Son abundantes los estudios
que han abordado el modo en el que
los pobladores andinos
significan en la actualidad su territorio a partir de la superposición
de tradiciones
culturales singularizadas por medio de prácticas rituales en este
contexto. De un lado los
santos, las cruces y las varas procedentes de la tradición cristiana, y
de otro los cerros, los
mojones, las lagunas, las estrellas, las sirenas y otros elementos de
la naturaleza son
algunos de los seres supra-terrenales que habitan su territorio y
tienen el poder de decidir
sobre el destino o suirti de los runas (1)
(Bastien 1978; Harris 1982; Allen 1988;
Valderrama y Escalante 1988; Pérez 2004, Gose 2008).
Temerosos del poder que
pueden ejercer estos seres, a veces de
forma caprichosa,
siempre inapelable, los runas entablan una relación de reciprocidad con
un espacio
profundamente antropomorfizado y jerarquizado, fiel reflejo del orden
terrenal que
observan las personas (2).
Bien a nivel individual mediante especialistas rituales
(los
conocidos paqos, misayoqsoaltomisayoqs), o a nivel comunal
mediante sus autoridades
tradicionales (los alcaldes de vara), los runas se proponen contener su
fuerza telúrica y
domesticarla para hacer de ese territorio agreste "un lugar seguro en
el que habitar"
(Slade 1992).
En los Andes, las
etnografías que se ocupan de ilustrar la
relación entre el espacio y el
grupo humano que lo ocupa, lo hacen a través del estudio de la
cosmología peculiar de
ese grupo. En ellas el espacio territorial es, a menudo, interpretado
como un medio para
enfatizar la identidad grupal en resistencia frente al contexto
político dominante: el
Estado-Nación (Rasnake 1987; Allen 1988; Radcliffe 1990). En otros
trabajos se hace
hincapié en el espacio como la huella física del pasado del grupo que
lo habita y, como
tal, un vehículo de transmisión de la memoria histórica sobre los
límites territoriales
(Urton 1981; Rapapport 1990). La conceptualización del espacio como un territorio
de
memoria es común en ambos casos, un "texto" a partir de la cual
leer la estructura social,
política y económica del grupo (Geertz 1992, Connerton 1989; Hirsch
1995).
La alternativa al espacio
como superficie inscrita de la
memoria es aquella que supone el
espacio como proceso (Turner y Turner 1978; Turner 1988; Sallnow 1987;
Küchler
1993). Desde esta perspectiva el territorio aparece como un
conglomerado de
significados a la vez ordenados y ordenadores de la cosmología del
grupo mediante la
acción ritual. Cosgrove expresa esta idea cuando señala que: "más allá
de los parámetros
específicos por los cuales el paisaje es percibido y experimentado,
debemos fijarnos en el
paisaje en sí mismo (...) en este sentido connota no tanto el mundo
visto como un modo
de ver el mundo (...) una percepción sintética, holística, conformada
por la experiencia
particular cultural y las disposiciones individuales del sujeto"
(Cosgrove 1984: 13).
Para aproximarnos al
significado cultural del espacio sagrado
en los Andes en cuanto que
"modo de ver el mundo", una de las vías privilegiadas es la que proveen
las autoridades
político-religiosas tradicionales que representan al grupo.
Autoridades
tradicionales y territorio sagrado
La relación entre
autoridades tradicionales y territorio ha
sido un tema preferido en la
literatura sobre los pueblos amerindios (Bárabas 2003; Pérez 2004,
Urton 2006). En el
caso andino, una de las perspectivas más fructíferas ha sido
proporcionada por
antropólogos, etnohistoriadores e historiadores a través del estudio de
la iconografía inca,
de la que se desprende la vinculación entre la nobleza indígena, los
curacas, y el territorio
por el que aparecen continuamente desplazándose (Flores 1990). Moverse
por el espacio
constituía para estas personas no sólo una estrategia para ratificar y
legitimar su
autoridad, sino además un modo de significar ese espacio para el grupo.
Esta vinculación se remonta
a tiempos prehispánicos. Los
cronistas de Indias dan cuenta
de ello en sus descripciones acerca de las costumbres de los incas
(Molina 1989; Guamán
Poma de Ayala 1993). Con su movimiento a lo largo y ancho del
territorio los curacas no
solo ejercían como intermediarios entre las autoridades coloniales y
los indígenas, a
quienes representaban en sus funciones de recaudar tributos y organizar
a la mano de
obra, sino como intermediarios en la construcción de un orden
cosmológico. Ese orden
era validado y transmitido al resto del grupo en sus desplazamientos
por el territorio
andino convertido en un inmenso espacio ceremonial sagrado.
