1.
Introducción
En
la
presente colaboración realizo una revisión de la literatura que se ha
producido acerca
de las relaciones de poder, en el marco de la antropología política en
México. Me planteo
tres objetivos; el primero de carácter pedagógico, al ofrecer una
versión del campo de
estudio útil para los procesos de enseñanza-aprendizaje sobre el
análisis de las relaciones
de poder en México; el segundo de carácter paradigmático, al realizar
un análisis crítico de
los enfoques utilizados en este campo a través de los principales
estudios, señalando tanto
sus aciertos como sus limitaciones; y el tercero de carácter
programático, al establecer la
pertinencia y las bondades de los modelos que actualmente se utilizan
en el campo de las
ciencias antropológicas para el estudio de las relaciones de poder.
En
la
parte sustantiva coincido con Abélès y Jeudy (1997) en torno a que la
antropología
política cuenta con tres orientaciones principales: a) documentar la
diversidad de las
instituciones que gobiernan en las sociedades humanas; b) el estudio de
la acción política,
las tensiones y los conflictos; y, c) la imbricación de lo político y
las otras dimensiones de
lo social. En esas temáticas la mirada antropológica busca, sin duda
alguna, el entrecruce
del poder con los fenómenos culturales, tal como lo han señalado estos
autores y, en su
oportunidad y desde su propia matriz teórica, Swartz (1968), Balandier
(1969), Cohen
(1979) y Varela (2005a).
En
esta revisión no intento recoger todos los trabajos producidos en las
ciencias
antropológicas sobre las relaciones de poder en México, sino aquellos
producidos por
antropólogos mexicanos y de otras latitudes que han contribuido de
forma notable y que
han marcado el camino de las investigaciones. En ese sentido, la
selección de textos se
orienta en la presentación de una versión del campo de conocimiento de
los estudios
antropológicos sobre el poder y la política, la cual pretendo se
establezca como una guía
para el estudio y la discusión, así como para la elaboración de estados
de la cuestión que
permitan la comparación de la evolución del campo en otras latitudes.
Los
apartados que introduzco corresponden a una doble orientación en
el campo de la
antropología política como un todo; por un lado, la discusión desde los
paradigmas que
orientan las reflexiones en la antropología social y, por el otro, la
atención a problemas y
fenómenos emergentes. En ese sentido, reelaboro la propuesta de Kurtz
(2001) quien
retoma a Khun e identifica cinco escuelas o paradigmas en el campo
(estructural-funcionalismo, procesualismo, economía política, evolución
política y posmodernismo) con
la finalidad de dar cabida no sólo a los conceptos clave con amplia
influencia en la
antropología política mexicana, sino atender de manera pertinente los
temas torales en la
agenda de investigación que se ha desarrollado en México.
En
el
siguiente apartado abordo algunas de las dimensiones empíricas
generales que llaman
la atención a propios y extraños en relación al ejercicio del poder y
la política en México
para abordar, en la tercera sección, cómo se han retomado tres de los
principales
paradigmas de la antropología social para la explicación de esa
excepcionalidad de lo
político en el caso mexicano. La cuarta parte del trabajo presenta la
manera en que ha
evolucionado la agenda de investigación de la antropología política en
México desde
mediados de la década de los ochenta, a partir de los tópicos y
estrategias metodológicas de
abordaje que se han adoptado. La revisión precedente, permite
vislumbrar lineamientos
generales para cubrir el tercer objetivo de este trabajo abordado en la
quinta sección, a
través de establecer la pertinencia y las bondades de los modelos que
actualmente se
utilizan en el campo de las ciencias antropológicas para el estudio de
las relaciones de
poder. Para finalizar, el sexto punto presenta algunas reflexiones
conclusivas.
2.
Una visión del sistema de poder en México
El
caso mexicano se ha considerado excepcional por investigadores de las
ciencias sociales
de muy diversas latitudes del mundo interesados en el análisis de las
relaciones de poder en
América Latina. Se trata de un estudio de caso sobre uno de los
regímenes que, desde la
posrevolución a la alternancia electoral, gozó de mayor longevidad
entre los regímenes
latinoamericanos. En ese período se mostró con características
particulares que combinaban
la existencia de fragmentación y poderes locales y regionales, y un
sistema presidencialista
con una fuerte centralización política estructurada a través del
llamado "partido de Estado",
que a su vez estructuraba a un conjunto amplio de corporaciones como
mecanismo de
representación política de su ciudadanía.
A
diferencia de la mayoría de los países latinoamericanos no hubo en
México un golpe de
Estado ni dictadura militar. Sin embargo, el régimen mantenía altos
niveles de
autoritarismo con un sistema de partidos y representación política
formalmente plural; cuya
legitimidad, aunque contestada, mantuvo un sistema político que para el
escritor peruano
Mario Vargas Llosa era una "dictadura perfecta", para otros
intelectuales nacionales se
trataba de un sistema de partido hegemónico y, dadas las ambigüedades
que subyacen a su
estructuración, el historiador Enrique Krauze llamó una "dictablanda".
En México, durante
la ola de democratización en América Latina, el proceso de transición
desde un sistema
discrecional y autoritario a otro con reglas claras y democráticas
estaba bien encausado a
principio de la década de los noventa. Las características anteriores
sirvieron a Jeffrey W.
Rubin (1996) para argumentar que México representa un intrigante
estudio de caso sobre la
naturaleza y el núcleo del poder.
Por
si
fuera poco, el proceso de transición política culminó con éxito, para
algunos
analistas, con la derrota en la elección para presidente del Partido
Revolucionario
Institucional (PRI) y el triunfo del Partido Acción Nacional (PAN) en
el año 2000. La
estabilidad de la "transición prolongada" (Labastida y López 2004) en
México se observa a
contraluz de lo ocurrido en Latinoamérica en el período 1985-2005, en
donde trece
presidentes electos democráticamente fueron removidos de su cargo o se
vieron forzados a
renunciar (1);
mientras que en México el sistema presidencialista conservó sus
capacidades de
negociación y control a través de procesos de intermediación que no
sólo garantizaron la
estabilidad de la institución presidencial, sino que son los mecanismos
explicativos del
éxito en el proceso de las reformas económica y política en el país.
En
esas visiones que abogan por la excepcionalidad del ejercicio del poder
en México es
notorio un enfoque "estado-céntrico", es decir, un análisis que se
sustenta en una
delimitación de la política a lo estatal y al concierto de los actores
políticos "oficiales", ya
de las corporaciones de Estado, ya en los partidos políticos,
entendiendo al poder como
algo que se acumula y negocia desde el centro hacia las demás partes
del sistema; dónde
los caciques locales y poderes regionales son resultado del sistema.
Enfoque que ha
permitido a los estudios del caso desde diversas ciencias sociales
manejar con cierta
comodidad el problema de la nación. La construcción cultural de la
nación discurre, desde
esas perspectivas, de la mano de la formación del estado
post-revolucionario creando
identidades, sujeciones y lealtades al régimen mediados por las
corporaciones y el partido
de estado.
Por
su
parte, los estudios antropológicos sobre el poder y la política en
México han
aportado elementos para deconstruir la visión del Estado todopoderoso y
la
excepcionalidad del ejercicio del poder en México. Tal como se observa
en los siguientes
apartados, los estudios antropológicos retoman el análisis de la vida
cotidiana, que
privilegia el comportamiento fuera de las instituciones formales y
adopta una definición
amplia de la política. En estos estudios los entrecruces entre poder y
cultura han sido
abordados a partir de temáticas diversas como la cultura política, los
procesos de formación
de las identidades particulares, correspondientes a grupos a partir de
criterios de clase,
género, etnia o generación, haciendo del tópico de la identidad
nacional un objeto
problemático que permite el análisis a partir de su construcción desde
realidades regionales.
3.
Los paradigmas en el estudio del poder en México
3.
1. La escuela procesual británica
El
análisis de procesos políticos ha tenido una amplia influencia en el
estudio del poder y la
cultura en nuestro país. Un trabajo característico de esa vertiente es
el de Paul Friedrich
(1970 y 1986), quien usó las nociones weberianas del poder, autoridad y
legitimidad para
identificar las características del cacique rural en la región de
Zacapu, Michoacán.
Friedrich argumentó que la legitimidad de los caciques se sustentaba,
en lo cultural y
simbólico, en la adopción de un discurso agrarista-populista dimanado
de la revolución,
pero que en lo material la existencia del cacique rural se explica por
su capacidad
pragmática de beneficiar a los seguidores de su grupo. En su modelo,
los mecanismos
explicativos del poder son la formación genealógica de la facción leal
al cacique y el
control efectivo sobre recursos significativos.
Por
su
parte, Guillermo de la Peña (1980) analizó el caso de Morelos. El
estudio de de la
Peña se plantea el objetivo de explicar la existencia del sistema de
relaciones de poder en el
que coexistían poderes locales fragmentados con una férrea
centralización. El autor plantea
la hipótesis que el poder local encarnado en los caciques del tipo
estudiado por Friedrich se
explica en la lógica del sistema político mexicano. El autor, sin dejar
de lado el análisis
genealógico del grupo leal al cacique, retoma la propuesta de los
"grandes hombres", tal
como lo propuso Sahlins (1963), con la finalidad de profundizar en los
factores que dan
legitimidad al liderazgo del cacique; así como a Wolf (1966) y a Adams
(1975) para
argumentar que esas figuras del poder local y sus grupos son
funcionales al sistema político
en una doble lógica: de integración sociocultural y de articulación
sistémica.
