EL ESPACIO RURAL DEL REINO DE GRANADA A FINALES DE LA
EDAD MEDIA SEGÚN EL LIBRO FUNDACIONAL DE LA CARTUJA
THE RURAL SPACE OF THE KINGDOM OF GRANADA AT THE END OF THE MIDDLE AGES ACCORDING TO THE ORIGINAL BOOK OF THE
CARTUJA
Francisco Miguel TORRES MARTÍN
Resumen
Nueva propuesta de análisis de la
organización social del territorio en el antiguo Reino de Granada a
través de la edición y estudio de documentos generados tras
la conquista castellana. La fuente principal utilizada ha sido el libro
fundacional de la Cartuja procedente del Archivo Histórico Nacional,
Sección Clero, libro 3.611.
Palabras clave
Reino de Granada, Cartuja, Espacio Rural, Agricultura,
Regadío
Abstract
New proposal of analisys of the social organization of
the territory in the old kingdom of Granada to raves of the edition and
documents study generated after the castilian conquest. The used main
source has benn the original book of the Cartuja coming from the National
Historical File, Section Clergi, book 3.611.
Keywords
Granada Kingdom, Cartuja, rural space, agriculture,
irrigated land
INTRODUCCIÓN
La edición de este documento es un nuevo
intento por aproximarnos a la historia del reino de Granada, tanto en su
época nazarí como cristiana. Esta última,
quizás sea la más asequible aunque el Libro del prinçipio, fundaçion y
prosecuçion de la Cartuxa de Granada nos
proporciona noticias que permiten la elaboración de dos grandes
bloques. Por un lado, una información que podemos señalar
como en positivo que nos muestra el modo en el que una institución
como la orden de Cartuja se asienta en las nuevas tierras del reino
castellano. Del otro, noticias que se nos revelan como en el negativo de
una fotografía, son las pertenecientes al mundo nazarí. Un
mundo sobre el cual se están implantando en esos momentos
estructuras a las que es totalmente ajeno y que aún muestra signos
de resistencia si no política o militar, sí social.
El mejor conocimiento del mundo nazarí a
través de documentos generados tras la conquista castellana entroca
con una larga tradición mantenida por el Departamento de Historia
Medieval de la Universidad de Granada. Autores como Malpica Cuello, Trillo
San José o Hernández Benito, han publicado numerosos trabajos
fundamentados en este tipo de documentación.
La combinación en el estudio de textos, como
el que nos ocupa, con otros anteriores a él, véase el caso de
los distintos documentos arábigo granadinos; o incluso posteriores,
como el Apeo del licenciado Loaysa, van a facilitar el acercamiento a la
realidad previa a la conquista castellana. Los distintos tipos de
documentos deben servirnos para diferenciar la propia dinámica
social de los granadinos y la impuesta por los castellanos tras su
instalación. Recordaremos aquí que el Islam en la
Península Ibérica no debe ser considerado una
excepción, sino que posee particularidades que le son propias como
se ha puesto de manifiesto por algunos historiadores.
La mayor facilidad de acceso a los documentos
cristianos no nos puede hacer ver el mundo granadino desde la acción
política, económica y social castellana, sino que debemos
diferenciar ambos mundos y descubrir de que manera interactúan.
Las cartas de venta que certifican la
adquisición de tierras por parte de la orden de Cartuja nos muestran
una gran variedad de matices del mundo precedente: listado de antiguos
propietarios, linderos, extensión de las propiedades, tipos de
cultivo, explotación intensiva de la tierra o no, relación de
habices, propiedades de la Hagüela, oficios artesanales, etc. No menos
importante es la información contemporánea al documento:
establecimiento de nuevas instituciones, monopolio que estas ejercen sobre
determinadas materias primas y medios de producción, establecimiento
de diezmos, etc. Además, no podemos olvidarnos del amplio repaso que
el Manuscrito realiza de la historia política del siglo XVI como,
por ejemplo, la rebelión de los moriscos en 1568 y su posterior
expulsión a otros territorios de Castilla.
De vital importancia se nos antoja la amplia
información que proporciona sobre la estructura agraria de la
Vega, la antigua frontera y el área periurbana de la capital. La
adquisición de propiedades en regiones muy diferentes va a permitir
el estudio de la propiedad de la tierra en territorios conquistados como
Íllora o Moclín, donde las haciendas están divididas
entre los repobladores en peonías y caballerías; y a su vez,
acometer el análisis de territorios sometidos por los castellanos
mediante la capitulación y que aún conservan la esencia de la
estructura agrícola nazarí. Estos van a ser los casos de
Armilla, Churriana, Gabia la Grande y la Chica, etc.