Como es bien sabido, el
recorte paulatino de las competencias
administrativas que
desempeñaban los curacas es un proceso que comienza a fines del siglo
XVIII con las
reformas borbónicas que ponen un cruento fin a las rebeliones indígenas
que estallaron
en Perú y Bolivia durante varias décadas. Entre otras medidas, la
antigua nobleza
hereditaria, que había encabezado las rebeliones, es sustituida por
alcaldes indígenas
electos bajo la supervisión de la corona española (Pérez 2008). Estos
cargos, con
atribuciones políticas muy mermadas, y la modernización del agro y la
introducción de
nuevas vías de movilidad social como resultado de la reforma agraria,
desembocan en su
desaparición en múltiples comunidades. Por el contrario, en aquellas
regiones andinas en
las que continúa vigente este sistema de autoridades, de modo análogo a
lo que sucede
con otras regiones indígenas de América Latina (Gabbert 2003),
conservan el doble
papel. Por un lado, desempeñan un conjunto de funciones relacionadas
con la
administración de justicia, la intermediación en conflictos y la
sanción a nivel comunal, y
por el otro, son los encargados de reactualizar y transmitir a través
del territorio el valor
de unos principios cosmológicos acerca de cómo concebir el mundo y cómo
actuar sobre
él. Una aproximación a las prácticas rituales de la población andina
contemporánea,
constituye un escenario privilegiado para indagar sobre el valor
sagrado del territorio
andino (Turner 1988 y 1990; Geertz 1992).
Calendario ritual y
lenguaje festivo
Al analizar las actividades
rituales que suceden en el
transcurso del año, buena parte de
las etnografías sobre los Andes coinciden en tomar como elemento de
referencia los
ritmos de trabajo marcados por el ciclo agrícola y por las estaciones
del año (Valderrama
y Escalante 1988; Allen 1988; Bastien 1978; Isbell 1985). Sin embargo,
éste no es el
único criterio. La taxonomía emic del tiempo festivo está
además intrínsecamente
relacionada a su concepción simbólico-religiosa del territorio.
Tomando como muestra el
conjunto de comunidades de Pisac,
distrito andino ubicado a
orillas del río Vilcanota, observamos que los runas clasifican su
calendario festivo sobre
la base de cuatro criterios que operan simultáneamente:
1. El ritmo estacional y
del ciclo agrícola en que suceden
(secas: tiempo de siembra y
cosecha, y lluvias: tiempo de maduración).
2. El espacio físico en el
que transcurren (la comunidad, el
pueblo, otras comunidades).
3. Los cargos que
desempeñan el papel protagonista en la
organización ritual de esa
fiesta: ya sean regidores, segundas, veladas, wachu capitanes,
capitanes, wifalas,
Alcaldes envarados y/ó mayordomos (Pérez 2004).
4. La naturaleza local o
foránea del elemento festejado:
santos, animales, la pacha mama,
y las propias personas en sus cargos de autoridad así como los símbolos
que portan entre
los que encontramos varas, cruces y estandartes.
Sobre la base de estos
cuatro criterios, los runas de este
distrito dividen los días
excepcionales que festejan en el transcurso del año en cuatro tipos:
1. Guarday. Se
trata de fechas fijas en el santoral
cristiano en las que se propicia la
fertilidad del ganado y de la chacra. Para los runas, en estos días las
energías telúricas se
encuentran en un estado más efervescente motivo por el cual es
necesario permanecer
"guardados" en sus casas. Durante esos días la espera puede ser activa
-realizando
rituales de fertilidad que traten de calmar el "hambre" de la pacha
mama- o bien pasiva -
mediante la prescripción de una serie tabúes que prohíben el trabajo-.
En el primer caso,
será el propio cabeza de familia el encargado de realizar la ofrenda
ritual a la Pacha
Mamaoal ganado, según corresponda. Esta ofrenda de alcohol, coca,
confeti y dulces irá
acompañada además de una abundante cantidad de bebida y comida que será
distribuida
entre los presentes quienes comerán, beberán y bailarán hasta caer
exhaustos. Su objetivo
es triple: lograr la purga o limpieza ritual de la tierra y al ganado,
propiciar la fertilidad
de estos elementos durante el año, y garantizar la continuidad del
pacto de reciprocidad
con las fuerzas y espíritus de la naturaleza.
2. Devoción.
Estos días son el resultado de la
combinación de días fijos y móviles en el
calendario cristiano en los que se celebran peregrinaciones a centros
rituales,
coincidiendo con el periodo de las siembras tempranas
(agosto-septiembre). Para la
población local estos santuarios son la morada de los espíritus de la
montaña, los apus (3), a
los que Sallnow se refiere como "puntos clave en el paisaje a los que
se ha unido una
imagen cristiana fusionando los significados vernaculares a las formas
religiosas
importadas" (1987: 174). La comitiva que peregrina a estos lugares
estará presidida por
las autoridades tradicionales (alcaldes, mayordomos y cargo-pasados),
sus homólogos
femeninas y los componentes de una de las danzas características del
folclore andino.
3. Fiestas. Se
trata de días fijos en el santoral
cristiano identificados con la celebración de
una misa en la comunidad. Con esta ceremonia se renueva simultáneamente
el valor del
símbolo cristiano (sea santo, cruz o Niño Dios) y el de los símbolos de
autoridad de las
autoridades tradicionales, como es el caso de las varas de los
alcaldes. El significado de
estas fiestas reside en los rituales que se celebran durante y después
de la misa. Así, el día
de Navidad y a las mismas puertas del templo en que el sacerdote oficia
su sermón, se
realizan toda una serie de liturgias de inversión en las que los runas
disfrazados de
animales y personajes míticos bailan y beben sin cesar, con la
aquiescencia del cortejo de
alcaldes tradicionales que sancionan con su presencia y su
participación todo el evento.
4. Uso y costumbre.
Este periodo se corresponde con
un periodo de aproximadamente
ocho semanas que transcurren entre el día de Navidad y el inicio de la
Cuaresma cristiana
En sentido amplio estas semanas abarcan las celebraciones del Carnaval.
