Nos encontramos en una época
de gran problematicidad, tanto que ha
llegado a ser un lugar común
calificar a nuestro tiempo como uno
de crisis. Y la cuestión central
que ahí emerge es la de discernir
qué significado englobante posee
este término, “crisis”,
diagnosticando su sentido y sus diversas
expresiones. A esta cuestión
intenta responder el texto. Su tesis
central afirma que nos encontramos en
una crisis
de espíritu que atraviesa
el subsuelo entero de la cultura, del
cual emanan, en superficie, patologías
de civilización de carácter
socio-político.
El libro está concebido como
segunda parte de Ser
errático. Una ontología
crítica de la sociedad (Madrid,
Trotta, 2009), en el que el autor
intenta posicionarse en la red filosófica
contemporánea. Las categorías
que lo articulan son aplicadas ahora
al análisis del rumbo de la civilización
occidental, por lo que se hace necesario
recordar lo fundamental. Ser
errático es, para
el autor, el carácter fundamental
del ser y, en consecuencia, también
de la condición humana. El autor concibe al ser humano
como una tensión entre la “centricidad”
del existir y la “excentricidad”
de la extradición respecto a
cualquier morada. Erraticidad, en la
condición humana, es la tensión
entre la pertenencia a un mundo concreto
de sentido (centricidad), por un lado,
y el extrañamiento,
por otro, respecto a esta misma pertenencia,
que genera en el habitar un auto-trascendimiento
continuo (ex-centricidad). Y, en este
sentido, el término no posee
un valor peyorativo (andar sin rumbo),
sino uno elevado y positivo: lo humano contiene un exceso que lo fuerza
a acrecentarse y expandirse en riqueza
de vida.
En El ocaso esta tensión
céntrico-excéntrica de
la condición humana se aplica
al análisis del significado de
la vida civilizacional colectiva. Analizar
qué es una civilización
y cómo se gesta creativamente
a sí misma es condición
de posibilidad para realizar una crítica
de la civilización occidental
y poner al descubierto su ocaso actual.
La tesis fundamental al respecto radica
en definir la civilización
como un devenir auto-creador de dos
caras, haz y envés de
un mismo movimiento. La “cultura” es la cara
profunda e invisible, atravesada por
un modo de ser, una visión del mundo y un modus operandi colectivos. Es su devenir, está dirigida inmanentemente a su auto-generación poiética.
Tal esfera se corporeiza en la otra
cara, la del mundo
sociopolítico, adquiriendo
una forma institucionalizada. Cultura y mundo sociopolítico
se relacionan como profundidad intensiva
y actualización material y espacio-temporal.
En la conjunción de ambas se
pone en obra la tensión del ser
errático. La cultura es
excéntrica, tiende al exceso
y a la exuberancia, mientras que su encarnación
sociopolítica es
siempre céntrica: limita temporal
y espacialmente, en una “zona
epocal”, dicho exceso, proporcionándole
unos márgenes concretos, un equilibrio
transitorio. El flujo civilizatorio
se revela, así, auto-generador:
la excentricidad cultural desborda a
la centricidad socio-política
y la fuerza continuamente a ampliarse
y a responder a mayores demandas de
creatividad. A esta caracterización
del ser de la civilización dedica
Sáez Rueda la primera parte del
texto. Y aquí aparecen análisis
precisos.
La civilización es perfilada
en el marco de una topología
materialista y autopoiética.
El autor intenta mostrar que el
ser civilizatorio es physis autocreadora, pues está
atravesada por una irreglable fuente
de reglas, por un ser salvaje gestante
e inventivo. Es patente, además,
el influjo de G. Simondon y G. Deleuze,
porque el fondo cultural es descrito
como base pre-individual de
la individuación socio-política
y como un fondo autoorganizado en forma caosmótica. El autor
reconoce expresamente este influjo,
pero no se puede decir que esta concepción
constituya una mera extrapolación
de las categorías de tales autores.
La cultura está hundida en la
naturaleza, en la que se injerta: es
un mixto, una physis cultural.
De ahí que no constituya meramente
una "segunda naturaleza",
separada o forjada artificiosamente.
El libro de Sáez Rueda revisa,
en este sentido, la separación
entre naturaleza y cultura que
ha ido reforzándose desde el
comienzo de la modernidad hasta nuestros
días. Que nuestra civilización
esté afrontando un reto ecológico
de una magnitud como la presente, capaz
de poner en riesgo la vida entera en
el planeta, no es fruto de un azar.
La cultura humana se ha ido independizando
de su subsuelo natural hasta el punto
de perder la capacidad autocreativa
que recibe de éste. Pues la naturaleza,
como se ha dicho, es auto-generadora
y hacedora de sí misma. Toda
la primera parte, pues, está
dedicada a justificar que la naturaleza
es physis y que la cultura
humana está arraigada en ella.
La physis cultural es un entramado
entre la naturaleza y el mundo socio-cultural.
La ruptura de tal entramado es una fuente
poderosa de las patologías civilizacionales
actuales. Estas reflexiones conforman
una topología
genética, especialmente
desarrollada en el segundo
capítulo.
Es en la segunda parte donde, sobre
la base de esta concepción del
ser civilizacional, se escrutan “patologías
de civilización” actuales.
En semejante empeño, el texto
atraviesa diferentes pesquisas. La “crisis
de espíritu” es caracterizada
en términos de agenesia
cultural, depotenciación
de su impulso autogenerador, fenómeno
que el autor explica por la inserción
de mecanismos ciegos en el magma cultural
y por la concomitante autonomización
de la dimensión socio-política,
que queda a expensas de otros mecanismos
desligados de la intervención
humana: fuerzas inerciales del capital,
de la racionalización funcionalista
y del espíritu de cálculo
(Mathesis Universalis). La enfermedad
civilizatoria es expresión
concreta de la agenesia cultural. Consiste
en una contra-génesis inmanente o génesis autófaga por la cual, en el estado actual de
la civilización, todo curso creativo
tiende a volverse contra sí mismo.
Sáez ofrece ejemplos de tales
fenómenos enfermizos que van
desde la clausura individual en un sujeto
sin alma hasta el cierre del colectivo
socio-político en un dinamismo
thanatológico.
Para combatir este ocaso civilizatorio
el autor termina proponiendo una ética
de la lucidez, centrada en la
necesidad de romper el círculo
vicioso de la autofagia a través
de un nuevo extrañamiento vivificador
ante el mundo. Y en este punto encuentra luces
de aurora en procesos posibles
de la actualidad, como el de la renovación
de un sentido pro-barroco para la praxis y el de una deseable
reapropiación de las potencias
que anidan en el espíritu
trágico.
[Extraído de la
recensión de José Luis
Pardo en Utopía y Praxis
Latinoamericana. Revista Internacional
de Filosofía Iberoamericana y
Teoría Social, vol. 23,
nº 80, 2018]
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