Aunque no quisieramos olvidar las distintas compras
que realiza la Cartuja dentro del ámbito urbano, sin duda, el tema
que puede aportar una mayor riqueza de conocimientos es el de la
adquisición de propiedades en el área periurbana de la
ciudad, en concreto, en Aynadamar (‘Ayn
al-Dam‘ o Fuente de las
Lágrimas). La información que proporcionan las distintas
cartas de venta se corresponde con un amplio número de variables,
entre algunas de ellas encontramos: nombres de los antiguos propietarios,
lugar donde residían éstos, cultivos, extensión de las
propiedades, valor, propiedad del agua, etc. Los documentos que hacen
referencia a este área situada extramuros de la ciudad son muy
variados y es obligatorio su estudio simultáneo para la
comprensión de la dinámica de funcionamiento de un territorio
tan complejo.
También debemos tener en cuenta que para un
estudio en profundidad ha de utilizarse una metodología adecuada,
distinguiendo entre las modificaciones llevadas a efecto por los impulsos
de la sociedad y las instituciones castellanas y las que se derivan de la
propia evolución de las comunidades musulmanas, marcando su
adaptabilidad o su rechazo al modo de vida impuesto, su ritmo de
evolución y el señalado por los vencedores en la etapa
mudéjar y el primer período morisco.
Una realidad sobre la que establecerse
Podemos considerar a la alquería como el
asentamiento rural por excelencia en el mundo islámico. En cuanto a
lo que estrictamente se refiere a cultura material podríamos
definirlo como
un asentamiento, generalmente no amurallado,
aunque a veces pueda estar fortificado, generalmente por una torre. En
ocasiones se encuentra dividido en barrios separados, cuyo origen
podría ser gentilicio, y no es raro que la mezquita ocupara el lugar
central.
Pero una alquería, más allá del
núcleo habitado, implica una ordenación de su espacio
inmediato ejercida por la comunidad campesina que vive en ella. Fuentes
como la obra del jurista Hanifí al-Kasani en
el siglo XII, certifican la separación entre las tierras de
regadío y de secano, otorgándoles un estatus jurídico
diferenciado. Las primeras podemos identificarlas como aquéllas
sobre las que se puede ejercer la propiedad privada o mamluka y al segundo grupo pertenecerían las no apropiadas
o mubaha Este último grupo se
divide a su vez en harim, según la escuela malikí, aquéllas
destinadas a una explotación del conjunto de la población de
la alquería, y las tierras muertas o mawat cuya principal característica es la de ser
apropiables por vivificación.
Los distintos estatus jurídicos de las tierras
se va a plasmar en una distinta ubicación de las mismas con respecto
a la alquería. Las tierras mamluka, es decir, sobre las que se ejerce una auténtica
propiedad, se van a encontrar en los terrenos más próximos al
núcleo poblacional. Estas dos características van a coincidir
con las tierras de regadío. Por el contrario, el secano circunda los
terrenos de regadío, en particular, las tierras de
explotación comunal o harim que se suelen situar por encima de la zona irrigada. Estas tierras
están destinadas al aprovechamiento de los recursos del bosque como
combustible, materiales de construcción o pastos. En cuanto a las
tierras mawat o muertas, se extiende
a partir de los bordes de la zona irrigada, conformando los límites
del antes mencionado término del núcleo rural y se
identifican con el área destinada a los cultivos de secano.
LA FRONTERA
El modelo fronterizo nazarí se caracteriza por
una organización del territorio que reúne unas
carácterísticas singulares. Las villas de frontera no podemos
calificarlas como ciudades amuralladas como lo pueden ser Loja o Guadix,
pero tampoco podemos hablar de alquerías propiamente dichas, ya que
por su extensión y las formas de hábitat superan el nivel de
un asentamiento a campo abierto.
Estas villas se edifican sobre estructuras defensivas
anteriores, hablamos de husun (plural de hisn) refugio que cumplirían en las primeras etapas de
la ocupación musulmana una función de ordenación del
espacio en unidades territoriales donde las alquerías eran
abundantes o, también, como escudo defensivo de madina Ilbira.