En la tradición
prehispánica ese tiempo se corresponde con la renovación cíclica de los
astros
coincidiendo con el solsticio de verano (hacia el 21 de diciembre). En
la actualidad, los
runas de estas comunidades representados por sus autoridades
tradicionales se aúnan en
el esfuerzo colectivo por renovar simbólicamente un orden de las cosas
y de las personas.
Para ello, los rituales que se celebran estos días especiales se
expresan a través de un
lenguaje ceremonial altamente codificado que contiene, al menos, cinco
aspectos
recurrentes. Su mención en este punto facilitará la lectura posterior
de las prácticas
rituales en un espacio sacralizado.
Primero. En todos ellos
destaca una permanente e insistente
preocupación por el orden de
ubicación de las autoridades y la dirección en la cual circulan que es
siempre pañaman,
esto es, hacia la derecha, siguiendo el movimiento de los astros. Tanto
en los circuitos
rituales como en la distribución y en los intercambios de bebida y
comida que suceden
constantemente durante estos días excepcionales, dicha dirección es
observada
escrupulosamente por las autoridades tradicionales.
Segundo. El fortalecimiento
y la reproducción del territorio
comunal en su cartografía
física y sagrada que se realiza anualmente a través de recorridos
festivos presididos por
las autoridades tradicionales con la activa participación de toda la
comunidad. Estos
recorridos rituales o mojón muyuy (del quechua: girar
alrededor de un mojón o hito)
transcurren tanto por las fronteras administrativas actuales del
territorio comunal, como
por aquellas que constituyen el territorio "imaginado" de la comunidad,
esto es, el
adjudicado tras la reforma agraria en favor de sus vecinos y cuya
memoria es mantenida
y reactualizada de este modo. A su vez, el territorio comunal es
culturalmente significado
por las continuas ofrendas que los runas realizan durante estos
recorridos a los seres
supra-terrenales que habitan en él, ya sean los espíritus sagrados de
los cerros (apus, awkis y ruwales, según
su categoría) y de
las lagunas (qocha).
Tercero. La
complementariedad femenino-masculino (en quechua warmi-qari)
como
principio de significación y renovación del valor sagrado del
territorio. Esta dualidad
estructural se condensa en la categoría yanantin, que expresa
la unión de
complementarios-antagónicos, considerada en la literatura antropológica
una pieza
central del pensamiento andino (Platt 1976).
Cuarto. La permanente
multivocidad de los símbolos dominantes
(Turner 1990). Esta
característica remite a la mezcla permanente de dos tradiciones, una de
procedencia
colonial y otra indígena, reapropiadas a lo largo de cinco siglos como
una sola híbrida en
el contexto ritual andino.
Quinto. El ritmo violento y
pasional de las celebraciones que
las asemejan a performances, escenificaciones culturales de
contenido
dramático, estético o ritual
(Rasnake 1987: 157). Este "lenguaje pasional", como lo denominó Caro
Baroja en su
estudio sobre rituales peninsulares (1965), en los Andes conocido como puqllay
(del
quechua "jugar"). De modo mas preciso, puqllay indica el tipo
de interacciones que
pueden ser al mismo tiempo y sin contradicción de carácter violento y
peligroso
(celebración de batallas rituales entre comunidades vecinas), amoroso
(promiscuidad
sexual, flirteos), y lúdico-festivo (juegos, danzas) (Orlove 1994).
Como cualquier
lenguaje simbólico este peculiar "juego" es el medio que los runas
utilizan para transmitir
de generación en generación el conocimiento de sus prácticas sociales,
a las que se
refieren genéricamente como "usos y costumbres". Jugando, transitan
de un estatus a
otro; jugando también, comienzan a conocer a sus parejas; jugando aprenden
a bailar y a
tocar instrumentos; jugando renuevan comunalmente los pactos
y alianzas con otras
comunidades vecinas y reactualizan los límites físicos de su territorio
y su valor sagrado.
Un buen ejemplo del
significado sagrado que comporta el
territorio andino se obtiene a
través del estudio de las liturgias de inversión que protagonizan las
autoridades
tradicionales de las comunidades de este distrito coincidiendo con la
fiesta de la navidad.
La fiesta andina de
la Navidad
La incorporación de este
día excepcional al calendario festivo
de las comunidades es de
singular importancia, no solo por su origen cristiano sino por su
situación estratégica a
caballo entre las "fiestas", en cuyo grupo es ubicada por la población
indígena local, y el
inicio del periodo de los días de "uso y costumbre", con el que
comparte múltiples
semejanzas formales y de contenido.
Por un lado, la navidad es
usufructuaria del lenguaje que
caracteriza el lenguaje
simbólico de andino propio de los carnavales con el ritmo violento de
las actividades, los
juegos, la subversión del orden, el intercambio de papeles sociales y
el consumo de
grandes cantidades de alcohol y platos ricos en grasas y proteínas
animales. Por otro, esta
celebración responde a las características de las "fiestas" en cuanto
que reúne y sintetiza
tradiciones andinas de origen prehispánico y otras coloniales
reapropiadas en el espacio
ceremonial.