La
perspectiva de la escuela británica fue de utilidad para el análisis de
cacicazgos y la
intermediación en diversas latitudes del país. El aporte de los
estudios realizados en la
década de los setenta se encuentra en incluir y vincular el análisis de
situaciones e
instituciones a partir del estudio de caso, tal como lo recomendó la
escuela británica.
Sin
embargo, en la antropología política en México se desarrolló una
"tradición" a partir de
investigaciones que se realizaron a lo largo de la década los setenta
por equipos que bajo la
influencia de la geografía humana y económica, aderezada con la
influencia de las
tradiciones antropológicas del evolucionismo multilineal y de la
ecología cultural,
insistieron en un enfoque metodológico preocupado por lo regional.
Destacan los trabajos,
con perspectivas complementarias aunque no del todo conciliables,
realizados por Fábregas
(1986), Krotz (1985) y Martínez y Gándara (1976) sobre Los Altos de
Jalisco; de Warman
(1976) y Lomnitz (1982) en el oriente de Morelos; así como los de
Varela (1984) y Arias y
Bazán (1979) en el noreste del mismo estado; así como los de Bartra
(1982) en el Valle del
Mezquital en Hidalgo. Las reflexiones sustantivas sobre la importancia
del enfoque
regional se encuentra en esos trabajos, pero una de las contribuciones
metodológicas más
importantes es de de la Peña (1986). Este autor, concluye que el poder
es un fenómeno que
debe explicarse poniendo énfasis en las relaciones políticas, sin
desatender las económicas,
en los niveles de integración local y su articulación con las
manifestaciones regionales del
proceso de formación del Estado nación.
En
esos trabajos, se presenta explícitamente una crítica a la orientación
de los estudios de la
"comunidad" cerrada-corporada (Wolf 1957) propia de la escuela
británica y se presentan
modelos de mayor poder explicativo sobre las relaciones políticas en
términos de su
articulación a procesos de carácter histórico y económico; en los que
se documentaron
acuciosamente las formas estructurales de la intermediación política y
se defendió la tesis
que los caciques impiden el desarrollo.
Estos
insumos fueron de utilidad en la década de los ochenta, para nutrir el
análisis de
procesos que ganó terreno en las investigaciones de la antropología
política mexicana. Las
propuestas sobre el intermediarismo y el faccionalismo de Boissevain
(1974), Boissevain y
Mitchell (1973), Mayer (1966) y Nicholas (1965 y 1966), sirvieron para
buscar
explicaciones al fenómeno de la des-estructuración y cambio del
cacicazgo. Ejemplo de
ello, por citar sólo a unos pocos, son los trabajos de los antropólogos
Frans J. Schryer
(1990), que estudio las relaciones de poder en la región de la Huasteca
hidalguense; Jesús
Tapia (1992), sobre el bajío zamorano; Xochitl Leyva (1993), acerca del
noroeste
michoacano; Pablo Vargas (1993), en la ciénega de Chapala y Fernando
Salmerón (1996),
que hizo lo propio para el caso de Aguascalientes. El cambio político
en estos estudios, era
explicado por la intervención estatal y los recursos asociados a los
proyectos de desarrollo
nacional, con la consecuente lucha faccional por hacerse del control de
tales recursos,
fuente del mantenimiento de las lealtades de las clientelas; lo cual
conlleva la
transformación y recomposición de las estructuras de poder local y
regional.
El
análisis de procesos y el enfoque regional adquirieron carta de
ciudadanía en la
antropología política mexicana de los setenta y ochenta que sirvió para
demostrar que el
centralismo y autoritarismo del ejercicio del poder en el país no era
sino el resultado de una
aglomeración de arreglos locales y regionales que incluían la presencia
de las agencias,
organizaciones, autoridades e instituciones del Estado nacional, con
las estructuras locales
de poder arraigadas en el cacicazgo y, en ese sentido, los estudios
antropológicos sirvieron
para realizar severas críticas al modelo del Estado todopoderoso.
3.
2. El paradigma energético-ecológico
Roberto
Varela usó el modelo energético-ecológico de Adams (1975 y
1978) para explicar
las relaciones de poder en Morelos. A partir de la propuesta de control
sobre los recursos
significativos y el poder concomitante que se ejerce a partir de ese
control, Varela (1984 y
1986) tipifica tres modelos de relaciones de poder en los municipios
del estado de Morelos
a) La pequeña política, para los municipios que gozan de una relativa
autonomía dado que
poseen sus propios recursos, pero éstos son poco significativos para
los otros niveles de
articulación, de tal manera que recurren al poder asignado en el
proceso de toma de
decisiones. b) La política imposible, para los municipios con recursos
tan escasos que no
existe competencia política por los puestos públicos en el nivel de la
integración
sociocultural, ni interés de los otros niveles de articulación; caso
contrario la competencia
es por rehuir ocupar cargos públicos. c) La política interferida, que
reduce el ejercicio del
poder a una élite que funge como intermediaria entre los niveles de
articulación, pero la
intervención externa es creciente por el interés de control sobre
recursos significativos.
En
trabajos posteriores, Varela (1996a, 2002, 2005a y 2005b) refrenda su
adhesión al
modelo energético-ecológico, aunque incorpora nueva reflexiones a
partir de su lectura de
Norbert Elias y otros sociólogos. En su modelo de evolución del poder,
la participación no
es un asunto de cultura, sino de estructura; precisamente, porque es,
en sí, un factor
importante en el estudio de esas estructuras disipativas que son las
estructuras de poder. Un
importante aporte de Varela, de los pocos antropólogos que han
trabajado de manera
consistente en la reflexión sustantiva, son sus excelentes definiciones
de cultura, política y
de cultura política.
La
cultura, en su modelo, son las disposiciones habituales que se
documentan
empíricamente a través de la observación del comportamiento de los
individuos. Este
planteamiento le sirve de paso para realizar una rigurosa crítica al
planteamiento del habitus de Pierre Bourdieu, quien, desde
su punto de
vista, comete el error de unificar en
una realidad intramental la pluralidad de la realidad
material-extramental. Por otra parte,
define a la política como toda acción -física o simbólica- que produce
un efecto
-mantenimiento, fortalecimiento, alteración, transformación parcial o
radical- en la
estructura de poder de una unidad operante o la aparición de nuevas
unidades operantes en
cualquier nivel de integración socio-cultural -local, provincial,
nacional, internacional,
mundial-, excluidos los protoniveles (individuos y unidades
domésticas). Mientras que
define a la cultura política como una matriz, consciente e
inconsciente, del conjunto de
signos y símbolos compartidos, que transmiten conocimientos e
información, portan
valoraciones, suscitan sentimientos y emociones, expresan ilusiones y
utopías; y afectan y
dan significado a las estructuras de poder (Varela 2005a).
3.
3. La escuela culturalista norteamericana
El
estudio de la "comunidad" campesina e indígena en México estuvo
dominado por la
vertiente culturalista estadounidense. La escuela de Chicago consideró
a las comunidades
indígenas de los Altos de Chiapas como el mejor ejemplo etnográfico
para el estudio de las
estructuras fundamentales de las sociedades "simples". Siguiendo las
directrices de Robert
Redfield (1941), analizaron la interacción y las lealtades políticas de
la comunidad indígena
y campesina como el resultado del mecanismo de la reciprocidad.
Metodológicamente,
realizaron estudios sincrónicos en el ámbito local utilizando la
analogía organicista de la
sociedad local o "comunidad" como un todo integrado (vid. Tax
1943, Guiteras 1961 y
Hewitt 1985).
Por
su
parte el proyecto Harvard, dirigido por Evong Z. Vogt, retomó el
enfoque de la
comunidad indígena-campesina "tradicional". Sin renunciar a los
postulados del "todo
integrado" y la "comunidad aislada", introdujeron una perspectiva
diacrónica y analizaron
estructuras particulares como mecanismos explicativos de la vida social
(Vogt 1969). En
consecuencia, consideraron que los grupos étnicos estaban
"culturalmente determinados" a
la redundancia de sus formas políticas de convivencia y de reproducción
económica (vid. Cancian 1965, Collier 1975, Nash 1970,
Siverts 1969 y
Wasserstrom 1983).
Siguiendo
los lineamientos teóricos de los proyectos Chicago y Harvard se
desarrollaron un
importante número de monografías que se concentraron, particularmente,
en el sistema de
cargos; una estructura funcional a los ámbitos de la identidad,
religioso, económico y
político en las comunidades indígenas. La jerarquía cívico-religiosa
era el mecanismo de
mediación simbólica que legitimaba la redistribución de la riqueza, lo
cual explicaba la
acumulación de prestigio y, por lo tanto, del poder político que se
articulaba de manera
corporativa al PRI, el cual ratificaba a los sujetos que habían
acumulado el prestigio
necesario para ocupar los puestos políticos en el sistema formal del
ayuntamiento
constitucional (Cámara 1945 y 1966, Pozas 1959 y 1977, Villa Rojas 1978
y 1990, Medina
1991).
La
adopción de la perspectiva de las sociedades indígena-campesina como
"cerrada-corporada", propuesta originalmente por Wolf (1957), tuvo dos
efectos. Por un
lado aportó elementos a la reflexión antropológica sobre el desarrollo
de elementos
culturales específicos en espacios geográficamente referenciados, a
través de los estudios
de "área cultural". Por el otro, sirvió para legitimar la política
"oficial" del estado-nación
mexicano con relación a impulsar el "desarrollo" de los pueblos
indígenas. Esa tarea
implicaba integrar a los pueblos originarios a la nación, para ello era
necesario
homogeneizar la "identidad nacional", fragmentar las relaciones
interpersonales sustentadas
en los principios primordiales de parentesco y jerarquía, así como
refuncionalizar sus
unidades políticas en relación a los principios de organización
política que regían al
Estado-nación.
