces
ella se lo señaló. Ellos dijeron: ‘¿Cómo vamos a hablar a uno que está
en la
cuna, un niño?’
Él dijo: ‘Yo
soy el siervo de Dios. Él me ha dado el libro y me ha hecho profeta’»
(Corán
44/19,16-30).
Este relato
está inspirado en la historia según la narran dos apócrifos, el Protoevangelio
de Santiago (capítulos 18 y 19) y el Evangelio del Pseudo-Mateo
(13,2-3), pero expuesta de forma esquemática y con algunas diferencias.
Por
ejemplo, según esos apócrifos, María dio a luz en una gruta cerca de
una
montaña próxima a Belén. El Corán, en cambio, sitúa el alumbramiento en
el
desierto junto a una palmera, una escena que aparece más adelante en el
Pseudo-Mateo. No obstante, encontramos un versículo coránico que parece
hacerse
eco de la gruta en el monte:
«Hicimos
del hijo de María y de su madre un signo, y les dimos refugio en una
colina con
seguridad y una fuente» (Corán 74/23,50).
El Corán afirma,
en dos ocasiones, que María mantuvo su virginidad, pues la designa como
«la que
preservó su sexo» (Corán 73/21,91; 107/66,12). Y hay dos versículos
donde le
vaticina que, junto con su hijo, será un signo para las gentes.
«[Recuerda]
la que había preservado su sexo. Habíamos infundido en ella nuestro
espíritu, e
hicimos de ella y de su hijo un signo para el mundo» (Corán 73/21,91).
La misma
idea de constituir un signo aparecía ya en el citado 74/23,50.
Por otro
lado, el Corán le adjudica una característica hasta cierto punto
excepcional, cuando
pone en boca de Dios: «cuando le haya infundido de mi espíritu». Esta
expresión
se menciona dos veces a propósito de la creación del hombre (Corán
38/38,72;
54/15,29). Y a propósito de María, se afirma una vez «le enviamos
nuestro
espíritu» (Corán 44/19,17) en la anunciación; y dos veces «le
infundimos de
nuestro espíritu» (Corán 73/21,91; 107/66,12). El significado de estos
versículos connota una intervención especial de Dios, de la que quizá
cabría
esperar consecuencias ulteriores de importancia, aunque no las hay. La
alusión
al espíritu de Dios se hará aún más excepcional con relación a Jesús,
del que
se dice, y solo se dice de él, que fue fortalecido con el Espíritu
santo (Corán
87/2,87; 87/2,253; 112/5,110). Nada semejante se formula nunca sobre
Mahoma.
María en la
sura 3 del Corán
El capítulo
3 del Corán (en orden cronológico el 89) lleva por título La
familia de Amrán (en árabe Imran; en hebreo Amram; en la Biblia
española, Amrán). Este personaje es el padre de Aarón y Moisés. El
capítulo
dedica a María once versículos de estilo legendario o mitológico. Pero
el
redactor coránico designa a María paladinamente como «hermana de
Aarón». En
efecto, este tenía una hermana llamada María, pero aquello había sido
doce
siglos antes. El resultado es que, al vincular a María con la familia
de Amrán
y presentarla como hermana de Aarón y Moisés, está presentando a Jesús
como
sobrino de Moisés y nieto de Amrán.
«Dios
eligió a Adán, Noé, la familia de Abrahán, y la familia de Amrán sobre
todo el
mundo. Son descendientes unos de otros (…)
[Recuerda]
cuando la mujer de Amrán dijo: ‘¡Señor mío! He hecho voto de entregarte
lo que
está en mi vientre. Acéptamelo. Tú eres el oyente, el omnisciente’.
Cuando ella
dio a luz, dijo: ‘¡Señor mío! He dado a luz una hembra. Bien sabe Dios
lo que ella
ha dado a luz, y que el varón no es como la hembra. Le he puesto de
nombre
María. La pongo con su descendencia bajo tu protección contra el
satanás
lapidado’.
Su Señor la
acogió favorablemente, la hizo crecer bien y encargó de ella a
Zacarías. Cada
vez que Zacarías entraba a verla en el santuario, encontraba junto a
ella el sustento.
Dijo él: ‘¡María!, ¿de dónde obtienes eso?’
Dijo ella: ‘Es
de parte de Dios. Dios provee sin medida a quien él quiere’» (Corán
89/3,33-37).
Ahí se
cuenta el nacimiento y la infancia consagrada de María en el santuario,
bajo la
tutela de Zacarías, trasladando también a este personaje
anacrónicamente. Lo
más significativo radica en que ella y su hijo Jesús quedan insertos en
el
ciclo de Moisés. No parece que se trate de un error, de una confusión
histórica
entre María la hermana de Aarón con María la madre de Jesús, sino más
bien de
algo premeditado. De este modo, el islamismo se apropia de Jesús como
un «profeta»,
situándolo dentro de la saga de los profetas («descendientes unos de
otros»),
cuya especificidad se elimina, pues entre ellos no hay «ninguna
distinción»
(Corán 89/3,84), aparte de hacerlos pasar por presuntos musulmanes.
La alusión
a Amrán es triple y muy consistente, porque se menciona «la familia de
Amrán»
(Corán 89/3,33) como preferida de Dios; luego, «la mujer de Amrán»
(89/3,35),
que consagró a Dios el fruto de su vientre; y tercero, «la hija de
Amrán»
(Corán 107/66,12), la virgen María, única vez en todo el Corán en que
se usa la
expresión «hija de». Tanta coherencia descarta que se proponga una
interpretación simbólica de ese parentesco, por ejemplo, cuando se
llama a
Jesús hijo de David (para significar su mesianidad). También queda
injustificado el intento de algunos que, sin atender a la letra del
texto
coránico, traducen Amrán por Joaquín, porque hay unos escritos
apócrifos
cristianos que llaman Joaquín y Ana a los padres de María.
El pasaje
sobre María prosigue en el versículo 42, con la historia de la
anunciación, en
términos más simplificados que en el capítulo 19. Hay de nuevo ecos del
Protoevangelio
de Santiago.
«[Recuerda]
cuando los ángeles dijeron: ‘¡María! Dios te ha escogido, te ha
purificado, y
te ha escogido entre las mujeres del mundo.
¡María! Dedícate
a tu Señor, prostérnate y arrodíllate con los que se arrodillan’. (…)
Tú no
estabas con ellos cuando echaron suertes con sus varas, para ver quién
de ellos
sería guardián de María, y no estabas tampoco con ellos cuando
disputaban.