Un extracto de mi propio
diario de campo servirá para
aproximarnos a las prácticas
rituales que suceden ese día:
"Hoy es
Navidad, y las campanas de la iglesia han comenzado a
tañer antes de lo habitual
señalando lo excepcional del día. Apenas el señor Genaro, el campanero
de Pisac, ha
dado por concluida su labor, han comenzado a escucharse nítidamente los
sonidos sordos
de las q'epas anunciando la llegada de los wachus que
descendían cerro abajo. Primero,
han llegado las autoridades de vara de la comunidad Ccotataki: abriendo
el cortejo cuatro
pequeños Regidores, tras ellos el Segunda, el Alcalde, y cerrando la
fila, el Mayordomo y
varios Kuraqkuna (...). Poco a poco han ido apareciendo los
wachus de las demás
comunidades. Todos acompañados por la música de sus estruendosas
'bandas de guerra' a
las que se sumaban las q'epas. En pocos minutos la atmósfera
solemne de la festividad
cristiana ha ido desvaneciéndose ante la explosión de color, música y
la algarabía
incesante que provocaban los runas (...).
A ese
aire festivo contribuyen hoy de manera notoria la tropa
de personajes disfrazados
de machulas y wailakas que han llegado junto a los wachus
de sus autoridades (...) Los
primeros, en su condición de 'viejos' visten ropas antiguas y
desaliñadas: ponchos
rústicos color nogal, pantalones raídos de bayeta negra y ojotas.
Como atributos de su
identidad, estos machulas cubren su cara con una máscara
peluda confeccionada con el
cuero de un chivo; en una mano agitan un chicote (látigo
pequeño), y en la otra, llevan
una vara de madera de chachakomo de sinuosas formas;
alrededor de su cuello pende un
collar ensartado con pequeñas manzanas verdes y una cruz de madera
(...).
Otro
grupo de varones representan a las wailakas, mujeres
jóvenes, casaderas, y aún
inexpertas en sus deberes de esposas. De modo que estos varones caminan
vestidos con pollera, chalina, lliqlla, ojotas, una
puska
en una mano y una wawa de juguete a la
espalda. Tanto unos como otros, están completamente borrachos (...) El
comportamiento
de los machulas provoca la mofa de todos los espectadores, y
en especial la incomodidad
y el nerviosismo entre las mujeres que estabamos observando la parodia.
Gesticulando
exageradamente, señalaban su sexo y simulaban posturas obscenas con la
vara cerca de
las wailakas. Estas, fingían alejarse recatadamente, pero no
han parado de bailar, gritar y
corretear alrededor de los viejos (....). Uno de los machulas
de la comunidad de Ccotataki
me ha visto y ha comenzado a agitar su vara con ademanes sexuales junto
a mi, diciendo
cosas que no entendía pero que han provocado la risa y la burla durante
unos minutos de
todos los presentes (...). Después de un rato en la plaza, algunos machulas
han entrado a
la iglesia, donde ya había comenzado la misa. En el interior, las
autoridades de vara de
todas las comunidades estaban colocados en sus bancas correspondientes,
a la derecha
del altar del mayor. Han mirado, han sido vistos, algunos se han
santiguado y han vuelto
a salir a la plaza donde han continuado tomando, bailando y
escenificando su papel al son
de las bandas de guerra (..). Me he quedado en el templo, aún aturdida
por el episodio
sucedido con el machula y la confusión que sentía. Sin
embargo, y a juzgar por la
tranquilidad demostrada por los vecinos ante las continuas irrupciones
de los machulas en el templo borrachos y voceando, ese
sentimiento no
parecía compartida por nadie más
(...). Ni los vecinos del pueblo ni el sacerdote cuya voz era difícil
de escuchar a causa de
la bulla y el desorden, ni tampoco las autoridades tradicionales de las
comunidades
portando sus recias varas, se han inmutado un ápice frente al
espectáculo. Para estos
últimos, la Misa de Navidad significa el fin de sus obligaciones en el
cargo..." (Pisac, 25
de diciembre de 1996).
El día de júbilo por el
nacimiento del niño Jesús representa
para los runas el fin de las
obligaciones del conjunto de los cargos tradicionales de autoridad más
importantes de
estas comunidades: alcaldes, regidores, segundas y mayordomos.
Concretamente, para
los últimos y sus parejas, significa adquirir el reconocimiento de kuraq
o persona de
respeto, estatus reservado a aquellos que han finalizado su servicio a
la comunidad a
través del servicio de los cargos. Por este motivo las autoridades
tradicionales de las
comunidades acuden al templo en procesión acompañados por un nutrido
séquito de pututeros (regidores provistos de conchas marinas
o pututus, que hacen sonar durante
todo el recorrido) y comparsas festivas compuestas por personajes
característicos de la
mitología andina. Como se desprende del diario, estos personajes
desfilarán
alternativamente dentro y fuera del templo cristiano gritando,
exhibiendo sus atributos
animalescos y haciendo ostentación de su sexo lo que invita a la mofa
de los
parroquianos que observan sin inmutarse. Un vistazo a la organización
del calendario
prehispánico andino es precia para entender una parte importante del
contexto
significativo en el que se ubica esta celebración para los runas hoy.
