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Imagina, Granada 1994. Dos tiernos jóvenes terminan el curso con
excelentes notas. Sus gozosos padres no caben en sí de orgullo. Sus
amigos quieren ser como ellos, las chicas los adoran, la vida les
sonrie... Jo, me he pasao un poco...
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El caso es que a finales del
curso del 94 mi amigo Migue y yo queríamos irnos al extranjero de
au-pair. Como se nos hizo tardísimo sin preparar
nada no pudimos encontrar plaza ni en uno de esos campos de trabajo en
Ucrania para ordeñar vacas radiactivas. Al final nos decidimos por el
Interail (y salimos ganando...).
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Hace ya unos cuantos años de todo esto. He tenido que mirar el billete, que contiene anotadas todas las salidas, y las fotos
para escribir esta página.
Hicimos el viaje de Granada a Barcelona en uno de esos trenes con
compartimentos de seis y acompañados por un viejete que nos contó un
montón de anecdotas de la Guerra. No lo sabíamos, pero ese sería el
tipo de tren en el que haríamos la mayoría de los trayectos.
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Habíamos calculado unas dosmil pelas por día. Después descubrimos que
con esto nos daba para comer o dormir decentemente, pero no las dos
cosas el mismo día. En principio optamos por ir a youth hostels y
malcomer. Después (más inteligente y arriesgado) decidimos dormir en
trenes (que se dice pronto pero quema mucho), parques y estaciones;
ducharnos en piscinas y duchas públicas (las de algunos paises son
magníficas -Luxemburgo o Suiza-) y comer bien, incluso muy bien.
Una vez que cogimos el ritmo (nos costó una semana y algún disgustillo),
la cosa era casi mecánica. Las estaciones de las grandes ciudades suelen
tener una oficina de turismo. Allí pedíamos "el mapa gratis" y que nos
señalasen los parques, piscinas y duchas, centro histórico y zonas de
marcha.
Nuestro plan inicial era dar la vuelta a Europa recorriendo Francia, Suiza,
Austria, Alemania, Dinamarca y los Paises Bajos. Al final (cuestiones
del destino y del Tour), el recorrido fue otro.
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Voy a intentar hacer un breve recordatorio de lo que fue nuestro paso
por Europa... Desde Barcelona pusimos rumbo a Annecy, una ciudad francesa en la
que mi amigo había estado de intercambio (él hablaba francés y yo ingles,
magnífico). De allí, fuimos a Ginebra y Berna (qué bonita, llena de bicis y parques).
Por cierto que nos metimos en un parque lleno de yonquis a las seis de la
tarde que tela... Después fuimos (no sé por qué) camino de Luxemburgo.
Recuerdo que allí encontramos una especie de balneario, piscina, centro del
agua... en el que nos dimos una ducha antológica por 200 pelas (merece la
pena ir a Luxemburgo a ducharse). Allí los trenes eran como los de
los Pin y Pon, casi de juguete.
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De allí fuimos a Viena (menuda vuelta), Salzburgo e Insburck. Ciudades
preciosas y carísimas. Recuerdo que una de esas noches hicimos nuestra
primera colada (en un riachuelo ya tarde y con linterna en mano). Total,
que tuvimos que meter la ropa en bolsas hasta encontrar un sitio donde
secarla. Al día siguiente llegamos a Insbruck. Hacía sol, nos tumbamos
en un parque y extendimos la ropa para que se secase. La gente se
acercaba porque creía que vendíamos las camisetas (cuando veían los
calcetines y calzoncillos se quedaban un poco parados :)
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Esa mañana preguntamos a un turista italiano cuando acababa el tour.
Nos dijo: Mañana. Cagando leches nos fuimos a la estación e hicimos
Insbruck-París en una noche. Llegamos a París por la mañana temprano. Creo
que ese fue el día en que aprendimos a colarnos en el metro. Todo el
mundo lo hacía y a nadie parecía importarle... Conocimos los tres tipos
de puertas estándar y las tres formas de pasarlas (con mochilas y todo).
