Miguel Crusafont Pairó |
3 de octubre, 1910 - 15 de agosto, 1983 por Jaime Truyols Universidad de Oviedo
|
(1910-1983)
Nacido en Sabadell (Barcelona) el 3 de octubre de 1910 y fallecido en la misma localidad el 15 de agosto de 1983, Miguel Crusafont debe ser considerado como una de las figuras más importantes de la Paleontalogía española del siglo XX, tanto por sus numerosas contribuciones paleomastológicas como por el carácter innegablemente renovador de las mismas.
Farmacéutico de profesión, desde su adolescencia había iniciado sus primeras exploraciones paleontológicas en los alrededores de su ciudad natal, donde los depósitos continentales del Mioceno contienen abundantes restos de mamíferos fósiles, la existencia de los cuales era ya conocida desde principios de siglo. En las sesiones científicas que celebraba la Institució Catalana d'Historia Natural estableció relación asidua con José Fernández de Villalta, naturalista de su misma edad, que en aquellos momentos venía iniciando una especialización en el estudio de los mamíferos fósiles, siguiendo el camino que había trazado años antes desde el Seminario Conciliar de Barcelona, José Ramón Bataller.
A partir de 1933, Crusafont y Villalta empezaron una estrecha colaboración científica en este campo, que se extendió a lo largo de más de veinte años y que dio lugar a un elevado número de publicaciones paleontológicas, en las que llegaron a describirse una gran cantidad de ejemplares fósiles. Aunque esta labor se había visto interrumpida a causa de la guerra civil, la reanudaron con ímpetu a partir de 1940, a medida que se multiplicaban sus hallazgos en diversos ámbitos geográficos del Terciario español. Porque si bien es cierto que inicialmente las exploraciones y excavaciones se limitaban tan solo a las capas del Mioceno de la cuenca del Vallés-Penedés, inmediata a Barcelona, pronto las prospecciones se extendieron a áreas más alejadas. Así en 1942 iniciaron unas primeras visitas a la cuenca ibérica de Calatayud-Teruel, que se ampliarían más tarde. En 1944 las hicieron también a varios puntos de la cuenca del Duero, el año siguiente exploraron en la cuenca pirenaica de La Cerdaña, en 1946 la parte occidental de la cuenca del Ebro y en 1947 diversas zonas de la del Tajo. Fueron muchas las localidades nuevas que fueron descubiertas durante la década de los años 40, y varias de ellas, objeto de campañas de excavación años después.
El material recolectado en los diversos yacimientos era abundante y además, en gran parte también novedoso. Su estudio obligó a reconsiderar la vigencia de la escala estratigráfica empleada tradicionalmente para las series continentales del Mioceno y a plantear la necesidad de introducir modificaciones en la misma. En 1960 se definió una nueva división para el Mioceno superior continental, a la que se dio la consideración de piso, el Vallesiense, y en 1965 se adaptó un nuevo término, el Turolense, que sustituía, para evitar equívocos, el nombre anteriormente utilizado, el Pontiense.
Las campañas de exploración y excavación no se redujeron, sin embargo, a las series del Mioceno, cuyos afloramientos ocupan tanta extensión.superficial en la Península Ibérica. Objeto de su reconocimiento fueron asimismo los materiales del Paleógeno: el Eoceno pirenaico que nunca antes había librado restos de mamíferos fósiles fue objeto de numerosas exploraciones desde 1954, así como también el de la cuenca del Ebro desde el mismo año, el de la cuenca del Duero desde 1957 y el de la del Tajo desde 1960. Aun deben señalarse exploraciones puntuales en series del Plioceno y en localidades del Cuaternario antiguo.
Con un número tan elevado de taxones de Mamíferos fósiles descritos del Terciario continental español, éste acabó convirtiéndose en pocos años en uno de los más ricos de Europa. El inicio de la colaboración Crusafont-Villalta coincidió prácticamente en el tiempo con el intervalo de la segunda Guerra mundial lo que dio origen a dificultades para el establecimiento de contactos con especialistas extranjeros y para la adquisición bibliográfica. En consecuencia, las novedades taxonómicas establecidas en España durante aquellos años eran escasamente conocidas fuera de nuestras fronteras, por lo que algunos colegas sugirieron a Crusafont y Villalta que enviaran para su publicación datos concretos sobre los hallazgos efectuados, en forma de breves comunicaciones a alguna revista científica de suficiente difusión. Así aparecieron entre 1946 y 1948 hasta ocho pequeños trabajos en los Comptes rendus de la Société Géologique de France, donde daban cuenta de los resultados obtenidos en las diversas cuencas exploradas. Estas comunicaciones permitieron que la comunidad paleomastológica de Europa y América pudiera valorar debidamente la magnitud de las contribuciones efectuadas. Particularmente, el prestigio internacional adquirido por Crusafont se hizo más aparente cuando en 1952 publicó su tesis doctoral "Los Jiráfidos fósiles de España", obra que generó una justificada expectación Por tratarse su tema de una curiosa novedad para la Paleontología del Mioceno europeo.