Del mismo modo que en otros
pueblos amerindios, la observación
del movimiento de los
astros marcaba el calendario ritual inca. La celebración del solsticio
de diciembre, a la
que la tradición cristiana superpuso el nacimiento del hijo de Dios,
era para los incas una
de las ceremonias más importantes de su calendario ritual a la que se
referían como Capac Raymi-Camay Quilla, "Dios Sol y Diosa
Luna"
(Harris y Bouysse-Cassagne 1988;
Zuidema 1992). Guamán Poma de Ayala, recoge las costumbres de
los indios durante los
días cercanos al solsticio:
"de los
años, meses de los Ingas, meses y años y domingos que
contaban los Ingas en este
reino, que los filósofos y astrólogos antiguos contaban la semana diez
días, y treinta días
un mes, y ansí por esto se seguía y se servía con ello, y conocía por
las estrellas lo que
había de pasar el año, que bien sabía que el sol estaba en más alto
grado que la luna, y se
ponía de encima de ella y se ensangrentaba, y así se oscurecía, y
creían que había de
morir y oscurecer y caer en tierra el eclipse de la luna; y así hacían
gritar a la gente y a
los perros, y tocaban tambores y alborotarse la gente, hasta hoy lo
hacen y lo siguen...."
(1993: 177).
Como se desprende de la
crónica de Guamán Poma, ese tiempo era
considerado por los
como un periodo de renovación de los elementos o pachakuti,
de forma coincidente con
el movimiento del sol y de la luna que esos días sufren las
modificaciones más violentas
de todo el año. En sentido literal pacha alude a la
tierra, al mundo y al tiempo de este
mundo, mientras que kuti se refiere a una inversión, a la
acción de darse la vuelta (Harris
1986; Harris y Bouysse-Cassagne 1988). En la actualidad, la expresión pachakuti
es
utilizada por los runas para referirse a una inversión o al fin
-generalmente violento- de
un ciclo y el comienzo de otro. Durante esos días, la antigua nobleza
indígena, los
curacas, ayunaban y hacían penitencia para procurar la continuación
cíclica del tiempo:
"El primer mes de enero: Capac Raymi Camay Quilla... este mes hacían
sacrificios y
ayunos y penitencias y tomaban ceniza y se ponían ellos y en sus
puertos los echaban,
hasta hoy lo hacen los indios; y hacían procesiones, estaciones de los
templos del sol y de
la luna, y de su Dios" (1993: 177).
En la actualidad con la
fiesta de la Navidad se inicia el pachakuti
a través del cual las
autoridades tradicionales a través de su participación en rituales como
éstos, clausuran
simbólicamente el orden antiguo para dar paso a uno nuevo. El lenguaje
ritual en que se
expresan las acciones, es sintomático de ello. La fiesta de navidad es
ante todo para los
runas el anticipo de los rituales del mosoq wata carnaval o
carnaval de año nuevo, una
compleja secuencia de renovación simbólica del orden espacio-temporal
que incluye a
las personas, los animales, elementos naturales y el territorio en el
que habitan.
En el carnaval de año nuevo
se realizan las ceremonias de
renovación de las autoridades
tradicionales en sus cargos. Esta renovación comienza el día de
Navidad, en el desfile y
en la celebración posterior, y culmina durante la primera faena comunal
en la segunda o
tercera semana de Enero, en las que se confirma a las nuevas
autoridades. Por ello, el
significado de estos días para los runas es el de una transición. Como
otros de inter-regno, los rituales que se celebran en mosoq wata,
están caracterizados por una secuencia
muy semejante a la señalada en un rito de paso (Gennep 1986; Turner y
Turner 1978;
Turner 1988 y 1990) con sus tres fases características: a) separación
del orden
establecido que tiene lugar se produce los últimos días del año cuando
los cargos
culminan su periodo; b) suspensión temporal del orden durante cinco
días desde la
Navidad (último días de cargo) hasta el año nuevo. c) Juramentación de
las nuevas
autoridades tradicionales en sus cargos tras la ratificación en la
comunidad con motivo de
la primera faena comunal
(4).
El caos como
principio del orden. Wailakas y machulas
El desfile navideño es la
escenificación ritual del
orden-desorden representado dentro y
fuera del templo cristiano. El simbolismo de los dos personajes
protagonistas del evento,
las wailakas y los machulas, es clave para entender lo que
ahí sucede. Estos personajes
evocan la imagen invertida y esperpéntica del orden expresado a través
de las autoridades
indígenas que culminan sus cargos ese día. Una transgresión altamente
codificada del
desorden, como se infiere del comportamiento de los vecinos del pueblo
en el templo
quienes ni se inmutan frente a las continuas interrupciones de la misa
de navidad por
parte de estos personajes ebrios que lanzan improperios.
La ambigüedad, la confusión
y la inversión de papeles de los
actores que participan es
parte del lenguaje ritual utilizado para señalar el carácter liminar de
este periodo hasta la
juramentación de los nuevos cargos. Bourdieu insiste en esta idea al
analizar el sentido
de las transgresiones rituales al señalar que: "el principio de
ordenamiento del mundo
está también en la base de las acciones rituales que persiguen el hacer
lícitas, negándolas,
las transgresiones necesarias e inevitables de los límites" (1991:
338). Orden y desorden,
dos facetas de la realidad social conceptualmente inseparables, se
presentan en estas
inversiones rituales del año nuevo andino. Uno se apoya y se legitima
en la mera
posibilidad de la existencia del otro (Balandier 1988).
