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En la orientación filosófica (asesoría filosófica o counseling) existe una premisa que puede ser discutida, pero que en nuestra opinión ha de estar a la base de nuestra praxis: la búsqueda de la verdad (sin mayúsculas, es decir, no la única verdad, que no sabemos si existe, sino, más bien, como suma de perspectivas) con objeto de vivir mejor y más conscientes, más que la adaptación a lo que hay de manera acrítica donde se acepte una realidad que, probablemente deba ser transformada o en su defecto, tomada en consideración sólo como un punto de partida, pero no de llegada con objeto, simplemente, de ser más funcional. En este artículo analizaremos en qué consiste esta praxis. La praxis del asesor filosófico indica que un elevado número de clientes que acuden a una sesión de orientación filosófica están descontentos, en ocasiones, de otras formas de ayuda a través de la cuales no solo no han conseguido su objetivo de sentirse mejor, sino que acuden con la rémora de conocer una jerga a través de conceptos procedentes de la psicopatología que, lejos de haberlos beneficiado, les han hecho sentir que son un auténtico desastre, una suma de distintos complejos y síndromes que los han paralizado, si cabe, aún más. El asesor u orientador (1) tiene que hacer una doble labor entonces: por un lado, -toda vez que reconoce que lo que obstaculiza la vida de su cliente son malestares y no trastornos (2), transmitir a su cliente que esa jerga no es más que eso, palabras, conceptos, a los que hay que darles una importancia relativa (útiles para el terapeuta principalmente), sobre todo viendo que cada año aparecen nominadas decenas de "nuevas enfermedades", y por otro lado, comenzar a poner orden en la cascada de ideas, emociones y proferencias del cliente. Este complejo proceso que acaba de comenzar sobre el que no profundizaremos ahora trae consigo una cuota de bienestar desde el comienzo mismo del proceso, desde las primeras sesiones. En modo alguno pretendemos aquí atacar a ninguna forma de terapia que, sin duda, haya hecho sus contribuciones al conjunto del saber y ayudado a cientos de miles de personas en distintos lugares del mundo. Señalar sus limitaciones, así como sus aspectos más relevantes es de justicia y ello porque se pudiera así contribuir al desarrollo mismo de la disciplina. De eso trata este artículo, pero además, de intentar modestamente aportar algún tipo de alternativa de la que todos pudiéramos extraer algo positivo sin otro objeto que ayudar a aquellas personas que por motivos existenciales sienten malestares que le hacen la vida más difícil, menos llevadera. De una manera extremadamente sinóptica hemos querido plasmar a continuación algunos aspectos característicos de una forma de entender la estructura de la personalidad que, sin duda, tiene sus luces, pero también sus limitaciones; ambos extremos nos serán de utilidad: Estructura de la personalidad según la segunda tópica freudiana (segunda teoría del aparato psíquico) Ello (pulsiones): sujeto del inconsciente; residen todas las energías instintivas del sujeto (irracionalidad, egoísmo, tendencia al placer); gobernado por el principio del placer; consecución del placer. Totalmente amoral. Yo (árbitro o mediador de autonomía relativa): se encuentra en una relación de dependencia tanto respecto a las reivindicaciones del ello como a los imperativos del superyó y a las exigencias de la realidad; se rige por el principio de realidad; modifica las demandas irrazonables, insistentes e inmediatas del instinto, para adaptarlas a las exigencias de la realidad. Tiene que mantener en equilibrio las exigencias impuestas por los instintos (ello), el mundo exterior y la conciencia moral (superyó). Se esfuerza en ser moral. Superyó (ideal del yo y conciencia moral): su naturaleza está compuesta por dos subsistemas: el ideal del yo (expresa el conjunto de los valores moralmente buenos y dignos de recompensa) y la conciencia moral (tiende a reprimir toda conducta moralmente reprobable). Puede ser hipermoral. Instancia severamente restrictiva y cruelmente prohibitiva pues tiende a reprimir aquellos impulsos que podrían desestabilizar el orden ético-social. Hagamos notar que las normas morales de tipo social son heterónomas, y aceptadas, y que el ser humano va haciendo suyas desde la socialización primaria. Según esta visión de la personalidad estructurada de esta manera nos hallamos ante tres vertientes diferenciadas que actúan de manera distinta, aunque en gran medida conectadas, forjando una personalidad determinada. De cómo se relacionen entre ellas, del peso que cada una logre tener, surgirán problemas y, en consecuencia, mecanismos de defensa, o la vida se desarrollará de manera conveniente y adaptada a una sociedad que es como es y que requiere de la persona un ser funcional. Pero este planteamiento no está exento de problemas, independientemente de que también contribuye, aunque de manera incompleta, a nuestro objetivo de una mejor comprensión de la personalidad y, en definitiva, a una ayuda más orientada a lo que caracteriza al ser humano más que a una funcionalidad basada en unas normas morales que una sociedad determinada requiere, estén estas o no equivocadas, tengan o no sus sombras. A Sigmund Freud, junto a Karl Marx y Friedrich Nietzsche (filósofos de la sospecha, en denominación de Paul Ricoeur) hay que reconocerles, entre otras cosas, que fueron los tres autores que contribuyeron decisivamente a modificar la visión que la filosofía tenía sobre el concepto de yo (o de sujeto) desde Descartes. Si la modernidad comenzó con la teorización y establecimiento de este