[Recuerda]
cuando los ángeles dijeron: ‘¡María! Dios te anuncia una palabra de su
parte,
cuyo nombre es el Mesías Jesús, hijo de María, honorable en la vida de
acá y en
la última vida. Y será de los allegados.
Hablará a
los humanos en la cuna como un adulto. Y será de los virtuosos’.
Dijo ella: ‘¡Señor
mío! ¿Cómo voy a tener un hijo, cuando ningún hombre me ha tocado?’
Dijo él: ‘Así
será. Dios crea lo que él quiere. Cuando decide algo, no tiene más que
decir: '¡Sé!'
y es’» (Corán 89/3,42-47).
Caigamos en
la cuenta de que aquí son unos ángeles, en plural, los que intervienen
en la
anunciación a María, mientras que, en la versión de la sura 19, es un
espíritu
con apariencia humana (Corán 44/19,16). Y el Evangelio habla de un solo
ángel
(Lucas 1,26). Otro aspecto del que hay que tomar nota es que el Corán
no
menciona en ningún lugar el nombre ni el papel de José. Aunque es
probable que
haya un rastro de él en el versículo 89/3,44, que hace pensar en un
pasaje
apócrifo que narra la elección de José como guardián de María (Protoevangelio
de Santiago 9,1-3).
Las
restantes referencias a María, en otras suras, añaden solo unos cuantos
matices,
pero, en realidad, el personaje no interviene más y desaparece por
completo,
incluso de las alusiones que se hacen a su hijo.
«Y a causa
de su incredulidad, por haber dicho una gran infamia contra María.
Y porque
dijeron: ‘Hemos matado al Mesías Jesús, hijo de María, el enviado de
Dios’.
Ahora bien, ellos no lo mataron, ni lo crucificaron, sino que eso les
pareció.
(…) Y ellos ciertamente no lo mataron» (Corán 92/4,156-157).
«¡Gentes
del libro! No exageréis en vuestra religión, y no digáis sobre Dios más
que la
verdad. El Mesías Jesús, hijo de María, no es más que un enviado de
Dios y su
palabra, que él emitió a María, y un espíritu de él» (Corán 92/4,171).
«María,
hija de Amrán, que preservó su sexo. En ella infundimos nuestro
espíritu. Ella
declaró verídicas las palabras de su Señor y sus libros. Y fue de las
devotas»
(Corán 107/66,12).
«No creen
los que dicen: ‘Dios es el Mesías, hijo de María’. Di: ‘¿Quién podría
algo
contra Dios, si él quisiera destruir al Mesías, hijo de María, y a su
madre y a
todos los que están en la tierra? De Dios es el reino de los cielos y
la tierra
y lo que está entre ellos’» (Corán 112/5,17).
«¡Jesús,
hijo de María! Recuerda mi gracia hacia ti y hacia tu madre, cuando te
fortalecí con el espíritu del santo» (Corán 112/5,110).
«Cuando
Dios dijo: ‘¡Jesús, hijo de María! ¿Eres tú quien dijo a los humanos:
'Tomadme
a mí y a mi madre como dos dioses, además de Dios'?’ Dijo: ‘¡Él sea
exaltado!
No me corresponde decir algo a lo que no tengo derecho’» (Corán
112/5,116).
En resumen,
los versículos precedentes muestran cómo Dios la protege frente a los
que la
difaman y, de camino, se utiliza esto para condenar a los judíos,
enlazando
además con el rechazo de la crucifixión. Se insiste en que su hijo
Jesús,
palabra y espíritu que Dios le comunicó, es solo un enviado. Se le
confiere a
María la aparentemente extraña función de declarar verídicas las
palabras del
Señor y sus escrituras, pero es probable que esto solo quiera decir que
en ella
se cumplieron. Se dice que es agraciada, devota, verídica,
evidentemente no
divina, pero sí una frágil criatura a quien Dios podría exterminar si
quisiera.
En cualquier caso, todas esas declaraciones carecen de más
trascendencia,
porque ella no vuelve a aparecer más en todo el Corán.
Teniendo a
la vista los textos precedentes, llega el momento de profundizar en el
análisis, con el fin de elucidar en lo posible la significación de la
figura de
María en el credo islámico. Si observamos, la mayor parte de lo narrado
se
ocupa de su nacimiento y crianza, de la anunciación, la concepción de
su hijo y
el alumbramiento, con descripciones inspiradas en evangelios apócrifos,
y con
un ostensible desconocimiento o negligencia respecto a los evangelios
de la
infancia de Mateo y Lucas.
En el Corán
(siglos VII-IX), es manifiesta la voluntad de construir un
relato sagrado propio, que sirviera de soporte escrito a la ideología
del
sistema islámico, en forma de teología califal. Esta, en realidad,
había
heredado los temas y los personajes, pero los remodeló y los
reinterpretó para
establecer su específico paradigma dogmático, todo ello agudizando la
lucha
dialéctica por impugnar a los competidores. Si buscamos los paralelos
con el Nuevo
testamento (siglo I) en temas relevantes relacionados de alguna
manera con
el personaje de María, constatamos cómo ofrecen dos narraciones
contrapuestas, en
el marco de sendas concepciones del mundo, del hombre y de Dios, que se
excluyen
mutuamente.
El juego de
las correlaciones y las oposiciones codificadas en el relato va
saliendo a la
luz mediante la búsqueda de las interacciones internas que configuran
el texto
coránico, y ahí resalta la disonancia con los paralelos externos
correspondientes
de los escritos neotestamentarios. Tras examinar el sentido de la
polémica en
varios temas, la conclusión que se desprende es que el sistema de
creencias
coránico está elaborado en confrontación teológica con el sistema
cristiano,
como un nivel de la guerra librada en la invasión y conquista de los
territorios bizantinos y persas. Exponemos la comparación en doble
columna,
para percibir mejor las diferencias y desvelar los contrastantes
significados.
1. La
anunciación a la virgen María
Si
cotejamos la anunciación en un templo descrita
en el Corán con la anunciación
en casa de María, en Nazaret, narrada
en el Evangelio de Lucas, podemos observar cómo se contraponen
ambas
versiones.
Corán:
«Entonces le enviamos
nuestro espíritu,
que se le presentó como un humano completo. (…) Dijo: ‘Yo soy un
enviado de tu
Señor para darte un niño puro’.
Ella dijo: ‘¿Cómo
voy a tener un niño,
cuando ningún hombre me ha tocado, y nadie ha abusado de mí?’ Dijo él:
‘¡Así
será! Tu Señor dice: 'Es fácil para mí. Y haremos de él un signo
para
los humanos y una misericordia de nuestra parte'. Es un asunto
decidido’»
(Corán 44/19,17-21).
