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El
riesgo de la infatuación en la cultura |
03-11-2017 |
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Cuando uno, como ciudadano, observa lo
que lo rodea, no sólo contempla el mundo de los
fenómenos estrictamente políticos; tiene
ante sí también a la comunidad entera
como cultura, es decir, como modus vivendi y modus operandi de un pueblo. Hay, en la Fenomenología
del Espíritu de Hegel un apasionante episodio
que conduce al fenómeno de la infatuación
en la cultura. Sin por ello tener que declararse
hegeliano, es de rigor reconocer que se encuentra ahí,
en esas páginas de tan meticuloso escrito, algo
que (a mi juicio) describe el corazón mismo de lo que sucede en el presente. Pero como lo
que sucede tiene su aspecto devastador y también
su esperanza de superación, prefiero ser cauteloso
y no hablar de una realidad consumada, sino de un riesgo,
del riesgo de infatuación cultural.
Para llegar al significado de este riesgo me permito
reconstruir aquí, de un modo muy sucinto, un
trayecto del desarrollo de la realidad comunitaria tal
y como es expresado en el texto hegeliano e introduciré
algunas opiniones que son ya personales. Se trata de
ese parágrafo que lleva por título (en
la traducción de Wesceslao Roces, F.C.E.) "La
realización de la autoconciencia racional por
sí misma"). Como se sabe, todo en este universo
hegeliano es la descripción de cómo la
potencia racional que recorre internamente a la acción
humana, el espíritu, procura abrirse paso y de
cómo, al mismo tiempo, en ese abrirse paso, tropieza
una y otra vez haciendo de sus tropiezos un aguijón
para levantarse de su postración y volver a superarse.
Una genuina comunidad humana sería aquella en
la que lo singular (el individuo) y lo universal (el
pueblo) se atravesaran recíprocamente. El hombre
singular viviría, así, no sólo
en su soledad, sino inserto en el apasionante movimiento
de lo colectivo como algo viviente y enérgico.
Encontraría, dice Hegel, así, su "dicha".
Pero esta comunidad sólo está "en
la idea", es "abstracta". Y experimenta
que ha de realizarse efectivamente. Los siguientes no
son todos los pasos de tal realización ni tampoco
en todo su detalle (todo el mundo sabe que conducir
a Hegel al detalle equivale a escribir cientos de páginas).
En un primer momento lo singular (el individuo) se sacrifica
a lo universal del pueblo, pero lo hace con la convicción
de que dicho pueblo es magnífico. Se doblega,
de este modo, a algo má allá de él
mismo, algo universal, que experimenta como grandioso
(por ejemplo, el ciudadano ateniense en el magma del
pueblo de Atenas, que es mucho decir).
Pero el momento anterior tiene que negarse a sí
mismo. Y ello necesariamente. El ser humano singular
se reconoce en el momento dialéctico anterior
como perdiendo su autonomía, fundido en el pueblo,
y ahora se vuelve hacia sí, a conquistar esta
autonomía. Se trata ahora de un movimiento de
la singularidad para extraerse de la eticidad en la
que está sumergida y afirmarse a sí misma,
haciendo valer su derecho frente a tal eticidad. Tiene,
pues, que perder su dicha (que coincide con la pérdida
de la «confianza firme» en la eticidad inmediata:
«Sin embargo, de esta dicha que consiste en haber
alcanzado su destino y vivir en él ha salido
fuera la autoconciencia (...) La razón tiene
necesariamente que salir fuera de esta dicha. (...)
La conciencia singular, tal como tiene de un modo inmediato
su existencia en la eticidad real o en el pueblo, es
una confianza firme [y en ella] no se sabe como ser
para sí, como pura singularidad. Pero cuando
llega a este pensamiento, como necesariamente tiene
que llegar, se pierde esta unidad inmediata con el espíritu
o su ser en él, pierde su confianza» (p.
211)
La razón (que porta el individuo en su singularidad
ahora) se enfrenta, entonces, a las leyes y costumbres
éticas «y el individuo es para sí,
como este yo, la verdad viva» (p. 212). Ha perdido
su dicha, por supuesto, pero espera reencontrarla en
una colectividad mejor. Comienza, así, un camino
trabado de esperanzas y fracasos. Y hacia ello se encamina
la acción del hombre singular, buscando la unidad
con la comunidad a un nivel superior, más alto
y elevado respecto a ese del que se separa. «Y
como esta unidad se llama dicha, este individuo será
enviado, así, por su espíritu al mundo
a la búsqueda de la dicha» (p. 212).
El
primer camino que encuentra el hombre singular hacia
su dicha es el del placer. El individuo se afirma ahora
frente al mundo colectivo, frente a la eticidad, considerándola
algo coactivo que le impide la libertad. Se afirma como
lo contrario de la coacción (que es como experimenta
ahora a la eticidad colectiva "oficial", por
decirlo así), es decir, se experimenta a través
del goce. Pero, dado que sigue queriendo, como singular,
vincularse con lo universal de algún modo, y
dado también que está convencido de que
esa mediación entre su singularidad y la universalidad
no se consigue en el mundo instituido, experimenta que
el goce lo vinculará a lo universal de la «vida».
El goce es lo que, en la autoexperiencia del individuo,
lo liga a una universalidad. Y esta universalidad está
más allá de lo instituido. Es «la
vida».
Comentario personal en este punto. ¿No vemos
aquí el espíritu mismo del jóven
que se experimenta "revolucionario"? ¿No
es esta la fuerza que nos conduce a todos, en nuestra
juventud, a negar lo instituido y a lanzarnos a un terreno
más vasto y profundo? No sabemos cómo
llamarlo porque es eso, muy profundo, y le damos esa
expresión: "la vida". Hasta aquí,
perfecto. Pero ahora Hegel nos presenta cómo
ese grandioso impulso hacia el océano vital termina
defraudando al individuo. Sigamos, pues, con Hegel.
Al ir "hacia la vida" tiene ante sí
una universalidad profunda. Ahora bien, al empezar a
caminar tiene que concretar esa "vida profunda".
Y lo concreto es la vida inmediata, de la que quiere
gozar abiertamente. Aquí encuentra entonces una
autodestrucción. Y es la siguiente. Lo inmediato,
lo concreto, no es universal. En lo inmediato no encuentra
el sujeto esa universalidad profunda de "la vida"
a la que aspira. Está, sí, en muchas "vidas",
pero todas y cada una de ellas son parciales. Se experimenta
ahora vacío y como sumergido de nuevo en algo
que se ha vuelto abstracto. «Por tanto, la individualidad
(...), en vez de haberse precipitado de la teoría
muerta a la vida, lo que ha hecho más bien ha
sido precipitarse solamente a la conciencia de la propia
carencia de vida y sólo participa de sí
como la necesidad vacía y extraña, como
la realidad muerta» (p. 216).
Un pequeño paréntesis para un breve cometario
personal. Esta experiencia debería conducir al
individuo a rebasar la mera vida en el goce.
Se ve ya que esto es necesario por su propia textura
interna: ha de ofrecerle a eso que llama "vida"
algo más sólido que aquello que se ofrece
al mero goce. Pero ¡cuántas veces encuentra
uno en su entorno una resistencia a este reto! Lo encuentra
uno en la figura de lo que llamaría infatuación
en la vida. No se trata del que, de un modo nietzscheano,
por ejemplo, quiere convertir a la vida en voluntad
de crecimiento y expansión, en auto-trascendencia
contínua. No. Se trata del que simplemente se
afirma en la vida sin trascenderse a través de
ésta. Se trata del que se convierte en un dogmático
sin saberlo y, así, en un pseudo-revolucionario
de pacotilla. Esta figura de ser humano ya no se pone
en cuestión a sí misma, no piensa. Genera
en sí una autoconfianza ciega e ilimitada. Y
entonces se convierte en lo opuesto de la vida (que
es afirmación en exuberancia): se convierte en
una "negación viviente". Todo en él
es "negar". Niega a la institución,
niega al Estado, niega al así llamado "sistema".
Y todo eso es cuestionable, sí. Pero él
lo hace "por principio", "porque sí".
Y punto. No tiene las agallas de transformar aquello
que se le enfrenta, simplemente le dice "¡No!".
Y este "¡No!" trabaja en él taimadamente
y lo devora. En su fuero interno cree que está
cambiando el mundo y, en realidad, lo está justificando
tal y como está instituido, pues todo lo constituido
es (eso lo había visto bien) una negación
de la vida pujante y nada más. Ha llegado a una infatuación de sí. Tal infatuación
de sí rebosa en sus gestos y en su pose.
Se presenta como un egregio "cuestionador de todo"
y es sólo un "ser que todo lo niega".
Así que la infatuación lo conduce
a la infauStación. Es Fausto, seducido
por Mefistófeles, "el espíritu que
todo lo niega". Esta figura de la infatuación
en la vida destroza a esa forma de vida que es continua auto-transfiguración creadora.
Pero quien cae en manos de esa figura no lo sabe. Y
ahí radica su nulidad.
Sigamos con Hegel. Ahora tiene lugar otro paso dialéctico.
La autoexperiencia del individuo ya no se busca a sí
misma en el mero «ir a la vida en el goce».
Ahí no hay nada universal. Busca esa universalidad,
entonces, en la «necesidad de su propia conciencia».
Opone a la ley externa la ley interna. Apela, frente
al mundo ético presente, a los principios de
su «conciencia». Sigue, lo que denomina
Hegel "Ley del corazón". ¿Ley
del corazón? Sí. Es corazón y es
ley. Frente a la frialdad de las normas externas, su
conciencia es pasional, cordial, surge del «corazón»
(podemos recordar aquí cómo enunciaba
Kant el sentido de la Ilustración: «tener
el coraje de servirse del propio entendimiento sin la
guía de otro»). Pero no es, simplemente,
pasión interior. En el interior de la conciencia
encuentra el individuo algo que vale por sí mismo
y que debería convertirse en un principio universal.
Está experimentado, entonces, su conciencia como
«ley» (aunque interna).
La ley del corazón se enfrenta, como ley interna,
a la «ley externa». La ley externa la encuentra
objetivada en el derecho y en los códigos institucionales
de esa comunidad contra la que se confronta. Y está
escriturada. Frente a ésta, la ley del corazón
sería una «corte de justicia» interna
en la conciencia del individuo. La ley externa es experimentada
como «orden del mundo violento», un orden
que ejerce poder sobre una «humanidad que padece».
Ahora bien (y aquí viene lo crucial), en ese
proceso, que está completamente justificado,
el sujeto se autoaniquila una vez más, aunque
en otro nivel. «La ley del corazón (dice
Hegel) deja de ser ley del corazón precisamente
al realizarse». A este autoaniquilamiento le llama
Hegel «Infatuación».
¿Cómo es generada en la "ley del
corazón" su "infatuación".
La ley del corazón tiene que objetivarse, realizarse
en la práctica. Eso significa que se tiene que
expresar públicamente, en forma de «protesta»
o «rebelión» (más allá
de la propia interioridad). Toda protesta o rebelión
tiene su sentido. No se trata de afirmar que no debería
haber protesta ni rebelión. Se trata de mostrar
que el camino es largo y que, en este primer momento
de su exposición, de su realización, tropieza
con su propia negación, que tendrá que
superar en algún momento. Pues bien, al hacerlo,
al ponerse en práctica la ley del corazón,
se encuentra con que el «otro» presenta
también su «ley del corazón»,
la cual no coincide con la suya. Aparece una contradicción:
su ley del corazón, puesto que es ley, ha de
ser «ley de todos los corazones»; pero,
en cuanto se expresa realmente, se encuentra con que
no lo es; los otros también quieren que su ley
del corazón sea la ley de todos los corazones.
Comienza, entonces, una especie de «guerra de
todos contra todos» en el espacio público
"revolucionario". La realización de
la conciencia ha encontrado su «inversión»:
ahora es des-realización. «De ahí
que los demás -sentencia Hegel- no encuentren
plasmada en este contenido la ley de su corazón,
sino más bien la de otro; y precisamente con
arreglo a la ley universal según la cual todos
deben encontrar su corazón en lo que es ley,
se vuelven contra la realidad efectiva que este individuo
propone. (...) Y así como, primeramente, el individuo
abominaba solamente de la ley rígida, ahora encuentra
contrarios a sus excelentes intenciones los corazones
mismos de los hombres, y abomina de ellos» (p.
229).
El fenómeno paradójico es precisamente
este. La conciencia del individuo, ley del corazón
que ya no se reconoce universal en el seno de una miríada
de leyes del corazón, se siente ante el reto
de autocriticarse. Pero no lo hace. Surge una resistencia
en cada uno, una resistencia múltiple, y esta
resistencia es la infatuación. «Las palpitaciones
del corazón por el bien de la humanidad se truecan,
así, en la furia de la infatuación demencial,
en el furor de la conciencia de mantenerse contra su
destrucción, y ello es así porque arroja
fuera de sí la inversión que la conciencia
misma es y se esfuerza en ver en ella y en enunciarla
como tal» (p. 222).
Una vez que la infatuación ha tomado presencia
en el mundo objetivo, adopta una inercia perversa. El
dinamismo de la infatuación fuerza a que la justificación
del propio obrar se cargue sobre las espaldas de los
otros, a los que se acusa de ser enemigos del pueblo,
opresores o explotadores: «[La conciencia] enuncia,
por tanto, el orden universal como un trastueco de la
ley del corazón y de su dicha, manejada por sacerdotes
fanáticos y orgiásticos déspotas
y sus servidores, quienes, humillando y oprimiendo,
tratan de resarcirse de su propia humillación,
y como si ellos hubiesen inventado este trastueco, esgrimiéndolo
para la desventura sin nombre de la humanidad defraudada»
(p. 222)
Finalmente, la lucha de todos contra todos se rebaja
a la lucha, no ya de «leyes del corazón»,
sino de algo peor, de meros intereses privados (y esto
es todo lo contrario de lo que pretendía en su
inicio la ley del corazón). Surge entonces «este
estado de hostilidad universal, en el que cada cual
arranca para sí lo que puede, ejerce la justicia
sobre la singularidad de los otros y afianza la suya
propia, la que, a su vez, desaparece por la acción
de las demás. Este orden es el curso del mundo,
la apariencia de una marcha permanente, que sólo
es una universalidad supuesta y cuyo contenido es más
bien el juego carente de esencia del afianzamiento de
las singularidades y su disolución» (p.
223).
Hasta aquí Hegel. Él prosigue intentando
mostrar la salida a esta contradicción a la que
llega el elevado ideal de la "ley del corazón".
Pero esto quede ya para otro análisis.
Es duro decirlo, pero uno se ve obligado a ello en la
observación de las circunstancia presentes. Bajo
la apariencia de un noble ejercicio de la conciencia
frente a los poderes de lo instituido, se expanden mil
formas de la infatuación de la conciencia en nuestra cultura. Y esto es palpable en los Hunos y en los Hotros (como diría Unamuno):
en cada una de las partes en conflicto. Y ello, también,
tanto en los altos niveles de la política gubernamental
como en los resquicios de la vida cotidiana. Es como
si el mundo hubiese quedado detenido en este trance
difícil del cauce hacia la libertad. En su detención,
toda protesta pierde su inicial impulso y se invierte.
Ya no se coloca al servicio de una afirmación
más amplia y verdadera. La protesta concreta
se resiste a contemplar su ruina necesaria en pos de
una protesta más universal y profunda. Se resiste
a avanzar. Es esa resistencia lo que la transmuta en
mera negación persistente y empecinada, pero
vacía. Negación, pura negación
vacía. Una negación de lo otro de ella
que se pone al servicio de la afirmación de su
minúscula supervivencia. De nuevo surge la figura
del pseudo-revolucionario. Helo ahí. Comenzó
quizás un día embriagado por un sueño.