Es
decir, las concepciones antropológicas se convirtieron en el sustento
ideológico que
estructuró la política cultural de la relación del Estado-nación con
los pueblos indígenas; lo
cual generó un intenso debate en la antropología política mexicana
sobre las relaciones del
Estado con las comunidades indígenas, representado por Bonfil Batalla,
quién enfatizaba el
carácter colonial de dichas relaciones políticas, y Aguirre Beltrán,
quien abogaba por la
integración de la comunidad indígena a la nación a través del
desarrollo regional.
3.
4. El paradigma marxista
El
indigenismo y la escuela culturalista recibieron importantes críticas
desde los estudios
llamados de "relaciones interétnicas" inaugurado por Julio de la Fuente
(1965), pero que
desde una perspectiva de las relaciones de poder y ya con una marcada
influencia de las
teorías marxistas, enfatizó el carácter asimétrico de las relaciones
indio-ladino, el dominio
político y la discriminación del segundo sobre el primero; así como la
situación de
sojuzgamiento, injusticia y opresión que vive el indígena a causa de la
explotación
económica, en el contexto de las relaciones capitalista de producción (vid.
Colby 1966,
García 1999 y Pozas y de Pozas 1982). Así, los antropólogos criticaron
al indigenismo integracionista y, en su quehacer pragmático
en el INI,
formularon lo que dieron a llamar
el indigenismo participativo, el cual derivó en la generación
de una posición política hoy
día identificada como "indianismo". La antropología política ha dado un
interesante aporte
para explicar la emergencia de estas políticas de la cultura y su papel
en la articulación del
movimiento social en los últimos años, aunque ya fuera de la influencia
del paradigma
marxista (vid. Leyva 2005).
Los
trabajos más representativos sobre los indigenismos son los de Bonfil
(1990) y
Warman et al. (1970) quiénes ubican al indigenismo como un
paradigma dominante para la
reproducción del colonialismo interno; pues, era una ideología usada
para la consolidación
del régimen post-revolucionario, supuestamente sustentada
"científicamente" en la
Antropología, teórica y aplicada. Particularmente Bonfil argumentó que
esta ideología
articula la narrativa expresada por Gamio y Sáenz en la que se señala
un origen cultural
prehispánico, un "pasado glorioso" para validar presunciones
conservadoras y el status quo,
así como para negar a una parte viva de la cultura nacional; mientras
que Gonzalo Aguirre
Beltrán (1970) veía con buenos ojos los procesos de aculturación e
integración del indígena
a la nación.
No
obstante, fue Ángel Palerm el antropólogo de mayor influencia en México
para la
difusión de la perspectiva marxista. Desde esa configuración teórica,
el debate más
importante se desarrolló entre las corrientes identificadas como
campesinistas y
descampesinistas, cuya preocupación central se encontraba en dilucidar
los medios
materiales que permiten a los grupos campesinos su reproducción. Por un
lado, los
descampesinistas eran encabezados por Palerm (1980) defendían la tesis
que en la teoría
marxista no había una teoría del campesinado, sino sobre su
desaparición; mientras que los
campesinistas, encabezados por Warman (1976 y 1985), argumentaban que
los campesinos
habían generado formas de adaptación al sistema capitalista para
mantener el control sobre
la tierra, mantener cierto grado de control sobre su fuerza de trabajo
y mantener ciertas
ventajas en su forma de producción en el contexto de explotación
capitalista; dicha
adaptación se sustentaban en ciertos mecanismos culturales.
En
estas concepciones, las relaciones de dominación son una concomitante
de las
relaciones de producción, por lo que el control político corporativista
sobre las "masas
campesinas" era el resultado de las necesidades de la reproducción del
capital. Se
desprende de esas reflexiones la tesis que explica (o vaticinaba) la
desaparición del cacique
rural, pues, éste solo era necesario en donde las clases trabajadoras
están fuertemente
ligadas a la tierra y a la comunidad; mientras que el desarrollo de las
relaciones de
explotación capitalista favorecería a su sustitución por los cuadros
profesionales del Estado
(funcionarios, políticos y técnicos).
En
el
contexto de las crisis del socialismo real, que culminó con la caída
del muro de Berlín
en 1989, las versiones ortodoxas al marxismo se vieron seriamente
cuestionadas y cayeron
en desuso y desprestigio académico. Sin embargo, años más tarde los
antropólogos
regresarían a las interpretaciones del marxismo para explicar la
realidad política mexicana.
3.
5. La escuela de la antropología simbólica
La
búsqueda de alternativas teóricas que acompañó a la declinación del
marxismo como el
paradigma hegemónico de la Antropología mexicana, encontró refugio en
la llamada
antropología simbólica que se desarrolló en los setenta. Esta corriente
encabezada por
Geertz (1973 y 1983), argumenta a favor de la Antropología como una
ciencia
interpretativa y la adscribe al movimiento epistemológico general de
las humanidades,
conocido como el "giro hermenéutico". El postulado general es que la
cultura es un "texto",
compuesto por múltiples signos, los cuales tienen diferentes
significados que son
retomados por los individuos a partir de sus contextos específicos; por
lo tanto, el quehacer
de la Antropología es interpretar esos signos y significados de la
cultura.
Siguiendo
ese postulado general, Teresa Carbó (1996a y 1996b) realiza una
interpretación
de los símbolos del poder a partir de la producción del discurso
parlamentario en el que
retoma las metáforas teatrales en la modalidad sugerida por Roger
Bartra y; por su parte,
Augusto Urteaga (1996) aborda el sistema político rarámuri, para lo
cual afirma sustentarse
en Kirchoff y Beals con miras a identificar una matriz cultural
específica a través de la cual
los individuos construyen y reconocen los símbolos de poder. En ambos
trabajos se extraña
un análisis más completo desde la visión interpretativa y simbólica; en
particular, acerca de
las relaciones entre rituales y formación de Estado al estilo del Negara
de Geertz (1980).
En
una
investigación sobre cultura popular en Guadalajara, de la Peña (1990 y
1996)
enuncia en su posicionamiento que la "economía moral" y las condiciones
materiales son
factores explicativos de la cultura política. No obstante, la
aportación del autor se encuentra
en el campo metodológico, cuando propone centrar la atención en los
discursos, símbolos y
valores que producen individuos y colectividades en su relación con lo
público. En ese
trabajo, tiene el tino de profundizar sobre una de las dimensiones
importantes del análisis
de la política: el ámbito de las interpretaciones, la manera en que los
actores sociales
significan su realidad y muestra que el individuo construye complejas
tramas de
significación, en relación con lo público, a partir de sus experiencias
de vida cotidiana.
Un
trabajo que resulta excepcional por su contenido etnográfico acerca del
ritual político
mexicano es el de Larissa Adler, Rodrigo Salazar e Ilya Adler (1994).
En el texto, los
autores aportan elementos para la explicación de la política mexicana
bajo un mecanismo
rector: los códigos contradictorios. Estos son mensajes ambiguos que se
desprenden de una
estructura vertical y autoritaria que entra en crisis cada seis años.
Lo que provoca
interpretaciones y comportamientos contradictorios entre los actores
políticos, que a la
manera de los rituales de rebelión, buscan los puntos de equilibrio y
fortalecimiento del
sistema político. En ese proceso ritual las normas y códigos formales
son una guía de
comportamiento que, sin embargo, se modifican con las normas y valores
que dimanan de
la real politik inmersa en una cultura de corporativismo y
lealtades. A partir de su
documentación, coligen la construcción de un sistema de representación
política basado en
la negociación y la importancia de ceremonias y rituales como un
instrumento para obtener
legitimidad. No obstante, para el libro es válida la crítica que
hiciera explicita Varela a un
avance presentado por Larisa, Ilya y Claudio Lomnitz-Adler una década
atrás, respecto a
errores de interpretación al sustento teórico que los autores evocan.
En
esa
senda de investigación, otro de los trabajos notables es el de Juan
Castaingts (1996),
quién analiza el motivo de la crisis recurrente: el destape. Ese
mecanismo de las élites de la
política mexicana es interpretado por el autor como un rito de
separación; un proceso
mágico a través del cual el ungido adquiere las cualidades
extraordinarias que lo
acompañaran, como el gran demiurgo alma-social, durante su ejercicio
gubernamental. El
autor realiza una analogía entre los postulados de Leach acerca del
acto mágico y lo que
ocurre en el proceso del destape. Sorprendente resulta el planteamiento
de una necesaria
vinculación entre creencia, eficacia simbólica e institucionalidad que
no es documentada
etnográficamente, pero para la que se encuentra equipado a partir de su
marco analítico
propuesto. Sobre este último tema, los mitos, abunda en un trabajo
posterior (1997)
recuperando la propuesta estructural de Lévi-Strauss. Luego de plantear
un contexto
político y económico en transformación identifica la crisis de los
"mitemas" de la identidad
nacional, que le llevan a plantear las principales líneas de
reconfiguración simbólica del
imaginario nacional.
Una
discusión teórica consistente para el análisis simbólico de la
política, la presenta Liz
Hamui (2005) quien, además de una revisión crítica a los postulados de
la escuela de la
Antropología Simbólica, retoma como opción a la vertiente de las
configuraciones sociales
de la escuela francesa. Luego de cuestionar la utilidad del concepto de
hegemonía sugiere
el análisis de culturas íntimas y comunitarias que se insertan en una
trama menos horizontal
y jerárquica de negociaciones. En esas negociaciones los intereses,
ideologías y valores
interactúan a partir de las situaciones mismas y los juegos de poder.