concepto en un intento de fundamentar el conocimiento sobre bases más sólidas que en la idea de Dios, la posmodernidad revisa el concepto para ver sus fallas, limitaciones y carencias. Así, Freud observa acertadamente que el concepto de yo lejos de ser tan nítido y sólido como se nos había trasmitido, nos proporciona tantos problemas como problemas resuelve. El yo cartesiano no sólo no es nítido, sino que parte de su contenido se lo da lo que Freud llamará el inconsciente. Los contenidos del yo (qué y cómo somos) se encuentran, generalmente, fuera del alcance del sujeto y no se puede acceder a ellos a no ser a través de un ejercicio hermenéutico (interpretativo) como podría ser el psicoanálisis, entre otros. Marx hace otro tanto en el terreno, no ya psicológico, sino en el económico y social, y observa que el sujeto se constituye sobre la base de lo que hace, pero si lo que hace se lo sustraen queda enajenado, con lo cual el yo es algo alienado (extraño a sí mismo. Soy lo que dejo de ser). Finalmente, y esto es crucial para nuestra posterior argumentación, Nietzsche, en el campo de la moral observa (y denuncia) que el ser humano basa su conducta moral no en lo que él hace de sí mismo (autonomía moral), sino en lo que la sociedad hace de él, una moral inculcada (moral heterónoma), es decir, que lejos de una deseada autonomía moral, el sujeto es no lo que quiere ser o lo que hace de sí mismo, sino lo que otros (las leyes morales establecidas, distintas en cada lugar en función, en mucha ocasiones, de los valores sustentados) quieren que sea. Lástima que uno de los padres de la Posmodernidad como Freud no quisiera (o no pudiera) ver esto, de haber sido así el psicoanálisis hubiera tomado otra forma en determinadas cuestiones, porque el propio concepto de superyó (conciencia moral sobre la base de normas establecidas heterónomamente) está basado de esta manera sobre una falacia. Curioso camino: buscando la autonomía del sujeto nos encontramos con que se le concede un valor de hecho y hasta constitutivo a la heteronomía. Así que el yo o ego tiene que arbitrar entre las pulsiones y lo que la sociedad demanda, sin dejar claro que lo que la sociedad demanda sea mejor o peor (lo demanda y esto es lo que hay). Es lo que es y así debe ser, con lo cual también cae en la llamada falacia naturalista (paso ilegítimo del es al debe). Demasiadas falacias. El freudomarxismo intentó reconducir la situación sobre la base de una moral determinada relacionada con el materialismo, fundamentada en ideas de origen y desarrollo marxista; el problema es que uno visita en la actualidad los países donde más fuertemente caló el marxismo intentando comprender lo ocurrido y lo que encuentra son escombros (3), así que el intento fue correcto, la solución no. Paradójicamente (u obcecadamente) no son pocos los que siguen insistiendo en esta dirección, eso sí, pocos de ellos conoce la realidad cabal de estos lugares que siguen siendo contemplados como modelo de no sabemos qué exactamente. Otro de los problemas que surgen al tomar ese esquema como válido es si debe considerarse el arbitraje propio del yo como formando parte de la propia estructura de la personalidad, al mismo nivel que la conciencia moral o superyó, (como es el caso) o del ello, en lugar de como dos aspectos que deben someterse a ulteriores consideraciones. En primer lugar, preferimos pensar en la función del yo o del ego, en términos de coherencia, como forma de organizar las distintas partes de la estructura de la personalidad (superyó y ello, que son las que completarían la triada en este paradigma), más que de arbitraje o control entre esferas situadas en una jerarquía que efectivamente conformarían la estructura de la personalidad, pero de una manera muchísimo más compleja que la propuesta del psicoanálisis, que, además, incluye muchos más aspectos de los que incluye la conciencia moral o superyó. Esa coherencia está más emparentada con la razón y mucho más cercana a la lógica (que es la ciencia que gobierna nuestro modo de razonamiento) que al papel mediador, por decirlo así, del ego. Mezclar o poner al mismo nivel instancias tan heterogéneas no contribuye a la clarificación conceptual y sí a una confusión de consecuencias poco predecibles. Ante esta situación cabe pensar que el yo, tras sus relativos éxitos en el arbitraje, tenga como verdadera función la reacción que suponen los mecanismos de defensa. Nuestra propuesta, reconociendo la lucidez de la metapsicología freudiana, contempla otros factores allí donde creemos que ésta es claramente insuficiente. Nosotros creemos, en primer lugar: - Que hay que partir de la base de que la conciencia moral (superyó) no puede constituir tal cual (pues se basa en falacias) uno de los pilares de una reflexión en torno a la armonía del ser humano cuando se enfrenta a malestares existenciales. La conciencia moral fundamentada así es falaz; está basada en un aparato de valores, ideas y principios que pueden ser auténticas aberraciones. Dar por bueno esto, sin más, es no "coger al toro por los cuernos", sino someterse a una realidad distinta en cada lugar que podría estar "ordenada" en base a una visión del mundo descerebrada, sin una reflexión crítica que se nos hace radicalmente necesaria. - Que el yo no debe considerarse al mismo nivel o en conjunto con las otras instancias de las que habla el psicoanálisis pues no hay una homogeneidad o criterios suficientemente claros capaces de hacerlos formar parte de lo mismo. Por el contrario, es más operativo sustituirlo por un criterio extra personal e intersubjetivo como es la coherencia que debe regir entre las distintas partes que forman la