Hasta 1961 había desarrollado toda su intensa labor Crusafont en el Museo de Sabadell, un pequeño centro que él logró que adquiriese gran renombre por las notables colecciones depositadas en él a consecuencia de sus exploraciones. Desde 1956 había cesado su colaboración científica con Villalta, cuya trayectoria siguió a partir de entonces otras direcciones. Los trabajos posteriores a esa fecha figuraron lógicamente bajo la firma exclusiva de él o se produjeron en colaboración con geólogos u otros paleontólogos, singularmente discípulos suyos (J. Truyols hasta la década de los 60, J.Mª. Golpe, M.L. Casanovas, y otros, en años posteriores).
El hecho de más relieve que tuvo lugar a mediados de los años 50 en ese pequeño Museo, fue la organización de los llamados Cursillos Internacionales de Paleontología de Sabadell, dirigidos por Crusafont. La idea de reunir a diversos especialistas en Paleomastalogía, invitados como profesores ante un público interesado en la materia, fue un éxito personal suyo, que permitió que este centro se convirtiese asimismo en foro de discusión de temas controvertidos, en particular sobre la evolución orgánica vista desde la óptica del paleontólogo. A estos cursillos asistió un grupo numeroso de universitarios y diversos paleontólogos de otros países, interesados en conocer directamente las colecciones de fósiles y en participar en los debates. El hecho de que los cursillos tuvieran además en su programa unas jornadas de campo de varios días de duración aumentaba el interés de los mismos. El primero de estos cursillos se celebró en 1952, y visto el éxito logrado se celebraron otros tres más, en 1954, 1956 y l958. En el cuadro de profesores figuraban especialmente J. Piveteau, J. Viret, F.M. Bergounioux y C. Dechaseaux (Francia), P. Leonardi (Italia), J. Hürzeler (Suiza), A.J. Sutcliffe (Gran Bretaña), G.H.R. von Koenigswald (Holanda), H. Tobien (Alemania), B. Bohlin (Suecia), B. Kurtén (Finlandia), J.A. Wilson (Estados Unidos). Participaron asimismo geólogos y paleontólogos españoles: J.R. Bataller, B. Meléndez, L. Solé Sabarís, N. Llopis y J.Mª Fontboté. En aquellos años todavía eran bastantes escasas las oportunidades internacionales de poder reunir un grupo homogéneo y relativamente numeroso de especialistas en una misma materia, y ello constituyó una feliz iniciativa que fue altamente apreciada por todos los participantes. La capacidad de organización de los cursillos que Crusafont había mostrado, dio lugar a que el recién creado Comité del Neógeno Mediterráneo (lo había sido en Viena en 1959, en el que él había asistido) le confiase la organización y dirección de la II Reunión de este organismo, que se celebró en España en 1961, con una notable afluencia de participantes procedentes de los distintos puntos de todo el ámbito mediterráneo.
Si la aportación fundamental en la obra de Crusafont fue la de haber podido incrementar de manera extraordinaria el registro paleontológico de los mamíferos (entre los que 60 taxones eran nuevos hasta 1959) y a desarrollar a partir de ellos un conocimiento más preciso de la estratigrafía del Terciario español, no debe ser olvidado un aspecto importante de su obra, consagrado al tema de la evolución orgánica. A lo largo de su vida (por lo menos desde 1948) no ahorró esfuerzos para llevar a cabo una intensa labor de divulgación de esta cuestión, dando a conocer la contribución de los paleontólogos en el proceso evolutivo, la interpretación finalista del fenómeno de la Vida y los sucesivos pasos por los que ha transcurrido el camino de la hominización, esfuerzos que se materializaron en forma de conferencias, cursillos y publicación de libros y ensayos sobre el tema. Si inicialmente partió de una base neolamarckista, como tantos paleontólogos de la época, poco a poco su pensamiento fue enriqueciéndose con la integración de nuevos conceptos. En la concreción de sus ideas fue fundamental para él su encuentro con el pensamiento de Teilhard de Chardin, que dejó profunda huella en sus concepciones. Seguramente fue él el primero en España que escribió sobre el ideario de Teilhard, por lo que fue invitado a formar parte del Comité Internacional que publicaba todas sus obras inéditas, tras el fallecimiento de éste en 1955. Y además se encargó directamente de la traducción de algunos libros suyos, como "Le phénomène humaine". Todos los ensayos, artículos y libros suyos sobre el tema evolutivo, que dejó publicados Crusafont, están impregnados de la concepción cosmológica de Teilhard.