Por su parte, tal y como
sucede en el caso de otras fiestas
que requieren de la celebración
de una misa en el templo cristiano de la capital del distrito, su
significado completo se
adquiere dentro del templo en la liturgia cristiana propiamente dicha,
como después. Así,
una vez concluidos el sermón y la procesión ritual de las autoridades
tradicionales de las
comunidades por el pueblo, éstos se unen a las comparsas de wailakas
y muchulas para
confraternizar, bailar, comer y beber juntos. El espacio elegido suele
ser la casa de algún
vecino del pueblo, pariente ritual del mayordomo o del alcalde indígena.
Ni la
celebración de la misa cristiana ni la distribución ritual de comida y
bebida en la
ceremonia posteriores tienen sentido de forma autónoma.
Las características del
lenguaje en que se expresan esos
personajes, el puqllay señalado,
que se aprecia tanto durante la misa en el templo como en la
celebración posterior, viene
caracterizado por la ambigüedad de papeles, la mofa, la burla, el
exceso y la
dramatización. Todas estas actitudes, sintomáticas del kuti o
inversión que están
protagonizando estos personajes, se representan bajo la mirada cómplice
de las
autoridades de vara. En esta peculiar comparsa navideña y bajo
ese lenguaje aparecen
condensados diversos temas característicos de los carnavales, no sólo
en los Andes y en
Mesoamérica, sino también en España. Entre los que se repiten de forma
más recurrente
encontramos: la parodia de la vejez y de sus achaques, la
animalización, o el disfrazarse
de mujer (5).
Me detendré primero en la inversión que suponen estos personajes en
términos
de las posiciones sexuales y de género, para posteriormente analizar su
significado en
términos espacio-temporales. ¿Qué papeles están representando los
wailakas y los
machulas a las puertas del templo cristiano, y en ocasiones,
dentro de él?
Ambos personajes son
recreados por hombres jóvenes que toman
la identidad de otros
personajes. En el caso de las wailakas, la de mujeres recién
casadas e inexpertas que
juguetean con sus parejas, mientras que los machulas son
hombres viejos que se
comportan como jóvenes con actitudes sexuales "desviadas". Incesto,
sodomía y una
sexualidad desenfrenada son algunas de los comportamientos de los que
las wailakas son
cómplices.
El sentido de la inversión
de papeles no acaba sin embargo en
los comportamientos
individuales. Como se deduce de los atributos y la indumentaria que
caracteriza a los
machulas, posiblemente la más interesante y compleja de este
binomio. Estos personajes
no solo invierten la identidad de un individuo joven en la de un viejo,
manifiesta a través
de la indumentaria descuidada, además la transforman adquiriendo la
identidad de un
animal a través de la máscara que cubre sus rostros. En ese estado de
salvajismo
propongo ubicar los comportamientos que podrían considerarse a priori
"socialmente
desviados". Ni la sodomía ni el incesto, ni tampoco la promiscuidad que
los machulas sugieren con la vara que agitan en su mano y
cuyo simbolismo
fálico parece evidente,
son propias de ningún joven runa de estas comunidades entre quienes no
provoca la
hilaridad, a diferencia de los vecinos mestizos del pueblo y de los
observadores foráneos.
Los machus no son del todo humanos. Son seres mitad runas y
mitad animales asociados
a un estado presocial y sus comportamientos son propios de ese estado.
Desde esa
perspectiva, el significado de estos personajes parece más claro: el
abandono transitorio
del mundo de la cultura para sumergirse en el de la naturaleza, hecho
manifiesto en el
comportamiento sexual animalesco y la indumentaria que exhiben. Pero
además, estas
figuras simbolizan no sólo una transgresión de estado sino también un
viaje en el tiempo.
Para los runas estos
machus son los antepasados
prehumanos que vivieron en una época
mítica no civilizada en la que reinaba la oscuridad, la behetría. Como
aquellos, los machus tienen sus casas: los inca wasi o
machu
wasi (casas de los incas o machus
respectivamente), lugares que conservan restos de templos prehispánicos
y que son
preferidos por los runas para enterrar a sus muertos. Garcilaso de la
Vega, Cieza de León
y otros cronistas, al referirse a la mitogénesis de los incas como
héroes civilizadores-solares, hablan de una primera edad de gentiles,
los machus, seres salvajes que recuerdan
también a la tradición latina de las behetrías (6).
La identidad de estos seres
míticos que habitan hoy el
territorio de las comunidades
andinas es ambivalente. Por un lado, se cree que son los causantes de
las enfermedades
provocadas en un encuentro en el que seducen a sus víctimas. Por otro,
como todos
aquellos seres que detentan poder, son poseedores de una energía
renovadora. Estos
personajes forman parte de la mitología andina de la que tenemos
abundancia de
testimonios (7):
"Estos machus son adoradores de la luna, habitantes de las
cavernas y
pequeñas chullpas, seres que hasta ahora siguen reviviendo en
las noches, conversando
durante los eclipses y enfermando a hombres y mujeres" (Morote Best, en
Casaverde,
1970: 41). En otros mitos se los identifica como a los primeros
habitantes que vivieron
en una época anterior a la actual adorando a un anta inti
(sol de cobre) que les regalaba
una tenue luz rojiza (Morote Best 1988). La estructura de las
diferentes versiones
recogidas en toda la sierra sur es bastante similar: a) seres salvajes
llegan a acumular
tanto poder que Dios decide destruirlos mandando un diluvio de fuego;
b) sabedores de
lo que va a ocurrir, destruyen sus objetos para que no puedan ser
aprovechados por otros
y construyen los machu wasi, pequeñas casas de piedra y barro
donde se encierran. Otros
optan por penetrar en los manantiales de agua convertidos desde ese
momento en lugares
peligrosos, c) tras el diluvio, cuando cesó el fuego, éstos quedaron
momificados mientras
que el Creador hizo al dios Sol (Inti) a la diosa Luna (Qilla)
y a los demás astros, plantas
y animales y, por último, a los runas (Casaverde 1970: 44-45).