Ahora ese sueño es sólo ficcional: ya
no es un "siempre más allá",
sino (bajo esa apariencia y muy sutilmente) un repetido
y quieto "más acá, aquí, este
No". Y como es tan variopinto, tan maleable, tan
presto a encarnarse en rostros diferentes, uno escucha
su murmullo por doquier. Puede ser en la encarnación
del político y helo ahí enfrascado en
su político "¡No!" frente a su
otro "¡No!". Puede ser en la encarnación
del ingenuo contestatario que se coloca frente a la
institución (la que sea) y se mantiene sin cese
y sin cambio en su ¡No! por principio. Puede ser
en la encarnación de un vecino de urbanización.
Da igual. Pero ese "¡No!" tan vaciado
y tan engreido va llenando las horas, los días
y los años. LLega incluso a adquirir cierto empaque
y un aire de brío y pensamiento del que carece.
Y seduce. Se hace tan seductor que la sociedad entera
cree ver en él el espíritu de creación.
No todo es así. Hay notables excepciones que
alientan. Pero para decir que una época es lluviosa
no hace falta que llueva todos los días y a todas
horas. Incluso puede, en ella, lucir un cierto día
el sol. Nuestra cultura ha de percatarse de que, persiguiendo
cosas elevadas, incurre en lo opuesto de lo que persigue,
es decir, tiene que percatarse de su interno dinamismo
autofágico. Sólo así podrá
rebasarse a sí misma, atravesando esa noche que
es ella, para dejar que aparezcan, de amanecida, luces
de aurora.
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Subjetivación
agenésica y presente fatídico en la actualidad |
29-08-2017 |
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[Extrato de Sáez Rueda, L., "Totalitarismo
y agenesia cultural", en Cardona Suárez,
L. F. (ed.), Totalitarismo y paranoia. Lecturas de nuestra
situación cultural, P.U. Javeriana, Bogotá,
2016, pp. 228-248; pp. 228-234]
El totalitarismo es un fenómeno de múltiples
rostros, poliédrico. Al vincularlo con la agenesia,
es decir con la incapacidad para engendrar y crear,
no pretendemos agotar su sentido, sino subrayar uno
de sus aspectos, el que nos parece más extendido
y corrosivo en el presente. Nuestra apuesta central,
en esta línea, radica en que tal vínculo
hunde sus raíces en el ámbito de la cultura
occidental, es decir, en el suelo civilizacional entero
de Occidente.
Nos
parece completamente necesario para la actualidad lanzar
una mirada al modo en que el enlace que indagamos -autoritarismo
y agenesia- se extiende en el rostro visible de la praxis
social y política, provocando —y este efecto
es crucial por su nuda crudeza— un sufrimiento
colectivo de tan gran proporción que demanda
hoy la atención de la filosofía.
1.
Con Foucault, más allá de Foucault. Procesos
de "subjetivación agenésica"
en la sociedad actual
Foucault ha mostrado convincentemente que el poder,
en su forma más actual, se afianza a través
de procesos de subjetivación. Discurre, según
ello, a través de la retícula social de
relaciones interpersonales en su dimensión microfísica,
basal. En semejante campo, que es el de la vida, no
opera imponiendo normas y sanciones o castigos correspondientes.
Su fuerza, sutil y paradójica, radica en que
circula a través de los cuerpos, de los seres
de carne y hueso, promoviendo la vida, suscitándola,
ampliándola. Ejerce sobre los seres humanos algo
así como una realización por des-realización,
construyendo conductas, injertando hábitos, gestionando
la temporalidad y la espacialidad de la praxis y, en
suma, elaborando modos de subjetividad. El sujeto social
se muestra, desde esta perspectiva, como un producto
que ilusoriamente cree realizarse o hacerse desde sí,
cuando tal realización, en el fondo, ha sido
capturada y fabricada.
Partiendo de esta conformación del poder en las
sociedades contemporáneas y dilatando su sentido,
nos gustaría llamar "subjetivación
agenésica" al fenómeno en virtud
del cual la constitución de subjetividades por
el poder revela un carácter totalitario que se
evidencia en la descomposición y ruina del ser
auto-creativo inherente a lo humano.
El hombre es un ser autocreador. Uno de los rasgos que
pertenecen a su condición sorprende y cautiva:
su tarea en la vida no es experimentada exclusivamente
como deseo de subsistencia, de permanencia en sí,
sino, más allá, como anhelo a una vida
más intensa, más rica, creciente en cualidad.
Se ha expresado en filosofía de muchos modos:
tiende al crecimiento de sus fuerzas activas (Nietzsche),
al desarrollo sin fin de la excelencia (Aristóteles),
al alcance de la innombrable autonomía racional,
instancia regulativa e inalcanzable (Horkheimer, Adorno)...
Para decirlo con Heidegger, no posee un ser determinado,
sino que es, de raíz, pregunta por su ser e inagotable
empeño en ser. En cualquier caso, y aunque siempre
esté condicionado por la facticidad en la que
se hunde, está impelido por sobre-serse (como
diría Unamuno), por autotrascenderse en un camino
sin fin. ¿Y no significa esto que en tal trayecto
esté lanzado a la auto-transformación
permanente? ¿Puede la autotrascendencia del vivir
escamotear la auto-transfiguración? El ser humano,
en su auto-generación (siempre condicionada por
la circunstancia) es proteico, compromete su ser mismo
en la responsabilidad inexorable de crearse, por mucho
que el suelo que pisa lo limite.
La agenesia, en su sentido más radical, no consiste
en la merma contingente de capacidades creativas nombrables
y localizables en el lenguaje de la representación
científica. Es un acontecimiento ontológico,
consistente en la depotenciación del impulso
humano a modelarse a sí mismo y a autotrascenderse
transformándose de modo creativo.
El totalitarismo político implica siempre, a
nuestro juicio, un poder para gestionar la subjetivación
agenésica en la comunidad. La implantación
totalitaria de un orden va acompañada de violencia
represora, pero ésta no es más que un
mecanismo accesorio y exógeno que puede ser abandonado
una vez que ha logrado consumar su genuino modo de alcanzar
el éxito: la incrustación en el tejido
social de procesos capaces de construir una subjetivación
en la que el impulso de los individuos a la autocreación
es extirpado. Es así como reduce la distancia
entre sus fines ideológicos y la resistencia
de aquellos a los que gobierna y domina.
El magnífico análisis que H. Arendt realiza
sobre el totalitarismo confirma en aspectos centrales
este punto de vista. La esencia de lo totalitario radica,
más que en el acto de imponer un marco legal
constrictivo, en su capacidad de seducir de tal forma
que su inmanente lógica penetre en las acciones
y en los movimientos humanos, ocupando el lugar de la
realización espontánea a la que éstos
aspiran. Interpretando a la autora judía, podríamos
decir que logra tal efecto mediante la yuxtaposición
de dos operaciones. Por un lado, se las arregla ideológicamente
para hacer coincidir su lógica operativa con
una supuesta lógica que regiría la realidad
vital misma. El término de «“ley”
cambia de significado: de expresar el marco de estabilidad
dentro del cual pueden tener lugar las acciones y los
movimientos humanos se convierte en expresión
del movimiento mismo» (Arendt, H., Los orígenes
del totalitarismo, cap. 13). Atrapando al pueblo
en su propias reglas de juego, adopta, por otro lado,
un estilo cuasi-místico que, transformando el
pathos del dominado, construye emociones justificadoras
de tales reglas, emociones que han de buscar, para todo
lo que sucede, misteriosas razones insertas en una vida
que se vela y que es silentemente más sabia que
cualquier juicio. «Por eso, el pensamiento ideológico
se emancipa de la realidad que percibimos con nuestros
cinco sentidos e insiste en una realidad ‘más
verdadera' (...), oculta tras todas las cosas perceptibles,
dominándolas desde este escondrijo y requiriendo
un sexto sentido que nos permita ser conscientes de
ella». Se trata de emancipar al pensamiento de
la experiencia y de la realidad; siempre «se esfuerza
por inyectar un significado secreto a cada acontecimiento
público [y se procede] a modificar la realidad
conforme a sus afirmaciones ideológicas»
(Arendt, Ibid., 630-631). La lógica del desarrollo
de una visión autoritaria del mundo y de la praxis
social se hace así irrefutable por principio.
Pues bien, ¿qué significado posee este
resultado? De acuerdo con nuestra terminología,
el de erradicar la propensión a la autocreación
humana y sustituirla por una "autorrealización
ficcional". Tal es el nervio profundo de la subjetivación
agenésica. La propia filosofía arendtiana
es susceptible de ratificar esta conclusión.
En efecto, la praxis política en el espacio público,
que es donde los seres humanos llegan a constituirse
como sujetos autónomos, tiene por meta, según
Arendt, la libertad. Esta no debe ser confundida con
la liberación respecto a cadenas, pues la rebasa:
consiste en la capacidad de iniciar, en la viva fuerza
que hace nacer algo nuevo, en el acontecimiento que
rompe con la necesidad e inyecta la aparición
de un nacimiento (Arendt, 2004, 36 y ss.). Este principio
nascendi desborda los imperativos estratégicos
de la mera supervivencia y coloca al ser humano en el
camino sin fin del ser-se haciendo por ser y adoptando
formas de vida y de autoorganización inéditas.
No hay sufrimiento más profundo en la aventura
humana que el que supone enjaular o embridar su fuerza
auto-germinativa. La subjetivación agenésica
—nos parece— constituye la fuente más
honda de los padecimientos humanos, pues es comparable
con una parálisis del resorte que dinamiza el
existir, es decir, con una muerte en vida. Su amenaza
constituye, por ello, el terror por excelencia, subterráneo
respecto a todos los terrores cutáneos. Por mucho
que las hambrunas, las guerras, o cualquier otro fenómeno
que ponga en riesgo la supervivencia, produzcan suplicios,
es la pérdida de la posibilidad de auto-crearse,
que está supuesta en el fondo de todos ellos,
la más lacerante dolencia.
2. Subjetivación agenésica y continuidad
fatídica
Llegados a este punto puede ser aclarado en qué
sentido el fenómeno de la "subjetivación
agenésica" está vinculado a este
otro: la "continuidad fatídica". El
primero colapsa el ad-venir que porta el ser humano,
su exceso respecto a sí, la sobreabundancia que
lo excita hacia la forja de su ser y lo convierte en
una flecha lanzada hacia el infinito de su continua
renovación autocreativa. Pero si esto es así,
tal fenómeno lleva aparejado el de la subrepticia
permanencia en un presente continuo, sin apertura a
la autotrascendencia y congelado en una inmediatez en
la que se desvanece la memoria. Este segundo fenómeno
fue estudiado desde una perspectiva psicopatológica
por la escuela del análisis existencial, a la
que pertenecieron psiquiatras que transformaron el significado
de la salud y de la enfermedad en una dirección
existencialista tomando como base la hermenéutica
del Da-sein que realizó M. Heidegger en Sein
und Zeit en 1927. Entraremos brevemente en ello.
La salud, en esta línea, coincide con la experiencia
—a la que Heidegger llamó «maravilla
de las maravillas»— «soy», es
decir, con la autoaprehensión del hombre como
ser que existe . La enfermedad consiste, en coherencia
con ello, en el desarraigo respecto a la facticidad
existencial, cuyos modos constitutivos llamó
Heidegger «existenciarios». Pues bien, la
continuidad fatídica expresa la ruptura del nexo
presente-pasado-futuro, los éxtasis del tiempo.
Se rompe la conexión e integración temporal,
de forma que todo queda reducido a un presente continuo,
vacío, monótono, experimentado como fatídico,
en el sentido de que el fluir del tiempo queda reducido
a la regla de una sola categoría.
En semejante detención sólo queda entonces
la posibilidad de un movimiento aparente, no en expansión
de la vida, sino anclado en la verticalidad de dos ilusiones,
la del ascenso etéreo y la del descenso nefasto.
Binswanger encuentra todo este complejo sintiente en
una de sus pacientes. Ellen West, reducida por la continuidad
fatídica a la mencionada regla de una sola categoría,
escapa ensoñadoramente a través de elevaciones
y hundimientos fantasmagóricos. Ora se volatiliza
en el cielo resplandeciente, ora baja a un mundo de
cieno. Los momentos de altura se caracterizan por un
imaginario espiritual. Se considera llamada a realizar
alguna misión especial, sintiéndose invocada
por una Gran Causa. Por el otro lado, en los momentos
y fases de hundimiento, experimenta el más tremendo
vacío incrustado en el mundo real, fealdad y
aire viciado de rutina diaria, olor nauseabundo a decadencia
y muerte. Todo lo de los demás —piensa—
es raquitismo de multitud que quiere aplastarla (Binswanger,
«El caso Ellen West», en May, R., Existencia.
Nueva dimensión en psiquiatría, Madrid,
Gredos [original: 1958. Con aportaciones de É.
Minkowski, E. W. Straus, L. Binswanger y otros]).
Pero no es sólo la temporalidad existencial la
que se muestra afectada en este fenómeno que
comentamos, sino, al mismo tiempo, la espacialidad.
En la continuidad fatídica el sujeto es incapaz
de adoptar verdaderas perspectivas que rompan la afección
de esa sucesión infecunda de lo que sucede. Como
mostró M. Merleau-Ponty, sin perspectiva le es
imposible al hombre organizar espacial y corporalmente
su experiencia. No hay, como consecuencia, unidad significativa
entre las cosas. Como muestra Minkowski a lo largo de El tiempo vivido, el «espacio límpido»
se esfuma en el «espacio oscuro», donde
ya no fluyen puntos de vista arraigados, sino ópticas
siempre cambiantes y sin eje organizador de mundo.
Aunque el análisis existencial no vinculó
la enfermedad con el poder político, nos parece
que esta experiencia emocional de la continuidad fatídica
es una de las fundamentales que debemos presuponer en
la subjetivación agenésica que el totalitarismo
efectúa. La lógica del desarrollo totalitario,
impresa en la vida social, puede ser considerada como
una pauta inamovible de fondo, a pesar de todas sus
variaciones en superficie, una pauta experimentada en
la forma de ley inexorable. A ella queda fijada la temporalidad
comunitaria, desarraigada de la significatividad existencial
y dinámica que puede otorgarle la historia antecedente
y el umbral de lo venidero. Al mismo tiempo, la incardinación
corporal en el mundo pierde su plasticidad y es retenida
en estereotipos conductuales. Una sociedad dominada
totalitariamente es, ante todo, un conglomerado de relaciones
interpersonales sin-mundo que habitar. Es una
comunidad desarraigada, flotante o evaporada en un tempo
de detención de la vida, en cuyo confinamiento
sólo se escucha, bajo todas las apariencias,
el pavoroso sonido de la repetición, pues su
devenir sólo es ficcional. El totalitarismo,
al generar este colectivo en desarraigo, lo sume en
el vacío de ser, un acontecimiento ontológico
que da lugar a una multitud de plexos emocionales por
medio de los cuales los individuos se sienten afectados
por la frialdad de su inexistencia.
Ahora bien, el vacío existencial resulta insoportable
para el ser humano, hasta el punto de que pide dolorosamente
a su portador que se lo emboce, que se lo sustraiga
a la mirada autoexperiencial que haría de él
un horror expresamente tangible. Es así, a nuestro
entender, el modo en que la colectividad se ve empujada
a emprender un dinamismo ciego, aturdido, yermo de extrañamiento.