Se encuentran organizadas en dos o más
recintos amurallados, el primero sería el comúnmente
denominado castillo y el segundo definiría el espacio destinado a
las viviendas, con un lienzo de muralla exterior. Por último,
tendríamos el asentamiento propiamente dicho.
La mayoría de la población de estas
villas debía estar dedicada a las tareas agrícolas. Fuentes
como la Crónica del Condestable Iranzo mencionan como durante el
día todos los moros se dirigían a las labores del campo salvo los
viejos, permaneciendo, tan sólo, dos o tres de ellos en el recinto
del castillo.
En época nazarí, la organización
del espacio agrícola va a girar en torno a la posibilidad de
irrigación de las tierras, siendo las tierras más cercanas al
asentamiento y por debajo de él las destinadas a un cultivo
intensivo. Por el contrario, el secano va a tener una menor incidencia y se
encontrará más alejado.
Estas villas serán conquistadas en 1486. Tras
la toma, su población buscará refugio en la Capital e
inmediatamente se procederá a su ocupación aunque, una vez
tomada ésta, las villas perderán su importancia
estratégica y se procederá al desalojo y abandono de las
estructuras defensivas.
La Corona va a manejar dos herramientas de
organización poblacional para promover la emigración hacia
esas tierras:
Las franquicias: exenciones fiscales que mejoran las condiciones de vida
Los
repartimientos: entrega de tierras
según las capacidades militares (caballero o peón).
La afluencia de población hará que un
caserío sobrepase los límites impuestos por la muralla y se
invada la zona susceptible de irrigación.
La Corona, aunque desde el primer momento marca
diferencias entre las distintas capacidades militares, apuesta por una
mayoría de pequeños propietarios. La importancia, sin
embargo, que adquieren las mercedes reales los deja en una situación
de indefensión ante los grandes latifundistas. Éstos,
encarnados por la oligarquía municipal granadina y la clase
privilegiada andaluza se disputarán el control de estas propiedades.
La lucha por el poder va a propiciar una
concentración de tierras, proceso al cual se va sumar una
institución como la orden de la Cartuja, que adquiere propiedades en
un lugar donde ya han sido sentadas las bases de una sociedad feudal.
Este acaparamiento de tierras va a traer consigo una
unidad de producción hasta entonces desconocida en la zona: el
cortijo. Éstos reúnen una gran extensión de tierra
bajo el dominio de un solo propietario, explotándose a través
de arrendamientos, es decir, la población que acudió a estas
tierras con la esperanza de nuevas oportunidades va a pasar de ser
propietaria a arrendataria.
LA VEGA
Tras la conquista, la penetración poblacional
castellana en Granada y su tierra va a estar condicionada por las
capitulaciones. El establecimiento de nuevos pobladores sólo se
podrá realizar en tierras abandonadas por los musulmanes de manera
voluntaria. Esto provocó que el flujo de pobladores fuese más
lento que en los lugares tomados por la fuerza de las armas.
No sabemos si por las trabas legales impuestas por la
Corona a la adquisición de grandes propiedades o por el
desconocimiento de las posibilidades de explotación de la Vega, lo
cierto es que, en un primer momento, las adquisiciones hechas por la orden
de la Cartuja en esta zona son mínimas y se restringen a Armilla y
Escúzar. Con el paso del tiempo, las compras se van a extender a
otros lugares de la Vega gracias a las adquisiciones procedentes de la
Hacienda de los Infantes de Granada y de los bienes habices incautados por
la Corona.
El prototipo de adquisición en la Vega podemos
describirlo de la siguiente manera:
Un pequeño predio perteneciente a un
cristiano viejo, relacionado con la nueva Administración o a las
instituciones mencionadas en el párrafo anterior, y rodeado de
parcelas cuyos propietarios poseen una onomástica árabe.
Parece que este modelo se deriva de su pasado
nazarí, es decir, fundamentado en propiedades de reducido
tamaño donde se realiza un policultivo de carácter intensivo
por campesinos propietarios.
También podemos apreciar, sin embargo, la
presencia de la gran propiedad en el mundo nazarí. Las adquisiciones
hechas por la Cartuja en el paraje de Alitaje parece tener su origen,
según los Documentos Arábigo
Granadinos, en las donaciones realizadas por
los reyes nazaríes a sus líderes militares en recompensa por
la prestación de servicios. Tras la conquista, pasarán a
manos de las clases privilegiadas castellanas para, posteriormente, acabar
en manos del monasterio cartujano.