Nuevo
testamento:
«A
los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de
Galilea,
llamada Nazaret, a una joven prometida con un hombre del linaje de
David,
de nombre José; la joven se llamaba María. (…)
El
ángel le dijo: ‘No temas, María, porque has hallado gracia delante de
Dios.
Pues, mira, vas a concebir, darás a luz un hijo y le pondrás de nombre
Jesús’
(…)
María
dijo al ángel: ‘¿Cómo sucederá eso, si no conozco varón?’
El
ángel le contestó: ‘El Espíritu Santo bajará sobre ti y el poder del
Altísimo
te cubrirá con su sombra’» (Lucas 1,26-35).
El relato
coránico sitúa a María creciendo como consagrada en un templo,
innominado y
desubicado (aunque se pueda presumir que fuera el de Jerusalén, pero no
lo
dice). En aquel templo, fue escogida por Dios y recibió el anuncio por
parte de
un espíritu (Corán 44/19,16), o de unos ángeles (Corán 89/3,42 y 45).
Ninguno
de los Evangelios canónicos habla de tal estancia de María en el
templo,
encomendada al cuidado de Zacarías. Por su parte, la narración de Lucas
habla
de un solo ángel, Gabriel (Lucas 1,26) y sitúa la anunciación en su
casa de
Nazaret, en Galilea. Así, pues, observamos una sustitución del
contexto, que
borra las huellas del lugar (además de la evidente alteración de época,
como
veremos, que la retrotrae al tiempo de Moisés, donde, por cierto, aún
no
existía el templo de Jerusalén).
2. El
nacimiento de Jesús
El Corán, que
sitúa el nacimiento de Jesús en un desierto, se
contrapone a la narración del nacimiento de Jesús en Belén
según los Evangelios
de Mateo y Lucas.
Corán:
«Quedó embarazada
y se retiró con él a un lugar lejano. Luego, los
dolores de parto la hicieron ir al tronco de la palmera» (Corán
44/19,22-23).
Nuevo testamento:
«Subió
José desde Galilea (…) a la ciudad de David, que se llama Belén (…) con
María
su esposa, que estaba encinta. Estando allí, le llegó el tiempo del
parto y dio
a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo acostó en
un
pesebre» (Lucas 2, 4-7).
El relato
coránico dice que María dio a luz en un desierto, apoyada en el tronco
de una
palmera; aunque en otro versículo dice que en una colina (Corán
74/23,50); en
ambos casos, sitios sin nombre. Los evangelistas cuentan que fue en
Belén de
Judea, en tiempos del rey Herodes (Mateo 2,1; Lucas 2,5-6). Observemos
cómo el
redactor coránico ha suprimido las referencias contextuales concretas:
silencia
o trabuca los tiempos en que ocurren los hechos y no dice nada acerca
de los
lugares, como Nazaret, Belén, Egipto, Jerusalén; y además borra a José.
En
todos los casos, se efectúa la descontextualización espacial y temporal
con una
finalidad. De ese modo se consigue un nivel de abstracción, y esta
supone un
paso previo que facilita la apropiación de la historia y del mensaje:
al borrar
las huellas geográficas e históricas, la historia sin contexto se
vuelve
susceptible de alterar su significación, en un sentido más acorde con
la
ideología islámica.
3. La
ascendencia familiar
El Corán
elabora una historia enrevesada, en la que inserta a María en la familia
de
Amrán, el padre de Moisés y Aarón, mientras que los Evangelios
sostienen
que tanto ella como José entroncaban con la familia de David.
Corán:
«Luego,
vino a su gente llevándolo. Ellos dijeron: ‘¡María! Has hecho algo
inaudito. ¡Hermana
de Aarón! Tu padre no era un malhechor, y nadie abusó de tu madre’»
(Corán
44/19,27-28).
Nuevo testamento:
«También José, que era del linaje y familia
de David,
subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que
se
llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa, María, que
estaba
encinta» (Lucas 2, 4-7).
Mediante
esa genealogía que convierte a María en la hermana de Aarón, se
consigue el
efecto de que Jesús pertenezca al linaje de Moisés. El Corán afirma que
Amrán y
su esposa son los padres de María, como lo son de Aarón y Moisés. A
este aserto
tan extraño que llama a María «hermana de Aarón» (Corán 44/19,28;
89/3,33-37),
algunos han intentado darle un sentido simbólico. Pero es que no solo
se la
llama hermana de Aarón, sino que este parentesco se remacha
explicitando que es
«hija de Amrán» (Corán 107/66,12). Por consiguiente, lo que hace el
Corán es
vincular a Jesús con la parentela de Moisés. Y como Moisés vivió en el
siglo
XIII antes de nuestra era, entonces Jesús queda adscrito a una familia
equivocada, en un tiempo totalmente anacrónico. Sin embargo, la
maniobra
comporta un significado muy claro: al adscribir a Jesús a la familia de
Amrán, se
logra sustraerlo de la estirpe mesiánica representada por la «familia
de David»,
a la que lo vinculan los Evangelios (Mateo 1,1; Lucas 2,4).
4. La
filiación de Jesús
La discrepancia
más fuerte está en la
calificación coránica de Jesús como hijo de María, frente al
título de hijo
de Dios, que le dan los Evangelios.
Corán:
«Los ángeles
dijeron: ‘¡María! Dios te
anuncia una palabra de su parte, cuyo nombre es el Mesías Jesús, hijo
de
María’» (Corán 89/3,45).
«El Mesías Jesús,
hijo de María, no es
más que un enviado de Dios y su palabra que él comunicó a María, y
un
espíritu de él» (Corán 92/4,171).
«No
creen los que dicen: ‘Dios es el Mesías, hijo de María’» (Corán
112/5,17).
Nuevo
testamento:
«Por
eso al que va a nacer lo
llamarán santo, Hijo de Dios» (Lucas 1,35).
«Simón Pedro
tomó la palabra y dijo: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’.
Jesús
le respondió: ‘Bienaventurado tú, Simón,
hijo de Jonás. Porque eso no te lo ha revelado la carne ni la sangre,
sino mi
Padre del cielo’» (Mateo 16,16-17).
El texto
coránico evoca cómo la maternidad de María estuvo rodeada de sucesos
extraordinarios: su hijo fue anunciado como Palabra y Espíritu
procedente de
Dios, y sería un «signo» junto con ella, etc. Pero esta
excepcionalidad, que de
algún modo se acerca al cristianismo, deja luego de tener la menor
trascendencia.