El modelo incluye,
pues, el análisis de situaciones y su evolución-adaptación a nuevas
situaciones.
4.
Tópicos emergentes de la agenda política
4.
1. Los estudios sobre cultura política
Las
transformaciones sociales acaecidas en el país a partir de la década de
los setenta y
ochenta, en los que México dejó de ser un país rural para convertirse
en uno
preponderantemente urbano, así como los procesos de Reforma del Estado
dirigieron la
atención de la antropología política hacia tópicos particulares en el
estudio del poder en
México: la cultura política, el sistema de partidos y los procesos
electorales; como espacios
de relaciones que permitirían comprender las restricciones
institucionales y las
posibilidades de la democratización en la sociedad mexicana
Las
presunciones de cientificidad de los modelos sistémico-energéticos,
sirven a Varela
(1996b) para emprender una severa crítica a los antropólogos que
abordan el tópico de cultura política entre 1980 y 1994.
Destaca el
extrañamiento del autor por la ausencia de
trabajo de carácter teórico. Señala que existe una teorización que, al
menos desde su
perspectiva, no satisface los criterios de cientificidad aludidos.
En
su
revisión, la producción académica que argumenta la existencia de una
cultura bajo
criterios de clase, como los de Victoria Novelo, Adriana López y
Eduardo Nivón; así como
los que parten de la construcción de identidades grupales como los
trabajos de Susan Street
y Patricia Fortuny; no salen bien librados, pues, confunden identidad
con cultura. No
obstante esa limitación convenientemente señalada por Varela, tienen la
virtud de mostrar
aportes de la antropología política al análisis de los principales
movimientos sociales
acaecidos en el país en los ochenta y noventa. Por otra parte, Varela,
en la crítica al trabajo
de Roger Bartra, no encuentra las explicaciones que el autor pretendía
articular y resalta
que se queda a nivel de la interpretación de estereotipos construidos
por los intelectuales
sobre el mexicano y, en tono sarcástico, se pregunta en qué derivaría
el análisis de Bartra si
el "mexicano típico" tuviera existencia concreta.
En
su
revisión, el autor destaca los esfuerzos de teorización por parte de
los Lomnitz-Adler
y Jorge Alonso; no obstante, encuentra errores de interpretación a sus
fuentes teóricas en
sus respectivos trabajos. La producción que sale mejor librada de la
escrupulosa revisión de
Varela, es un ensayo de Esteban Krotz (1990). Estos trabajos, no sólo
abordan el tópico de
la cultura política, sino que la vinculan al tema de los partidos
políticos y los procesos
electorales. La pregunta antropológica que subyace a la indagación en
el tópico de cultura
política de las décadas de los ochenta y noventa tiene que ver con dos
aspectos: identificar
si los actores de la política tenían incorporada una cultura jerárquica
y autoritaria, por un
lado, y sí dicha incorporación era un factor explicativo de las
dificultades que atravesaba la
transición democrática.
Otro
trabajo notable en éste tópico, que apareció después de la revisión de
Varela, fue el de
Héctor Tejera (1996) en el que además de argumentar respecto a la
imposibilidad de sujetar
el concepto de cultura política a un grupo específico o identitario de
referencia, y aboga por
el carácter dinámico y plural del concepto. Identifica que las culturas
políticas se
construyen en relación a las vertientes de diferentes nacionalismos en
el país y que el
comportamiento jerárquico y autoritario de los actores políticos no es
atribuible a la cultura
política, sino a las coyunturas específicas.
4.
2. El análisis de procesos electorales y el sistema de partidos
El
abordaje a los tópicos de partidos y procesos electorales, ocurre
en el contexto nacional
de la llamada "transición a la democracia", la consolidación del
sistema de partidos y la
transformación de un sistema electoral acostumbrado al "fraude" en uno
independiente del
ejecutivo y efectivo como mecanismo de representación formal de la
ciudadanía. No
obstante, se carecía de una reflexión teorética consistente desde la
antropología política
para el abordaje de estos temas en los ochenta. Ante esa situación los
trabajos pioneros de
Tapia (1984), Jaime (1984) y Alonso (1984), contaban con poco potencial
explicativo. Eran
sistematizaciones de la información disponible para inferir, desde lo
ocurrido en los
procesos electorales y sus resultados, cambios en los comportamientos
políticos y
reacomodos de los grupos de poder local. Un ejemplo de las dificultades
teórico-metodológicas que enfrentaban los antropólogos frente a estas
temáticas es el ensayo de
Pablo Vargas (1990) quien, para el caso de Hidalgo, señala que los
resultados electorales
están mediados por la cultura, y argumenta que ésta se conforma a
partir de criterios de
relaciones de clase y etnia. Pero su argumento queda de lado cuando
tipifica las culturas
hegemónica, participativa y del fraude. En sus conclusiones introduce
otros tipos de cultura
que denomina tradicional y, otra, participativa y democrática. Cabe
destacar que no ofrece
una definición precisa que permita, en términos operativos, orientar
las búsquedas
etnográficas para cada una de las culturas tipificadas. Al final se cae
en la cuenta que la
cultura tradicional es la misma que llama hegemónica y la del fraude
integradas por un
conjunto de prácticas que el antropólogo medianamente informado en los
análisis de la
política mexicana identifica rápidamente con el corporativismo de
partido-Estado.
Las
primeras reflexiones sustantivas las ofreció Krotz (1990), quién señalo
tres trampas
reduccionistas en las que podía caer el antropólogo al limitar el
análisis de esos tópicos a:
1. las instituciones formales, 2. los datos electorales y, 3. lo
nacional como un simple
agregado de procesos locales. Una década más tarde, Vargas (1996),
señala que el objeto
de estudio privilegiado de la antropología política en estos tópicos
sería la crisis del sistema
político electoral y el enfoque adecuado para ello son las teorías de
la transición. Introduce
la recomendación metodológica, apenas relevante por obvia para un
etnógrafo bien
entrenado, de completar la información proveniente de encuestas,
estudios de opinión y los
datos electorales, con informes de campo, referentes económicos y
valores y actitudes de
los informantes. En un artículo más tardío este autor, partiendo del
entramado conceptual
sobre los partidos de la sociología política, ofrecerá información
etnográfica sobre la crisis
y reforma de los partidos usando el análisis de procesos (Vargas 2005).
Argumentará,
entonces, a favor del análisis de normas y valores y los procesos
organizacionales,
sobretodo en sus procesos informales, como el terreno antropológico en
el análisis de
partidos y elecciones.
Otros
antropólogos que destacan por un trabajo continuo sobre partidos y
elecciones son
Luis Miguel Rionda (1997 y 1998), quien discute las características de
la transición política
a partir del caso de Guanajuato; Alberto Azíz (1996 y 2000), para el de
Chihuahua y Jorge
Alonso, que analiza el caso de Jalisco. Su libro El rito electoral
en Jalisco (1940-1992), es
de indudable valor por la sistematización de información. A pesar del
sugerente título, no
se explica la concurrencia a las urnas para "que los mismos agraciados
en el poder asuman
puestos de elección popular" (Alonso 1993), desde las categorías
antropológicas para el
análisis del ritual. En trabajos más recientes (1995 y 2000), pasa una
rápida revista a
discusiones teóricas relevantes de autores como Habermas y Mouffe que,
sin duda, orientan
sus reflexiones y argumentos en torno a que en nuestro país no existe
un avance en la
democracia deliberativa ni en la democracia radical, reflexiones en las
cuales coincido
plenamente. No obstante, luego de la impecable sistematización de
información electoral y
la descripción en su contexto, arriba a la conclusión obvia -desde su
marco teórico, que la
democracia no se debe constreñir a la política, sino hacerse extensiva
a lo social y cultural.
Luego
de los estudios que concluían que la conformación de la cultura
política de los
ciudadanos se vinculaba al entramado organizacional existente, la
Antropología dirigió su
atención a la pregunta si en dicho entramado, y en particular en los
partidos políticos, se
encontraba la explicación a la situación que guardaba el proceso de la
transición
democrática. El trabajo antropológico más completo y consistente sobre
esté tópico es el de
Alonso (1990), quién realiza una historia antropológica de un partido
casi desconocido en
la historia de la izquierda mexicana: El Partido Obrero Campesino
Mexicano. Construido
en un discurso político marxista que le permite recuperar las
preocupaciones de la propia
izquierda, metodológicamente sigue el análisis de procesos, arenas,
coaliciones y facciones
y sus articulaciones locales y regionales, como fue establecido en la
antropología política
mexicana de las décadas precedentes.
En
su
trabajo posterior (Alonso 1994 y 1996), se tipifica la cultura política
de los partidos
políticos como resultado de la tensión entre grupos y facciones
internas y las presiones
externas. En el caso del entonces llamado partido oficial (PRI)
identifica como puntales de
su cultura política tres ejes: 1. Un discurso programático
democratizador, 2. El
autoritarismo presidencial y, 3. Las aspiraciones totalizadoras.
Adelanta una hipótesis
interesante sobre las demandas por democracia que exceden a los
partidos y, por ello
-explica-, la cultura política se moldea en el ámbito de las
valoraciones y lo deseable; sin
embargo no avanza en el análisis de dichas variables.