Debemos significar, sin embargo, que estas grandes
propiedades parecen haber estado situadas en lugares marginales con
respecto a las alquerías más próximas, así va a
ocurrir también con la compra del Chaparral de Albolote. Incluso
topónimos como Abrevadero de Alitaje nos sugieren que en
época nazarí estas tierras no estaban dedicadas a la
agricultura o, al menos, no de modo intensivo.
Al igual que sucede en la Comarca de los Montes
Occidentales, en estos casos, el territorio se va a organizar en torno a
cortijos. Esta apuesta por los monocultivos de carácter especulativo
se confirma con la siembra, por parte de la orden, de 5000 vides en el
Chaparral.
EL ÁREA PERIURBANA DE GRANADA: AYNADAMAR
En primer lugar, reseñar la dificultad de
reconstruir este espacio agrícola por la gran presión
urbanística que sufre en la actualidad. De cualquier modo, continuar
diciendo que la propia estructura socioeconómica del Islam dota de
extraordinaria importancia a la fundación de ciudades o a la
repoblación de centros considerados en tiempos anteriores como
urbanos.
La ciudad islámica se nutre de encargados de
los servicios de una sociedad compleja: cortesanos y elementos religiosos
junto con mercaderes y artesanos conforman una sociedad esencialmente
urbana. Sin embargo, en las ciudades de al-Andalus también hay una
presencia importante del mundo rural en su condición de residencia
de campesinos propietarios.
Tras el final del califato, la dinastía
zirí va a fundar la ciudad de Granada. Hasta entonces la capitalidad
del distrito administrativo denominado kura Ilbira había recaído sobre la madina del mismo nombre, mientras que Granada era una simple aldea
fortificada, habitada mayoritariamente por judíos y llamada por ello Igranatat al-Yahud (Granada de los
judíos).
El antiguo recinto amurallado al-Qasaba Garnata fue ampliado por distintos programas edilicios llevados a
cabo por los ziríes, dando lugar al complejo conocido por al-Qasaba al-Qadima que incluye al primero
dentro de él.
La proliferación de obras va a estar
aparejadas a un incremento de la población y, por tanto, del
caserío. Sin embargo, donde va a reposar toda la infraestructura
urbana es en el abastecimiento de agua. De este modo, es posible considerar
a la acequia de Aynadamar como la primera en llegar a la nueva ciudad,
construyéndose por la necesidad de abastecer de agua a los cada vez
más poblados barrios de la Alcazaba y el Albayzín.
Tal y como defiende Trillo San José en sus
trabajos, el abastecimiento urbano es la finalidad principal de esta
acequia. Esta hipótesis se fundamenta en el mayor número de
obligaciones contraídas por la ciudad en el mantenimiento de esta
infraestructura, hecho que podemos interpretar como un acto de
responsabilidad sobre algo de lo que se tiene posesión.
A pesar de esto, la acequia también puso en
valor el área periurbana situada al N de la capital granadina. Este
recurso, canalizado desde el mismo nacimiento recorre unos 10 Km hasta
llegar a la ciudad, será en benificio, pues, de la alquería
de Víznar, Granada y su área periurbana.
La organización de los turnos de riego parece
estar en relación con las distintas oraciones musulmana que jalonan
la jornada para los habitantes de la capital. Además, también
se va a observar como se especifican estas tandas de agua en la
época de mayor exigencia hídrica, es decir, a lo largo de
todo el verano, en nuestro documento desde San Juan a primeros de octubre.
Advertimos también que el cambio de día
festivo del viernes al domingo parece trasladarse de inmediato a la Costumbre de la acequia.
Sin embargo, el calendario musulmán va a seguir siendo el
patrón utilizado en dicha normativa. Este sistema tiene como unidad
de tiempo el ciclo lunar, es decir, los 29 días y medio.
Los monjes cartujos, conscientes de las dificultades
que implicaba la aplicación del calendario lunar, intentarán
dar coherencia; no sólo a sus propiedades fundiarias, como veremos
más adelante, sino también racionalizar los distintos turnos
de agua que poseen. De este modo, junto con otros usuarios de la acequia,
acuerdan la aplicación del calendario solar cristiano a la normativa
de la acequia, desapareciendo así a partir del primero de abril de
1559 el cómputo por lunas.