Cuanto más profundamente se extiende el sentimiento
de vacuidad, más necesaria se hace esta dinamicidad
ofuscada que sirve de velo y de bálsamo, convirtiéndose
en un vértigo de acción que no cambia
cualitativamente la rígida lógica fatídica
y que puede ser calificada como una organización
del vacío.
Para que esto ocurra ya no es ni siquiera necesario
que exista un régimen político expresamente
totalitario. Puede tener lugar camufladamente en nuestras
democracias actuales, en las que fuerzas ciegas que
rebasan a los gobiernos concretos en un mundo globalizado
hacen las veces de régimen totalitario. El capitalismo,
por ejemplo, adoptando hoy una configuración
reticular y plástica, administra el trabajo adueñándose
de la temporalidad y espacialidad de los individuos,
de los que se diría que ya no viven sino que
son vividos por ritmos autonomizados y yacentes en el
magma social. Tanto es así que, si añadimos
otros dinamismos autonomizados que gobiernan desde la
oscuridad y a fuer de comando el corpus socio-político
entero —como la estricta separación entre
actividad profesional funcional y el goce sin alma,
la racionalización exasperada de la espontaneidad,
propiciadora, a marchas forzadas, de una operacionalización
y judicialización de la existencia o la lógica
oposicional de la comunicación inter-subjetiva,
suministradora de relaciones prácticamente legaliformes
entre los individuos—, estamos autorizados hoy
para diagnosticar el rumbo de la praxis en las sociedades
avanzadas como extensión de un paradójico
totalitarismo democrático, sustentado en una
sutil thanatología que usurpa y saquea la vocación
auto-generadora de los seres humanos.
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Necesidad
de un vínculo entre macropolítica y micropolítica. Un ejemplo ilustrativo: las procesiones de Semana
Santa en Andalucía
(con ayuda de G. Deleuze
y Rafael Cansinos Assens) |
03-06-2017 |
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1.
"CAUSA" Y "GÉNESIS"
A menudo se encuentra uno con una perspectiva
excesivamente simplista en la crítica política.
Se analizan los sucesos o acontecimientos sociales sólo
desde una óptica exógena, alejada de esa
comprensión endógena que podría
ofrecer una comprensión de la textura interna
de lo que ocurre. Tales análisis suelen vincular
lo que acaece, directa y horizontalmente, con Causas
(con mayúscula) objetivables, que coinciden con
Entidades (con mayúscula) del Poder (también
con mayúscula). Se echa de menos el estudio de
un vínculo vertical entre lo que ocurre y su génesis en el subsuelo cultural (siendo
éste visión del mundo, modus operandi y modus vivendi de un pueblo (con minúscula).
La Causalidad y la génesis son cosas distintas.
La primera enlaza una causa englobante A con un efecto
englobante B. Por ejemplo, el Poder Eclesiástico
y la Semana Santa (se emplea aquí este
ejemplo sin intención alguna de carácter
religioso, sino por azar, por la sencilla razón
de que hace poco tiempo transcurrió en este lugar
sureño de Andalucía el conocido ritual
de las "procesiones", dentro de esa última
semana de la cuaresma que la iglesia católica
dedica a recordar la pasión, muerte y resurrección
de Jesús). Se trata ahí, en ese tipo de
análisis, de reducir el fenómeno al que
se llama "Semana Santa", en su totalidad,
a la condición de un efecto, causado por el Poder
de la Iglesia en el ámbito público. En
este plano de análisis las opiniones son fácilmente
derivables (e incluso previsibles). El creyente estará
conforme con esa ley causal y, probablemente, se limite
a matizar que tal "Poder" (el de la Iglesia)
no es constrictivo, arguyendo que, en realidad, se trata
de un "influjo positivo" que viene "demandado"
previamente por la "fe", una fe que, a su
juicio, anida en el pueblo mismo. El propenso a una
ácida crítica de esta tradición
estará conforme también con el diagnóstico
de esa ley causal y calificará a tal "Poder"
en términos de "derecha"/"izquierda"
y de "arriba"/"abajo". Dirá,
probablemente, que la "Semana Santa" es una
tradición que se sostiene aún debido al
imperio de la "derecha", aliada de la Iglesia
y actuante desde una "altura" (la de la gobernanza)
hacia "abajo", es decir, hacia el pueblo,
engatusándolo y controlándolo mediante
la sujeción a una tradición. El que escribe
no tiene especial predilección por esta tradición.
Pero considera que es un buen ejemplo para ilustrar
la diferencia entre macro y micro-política, habida
cuenta de la polémica que ha causado en España
(opiniones enfrentadas, pero nunca de visión
estereoscópica, de unidad micro y macro).
Pues
bien, tal análisis parece simplista, venga de
un lado, venga del opuesto. Evita tal análisis,
en efecto, el estudio de la génesis, que es otra
cosa. Preguntar por la génesis de un fenómeno,
como decimos, no es interrogar sobre las Causas. Consiste
en dirigirse a investigar el modo en que algo "llega
a ser" desde sí mismo, desde su fondo. Tomando
como referencia el ejemplo, consiste en interrogarse,
más o menos, de este modo: ¿Cómo
llega un pueblo, el andaluz en este caso, a "reconocerse"
a sí mismo en los rituales de Semana Santa?
¿Cuál es el proceso por el que se "ajusta"
a esos rituales? Pues ocurre que el pueblo no es sólo
agente pasivo (como si sólo obedeciera prescripciones
externas, sino también agente activo, en la medida
en que posee, desde sí, motivaciones que generan
su actitud, aunque tal actitud fuese la de la obediencia).
Pues bien, podríamos decir que el estudio de
las Causas es un estudio macrológico o macro-político,
mientras que el de la génesis es micrológico
o micropolítico.
La
necesidad de realizar un análisis simultáneamente
macro y micrológico del mundo social ha sido
reivindicada por M. Foucault. G. Deleuze continúa
esta senda de un modo deslumbrante. Esta doble mirada o mirada estereoscópica exigida a la
crítica socio-política posee una potencia
que hoy no es aprovechada lo suficiente (y decir esto
no implica comprometerse con la totalidad del pensamiento
deleuzeano). Se hará aquí, querido lector,
un resumen muy sintético de esta doble mirada y, a continuación, una aplicación, seguiendo
el ejemplo de estudio al que se ha hecho alusión.
El que escribe no enjuicia este fenómeno (el
de la Semana Santa). Simplemente, insistimos,
se lo toma como un ejemplo que nos parece muy apropiado
para esclarecer el nexo entre micro y macro-política.
2. MACRO Y MICRO-POLÍTICA EN G.
DELEUZE
El
problema aparece, sobre todo, en Mil Mesetas. Brevemente:
Gesticule.
Mueva un brazo. En ese movimiento hay dos dimensiones
imbricadas. Macrológicamente, se trata del movimiento
que se puede observar, medir, dibujar o describir geométricamente.
Micrológicamente, se trata del conjunto de "intensidades"
o "fuerzas" que dinamizan invisiblemente el
movimiento: si es realizado, por ejemplo, para llamar
la atención de un amigo al que no se ha visto
desde hace mucho tiempo y que está alejado, envuelto
en una multitud, es un enmarañado conjunto de
relaciones intensivas, como las de "deseo de encuentro",
"ansiedad por si el otro no recibe la llamada en
forma de gesto", "incomodidad por no poder
acercarse al amigo más rápidamente, debido
a que media un grupo muy apiñado de personas",
"expectativa de recordar viejos tiempos",
etc... ¡Una ingente cantidad de intensidades relacionadas
entre sí! Bien, basta ahora percatarse de que
la dimensión micrológica no es "externa"
respecto a la macrológica: es inmanente a ella,
pues todas esas intensidades están realmente
incorporadas al movimiento del brazo, otorgándole
una forma determinada, un estilo concreto y preciso.
Traslademos
esto al conjunto de lo que llamamos "sociedad".
La dimensión micrológica (invisible pero
activa) es un conjunto de intensidades que surgen de
los individuos y que se cruzan o enlazan entre sí:
deseos, expectativas, filias, fobias, valoraciones o
estimaciones en curso, propensiones, hábitos...
Esta dimensión micrológica es llamada
por Deleuze "dimensión molecular".
Y es pre-individual. Esto es importante. En efecto,
aunque haya "sujetos con intencionalidad",
lo que surge de ellos, este conjunto de intensidades,
constituye un haz de relaciones recíprocamente
afectantes; y resulta que tal conjunto es mayor que
la suma de sus partes, pues cada uno puede afectar a
conciencia e intencionadamente, pero nadie puede controlar
los efectos lejanos de esa afección. La dimensión
molecular, pues, escapa, tomada como un todo, a la suma
de voluntades individuales. Posee su propio dinamismo,
que es, entonces, pre-subjetivo. La dimensión
macrológica, por su parte, es el modo en que
la anterior, la micrológica, adopta una forma
visible y tangible: instituciones, agrupaciones, poderes
diversos, legislaciones, normas de convivencia (explícitas
o implícitas), etc. A esta dimensión la
llama Deleuze "dimensión molar".
Ambas
dimensiones son inseparables. Son haz y envés,
o bien dos caras heterogéneas de una misma moneda.
La molecular in-siste o sub-siste como un entramado
intensivo de afecciones recíprocas. La molar
es la encarnación representable de la molecular.
Es central, en este punto, destacar que, siendo caras
de una misma moneda, entran en contradicción
o litigio. Y ello por la siguiente razón. La
dimensión molecular posee un carácter
DIFERENCIAL. Las intensidades se relacionan por su diferencia.
Es más, es la diferencia entre ellas la que conecta
y lleva a cabo la relación. Este tipo de relación
tiene la forma de una "síntesis disyuntiva".
El conjunto es un entramado de síntesis disyuntivas.
Tal entramado es un "rizoma" y el modo en
que un rizoma se auto-organiza es de carácter
caosmótico. Hemos intentado aclarar, en este
mismo blog, estos conceptos [Si le interesa, quizás
le sea más fácil abrir otras ventanas
del navegador con estas direcciones: "Síntesis
disyuntiva": http://www.ugr.es/~lsaez/blog/Welcome.htm#disyuntiva.
"Rizoma" y "Caosmos": http://www.ugr.es/~lsaez/blog/Welcome.htm#rizomacaosmos].
En cambio, la dimensión molar posee un carácter
OPOSICIONAL. En ella la diferencia es disuelta y se
sustituye por la oposición rígida entre
puntos de vista que son, a priori, contrarios entre
sí. Si, siguiendo el ejemplo anterior, levanto
un brazo para llamar la atención de un amigo
que contemplo en la lejanía, los mil impulsos
invisibles del mundo molecular se tejen y destejen,
entran en relaciones y hacen en ellas un complejo enjambre.
Pero hacia fuera el movimiento es, ineludiblemente,
contemplado en términos binarios: o consigue
llamar la atención del amigo, o no lo consigue.
Lo oposicional-binario pertenece al ámbito de
lo representable. En lo representable social o político
lo justo y lo injusto, lo conforme y lo impertinente...
todas estas parejas oposicionales se reparten el espectáculo
de lo que sucede. Pero en profundidad no ocurre así.
En la profundidad invisible se mueve un enmarañado
caosmos de tendencias vinculadas y en movimiento.
3.
EL EJEMPLO
La tradición de la Semana Santa andaluza es ancestral.
Todo el mundo posee el imaginario habitual en su cabeza:
imágenes de Jesucristo y de la Virgen María
llevadas a hombros por aguerridos devotos y una colectividad
que sigue a ese "paseo" extraño por
la ciudad.
En el nivel molar, en el nivel macro-político,
se han manifestado este año dos posiciones polares
(A y no A de modo exacto, siendo cada una la inversión
de la otra). No nos detendremos en explicitarlas en
sus casos particulares. Baste decir que tienen la forma
siguiente:
A: La Semana Santa es signo del dominio de la Iglesia
en una sociedad que es laica. Constituye un "opio
para el pueblo". Debe ser extirpada.
No A: La Semana Santa es una tradición y debe
ser conservada. Expresa la religiosidad de un pueblo.
A y No A son OPUESTOS. No hay en esa oposición
ningún tipo de consideración a la dimensión
micro-política. Quiere decir esto que no están
hablando más que de una "imagen externa",
exógena, respecto a lo que juzgan. Como hemos
dicho, el que escribe no desea posicionarse de ningún
modo. Sólo quiere mostrar que tales posiciones
son abstractas y que podrían convertirse en posiciones
más atinadas, más finas y delicadas, si
echaran un vistazo a la dimensión molecular o
micro-política. Esta otra dimensión es
interpretable, no es "objetiva", necesita
siempre un estudio hermenéutico. En cualquier
caso, si se realizase conjuntamente, A y No A se verían
obligados a perfilar mejor sus opiniones. A y No A seguirían
siendo opuestas tras esta otra mirada. Y ello es ineludible.
Ahora bien, resulta que serían empujadas a darse
a sí mismas una forma más inteligente.
No vamos a realizar un análisis desde nosotros
mismos de la dimensión molecular. Simplemente
ofrecemos al lector un ejemplo. Rafael
Cansinos Assens, un escritor español que
no se distinguía precisamente por ser "de
derechas", interpreta este fenómeno en La
copla andaluza (Granada, 1985). He aquí,
literalmente, algunas de sus calas en el asunto:
"¿Habremos de creer que el alma popular
de Andalucía es ya de por sí tan refinada
que nada nuevo puede añadirle la aristocracia
del arte, tan ligera y sutil que el arte la grava con
una carga que la agobia? ¿O será fuerza
creer que esa poesía andaluza es una herencia
de razas extinguidas o sofocadas -de árabes,
de judíos...- cuya voz, contenida por una cultura
extraña y por un miedo y un pudor, sólo
encuentra su timbre en los momentos de la inconsciencia
pasional, cuando se eleva con un paradójico deseo
-puesto que grita- y la ilusión de no ser escuchada,
pronta a callarse en cuanto logra un auditorio? (...)
¿Qué misterio de desencanto y de desconfianza
altiva hay en esta esquivez andaluza? (...) ¿Qué
drama de todo un pueblo se expresa en esta cuita de
amor, qué drama de todo el pueblo que sólo
salvó la guitarra del desastre en que perdió
el salterio y el salmo, las aras y los dioses?"
(pp. 48-49).
"La experiencia histórica parece haberse
convertido en la experiencia individual de estas gentes,
que, según ha dicho un poeta de la tierra, Manuel
Machado, 'Todo lo ganaron y todo lo perdieron'; gentes
que fueron sucesivamente fenicias, griegas, hebreas,
árabes, hispanas, y que ahora llevan el nombre
de sus invasores, los vándalos; de estas gentes
que adoraron tantos dioses distintos, y vieron sucederse
tantos imperios efímeros, y que, finalmente,
han quedado, a fuerza de persecuciones y violencias,
unidas en el culto exterior de la Cruz, pero con nostalgias
de ídolos y de medias lunas. El andaluz está
hecho a perder; pero conserva, sin embargo, el gusto
a perder, la pasión de la pérdida, como
un jugador de buena ley" (p. 54).
"El drama de la mujer caída es el drama
andaluz por excelencia, al lado de ese otro drama del
hombre delincuente, aunque mejor sería decir
sencillamente el drama del amor, pues para el amor vive
Andalucía y de él se derivan todas sus
fatalidades (...) El hombre malo hace caer a la mujer
buena en los burdeles; la mujer mala empuja al hombre
a la prisión y al patíbulo. Entonces ambos
lloran sus cuitas en la compañía aborrecible
o en la soledad, y se absuelven, culpándose uno
a otro o invocando el destino. Víctimas del amor,
siéntense inocentes y piden la canonización
en el arte" (p. 68).
