|
|||||
|
|||||
Retrato de intensos colores, el relato de vida de la prostituta italiana Carla Corso, cofundadora en los años 80 del Comité a favor de los derechos civiles de las prostitutas y de la revista Lucciola (Luciérnaga), escrito y publicado por la antropóloga Sandra Landi en 1991, forma parte de un tipo de literatura, en el sentido lato del término, poco conocida: la de los relatos de vida de mujeres prostitutas (1). Se trata de un tipo de relato en el que no son los hombres quienes, con mayor o menor acierto, «literaturalizan» una figura femenina, la de la prostituta en este caso, como en los clásicos de la Celestina o de Moll Flanders, sino las mismas mujeres quienes narran, testimonian, reflexionan e interpretan su vida. En muchas ocasiones, las obras, tanto artístico literarias como científico sociales o de naturaleza jurídico moral, escritas por hombres han troquelado una imagen unidimensional, parcial, estereotipada, estigmatizadora e, incluso, insultante (2) de las prostitutas, frente a la cual los relatos de vida de prostitutas son una excelente fuente tanto para desmontar, cuestionar y relativizar, según los casos, esas imágenes estereotipadas y denigrantes; como, además, para adquirir una comprensión más compleja y desprejuiciada sobre el mundo de la prostitución. Carla Corso nació en Verona (Italia) en 1946. Su padre era un mujeriego que doblegaba, dominaba y atemorizaba a su madre, a quien pegaba con frecuencia (3). Nuestra protagonista padeció en su familia tanto miseria económica como miseria afectiva, falta de afecto. Su madre murió un par de meses antes de que ella cumpliese los quince años. Feneció a consecuencia de un mal parto, del cual nació su hermano, quien en su infausto nacimiento quedó disminuido físico. Cuando concluyó Secundaria, decidió, conjuntamente con su padre, dejar el colegio. Carla quería ocuparse en una perfumería, pero su padre veía este desempeño como un oficio de putas; él quería que fuese modista. No acepta las imposiciones y prohibiciones de su progenitor, quien le pegaba para someterla, pero ella no cedía, y a los 21 años se marcha de casa. Trabaja en una fábrica de confección. El trabajo era duro, repetitivo, poco gratificante, agotador y estaba mal pagado; además, nunca ha soportado los horarios ni las reglas fijas. Deja la fábrica y se emplea como niñera, pero esta ocupación le proporcionaba poco dinero. En su relato Carla se nos revela como una muchacha llena de deseos. Tiene ganas de viajar, de divertirse, de vestir ropa bonita, de disponer de tiempo para disfrutar de la vida, y no está dispuesta a renunciar a todas estas aspiraciones, normales y realizables para las chicas de clase media, pero inviables para las muchachas de clase baja, como ella. Además, Carla tiene un carácter positivo, optimista, decidido, libre y dispuesto a aceptar el riesgo que puede implicar la realización de sus deseos. Por ello, motivada por el dinero que podía ganar (25.000 liras al día en 1968) se emplea en un local nocturno, en un night; su trabajo consistía en hablar y beber con los clientes, nada más. Esta ocupación le divertía y le proporcionaba dinero para comprar lo que anhelaba. Pero le parecía injusto tener que dar un porcentaje de sus ganancias al empresario para quienes laboraban, por lo que, con unas compañeras, intenta establecerse por su cuenta. La tentativa no le salió bien. Además, su trabajo le obligaba a beber mucho y tenía miedos de volverse alcohólica. Por todo esto, en 1968 regresó a Verona. Aunque no estudiaba, se movía en el ambiente universitario y sus amigos universitarios contribuyen a su formación; leía mucho y crecía culturalmente. Tenía 22 años; hacía un año que se había marchado de la casa de su padre. En el año 69 se fue a Dinamarca. Trabajó en el turno nocturno en una fábrica de productos farmacéuticos. Regresa a Verona, pues estaba enamorada de un militar norteamericano