El monasterio de Cartuja siempre va a tener una
intensa relación con las aguas de la acequia de Aynadamar. Desde la
donación primigenia efectuada el Gran Capitán, sus tierras ya
contaban con el beneficio de las aguas de esta acequia. La independencia,
sin embargo, de este preciado elemento con respecto a las propiedades se
confirma en nuestro documento hasta en tres ocasiones donde, en todas
ellas, se realizan ventas de aguas procedentes de la acequia sin que vayan
unidas a ninguna adquisición fundiaria.
Esto parece responder a los modelos postulados por
Glick sobre los distintos regímenes de riego existentes en
al-Andalus. Este autor va a diferenciar dos sistemas de riego en
función del caudal disponible, de este modo, el primer modelo es
denominado sistema sirio, caracterizándose éste por estar asociado a
grandes ríos que proporcionan abundantes aguas durante todo el
año, algo que permite la correspondencia entre la parcela de tierra
y el turno de riego. Sin embargo, el segundo, denominado sistema yemení, va a
predominar en lugares donde el agua es escasa y el riego no se basa en
grandes caudales de agua sino en fuentes, tal y como ocurre en nuestro
caso. Se establece entonces una organización de turnos de riego de
carácter fijo donde, según Glick, es más eficiente la
distribución y abastecimiento con la aparición de mercados del agua.
La Orden de Cartuja va a tener una
intervención decisiva en este mercado
del agua. Si comparamos estas adquisiciones
con las costumbres de la acequia de Aynadamar, comprobamos que: en los meses
de una mayor exigencia hídrica, es decir, en el verano, el
monasterio de Cartuja se garantiza la mayor parte de las aguas destinadas
al riego de los campos y, además, un volumen importante de los
recursos hidráulicos destinados al abastecimiento de huertas
situadas intramuros y próximas a la ciudad.
El gran rendimiento de las tierras irrigadas del
área periurbana no pasa desapercibido para la Orden de Cartuja.
Podemos hallar propiedades en distintos pagos capitalinos pero, la
mayoría de las adquisiciones se harán en el pago de
Aynadamar.
En nuestro Manuscrito se constatan hasta 72
operaciones de adquisición de tierras, de ellas, cerca de un 50% no
hacen mención alguna a la superficie comprada. Sin duda este es un
dato curioso puesto que, en las adquisiones fundiarias realizadas en la
Comarca de los Montes Occidentales y la Vega, el detalle de la superficie
comprada fue siempre muy minucioso.
Al carecer de otros datos más objetivos,
apuntamos la posibilidad de que la extensión no fuese, en ciertos
casos, la característica más definitoria de la propiedad y
que, por tanto, ésta se encontrase mejor determinada por otras
variables como la existencia de alguna edificación, derecho sobre
determinados recursos hidráulicos o por los cultivos que en ella
crecían.
Las alusiones encontradas en el libro fundacional de
este monasterio nos hablan de un área periurbana muy
heterogénea, donde se alternan las compras de grandes fincas
rústicas de hasta 35 marjales (= 1,83Ha.) con pequeños
pedazos de tierra que apenas llegan al medio marjal (= 0,02Ha.). La
superficie media de las propiedades es de, aproximadamente, 10 marjales (=
0,52Ha.); si bien, poca importancia tiene este dato si consideramos que
pueden ser otras las cualidades que mejor definan estos predios.
CARACTERÍSTICAS DEL ESPACIO RURAL DEL REINO DE
GRANADA
En nuestro estudio hemos partido de la creencia de
que cada sociedad tiene un modelo de organización del espacio y, por
tanto, abordamos el análisis de las huellas dejadas en ese espacio
por la sociedad andalusí con la intención de reconstruir los
rasgos que la carácterizan. En este afán hemos utilizado,
además de fuentes escritas como el libro fundacional de la Cartuja,
datos toponímicos y estudios arqueológicos que nos llevasen a
constatar la existencia de una determinada organización social que
se adueña de un medio físico, convirtiéndolo en su
territorio, bajo unas pautas determinadas.
Una vez dicho esto, podemos constatar que la
conquista por la fuerza de las armas y posterior evacuación de la
población musulmana de las villas de la frontera va a suponer una
ruptura total con el modelo de explotación agrícola anterior.
El sistema nazarí de aprovechamiento del suelo se caracteriza por la
irrigación de tierras y alto rendimiento de las mismas. Las zonas
agrícolas que se encuentran más cercanas a los núcleos
poblacionales son las irrigadas y a su vez las apropiables, éstas se
sitúan a continuación del recinto amurallado que protegen el
tejido urbano de estas villas. El secano se circunscribe a la periferia y
tuvo un peso menor en la economía de la zona.