Si regresamos de nuevo a
nuestro particular desfiles a la
puerta de y en el interior del
espacio ceremonial marcado por el templo cristiano donde los machus
danzan alrededor
del hijo de Dios, la figura de estos personajes parece cobrar en este
punto toda su
complejidad. En cuanto que antepasados míticos de los incas (medio
humanos medio
animales) estos seres se sitúan entre el mundo de la naturaleza y el de
la cultura. Como
las autoridades tradicionales encargados de significar el territorio y
renovar el ordo
rerum portan varas de mando, pero no ejercen autoridad con ellas.
Al contrario, siembran
el desorden en un espacio aún no domesticado, no significado
colectivamente por las
autoridades cuyo cargo expira ese mismo día, quienes contemplan y
sancionan con su
presencia todo el evento.
El vacío de poder
característico de los periodos de renovación
como éste, parece implicar
una vuelta transitoria a la naturaleza no domesticada (Turner y Turner
1978: 249). Desde
esa perspectiva, propongo interpretar el significado de este desfile
que sucede el día de
Navidad como la escenificación de un pachakuti, una vuelta
atrás en el tiempo, al mundo
de lo salvaje y al pasado mítico. Una inversión espacio-temporal del
orden que será
renovado durante los siguientes días.
Su indumentaria y los
comportamientos descritos avalan esta
interpretación. Los machus
en tanto que seres pre-sociales ofrecen la imagen perfectamente
invertida de las
autoridades de vara y los kuraqkuna ahí presentes: como
éstos, los machus llevan
poncho, pero no se trata de un tejido fino ni tampoco bordado; también
como las
autoridades de vara, estos personajes llevan al cuello una cruz,
distintiva de su cargo,
pero en este caso ensartada entre minúsculas manzanas; una vara como la
de los Alcaldes
pero en lugar de la elegante madera de chonta con la que se
confecciona, utilizan la rama
retorcida del chachakomo. De modo que al terminar la misa
cuando las autoridades
tradicionales confraternizan con estos personajes, 'sus esperpentos',
con los que beben y
comen ritualmente, están sancionando la liquidación de un tiempo social
caracterizado
por un orden. Dicho orden termina ese mismo día en el que culminan sus
cargos.
La incertidumbre y la
ambigüedad de papeles se extenderá
durante los cinco días que
siguen hasta la juramentación de las nuevas autoridades tradicionales
en sus cargos que
sucede el primer día de Enero. Esta situación excepcional es señalada
ritualmente, como
indiqué, por los tabúes respecto a la tierra que se concentran en esos
días, los guarday de
Navidad y de Santos Inocentes respectivamente. El mensaje parece claro:
no habiendo
intermediarios simbólicos del grupo que se encarguen de domesticar
ritualmente los
poderes de la naturaleza, no es propicio entablar ningún tipo de
relación ni tampoco
exponerse a ella (Douglas 1978). Tanto la actividad ritual, como las
prácticas agrícolas se
reducen a su mínima expresión durante estos días. Sólo en las casas de
los que recibirán
el cargo para el siguiente año, comienzan los preparativos para acudir
a la capital del
distrito, a juramentar el cargo. Estos cargos serán los encargados en
el periodo de ocho
semanas que dura aproximadamente el carnaval de volver a armar el orden
social y
cosmológico en el que se sustenta la comunidad (Pérez 2002).
Sacralizando el
territorio
Si hacemos una breve
recapitulación de los días excepcionales
en estas comunidades,
derivada de la participación de las autoridades político-religiosas de
la comunidad, el
momento del ciclo agrícola en que suceden y el movimiento que implican,
observamos
que es posible trazar una correspondencia entre el contenido de las
actividades rituales
que se realizan y la experiencia que los runas tienen de su territorio.
El año comienza con las
primeras siembras en el mes de
agosto-septiembre, tiempo de
secas (ch'aki). Es el momento en el que la tierra está
preparada para recibir la semilla. En
términos rituales, estos son los meses en los que se concentran las
peregrinaciones a
santuarios naturales, los llamados "días de devoción". Es además el
tiempo en el que se
hacen las limpiezas y los pagos rituales a la pacha mama y a
los animales autóctonos
(llamas) con el objeto de garantizar su fertilidad el resto del año.
La relación de reciprocidad
en este periodo se establece entre
los runas a nivel familiar y
el paisaje sacralizado. Para ello, se desplazarán hasta los santuarios,
de manera voluntaria
y a título personal portando estandartes que representan a la
comunidad, acompañados de
una danza típica; de igual modo, las familias invocarán desde su chacra
a los espíritus
que moran en los santuarios naturales (apus, awkis, ruwales).
Lo familiar-individual
prevalece en su relación con la naturaleza estos meses, cuyo valor
sagrado es renovado
simbólicamente mediante ofrendas, pagos y procesiones.