personalidad, que, además, son muchas más de las que conforman la visión del psicoanálisis. - Que el ser humano está constituido por muchas más instancias dispuestas en una jerarquía en la que ese criterio intersubjetivo de la coherencia debe de poner cada aspecto en el nivel que le corresponde promoviendo de este modo una conducta y una percepción de la realidad que nos proporcione mayor bienestar en función del desarrollo de una cultura que se nos antoja más avanzada en los aspectos relacionados con la estructura ideacional. Esto constituye una base, discutible o no, pero una base en definitiva con tres mil años de historia que tiene como uno de sus pilares los derechos humanos. De no ser así surgen los malestares que obstaculizan la vida del ser humano. - Que al ello (pulsiones) hay que añadirle en la estructura de la personalidad el papel de las emociones. - Que la estructura de la personalidad o la forja del carácter, en definitiva, se constituiría, de una manera más aproximada del siguiente modo (4):
Este cuadro donde aparecen establecidas, nunca definitivamente y sí sujetas a ulteriores revisiones y reformulaciones, estas instancias se convierte en una suerte de antropología ideacional, por decirlo así, de lo valioso expresado jerárquicamente que sirve como fundamento a determinadas prácticas vinculadas a la filosofía. Se trata con ello desde un punto de vista no estrictamente psicológico, sino más bien desde una perspectiva genérica de las ciencias del hombre y la antropología de plasmar algunos de los aspectos, -dentro de un poliédrico sistema-, que interactúan dando lugar a este sistema ideacional que constituye al individuo. Estos aspectos tienen como punto de partida al hombre inserto en una cultura que genera un sistema de relaciones, dependencias e interdependencias determinadas donde el hombre, en este vaivén de fuerzas, estructura lo que para él es valioso y, en definitiva, su visión del mundo como instancia de mayor envergadura que, sin embargo, tiene en sus opiniones y pulsiones un punto de partida desde el que construye finalmente su ser en relación a sí mismo y los demás. Aunque lejos de mi intención aportar definiciones definitivas acerca de estos aspectos sobre los que hay numerosísimos estudios, quiero dejar claro que las aproximaciones que yo voy a realizar acerca de estos aspectos son más bien intuitivas y cercanas a la idea que la inmensa mayoría de la gente tiene acerca de estos conceptos. No coincidir con la idea más extendida que sobre estos términos se tenga precisará de ulteriores matizaciones que sí realizaré. Por tanto no se trata de definir qué sean las creencias religiosas. Creo que está en mente de todos, aunque bien es cierto que podríamos extendernos en su análisis. Como lo central es percibir que hay una jerarquía (quizás no exactamente como nosotros la describimos, pero lo cierto es que una opinión no es igual a un principio) y que los elementos de este esquema deben encajar entre sí, que es lo que nosotros sostenemos, no preciso en este lugar afinar mucho más. Estoy seguro que para otros el esquema sería sensiblemente distinto. No lo pongo en cuestión, aunque procuraré en lo posible explicar por qué esta jerarquía y no otra. Veámoslo con más detenimiento: 1. Visión del mundo a) Personal integrada (global) o cultural La visión del mundo de la especie humana (homo sapiens) queda inscrita bajo la denominación de cultura a la que hay que añadir el hecho de que también somos naturaleza. La cultura "alude a las tradiciones de pensamiento y conducta aprendidas y socialmente adquiridas que aparecen en las sociedades humanas (Y) Cuando los antropólogos hablan de una cultura humana normalmente se refieren al estilo de vida total, socialmente adquirido, de un gupo de personas, que incluye los modos pautados y recurrentes de pensar, sentir y actuar" (Harris 2007: 141). b) Personal (occidental, oriental, musulmana, hobbesiana, roussoniana, etc.). Todos poseemos una visión del mundo (5). Respecto al binomio occidental/oriental, no estoy radicalmente convencido de este binomio, que como casi todos los binomios me parecen artificiales e irreales, se adecue en sentido estricto a la realidad. Este binomio es, en todo caso, más o menos operativo y sirve para organizar nuestra experiencia acerca de determinados caracteres de las así llamadas distintas culturas. Lo cierto es que los dos grandes pilares en que se sustenta la llamada cultura occidental es el judeo cristianismo y la filosofía griega. El judeo cristianismo se desarrolla en oriente medio; y la filosofía griega (y romana) en gran medida en sus colonias (pertenecientes a lo que hoy es oriente medio y norte de África) teniendo además unas influencias orientales de primer orden. De ahí que no erremos el tiro si afirmamos que la llamada cultura occidental se basa, paradójicamente, en ideas de origen oriental (y africano, como es el caso de Egipto). Por eso prefiero hablar de concepto de cultura como característico del ser humano. Respecto a introducir dentro de "visión del mundo (personal)" la musulmana, que aparecerá asimismo en "creencias", es debido a que en este caso las creencias musulmanas, basadas en el Corán, a diferencia de otras religiones, se constituye en "Visión del mundo" dado que incluye normas de tipo no sólo religioso, sino moral, jurídico, político, social y hasta cuestiones relacionadas con la guerra, por citar algunas. Respecto al binomio hobbesiano/roussoniano están más relacionados con visiones conservadoras o progresistas en la política, pero que, al mismo tiempo, tienen sus vertientes, aunque no siempre, relacionadas con la moral, lo económico y hasta con lo religioso.