De ella no se vuelve a hablar más. Y a Jesús, pese a llamarlo Mesías,
se lo equipara
a un simple profeta. La clave de esa insistencia en presentar a Jesús
solamente
como «hijo de María», reside en que, con esta calificación se está
negando que
sea «hijo de Dios». El mismo sentido de rechazo de la filiación divina
connota
el decir que es «allegado» a Dios (Corán 89/3,45), una manera de decir
que no
es «hijo». Con un recurso lingüístico semejante, es calificado como
«honorable»,
una forma sibilina de significar «no adorable» (Corán 89/3,45).
5. La
misión propia de Jesús
Jesús viene al
mundo con una misión, pero, para el Corán, el cometido
de la actividad de Jesús se limita a ser el de un siervo enviado como
profeta que confirma la Ley de Moisés. En cambio, los Evangelios
presentan
desde el principio la misión de Jesús como salvador de la
humanidad.
Corán:
«Dijeron: ‘¿Cómo
vamos a hablar a uno que
está en la cuna, un niño?’ Él dijo: ‘Yo soy el siervo de Dios.
Él me ha
dado el libro y me ha hecho profeta’»
(Corán 44/19,29-30).
«He venido para confirmar
lo que está
antes de mí en la Torá» (Corán 89/3:50).
Nuevo testamento:
«El
ángel les dijo: ‘No
temáis, mirad que os traigo una buena noticia, una gran alegría que lo
será
para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un
Salvador,
que es el Mesías Señor’» (Lucas 2, 10-11).
«Justificados
por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en el
Mesías
Jesús» (Romanos 3,24).
En el
relato coránico, María sirve como instrumento narrativo para negar el
carácter
divino de su hijo Jesús: cuando, estando todavía en la cuna el niño, es
emplazado por ella, de modo que pronuncia todo un discurso,
precisamente para
declarar que él es «siervo de Dios», a quien llama «Señor» en lugar de
Padre
(Corán 44/19,29-36). De este modo, la misión de Jesús, designado como
siervo y
profeta que confirma lo revelado por las escrituras anteriores,
sustituye a la misión
del Mesías como Salvador y redentor de la humanidad. La estrategia del
Corán, dirigida
contra los Evangelios, persigue descartar a la vez la filiación divina
de Jesús
y la idea cristiana de salvación. Porque la teología del islam rechaza
de plano
la teología cristiana de la encarnación y de la redención.
6. La
crucifixión de Jesús
Según la
interpretación prácticamente unánime del Corán, Jesús el Mesías no
fue
crucificado, sino que otro habría ocupado su lugar en la cruz. En
los Evangelios,
sin embargo, el relato de la pasión y muerte es fundamental, y su madre
es
testigo: María está al pie de la cruz de Jesús.
Corán:
«Sin embargo, no
lo mataron, ni lo crucificaron, sino que eso
les pareció» (Corán 92/4,157).
Nuevo testamento:
«Estaban de
pie junto a la cruz de
Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María
Magdalena» (Juan 19,25).
En el texto
coránico, puede verse que la negación de la crucifixión y la muerte de
Jesús está
inscrita en un contexto de enfrentamiento con los judíos. El versículo
anterior
los acusa de haber infamado a María por su embarazo. Y a continuación
es cuando
dice: «[Los judíos] no lo mataron, ni lo crucificaron, sino que eso les
pareció. (…) Ellos ciertamente no lo mataron» (Corán 92/4,156-157).
Pero, con
esta recusación, que no admite siquiera el hecho histórico de la
crucifixión, el
Corán está desacreditando los Evangelios cristianos (por ejemplo,
Marcos,
capítulo 15). Al mismo tiempo, los autores del Corán están suprimiendo
una
experiencia capital de la vida de María, a quien los Evangelios
recuerdan al
pie de la cruz en el Gólgota (Juan 19,25), y por tanto como testigo de
la
crucifixión. No es la única censura ejercida sobre el personaje de
María, pues
descubrimos también un sospechoso silencio con respecto a otros
momentos clave,
como María en las bodas de Caná al principio de la actividad de Jesús
(Juan
2,13), o en el acontecimiento de Pentecostés (Hechos 1,14).
7. El
concepto de Dios
La polémica
en torno a la unidad de Dios lleva al Corán a planteamientos muy
confusos, por ejemplo,
cuando parece que acusa a los cristianos de tener a Jesús y a María
como dos
dioses además de Dios. Desde el punto de vista cristiano, el Corán
malinterpreta,
quizá a propósito, la teología trinitaria de Dios Padre, Hijo y
Espíritu
Santo, cuyo significado no implica necesariamente la dogmática
posterior.
Corán:
«Cuando Dios dijo:
‘¡Jesús, hijo de María! ¿Eres tú quien dijo a los
humanos: 'Tomadme a mí y a mi madre como dos dioses, además de Dios'?’»
(Corán 112/5,116).
Nuevo testamento:
«Id, pues, y haced
discípulos a todos los
pueblos, bautizadlos en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo»
(Mateo 28,19).
«Yo y el Padre somos
uno» (Juan
10,30).
«El Espíritu
Santo, que el Padre
enviará en mi nombre, os lo irá enseñando todo» (Juan 14,26).
Seguramente,
la disputa sobre el concepto de Dios lleva al Corán a hostigar a los
«asociadores»,
que ponen otros dioses junto al único Dios, al menos en parte dirigida
contra
el cristianismo. El islam ataca la concepción trinitaria del monoteísmo
cristiano, que malentiende como si fuera un triteísmo. De ahí, la
invectiva
contra la teología cristiana, en la que formula una extraña versión de
la trinidad,
compuesta por Dios, Jesús y María, según la cual María sería tenida por
diosa
(Corán 112/5,116-118). De manera muy conveniente para sus propósitos,
el Corán
hace intervenir al mismo Jesús para rechazar semejante dislate, así
como para desmentir
su propia divinidad.
Por otro
lado, el Corán menciona una veintena de veces al espíritu, en relación
con
Dios, y tres veces usa la expresión «espíritu santo» (Corán 70/16,102;
87/2,87;
87/2,253), pero esquivando toda consideración teológica al respecto. En
resumen, la teología coránica, en su concepto de Dios, se caracteriza
por omitir
toda designación de Dios como Padre, desmentir la encarnación del Logos
divino
y desdibujar la presencia del Espíritu Santo.
Sin entrar
a discutir el tema, baste señalar que los textos cristianos ponen en
boca de
Jesús el llamarlo Padre (Marcos 14,36). Además, María está en compañía
de los
apóstoles, la iglesia naciente, cuando experimentan la venida del
Espíritu
Santo: «Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu,
junto
con algunas mujeres, además de María, la madre de Jesús, y sus
hermanos. (…) Al
llegar el día de Pentecostés estaban todos reunidos en el mismo lugar.