Bajo
la influencia de la obra de Alonso, se desarrollaron otras
investigaciones que
atendieron el desarrollo del Partido de la Revolución Democrática (PRD)
en el municipio
de Zacapú, Michoacán (Ramírez 1997) y del Partido Acción Nacional (PAN)
en el
municipio de Zamora (Almada 2001); cuyo aporte se encuentra en
documentar la
composición política, económica y social de las diferentes facciones
que integran los
partidos y las tensiones entre las relaciones personales que dan
cohesión interna con
intereses y arreglos impersonales de la burocratización de los mismos.
En
suma, los aportes de los antropólogos en los tópicos de los sistemas de
partidos y
electoral, no se encontraba en el campo teórico sino en el campo
metodológico y en de la
imaginación sociológica. En gran medida, los antropólogos entraron a la
discusión del
proceso de democratización en un terreno para el cual estaban poco
preparados: con una
mirada prestada de la sociológica sobre la reforma de las instituciones
del Estado, el
sistema partidista y los procedimientos electorales; pero olvidando la
rica información
etnográfica previa que el Estado no es único, ni homogéneo, tampoco el
sujeto clave de la
política. En lo general, ha sido abundante la producción de
antropólogos que han
sistematizado información electoral, sobre la que se carece de una
discusión teórica
sólidamente articulada con la información etnográfica presentada.
No
obstante, para salvar el honor de los antropólogos, la excepción está
representada en el
trabajo de Pablo Castro (2005 y 2006). Este antropólogo, analiza
procesos electorales del
Estado de México con una sólida documentación cuantitativa y
cualitativa que es
recopilada, sistematizada e interpretada a partir la definición de
cultura política ofrecida
por Varela, y explica la concurrencia, o no, a las urnas a favor o en
contra de cierto partido
político a partir de la constitución de disposiciones habituales del
comportamiento y los
factores extra e intramentales que sirven a los individuos para
interpretar lo político.
4.
3. Los ejes de la investigación contemporánea
La
agenda de investigación de la antropología política en el México del
presente siglo se ha
concentrado en dilucidar la contingencia de las relaciones de poder.
Para ello, las corrientes
neomarxistas y posestructuralistas, dominan la escena intelectual.
Teniendo como núcleo
los aportes teóricos de autores como Bourdieu, Foucault, Gramsci y
Scott, las
investigaciones recientes están interesadas en mostrar que el ejercicio
del poder se
encuentra arraigado en significados y prácticas cotidianas, al tiempo
retoman dimensiones
como la religión, género, generación, clase y etnicidad como elementos
claves del ejercicio
del poder y la conformación de la política, local y regional, que se
encuentra en diálogo con
aquello que las perspectivas estadocéntricas identifican como la
cultura y/o el Estado
nacional.
Un
trabajo amplio y elaborado a partir de la propuesta de Bourdieu, lo
presenta David
Velasco (2000) para analizar la acción en una organización popular de
Guadalajara. A la
compleja propuesta de Bourdieu, por si fuera poco, el autor señala la
presunción de la
congruencia teórica con los postulados de la filosofía del sujeto
desarrollada por el teólogo
Xavier Zubiri. Tipifica cinco campos en los que las actores de la
organización entran al
juego de oposición y lucha: la microempresa del sector informal, las
burocracias estatales
de los programas de combate a la pobreza, los partidos políticos, los
programas de servicio
social de las universidades, públicas y privadas, del estado y el campo
religioso de la
pastoral social y misionera de la iglesia católica. Afirma que en ellos
se genera capital
simbólico y político que conforma un mercado y habitus lingüístico,
asociado a los
proyectos de educación popular puestos en marcha por diversos agentes
externos. En ese
mercado y habitus es notoria la desconfianza de los actores
del sector popular hacía los
detentadores del poder. A reserva de una mejor interpretación,
consideramos que el
principal aporte del trabajo se encuentra en su parte metodológica, en
la que deja huella del
proceso de intervención y reflexión sociológica del autor y sus
procesos de objetivación y
subjetivación, antes que en la reformulación consistente de la teoría
bourdieuana.
Alberto
Azíz (2000), por su parte, se pregunta por qué la gobernabilidad, en el
sentido de
gobierno eficiente y eficaz, no fue condición suficiente para que los
actores afiliados al
PAN mantuvieran el poder en Chihuahua. Alude a Bourdieu para explicar
que la decisión
del voto se compone de la relación existente entre habitus político
y el mercado político. Si
interpreto bien sus conclusiones, postula la relativa autonomía del
campo electoral,
dominado por las lógicas del habitus y no por los resultados
gubernamentales. Por su parte,
Tejera (2005) analiza el caso del PRD en la Ciudad de México, con la
misma orientación
teórica, pero entendiendo por gobernabilidad las interacciones de
actores sociales con
demandas especificas y agentes gubernamentales que pueden
satisfacerlas; arriba a la
conclusión que afirma la influencia del desempeño gubernamental en la
decisión del voto.
Una orientación teórica (Bourdieu) y un problema de investigación común
(gobernabilidad); conclusiones diferentes, que se desprenden del uso
más intensivo del
utillaje conceptual antropológico por el segundo; que le permite
introducir a su análisis
articulaciones, alianzas, componendas y grupos clientelares en el campo
político.
Por
su
parte, Florencia Mallon (1995), realizó una reinterpretación y
adecuación del marco
analítico de la dominación y la hegemonía cultural como parte
constituyente de los
procesos de diferenciación étnica, la construcción de la nación y los
proyectos de
hegemonía y contrahegemonía en los que se entrelazan la resistencia y
la lucha; lo material
y lo simbólico, lo cultural y lo político. Muestra como las comunidades
pueden llegar a
construir proyectos autonómicos frente al Estado y reproducir visiones
alternativas con
base en las culturas locales. En esta senda de trabajo existen hoy día
diversos esfuerzos por
explicar la resistencia, subordinación y hegemonía, como inmersas en
lógicas culturales
que no son ajenas al proceso de formación de Estado; al contrario, son
parte constitutiva y
constituyente de él.
El
utillaje conceptual para el estudio del poder desde la perspectiva
heredada por la escuela
británica, se renovaría con las investigaciones de Lomnitz (1995) y
Calderón (2004)
quienes, en sus respectivos trabajos, proponen enriquecer la reflexión
teórica a través del
análisis etnográfico de dos aspectos: 1. las luchas hegemónicas; es
decir, las tensiones y
disputas que surgen de la interacción Estado-sociedad a partir de las
disputas entre
proyectos que representan los intereses de grupos, organizaciones y
actores diversos; y, 2.
Los significados culturales de dichas disputas, entendidas como un
interjuego de las
culturas nacional, regional y local; en sus entrelazamientos
geográficamente específicos
con la economía política. Esta nueva generación aportó elementos para
poner en el centro
de las reflexiones de análisis de procesos a la cultura y las prácticas
cotidianas en la
configuración de campos sociales y políticos.
En
este tópico y bordando desde la temática de la resistencia son
importantes los trabajos
reunidos en dos compilaciones, Zarate (1999) y Maldonado (2001). En
ellos se describen
prácticas, normas y la construcción de discursos e ideas en torno a la
transformación del
estado mexicano. Dichos trabajos, muestran diferentes contextos
regionales en los que se
desarrollan prácticas y situaciones que ponen en entredicho la tesis de
la relativa
homogeneidad de la reforma del Estado y los procesos políticos
contemporáneos; cuyos
resultados dependen de los causes que se sigan, ya en las instituciones
formales, ya en el
espacio local. No obstante, el trabajo que realiza las aportaciones
sustantivas son los
ensayos reunidos por Joseph y Nugent (1994), los que a pesar de su
diversidad geográfica
conservan una unidad teórica: el dialogo entre los postulados de la
resistencia de Scott, las
ideas gramscianas de hegemonía y la tesis de la formación del estado,
de Corrigan y Sayer,
como un proceso de regulación moral.
Gabriel
Torres (1996) usa las reflexiones de diversos autores sobre la
dominación y la
resistencia en un estudio sobre la vida cotidiana de los jornaleros del
tomate en Jalisco.
Presenta un modelo muy complejo que da cuenta de la contingencia en las
relaciones de
poder. Presenta una perspectiva más humanizante del trabajo, esto con
la finalidad de
trascender las conceptualizaciones comunes en la literatura
socio-antropológica que reduce
la vida cotidiana de los trabajadores a una situación de explotación de
clase y de
subordinación social y política. Sin desconocer dicha situación, el
trabajo sigue una
orientación teórico-metodológica que subraya el carácter contingente de
las prácticas
sociales y las relaciones de poder, representada en la ironía. Para tal
propósito se analizan
los procesos de trabajo y se constata la reproducción de modalidades y
estructuras sociales
que parecieran de naturaleza permanente. Además, señala que las
circunstancias regionales
conforman formas culturales que permiten entender cómo la agencia de
los trabajadores
implica al mismo tiempo tolerancia con su explotación, así como
combatividad y
oportunismo para introducir cambios puntuales en sus relaciones
laborales de acuerdo con
circunstancias específicas de las interacciones en las estructuras
permanentes, a pesar de
que no siempre sea posible introducir cambios para toda la sociedad
regional.
5.
Lineamientos para un modelo de amplio rango explicativo
A
partir de la revisión precedente, se observa que en las décadas de los
sesenta y setenta los
antropólogos quedaron cautivados ante el enigma que significaba la
existencia del orden
social. Por
un lado, bajo la influencia de la escuela británica en la antropología
política
mexicana se reflexionó sobre una estructura fragmentada y paradójica:
un sistema político
con un fuerte centralismo que permitía la existencia de poderes
locales; mientras que bajo
la influencia de la escuela culturalista norteamericana se reflexionó
sobre la persistencia y
naturaleza de la comunidad indígena y la relación Estado-comunidad. No
obstante, la
principal limitación de ambos paradigmas se encontraba en su raigambre
estructural-funcionalista y su perspectiva en los llamados "estudios de
comunidad".