Llegamos a los campos Elisios bastante temprano. Todo estaba lleno de
españoles, pillamos un buen sitio para ver la llegada y llamamos a casa
por primera vez en diez días sólo para decir dónde estábamos para que nos
viesen por la tele (tela... :)
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El día fue increible. Había un ambiente impresionante. Miguel Indurain
ganó su cuarto Tour y estábamos allí... Después fuimos a la fiesta que
organizó la embajada española en París para celebrarlo. Fue una fiesta
genial (y claro, aprovechamos para llenar la mochila con algún que otro bocata de
jamón).
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Desde París, y ya roto por completo nuestro plan de viaje, fuimos a Amsterdam.
En la estación conocimos a unos españoles que nos recomendaron un albergue
católico en pleno Barrio Rojo. Era chocante, un millón de prohibiciones y
luego, a ambos lados de la puerta, había un sexshop y un establecimiento de
masajes... Era un albergue con habitaciones grandes llenas de literas. El
segundo día vimos entrar un grupo de Japoneses con un guía. Pensamos: Qué
raro, japoneses en un albergue... A esto que entran en una habitación, el
guía dice algo, la gente los mira, se ponen a hacer fotos y se largan...
Amsterdam es una ciudad que merece la pena visitar, quizás la que más me
gustó junto con Praga. El ambiente, la gente tan diferente que se encuentra
y están juntos sin mayores problemas. Cada uno de su padre y se su madre
pero nadie se mete con nadie... Me encantó.
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Una de las cosas que solíamos hacer en grandes ciudades era dejar las
mochilas en consigna y llevarnos lo justo en una mochila pequeña.
En Copenague, siguiente ciudad que visitamos, cometimos el error de
llevar las mochilas por toda la ciudad. Nos costó Dios y ayuda encontrar
la famosa Sirenita (que en Dinamarca no se llama así, ojo) y nos
decepcionó un poco, tan pequeña, tan lejos...
Nuestro peor día lo pasamos en esta ciudad. Todavía no sabemos muy bien
si se nos calló o nos robaron la cartera mientras tonteábamos con dos
chicas en una plaza. El caso es que lo notamos cuando ya estábamos
subidos al tren que nos iba a llevar a Berlín. Decidimos bajar a la
estación a buscar la cartera (y perder el tren). No la encontramos y
recordamos lo de las chicas en la plaza. Fuimos al puesto de policía en
la estación a denunciarlo.
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No teníamos dinero danés, no salían más
trenes esa noche y estaba prohibido dormir en la estación o cualquier
calle (nos lo dejaron muy claro). Nuestra brillante idea fue llamar a la
Embajada de España para decir que éramos Cidadanos Españoles (que no
pagábamos nuestros impuestos) y que nos arreglasen la papeleta...
El simpático policía, al que habíamos denunciado el robo, no quiso
prestarnos las diez pelas (al cambio) que eran necesarias para llamar
a cobro revertido a la Embajada. Decidimos ir andando. Por el camino
conocimos a una chica que nos indicó un parque alternativo para dormir
(estábamos acostumbrados, pero aquello era oscuro, oscuro, negro, sin
fondo. Que acojonaba, vamos). Nos dijo que era bastante seguro porque
allí sólo dormían vagabundos y homosexales sin techo (tranquilizador).
Llegamos y la Embajada Española eran dos pisos en un edificio que
parecía la casa de la Familia Mouster. Tocamos y allí no había ni Dios.
Vagamos por las calles. Nos paró una patrulla de policía y nos
preguntó dónde íbamos. Les contamos nuestra historia y, tras consultar
por radio, decidieron que podíamos dormir en el parque (aunque estaba
prohibidísimo y era como favor especial). Migue dijo la frase prohibida:
"Vámonos a España". Al final, terminamos en los jardines de
un edificio que parecía una residencia o algo así. Fue la peor noche
del viaje.
Esto nos sirvió para aprender que las embajadas son oficinas y que sólo
te salvan si eres un cidadano de los Estados Unidos de América que paga sus
impuestos (y vives en una peli de espías :)
De Copenague fuimos a Berlín. Allí estuvimos poquísimo tiempo y conocimos
a unos chavales de Jerez que nos hablaron de algunos de los sitios
que habían visto. Nos cayeron muy bien y quedamos con ellos en París unos
días después.