Tal y como nos atestiguan las fuentes, la agricultura
se va a caracterizar por un policultivo de autoconsumo representado por las
huertas. Pero esto no descarta los cultivos como el cereal y la vid, si
bien esta zona esta predispuesta al cultivo del primero por su clima. La
siembra de cereal va a ser de carácter intensivo, dándose
más de una cosecha por año. Esto va a ser posible por la
irrigación de los campos, utilizándose el agua como
fertilizante universal. En este punto parece haber tenido poca importancia
la utilización de ovicápridos en la fertilización de
los cultivos de cereal, práctica muy común en el reino
castellano donde se introducen estos animales a pastar para así
recuperar los nutrientes del suelo con su excremento.
Por el contrario, la nueva población asentada
por la Corona de Castilla va a traer con ella sus hábitos
agropecuarios. El cultivo es ahora extensivo y no intensivo, predominando
sobremanera el cereal de secano. Producción que se fomenta desde el
Ayuntamiento de Granada, quien ejerce el señorío colectivo
sobre estas villas, con el objetivo de garantizar el abastecimiento de la
capital. Las nuevas roturaciones invaden ahora lo que antes eran espacios
incultos de explotación comunitaria mientras que las casas
sobrepasan el límite que antes marcaba el lienzo de la muralla.
La Corona utiliza el repartimiento como herramienta de organización poblacional
que, aunque desde el primer momento marque diferencias entre las distintas
capacidades militares, apuesta por una mayoría de pequeños
propietarios. Sin embargo, la importancia que adquieren las mercedes reales
los deja en una situación de indefensión ante los grandes
latifundistas. Éstos, encarnados por la oligarquía municipal
granadina y la clase privilegiada andaluza, como los Fernández de
Córdoba, se van a disputar el control de esta tierra ante la
impotencia de aquellos llamados a una mejor vida en las nuevas tierras.
La lucha por el poder en esta zona va a propiciar una
concentración de tierras llevada a cabo tanto por los favoritos de
la Corona como por la clase dominante granadina. A este panorama se va a
sumar una institución de nueva planta en la capital del reino como
es la orden de la Cartuja. Ésta, desde el primer instante, va a
adquirir propiedades fundiarias en una zona donde ya han sido sentadas las
bases de una sociedad feudal.
De este modo, el acaparamiento de tierras va a traer
consigo una unidad de producción hasta entonces desconocida en la
zona: el cortijo. Éstos reunen una gran extensión de tierra
bajo el dominio de un solo propietario, explotándose a través
de arrendamientos, es decir, la población que acudió a estas
tierras con la esperanza de nuevas oportunidades va a pasar de ser
propietaria a arrendataria.
Al contrario de lo sucedido en lugares conquistados
por la fuerza de las armas, asistimos en la Vega a una cierta continuidad
de la formación social anterior y, por tanto, de su modo de
organizar el territorio. Las características de organización
del espacio propias de la sociedad de al-Andalus mantienen una coherencia
cultural con su estructura social, particular y diferenciada con respecto a
la sociedad feudal. Esto debemos hacerlo extensivo a la sociedad
nazarí, como heredera de la andalusí, y, por supuesto, a su
gestión del territorio.
Las compras fundiarias realizadas por la orden de
Cartuja en la Vega nos dejan ver dos formas distintas de organizar el
espacio agrícola. El primero, idéntico al que observamos en
las villas de la frontera, va a ser el impuesto por los conquistadores y su
modelo socio-económico, es decir, aquel basado en una gran propiedad
dedicada a un monocultivo de carácter extensivo que se explota en
régimen de arrendamiento. Estos van a ser los casos de los dos
grandes cortijos adquiridos en la zona: Cortijo de Alitaje y Chaparral. El
segundo modelo, sin embargo, se deriva de su pasado nazarí, o sea,
fundamentado en propiedades de reducido tamaño donde se realiza un
policultivo de carácter intensivo por campesinos propietarios.