negro que residía allí. Lo quería locamente, a pesar de lo mujeriego que era y de lo que por esto le hacía sufrir, pero no quería casarse con él (4). Vuelve a trabajar en night. Comienza a conocer prostitutas. No quiere continuar en el night y se emplea en una empresa de cosméticos como esteticista visitadora. Trabajaba en lo que quería y le iba bastante bien, pero sus relaciones amorosas seguían siendo problemáticas. Descubre que su «gran amor» tenía una relación afectiva con otra mujer y, para alejarse de él, se fue a Pordenone con una de las prostitutas, amiga suya, que había conocido cuando trabajaba en los locales nocturnos (5). Más tarde, Carla trabaja, mucho y siempre mal pagada, de camarera en Aviano y, luego, en Pordenone. Nunca se había prostituido y ni siquiera pensaba en ello. Conoce a Pia Covre, su «mitad», quien trabajaba de peluquera y, para completar, ejercía la prostitución de vez en cuando, «redondeaba con algún polvo». En el bar, muchos hombres le proponían a Carla relaciones sexuales a cambio de dinero (6). Pia y Carla viven juntas. Nuestra protagonista no conseguía encontrar trabajo y vivían del dinero que Pia ingresaba prostituyéndose. Como no admitía esta situación de dependencia económica, que le desagradaba profundamente, piensa, entonces, en la posibilidad de prostituirse: «Las prostitutas eran para mí personas capaces de conquistar una independencia económica; las consideraba emancipadas respecto a las otras mujeres, asfixiadas por sus ménages caseros. No estaban en el otro lado de la barricada, como las consideraba la gente. Para mí eran personas vencedoras, ni víctimas ni mujeres que hay que exorcizar. Pia me parecía fuerte, segura de sí misma y de su trabajo...» (Corso y Landi 19991: 92). Además, el hecho de prostituirse no le parecía algo terrible (7). Empezó, así, una vida de prostitución y diversión. Salían, una noche o dos a la semana, a prostituirse y obtener lo mínimo para vivir dignamente, dedicando el resto del tiempo a pasarlo bien. Trabajaban en un bar, donde les pagaban a cada una unas setenta mil liras al mes, y, por lo general los sábados, redondeaba con «un polvo rápido» por el que cobraba unas treinta mil liras. Se prostituía, pues, a tiempo parcial. Las cosas le iban bien. Tenía trabajo, económicamente salía adelante, tenía «novios» con quienes salir y divertirse (8). Dejan de trabajar y siguen prostituyéndose para obtener dinero: «no teníamos ninguna gana de trabajar. Estábamos acostumbradas ya a tener unas ganancias más fáciles y más seguras.» (Corso y Landi 1991: 95). Acudían a bares, discotecas y night para conseguir clientes. Aún no hacían la calle. Empiezan a prostituirse más a menudo y a concertar citas por teléfono; pero, por distintas razones (9), abandonan este modo de conseguir clientes. Conoce a una vieja prostituta, con quien se introduce en el ejercicio de la prostitución en la calle, donde trabajará siempre de aquí en adelante. Por tanto, Carla pasa de ejercer la prostitución a tiempo parcial, a hacerlo a dedicación completa; y pasa, también, de trabajar por cuenta ajena, en locales, a hacerlo por cuenta propia. Ejerce la prostitución de día, no le gusta trabajar de noche. Las condiciones laborales varían según el tipo de prostitución que se ejerza. El ejercicio de la prostitución en la calle y no en los locales es un modo de ganar autonomía, de no trabajar para nadie, de conquistar libertad con respecto a los hombres, de librarse de la explotación laboral. Paralelamente, toma consciencia de la necesidad de hacerse una profesional de la prostitución, adquirir la «cultura de la calle», especializarse, aprender el oficio, saber enfrentar sus riesgos, peligros y contratiempos, hacerse con un acervo de trucos y estrategias para salir de situaciones embarazosas (10). Su carrera como prostituta no ha sido, para Carla, algo dramático, sino que se ha desarrollado «con naturalidad». Permítasenos una larga cita, pues vale la pena escuchar sus palabras:
Solemos ver a las prostitutas como unas desgraciadas, marginadas y desamparadas, y nos negamos a admitir, nos escandaliza, que las prostitutas puedan experimentar una serie de placeres en el ejercicio de la prostitución. Carla reconoce la existencia de estos placeres y habla de ellos. Señala la sensación de riesgo, que le excita, el placer de la transgresión y el de sentir poder o dominio sobre los clientes, sobre todo durante la negociación del precio del servicio. Lo que más valora de la profesión de prostituta es la autonomía que tiene para establecer su horario laboral y fijar sus reglas (11). Además, la prostitución permite ganar con cierta facilidad bastante dinero. Un dinero con el que satisfacer los deseos y permitirse algunos lujos, vivir bien, lograr un alto nivel de consumo (ropas caras, caviar, champán, ir al cine, viajar, cochazos, muebles nuevos, etc.) (12). «Te compras las cosas más banales, más de consumo, las que siempre has deseado y nunca has podido tener, las que te han costado tanto y has anhelado.» (Corso y Landi 1991: 170). Muchas prostitutas entran, así, «en una espiral de ganar para gastar», de gastar en caprichos innecesarios, de dilapidar tontamente y endeudarse continuamente (13). Ante esto, a Carla le atemoriza y produce ansiedad pensar en el futuro e insiste en la necesidad de que las prostitutas aprendan a ahorrar para enfrentar su vejez. Solemos tener, configurar y necesitar una imagen estereotipada de las prostitutas, en virtud de la cual son víctimas de sí mismas, de la sociedad y de los hombres (14), unas perdedoras, unas desventuradas de quienes compadecerse. Pero esta imagen es eso: un estereotipo, que, como tal, ignora que «hay prostitutas de muchos tipos» (Corso y Landi 1991: 182). De hecho, Carla, como otras prostitutas, no se amolda a ese tópico: «Yo no soy víctima de nadie. Evidentemente he sufrido por las dificultades de la vida, pero como todos. No quiero ser víctima de estos sufrimientos: los combato y quiero salir victoriosa.» (Corso y Landi 1991: 182). Para ella la prostitución es un medio para alcanzar y mantener su libertad, su autonomía, su independencia. Es un medio que le permite eludir el papel tradicional de esposa y madre, así como su dependencia económica con respecto a un varón. Además, el ejercicio autónomo del trabajo prostitutivo en la calle le permite librarse de patronos y proxenetas. Esta falta de amoldamiento al estereotipo conturba a los prejuiciadores. Por otra parte, su realidad y sus posiciones con respecto a la prostitución resultan opuestas y provocadoras con respecto a la concepción que muchas feministas tenían de la prostitución y a sus posicionamientos sobre ésta. Las feministas tenían de las prostitutas la imagen de unas mujeres excluidas y malhadadas, que se han visto forzadas por las circunstancias a ejercer la vil prostitución, de quienes esperaban que entonasen un mea culpa por vender su cuerpo a los hombres, que se mostrasen arrepentidas por lo que hacían y que quisieran dejar de hacerlo. Pero Carla, Pia y muchas otras prostitutas desbaratan esta imagen: ellas entienden la prostitución como un «oficio», les va bien en éste, no quieren dedicarse a otro, lo que quieren es desempeñarlo «tranquilamente y con ciertas garantías», «trabajar como todos los ciudadanos, y como garantiza la Constitución.» (Corso y Landi 1991: 183). Carla no se avergüenza de la actividad que ejerce para ganarse la vida, ni deja que el descrédito social de la prostitución se torne, interiorizándolo, en autodesprecio. Las feministas no aceptaban esta posición: «Teníamos que asumir el papel de unas desgraciadas obligadas a prostituirse. Pero cuando decíamos: Elegí hacerlo, nadie me ha obligado, me gusta, quiero seguir haciéndolo porque es un oficio que me va bien... se suscitaba el infierno.» (Corso y Landi 1991: 183) (15). Carla