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Creo que fueron ellos también los que nos hablaron de Praga.
La República Checa no estaba dentro de las zonas que cubría nuestro
billete pero decidimos pagarnos el viaje desde la frontera alemana a Praga.
Mereció muchísimo la pena. Praga es la ciudad que más me gustó del viaje.
Allí estuvimos en un albegue (excepción) lleno de viajeros de todos los
lugares del mundo. Acabo de recordar lo incómodas que eran las literas (tenían
colchones inflables y el mio estaba un poco flojo de aire...).
Era alucinante el ambiente que se respiraba. Sobre todo
en el puente de Carlos. Un puente peatonal, bastante ancho, que se llena de
puestos hippies y artístas durante el día y en el que por la noche
tocan músicos ambulantes. El par de noches que fuimos había un grupo genial
que tocaba canciones de los sesenta-setenta. Era increible, podía haber más de
cien personas alrededor sentadas, cantando, charlando con gente de distintos
paises... Alucinante.
A parte de esto, Praga es genial. La ciudad es preciosa, la comida y la
cerveza son baratas y la gente muy amable (las chicas son guapísimas). Nos
encantó. De Praga nos dirigimos a Bruselas y tras ver lo más típico fuimos a
la Bretaña francesa. Una zona preciosa.
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Estuvimos en Saint Maló, que tiene la playa europea donde la diferencia (en metros
de longitud) entre marea alta y baja es mayor. Vimos una fortaleza a la
que se podía llegar andando con marea baja y que se convertía en una isla
con la marea alta. Queríamos dormir bajo su muralla pero el día se
puso feo y tuvimos que cambiar de idea (se nos ocurrió colarnos en
un albergue "de luxe"). Para quedarnos "legalmente" necesitábamos
haber reservado con nosecuantos meses de antelación. Entramos y buscamos
un escondite. Al caer la noche nos pillaron y contamos un rollo impresionante
que debió ablandar el corazón del recepcionista ya que nos dejó dormir en
el campo de voleibol.
A esas alturas llevábamos al extremo la máxima:
"Dormir en la calle, comer de restaurante". En Saint Maló probamos los
mejores y más caros creppes de las mejores crepperías. En algunas teníamos
que enseñar el dinero tras pedir ya que nuestras pintas no inspiraban
mucha confianza. Era divertido ver la cara del camarero al sacar el cheque
de American Express y firmarlo.
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Pasamos los últimos días del viaje viendo París. Decidimos dormir en
el parque de un pueblo de las afueras e íbamos cada mañana a "la capital".
En París vimos lo más típico (véase cualquier folleto de agencia de viajes) y
nos colamos, como quien no quiere la cosa, en el Loubre.
Lo bueno es que si vuelvo (que no me hace mucha ilusión) ya no tendré que
ir a ver lo típico...
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Pasamos una noche malilla una vez que llovía en
"nuestro pueblo" y decidimos pasar la noche en París. En principio
decidimos dormir en la sala de consignas de una de las estaciones de
tren más pijas de la ciudad (nos echó la poli). De ahí nos fuimos a los
soportales de La Fallette (¿Se escribe así?). Nos echó la poli y dos
perros increibles que si se escapan nos comen. Al final vimos amanecer
en una parada de autobús...
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Los días en París fueron los últimos de un mes de viaje por Europa.
En estos días aprendí que este tipo de viajes (mucho tiempo, poco dinero y
algunas situaciones extremas) pueden poner a prueba la amistad más
sólida. Nosotros tuvimos nuestros roces pero a la vuelta descansamos un mes
el uno del otro y la cosa siguió como siempre (mejor). Desde entonces,
cuando me preguntan por el Interail siempre digo que es mejor hacerlo
tres, cuatro o cinco personas a lo más. Es difícil organizar a mucha gente
(y pillar sitio en los trenes) y dos puede ser muy duro si no estás
enamorado del otro :)
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Si vas a hacer el Interail próximamente, échale un vistazo a la
página Consejos para preparar el Interail.
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