"ReDCE núm. 33. Enero-Junio de 2020"
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Hoy, 23 de marzo de 2020, noveno día de confinamiento, he abierto un libro muy especial. Sus hojas están en blanco y en cada una de ellas he dibujado tres columnas, señaladas con una línea roja. La primera está dedicada a nombres de personas, las otras dos son como las de los libros contables, con un debe y un haber. En una de esas columnas voy anotando cada día los abrazos y los besos que debo a amigos y amigas que no podré ver durante este período. Los que dejé de dar durante los días previos al aislamiento, cuando paraba en seco a quien se me acercaba con la idea de saludarme. Los muchos abrazos o besos que voy enviando en mensajes cada día a mi familia y a quienes me escriben para preguntarme si estoy bien y para decirme que me cuide y que no salga. No puedo evitar que me recuerden, a la vez, a mi tía Lola (la Tita, para mis hermanas y para mí) y a la canción de Léo Ferré, «avec le temps». Solo que yo no he olvidado, con el tiempo, esa voz que me decía “no vuelvas tarde y, sobre todo, no cojas frío”. Este es también un momento para la memoria de quienes se quedaron en los caminos que hemos transitado y para que ese recuerdo nos dé fuerzas para seguir.
En la otra columna escribo los abrazos y los besos que me deberán todas las personas que no veré durante estos treinta días. Casi me da miedo pensarlo porque recuerdo a mis tías de Balerma y las mejillas doloridas que me dejaban de pequeño, cuando me veían y me comían a besos. Anoto también los que me envían tantas personas queridas, algunas de las cuales hacía meses o incluso años que no contactaban conmigo y ahora escriben cada cierto tiempo para hacerme llegar su afecto. Si se pudiera medir la cantidad de ternura que está circulando por las redes, seguramente habremos superado en unos días la de bastantes años anteriores, mensajes de navidad incluidos.
Hay una economía real, que tendremos que reconstruir quién sabe cómo cuando todo esto termine. Pero hay también una economía de los sentimientos que no se ha debilitado lo más mínimo y que va creciendo día a día. En ella encontraremos todos los recursos que necesitamos para resistir y para vencer. Lo conseguiremos.
Hace ahora veinte días que nos dejó Jörg, víctima de un cáncer. El 3 de febrero tuve la primera noticia de su enfermedad, a través de Peter Häberle, y le llamé para ver cómo estaba. El día 4 yo tenía que salir de viaje para México pero quedamos en que iría a verlo a mi vuelta cuando estuviera impartiendo el curso que tenía en Milán a mediados de febrero. Ya desde Milán fui a su casa en Turín en la mañana del jueves 20. Estuvimos hablando más de dos horas, de muchas cosas, sobre todo de derecho constitucional. Estaba sereno y tranquilo, como si nos hubiéramos visto el día anterior y estuviéramos reanudando una conversación ya iniciada. Cuando me fui, me regaló un libro sobre el futuro de la constitución y nos despedimos con un abrazo. Después vino el estallido de la epidemia y la necesidad de cortar cualquier contacto físico con otras personas. Tuve la fortuna de poder darle mi último abrazo a Jörg y soy consciente del privilegio que eso supone en un momento en el que ya no es posible despedirse de los seres queridos en un trance tan difícil.
Siempre he considerado a Jörg como una especie de hermano menor. No sabría decir por qué es así. Teníamos la misma edad (incluso él era tres meses mayor que yo) pero siempre tuve un sentimiento de protección sobre él quizás debido a que era un tanto despistado en relación con las cosas prácticas de la vida. A veces tenía que ayudarle con la organización de algún viaje o sacarle de algún apuro, como cuando se ponía muy alemán en un contexto mediterráneo en plena crisis financiera. Una de sus muchas cualidades era precisamente la inocencia, una ingenuidad que le llevaba a defender sus planteamientos sin ser consciente a veces del lugar y el ambiente en que lo hacía.
Me resulta difícil precisar cuándo conocí a Jörg. Recuerdo que estuvimos hablando en Turín sobre cuándo fue la primera vez que estuvo en Granada y ninguno de los dos consiguió fijar la fecha. En realidad era de esas personas que tienes la impresión de haberlas conocido toda la vida. Empezó a acompañar a nuestro maestro en sus viajes a Granada hace ya bastantes años y después en los congresos que organizábamos desde la Fundación Peter Häberle fuera de Granada, en Italia, en Francia, en Portugal, en Alemania o en Brasil. Cuando Peter Häberle dejó de viajar fuera de Alemania por motivos de salud, Jörg siguió viniendo con nosotros allí donde alguien de la comunidad häberliana en el mundo organizaba algún encuentro. La última vez fue en Hamburgo en mayo del año pasado y unos meses antes en diversas ciudades de Brasil. Además, teníamos otros amigos alemanes e italianos comunes, así que habíamos coincidido últimamente en diversos congresos en Milán, en Salerno o en Berlín.