"De igual modo que la mujer caída es una
Magdalena, el hombre caído es un Buen Ladrón
del Evangelio, y podría ser un santo por la fuerza
de la contrición. El hampa andaluza está
llena de sentido místico porque está llena
de sentido trágico, y admite en su estilización
literaria el paralelismo con la alegoría religiosa.
El hombre andaluz es un hombre lanzado a los caminos
por un impulso pasional (...) despojando a los ricos
para socorrer a los pobres. En ocasiones viene a ser
una suerte de Redentor delictuoso, un hombre de corazón,
que suplanta por el león al cordero en la heráldica
evangélica y que se inmola a su modo por los
oprimidos, desafiando a la Ley soberana; en todo caso,
un hombre de fatalidad" (p. 69).
"En los cuadros de Romero de Torres, la mujer caída,
la Magdalena andaluza, tiene la enérgica belleza
de un Cristo dispuesto a aguantar todas las lanzadas
y los azotes, las profanaciones todas de los sayones
del amor, más aquella suprema que no sufrió
el Hijo del Hombre. El artista trata a estas tristezas
de la carne con una reverencia de pinceles que les confiere
dignidades de imágenes sacras" (78)
"Los sentimientos difusos e individuales del alma
andaluza han hallado una expresión colectiva
en ese credo católico que tanto trabajo le costó
al principio aceptar; ese credo, importado a golpe de
espada por los conquistadores, ha sido al fin el suyo,
y en la teología católica ha llegado a
ver expresados el pueblo andaluz sus más caros
misterios. Del Nazareno y la Dolorosa ha hecho las personificaciones
visibles de su propia tragedia, y en ellos ha visto
su propio dolor enaltecido en apoteosis. (...) El pueblo
andaluz irrumpe en esos tesoros místicos y se
los apropia para sus fines. Hace de ese drama el drama
de la Mujer y el Hombre y les da a esos símbolos
un sentido profano y vital. La mujer no es la Madre
divina del Evangelio, ni el hombre el Nazareno divino:
son el hombre y la muer que aman y pecan y sufren pasión
por las pasiones (p. 62). Y ellos parecen decir al Nazareno
que la hermosura, el valor, el amor mismo son incompatibles
con la santidad, y que es preciso aguardar a los otoños
de la vida para que florezcan los lirios morados de
la contrición. Ese pueblo andaluz, tan vivo,
tan sensible, tan penetrante, no concibe la santidad
sino como una deficiencia y una atonía. Refuerza
el sentido a la parábola de las vírgenes
locas, y exalta, no a las que mantienen encendida la
lámpara hasta la llegada del esposo, sino a las
que, impacientes y ávidas, se lanzan con ella
a los caminos. Esos hombres y esas mujeres no quieren
salvarse por los méritos de la pasión
de Cristo y de su Madre, sino por los de su propia pasión.
Quieren ser santos por el martirio de su carne y de
su alma. Y [en los rituales de Semana Santa] surgen
las Magdalenas y los bandidos buenos, esas formas de
las santidades pecadoras" (pp. 63-64).
Lo importante no está en si el que observa e
interpreta a su pueblo, Rafael Cansinos, lleva o no
razón. Lo importante no radica en si ha interpretado
adecuadamente. Lo importante reside en que se ha situado
en el orden pre-representativo, pre-fáctico.
Se hunde en lo invisible y, con ello, ofrece una visión
que puede ser utilizada para una micro-política.
Independientemente de que se esté de acuerdo
con él o no, obliga a la macro-política
a hacerse más inteligente, menos burda en sus
opiniones.
El encierro en la cápsula de lo macro-político
olvida y arruina la riqueza de lo micropolítico.
Hace proliferar opiniones banales y faltas de sentido,
absurdas por abstractas. Micro y macro-política
deberían ser dos caras de una misma moneda, siendo
puestas siempre una junto a la otra.
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Ser
errático: con Heidegger contra Heidegger (y
más allá de las acusaciones de nazismo a
Heidegger) |
13-03-2017 |
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Con
la publicación de los Cuadernos Negros de Heidegger ha sido provocada una polémica que,
en su aspecto más cáustico, llega a negarle
todo valor a la filosofía del autor alemán.
No ocurre, según esta invectiva radical (expresada
de muchas formas) que este creador de una filosofía
profunda hubiese sufrido un desliz político con
el régimen nazi, sino que el nazismo recorre
su filosofía misma. Esta afirmación es
muy grave y exige al estudioso de la filosofía
contemporánea un posicionamiento.
A
continuación, para no eludir este posicionamiento,
defenderé que tales acusaciones carecen absolutamente
de sentido. Heidegger, como individuo, pudo haber sido
tentado por la política fascista. Que eso sea
cierto o no y hasta qué punto llegase ese abyecto
compromiso es un asunto de sociología o de historia.
Y ni afirmo ni niego algo al respecto. Si M. Heidegger
coqueteó o incluso asumió a fondo tal
política, entonces vaya mi desprecio y desencanto
respecto a él. Ahora bien, en cualquier caso,
la filosofía de un gran pensador está
muy por encima del pensador empírico mismo, del
de carne y hueso. Será deseable que vida y pensamiento
coincidan, sí, tan deseable como la rectitud
y coherencia de cualquier ser humano; pero si esa coherencia
entre pensamiento y vida no se produce se deriva de
ahí un desengaño respecto a la altura
del hombre, no de su pensamiento. Para demostrar que
el pensamiento mismo está maniatado por el error
y la bajeza en que el hombre que lo genera cae hay que
afrontar dicho pensamiento, intentar situarse a su altura
y argumentar. En caso contrario, el crítico simplemente
está mostrando resentimiento. Y resentimiento
en un preciso sentido: venganza respecto a un conjunto
de ideas cuya riqueza e intensidad lo desbordan, al
crítico en su entraña, y lo conducen por
los caminos del presentarse a sí mismo no desde
sí, sino contra un otro, una genealogía
de la debilidad, de la bajeza y de la falta de coraje
para afirmar la vida creciente que F. Nietzsche describió
con penetrante finura.
Cada
cual ha de intentar situarse, posicionarse, ya que la
polémica parece crecer con una desmesura impresionante,
pero ha de posicionarse con un mínimo de rigor.
En lo que a mí atañe, como estudioso y
profesor durante muchos años de la filosofía
de Heidegger (entre otras, por supuesto), quisiera dejar
constancia de que mi crítica fundamental a la
ontología heideggeriana no implica, de ningún
modo, considerar a ésta deudora, desde sí
misma, de una ideología fascista, nazi o antisemita.
Dado que he expuesto esta crítica en Ser
errático. Una ontología crítica
de la sociedad (Madrid, Trotta, 2002/2009), en
los capítulos 4 y 5, le extracto, querido lector,
esos capítulos por si desease leerlos (siga,
en ese caso, este enlace); aquí sólo
resumiré, con la mayor brevedad, tal crítica
y argumentaré al final por qué no es posible
deducir de ella semejantes acusaciones.
A) Antes de comenzar, he aquí una síntesis
del posicionamiento más general ante Heidegger
que se deriva de mi caracterización de la condición
humana como errática, lo cual está
contenido en los capítulos 1 y 2 de Ser errático.
El ser humano posee «mundo» por la circunstancia
aporética según la cual lo «habita»
y está arraigado en el substrato de su abismática
demanda, por un lado, y comprende éste, su ser-en-el-mundo,
justo en la medida en que se experimenta radicalmente
en el acontecimiento del extrañamiento. El extrañamiento
es ese posicionamiento del ser humano en su medio en
virtud del cual es capaz de experimentarse admirado,
interrogante, y también perplejo, ante lo real.
La experiencia del extrañamiento permite decir
de lo real «es» y aprehenderlo, así,
como un lugar que se habita significativamente, comprensivamente.
La fuerza del extrañamiento es la raíz
de la condición ex-céntrica del ser humano,
la cual le permite experimentar que, si bien pertenece
de hecho a un mundo concreto, no pertenece, de derecho,
a ninguno en particular. En otros términos, es
al mismo tiempo, céntrico (inmerso en) y ex-céntrico
(fuera de). Y esto no le ocurre alternativamente, sino
conformando una unidad, una unidad discorde, una unidad
con dos caras diferentes y, en cierto modo, contradictorias
entre sí. El hombre es ser errático, no
porque posea diferentes moradas, sino más bien
porque es el ser que está continua e inexorablemente
en camino. En cuanto habita un mundo, se halla en el
seno de un magma de sentido y en la responsabilidad
de escuchar la interpelación que de éste
emerge. En cuanto excéntrico y extrañante,
está lanzado a la exterioridad, hacia los confines
de su mundo, ex-cediendo su pertenencia por medio de
la responsabilidad y de la aventura consistente en saltar
hacia una nueva tierra, aún por-venir. El ser
humano es ese tránsito, ese intersticio, «entre»
o intermedio, de estar en ciernes o en estado naciente,
en la emocionante tensión entre radicación
y erradicación, habitar y des-habitar, tener
lo propio de una pertenencia y estar en proceso de ex-propiación.
Estamos arraigados y, en el corazón del arraigo,
parte ya una línea de fuga hacia lo extranjero
y extraño. Siendo en la tierra, estamos desterrados,
pero no como flotando en el aire, sino en el trayecto
de conformar una nueva tierra que todavía no
existe. El hombre, ser errático, es por ello
tránsito, lugar de un «entre» que
es una especie de no-lugar, una especie de nada productiva,
hasta el punto que podría decirse que el es el
ser que se sostiene sobre la nada productiva entre su
centricidad y su excentricidad.
B) Crítica a Heidegger desde estos supuestos
(capítulo 4). La tesis anterior implica ya un
estar «con Heidegger contra Heidegger»,
en la medida en que no considera al ser humano sólo
desde su condición «céntrica»,
que es el «habitar» heideggeriano, sino
conjuntamente y al unísono desde su otra faz,
la «excéntrica». Pero la confrontación
con Heidegger no es fácil. Heidegger es un pensador
de gran altura. Quizás esta objeción tan
básica ni lo roza. Intento, pues, produndizar.
B.1. [paráfrafos 4.1. y 4.2. de Ser errático].
Dado que el ser-en-el-mundo tiene como clave, para Heidegger,
el «habitar» (aquello en lo que está
arraigado, el mundo concreto en el que está inserto
comprensivamente), la «errancia» aparece
para él exclusivamente como un error y un desvarío.
Ésta se produce cuando, desarraigado, el Dasein (el ser humano en su existencia) ya no posee un mundo.
En tal ser-sin-mundo «da vueltas y revueltas»
sin dirección y sin sentido. Esto es el errar
para el filósofo alemán, de forma muy
resumida. Ahora bien, frente a Heidegger podemos oponer
la figura del errar quijotesco. D. Quijote no «habita»
ningún mundo en particular. Habita una taberna,
en la que es apaleado, o un suceso concreto con gente
que encuentra en el camino. En este sentido, su andadura
muestra el rostro «céntrico». Pero
el Caballero de la Triste Figura no toma para sí
como esencial ninguna de estas concretas «estancias
que habita». Más bien experimenta que su
destino encuentra nobleza y valentía en el trayecto
mismo (aquí es fácil hallar un nexo profundo
con Antonio Machado). El espacio en el que realmente
vive y ex-pone su loca y valiente aventura está
«entre» tales estancias, en el amplio campo,
en el trayecto de una a otra, bien bajo el cielo estrellado,
bien en la soledad del día. D. Quijote es un
ser errático en el más elevado y elogiable
de los sentidos. Es céntrico y excéntrico
al unísono, su existencia es el intersticio.
Por eso opone, con desprecio, a su andadura, a aquellos
que hacen el juego a la figura del «caballero
cortesano», aquellos que, «sin salir de
sus aposentos ni de los umbrales de la Corte, se pasean
por todo el mundo, mirando un mapa, sin costarles blanca,
ni padecer calor ni frío, hambre ni sed».
Para los de su estirpe la cosa es bien distinta: «pero
nosotros, los caballeros andantes verdaderos, al sol,
al frío, al aire, a las inclemencias del cielo,
de noche y de día, a pie y acaballo, medimos
toda la tierra con nuestros mismo pies, y no solamente
conocemos los enemigos pintados, sino en su mismo ser,
y en todo trance y en toda ocasión los acometemos,
sin mirar en niñerías ni en las leyes
de los desafíos» (Segunda parte, cap. VI).
Esta errancia es bien distinta de la criticada por Heidegger.
La errancia criticada por Heidegger es la del que no
es capaz de habitar un mundo, de insertarse en las coordenadas
de sentido precisas de un contexto. Ahí la mirada
heideggeriana es deslumbrante. Pero esta otra errancia,
la quijotesca, ni siquiera es contemplada por Heidegger.
La errancia, en este sentido quijotesco no es, contra
Heidegger, un desarraigo, sino un ser-en-el-entre heroico que no evita el habitar sino que lo sacude con
fuerza y lo desborda.
B.2) [parágrafo 4.3] Este asunto es ya más
complejo. Se trata de intentar mostrar que el desprecio
heideggeriano por la errancia está más
profundamente ligado a su filosofía. Veamos.
Dejemos hablar a Heidegger primero (del modo más
sencillo posible). El ser es el acontecimiento de venir
a presencia una comprensión englobante del mundo
(un «horizonte de sentido»). El acontecimiento
del ser, al menos desde la modernidad hasta hoy, posee
un carácter aberrante. Abre un «horizonte
de sentido» en el que los seres humanos habitamos
comprendiendo todo lo que nos rodea como «existencias»,
es decir, como latas en el mercado que son (a) cuantificables,
(b) acumulables y (c) dispuestas para el arbitrio humano.
Eso significa que el ser humano hoy se comporta con
todo lo que lo rodea como un señor de la tierra,
engreído, que somete a su dominio todo: la naturaleza,
las relaciones humanas, los fines de la política....
¡todo! Hasta aquí (ofrecer más detalles
convertiría a lo que escribo en excesivamente
prolijo y académico) Heidegger ha mostrado ser
un crítico implacable de todo lo que nos está
ocurriendo. Su crítica al mundo contemporáneo
es brutal. Está claro que esa comprensión
del mundo que él critica implica el pensamiento
calculador, que es necesario para someter, dominar,
a todo lo que es. Si esto se piensa con cuidado, Hitler
o cualquier otro salvaje como ese, caen bajo su crítica.
El nazismo o el antisemitismo (independientemente de
lo que Heidegger escribiese en los Cuadernos Negros o hiciese en su vida concreta) se nos presentan, a la
luz de la cosa misma, a la luz de esta crítica
heideggeriana, como expresiones de una comprensión
nefasta del mundo. No ver esto es, a mi juicio, cosa
de necios.
La crítica va por este otro lado [intento evadir
el academicismo y el lenguaje conceptual complejo).
El ser acontece, según Heidegger, propia o impropiamente.
Propiamente: de modo que abre un mundo habitable. Impropiamente:
de modo que abre un mundo habitable pero de modo ruinoso,
soez, mezquino y, a la postre, convertido en inhabitable,
es decir, inhóspito. Pero aquí tiene Heidegger
un problema. El acontecimiento impropio no puede, por
muy soez, ruinoso y mezquino que sea, dejar de consistir
en un acontecimiento del ser, él mismo. Es una
paradoja: el acontecimiento del ser que abre un mundo
inhabitable, inhóspito es, él mismo, un
acontecimiento del ser. Y como acontecimiento del ser,
es un acontecimiento que abre un mundo habitable. ¿Cómo
arregla este problema Heidegger? Con la figura de pensamiento
siguiente: "el ser propio acontece en su impropiedad".