ni muestra arrepentimiento por trabajar de puta ni quiere ser redimida por ello. No se presenta como víctima y el trabajo sexual que desempeña para vivir lo hace porque quiere, en la misma medida o con los mismos condicionamientos en su elección que pueden tener otras muchas personas a la hora de conseguir un trabajo con el que ganarse la vida. El libro de Carla Corso y Sandra Landi escandaliza porque problematiza los estereotipos que discursos de uno u otro tipo, tanto moralistas como feministas, han establecido sobre el mundo de la prostitución. Carla no nos presenta la historia de una mujer marginal e infeliz, apenada por lo que hace, sino que se presenta como una mujer que ha escogido lo que hace y que, gracias a los recursos que su trabajo le proporciona, vive felizmente, disfruta de la vida. No quiero concluir el presente texto sin antes disipar tres posibles malentendidos que hubiesen podido suscitarse a tenor de lo dicho hasta aquí. En primer lugar, en modo alguno pretendo generalizar la experiencia prostitucional de Carla Corso, lo que, al fin y al cabo, vendría a suponer incurrir en un nuevo prejuicio, éste quizás de carácter positivo. Carla se sabe, de hecho, diferente y, como ella misma recoge en su relato, hay muchos tipos de prostitución (16) (recordar esta diversidad es, en parte, una de las intenciones del presente texto). Carla reconoce no ser representativa de cómo son, qué desean y qué hacen muchas prostitutas; se reconoce diferente de las otras prostitutas, quienes también la ven a ella como distinta (17). En segundo lugar, no ignoro ni olvido lo ruin y pernicioso del mundo de la prostitución, sórdido y truculento en tantos casos y aspectos, y lejos de mis intenciones el idealizarlo o incurrir en el prejuicio «radical-populista» (18). De hecho, Carla también padece y nos relata los aspectos negativos de su experiencia prostitucional, la violencia sobre todo. Nos narra sus males, lacras y peligros. Señala que lo peor del ejercicio de la prostitución no es la venta del cuerpo y la supuesta enajenación que ello conllevaría. La parte más desagradable de su trabajo son las violencias (insultos, palizas, violaciones, asesinatos) que padecen las prostitutas; se trata de agresiones ejercidas por los hombres, policías entre estos, que Carla y otras prostitutas denuncian a las autoridades y combaten, dando en muchas ocasiones muestras de valor y capacidad organizativa. Otro aspecto especialmente desagradable de la prostitución es el desprecio social con que se trata a las prostitutas. Lo que a éstas les impide relacionarse con cierta normalidad con personas (conocidos, amigos, etc.) es el etiquetaje o marcaje social que padecen y que marca profundamente sus relaciones. Son los otros quienes, en gran parte, obliteran a las prostitutas las posibilidades de vínculo social y no ellas mismas. Desagradable en su trabajo como prostituta le resulta también la suciedad física de sus clientes y su mal olor; este es, para Carla, uno de los aspectos más repulsivos del trabajo como prostituta (19). Finalmente, en
tercer lugar, más allá
del juicio moral sobre la prostitución (y del debate sobre la
prohibición,
abolición o legalización de la prostitución), en
modo
alguno pretendo hacer de Carla un modelo a seguir. Lo que en parte me
ha
interesado ha sido mostrar, también en los modos
prostitucionales,
las capacidades de lucha de las mujeres, mostrarlas como sujetos
activos
capaces, dentro de sus condicionamientos y posibilidades sociales, de
luchar
por su libertad. La vida de Carla es sobre todo la historia de una
conquista
de libertad y de una negativa a renunciar a lo que se desea y a asumir
las renuncias que la asunción de los papeles femeninos
heterónomos
conllevan. Libertad que se conquista muchas veces contra las cadenas
que,
de uno u otro modo, los hombres (su padre, sus patronos, los
proxenetas,
sus clientes, etc.) quieren imponerle.