La orden de Cartuja va a realizar muy pocas
adquisiciones de tierra en la Vega si las comparamos con las realizadas en
la comarca de los Montes, tanto en su número como en
extensión. Dejando a un lado los cortijos de Alitaje y Chaparral, en
un primer momento el monasterio va a ignorar la Vega, no
generalizándose las compras hasta la segunda mitad del siglo XVI. En
efecto, hasta la toma de posesión de las propiedades procedentes de
los bienes habices de la Corona, el prototipo de carta de venta en la Vega
se define por una pequeña propiedad en manos de un cristiano viejo
relacionado con la cúpula militar o administrativa de la capital,
quien posiblemente la adquiriese de un musulmán emigrado o por
simple compra-venta, pero que se encuentra rodeada de parcelas en las que
sus titulares poseen una onomástica de origen árabe. Esto nos
describe una organización agrícola típicamente
andalusí donde la explotación está en manos de un
pequeño campesinado propietario.
Es difícil señalar cuáles son
las causas que condicionan las adquisiciones de la orden en esta zona. Un
primer apunte podría ir encaminado hacia el propio monasterio, con
esto queremos decir que sería difícil para una
institución acostumbrada a desenvolverse dentro del modelo feudal,
encontrarse con un campo tan fragmentado e individualizado, además,
con el agravante de que su campesinado no ha pasado por un proceso previo
de empobrecimiento y dependencia tanto económica como
jurisdiccional. También tuvo que pesar en esto la
disponibilidad de la tierra; la sociedad rural que vive en las
alquerías nazaríes está muy cohesionada, anteriormente
por lazos de sangre y en el momento de la conquista por vínculos
vecinales, y en cuanto a la posesión de la tierra va a regirse por
normas que protegen los intereses de la aljama. Es posible que ahí
esté una de las claves de por qué las compras fundiarias en
esta zona se van a encaminar más a las tierras que circundan las
alquerías, es decir, las jurídicamente contempladas por los
nazaríes como mubaha.
Con la conquista de la capital, estas tierras pasan a
estar bajo la jurisicción de la Corona y se verán
administradas por los nuevos poderes municipales. El traslado de sus manos
a las de particulares se producirá sirviéndose de dos
vehículos: las mercedes reales y la compra-venta. Las tierras van a
pasar entonces a miembros de la nobleza que a menudo ejercen, dentro de las
distintas ciudades del reino, empleos en la Administración y el
ejército o a personajes civiles que labraron su fortuna al calor de
la guerra.
Estas tierras se van a caracterizar por su gran
extensión y relativo alejamiento de los núcleos habitados. La
Cartuja va a culminar este proceso de concentración de tierras y va
a actuar como conoce y sabe, es decir, las tierras se convertirán
ahora en monocultivos encaminados al comercio que se van a explotar, en
régimen de arrendamiento, por campesinos traidos por la
repoblación.
Todo esto tendrá, sin embargo, unas
consecuencias nefastas sobre las antiguas alquerías nazaríes
que se van a materializar en el abuso de los recursos hídricos y la
privación de tierras de uso colectivo. En efecto, la
introducción de nuevos cultivos de carácter más
extensivo y el adehesamiento van a privar a los habitantes de las
alquerías del libre acceso a la tierra que suponían las
tierras mawat pero, además, también van a sustraer toda una
serie de recursos imprescindibles derivados de la explotación de los
espacios comunales. De este modo, aunque parece mantenerse el estatus sobre
las tierras donde se practica una auténtica propiedad, se ha
desarticulado el funcionamiento de las alquerías.
La problemática que suscita, en concreto, el
área periurbana de la ciudad de Granada, va a tener rasgos
característicos comunes con el resto de los espacios agrarios
organizados por sociedad musulmana. El cultivo de determinados productos
agrícolas relacionados con una universalización de las
técnicas de riego, en nuestro caso productos de la huerta y diversos
plantíos, va a ser un factor que determine la organización
del espacio agrícola tanto en el área periurbana como en las
tierras pertenecientes a las distintas alquerías.
Si algo caracteriza, sin embargo, a la sociedad de
al-Andalus y, por ende, a la nazarí, es el alto grado de
urbanización. Esta consideración no va a significar, al
contrario de lo que sucede en las ciudades promovidas por la sociedad
feudal, la distinción de espacios. Este es un hecho que comprobamos
con la existencia de zonas agrícolas dentro y fuera de las ciudades,
además, parece que los habitantes de las ciudades, en particular, de
Granada no posean estatutos o privilegios que los distingan de los
campesinos que moran en el área rural que la rodea. En definitiva,
las murallas de la ciudad se convierten en, tan sólo, una
delimitación física entre el campo y la ciudad,
separación que no se advierte en el ámbito de los
intercambios económicos ni en las relaciones sociales.