De
repente (…) quedaron todos llenos del Espíritu Santo» (Hechos 1,14 y
2,1-4).
8. La
naturaleza de la revelación
Las páginas
coránicas, en múltiples pasajes, repiten la idea de que Dios
hace descender un libro sobre cada profeta, y emplea ese mismo
esquema en
el caso de Jesús. Para la teología del Corán, lo que desciende, o se
revela, es
siempre un libro. Por el contrario, en el cristianismo, los textos son
derivados, escritos por autores de la iglesia. Los Evangelios no son
libros
sacralizados como tales. Lo que desciende de Dios es una persona,
que,
además, luego no entrega ningún libro, sino que comunica el Espíritu
santo.
Corán:
«Siendo un niño en
la cuna, dijo: ‘Yo soy el siervo de Dios. Él me
ha dado el libro y me ha hecho profeta’» (Corán 44/19,29-30).
«El mes de
ramadán, en el que descendió el Corán como dirección
para los humanos» (Corán 87/2,185).
«María (…)
En ella infundimos nuestro espíritu. Ella declaró verídicas las
palabras de
su Señor y sus libros. Y fue de las devotas» (Corán 107/66,12).
Nuevo
testamento:
«Darás a luz un hijo y le pondrás de nombre
Jesús. Será grande y se llamará Hijo del Altísimo, y el
Señor
Dios le dará el trono de David, su antepasado; reinará en la casa de
Jacob para
siempre y su reino no tendrá fin» (Lucas 1,31-33).
«Y la Palabra
se hizo hombre, acampó entre nosotros, y hemos
contemplado su gloria, la gloria que como Hijo único recibe de
su padre,
lleno de gracia y de verdad» (Juan 1,14).
«Cuando venga el Espíritu de la verdad,
os guiará hacia la verdad completa» (Juan 16,13).
Así, pues,
en todo el Corán, lo más sagrado que procede de Dios es un libro.
Incluso el
relato acerca de María, en el capítulo 19, comienza diciendo «recuerda
en el
libro a María» (Corán 44/19,16). Lo que desciende de Dios son siempre
libros,
sobre todo la Torá, el Evangelio y el Corán. Supuestamente todos
transmiten el
mismo mensaje divino, si bien, al final del trayecto, el Corán pretende
reemplazar
a los otros dos. Cuando menciona a la agraciada María, le atribuye la
función
de declarar verídicos las palabras y los libros (Corán 107/66,12),
afirmación
que quizá haya que entender en el sentido de que en ella se cumplió lo
que
decían las escrituras; aunque, sin duda, no faltará quien interprete
que ella autentificó
el Corán.
En
síntesis, la versión coránica de Jesús el hijo de María dice que fue
enviado
como profeta y, que recibió un libro, que simplemente confirma lo que
ya está en
la Torá. En su vida, se comportó como un buen musulmán: hacía el azalá
y pagaba
el azaque, mandaba temer y obedecer, exhortaba a sus apóstoles a
combatir en la
yihad (Corán 89/3,52), y hasta habría anunciado la futura llegada de
Mahoma
(véase el próximo capítulo, dedicado a Jesús en el Corán). En tales
términos, la
mesianidad se reduce, sola y exclusivamente, a ser profeta del islam.
La tesis definitiva
estriba en que la revelación por antonomasia es el libro recibido por
el
predicador árabe y en la práctica divinizado por el islam.
En ese
proceso de canonización del Corán, podemos comprobar cómo se ha
recurrido a una
táctica sorprendente, y es que el texto se sirve del descenso de la
palabra de
Dios sobre María, en la anunciación, como molde literario para
escenificar el
descenso del Corán, pretendida palabra de Dios, sobre Mahoma, en la
llamada noche
del destino: «Los ángeles y el espíritu descienden en ella, con permiso
de su
Señor, para ordenarlo todo» (Corán 25/97,4). En contraste con este
bibliocentrismo, y su infundada proyección sobre el cristianismo,
sabemos que
Jesús ni recibió, ni entregó, ningún libro conteniendo el Evangelio,
sino que
los Evangelios fueron escritos años más tarde, a partir de los
recuerdos del
impacto causado en sus discípulos por su persona y su palabra, su vida
y su
muerte.
Para completar
la galería de las comparaciones y los contrastes, habría que resaltar
las
constantes advertencias y amenazas de castigos terribles que recaerán
sobre los
desmentidores de la dogmática coránica: «¡Ay de los que no hayan
creído, cuando
llegue el testimonio del gran día» (Corán 44/19,37). En ese día del
juicio
final (Corán 92/4,159), el mismísimo hijo de María oficiará de testigo
contra
los discrepantes. Y Dios los arrojará al infierno. Pero, mientras
tanto, en
este mundo, la sociedad de los seguidores de Mahoma tiene el deber de
anticipar
el castigo, llevando a cabo la yihad en el camino de Dios: «Combatid
contra
ellos hasta que no haya más subversión, y que toda la religión sea de
Dios»
(Corán 88/8,39).
En definitiva,
en el Corán, María aparece reinterpretada islámicamente, como un sujeto
cuya
historia emite significados a todas luces disonantes respecto a los del
Evangelio.
Los escribas del Corán utilizaron a la madre con el fin de rebajar
teológicamente a su hijo Jesús, como medio para desprestigiar al
cristianismo,
con el que se enfrentaban. Una María resignificada sirve de instrumento
semiótico para expropiar a Jesús de los atributos con los que lo
categoriza la
teología del Nuevo testamento.
Esa
polémica formaba parte de la lucha del protoislam conquistador contra
los
competidores, en un entorno donde los cristianos eran numerosos entre
los
mismos árabes. Porque «la imagen de una Arabia dominada por el
paganismo en la
víspera del islam no tiene verdadero fundamento histórico. Es una
construcción
de la apologética musulmana para subrayar la degradación de la yahiliya
[tiempo de ignorancia] y oponerlo a la acción salvadora del profeta del
islam»
(Robin y Tayran 2012: 549).
La controversia
teológica era una faceta de la confrontación con la cristiandad
bizantina,
siria y mesopotámica, preludio de la posterior expansión que destruyó
la
cristiandad norteafricana y parte de la europea. Porque no cabe negar
que el
Corán surgió como artefacto ideológico de los invasores sarracenos,
como la legitimación
religiosa de la yihad desplegada sobre el terreno, en las campañas
militares
que causarían la devastación de la civilización cristiana en Oriente
Medio,
norte de África e Hispania.