2. Creencias Religiosas (cristiano, musulmán, judío, budista, etc), filosófico-religiosas, etc.
3. Principios Reconozco discutible la idea de que las "creencias" se sitúen por encima de los "principios". Creo, en cualquier caso, que es una opción personal y que, probablemente, deban situarse al mismo nivel. Las creencias religiosas generalmente llevan consigo incorporados un aparato complejísimo de principios y dogmas con fundamento divino, mientras que los principios no necesariamente. En el ámbito de las "creencias" la discusión en torno a las mismas suele ser rígida, se presta menos (o nada) a la discusión que en el caso de los "principios", probablemente más flexibles y sujetos a ulteriores matizaciones o a la incorporación de otros nuevos. Se trataría así de dos niveles distintos, pero con un peso específico similar. Un buen ejemplo de "principios" son los denominados derechos humanos. Respecto a su fundamento son motivo de continua controversia entre quienes buscan una fundamentación racional o un fundamento emotivo, entre otros. Finalmente, unos y otros coinciden en lo fundamental, en su existencia y en el respeto a los mismos. No se ha de descartar una fundamentación a posteriori: los lugares donde se respetan en mayor medida son lugares más habitables y donde hay mayores cuotas de libertad, democracia y movilidad social. Es muy gráfica la idea de que los "principios", sobre los cuales yace la idea de que tengan un alcance universal, sean, por ejemplo, causantes de que podamos entender y sentirnos identificados con distintas acciones de tipo moral que aparecen en, por ejemplo, películas de culturas, aparentemente, distintas a la nuestra (japonesa, neozelandesa, iraní, etc). Todavía no hemos podido ver obra artística actual alguna donde se ensalce la tortura, sea cual sea el lugar de producción de dicha película, por ejemplo, lo que otorga a los derechos humanos una proyección en cierto modo universal.
4. Ideas Entre los distintos tipos de ideas que puedan existir, quiero citar dos: 1. Ideas rectoras: bien, belleza, justicia, etc. Son ideas que después se concretan de un modo u otro. Se prestan a la propia visión que uno pueda tener de ellas, a la forma de entenderlas, pero son demasiado generales. 2. Ideas
políticas
(neoliberales, marxistas, anarquistas, etc). Son importantes porque
generan un
tipo de praxis u otra, pero se modifican, se desarrollan, cambian, etc.
No es extraño ver que un
político (o un ciudadano de a pie) modifique sustancialmente su visión
de un extremo a otro
dentro del abanico de posibilidades que se le ofrecen.
5.
Valores La cuestión de los valores sí merece en este trabajo que nos extendamos algo más. Y lo merece sencillamente por ser un cuestión ampliamente debatida y muy controvertida en la actualidad. Todo el mundo habla de valores hoy día. Que si se están perdiendo, que si se están modificando, que es preciso rescatar ciertos valores, que si se están elevando a la categoría de valores determinadas cuestiones de "escaso valor". Intentaremos aclarar un poco esta cuestión.
Sin
embargo, y vista la
importancia que se le da a este tema en la actualidad, no parece de
recibo
que aparezca en quinto lugar en la jerarquía ideacional que propongo.
Pareciera que no son
importantes. No es esa la cuestión, de hecho todos los componentes de
esta jerarquía que
propongo son importantes, y desde luego los valores lo son. El problema
es que los valores tal y
como son generalmente entendidos suelen ser relativos, es decir, lo que
vale en un lugar
determinado puede no valer en otro, valen en un lugar determinado, no
en otro y, desde luego, no
en todo lugar. Y digo "generalmente" puesto que uno de los grandes
teóricos de los valores, Max
Scheler, no cree que sean relativos. Para Max Scheler nos hallamos rodeados por un cosmos de valores que no producimos, sino que tenemos que reconocer y descubrir. Para Scheler los valores son objetivos: no dependen de las preferencias individuales, sino que mantienen su valor más allá de toda apreciación. Pero no voy a orientar la cuestión de los valores en esta sugerente línea dado que, como señalé anteriormente, vamos a situarnos en lo que, en general, la gente piensa. Creo que hay mucho aspectos de la teoría de los valores de Scheler rescatables, incluso, en esta acepción más popular, como puede ser en gran medida su jerarquización de los valores (para Scheler los valores espirituales están por encima de los valores vitales y estos, a su vez, por encima de los valores sensibles). Otro aspecto rescatable de la teoría de los valores de Scheler desde un punto de vista de lo que la gente piensa podrían ser los criterios que están detrás de esa jerarquización. Dichos criterios son: de duración (los valores parecen ser superiores cuanto más duraderos son), divisibilidad (los valores son tanto más altos cuanto menos divisibles o fraccionados. Con un pastel disfruta sólo quien se lo come, con el arte mucha más gente, por ejemplo), satisfacción (es más elevado aquel valor que aporta una satisfacción más profunda, como los valores del conocimiento respecto a los meramente sensoriales), fundamentación y relatividad (los valores que se fundamentan en otros son inferiores a los originales porque dependen de ellos y son relativos a ellos). Una cuestión que no debemos perder de vista es la siguiente: )dónde valen los