Es como si a un compositor que siente profundamente
el valor de la música y que ama a ésta
con todo su ser compusiera, durante un periodo de su
existencia, no por la música misma, por su valor
y su grandeza, sino para alcanzar, por ejemplo, reconocimiento
externo, nada más. En ese caso lo que le es «propio»
(su amor a la música) acontece «impropiamente»
(defraudando a la música). Pues bien, en la época
de la técnica, que es esa comprensión
en la que está el ser humano del mundo contemporáneo
que hemos descrito (no la técnica como uso de
instrumentos), el ser propio acontece en su impropiedad.
Hasta aquí Heidegger. Crítica. Heidegger
presupone aquí una pureza en el acontecer del
ser. Para que podamos decir que el ser acontece de modo
desastroso y vil hay que dar esa vuelta tan extraña:
decir que el ser (loable, puro) acontece volviéndose
contra sí mismo. ¿Le acontece esto a D.
Quijote alguna vez? No. El caminar de D. Quijote no
es un caminar puro que, de vez en cuando, se tuerce
y luego se recobra. Es, al mismo tiempo noble (por su
gran ideal de justicia) e irrisorio (por su torpeza
en la interpretación del mundo real, el que tiene
presente). Es, al mismo tiempo, trágico y cómico.
Su victoria no sucede a un fracaso; tampoco su fracaso
sucede a una victoria. Todo lo que hace es, al mismo
tiempo, victoria y fracaso. Quiere decir esto que el
«ser errático» de D. Quijote es impuro.
Es un mixto. Quiere decir que su «ser errático»
es un «entre» o «intersticio»
entre un polo y otro. La «propiedad» de
D. Quijote es su propia «impropiedad». A
Heidegger le ocurre que no introduce lo vil en lo noble,
lo pequeño en lo grande, lo cómico en
lo sublime, etc. A este error de Heidegger lo he llamado
«lo propio en su clausura». Frente a «lo
propio en su clausura» habría que reconocer
que el errar (en el sentido de no-pertenecer-a-ningún-mundo-en-particular)
es inherente al ser (como acontecimiento de un mundo
al que se pertenece).
B.3) El capítulo 5 intenta mostrar la unidad
"estar radicado/ estar e-radicado" como una
unidad discorde: una unidad de dos heterogéneos
en una misma condición humana, la errática.
Bien.
Si he logrado resumir con sentido mi crítica
a Heidegger, puede surgir de inmediato la siguiente
sospecha. Heidegger odiaba lo errático y ese
odio está en su filosofía misma. Si odiaba
lo errático, odiaba al judío, por ser
éste símbolo precisamente del que no tiene
una tierra fija. Y, como odiaba lo errático,
amaba lo no-errático: la tierra que se habita
(y pura), es decir, a Alemania por encima de cualquier
otra cosa. En consecuencia, era un nazi filosóficamente
hablando.
ESTO ES UNA FALACIA. Consiste en confundir ontología
con sociología. La ontología es una comprensión
del ser en cuanto tal. La sociología es una comprensión
de lo social. De la primera no se deriva la segunda
tan fácilmente. Una comprensión ontológica
y una comprensión sociológica o sociológico-política
están, sí, entretejidas. Pero eso, están
entretejidas. No hay derivación lógica
de una a la otra. De la concepción de Heidegger
se puede derivar que el «habitar» céntricamente
es lo esencial humano. Y a eso se le puede contraponer,
muy vagamente y a mi juicio, algo así como que
Heidegger «hizo filosofía al calor de una
estufa». No se deriva, de modo alguno, que el
ser humano ha de afirmar UNA “TIERRA”, UNA
Y EXCLUSÍVAMENTE UNA, ésta en particular.
Por ejemplo: el alemán a Alemania y nada más.
Lo que piensa Heidegger es todo lo contrario de eso.
Piensa que el ser está en devenir. Esto no lo
habíamos introducido todavía. Pues bien,
si el ser está en devenir quiere decir esto que
el ser humano ha de afirmar ese devenir, es decir, el
habitar ahora aquí, mañana allí
y el siglo que viene en el otro lado. Dicho filosóficamente:
que el ser humano está condenado a esa libertad
de habitar CONTINGENTEMENTE UN mundo en particular,
el que le ha tocado, pero, al mismo tiempo, que ha de
asumir (porque esto es contingente) que es el ser que
puede habitar MUCHOS MUNDOS: uno tras otro (temporalmente)
o simultáneamente varios (cada cultura o forma
de vida el suyo, su mundo, en una misma época).
Lo que se le reprocha en la crítica que he realizado
es que el ser humano, en vez de eso, vive ENTRE MUNDOS.
Ya está.
Si la filosofía de Heidegger parte, en toda su
radicalidad (y aunque no estemos de acuerdo con ello)
de que el valor fundamental es el HABITAR y que el HABITAR
ES MÚLTIPLE, DIVERSO, DIFERENCIAL Y SUJETO A
DEVENIR, entonces se deriva de la filosofía de
Heidegger que tanto vale el mundo alemán (con
su forma de vida, etc.) que el chino o el judío.
El judío también habita (en el caso que
nos concierne, habita ALEMANIA. Ha nacido allí
o vive allí, es decir, habita allí, y
es tan alemán como cualquier otro). El odio al
judío es odio a una supuesta "raza".
Y eso no se deriva de la filosofía de Heidegger.
Si Heidegger era realmente, como persona, antisemita,
entonces no se daba cuenta de que él mismo estaba
en contra de su propia filosofía. Y eso hace
de Heidegger un hipócrita o un imbécil,
lo que usted quiera. Pero lo hace respecto a la persona
"Heidegger", no respecto a su filosofía.
Más ampliamente. Se deriva de la filosofía
de Heidegger (esté uno de acuerdo o no con su
pensamiento) que si el ser humano se dedica a HABITAR
tiene Sorge (cuidado) con el resto de los modos
de habitar (el Dasein es ser-con y
el ser es prolífico en generación de mundos
habitables diferentes). Y se deriva de esto que si UN
mundo habitable (sea Alemania) quiere dominar al resto
de los mundos habitables, entonces no escucha al ser
(que es generación de mundos habitables diversos).
Es más, la crítica fundamental a la comprensión
del mundo contemporánea que realiza Heidegger
consiste (como se ha dicho) en una crítica al
ser humano desarraigado que, por ello, quiere suplir
su desarraigo con el dominio de la tierra entera. La
ideología nazi, desde este punto de vista, es
completamente contraria a la filosofía de Heidegger.
Si el hombre que se llamaba “Heidegger”
(no sé si es verdad o no, pero es que da igual
para este razonamiento) quería que un mundo (Alemania)
dominase al resto, entonces ese hombre estaba contradiciendo
su propia filosofía.
En definitiva. Me parece que soy muy crítico
con Heidegger y, a pesar de eso, no veo (con razones
y argumentos) que de la filosofía de Heidegger
se derive fascismo o antisemitismo o cosas por el estilo.
Los estudios que hoy proliferan acerca del nazismo heideggeriano
operan de otro modo: parten de que Heidegger era nazi
y desde ahí buscan en la filosofía de
Heidegger cualquier asidero, por pequeño que
sea, para justificar que la filosofía heideggeriana
era nazi. No entran en la globalidad del pensamiento
heideggeriano. Eso es hacer violencia a un pensamiento.
Se puede deducir que la persona Heidegger era un imbécil,
un hipócrita o un tipo que no conocía,
incluso, el alcance de su propio pensamiento. Lo que
usted quiera. Todo lo demás es falacia.
Es más, el crítico que va en esta dirección
es un "cazador cazado" desde el principio.
Y no lo sabe. Este tipo de obsesivos estudios, en efecto,
está ya previsto como denigrante desde la propia
filosofía heideggeriana. A la filosofía
de Heidegger le es inherente que el ser humano que no
«habita» (pongamos la filosofía)
se dedica a dominar el mundo (pongamos de la filosofía)
como si fuese un altivo señor (pongamos de la
filosofía). Y eso es lo que hace el filósofo
que dedica su vida, no a leer parsimoniosamente a Heidegger,
sino a hacer de una filosofía en la que no ha
"habitado" lo suficiente algo que ella no
es. De todo ese supuesto "trabajo intelectual"
extrae pingües beneficios, tanto académicos
como materiales (vende libros que es un gusto).
Todo lo que he dicho aquí
en defensa de Heidegger contra la creciente multitud
de sus detractores puede estar equivocado. Es posible
que dentro de un año, por ejemplo, alguno de
ellos me haya convencido. No pasa nada entonces. Cambia
uno su parecer y ya está. Ahora bien, siempre
será cierto, a mi juicio, que es más provechoso
para el pensamiento reinterpretar la obra de un gran
pensador, transformarla o torsionarla, que despacharla
y expulsarla de esa red fértil de hilos que conforman
lo que es la filosofía.
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El
malestar de Occidente en la actualidad |
01-03-2017
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En
este lugar, querido lector, se ha propuesto más
de una vez pensar nuestra crisis actual más allá
de la mera crisis económica y política.
Se trata (apostamos por ello) de una crisis del espíritu
cultural de Occidente, entendiendo por "espíritu
cultural" el subsuelo sobre el que reposa toda
política y, en general, toda praxis de una colectividad,
a saber, el conjunto de fuerzas entrelazadas que portan
una visión del mundo, un modo de hacer (modus
operandi), una forma de vida (modus vivendi),
una orientación valorativa o vivencia de lo éticamente
deseable (ethos), etc., compartidos e invisibles,
es decir, no directamente observables.
En la medida en que el espíritu cultural porta
también un plexo de actitudes emocionales (pathos)
trans-individual, puede decirse que la crisis de Occidente,
su ocaso presente, implica un malestar. Tal
malestar es clandestino, se nos oculta y vibra como
un sordo rumor de fondo. Es experiencia de vacío
y de las múltiples y variadas formas en que esa
experiencia se encarna, dando lugar incluso a patologías
de civilización. Pero ¿se puede hablar
de "patologías" de un colectivo entero?
¿Qué significa esto?
Sobre
esta cuestión trabajó un grupo en la Universidad
de Granada en un Proyecto de Investigación desde
2010, un proyecto para el cual el Ministerio español
concedió tan poca ayuda que sus miembros tuvieron
que publicar los resultados conjuntos en editoriales
de servicio gratuito (auto-edición). El Ministerio
se negó también a conceder una continuación
del Proyecto, pero sigue funcionando, fuera del juego
institucional. Me gustaría compartir dos referencias
al respecto:
1)
La página web del Proyecto, que ha sido recientemente
recobrado por sus miembros y en el que se irán
introduciendo aportaciones
2)
El prólogo del último libro que los investigadores
del equipo han elaborado en común. Se trata de
la segunda edición de Occidente enfermo, publicado en GRIN Verlag en 2011 --
y también disponible de forma gratuita --.
En esta segunda edición han sido reelaboradas
la mayoría de las aportaciones, a la luz del
recorrido investigador que los colaboradores han realizado
desde entonces. Han sido incorporadas también
nuevas aportaciones. Por eso, ha aparecido con otro
título, El malestar de Occidente --,
en esta última versión de 2016.
A continuación les presento el prólogo,
en el que se resume el punto de partida y la tesis fundamental.
En él intento justificar que hablar sobre "patologías
de civilización" y referirlas a nuestra
época, al presente, es algo que está ya
presente en toda la filosofía del siglo XX, una
filosofía que ha anticipado todo lo que hoy está
ocurriendo, y ello con una profundidad y amplitud de
miras que no ha alcanzado este siglo XXI, por muy prolífico
que esté siendo en su análisis de la crisis.
El olvido de estos maestros va de la mano de la impotencia
presente para pensar un nuevo ad-venir. Olvido e impotencia
para generar una tierra nueva son la Escila y la Caribdis
del presente, que se encuentra, a mi juicio, en un presentismo tan hondo que sólo podría ser clarificado
en términos de una administración
del vacío.
¿POR QUÉ PODEMOS HABLAR DE UN NUEVO MALESTAR
EN LA CULTURA Y DE PATOLOGÍAS DE CIVILIZACIÓN
EN EL PRESENTE?
Una crisis atraviesa nuestra época. Se suele
decir de ella que es económica y política.
Y es cierto. Ahora bien, además y más
profundamente, la crisis del presente pertenece al espíritu
cultural, entendiendo por él el modo en que el
substrato vital de la comunidad entera se comprende
a sí mismo y a todo lo que lo rodea. La cultura
es ese fondo de visiones sobre lo real, valoraciones
y modos de vida sobre el que toma asiento cualquier
práctica social o política. Al referirnos
a un malestar de civilización queremos
decir que la cultura de nuestra civilización
occidental genera un oculto o clandestino sentimiento
de desazón, un inquietante desasosiego que está
más allá de los individuos concretos,
es decir, que posee un carácter colectivo. Este
malestar colectivo procede del hecho de que nuestra
civilización occidental está enferma en
el presente.
Una afirmación así hay que tomarla con
cierta precaución. La enfermedad cursa temporalmente
y puede llegar a desaparecer tras un periodo de convalecencia,
lo que quiere decir que sería inadecuado atribuirle
a su diagnóstico un espíritu catastrofista
y, peor aún, adivinatorio o hechiceramente ocultista.
Muy al contrario, pretende ser riguroso, lo consiga
o no, al enjuiciar nuestro presente occidental.
Pero ¿qué significado posee esta enfermedad?
¿Acaso pueden sufrir dolencias las culturas o
las sociedades como en el caso de los individuos? La
respuesta es que sí, por sospechoso que parezca.
Y esto se ha subrayado, tanto desde la filosofía
como en el campo de la psicopatología y de la
sociología.
La mayor parte de las corrientes filosóficas
del siglo XX se han movido en este juego de lenguaje
cuando han diagnosticado nuestra actualidad. He aquí
algunos ejemplos:
1) Los potentes estudios de Th. W. Adorno, M. Horkheimer,
H. Marcuse o Walter Benjamin, todos ellos pertenecientes
a la Escuela de Francfort, convergen en encomendar a
la Teoría Crítica la tarea de
desenmascarar patologías. En esta línea
ilustrada, la enfermedad está referida a la racionalidad
que subyace a la totalidad de lo social contemporáneo,
como sistema de lo que llamaron sociedad administrada.
Sus aspectos morbosos fueron considerados desde ese
punto de partida como formas de depauperación
de la razón autónoma, devenida estratégico-instrumental
bajo el yugo de mecanismos pre-conscientes y supraindividuales
que, amparados en su invisibilidad inmediata, se convierten
en mecanismos capaces de dirigir ciegamente la praxis
colectiva. Sus valoraciones sobre el estado de salud
de nuestro presente occidental fueron tan pesimistas
que se sintieron incluso tentados a concluir que ni
siquiera sus propios descubrimientos terapéuticos
podrían lograr algún avance, por lo que
se mantuvieron en la trágica tensión de
una esperanza desesperanzada o desesperanza
esperanzada.
Sus seguidores no abandonaron este lenguaje. Para J.
Habermas, la colonización del mundo de la
vida por la racionalidad estratégico - instrumental
constituye el drama que penetra hoy el completo espectro
de la base social, alimentando patologías intersubjetivas.
K.-O. Apel, que forma con él una yunta filosófica,
no duda en poner la teoría de la acción
comunicativa al servicio de una "autoterapia de
la humanidad". Y el que parece hoy erigirse en
adalid de una tercera generación francfortiana,
Axel Honneth, toma actualmente el relevo en esta misma
orientación, hablando de "patologlas de
la razón".