1. En esta línea, pueden leerse en castellano y resultan asequibles, entre otros: Pheterson (comp.) 1989, Negre 1988 y Pisano 2001. 2. Un reciente ejemplo de obra denigratoria de las prostitutas lo constituye el libro de Niceto Blázquez La prostitución: el amor humano en clave comercial, donde pueden leerse afrentas como las siguientes: «En general, la prostituta es abúlica y perezosa. (...) Su inestabilidad de carácter es a veces exasperante. En un número elevado de casos su capacidad intelectual promete poco o nada, incluso entre las prostitutas cultas. Con el tiempo su psiquismo se deteriora rápidamente. La invasión de los instintos vegetativos y de las bajas pasiones es tal que las facultades superiores terminan embruteciéndose. Confunden lo verdadero con lo falso, lo malo con lo bueno, lo bello con lo monstruoso. (...) En la prostituta activa no cabe hablar de generosidad en sentido propio, sino de degeneración caracterial. Es pesimista, fatalista, supersticiosa y vive de mitos novelescos alimentados por una imaginación a veces desequilibrada.» (Blázquez 2000: 34-35). «En el acto prostitucional se ofenden las partes cómplices y estas ofenden a toda la humanidad. La naturaleza a su vez se venga de esa actitud destructiva radical contra la especie mediante el embrutecimiento psicológico progresivo y la frigidez» (Blázquez 2000: 241). 3. Aún así, «dentro de esta relación difícil la realidad era que ella estaba enamorada locamente de este hombre» (Corso y Landi 1991: 45). Entre su padre y su madre existía una relación de amor-odio y de víctima-verdugo. 4. «Ni una sola vez en la vida he querido casarme con los hombres que he amado» (Corso y Landi 1991: 78). 5. «era una mujer mucho mayor que yo, bebía mucho y tenía un pasado terrible. Tenía seis hijos. Ahora, sin embargo, estaba casada con un hombre bien y completamente normal, pero ella no soportaba la vida normal, la cotidianidad digamos. No tenía ninguna necesidad de prostituirse. Se prostituía para salir, para ser libre, para vivir en los hoteles, para vivir al día... y además adoraba a estos negros americanos. Follaba gratis sólo con los americanos negros. A todos los demás les hacía pagar y se divertía corriendo por Italia de arriba a abajo. Iba frecuentemente a las bases militares americanas para conocer gente nueva, para socializar.» (Corso y Landi 1991: 81). Además, esta amiga suya se prostituía «porque no tenía ganas de trabajar ocho, nueve o diez horas al día: si se prostituía, conseguía el mismo dinero en un dos por tres» (Corso y Landi 1991: 83). 6. «Yo ya conocía a las prostitutas, eran amigas (...) Eran personas como las demás (...) Eran mujeres como yo, sólo que hacían otro trabajo. Yo también tenía esa posibilidad: me hacían muchas proposiciones todas las noches, y me parecía natural» (Corso y Landi 1991: 85). 7. De hecho, su primer servicio en absoluto fue traumático y su primer cliente («un hombre cualquiera» con «un aspecto muy modesto») fue «muy amable»: «fue una cosa muy sencilla. Me puse en la cama, en la cama de nuestra casa; es más, encima de la manta, sin abrirla. Estaba rígida, y la cosa terminó en treinta segundos: duró poquísimo. Él me dio el dinero, y después volvió a buscarme, pero no a follar, no; me trajo un regalo (...) Me regaló un oso de peluche azul» (Corso y Landi 1991: 93). 8. Y, además, «había empezado a follar con placer. ¡Dios!, ¡finalmente!. Descubrí cómo estaba hecho mi cuerpo. Aprendí, por ejemplo, que existe el clítoris y que también se puede tener un orgasmo gracias a esa parte; es más, que puedo tener cien mil penetraciones, pero si no se me estimula ahí, nunca tendré un orgasmo completo. Era una cosa estupenda. Descubrí que, hasta ese momento, los hombres se habían limitado a usar mi cuerpo. Así que comencé a decidir. No les permitiría usarlo nuca más a menos que lo hicieran como me gusta a mí, para obtener un placer recíproco» (Corso y Landi 1991: 95). 