En relación con su interés por el tema de la evolución están sus intentos de valoración cuantitativa del cambio evolutivo. Atraído por los métodos biométricos, y en especial por la morfometría, se interesó por la posibilidad de expresar cuantitativamente los cambios morfológicos interespecíficos observables en piezas esqueléticas de mamíferos. En este campo realizó varias especulaciones (en colaboración con J. Truyols) entre 1953 y 1958, especialmente referidas a variaciones en la morfología dentaria de los carnívoros. Apoyado metodológicamente por G. G. Simpson y por J. Huxley, estos trabajos alcanzaron una cierta resonancia internacional.
En 1961, Crusafont obtuvo por oposición la cátedra de Paleontología de la Universidad de Oviedo, y dos años más tarde, por traslado, la de Barcelona, tras el fallecimiento de Bataller. Se iniciaba con ello una nueva etapa de su vida. Su entrada en la Universidad suponía para él asumir un compromiso docente que debía compaginar con la actividad investigadora que seguía manteniendo en el Museo de Sabadell. Fue entonces cuando la Diputación Provincial de Barcelona decidió, persuadida de la trascendencia de su obra científica, el establecimiento en Sabadell de un centro de investigación subvencionada enteramente por ella, con el nombre de Instituto Provincial de Paleontología (hoy día, Instituto de Paleontología "Miguel Crusafont") que, además, iba a albergar, debidamente instaladas, las colecciones paleontológicas que se conservaban en el antiguo museo de la localidad. Inaugurado el edificio de nueva planta en 1969, el centro se puso en marcha inmediatamente, y Crusafont empezó a planear un programa de actuación, contando con un personal investigador formado por un equipo de discípulos suyos de la Universidad (J. Agustí, J.V. Santafé, Mª.L. Casanovas, J. Gibert, S. Moyá), que han ido siguiendo sus pasos, diversificando sus respectivas especializaciones.
Acto Académico con motivo de la entrega al Dr. Miguel Crusafont del Diploma como Comendador de la Orden de Oranje-Nassau,
en el nuevo Instituto Provincial de Paleontología. Sabadell, febrero 1970.
Sin embargo, lo que pudo haber sido la dulce culminación de su trayectoria en esta etapa, al ver satisfechos sus más íntimos deseos como científico, quedó imprevisiblemente truncada poco después. Su estado de salud, aunque fuerte, afectado periódicamente por problemas neurovegetativos, empezaba a declinar. En 1972 contrajo una seria dolencia que dañó gravemente sus cuerdas vocales, con limitaciones para el habla. Privado del vehículo de comunicación verbal, solicitó la jubilación anticipada en la Universidad, en la que sólo había podido ejercer su misión docente durante un intervalo de once años. Recluído a partir de entonces en su Instituto, intentaba proseguir, aunque a ritmo lento, sus trabajos habituales, sumido en una invencible melancolía al contemplar el proceso de degradación física. En estas condiciones transcurrieron sus últimos años, hasta el verano de 1983 en que falleció.
Por su extensa obra paleontológica Crusafont se hizo acreedor de una alta consideración por parte de sus colegas. Desde el momento en que, acabada la guerra mundial, empezó a ser posible viajar por Europa fue invitado a pronunciar conferencias sobre su especialidad en centros de investigación de varios países de Europa, así como a participar en importantes eventos científicos. Su colaboración era solicitada en muchas publicaciones. Dos pequeños capítulos del famoso "Traité de Paléontologie" de J. Piveteau son obra suya (1961) y uno de los volúmenes del "Fossilium Catalogus" de F. Westphal (sobre el registro de mamíferos fósiles de España) lo preparó él en colaboración con M.L. Casanovas (1973). G.G. Simpson en su libro de memorias (1978) y R.C. Moore en una publicación en que hacía un ponderado balance sobre los progresos de la Paleontología en el siglo XX (1968) hablaban de él en términos altamente elogiosos.
Las distinciones que Crusafont recibió en vida son una prueba manifiesta de la consideración en que se le tenía. Fue nombrado Doctor honoris causa por la Universidad de Basilea, Caballero de la Orden de las Palmas Académicas de Francia, poseía la Encomienda de la Orden de Oranje-Nassau de Holanda y la de la Orden de Alfonso X el Sabio de España. Era Académico de número de la Real de Ciencias y Artes de Barcelona, y había sido galardonado por diversas corporaciones científicas o culturales.
Crusafont ha sido una figura excepcional como hombre de ciencia, doblado de humanista. Aparecido en la palestra científica en un momento crucial, prácticamente al terminar la guerra civil, cuando los cuadros de investigadores españoles estaban en gran parte desarticulados, su trayectoria cobra un relieve extraordinario. Con él la paleontología española dio un salto cualitativo importante al abrirse a nuevos horizontes y a perspectivas inéditas.
|
|