2) Más dificil se antoja imaginar dictámenes
paralelos en las filosofías no ilustradas o de
ascendencia contra-ilustrada. Sin embargo, los dos grandes
maestros en el examen del nihilismo, Nietzsche y Heidegger,
lo han hecho de forma tal que sus reverberaciones llegan
hasta hoy.
El nihilismo es para ambos, si generalizamos, el fenómeno
fundamental de nuestra época al nivel globalizado
del mundo de la vida. Se trata de una decadente
negación de la vida (según el primero)
que contrarresta la voluntad de crecimiento y expansión
de los pueblos mediante fuerzas reactivas, fuerzas generadas
por la impotencia y creadoras de valores al servicio
de la temerosa huída del mundo. En el caso del
segundo, el fenómeno se refiere a una reducción
del ser al carácter de una nada vacía,
lacra que se extiende en el presente bajo la forma de
una comprensión técnica del mundo tendente
a convertir todo lo que existe en objeto al servicio
del arbitrario dominio del hombre, que anda, así,
desarraigado como un ser-sin-mundo. Pues bien,
ambos han relacionado el nihilismo con la enfermedad
de Occidente. Nietzsche llamó a esta decadencia
nadificante expresamente "enfermedad". No
extraña que se considerase a sí mismo
un filósofo-psicólogo y que identificase
los efectos del nihilismo como fenómenos mórbidos.
No en vano se lo ha llamado médico de la
civilización y se ha enaltecido su obra,
junto a la de Freud y la de Marx, como un magnífico
arte de terapéutica y de curación que
en el siglo XIX reemplaza a las técnicas de salvación.
Por su parte, Heidegger ha entendido nuestra época
como consumación del nihilismo y a este último
como agente patógeno que genera multitud
de enfermedades en superficie.
Así, pues, este tema no es nuevo en el ámbito
de la reflexión filosófica ni se expresa
en un lenguaje inusual. Occidente está enfermo,
sí.
Cuando utilizamos esta expresión, la de patologías
de civilización, no nos estamos refiriendo,
hay que advertirlo desde el principio, a fenómenos
de origen individual y propagados o repetidos en el
entramado social. Tales patologías poseen, más
bien, un carácter ontológico-cultural,
es decir, describen modos de enfermedad que se extienden
al ámbito trans--individual de la cultura occidental
y actual, considerada ésta -como se ha dicho-
en cuanto substrato de su modo de vida en conjunto.
La acepción ontológica añade la
significación según la cual tales formas
enfermizas de existencia son presupuestos inmanentes,
responsables de comprensiones o visiones del mundo en
su globalidad y, por ello, de estilos subyacentes en
nuestras valoraciones y prácticas colectivas.
Habría que tomarlas también al modo de patrones, cuya expresión en la realidad
cultural es siempre gradual, mayor o menor. Apuntan
a tendencias generalizadas, a fuerzas ciegas que impulsan
nuestro presente occidental desde la trastienda de su
autocomprensión explícita, orientando,
por tanto, las figuras conscientes conforme a las cuales
enjuicia, evalúa o emite justificaciones, aparentemente
exentas de motivaciones poco nobles, que yacen en su
fondo.
La filosofia no emprende esta tarea en solitario. El
problema implica, de suyo, una relación interdisciplinar
con otros ámbitos del saber, como la sociología,
las ciencias políticas o la psicopatología.
La psicopatología se ha ocupado hasta ahora,
ante todo, del estudio de patologías individuales.
Pero no está en su horizonte reducirse a ellas.
Freud mismo anticipaba ya la ampliación del trabajo
analítico a la cultura en general, tomando precauciones
comprensibles que afectan a la problematicidad de proyectar
categorías de lo singular al terreno de lo colectivo:
"Pese a todas estas dificultades, podemos esperar
que algún día alguien se atreva a emprender
semejante patología de las comunidades culturales".
Y, ciertamente, en esa dirección parten actualmente
líneas desde la psiquiatría transcultural
y la psicología social de la actualidad, así
como desde la obra de pensadores concretos cuya investigación
se mueve en el quicio de la filosofía, la psicopatología
y la sociología.
Referencias
para los autores mencionados:
- Adorno, Th.W./Horkheimer, M., Dialéctica
de la Ilustración, Madrid, Trotta, 1994
(ed. orig.: 1947
- Habermas, J., Teoría de la acción
comunicativa, Madrid, Taurus, 1987 (ed. orig.:
1981).
- Apel, K-O., La transformación de la filosofía,
Madrid, Taurus, 1985 (ed. orig.: 1973), tomo II, p.
120.
- Honneth, A., Patologías de la razón,
Buenos Aires, Katz editores, 2009 (ed. orig.: 2007).
- V., p. ej. Nietzsche, F., "El nihilismo europeo",
en Fragmentos póstumos, Madrid, Tecnos,
2006, vol. IV.
- Deleuze, G./Guattari, F, ¿Qué es
la filosofía?, Barcelona, Anagrama, 1993
(ed. orig. : 1991), p. 114.
- Foucault, M., Nietzsche, Freud, Marx, Barcelona,
Anagrama, 1970 (ed. orig. : 1967), pp. 55 y ss.
- Heidegger, M., “En torno a la cuestión
del ser” (1955), en Hitos, Madrid, Alianza,
2000, pp. 315 ss.
- Freud, S., El malestar en la cultura, Alianza,
§ 8, pp. 86-7. También en Obras Completas,
Madrid, Biblioteca Nueva, tomo VIII (1974), p. 3066.
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¿Combatir
el nihilismo actual o llevarlo a sus últimas consecuencias? |
09-02-2017
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En
1996, escribía Claudio Magris: "En
este comienzo de milenio muchas cosas dependerán
de cómo resuelva nuestra civilización
este dilema: si combatir el Nihilismo o llevarlo
hasta sus últimas consecuencias" (Cortesía
de Juan José Muñoz Villacián)
La
reflexión de Magris, dando en el blanco,
contiene algún error de expresión.
La segunda alternativa es falaz. Al nihilismo
no se lo puede llevar a sus últimas consecuencias,
pues es un destino y nos tiene en sus manos. En
todo caso, se podría formular esa segunda
opción así: "abandonarse a
su destinación y pleno cumplimiento".
Para aclarar esto es necesario reflexionar, siquiera
mínimamente sobre el sentido de los términos
"nihilismo" y "destino".
Una
opinión habitual sobre el nihilismo lo
vincula con un fenómeno subjetivo y, en
particular, con un sentimiento de indiferencia
hacia el rumbo de las cosas. Esta idea sobre el
fenómeno nihilista no es propiamente filosófica.
Por lo demás, es premeditada y algo banal.
Sobre el nihilismo han pensado Nietzsche, Heidegger,
Adorno, Horkheimer y muchos más en el siglo
XX, refiriéndose a él como un acontecimiento
que empapa y dirige, desde la trastienda, a nuestra
época. Se necesitaría un tratado
entero para hablar con rigor y finura sobre ese
fenómeno. Baste una generalización,
por torpe que sea, aquí.
1. Nihilismo. El nihilismo es un fenómeno
del mundo (humano) y no sólo del sujeto
concreto. Es el acontecimiento por el cual una
cultura es atravesada por la voluntad de negación,
por decirlo así, de su propio substrato:
de la vida (si se quiere, nietzscheanamente hablando),
del ser (si se habla más a la heideggeriana),
de la razón de principios (en un sentido
adorniano o, globalmente, de la Escuela de Frankfurt).
Por
lo aterior se comprenderá que opera una
"nadificación". Si un elegante
y egregio bosque de coníferas pudiese aprehenderse
a sí mismo como nosotros, los seres humanos,
y experimentase arrogantemente como pura inutilidad
o sinsentido a la tierra misma donde hunde las
raíces, al humus que lo sustenta, se podría
decir que es un bosque nihilista. El nihilismo
es un contrasentido ontológico, una autofagia
[1], y siempre contiene una negación de
lo que podría ser llamado, para generalizar,
"mundo de subsuelo", una conversión
de lo que es, por debajo de todo lo concreto y
tangible, en "nihil", en una pura nada
vacía, hueca.
Hoy
acontece esto en Occidente. Convierte a sus veneros,
los caudales que lo alimentan, en una nada, los
humillan y los aplastan hasta ese extremo. Occidente
niega el subsuelo autocreativo de su ser cultural.
Lo convierte en un "nihil" al olvidarlo,
separarse de él y orientarse por mecanismos
autonomizado y ciegos.
2.
Destino. No significa que el proceso nihilista
esté guiado por una fuerza inexorable,
una ley irrevocable o una mano invisible de efecto
incontenible. Cuando decimos coloquialmente "estoy
destinado a esto o a lo otro" no estamos
suponiendo en nosotros una esencia inviolable;
estamos apuntando a una inercia muy potente. Pues
bien, el nihilismo es un destino en la medida
en que es inercial, no algo inabordable, inasequible
e implacable como una ley de la naturaleza. Lo
más inquietante de esa iniercia es, por
un lado, que rebasa a la suma de individuos concretos
y, por otro, que tiende a ocultarse.
Tiende
a ocultarse. Analicemos esto. Vivimos en los afanes
y problemas inmediatos, esa posición"céntrica"
es ineludible en el ser humano. Toda esa céntrica
problematicidad nos arrastra. Tenemos que atenderla.
Es más, no hacerlo sería inhumano.
En ese sentido, el acontecer del nihilismo se
nos oculta y no puede ser de otra manera. Ahora
bien, tan inmersos nos situamos en esa centricidad
que ésta va adquiriendo la apariencia de
la única posición del hombre en
el mundo, hasta que es tomada por sacrosanta.
Ocurre entonces que el ocultamiento del nihilismo
es, él mismo, ocultado. Podemos hablar
aquí de un "ocultamiento del ocultamiento"
del acontecer nihilista. Dejamos a un lado, entonces,
nuestra vocación "ex-céntrica",
que nos impulsa a salir de la centricidad, a situarnos
en sus márgenes y en última frontera
[2]. Perdemos, así, el sentido de lo que
nos acontece, de lo que nos ocurre. Si estamos
en una ciudad, por ejemplo, y no la habitamos
cénticamente, no la comprendemos, no estamos
en ella más que maquinalmente. Pero tampoco
la vivimos si no mantenemos erguido el ex--trañamiento.
Si nos sumergimos en ella hasta fundirnos, a través
de las prisas del trabajo, de las tareas concretas
que nuestra existencia en ella nos depara, etc.,
ocurre que ya estamos fundidos con ella, en su
en-traña; no nos ex-traña y no la
vemos, no la vivimos. El extrañamiento
excéntrico es condición de posibilidad
de que aprehendamos algo.
Sólo
ex-céntricamente, en ese empuje de extradición
respecto al mundo concreto en el que estamos céntricamente
situados; sólo por mor de esa potencia
errática que impele al des-habitar y al
mirarse a sí mismo como se mira a un extraño,
a ex-trañarse de la en-traña; sólo
por esa fuerza, pues, podemos mirar como a vuelo
de águila y aprehender el substrato nihilista.
La
opción segunda, de la que hablábamos,
es en la que realmente estamos hoy. No es, dicho
con rigor, una opción tal y como lo plantea
Magris. Porque somos tozudamente céntricos
y manifiestamente cobardes con la ex-centricidad.
De ese modo, no situamos respecto al nihilismo
en el "abandonarse a su destinación
y pleno cumplimiento".
Lo
que se le opone a eso es, sí, como dice
Magris, combatir el nihilismo. Ahora bien, ¿qué
significa combatirlo? Para hacerle frente es necesario
que nos situemos céntrica y excéntricamente,
a un tiempo, en nuestro mundo presente, atreviéndonos
en nuestros diagnósticos (no sólo
teóricos y parlanchines, sino de experiencia
interior viva) a la extradición del "auto-extrañamiento
ex-céntrico".
En
nuestra problematización del presente predomina
la atención a lo "casero". Atreverse
a la excentricidad consiste, en el plano político
y social, a vivir lo céntricamente problemático,
sí, lo casero, pero al mismo tiempo desde
la distancia y la mirada de águila que
proporciona la ex-centricidaed: colocarse en la
frontera de lo que sucede y aprehender, siquiera
en esbozo, el movimiento en su totalidad. A ese
momento no hemos llegado aún. No se afirma
aquí que no haya excepciones. Se afirma
que la corriente más dominante y más
influyente de pensamiento o análisis es
la meramente céntrica. La ex-centricidad
es tomada hoy en su sentido peyorativo, como la
posición teórica de excéntricos que "están en las nubes" y no
tocan suelo firme. Craso error que puede traer
consecuencias de magnitud considerable. El sociologismo
y el politicismo (no la sociología y el
análisis político) son expresión,
hoy, de esa tozuda centricidad. Sociologismo y
politicismo constituyen la tendencia a aclarar
todo lo que nos ocurre desde el punto de vista
de nuestra conformación social y de nuestras
estructuras políticas. Más profundamente,
lo socio-político se posa sobre la textura
entera del modo de ser de una civilización
(de su cultura, como modo de vida y visión
del mundo). El reduccionismo socio-politicista
se extiende hoy por doquier y anula esta óptica
dirigida hacia lo civilizacional en profundidad.
Bien,
dicho esto, creo que "combatir el nihilismo"
implicaría que -situados ya en el quicio
céntrico-excéntrico, en ese entre que en otro lugar he vinculado con el "ser
errático" [3]-, pudiésemos
hacer experiencia del fenómeno del nihilismo.
En este sentido reformularía la segunda
opción que ofrece Magris. No se trata,
como he dicho, de conducir al nihilismo a su extremo.
Eso, además de no poderse "hacer",
porque no es algo "construible", es
justamente lo que ya estamos haciendo sin proponérnoslo.
Se trata de llevar a su extremo, en la auto-experiencia,
la aprehensión del nihilismo, pues ahora
ni lo oteamos.
Pero
imaginemos que llega el momento en que esto ocurre.
Tendría lugar una experiencia que, sí,
comienza en individuos concretos, pero que cobraría
forma cabal cuando ya fuese de la comunidad entera
-más allá de la suma de sus singularidades-.
Sería, entonces, una auto-experiencia de
la comunidad respecto a sí misma. ¡Esto
es lo que falta y "hace falta"!
¿Se
puede provocar? No hay que ser ingenuos, eso no
se puede construir con discursos o con buena voluntad.
Pero tampoco es algo en lo que no podamos hacer
nada. No me puedo enamorar a voluntad. No podemos
hacer, a voluntad, que acontezca la experiencia
común del nihilismo. Puedo, sin embargo,
preparar con valentía y coraje las condiciones
para que "me ocurra" que me enamore:
no tenerle miedo al compromiso que eso implica,
a la salida de sí que represente, ser capaz
de estar abierto, de escuchar... Se puede preparar,
con coraje y valentía esa autoexperiencia
de la comunidad respecto a sí misma. ¿Cómo?
Haciendo acopio, cada uno, de la seriedad del
problema del nihilismo, en el fuero interno, sin
miedo y poniéndose a salvo, al mismo tiempo,
de milenarismos, catastrofismos y tonterías
de ese tipo. Refinando interiormente esa experiencia
y conduciéndola a su extremo.
Conducir
tal experiencia a su extremo no significa suicidarse
o anularse. Significa "ver". Y como
eso que se"ve" está ocurriendo
y no ha llegado a pleno cumplimiento, conducirla
a su extremo lleva aparejada una auto-anticipación,
un colocarse virtualmente en ese pleno cumplimiento.