valores? )en un lugar concreto? )en todas partes? )quién decide esto? Leamos atentamente el siguiente texto: Notas acerca de los salvajes de Norteamérica. Panfleto de Benjamín Franklin "Franklin escribió: durante la firma del Tratado de Lancaster, en Pensilvania, el año 1744, entre el Gobierno de Virginia y las Seis Naciones, los comisionados de Virginia hicieron saber a los indios que existía en Williamsburg un colegio provisto de fondos para la educación de la juventud india, y que si los jefes de las Seis Naciones enviaban media docena de sus hijos a ese colegio, el gobierno se encargaría de que recibieran todo lo necesario y de que fueran instruidos en todo el aprendizaje de la gente blanca.El portavoz indígena respondió: sabemos que vosotros estimáis en alto grado el tipo de aprendizaje que se enseña en esos colegios, y que el mantenimiento de nuestros jóvenes durante el tiempo que estuvieran entre vosotros os resultaría costosísimo. Nosotros estamos convencidos, por lo tanto, de que mediante vuestra proposición deseáis hacernos bien y os lo agradecemos de todo corazón.Pero vosotros, que sois sabios, debéis saber que naciones diferentes tienen conceptos diferentes de las cosas, y por tanto no tomaréis por impropio el que nuestras ideas acerca de este tipo de educación no sean las mismas que las vuestras. Hemos tenido una buena experiencia de ello; varios de nuestros jóvenes se educaron formalmente en los colegios de las provincias norteñas; se les instruyó en todas vuestras ciencias, pero cuando volvieron a nosotros, eran malos corredores, ignoraban todos los medios de vivir en los bosques, eran incapaces de soportar ya fuera el frío o el hambre, desconocían el modo de construir una choza o cómo atrapar a un venado o cómo matar a un enemigo; hablaban nuestra lengua con imperfección, y no estaban preparados para ser cazadores ni guerreros ni consejeros; en definitiva, que no servían absolutamente para nada. Sin embargo, no nos sentiremos menos obligados por vuestro generoso ofrecimiento, aunque declinamos aceptarlo, y para demostraros nuestra gratitud por el mismo, si los caballeros de Virginia nos envían una docena de sus hijos, nosotros cuidaremos de su educación, les instruiremos en todo cuanto sabemos y haremos de ellos hombres" (Reimer 1986: 59-60). "Naciones diferentes tienen conceptos diferentes de las cosas." Tras la lectura atenta de este texto y de la frase entresacada del mismo podremos entender sin dificultad que lo que es valioso para los indios podría no serlo para los blancos y lo que es valioso para los blancos no lo es en absoluto para los indios. Parece, de esta manera, que los sistemas de valores o de lo que determinados grupos consideran valioso no coincide en todo lugar, de ahí que entendamos que cuando un valor llega a tener un alcance menos local, de mayor proyección, más ampliamente admitido, como el valor de la vida, se convierta en un principio. Los valores valen, pero están sujetos, desde esta perspectiva práctica, a contextos espacio temporales que le otorgan el vigor necesario para ser eso, valores.
6. Opiniones y gustos Opinar es formar o tener una idea, juicio o concepto sobre alguien o algo. El gusto es una facultad y una manera personal de apreciar lo bello o lo feo, o la forma de percibir el agrado, desagrado, etc, por algo determinado. Opinión (doxa), fue un concepto utilizado por Parménides, al distinguir la "vía de la verdad" de la "vía de la opinión"; por tanto, la opinión no gozaba de un gran prestigio desde esta perspectiva, aunque no tendría por qué ser así. En la actualidad, lo vemos cada día a través de los medios de comunicación, todo el mundo opina sobre cualquier cosa, tengan un mayor conocimiento acerca del asunto o, sencillamente, ninguno; de ahí que la opinión haya seguido unos derroteros ambivalentes. Si bien crear opinión puede ser fértil y constructivo, opinar se ha llegado a convertir en un acto que, en ocasiones, no conduce a ninguna parte o directamente a la discusión vacía. Platón criticaba la doxa, pero, sobre todo, despreciaba a quienes hacían del falso conocimiento y de la apariencia de sabiduría un medio de lucro personal o de ascendencia social. A estos personajes los denominaba "doxóforos", "aquellos cuyas palabras en el Ágora van más rápidas que su pensamiento". Una definición que hoy cobra una actualidad, tras más de veinte siglos, sorprendente y que podría aplicarse a los conocidos como tertulianos que opinan, la mayoría de las veces, sin ningún conocimiento ni fundamento, lo mismo de bioética que de la vida de los famosos. Hacen de la opinión una profesión. La opinión, frente al saber (no es lo mismo "opinar que" a "saber"), sin embargo es, sin duda, un comienzo. Respecto a la parte sentiente de la estructura de la personalidad, las pulsiones son puramente biológicas, pero en gran medida también le dan sentido al resto de elementos de la personalidad, o mejor, al conjunto de ellos. No son irracionales, sino, en todo caso, arracionales. Las emociones, por su parte, constituyen un núcleo que le da flexibilidad a nuestra experiencia y a nuestra personalidad; no están tan sujetas al criterio de coherencia (no somos, afortunadamente, robots), aunque por decirlo así, lo respetan. Están más cerca de la libertad que del determinismo y son las que nos hacen más humanos y si se me permite, más