En el
estrato más primitivo de la redacción del Corán se detecta el interés
por
elaborar un sincretismo religioso que pudiera unificar a los
sarracenos, denominados
mahgrāyē en siríaco, muhāŷirūn
en árabe (que significa los «emigrados»,
los de la hégira), y a sus aliados judíos, sirios y persas. Esta
orientación
sincrética abierta habría permanecido hasta los últimos omeyas y los
primeros
abasíes. Pero, desde entonces, los escribas califales fueron agudizando
la
polémica y el antagonismo, tanto con la cristiandad oriental como con
la
cristiandad imperial bizantina. El texto final, como lo prueban los
manuscritos
más antiguos, fue sometido a borraduras, tachaduras, reescrituras e
interpolaciones, mediante las cuales se buscó reconvertir al Mesías
Jesús en
adalid de la causa islámica, para, más adelante, sustituirlo poniendo
en su
lugar a Mahoma. Una suerte similar corrió la historia de la madre de
Jesús,
tomada de evangelios apócrifos y convertida en la María mahometana del
Corán.
Las menciones de
María en el Corán atestiguan una componente cristiana, heredada
inicialmente del nazarenismo por Mahoma y los suyos. Pero, al mismo
tiempo,
como hemos analizado, esas menciones efectúan una remodelación y
asimilación de
su figura, utilizada para reforzar la cristología coránica, y ser en
seguida abandonada
y olvidada.
No obstante,
parece que hubo una consideración, e incluso veneración, más
patente hacia María, al principio, cuando el islam primitivo aún no se
había
islamizado del todo. Hay indicios de ello en el hecho sorprendente,
relatado
por los hadices, de que en la caaba de La Meca había dos iconos que
Mahoma había
respetado: uno de la Virgen María con el niño Jesús y otro de Abrahán.
Como ya hemos
expuesto, el Corán refiere la historia de María en dos
versiones distintas, una en el capítulo 3 y otra en el 19. Ambas
mezclan
elementos heteróclitos, procedentes de fuentes dispares y de
reescritos. Sin puntualizar
todos los detalles, el análisis nos da pie para formular una hipótesis
que
discierne las capas redaccionales que se fueron sedimentando en el
texto:
Capa A. Los
versículos sobre la infancia de María, bajo la tutela de
Zacarías, implican, gracias a este personaje, una datación temporal
precisa y
adecuada a la época en que vivió María.
Capa B. Los
relatos sobre la anunciación, sea por
medio de un espíritu revestido con forma humana (capítulo 19), o por
medio de
unos ángeles (capítulo 3), y otros elementos narrativos como el retiro
a un
lugar lejano, el parto bajo una palmera y el regreso a su familia,
están
tomados de escritos apócrifos y carecen de especificación temporal.
Capa C. Más tarde,
los capítulos 3 y 66 vinculan a María con una
genealogía muy lejana en el tiempo, insertándola en la familia de
Amrán, como si
fuera hermana de Aarón y Moisés. Estos, según la Biblia, tienen una
hermana con
ese nombre, pero es otra María completamente distinta. En un primer
momento, no
sabemos a qué viene ese salto anacrónico tan extraño, y quizá pensemos
que se
trata de una equivocación. Pero su significado acaba poniéndose de
manifiesto. Al
establecer el encadenamiento de familia de Amrán – mujer de Amrán →
hija de
Amrán (María) → hijo de María (Jesús) se ha encontrado un mecanismo
mediante el
cual, en última instancia, se asocia a Jesús con el linaje de Moisés
(hijo de
Amrán, hermano de Aarón y de María). De este modo, se ignoran y
obliteran las
genealogías de los Evangelios cristianos, ya sea la de Mateo (1,1-16) o
la de
Lucas (3,23-38), que, por más que difieran entre sí, coinciden en
destacar que Jesús
desciende de David, que representa la estirpe mesiánica. Así, sin
decirlo
abiertamente, el Corán priva a Jesús de su linaje mesiánico, a fin de
despojarlo simbólicamente de su mesianidad.
Un corolario de
esa anomalía genealógica es que la insistente designación
de Jesús como «hijo de María» constituye la forma utilizada para negar
la
calificación evangélica como «hijo de David» e «hijo de Dios». Y por
supuesto, se
está rechazando la definición de María como «madre de Dios», proclamada
en el concilio
de Éfeso (año 431). A la figura de María, reconfigurada e islamizada,
le
encomienda el Corán la delicada tarea de desmentir el estatus divino de
su
hijo. De este modo, la manipula para cumplir una función auxiliar en la
yihad
teológica contra las iglesias cristianas y contra Bizancio.
En la génesis del
islamismo como sistema semiótico independiente, con un
lenguaje de signos autónomo, detectamos numerosas mutaciones que se
produjeron
en sintonía y en la misma dirección. Hubo una evolución ideológica que
sedimentó
nuevas capas textuales y semánticas, resultado de un trabajo de
paulatina
adaptación al contexto real de enfrentamiento con el cristianismo, al
que
sentían necesidad de combatir también en el plano teológico. Por ello,
el Corán
se alejó, cada vez más, de sus propios orígenes judíos y cristianos.
Porque se fue
definiendo por oposición a ellos. Ese mismo fenómeno de superposición
de
estratos se reitera en otros aspectos, como en los siguientes ejemplos
ilustrativos.
La comunicación
del Espíritu santo:
(A) expresada con
respecto a María y Jesús (Corán 73/21,91; 107/66,12),
connotaba libertad y relación inmediata con Dios;
(B) fue luego
relevada por el insistente requerimiento de obediencia a
Mahoma (Corán 89/3,32);
(C) y, al final,
quedó la obediencia a Mahoma y a quienes tienen el poder
como única mediación entre Dios y los hombres (Corán 92/4,59).
Las normas de
comportamiento:
(A) se
presentaban, una y otra vez, solo como una confirmación de la Ley
de Moisés y sus mandamientos;
(B) de ahí se pasó
a postular la sumisión ante lo dispuesto por el
enviado de Dios (Corán 92/4,80);
(C) y
posteriormente la voluntad de Dios se identificó, tal cual, con las
estipulaciones legales recogidas en el derecho islámico, que hay que
cumplir
estrictamente.
El estatus de
mediador entre Dios y los hombres:
(A) primero se
asignaba al Mesías Jesús (Corán
63/43,63);
(B) se desplazó al
profeta Mahoma (Corán 92/4,105; 102/24,56);
(C) y, al final,
fue asumido vicariamente por la autoridad del califa.