Experiencias así producen una conmoción
en el cuerpo y en el alma (que son la misma cosa).
Pero esto no basta. Es necesario que el número
de individuos que hacen esa experiencia aumente
hasta el punto de que el contagio tome ya rumbo
propio, escape a todos y cada uno de los individuos
y conforme una experiencia comunitaria en su recto
sentido.
[1] "Autofagia". He llamado
así (en El ocaso de Occidente,
Barcelona, Herder, 2015) al agente patógeno
fundamental de nuestra cultura (como modo de ser
y visión del mundo) de nuestra civilización
occidental en el presente. La cultura se genera
a sí misma, es auto-poiética, auto-organización
creativa y tendente a la expansión en riqueza
y potencia. Una génesis autógafa
es aquella en la que, en su dinamismo inmanente,
devora paradójicamente sus potencias. Tal
es el significado. Esta no es producida por anomalías
respecto a un estado supuesto de salud o normalidad.
La enfermedad es el proceso aporético por
el cual la vida, por mor de su propio movimiento,
desfallece y se vuelve contra sí misma.
Es autófaga y no autoinmune, pues no tiene
su causa en la revuelta de sus defensas contra
sí misma (la cultura no tiene un exterior
y no se defiende de ningún agente patógeno),
como algunos hoy sostienen. Su causa reside en
una vuelta contra-genética de sus propias
fuerzas dinamizadoras. Siendo la génesis
autófaga el agente de la enfermedad occidental,
da lugar a multitud de patologías de civilización
en superficie, es decir, a procesos, también
autófagos, por los cuales la comunidad
occidental, en su dimensión socio-política
y considerada de modo supra-individual (como un
conjunto mayor que la suma de sus partes), ciega
su crecimiento cualitativo en el mismo acto en
que lo propulsa. La enfermedad de Occidente, así
considerada, tiene como condición su crisis,
que comprendemos como agenesia, incapacidad para
engendrar o crear. Más información,
si lo desea, querido lector, aquí
[2] He caracterizado (en Ser errático.
Una ontología crítica de la sociedad,
Madrid, Trotta, 2009/2012) la condición
humana como una tensión entre "centricidad"
y "excentricidad". El ser humano, siendo
un ser con esas dos caras, lo llamo "ser
errático". Tesis central: el ser humano
es una “unidad discorde” entre dos
dimensiones o acontecimientos heterogéneos
entre sí, pero inseparables y en relación
tensional. La primera dimensión es la pertenencia
cétrica al mundo (en un sentido próximo
al heideggeriano). La segunda dimensión
(con Heidegger contra Heidegger) parte de la idea
de que, por otra parte, el hombre no puede “habitar
mundo” sin la experiencia del “extrañamiento”,
de la perplejidad ante la pertenencia misma a
un mundo de sentido. Dicha experiencia inexorable
genera una distancia pre-reflexiva del hombre
respecto a cualquier forma de existencia concreta
y constituye su condición ex-céntrica.
Reunidos estos dos modos de ser cooriginarios
de la condición humana y comprendidos en
forma tensional, “ser errático”
significa que el hombre pertenece a un mundo sólo
en la medida en que, al mismo tiempo, se experimenta
extraditándose o saliendo de él.
Lo habita en la justa medida en que se experimenta
extranjero en él. En él está
“enraizado” y, al unísono,
“expulsado”, in-curso y ex-curso,
entrañado y ex-trañado, entregado
y separado. El ser humano existe, por tanto, como
“entre” o “intersticio”
entre un mundo al cual pertenece y del que se
sustrae y escapa, por un lado, y otro al que se
dirige y que todavía no es, por otro. El
hombre es, por así decirlo, un intersticio
entre dos formas de un nihil productivo. Si desea
más información, querido lector,
le remito a un resumen del libro:
[3] Sáez Rueda, L., Ser
errático. Una ontología crítica
de la sociedad, op. cit. “Ser errático”
posee un sentido latino peyorativo y otro positivo.
En el primer sentido, significa “andar sin
rumbo” o “a la deriva”. En el
segundo sentido significa, según mi estudio,
que se hace a sí mismo mediante un proceso
al que podríamos llamar “caosmos”:
un proceso tensional (propulsado por su mixta
condición céntrico-excéntrica)
que no posee fundamento ni telos, sino que genera
su regla en el devenir mismo e in status nascendi.
En la inter-relación de la comunidad se
producen encuentros caóticos que terminan
dando lugar a una red o rizoma en la que del caos
surge un orden espontáneo y siempre renovado.
Este último sentido no peyorativo sirve
para caracterizar al hombre en cuanto tal. El
primer sentido sirve para calificar al hombre
actual en la medida en que está hundido
en una profunda crisis de carácter ontológico
y con expresiones socio-culturales diversas.
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Crítica
de la razón podemita
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06-02-2017
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Tendría que decir, para evitar malentendidos
ya desde el inicio, que las reflexiones que siguen no tienen -de ningún
modo- el sentido de una recusación completa
del partido político Podemos. Al contrario:
es un partido en el cual el que escribe ha puesto
mucha ilusión. Si es una crítica,
ha de ser entendida como un intento de análisis
de lo que ha fallado en él para que haya
venido, con el tiempo, a caer en un proceso de
problematización interna que amenaza con
conducirlo a la auto-destrucción.
Realizar una crítica no es necesariamente
desautorizar los aspectos positivos que pertenecen
a lo criticado. En las críticas que Kant
hizo a la razón no perseguía desmembrarla,
descalificar o incapacitar a la razón humana;
por el contrario, intentaba esclarecer y fortalecer
las potencias inherentes a la razón, para
lo cual era necesario conocer qué ingredientes
(facultades) la componen, cómo se articulan
entre sí y cuáles son sus límites
en virtud de todo ello. De modo análogo,
procuraré simplemente analizar los ingredientes
(ideológicos) de Podemos, cómo se
articulan y qué limites encuentra en tal
articulación. Eso, no para regodeo de los
problemas de Podemos ni para fomentar su declive,
sino por preocupación (dado que la izquierda
española parece que está en apuros)
y por probar si es posible contribuir positivamente
a transformarlo y mejorarlo. Es necesario insistir
en esto, pues los ánimos están excesivamente
soliviantados y se podría atribuir a esta
crítica lo que no pretende. En tiempos
de confusión más vale detenerse
un poco y pensar, aún a riesgo de equivocarse,
y de equivocarse no sólo un poco sino completamente.
Más provechoso es errar habiendo entrado
en discusión que ni errar ni acertar al
no ex-ponerse.
A
mi juicio, el devenir de Podemos ha ido contra
sí mismo. Comenzó haciendo acopio
de ilusión de mucha gente, muchísima;
comenzó elevando en la escena española
nobles ideales surgidos del 15M; pero se encuentra
ahora en una fase en la que mucha gente se siente
desilusionada con lo que hace y propone, y asimismo
en una fase en la que sus ideales están
siendo puestos en tela de juicio por doquier.
¿Qué
estructura interna posee este proceso? He llamado autofagia [1] a un tipo de devenir, propio
de nuestro presente occidental en virtud del cual
un proceso se devora a sí mismo. Y ello
no a causa de agentes externos, sino por la dinamica
inmanente misma a tal proceso. Creciendo, decrece.
Pues bien, presentaré tres rostros o variantes
de esta autofagia en Podemos. Pero antes, me gustaría
describir (con brevedad, porque esto llevaría
a mucha profundidad, a un libro entero) los "ingredientes"
(ideológicos) de la razón podemita,
tal y como yo lo veo y lo he ido confirmando a
través de varios años.
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1.
Ingredientes ideológicos de Podemos y su
relación
De
modo conciso, los ingredientes ideológicos
de Podemos son fundamentalmente tres. A mi juicio,
cada uno de ellos posee su valor independiente (que
no voy a discutir aquí). Lo que interesa
es la reunión de los tres, que transforma
a cada uno de ellos y los convierte en otra cosa.
La tríada es mayor que la suma de sus tres
componentes.
1.1.
Populismo
El primer componente es el
populismo y su referente clave Laclau. El populismo
(y ya se han escrito algunos libros sobre ello en
España) posee muchos rasgos. Pero bastará
con subrayar dos que son esenciales. |
a)
Poder soberano como receptor de demandas
muy diversas
El populismo suele
surgir en una situación de crisis.
En una crisis de la democracia y en una
situación en la que el neoliberalismo
se expande es lógico que el malestar
y la indignación del pueblo (o
de la ciudadanía, como se quiera)
se extienda también y que abarque
a diversos estratos o "clases"
sociales. Por tanto, primer rasgo a destacar:
el populismo tiene que incorporar en su
concepción de la soberanía
la cuestión del malestar y, así,
de las "demandas" que provienen
de diversos ámbitos sociales en
un abanico muy amplio. Y tiene que incorporar
a esa concepción de soberanía
la idea de que el "poder soberano"
se comporta fundamentalmente como "receptor"
de esas demandas. Como regueros de agua
en tiempos de lluvia y vendaval, las "demandas"
discurren por una multiplicidad de cauces
y conducen el caudal a una riada más
voluminosa, donde quedan reunidas las
aguas y emparentadas. El "poder soberano"
ha de hacerse cargo de esta riada general
-transversalidad, en términos políticos-
y procurar que llegue a su destino: al
Gobierno.
b) Elemento
afectivo del nexo social y carácter
carismático del liderazgo
Estamos
hablando de malestar. Las demandas se
forjan sobre un suelo común de
malestar. Aquí viene el componente
"emocional". El populismo, y
es lógico, no puede simplemente
dar cauce a las demandas mediante fríos
y rectos "principios"; va de
suyo que, al mismo tiempo y de manera
muy especial, acoja las emociones vinculadas
a las demandas. Esto es fundamental: no
se trata de encauzar sólo un "grupo
de intereses", sino, más allá,
de ofrecer una canalización a un
"plexo emocional". Este elemento
necesita un liderazgo sensible y capaz
de incorporar inteligencia emotiva. Un
líder así es, necesariamente,
"carismático". "Carisma"
viene del griego kharízesthai,
"agradar", "hacer favores".
El líder ha de "hacer favores",
en el sentido de hacerse cargo de las
demandas afectivas; y tiene que "agradar",
al recogerlas y ofrecerles una forma simbólica
que entusiasme a todas las diferencias
más allá de ellas. El líder
carismático, por un lado, se debe
a las demandas; las modela, pues y por
otro lado, como un artista, imprimiéndole
símbolos en los que se reconozcan
todos los diferentes entre sí.
|
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1.2.
Comprensión del inconsciente y de las emociones
de tipo lacaniano
De
modo también conciso. Es obvio que un pueblo
reunido por demandas cuya síntesis es inseparable
de lazos emocionales, tenga que disponer de una
concepción del inconsciente colectivo y del
mundo emocional humano. Sin esto, ¿cómo
podría el liderazgo interpretar adecuadamente
la pluralidad de demandas (con su carga afectiva)
y vincularlas? ¿Cómo podría
el pueblo reconocerse en un espejo ideológico,
si éste no tuviese un componente "psico-político"?
El primer elemento, el populismo, hace necesario
al segundo.
Ha
de ser esta teoría del psiquismo congruente
(al menos) con los dos postulados mencionados del
populismo (que hemos seleccionado como centrales).
Por eso, el freudismo de sesgo lacaniano ha triunfado.
Destaquemos de la teoría de Lacan dos elementos
que la hacen congruente en este contexto. |
a)
Flujos de sentido o deseo
De acuerdo con Lacan,
el psiquismo posee la forma de una estructura
(tiene un origen estructuralista del que
no puede prescindir). Es una estructura
porque posee elementos fijos, supraculturales
y suprahistóricos, aunque sus contenidos
cambien cultural e históricamente
(lo Real, lo Simbólico, lo Imaginario).
Pero no nos metamos tan a fondo, que perderíamos
el hilo. La estructura... ¿qué
contiene? Contiene "significantes".
Un significante, en el estructuralismo,
es el portador de un sentido. Por ejemplo,
un cuadro es un significante que porta
el sentido (artístico, en este
caso), o una palabra es un significante
(que porta un sentido (lingüístico,
en este caso). Los significantes del psiquismo,
en el mundo lacaniano, y para simplificar,
portan deseos (hay una diferencia entre
"deseo" y "goce",
pero introducirnos en esto nos desviaría
de la cuestión central aquí).
El
deseo es un flujo. ¿En qué
sentido? Veamos, vamos al estructuralismo
en general. Vaya usted a un diccionario
de español. El diccionario entero
es la estructura, metafóricamente
hablando. Cada palabra es un significante.
Busque el significado de una palabra y
verá que tal significado lo conduce
a otras palabras; estas otras palabras
lo conducirán, en su significación,
a otras y éstas a otras y así
sucesivamente. El significado, pues, no
está "quieto", por decirlo
así. Difiere respecto a sí
mismo, es decir, es el estar lanzado
o diferido de un signo a otro. "Flujo"
quizás no sea el término
más preciso en el lenguaje de Lacan,
pero nos puede servir para entender esto.
Tal y como en el caso del diccionario
del ejemplo, el deseo no es algo "fijo"
y "eterno", sino que fluye en
la estructura.
b) La "falta"
como receptora y organizadora de los flujos
de deseo
Pero
¿qué pasa con la estructura
entera? Una paradoja. La estructura, ella
misma, no es un "significante".
¿Dónde está entonces,
si lo que constituye al psiquismo es,
estrictamente hablando, un conjunto de
significantes? La estructura está
"presente" en cuanto "ausente".
Quiere decir que, como no es un significante,
está, existe -claro-, pero no en
la forma de signficante: está como
el todo que no puede "ser visto",
"ser objetivado". Pero está.
Está como un fondo. Y ese fondo
no es "trascendente", fuera
de las relaciones entre significantes.
Es inmanente (sólo puede estar en tales relaciones). Está,
entonces, presente en todas las relaciones
de deseo, pero no está como algo
concreto, sino como un todo que se sustrae
en cada una de sus presentaciones. A esto
le llama Lacan "falta". La falta
es, utilizando de nuevo la metáfora,
la riada (invisible) a la que van a dar
todos las relaciones de deseo como regueros.
Paradójicamente, los recoge y es
la que los sostiene en su relación.
|
|
Hasta
ahora los elementos mencionados encajan, ¿verdad?
Hay una analogía entre las "demandas"
en el populismo y los "deseos" en el
psiquismo lacaniano. Y hay una fuerte analogía
entre el "líder" populista y
la "falta" del inconsciente en este
esquema, el lacaniano. Vamos al tercer ingrediente
de la tríada.
|
1.3.
Marxismo gramsciano
De
modo también conciso. El marxismo no tiene
un cuerpo doctrinal saturado. Significa esto que
afirmar "soy marxista" implica prácticamente
no decir nada. Y eso porque el marxismo es muy rico
en sus variantes. Están, al menos, el marxismo
clásico (Marx y Engels), el marxismo heterodoxo
(Karl Korsch, G. Lukács) -en el que se basó
la Escula de Frankfurt, transformándolo y
rebasándolo- el marxismo leninista, el estalinista,
el marxismo estructuralista (Althusser), el marxismo
actual de Toni Negri (que asume gran parte de los
postulados postestructuralistas, de Foucault y Deleuze,
fundamentalmente)... Está también
el marxismo de Gramsci. Este es el que ha triunfado
en la ideología de Podemos. ¿Por qué?
Porque es congruente con los dos elementos anteriores: |
a)
Introducción del elemento "cultural"
en la noción de "clase social"
Para el marxismo clásico
una "clase social" tiene (a) un
lugar en las relaciones de producción
y (b) una "ideología".