imprevisibles. Merecen un capítulo aparte en el seno de esta reflexión. La metáfora del Tetris, para todos aquellos que no conocen este entretenido juego, responde al hecho de que si en el juego existen una serie de piezas (6) que hay que ir encajando, con respecto a lo que considero un buen ejercicio de orientación filosófica, consistiría en que el orientador ayudar al cliente a que ordene, a través del diálogo, la jerarquía de aspectos que conforman su personalidad (desde su visión del mundo a sus opiniones y gustos). Quizás sea necesario ir definiendo qué tipo de piezas componen su la estructura que conforma el modo en que ve las cosas. No se trata de que vea las cosas como el asesor, eso nunca. El asesor no es un consejero existencial, ni un coach, ni un gurú; es, en todo caso, un orientador que ayuda al cliente a aclararse y a buscar dentro de sí mismo las soluciones o, al menos, las salidas a los problemas ante los que se enfrenta. Es preciso que el cliente comprenda que una creencia o un principio tiene más peso que una opinión transitoria que ha hecho suya en una alegre conversación entre amigos, pero que carece, la mayoría de las veces, de base alguna. Donde hay jerarquías es necesario conocer el funcionamiento de la estructura. La presentada en este artículo no pretende ser definitiva, sino una aproximación. En caso necesario habría que clarificar en qué tipo de estructura se sustenta el cliente. La estructura que propongo puede no ser definitiva, pero hay aspectos meridianamente claros: existe una jerarquía en tanto no todo tiene igual valor. Si, por ejemplo, una opinión (equivocada o no, infundada, poco madurada, etc) es elevada a la categoría de idea o creencia, es decir, situada en la parte alta de la jerarquía propuesta podríamos estar ante un caso de gran desorden en dicha estructura. Imaginemos que un adolescente escucha la opinión (puesto que no está madurada) de alguien a quien admira, dicha opinión, sin más, es elevada a la categoría de idea rectora o acaso de principio (de acción). Imaginemos que se trata de una idea política o religiosa que, normalmente, deben de ser especialmente elaboradas y encajar de una manera muy solida en nuestra estructura dada su trascendencia. Pero no es madurada, es incorporada inmediatamente a la estructura con lo cual nos encontramos, si se me permite el símil, un 600 al que en lugar de gasolina normal le ponen keroseno. Las consecuencias de mezclar estos planos podría estar a la base del pensamiento y la acción de un terrorista, por ejemplo; la estructura, en este caso, chirría, no encaja en el conjunto. Si, por el contrario, cree que los principios tienen el valor de opiniones (yo opino que el derecho a la vida Bun principio- es cuestión de opinión; hoy opino así, mañana de otro modo) o creo en el derecho a la vida, como principio, pero lo confundo con un valor (lo que vale. Pero lo que vale es muy relativo: vale aquí, en mi barrio, pero no en otro), vuelve a chirriar. No se puede creer en la pena de muerte (7) y en el derecho a la vida al mismo tiempo. Los derechos a este nivel pertenecen a un orden jerárquico muy elevado y debemos huir de las excepciones y añadidos (ad hoc). Tampoco las creencias religiosas son opiniones, por mucho que a alguien así le puedan parecer. El nivel de comprensión y respeto ante la fe ha tenido desde tiempos inmemoriales, antes incluso de la aparición y desarrollo de las religiones monoteístas, un peso en la cultura toda indiscutible. En nuestra opinión situar las creencias religiosas al mismo nivel que una opinión o al mismo nivel, incluso, que un valor lleva consigo problemas de comunicación, conduce a un callejón sin salida y a una cadena de malos entendidos, errores y confusiones propios de quienes no se percatan de estar en niveles diferentes (8). En estos casos raramente se llega a acuerdos, y no es extraño. Podríamos estar acudiendo a ejemplos de este tipo páginas y páginas, pero no es para nuestro propósito absolutamente necesario ahora. Encajar las piezas en el lugar adecuado, por lo tanto, producirá un reacomodo de nuestra visión de las cosas y una especie de lavado y engrase de las mismas. Encajarlas no significa, a su vez, conseguir poner cada cosa en su sitio, sino encajarlas en perspectiva holística, donde todo tiene que ver con todo. Los distintos niveles están, a su vez, interconectados. Aquellos valores que un día hice míos, ahora se han convertido en principios y mi vida es como es en función de ellos; automáticamente, principios que en otro tiempo fueran santo y seña en el modo de conducirme en la vida han pasado ahora a segundo término. Si en el pasado fui un luchador por la libertad y ahora soy un trabajador autónomo que creo ciegamente en la competitividad y en el individualismo como principios rectores en mi vida, es obvio que he cambiado, que he modificado mi estructura. Si acudimos a Scheler y comprobamos los criterios que están detrás de la jerarquización de los valores podremos comprobar que la libertad es un principio de mayor fuerza que la competitividad y el individualismo. El equilibrio en la estructura no desprecia ninguna vertiente del ser humano en su estructura; simplemente te hace responsable de las determinaciones que tomas en tu vida. Si la competitividad se convierte en tu principio de acción, en aquello que gobierna tu