Frente
a esas limitaciones, en el transcurso de las décadas de los setenta y
ochenta, la
antropología política en México renovó el campo teórico-metodológico al
introducir el
análisis de procesos y una perspectiva regional, en la que se adaptaron
algunos elementos
del evolucionismo multilineal de Steward y del modelo energético de las
estructuras
disipativas de Adams. Asimismo, bajo la influencia del marxismo se
logró -en esas
décadas- avanzar en las reflexiones sobre la articulación de
comunidades indígenas y
campesinas con el Estado en el contexto del desarrollo capitalista, así
como sobre las
transformaciones culturales y políticas de las comunidades y de la
nación, pues, se
cuestionaron el carácter intervencionista y colonialista de las
políticas del Estado y de la
ideología nacionalista.
A
partir de los ochenta y durante los noventa, a la par de esas críticas,
se retomaron los
conceptos sociológicos del poder y los acuñados en la ciencia política
de la transición, para
abordar los problemas políticos particulares del país en relación a la
democratización de los
sistemas de representación y de elección en el país. Campo en el cual,
los antropólogos han
realizado excelentes sistematizaciones, pero pocos aportes teóricos. En
los noventa, la
renovación teórica de la disciplina también orientó los temas y objetos
de investigación en
la antropología política, en relación a los rituales y símbolos del
poder, por un lado; así
como en el análisis de la cultura política de diversos actores y
agrupaciones que
representaban a los principales movimientos sociales del momento y
diversas experiencias
locales en el desarrollo histórico de partidos políticos y sus
experiencias de gobierno.
Los
principales aportes contemporáneos al retomar preocupaciones sobre la
hegemonía, la
dominación y la resistencia se encuentra al considerar esos tópicos del
poder como ambos,
un proceso y un resultado de las interacciones entre grupos subalternos
y grupos
dominantes. Es decir, en las investigaciones contemporáneas se observa
una clara tendencia
constructivista. No obstante, la limitación más importante que subyace
a los aportes de la
antropología política en México desde la década de los ochenta se
encuentra en la
delimitación de un concepto de Cultura útil al análisis de la política.
En
ese
sentido, al inicio de esta colaboración señalé un objetivo programático
ante la
necesidad de desarrollar herramientas teóricas con mayores rangos
explicativos. A
sabiendas que esa es una tarea de mayor envergadura, en este espacio
planteo algunos
lineamientos para esa tarea, pues, las más importantes contribuciones
de cada paradigma
continúan vivas y nos proveen de insumos para una rica discusión que,
aunque parezca
ecléctica, puede proporcionar elementos para una mejor comprensión de
las dinámicas del
fenómeno de lo político en la sociedad contemporánea.
El
núcleo conceptual de ese modelo se encuentra en la recuperación de los
conceptos clave
que han guiado las reflexiones y que han traspasado escuelas y
tradiciones disciplinarias.
En primer lugar, la antropología política mexicana ha adoptado visiones
probabilísticas y
voluntaristas de la acción social; es decir, siguiendo a Weber definen
al concepto de poder
como la posibilidad de imponer una voluntad y, aún en los análisis que
retoman las
visiones sistémicas, energético-ecológicas o neomarxistas; el estudio
de la política se
concentra en la función gubernativa, es decir, por su posibilidad de
producir resultados y en
sus procesos de expansión y concentración, o de entropía. Desde luego,
es necesario
aprehender la sociología política de Weber y de particular interés para
el estudio de las
instituciones que gobiernan a las sociedades humanas será identificar
la manera en la que
se enriquecen mutuamente las tipologías de poder de este autor y de
Adams.
Para
comprender las lógicas de aquellas funciones, resultados y procesos; la
antropología
política cuenta con las herramientas conceptuales heredadas de la
escuela británica y
culturalista para abordarlos desde las figuras, líderes, grupalidades y
estructuras a las que se
atribuye la función de control y/o dominación. Sin embargo, argumento a
favor de un
modelo dinámico que metodológicamente proceda a través del estudio de
los procesos y
que explique, a través de los terrenos, arenas y campos políticos, la
estructuración de
formas de dominación o modelos del ejercicio del poder -caciquismo,
faccionalismo,
corporativismo, neocorporativismo, etc.- que se asuma en el marco de la
teoría de la
práctica y la agencia social (Giddens 1979, 1985, 1995).
En
ese
sentido, los agentes sociales inmersos en sus lógicas culturales de
subalternidad,
subordinación y hegemonía, no son entes aislados sino entes sociales
que muestras
empíricamente diferentes niveles de integración social (cuasi-grupos,
facciones,
asociaciones, agrupaciones, etc.) y diversas luchas, disputas y
conflictos; los cuales son los
mecanismos que nos explican el cambio político. Esto implica que la
antropología política
contemporánea debe profundizar en las reflexiones respecto a dos
aspectos; por un lado,
cómo operan los mecanismos culturales para la orientación y
significación de la política y
lo político; y, por el otro, cuál es la vinculación existente entre el
ámbito macro estructural
y las dinámicas micro sociales.
Las
investigaciones de la antropología política deberían, para fines
metodológicos, aclarar
con precisión la dimensión que pretenden abordar: la política,
es decir, tomar como
problema de investigación a las instituciones que gobiernan en las
sociedades humanas; o, lo político, es decir, tomar como
objeto el estudio de
la acción política, las tensiones y los
conflictos entre grupos y facciones; o el poder, es decir,
ubicar como su problema de
investigación la imbricación de lo político y la política con otras
dimensiones culturales y
de lo social.
Un
modelo de amplio rango explicativo deberá abordar, desde luego, los
tres aspectos
señalando con claridad la manera en la que se articulan unos con otros.
En esta tarea,
considero que la antropología política debería poner al concepto de
Cultura como el eje
explicativo de esas articulaciones. No obstante, para ello es necesaria
una reformulación
que no dé cabida a las objeciones sobre las orientaciones idealistas y
particularistas que
comúnmente se le presentan al concepto, y sin renunciar a él; que
permita una articulación
entre cultura y política que reduzca la "jaula de hierro" weberiana; es
decir, que no acepte
como única la racionalidad "occidental".
En
ese
sentido, abandonar el concepto de "Cultura" (con mayúscula) desde una
perspectiva
antropológica tradicional del "modo total de vida"; para referir a "lo
cultural" (con
minúscula) y señalar, tal como afirma Appadurai, que:
"Cuando
se afirma que una práctica social, una distinción, una concepción, un
objeto o una
ideología [la política, lo político, lo público y el poder] posee una
dimensión cultural (…)
se intenta subrayar la idea de una diferencia situada, es decir, una
diferencia con relación a
algo local, que tomó cuerpo en algún lugar determinado, donde adquirió
ciertos
significados" (Appadurai 1996:12).
En
ese
sentido, la reformulación invoca a un proceso materialista (Sperber
2005) colectivo
e incesante de producción de cadenas de significados, orientaciones,
imaginarios y
representaciones; procesos intramentales que solo son observables
empíricamente a través
del comportamiento, la interacción y la experiencia social, es decir, a
través de los procesos
extramentales que se materializan en las relaciones sociales.
6.
Notas finales
Los
historiadores del pensamiento antropológico señalan 1940 como origen de
la
antropología política. Desde entonces, a desdén de la observación de
David Easton (1959)
respecto a la inexistencia de ese campo de especialización, la
perspectiva antropológica del
estudio del poder se ha desarrollado en diversos caminos. En los
estudios sobre el poder y
la política en México se identifica claramente que el estudio de
procesos, bajo la égida de la
escuela británica, ha sido la perspectiva que ha orientado de manera
dominante a la
antropología política mexicana. Aunque los trabajos recientes se han
orientado a la
interpretación simbólica del poder y hacia las reflexiones temáticas de
la dominación, la
hegemonía cultural, la resistencia y las contingencias de las
relaciones de poder.
Evidentemente,
el referente simbólico de la cultura es de central relevancia para la
explicación del comportamiento humano, pero la parte material no puede
ni debe ser
omitida del análisis antropológico del poder. De lo contrario la
Antropología caerá en
explicaciones tautológicas: interpretando la interpretación de lo que
otros interpretan.
Notas
1. Hernán Siles Zuazo (Bolivia, 1985), Raúl
Alfonsín
(Argentina, 1989), Fernando Collor
de Mello (Brasil, 1992), Jorge Serrano (Guatemala, 1993), Carlos Andrés
Pérez
(Venezuela, 1993), Joaquín Balaguer (República Dominicana, 1996),
Abdalá Bucaram
Ortiz (Ecuador, 1997), Raúl Cubas Grau (Paraguay, 1999), Jamil Mahuad
(Ecuador, 2000),
Alberto Fujimori (Perú, 2000), Fernando de la Rúa (Argentina, 2001),
Gonzalo Sánchez de
Lozada (Bolivia, 2003) y Lucio Gutiérrez (Ecuador, 2005).
Bibliografía
Abélès,
Marc (y
Henri-Perre
Jeudy) (eds.)
1997 Anthopologie du politique. París, Colin.
Adams,
Richard
N.
1975 Energy and Structure. A theory of social power. Austin,
University of Texas Press.
1978 La red de la expansión humana. Un ensayo sobre energía,
estructuras disipativas,
poder y ciertos procesos mentales en la evolución de la sociedad
humana. México,
CIESAS, Ediciones de La Casa Chata.