No apreciamos tampoco una jerarquización del
espacio, ni siquiera como producto del mayor dinamismo económico
propio de una ciudad como Granada. Tal y como hemos podido presenciar en
las distintas cartas de venta que aparecen en nuestro documento, en el pago
de Aynadamar se alternan propiedades derivadas de grandes fortunas,
amasadas gracias al comercio de la seda, con pequeños predios
pertenecientes a humildes campesinos. Queremos decir con esto que, al menos
en nuestra opinión, no apreciamos una organización de
carácter vertical en cuanto al espacio como expresión de una
ordenación política o económica del mismo.
La ciudad de Granada parece haberse formado, como
tantas otras en al-Andalus, partiendo de un hisn refugio a cuyo alrededor se asientan una serie de aljamas que
constituyen en sí mismas formaciones humanas y administrativas. En
torno a este centro de poder público, irá creciendo un
entramado urbano promovido por las distintas comunidades que conviven en la
ciudad. Es posible que estas comunidades tengan una raíz gentilicia,
estando éstas, a su vez, formadas por campesinos libres sometidos
tan sólo al poder del Estado. Como decimos, el aprovechamiento del
espacio no va a estar dirigido desde el poder público, sino que, al
menos en un principio, va a venir determinado por las distintas comunidades
humanas. En época nazarí, asistimos a como en estos grupos
humanos los lazos de consanguinidad van a ser sustituidos por relaciones de
vecindad, sin embargo, de igual modo, van a servir como freno al posible
ascenso de un grupo dominante que, desde el control de excedentes y su
distribución, organice el territorio en su provecho.
Parejo al crecimiento de la ciudad se va a producir
una concentración de funciones administrativas, económicas,
jurídicas y religiosas. En efecto, la ciudad se va a convertir,
además de residencia de campesinos propietarios, en el hogar de
aquel sector de la sociedad llamado a desempeñar las funciones
propias de una sociedad compleja como la nazarí. El área
periurbana de Granada no es más que el reflejo de la
organización de la misma ciudad, en ella encontramos desde
campesinos a prestigiosos juristas, pasando por modestos artesanos y
opulentos mercaderes. Todo esto se produce sin asistir a grandes
acumulaciones de riquezas fundiarias por parte los individuos
pertenecientes a las capas más altas de la sociedad.
A la falta de distinción y
jerarquización debemos sumar una última cararterística
que terminará de definir el espacio urbano y periurbano de las
ciudades de al-Andalus y también de Granada: el dominio del agua. Un
bien tan preciado en el ámbito urbano (recordemos aquí las
grandes infraestructuras construidas en el mundo antiguo ideadas para el
abastecimiento de las ciudades) y para el mundo rural, sobre todo en una
agricultura donde la tierra que tiene valor es aquella subceptible de ser
regada, va a exigir un fuerte control por parte de los grupos humanos que
la posean.
El estudio que hemos realizado sobre el pago de
Aynadamar nos ha mostrado una propiedad agrícola muy fragmentada,
individualizada y desigual. De igual modo, hemos observado que el
sistema de gestión de los recursos hidráulicos se fundamenta,
al menos en parte, en la compra-venta de turnos de agua. Ambas
circunstancias parecen estar relacionadas con un debilitamiento de los
lazos de parentesco, primero, y vecinales, después. Sin embargo,
esta aparente debilidad no impide que la propiedad de las tierras de
Aynadamar siga perteneciendo en su mayoría a vecinos de los barrios
de la Alcazaba y el Albayzín, configurando un espacio donde se
alternan ricas almunias y modestas hazas de cultivo.
Este modelo organizativo se va transformar tras la
conquista con la aparición de una nueva clase funcionaria derivada
de la nueva Administración y, tal y como narra nuestro documento, el
asentamiento de distintas instituciones religiosas como la orden de
Cartuja. Esta orden va ejercer una acción especulativa sobre las
tierras y, quizás lo más importante, sobre las aguas
pertenecientes al pago de Aynadamar y otros puntos del área
periurbana, debilitando así los pilares sobre los que se asentaba el
modelo nazarí. El colapso definitivo vendrá tras el
levantamiento y los sucesivos destierros de la población morisca,
hechos que reducirán la presencia de este grupo poblacional a la
mínima expresión.
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