vida, más pronto o más tarde tendrás que hacer una visita a un especialista. Se puede creer en la libertad y ser competitivo, pero cada cosa en el lugar de la jerarquía que le corresponde. Esta es la aproximación al Tetris filosófico que planteamos. Sin embargo, hay algunas otras cuestiones que nos asaltan donde hay que seguir haciendo un duro ejercicio de clarificación y deshaciendo entuertos. Es muy importante reconocer el peso tanto del lenguaje (9) como el de la lógica o el de los estudios en psicología cognitiva para detectar, -sobre todo en clientes extremadamente hábiles que buscan más un interlocutor a su altura que solucionar determinados malestares que les aquejan-, las falacias lógicas, prejuicios cognitivos y sesgos en el modo de razonamiento que utilizan. Su personalidad retadora esconde otros problemas de diversa índole que deben de ser captados por el asesor atento y subsanado siempre y cuando dichos problemas sean de base ideacional, pero para empezar tienen que bajar al planeta Tierra, o mejor dicho: aterrizar. Veamos, finalmente, algunas cuestiones relativas a las falacias. Una falacia es un razonamiento no válido o incorrecto, pero con apariencia de razonamiento correcto que, además puede ser psicológicamente persuasivo. Los razonamientos son falaces por un error en su procedimiento. Todas las falacias son razonamientos que vulneran alguna regla lógica. Así, por ejemplo, se argumenta de una manera falaz cuando en vez de presentar razones adecuadas en contra de la posición que defiende una persona, se la ataca y desacredita: se va contra la persona sin rebatir lo que dice o afirma. La falacias lógicas se suelen clasificar en formales y no formales. Las falacias no formales son razonamientos en los cuales lo que aportan las premisas no es adecuado para justificar la conclusión a la que se quiere llegar. Son frecuentísimas en el modo de razonamiento a diario. Se quiere convencer a otro no aportando buenas razones sino apelando a elementos no pertinentes o, incluso, irracionales. Cuando las premisas son informaciones acertadas, lo son, en todo caso, por una conclusión diferente a la que se pretende.Un caso de falacia no formal es la falacia ad hominem (dirigido contra el hombre): en lugar de presentar razones adecuadas para rebatir una determinada posición o conclusión, se ataca o desacredita a la persona que la defiende; en otras palabras, descalificamos a la persona que argumenta en vez de rebatir sus razones. Por ejemplo: "Los ecologistas dicen que consumimos demasiada energía; pero no hagas caso porque los ecologistas siempre exageran". Falacia ad populum (dirigido al pueblo provocando emociones): razonamiento o discurso en el que se omiten las razones adecuadas y se exponen razones no vinculadas con la conclusión pero que se sabe serán aceptadas por el auditorio, despertando sentimientos y emociones. Es una argumentación demagógica o seductora, muy propia de los políticos. Por ejemplo: "Tenemos que prohibir que venga gente de fuera. )Qué harán nuestros hijos si los extranjeros les roban el trabajo y el pan?". Falacia ad ignorantiam (por la ignorancia): razonamiento en el que se pretende defender la verdad (falsedad) de una afirmación por el hecho que no se puede demostrar lo contrario. Ejemplo: "Nadie puede probar que no haya una influencia de los astros en nuestra vida; por lo tanto, las predicciones de la astrología son verdaderas". "Dad a la gente lo que quiere", es un modo de razonamiento falaz: la gente quiere ver telebasura, así que es lícito poner telebasura. Hay cientos de "razonamientos" falaces. Sorprendería ver una relación más exhaustiva y comprobar que en casi cada una de las falacias veríamos reflejado el razonamiento de alguien conocido. He tenido clientes que basaban su forma de razonamiento en falacias, una tras otra. Falacias, prejuicios, modos de razonamiento basados en "el qué dirán", en la tradición, en modos de control social mucho más eficaces que la propia ley, como es el chisme y los rumores, eso que conforma el superyó o conciencia moral. Una forma de razonamiento tal conduce a malestares que pueden desembocar en situaciones mucho más serias. Lo importante es que las piezas del Tetris que conforman los distintos aspectos jerárquicos de nuestra personalidad encajen. Esta operación en la que por un lado llevamos a cabo una reordenación jerárquica de nuestra estructura ideacional y por otra una operación de higiene en nuestras formas de razonamiento, en caso de ser necesario, traen consigo una clarificación mental a partir de la cual todo se ve más nítido. Buscar coherencia significa que si alguien tiene un proyecto de vida X, tiene que ser coherente con lo que caracteriza ese tipo de vida. No puedes comprometerte en matrimonio y ser un donjuán al mismo tiempo, en otras palabras. El conocido dicho "si no eres casto, al menos se cauto" te lleva directamente al especialista. Eso lo saben bien muchas personas que llevan 20 años visitando a su terapeuta. Normal, se trata de adaptarse (o adaptarlo), sin compromiso alguno con la verdad (en forma de coherencia), aunque para algunos sea muy rentable. Este es un ejemplo muy claro; no todos son tan claros, pero el principio operativo es el mismo. No se trata de adaptarse como sea para ser funcional, se trata de ser funcional por coherencia y visitar al especialista lo menos