Adler,
Larissa
(Rodrigo
Salazar e Ilya Adler)
1994 Simbolismo y ritual en la política mexicana. México,
Siglo XXI / UNAM.
Aguirre
Beltrán, Gonzalo
1970 El proceso de aculturación y el cambio sociocultural en México.
México, UIA.
Almada,
Rossana
2001 El vestido azul de la sultana. La construcción del PAN en
Zamora, 1940-1995.
Zamora, El Colegio de Michoacán.
Alonso,
Jorge
1984 Crepitar de banderas rojas: campañas y elecciones socialistas.
México, CIESAS,
Cuadernos de la Casa Chata.
1993 El rito electoral en Jalisco (1940-1992).
Guadalajara,
CIESAS, El Colegio de Jalisco.
1994 "Partidos y cultura política", en Jorge Alonso (coord.), Cultura
política y educación
cívica, México, CIIH-UNAM, Miguel Ángel Porrúa: 115-184.
1995 El cambio en Jalisco. Las elecciones de 1994 y 1995.
Guadalajara, Universidad de
Guadalajara, CIESAS, CEEJ.
1996 "Cultura Política y Partidos en México", en Esteban Krotz
(coord.), El estudio de la
cultura política en México. Perspectivas disciplinarias y actores
políticos. México,
CIESAS, CONACULTA: 187-214.
2000 Democracia precaria. Guadalajara, ITESO, CIFS.
Appadurai,
Arjun
1996 Modernity at large. Cultural Dimensions of Globalization. Minneapolis
and London,
University of Minnesota Press, Public Worlds Series v. 1.
Arias,
Patricia
(y Lucía
Bazán)
1979 Demandas y conflictos. El poder político en un pueblo de
Morelos. México, Nueva
Imagen.
Azíz,
Alberto
1996 Territorios de alternancia. El primer gobierno de oposición
en Chihuahua. México,
Triana, CIESAS.
2000 Los ciclos de la democracia. Gobierno y elecciones en
Chihuahua. México, CIESAS,
AUCJ, Porrúa.
Balandier,
Georges
1969 Antropología política. Barcelona, Península.
Bartra,
Roger
1982 Campesinado y poder político en México. México, Era.
Boissevain,
Jeremy
1974 Friends of friends: Networks, manipulators, and coalitions.
New York, University of
Amsterdam and St. Martin's Press.
Boissevain,
Jeremy (y Clyde
Mitchell) (eds.)
1973 Network Analysis. Studies in human interaction. Paris,
The Hague Mouton.
Bonfil
Batalla,
Guillermo
1990 México profundo. Una civilización negada. México,
Grijalbo, Conaculta.
Calderón
Mólgora, Marco
Antonio
2004 Historias, procesos políticos y cardenismos: Cherán y la
Sierra P'urhépecha,
Zamora, El Colegio de Michoacán.
Cámara
Barbachano, Fernando
1966 Persistencia y cambio cultural entre tseltales de Los Altos
de Chiapas. Estudio
comparativo de las instituciones religiosas y políticas de los
municipios de Tenejapa y
Oxchuc. México, Sociedad de alumnos de la Escuela Nacional de
Antropología e Historia.
1945 Monografía sobre los tseltales de Tenejapa, Chiapas, México.
Microfilm collection
of manuscripts on middle american cultural anthropology, núm. 5.
Chicago Illinois,
University of Chicago Library.
Cancian,
Frank
1965 Economics and Prestige in a Maya Community, The Religious
Cargo System in
Zinacantan. Stanford, Stanford University Press.
Carbó,
Teresa
1996a El discurso parlamentario mexicano entre 1920 y 1950: un
estudio de caso en
metodología de análisis de discurso. México, CIESAS y El Colegio
de México.
1996b "Sobre por qué hacer un estudio de discurso parlamentario en un
régimen
presidencialista", en Esteban Krotz (coord.), El estudio de la
cultura política en México.
Perspectivas disciplinarias y actores políticos. México, CIESAS,
CONACULTA,
Colección Pensar la Cultura: 215-251.
Castaingts,
Juan
1997 "Crisis del mito: crisis social", en Juan Manuel Ramírez y
Jorge
Regalado (coord.), El
debate nacional. Vol 4. Los actores sociales. México,
Universidad de Guadalajara, Diana.
1996 "La antropología simbólica del destape", en Héctor Tejera
(coord.), Antropología
política. Enfoques contemporáneos, México, Plaza y Valdés,
INAH:55-70.
Castro
Domingo,
Pablo
2006 Los que ya bailaron que se sienten: Cultura política,
ciudadanía y alternancia
electoral. México, Porrúa, CONACYT.
2005 "Cultura política, comportamiento electoral y emergencia de
ciudadanía", en Pablo
Castro (coord.), Cultura política, participación y relaciones de
poder, México, Colegio
Mexiquense, CONACYT y UAM-I: 169-198.
Cohen,
Abner
1979 "Antropología política: El análisis del simbolismo en las
relaciones de poder", en José
R. Llobera (ed.), Antropología política, Barcelona, Anagrama:
55-82.
Colby,
B.
1966 Ethnic relations in the Chiapas Higlands of Mexico. New
Mexico, Meseum of New
Mexico Press.
Collier,
George
A.
1975 Fields of the Tzotzil. The Ecological bases of Tradition in
Highland Chiapas.
Stanford, Stanford University Press.
Easton,
David
1959 "Political Anthropology", en Biennial Review of Anthropology,
vol. 1. Stanford,
Stanford University Press: 210-216.
Fábregas,
Andrés
1986 La formación histórica de una región: Los Altos de Jalisco.
México, CIESAS,
Cuadernos de la Casa Chata, nº 5.
Friedrich,
Paul
1986 The Princes of Naranja. An Essay in Anthrohistorical Method. Austin,
University of
Texas Press.
1970 Agrarian revolt in a Mexican village. New Jersey,
Prentice Hall.
Fuente,
Julio
de la
1965 Relaciones interétnicas. México, INI.
García
de León,
Antonio
1999 Resistencia y utopía. Memorial de agravios y crónica de
revueltas y profecías
acaecidas en la provincia de Chiapas durante los últimos quinientos
años de su historia.
México, ERA.
Geertz,
Clifford
1983 Local Konowledge. New York, Basic Books.
1980 Negara. The Theatre State in 19th Century Bali.
Princeton, Princeton University
Press.
1973 The Interpretation of Cultures. New York, Basic Books.
Giddens,
Anthony
1995 La constitución de la sociedad. Bases para la teoría de la
estructuración. Buenos
Aires, Amorrortu.
1987 Las nuevas reglas del método sociológico. Crítica positiva de
las sociologías
interpretativas. Buenos Aires, Amorrortu.
1979 Central problems in Social Theory. Action, Structure
and
Contradiction in Social
Analysis. Berkeley, University of California Press.
Guiteras
Holmes, Calixta
1961 Perils of the Soul. The world view of a Tzotzil Indian.
Glencoe Ill., Free Press.
Hamui,
Liz
2005 "Los vínculos entre cultura política e identidad colectiva", en
Pablo Castro (coord.), Cultura política, participación y
relaciones de poder,
México, Colegio Mexiquense,
CONACYT y UAM-I: 47-72.
Hewitt
de
Alcántara, Cynthia
1985 Anthropological perspectives on rural Mexico. London,
Rutledge & Kegan Paul.
Jaime
Bailón,
Moisés
1984 "Elecciones locales en Oaxaca en 1980", Nueva Antropología.
Revista de ciencias
sociales, vol. VII, nº 25, octubre, UNAM, México: 67-98.
Joseph,
Gilbert
M. (y
Daniel Nugent)
1994 Everyday Forms of State Formation. Revolution and the
Negotiation of Rule in
Modern Mexico. Durham, Duke University Press.
Krotz,
Esteban
1990 "Antropología, elecciones y cultura política", Nueva
Antropología. Revista de
ciencias sociales, vol. XI, nº 38, México, CONACYT, UAM-I,
octubre: 9-19.
1985 Cooperativas agrarias y conflictos políticos en el sur de
Jalisco. México, UAM-Iztapalapa.
Kurtz,
Donald V.
2001 Political Anthropology. Paradigms and Power. Boulder and
Oxford, Westview Press.
Labastida
Martín del Campo,
Julio (y Miguel Armando López Leyva)
2004 "México y la transición prolongada (1988-1996/97)", Revista
Mexicana de
Sociología, año LXVI, nº 4, octubre-diciembre, México,
ISS-UNAM:749-806.
Leyva
Solano,
Xochitl
2005 "Indigenismo, indianismo and 'ethnic citizenship' in
Chiapas", The Journal of
Peasant Studies, vol. 32, nº 3-4, jul-oct. London, Routledge:
555-583.
1993 Poder y desarrollo regional. Puruándiro en el contexto
norte
de Michoacán. Zamora,
El Colegio de Michoacán.
Lomnitz-Adler,
Claudio
1995 Las salidas del laberinto. Cultura e ideología en el espacio
nacional mexicano.
México, Joaquín Mortiz / Planeta.
1982 Evolución de una sociedad rural. México, SEP/80.
Maldonado,
Salvador (ed.)
2001 Dilemas el Estado nacional. Una visión desde lo cultural y el
espacio regional.
Zamora, El Colegio de Michoacán.
Mallon,
Florencia
1995 Peasant and Nation. The making of Post Colonial Mexico and
Peru. California,
University of California Press.
Martínez,
Tomás
(y Leticia
Gándara)
1976 Política y sociedad en México. El caso de los Altos de Jalisco.
México, SEP-INAH.