9. No se tiene la posibilidad de filtrar a los clientes, muchas llamadas no se concretan en citas (las realizan por curiosidad o para insultar, se cambia de idea y no se acude a la cita concertada), hay que estar pendiente del teléfono, se producen llamadas intempestivas. 10. De estas estrategias forma parte una serie de sagaces trucos de las prostitutas para dar menos prestaciones a cambio de más dinero, para obtener más capital con menos trabajo. Carla (págs. 140-142) nos refiere algunos. Hacer que el cliente eyacule antes de follar: «Algunas consiguen ser tan buenas que les basta con hacerlo manualmente, sólo con las manos. Apenas llegan, los tienes que masturbar un poquito para que tengan una erección. Otros tienen ya la erección y están a punto, así que le pones el preservativo y si no tienes muchas ganas de follar y es un poco emotivo ¡porque te das cuenta enseguida!, le das dos meneos con las manos y le hacer creer que ha sido un incidente. Haces que se corra así. Él no tiene que saber que lo has hecho a propósito para que llegue al orgasmo. Algunas veces aprovechas porque ves que viene muy cargado, tanto que basta tocarlo para que se corra, así que le pones el preservativo, le tocas un segundo y se corre, ¡así lo consigues por poco!» Falsos coitos anales (por los que se cobra más dinero): «me siento encima, hago un poco de teatro, y en vez de meterlo en el ano, lo meto en la vagina, con un dedo al lado, para que parezca más estrecho... Bueno, hago un poco de teatro, y ellos se convencen, se quedan convencidos de que han tenido una relación anal. Pagan bien y yo les engaño. Hay uno al que le estoy haciendo este juego desde hace por lo menos un año, y está convencido de que soy la mujer de su vida.» Relaciones orales simuladas: «Los haces tumbarse, y en vez de ponerte delante de ellos, te apoyas sobre su barriga, así no pueden ver nada. Pones la cabeza cerca, después escupes encima y con las manos subes y bajas, subes y bajas también con la cabeza, y ellos están convencidos de que les has hecho una relación oral» Teatralización de relaciones lésbicas. 11. «Nuestro trabajo es bonito porque es libre y cada una se lo regula como quiere» (Corso y Landi 1991: 169). «Ahora voy por la tarde, pero si mañana, por el aburrimiento de la rutina, me cansase de ir por la tarde, haría otras cosas; me iría a la piscina a nadar, o bien a montar en bicicleta o a correr por el campo con mis perros. Después trabajaría por la noche y así tendría garantizadas mis ganancias» (Corso y Landi 1991: 202). 12. «Yo trabajo de puta porque me gusta el dinero, me da un buen nivel, una buena calidad de vida. Quiero poder comer bien, dormir cómoda, pagar a la mujer de la limpieza, tener un bonito coche, joyas, viajar. Si no tengo todo esto, no hay ninguna razón para que sea puta» (Corso y Landi 1991: 163). 13. «yo creo que con este trabajo se corre el riesgo, la mayoría de las veces, de perder el sentido del valor del dinero. Lo gastas con una facilidad tremenda, cien mil como si fuesen diez mil, porque sabes que te lo puedes gastar hasta el último céntimo. Después sólo tienes que salir dos horas y siempre consigues juntar algo. No tienes que esperar a final de mes, no tienes que esperar a que te acaben de pagar, es un dinero que tienes antes, antes de trabajar, y lo puedes ganar cuando quieras, por la mañana, por la tarde, a cualquier hora del día. Así que, pongamos que tenga cien mil, las gasto tranquilamente, porque sé que aunque sean las doce de la noche... salgo, y siempre encuentro algo; en fin, consigo algún dinero. Muchas mujeres entran en este mecanismo perverso de gastos, de dilapidar todo antes todavía de ganarlo, así que están siempre sumidas en las deudas, y a pesar de todo viven en la miseria más negra» (Corso y Landi 1991: 171). 