posible. Es más, se trata de tener las herramientas necesarias a tu alcance para saber qué hacer la próxima vez. Notas 1. El asesor u orientador es filósofo, y es el filósofo el que tiene una formación en historia, desarrollo, funcionamiento, etc, de las ideas, que son, además las que en numerosísimas ocasiones nos causan los malestares (o los estados de felicidad y bienestar); de ahí la legitimidad de esta actividad por parte del especialista en las ideas siempre que no se extralimite. La idea, por ejemplo, de volver a ver a un familiar o un amigo después de mucho tiempo puede, por ejemplo, hacernos felices, sin embargo, la realidad luego puede ser muy distinta. La presencia real de ese familiar o amigo tras el tiempo transcurrido puede no ajustarse a la idea que teníamos y sernos de lo más inconveniente. De ahí que sean las ideas las que se encuentran tras un número considerable de estados, en uno u otro sentido. 2. Para los trastornos es necesaria una ayuda de otro tipo, teniendo el asesor la obligación moral de canalizarlo a su médico de cabecera, pues hacerlo a otro especialista sería estar diagnosticando, que no es función nuestra. 3. O una reconstrucción más o menos acertada basada, eso sí, en principios e ideas muy diferentes, como es el caso de Chequia o Polonia. 4. No pretendemos, en modo alguno, transmitir la idea de que esta tabla sea definitiva, sino una aproximación a una estructura ideacional donde aparecen jerárquicamente establecidas estas vertientes. Reconozco, por otro lado, la deuda o más bien la inspiración de J. Piaget y L. Kohlberg por sus estudios en torno al desarrollo del criterio moral. Sin embargo quiero dejar claro que aunque en esta tabla hay seis fases no se corresponden con los estadios de Kohlberg. Cualquier persona adulta posee, quiera o no, una visión del mundo, alguna creencia, algún principio; seguro que tiene sus propias ideas políticas, algunos valores y, sin duda, opinará acerca de numerosas cuestiones. Por el contrario, son muy pocos los que están en el estadio 4 propuesto por Kohlberg, menos aún en el 5 y contadísimas las personas en todo el mundo que se hallarían en el estadio 6. Sí es cierto que los dos o tres primeros estadios de los que habla Kohlberg corresponden con la gran mayoría de la población mundial y que esto mismo se corresponde con que es más fácil opinar que saber. Hay una cierta correspondencia, muy sugerente, por otro lado, pero, insisto, Kohlberg me ha servido, ante todo, de inspiración. 5. Sería de gran interés abordar la propuesta gadameriana en torno a los conceptos de horizonte hermenéutico e incluso al concepto de prejuicio (como juicio previo, es decir, no simplemente en sentido negativo) con objeto de situarnos en un lugar desde donde interpretar la percepción de la realidad que poseemos. Si somos capaces de entender que estamos constituidos de un modo determinado y lo aceptamos el resto del camino sería más sencillo de recorrer. Uno de los problemas actuales radica en el no reconocer el camino recorrido, incluso en el hecho de apostatar del mismo renunciando así a lo que tantos siglos ha costado. Es, probablemente, uno de los problemas más graves a los que se enfrenta el hombre posmoderno. 6. Siete, en el juego original, ideado por el ruso Alekséi Pazhítnov en 1984. Las piezas van cayendo desde la parte superior de la pantalla hacia abajo. El jugador puede rotarlas y situarlas a la derecha, a la izquierda o en el centro de la base de la pantalla, donde crea que pueden ir encajando hasta el punto en que cuantas más vayan encajando irán desapareciendo las líneas completas y el jugador irá acumulando puntos. 7. En realidad, ejecución capital, pues el concepto de pena lleva consigo el de redención, de manera que no sé qué redención se puede tener una vez muerto. 8. Y no sólo niveles diferentes, sino que el nivel donde se hallan las creencias religiosas no es, por su propia naturaleza (fe, dogmas, etc.) particularmente proclive a la discusión. Sí aspectos de las mismas relacionados con la praxis diaria; con la ética, con la ley, etc, etc, pero lo que no es discutible es el fundamento; eso queda establecido de otro modo no opinable. 9. El valor del lenguaje trasciende el significado de las palabras, de las frases. En los actos de habla (locutivo, ilocutivo y perlocutivo) nos comprometemos con nuestras palabras. El valor del lenguaje, que es un fáctum, lleva implícitas algunas cuestiones denostadas por muchos relacionadas con la propia praxis humana. Hay quien se pregunta qué tiene el lenguaje que nos pueda orientar sobre otras cuestiones como pueden ser la ética o, como mínimo, nuestra actitud ante la realidad. El lenguaje tiene estructura, tiene orden, posee reglas (sintaxis), tiene objetivos (la comunicación, e incluso el llegar a ponerse de acuerdo), etc. El lenguaje y la realidad tienen aspectos en común. No todo ale en el lenguaje, por dinámico que este pueda ser; tampoco en la realidad todo vale, y menos en nuestra conducta, sobre todo si está relacionada no solo con uno mismo, sino con los demás. Bibliografía Barrientos, J. Cavallé, M. (y J. D.
Machado) Fernández Palomares, F.
(coord.)
Gadamer, H.-G. Harris, M. Hersh, R. (D. Paolito y
J. Reimer) Laplanche, J. (y J. B.
Pontalis)
Marinoff, L. Reimer, E. Ricoeur, P. Scheler, M. |
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