Respecto a la
llegada del reino prometido:
(A) según el
Corán, María y Jesús serían constituidos en «signos» ante el
mundo de parte de Dios (Corán 73/21,91; 89/3,49);
(B) pero luego el
predicador Mahoma, que no hizo signos milagrosos (Corán 50/17,90-93), fue quien
se levantó como profeta armado, convocando al combate
milenarista (Corán 88/8,65);
(C) finalmente, se
implantó y extendió un reino terrestre, por medio de la
violencia militar, sacralizada como yihad (Corán 106/49,15).
En cuanto a la
distribución de bienes y oportunidades:
(A) el Corán
conservó huellas del banquete eucarístico, modelo
igualitario de Jesús y sus discípulos (Corán 112/5,111-115);
(B) ese modelo fue
reemplazado por el del botín: Mahoma, tras las
primeras victorias bélicas, dictó normas para el reparto desigual del
botín (Corán
88/8,41), mientras compensaba a los caídos con la promesa del paraíso
(Corán
92/4,100);
(C) y, por último,
se organizó la sociedad islámica, la umma, con
un sistema jerarquizado, discriminatorio para las mujeres (Corán
92/4,34) y
excluyente para los no musulmanes (Corán 113/9,29).
Finalmente,
recordemos que la principal clave de interpretación del Corán
reside en la doctrina de la abrogación, según la cual lo que dice un versículo puede resultar
anulado, en todo o en parte, por lo revelado en otro posterior. Para
justificarlo suelen citar ciertas aleyas del Corán (70/16,101;
87/2,106;
96/13,39). Conforme a esta doctrina, quedan lejos y sin valor los
signos y el
espíritu asociados inicialmente con María y con Jesús, porque las
posiciones
definitivamente válidas para el sistema islámico son las que hemos
marcado con
la letra «C», esto es, el parentesco de María con Moisés, la mediación
única de
Mahoma, el sometimiento a la Ley islámica, la autoridad teocrática del
califa, la
obligación del combate armado por el islam, y la implantación de un
orden
social discriminatorio y excluyente.
La figura de María
en el Corán, si la
contrastamos con la del Nuevo testamento, nos resulta extraña y
carente
de toda función propia sustantiva. Aparte el relato doblemente apócrifo
de su
maternidad, que sirve para introducir al Mesías Jesús desde el punto de
vista
coránico, y además de su inserción en una genealogía disparatada, se la
adorna,
como hemos visto, con unos cuantos atributos encomiásticos: preservó su
virginidad, recibió el espíritu, sería un signo para la gente, fue
agraciada, devota
y verídica. Pero, si caemos en la cuenta, todo esto no tiene más que un
carácter declarativo e incidental, sin la menor repercusión en todo lo
que
después se lee. Podemos
deducir que María nunca es, por sí misma, destino de la significación,
sino más
bien un medio de producir significados para otro, para su hijo. Y ambos
instrumentalizados, finalmente, para reforzar los puntos de vista del
Corán.
De los análisis
precedentes, cabe extraer una serie de conclusiones
que recapitulamos a continuación, dejando
que cada cual haga su propia valoración.
1. Respecto a la
figura de María, escogida por Dios, el Corán echa mano
de algunos fragmentos de los apócrifos para construir su peculiar
versión de la
mariología, centrada solo en su infancia y su maternidad. El motivo de
insertar
esta historia hay que buscarlo en el contexto donde surgió el islam
primitivo,
una sociedad ampliamente cristianizada, en la que, pese a las
discrepancias entre
las iglesias, la devoción a María era muy importante y era compartida
por todas
ellas. Resultaba imprescindible pronunciarse.
2. Las alabanzas
iniciales propician el
efecto de mahometizar a María, con el fin de sacar beneficio de la
devoción
existente hacia ella en pro de los intereses del poder islámico, el
mismo que
configuró el contenido del Corán. Pero tan eminentes predicados
quedaron en
afirmaciones vacuas, porque, después del nacimiento de Jesús, el
personaje de
María desaparece por completo: ni hace ni dice nada más.
3. Pese a ser
«escogida» entre las mujeres del mundo y «purificada» (Corán
89/3,42), la descripción que se hace de su comportamiento no es tan
ejemplar,
sino más bien ambigua, pues se la pinta como desesperada, cuando, al
llegarle
los dolores del parto, deseaba haber muerto (Corán 44/19,23); o cuando
estaba
dispuesta a mentir para disimular lo que le había pasado (Corán
44/19,26).
4. En todo el
relato, María está sola y va sola a dar a luz. Esto es: el
Corán ha borrado a su esposo José, que, sin embargo, está muy presente
en los
apócrifos utilizados, en el Protoevangelio de Santiago, el Evangelio
árabe de la infancia o el Evangelio del Pseudo-Mateo. Y,
por
supuesto, en los Evangelios canónicos. Esto no puede ser casual: si
«estaba
desposada con un hombre de la casa de David, de nombre José» (Lucas
1,27),
borrarlo equivale a otro modo de borrar la vinculación con la estirpe
mesiánica.
5. En idéntico
sentido, la demostrada alteración de la genealogía de
María, «hermana de Aarón», esconde mayor alcance de lo que parece a
primera
vista. El cambio que la vincula con Moisés, y no con David, entraña un
significado implícito de gran calado: David, como rey de Israel, fue
ungido
(eso quiere decir mesías), y en la tradición judía era considerado como
el
epónimo del linaje mesiánico. El Mesías tenía que ser descendiente de
David, «hijo
de David». Por consiguiente, la operación de desposeer a Jesús de su
pertenencia a la casa y familia de David, para emparentarlo con la
«familia de
Amrán», constituye una forma tácita y subrepticia de invalidar su
estatus de
mesías.
6. Otro punto
donde queda patente la manipulación de los redactores es
cuando hacen que María emplace a su hijo, recién nacido, para que hable
y declare
que él solo es un sirviente de Dios y un profeta como los demás (Corán
44/19,30), de modo que así reniegue de su estatus divino.
7. Las dos ocasiones en
que el Corán afirma que Dios hará de María, junto con su hijo, un
«signo» no
poseen ningún significado especial, puesto que ser signo es algo que el
Corán repite
con mucha frecuencia de muchos profetas e incluso de algunos
acontecimientos. A
lo sumo, María y su hijo son «signo» solamente del significado que el
propio
Corán les confiere. Y, como sabemos, un significado delimita su valor
por
respecto a otros significados con los que se correlaciona y a los que
se opone,
sin olvidar el referente de las prácticas a las que remite, en este
caso, la
confrontación con el cristianismo.