14. El prejuicio victimista o victimizador, según el cual las mujeres que se dedican a la prostitución son víctimas, primero, de determinadas condiciones sociales y, luego, de los varones que las fuerzan, engañan o chantajean para obligarlas a prostituirse, es uno de los prejuicios existentes sobre la prostitución, que conviene evitar circunscribiéndolo a sus justos términos y ámbitos (Vázquez 1998: 20-23). No cabe duda de la existencia de casos en los que las prostitutas son realmente víctimas, pero, según se desprende de algunas investigaciones históricas sobre la prostitución en el Occidente contemporáneo (como Walkowitz 1980, Corbin 1982 y Rosen 1982), puede que esas situaciones hayan sido y sean menos frecuentes de lo que pudiese creerse. Sobre los mecanismos y procesos de victimización de la prostituta, resulta de interés consultar James 1978. 15. Posteriormente, en los años setenta con Priscilla Alexander y durante los años ochenta con Gail Pheterson (véase, por ejemplo, El prisma de la prostitución), algunos sectores del movimiento feminista reorientaron sus planteamientos. 16. Distingue distintas formas o modalidades de prostitución, condiciones y realidades muy diferentes, algunas opuestas entre sí: a) mujeres explotadas por organizaciones o por hombres; b) prostitutas que, como Carla, han decidido conscientemente, sin que nadie las obligase, dedicarse a las prostitución, que no es explotada por hombre alguno ni por ninguna organización, sino que trabaja autónomamente, que decide sobre su trabajo y gestiona su dinero; c) la prostitución ejercida por travestidos, homosexuales y transexuales; d) la prostitución de mujeres a tiempo parcial, para completar lo que ganan en su trabajo; e) las casas de lenocinio y de citas; f) la prostitución de lujo; g) las prostitutas drogodependientes (son fácilmente chantajeables por los clientes, su necesidad de dinero para comprar droga les impide regatear bien el precio del servicio, aceptan relaciones sin preservativo); h) la nueva y dramática realidad de «las prostitutas de color», es decir, de las mujeres inmigrantes (negras, sudamericanas, del sureste asiático) que se dedican a la prostitución; se trata de una verdadera trata de mujeres controlada por organizaciones mafiosas; se venden a bajo precio, lo que ha inducido una bajada de los precios de los servicios sexuales y les ha granjeado la oposición de las prostitutas nacionales. Se trata de mujeres que sufren violencia y la mayoría no han elegido trabajar en la prostitución, sino que han sido engañadas y traídas aquí con la promesa de un trabajo. Con lucidez, Carla señala como muchos de los problemas de las inmigrantes prostitutas derivan de la legislación de extranjería existente. Sobre la problemática actual del tráfico de mujeres para forzarlas a la prostitución, puede verse Skrobanek y otras 1997. 17. Se avergonzaba, incluso, de ser la representante de prostitutas alcohólicas, maleducadas, desaliñadas, analfabetas, vulgares e incultas; es decir, de «la prostituta clásica, según los estereotipos corrientes (...) la parte peor de la prostitución» (Corso y Landi 1991: 159). No obstante, también se avergonzaba por avergonzarse de esto. 18. Denominado así por Francisco Vázquez 1998. Consistiría este prejuicio en considerar a la prostituta como un personaje transgresor y revolucionario, que desarrolla formas de vida alternativas y emancipatorias a las alienaciones del orden establecido (la teórica feminista Judith Belladona ha sustentado tesis en esta línea). Quienes así piensan no tienen en cuenta que muchas prostitutas, aunque no sea el caso de Carla Corso, suelen asumir los valores de la sociedad patriarcal y las formas más convencionales de la moral establecida. 19. Esto es algo
en
lo
que coinciden también otras prostitutas en sus testimonios y
relatos;
véase, por ejemplo, De Paula 2000: 134.
Blázquez, Niceto Corbin, Alain Cordo, Carla (y Sandra Landi) James, Jennifer Negre, Pere Paula, Regina de Pheterson, Gail (comp.) Pisano, Isabel Rosen, Ruth (1982) Skrobanek, Siriporn (y otras) Vázquez, Francisco (coord.) Walkowitz, Judith R. |
|||||
|