Guardo las fotos de todos esos congresos y en ellas suele salir Jörg con su expresión entre amable y despistada, la de un intelectual que parece estar pensando en otra cosa. Recuerdo especialmente algunos de ellos, por ejemplo, el que celebramos en Granada con un concierto en el Palacio de los Córdova que ofrecieron Peter Häberle y él. Años después repetirían concierto, con otro repertorio, en otro congreso que celebramos en Catania. La música, siempre la música, hasta el final, con la pieza de Telemann que sonó, según nos contó Antonella, en el momento de la despedida. Un vínculo que le uniría especialmente a Peter Häberle, un consuelo también para todos nosotros en las horas tristes, que tanto se han prodigado en los últimos años, como lo será para Antonella y para sus hijos.
En los días del congreso de Catania, sentados los tres (Peter Häberle, Jörg y yo) en el parque que hay junto a la «Oreja de Dionisio», en Siracusa, ideamos ese hermoso proyecto que después sería el libro «Peter Häberle. Ein Portrait», en el que Jörg prestó una inestimable ayuda en la revisión de los textos que acompañan a las fotos. Fue un hermoso regalo que preparamos para el 80 cumpleaños de Peter Häberle, el 13 de mayo de 2014, en el marco de un Congreso en Lisboa organizado por nuestro amigo Vasco Pereira da Silva. El próximo 13 de mayo teníamos también una cita en Düsseldorf en el Congreso organizado por Lothar Michael, que hemos tenido que aplazar hasta que sea posible, quizás hasta el año próximo, cuando termine la crisis sanitaria.
Sea cuando sea el Congreso de Düsseldorf, en esa cita no estará ya físicamente Jörg. Pero su ausencia no será un motivo para el olvido sino para el recuerdo. No solo porque le dedicaremos ese Congreso y porque su imagen presidirá las sesiones, sino porque la dimensión de su pérdida, oscurecida hoy por la multitud de tragedias cotidianas a las que estamos asistiendo en el mundo, alcanzará plena relevancia cuando las aguas se calmen y haya que comenzar a hablar del futuro del derecho de constitucional. Justamente el título de ese libro que me regaló la última vez que nos vimos y que guardo como un tesoro.
En la aplicación de contactos de mi teléfono mantengo los nombres de los amigos y las amigas que ya no están. Sé que no podré llamar a esos números y que, si lo hiciera, contestarían otras voces distintas a aquellas que reconocían la mía. Pero nunca he podido borrar sus nombres porque para mí eso equivaldría a darles un adiós definitivo. Voy pasando la lista cuando tengo que llamar a alguien y siempre te da algún vuelco el corazón porque sabes que detrás de ese nombre solo hay un número en el que ya no contestarán. Ahora, sin embargo, con las nuevas aplicaciones de mensajería, el nombre de Jörg sigue unido a su foto de perfil y a las fotos que le envié de algunos de los últimos congresos que hemos compartido. Ahora los nombres de las personas que nos dejaron, como el de Jörg, van unidos a un trozo de vida que seguirá ahí siempre, mientras las aplicaciones informáticas lo permitan.
En el libro de los abrazos pendientes que he abierto hoy, noveno día de confinamiento, aparece el nombre de Giorgione, como cariñosamente llamábamos a Jörg algunos de sus amigos. Sé que nunca podré devolverle ya los que le debo o recibir los que él me hubiera podido dar. Los sigo apuntando, sin embargo, cada vez que me llegan mensajes de amigos y amigas que me lo recuerdan en estos días. Desde Brasil hasta Alemania, pasando por Italia, Francia, España, Portugal o México. Quién sabe si no le llegarán también a él esos abrazos virtuales con nuestros recuerdos y nuestro afecto.
Los intelectuales nunca mueren del todo, porque su obra queda y, con el paso de los, años puede seguir inspirando la labor de las generaciones futuras. Pero las personas como Jörg no sólo seguirán viviendo a través de sus libros y sus escritos, sino también en nuestra memoria y en la amistad que compartimos. Porque son una parte muy importante de la economía de nuestros sentimientos. Con su aspecto algo despistado, su talante afectuoso, su indisimulable timidez y la bondad que irradiaba a su alrededor, Jörg ocupará siempre un lugar en nuestros corazones.
Resumen: Este texto recuerda la figura de Jörg Luther, profesor de derecho constitucional de la Universidad de Turín y recientemente fallecido.
Palabras claves: Jörg Luther, derecho constitucional
Abstract: This text recalls the figure of Jörg Luther, professor of constitutional law at the University of Turin and recently deceased.
Key words: Jörg Luther, constitutional law.
Recibido: 6 de junio de 2020
Aceptado: 8 de junio de 2020