Mayer,
Adrian
1966 "The Significance of the quasi-groups in the Study of Complex
Societies" en Michael
Banton (ed.), The Social Anthropology in Complex Societies,
London, Tavistock.
Medina
Hernández, Andrés
1991 Tenejapa. Familia y tradición de un pueblo tseltal.
Tuxtla Gutiérrez, Gobierno del
Estado de Chiapas.
Nash,
June C.
1970 In the eyes of the Ancestors. Belief and behaviour in a Maya
Community. New Haven
and London, Yale University Press.
Nicholas,
Ralph
1965 "Factions: A Comparative Analysis", en Michael Banton (ed.), Political
System and
Distribution of Power, New York-Washington, Frederick A. Praeger.
1966 "Segmentary Factional Political Systems. Swartz, Marc,
Victor
Turner y Arthur
Tuden", Political Anthropology, Aldine, Chicago: 49-59.
Palerm,
Ángel
1980 Antropología y marxismo. México, CIESAS.
De
la Peña,
Guillermo
1996 "Testimonios biográficos, cultura popular y cultura política:
reflexiones
metodológicas", en Esteban Krotz (coord.), El estudio de la
cultura política en México.
Perspectivas disciplinarias y actores políticos, México, CIESAS,
CONACULTA: 389-414.
1990 "La cultura política entre los sectores populares de Guadalajara",
en Nueva
Antropología. Revista de Ciencias Sociales, vol. XI, nº 38,
octubre, México, CONACYT,
UAM: 83-107.
1986 "Poder local, poder regional: perspectivas socioantropológicas",
en Jorge Padua y
Alain Vaneph (comp.), Poder local, poder regional, México, El
Colegio de México,
CEMCA: 27-56.
1980 Herederos de promesas. Agricultura, política y ritual en los
Altos de Morelos.
México, CIESAS, Casa Chata.
Pozas
Arcineaga, Ricardo
1959 Juan Pérez Jolote. Biografía de un Tzotzil. México,
Fondo de Cultura Económica.
1977 Chamula. México, Instituto Nacional Indigenista.
Pozas,
Ricardo
(e Isabel de
Pozas)
1982 Los indios en las clases sociales de México. México,
Siglo XXI.
Ramírez
Sevilla, Luis
1997 Dibujo de sol con nubes: una aproximación a los límites y
potencialidades del PRD
en un municipio michoacano. Historia de una utopía nonata. Zamora,
El Colegio de
Michoacán.
Rionda,
Luis
Miguel
1998 Origen y evolución de los partidos políticos en el Estado de
Guanajuato. Guanajuato,
IEE-Guanajuato.
1997 Guanajuato, una democracia de laboratorio. Evolución y
perspectivas de una
sociedad en transformación política, 1917-1995. Tesis para obtener
el título de Doctor en
ciencias sociales. Guadalajara, CIESAS, Universidad de Guadalajara.
Redfield,
Robert
1941 The folk Culture of Yucatan. Chicago, Chicago University
Press.
Rubin,
Jeffrey
W.
1996 "Decentering the regime: Cultural and Regional Politics in
Mexico", Latin American
Research Review, vol. 31, 3. Pittsburgh, Latin American Studies
Association: 85-126.
Sahlins,
Marshall
1963 "Poor Man, Rich Man, Big Man, Chief: Political Types in Melanesia
and Polynesia", Comparative Studies in Society and History,
nº 3, vol.
5, Cambridge and New York,
Cambridge University Press: 285-303.
Salmerón,
Fernando
1996 Intermediarios del progreso. Política y crecimiento económico
en Aguascalientes,
México, CIESAS.
Shryer,
Frans J.
1990 Ethnicity and Class Conflict in Rural Mexico. New
Jersey, Princeton University
Press.
Siverts,
Henning
1969 "Ethnic stability and boundary dynamic in southern Mexico", in
Fredrik Barth (ed.), Ethnic groups and boundaries: The social
organization of cultural difference.
Boston, Little Brown and Co.:101-116.
Sperber,
Dan
2005 Explicar la cultura. Un enfoque naturalista. Madrid,
Morata.
Swartz,
Marc
(ed.)
1968 Local-Level Politics. Social and Cultural Perspectives.
Chicago, Aldine.
Tapia
Santamaría, Jesús
1992 Intermediación social y procesos políticos en Michoacán.
Zamora, El Colegio de
Michoacán.
1984 "Elecciones locales en Michoacán en 1983", Nueva
Antropología. Revista de Ciencias
Sociales, vol. VII, nº 25, octubre, México: 125-164.
Tax,
Sol
1943 Field notes on Zinacantan, Chiapas. Chicago,
University
of Chicago Press.
Tejera
Gaona,
Héctor
2005 "Cultura, prácticas políticas y comportamiento electoral en la
ciudad de México", en
Héctor Tejera (coord.), Antropología política. Enfoques
contemporáneos, México, Plaza y
Valdés, INAH: 199-231.
1996 "Cultura política: democracia y autoritarismo en México", Nueva
Antropología
Revista de Ciencias Sociales, vol. XV, nº 50, octubre, México:
11-21.
Torres,
Gabriel
1996 La fuerza de la ironía. Un estudio del poder en la vida
cotidiana de los trabajadores
del tomate en el Occidente de México. México, CIESAS-El Colegio de
Jalisco.
Urteaga,
Augusto
1996 "Aspectos culturales del sistema político rarámuri", en Esteban
Krotz (coord.), El
estudio de la cultura política en México. Perspectivas disciplinarias y
actores políticos,
México, CIESAS, CONACULTA: 293-323.
Varela,
Roberto
2005a Cultura y poder. Una visión antropológica para el análisis
de la cultura política.
Barcelona, Anthropos y UAM-I.
2005b "Participación y cultura política", en Pablo Castro (coord.), Cultura
política,
participación y relaciones de poder, México, El Colegio
Mexiquense/CONACYT/UAM-I:
21-46.
2002 "Naturaleza/cultura, poder/políticas,
autoridad/legalidad/legitimidad", en Esteban
Krotz (ed.), Antropología jurídica. Perspectivas socioculturales
den el estudio del derecho,
Barcelona, Anthropos-UAM: 69-111.
1996a "Cultura política", en Héctor Tejera (coord.), Antropología
política. Enfoques
contemporáneos, México, Plaza y Valdés / INAH.
1996b "Los estudios sobre 'cultura política' en la antropología social
mexicana", en Esteban
Krotz (coord.), El estudio de la cultura política en México.
Perspectivas disciplinarias y
actores políticos, México, CIESAS, CONACULTA: 73-145.
1986 "Estructuras de poder en comunidades de Morelos", en Jorge Padua y
Alain Vaneph
(comp.), Poder local, poder regional, México, El Colegio de
México, CEMCA: 144-163.
1984 Expansión de sistemas y relaciones de poder. Antropología
política del Estado de
Morelos, México, UAM-I.
Vargas
González, Pablo
2005 "¿Crisis o refundación de los partidos políticos en México en la
etapa post-alternante,
200-2002?", en Víctor Alejandro Espinoza y Luis Miguel Rionda (coord.),
Después de la
alternancia: elecciones y nueva competitividad, México, Eon,
SOMEE, UAM-A,
Universidad de Guanajuato.
1996 "Análisis de la política electoral en la era de la reforma del
Estado. Acercamientos
metodológicos", en Héctor Tejera (coord.), Antropología política.
Enfoques
contemporáneos, México, Plaza y Valdés, INAH: 157-172.
1993 Lealtades de la sumisión. Caciquismo, Zamora, El Colegio
de Michoacán.
1990 "Cultura política y elecciones en Hidalgo", en Nueva
Antropología. Revista de
Ciencias Sociales, vol. XI, nº 38, México, CONACYT, UAM-I,
octubre: 131-145.
Velasco,
David
2000 Habitus, democracia y acción popular. La sociología de Pierre
Bourdieu aplicada a
un estudio de caso. Guadalajara, ITESO.
Villa
Rojas,
Alfonso
1990 Etnografía tseltal de Chiapas. Modalidades de una cosmovisión
prehispánica.
México, Gobierno del Estado de Chiapas / Porrúa.
1977 Los elegidos de Dios. Etnografía de los mayas de Quintana Roo.
México, Instituto
Nacional Indigenista.
Villoro,
Luis
1950 Los grandes momentos del indigenismo en México. México,
El Colegio de México.
Vogt,
Evong Z.
1969 Zinacantan: A Maya Community in the Highland of Chiapas.
Cambridge, Harvard
University Press.
Warman,
Arturo
1976 …y venimos a contradecir. Los campesinos de Morelos y el
Estado Nacional.
México, CIS-INAH, Ediciones de la Casa Chata.
1985 Ensayos sobre el campesinado en México. México, Nueva
Imagen.
Warman,
Arturo
(Guillermo
Bonfil y Margarita Nolasco) (coord.)
1970 De eso que llaman antropología mexicana. México, Nuestro
Tiempo.
Wasserstrom,
Robert
1983 Class and Society in Central Chiapas. Berkeley,
University of California Press.
Wolf,
Eric R.
1966 "Kinships, friendship and patron-client relations in complex
societies", en Michael
Banton (ed.), The Social Anthropology in complex Societies,
London, Tavistock.
1957 "Closed Corporate Peasant Communities in Mesoamerica and Central
Java",
Southwestern Journal of Anthropology, nº 13, Albuquerque,
University of New Mexico:
1-18.
Zarate,
José
Eduardo (ed.)
1999 Bajo el signo del Estado. Zamora, El Colegio de
Michoacán.
|