El siguiente periodo
corresponde a la época de maduración de
las semillas -poqoy-, en la
estación de lluvias, aproximadamente desde Noviembre hasta Febrero. Es
el tiempo en el
que se realiza la renovación de los cargos de las autoridades
tradicionales. Ellos son los
encargados de ordenar simbólicamente el microcosmos de la comunidad
tanto a nivel
intra y extracomunal. Por eso en términos rituales, en estos días no se
evocan imágenes
de santos. En este periodo de maduración se pueden distinguir dos
tiempos. Por un lado
los últimos días del año y los primeros del siguiente (desde Navidad y
hasta Epifanía
aproximadamente) en el que se lleva a cabo la renovación de los cargos.
Como hemos visto, durante
el breve espacio de cinco a seis
días de interregno, las
comunidades no tienen autoridades, dicho de otro modo, carecen de
intermediarios
simbólicos frente a las fuerzas telúricas que se encuentran por este
motivo en un estado
especialmente efervescente, desordenado. Ahí se concentran los tres
días de guarday
(Navidad, Santos Inocentes y Epifanía). dedicados a la pacha mama,
en que los runas la
no trabajaran en la chacra y no caminarán fuera de sus casas.
Permanecerán "guardados" en el sentido literal del término.
Con las ceremonias de
renovación de los cargos en la comunidad
que culminan tras la
Epifanía, comienza una segunda etapa del poqoy (maduración),
propiamente identificada
como Carnavales, tiempo de los primeros frutos. Las autoridades
político-religiosas ya
han sido renovadas y la relación de reciprocidad con la tierra se puede
restablecer a nivel
comunal. Estos, en su papel de representantes simbólicos de sus
comunidades comienzan
a caminar el territorio, a domesticarlo ritualmente para todos los
runas. Por eso los
carnavales se caracterizan por continuos desplazamientos desde dentro y
hacia los límites
del territorio comunal en los que las autoridades, en su relación
recíproca con el
territorio, no sólo lo sacralizan simbólicamente, sino que reciben una
parte de su energía
en la interacción ritual.
Con el tiempo de cosecha
que transcurre entre fines del mes de
abril y el mes de junio,
culmina un ciclo agrícola. Este último periodo es el que más trabajo
demanda de todo el
año para las familias campesinas del Ande. El territorio está ahora
culturalmente
significado, lo que se traduce en términos rituales en la calma
relativa de estos meses.
Tan sólo celebran algunos de los guarday de animales, los de
origen europeo -las vacas
en san Marcos, y las ovejas en el día de san Juan- y al final del mes
acuden a la
peregrinación de Qoyllurit'i, ubicado en las faldas del Ausangate, uno
de los apus más
importantes de la región.
Como se desprende de esta
breve descripción, los rituales de
renovación andinos
confieren una parte sustancial del valor sagrado al territorio. El
significado cultural de
ese territorio en los Andes es actualmente el resultado híbrido de la
confluencia
permanente de tradiciones y prácticas culturales propias y reapropiadas
como una sola,
plural e híbrida, que constituye lo que conocemos como "tradición
andina".
Notas
1. Del
quechua "ser humano". Etnónimo que
utiliza esta población para distinguirse a sí
mismos frente a cualquier otro grupo.
2.
Estos elementos simbólicos del
territorio (sol, luna, estrellas, cerros, lagos, entre otros)
observan un escrupuloso orden jerárquico entre sí, análogo al sistema
de estatus,
conocido como wachu, que utilizan los runas para distinguirse
a sí mismos en función de
su género, edad y cargos que hayan realizado (Pérez 2004).
3. Los
más importantes centros de
peregrinación de la geografía religiosa de este área son:
el Señor de Qoyllu'riti, en las faldas del apu Ausangate, al
que se acude poco antes de la
festividad del Corpus; le sigue en orden de importancia el Señor de
Huanca, en la
comunidad vecina del mismo nombre (distrito de San Salvador), asociado
al apu Pachatusan al que se peregrina el 14 de septiembre y,
por
último, el Señor de Occoruro,
también conocido como "Justo Juez", que se celebra el mismo día que el
anterior.
4.
Tras su confirmación, los nuevos
cargos comienzan la reactualización simbólica del
territorio por el que circulan. Esta renovación transcurre en la
siguiente fase que coincide
aproximadamente con nuestro Carnaval, esto es, desde el 20 de
enero, día de san
Sebastián, hasta el miércoles de ceniza, inicio de la Cuaresma en el
calendario cristiano
de la que nos hemos ocupado en otras ocasiones (Pérez 2004).
5.
Sobre el lenguaje ritual
característico del carnaval ver: Caro 1965; Reifler 1986; Vogt
1988; Gutiérrez 1989.
6.
Leyenda del imperio civilizador
erigido sobre tribus salvajes.
7.
Casaverde (1970) recoge en la
comunidad de Cuyo Grande (Pisac) media docena de machus que
se diferencian según el grado del efecto
maligno que producen en sus
víctimas. Los masculinos son soq'a machu, ñawpa machu, machula;
y los femeninos: soq'a paya, ñawpa paya, awlay, paya o awki
femenino. En
las comunidades del norte de
Potosí, en Bolivia, Olivia Harris (1982) refiere la existencia de estos
machus, que son
conocidos como 'gentiles'.
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