8. El
calificar a María como «devota», que se
prosterna ante su Señor (Corán 89/3,43; 107/66,12), equivale a una
manera indirecta
de conceptuarla como «no objeto de devoción», con lo cual se toma
posición en
contra del culto mariano, que estaba muy difundido en las iglesias
cristianas.
9. Aunque
el personaje de María desapareció pronto en el relato coránico, no
obstante
permanecía su presencia indirecta en el apelativo de Jesús como «hijo
de María»
(repetido 23 veces), cuya razón, en el uso coránico, como ya hemos
dicho, es
patente: se emplea como fórmula para negar la filiación divina del
Mesías. Pues
ahí «hijo de María» quiere decir «no hijo de Dios». Se utiliza a María
como una
especie de operador lógico que, a cada paso, redefine a Jesús desde el
dogma
islámico.
10. El
Corán, que habla profusamente del «hijo de María», no utiliza ni una
sola vez la
expresión «madre de Jesús». No sabemos si le incomoda el tema de la
maternidad
de María, pero está claro que su rechazo frontal se dirige contra la
creencia
cristiana que la designa «madre de Dios» (Θεοτόκος). Hay un versículo
en el que
parece mofarse de ella, ridiculizando la idea de que se la considere
como una
diosa, además de Dios (Corán 112/5,116).
En definitiva, la
figura de María, mencionada fugazmente en el Corán,
solo hasta el nacimiento de su hijo, cumple los objetivos
anticristianos que se
le han encomendado y, acto seguido, se la hace abandonar la escena. No
encontramos
la menor alusión a su papel en la vida de su hijo adulto, que, por lo
demás, es
casi totalmente silenciada: nada de bodas de Caná, nada de oír la
predicación entre
la muchedumbre, nada de estar al pie de la cruz, nada del día de
Pentecostés.
El Corán, en su
texto definitivo, se yergue como un antievangelio que se
opone a la divinidad de Cristo: lo reviste como profeta islámico y
cuestiona
incluso, sibilinamente, su mesianidad. La escritura y reescritura del
texto
coránico estaba supeditada a la legitimación, autonomización y
autorreferencia del
nuevo sistema de dominio militar, que se quiso hacer pasar por
realización del
mítico reino de Dios. Para ello, históricamente, primero se anunció al
Mesías
que iba a venir, en el momento de la conquista de Jerusalén, para
acaudillar
los ejércitos e imponer el reinado milenarista sobre todas las
naciones. Poco después,
en medio de las guerras y tras la inesperada victoria sobre los
imperios,
seguida de la instauración del poder sarraceno, se recuperó el
caudillaje del
profeta armado Mahoma, como nuevo mediador de la salvación. Y para
ello, había
necesidad de disminuir y neutralizar la función del Mesías Jesús. La
figura de
su madre se utilizó como un recurso simbólico eficaz: las grandes
prerrogativas
se quedaron en retórica apócrifa. Como balance, María, en el Corán,
quedó
reducida a desempeñar un papel de cariátide del edificio islámico.
Estas conclusiones
son coherentes con la tesis más general de que el
islam y el Corán se formaron históricamente a partir del movimiento
mesiánico
de los judíos nazarenos, al que se adhirieron los árabes sarracenos
comandados
por Mahoma y Omar. Tras ellos, el califato y el libro resultaron de las
guerras
libradas en un doble plano, el de las armas y el de las creencias. El
poder
califal seleccionó, luego, los contenidos del texto en orden a reforzar
su
propia legitimidad, controlando los cánones éticos y jurídicos, las
obligaciones rituales y la mitología ortodoxa. Y, al cabo de un siglo,
aquel
sistema alcanzó su autonomía como una nueva religión, caracterizada por
una
lucha a muerte con el cristianismo, el judaísmo y cualquier otra
religión que
se opusiera. Esa lucha fue su argumento fundacional. Y, desde entonces,
ha sido
su argumento permanente.
Si alguien está
interesado en un erudito estudio sobre María en el Corán,
puede buscar el de Ida Zilio-Grandi, profesora de lengua y literatura
árabe y coranóloga
en la Universidad de Venecia. Desde el enfoque que planteamos aquí,
solo
encuentro una única apreciación de esta autora con la que puedo estar
de
acuerdo, y es cuando afirma: «Muy alejada de la madre cristiana de
Cristo, ella
[María] pertenece por entero al sistema coránico e islámico»
(Zilio-Grandi
1997: 57). Es demasiado frecuente y resulta lamentable que estudios tan
exquisitamente
académicos se muestren tan acríticos y panegíricos respecto al islam.
También es
común observar, no pocas veces entre católicos, cómo se hacen grandes
elogios
de la María musulmana, celebrándola como si fuera un maravilloso puente
de
unión entre musulmanes y cristianos. Nada más injustificado, alejado de
la
verdad y pernicioso, porque no hay nada de eso. Solo es una prueba de
cómo se
pueden manejar los datos del texto sin comprender en absoluto su
significado. Si
alguien desea comprobarlo por sí mismo, aquí tiene unos ejemplos con su
enlace
a Internet:
María
Ángeles Corpas, María en el Corán, en Aleteia
Shahrzad
Houshmand Zadeh, María en el Corán, en Vida Nueva Digital
Margarita
Rodríguez, La María de los musulmanes, en BBC
Mundo.com
Hoy está de
moda entre muchos cristianos el sentirse atraídos por el «diálogo
cristiano-musulmán».
No está mal. Pero deberían conocer más a fondo el sistema de ideas que
está configurando
la mentalidad de sus interlocutores del otro lado. De lo contrario, se
dejarán
engañar por espejismos, y no irán más allá del concordismo superficial,
el
adormecimiento de la conciencia y, en última instancia, el riesgo de
disolución
de la propia fe. Existen innegables antagonismos de fondo, que son
estructurales, entre los dos sistemas semióticos, uno de los cuales se
constituyó precisamente en confrontación con el otro. No bastará la
buena
voluntad. El conflicto resulta ineludible, porque su causa está
inscrita en
textos inmutables y nunca ha cesado de demostrarse en la historia. No
sería
decente camuflarlo.
Bibliografía
citada
Robin, Christian Julien (y Salim Tayran)
2012 «Soixante-dix ans avant l'islam:
l'Arabie toute entière dominée par un roi chrétien». Note
d'information. CRAI, 2012, I (janvier-mars): 525-553.
Zilio-Grandi, Ida
1997 «La Vierge Marie dans le Coran», Revue
de l'histoire des
religions, tomo 214, nº 1.
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