La ideología es el conjunto de valores,
ideas, convicciones, etc. que rigen la concepción
de las cosas. La ideología, para
el marxismo clásico, NO pertenece
a la "infraestructura". La infraestructura
es lo que mueve a una sociedad desde la
profundidad y se compone de dos elementos:
(a) los "medios de producción"
(unos más artesanales y aislados
en la edad feudal, por ejemplo, otros ya
plenamente industriales y comerciales en
el capitalismo) y (b) las "relaciones
de producción", que son las
relaciones sociales que vienen "determinadas"
por los "medios de producción".
En su totalidad, la "infraestructura"
genera una "superestructura" en
superficie, que es la ideología.
Cambia la infraestructura, cambia la superestructura.
Pues
bien, Gramsci, entre otras cosas, introduce
un cambio. Se puede comprender -a mi juicio-
ajustadamente, si decimos que introduce
parte o gran parte de la ideología
(que antes era supra-estructural) en la
"infraestructura". Quiere decir
esto que lo que mueve, desde la profundidad,
a una sociedad no son sólo sus "medios
de producción" y las "relaciones
sociales de producción", sino
también la mayoría de los
elementos "ideológicos".
Lo ideológico no es simple expresión
(pasiva) de la infraestructura, sino que
forja rumbos y transforma las cosas (es
activa). Por ejemplo, el poder, la clase
dominante, emplea medios de comunicación
para verter ideología. De este modo,
hace de la ideología un factor de
cambio invisible. Esto es, hablando en general,
la "cultura" en términos
gramscianos.
Pues
bien, la cultura, que es activa, tiene entonces
que ser tomada muy en cuenta como elemento
de transformación. Y la cultura posee
en su interior una multiplicidad diferencial.
Hay que extraer de ella lo "transversal"
que une.
b)
Soberanía como "hegemonía"
política y cultural
De
este primer elemento se deriva otro importante.
Para el marxismo clásico, la clase
oprimida ha de tomar el poder, en cuanto
tal clase. Ahora se añade que, para
tomar el poder, el liderazgo del partido
ha de recoger también (y fundamentalmente)
lo "cultural-ideológico",
hacerse "receptor" suyo y, dado
esto por supuesto, elevarlo al poder. De
ese modo una comprensión de las cosas
se hace "hegemónica".
Es obvio que estos dos elementos destacados
del marxismo gramsciano encajan con los
anteriores dos elementos. Es congruente
con ellos.
|
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Encaje
de los tres "ingredientes"
No
pretendo aquí -insisto- enjuiciar, sino analizar.
No enjuicio, pues, ninguno de estos tres elementos.
Me limito a analizar la relación entre ellos.
Porque en la relación dejan de ser "tal
cual" y son en virtud de la relación
misma.
El
elemento populista se cruza con el marxista lacaniano.
Las "demandas" han de ser recogidas por
un receptor, el elemento de liderazgo. Este elemento
de liderazgo ha de funcionar como funciona la "falta"
en Lacan. Ha de estar presente en cuanto ausente.
Ha de representar y organizar a la totalidad de
demandas en sus relaciones, pero él mismo
no puede ser un elemento de esas relaciones. Tiene
que "sustraerse", invisibilizarse, actuar
sólo como receptor que organiza demandas,
estar en todos los lugares y en ninguno.
Estos
elementos, populista y lacaniano, se cruzan, a su
vez, con el marxista-gramsciano. Las demandas que
organiza el liderazgo han de ser no sólo
afectivas, lo cual ya está en el populismo,
claro, pero ahora toma un color determinado. La
ideología unida a las demandas tiene que
ser considerada como "cultural". Las demandas,
se entiende, son plexos mixtos: cultural-emocionales.
Y ahora, la función receptiva del liderazgo
debe hacerse muy activa: ha de elevar el "flujo
de deseos / mundos micrológicos culturales
/ demandas" a "hegemonía política".
Ha de entrar en escena política enérgicamente,
es decir, tomando el poder (acuérdense ustedes
de esa frase tan repetida en Podemos: "hay
que tomar el cielo por asalto").
En
general, los tres elementos se influyen recíprocamente
y se refuerzan, dan cada uno de ellos un sello especial
a los otros. El elemento gramsciano implica que
la toma de poder utilice la ideología: si
se toma el poder, es necesario que la cultura subyugada
se haga valer, luego hay que expandirla en medios
de comunicación y como sea. Para eso ya le
da el elemento populista una herramienta clave:
las pasiones; hay que "tocar fibra" en
el corazón de la gente si la "cultura
hegemónica" debe abrirse paso. El elemento
lacaniano juega entonces su papel fundamental. Es
el que responde a las preguntas: ¿cómo
se hace esto, cómo se apela a las pasiones?
Porque no se va a apelar así como así,
hay que tener una teoría del psiquismo colectivo,
de cómo funciona. Hay que decirle al pueblo
qué es puramente imaginario, cuál
es el lugar de la "falta" en la que convergen
los deseos, etc... |
2.
Procesos de autofagia en Podemos
Hemos
dicho que queríamos analizar el proceso auto-fagico
del devenir de Podemos. Y que un proceso de autofagia
es inmanente, que es un curso de acción (creativo,
hay que añadir, y auto-organizado, auto-generador)
que, en su propio discurrir, se devora a sí
mismo (anula su potencia creadora, hay que añadir,
su potencia auto-organizativa, su potencia auto-generadora).
Insisto
en que esto no pretende ser un socavamiento total
de Podemos, una impugnación global de su
"espíritu" o algo así, que
están los ánimos muy inquietos y se
puede confundir la cosa. Quiero sólo ofrecer
mi opinión sobre un movimiento que comenzó
ilusionándome y que, hay que decirlo, me
ha defraudado profundamente. Pero no quiero quedarme
con el naufragio, con el estar defraudado y nada
más. Quiero "intentar comprenderme"
y, con ello "intentar comprender qué
demonios le ha pasado a Podemos".
Ofreceré
tres formas de autofagia tal y como las interpreto. |
a)
Autofagia del liderazgo. Liderazgo "pasivo" versus liderazgo "activo"
Por un lado, merced
sobre todo a los elementos populista y lacaniano,
el liderazgo ha de ser "pasivo".
No quiere decir esto que "no haga nada".
Quiere decir que su esencial cometido es
el de recoger demandas afectivas y representarlas,
ya está. Esto implica una concepción
"carencial" de la soberanía.
La soberanía no tiene, ella misma,
una "dirección ideológica
determinada y precisa": su dirección
ideológica no puede consistir en
"producir, desde ella misma, una ideología".
Ha de carecer de ideología "determinante"
y limitarse a ser "receptáculo"
que luego lleva lo recibido y lo defiende.
Punto.
Por
otro lado, el elemento gramsciano pide un
liderazgo fuerte, muy activo (y, de ese
modo, gerador de una soberanía no
meramente "carencial"). Pues ha
de hacer hegemónica, ni más
ni menos, a toda una "forma de cultura"
a través de todos los medios a su
alcance, salvo los violentos.
Como
los dos elementos van juntos, de la mano,
forman una contradicción. Al principio
encajan, pero conforme va avanzando el tiempo
va saliendo a flote la aporía interna.
En el devenir del tiempo, estos elementos
se hacen ya claramente visibles y se enfrentan
entre sí. Al enfrentarse, ya no funcionan
como aliados (como al principio), sino como
enemigos. Ergo un proceso auto-organizado
y auto-creativo se devora a sí mismo
y acaba auto-destruyéndose desde
dentro.
Esto
puede ser comprobado en las luchas en torno
a si la opción Iglesias o la opción
Errejón. El problema está
en que ninguna de las opciones, a mi juicio,
tiene futuro. Venza la que venza, la contradicción
está a la base de la tríada
ideológica de Podemos (y lacanianamente,
podría decirse, en el inconsciente).
La que venza será tachada, a la larga,
de altanera, de "activa" por la
dimensión "pasiva-receptora".
En
particular, este proceso autofágico
afecta al "pueblo" de una manera
auto-destructiva. El pueblo, por el elemento
"activo", quiere un líder
fuerte y que haga cosas. El pueblo, por
el elemento "pasivo" quiere un
líder que se limite a escuchar las
demandas y a defenderlas. Es decir, el pueblo
quiere y no quiere, al mismo tiempo, un
líder. Porque es imposible que un
líder, llegado al Parlamento, sea
simplemente pasivo. Se encuentra con problemas
más generales y tiene que tomar decisiones.
Y porque es imposible que un líder
sea simplemente activo; tiene que no dejarse
tentar por la desvinculación respecto
a las bases, tiene que seguir escuchando.
En tales circunstancias, salga quien salga
en el partido como líder (uno más
escorado a la dimensión pasiva, otro
más escorado a la activa), será
objeto de un "quiero y no quiero al
mismo tiempo".
b)
Autofagia de la demanda. Inclusión
de demandas versus exclusión
de demandas
Por
un lado, la tríada ideológica
de Podemos que se ha descrito está
comprometida, por su propio sentido interno,
a hacerse cargo de todas las demandas.
Por
otro lado, esto es imposible. No hay "transversalidad"
universal, como no hay una "razón
universal que gobierne todo". Lo que
hay en la esfera social es una multitud
de diferencias irreductibles, en último
término, a una generalización.
¿Qué pasa si yo mismo, tengo
una "demanda" que no encaja con
la generalizable? ¿Es que no soy
yo "pueblo"?
Siempre,
por tanto, la inclusión de demandas
implicará exclusión de demandas.
La única salida que le queda a esta
aporía es, entonces, realizar una
"transversalidad" muy pero que
muy genérica y dúctil, tan
genérica que tendría que reducirse
a tres o cuatro tópicos (a la larga).
Y aun así, sería una transversalidad
que se impone como LA Transversalidad. ¿Y
qué pasa con eso? Pues que lo transversalmente
reunido pierde su "singularidad":
es "subsumido" bajo una regla,
como un "caso", y su "singularidad"
queda injustamente eliminada.
Se
quiere, según ello, hacerse cargo
del "pueblo". Pero, al realizar
una transversalidad tan genérica
se convierte al pueblo en algo que ha perdido
sus relieves y sus singularidades, es decir,
se lo convierte en una masa. Así
que el grupo líder se encuentra,
de raíz, en una aporía: "quiere
y no quiere al mismo tiempo" algo así
como "pueblo" (en vez de masa).
Y, por su parte, el pueblo se encuentra,
de raíz, en una aporía: "se
quiere a sí mismo y no se quiere
a sí mismo como pueblo (en vez de
masa)".
Ergo
un proceso autogenerador y autocreativo,
con el tiempo va devorándose. Al
principio de la crisis es muy fácil
reunir demandas. Todo el mundo está
impactado, todos estamos afectados por los
mismos golpes, repentinos y brutales, por
parte del Estado y todos vemos con ilusión
que nos veamos "juntos" (después
de tantos años "sin mirarnos
a la cara". Justificada así
la ilusión. Y si algún extranjero
no lo entiende es porque no ha estado aquí.
Ahora bien, conforme va avanzando el tiempo
ese "juntos" descubre su negatividad
inherente e ineludible, es decir, que para
ser "juntos" tienen que perder
su "singularidad", sometiéndose
a una transversalidad tan genérica
que allana y convierte en masa a todo lo
que toma en sí (a largo plazo).
c)
Autofagia de la cultura. Cultura versus ideología
Por
un lado, al introducirlo en la infraestructura,
lo ideológico se convierte en "cultura",
que ha de ser defendida y llevada a lugar
hegemónico.
Por
otro lado, la "cultura", así
entendida, sigue siendo reducida a "ideología"
¿Por qué? Porque no se trata
de tomar por "cultura" cualquier
cosa, sino precisamente la forma de ver
el mundo de aquellos que presentan demandas,
que son los que realmente constituyen al
"pueblo vivo" y "presente".
Una "demanda" social, en una crisis
política y económica, siempre
será una demanda muy cargada ideológicamente.
Lo que se demanda, por ejemplo, no es "¡que
no haya más recortes!". Eso
está interpretado: ¿Cómo
se hace para que no haya más recortes?
Al final habrá que repartir presupuesto,
¿no? Habrá que llegar a especificar,
no sólo lo que se pretende, sino
el "cómo" se hace lo que
se pretende. Y ahí lo presuntamente
cultural resulta que se desvela ideológico,
pues depende de qué visión
se tenga del Estado, de sus funciones, de
si se quiere un estado de bienestar así
o de otra manera, de cómo ha de funcionar
la economía... mil cosas más
de este tipo.
Ergo
un proceso auto-generador y auto-creativo
encuentra una aporía en sí
que provoca su contra-generación
y su contra-autocreación. Se quieren
dos cosas contradictorias al mismo tiempo:
elevar la cultura, sobre la que se basa
el mundo de la vida de un pueblo, por un
lado, y limitarla ideológicamente,
por otro.
Más
claro. Una "cultura" no es una
"ideología". A lo sumo,
contiene "ideologías",
como el mar contiene corrientes marinas.
Pero contiene muchísimas cosas más:
valores morales o éticos, una visión
de lo que tomamos por "realidad",
un modus vivendi (forma de vida),
un modus operandi (modo de operar,
de actuar), concepciones acerca de cosas
como "progreso", "historia",
"tradición"...., tomas
de posición respecto a lo "importante"
(escala de valores, jerarquía de
valores), preguntas informulables que abren
el campo de juego de preguntas formulables,
etc. etc. ¡Un sinfín de elementos!
¿Y
qué pasa con la cultura así
concebida? Que es "indisponible".
A ella pertenecemos todos y cada uno. Pero
ella es cualitativamente mayor que la suma
de individualidades. Cada uno influye en
la cultura, cada uno es agente de la cultura.
Pero la cultura se mueve más allá
de la mera suma aritmética. Se mueve
como un todo de fuerzas, deseos, anhelos,
posiciones, valoraciones... entreverados
y auto-organizándose creativamente
más allá de cada voluntad
consciente individual. La cultura, dicho
de otro modo, no es un conjunto de "hechos"
(este hábito, descriptible así;
esta tradición, descriptible así)
objetivos que se suman. Una cultura es un
"acontecer". Su textura es la
del "acontecimiento": ocurre que
se mueve desde sí misma. Posee no
sólo autonomía (en
cuanto todo más allá de los
individuos) sino también heautonomía:
se auto-organiza desde sí.
Seguramente,
es a esta concepción de "cultura"
a la que apuntaba el 15M. Y seguramente
Podemos ha tomado "en espíritu"
ese tipo de cultura. Ahora bien, la degrada
en pura ideología y cae en aporía.
Por lo que he dicho -porque reduce cultura
a ideología- "quiere y no quiere"
arraigarse en la cultura. Autofagia.
|
|
Por
lo demás, este triángulo tiene su
forma de auto-inmunización.
En efecto, para ello cuenta
con un ingrediente fundamental del marxismo. El
marxismo clásico había dividido
la filosofía, y el pensamiento en general,
en dos grupos: (1) El acertado (que es el de la
filosofía o pensamiento marxista); (2)
El resto de filosofías o tipos de pensamiento,
que son desacertados y sumisos respecto al poder,
"burgueses". Así que ante un
marxista completamente puro y ortodoxo es imposible
discutir: si lo que dices va en contra, entonces
no vale a priori, eres un "burgués"
y, sin darte cuenta, estás apoyando al
poder establecido. A esto lo llama K. Popper "ser
infalsable": no hay modo de encontrar un
caso en el que la teoría pudiera revelarse
como falsa.
Pero, en fin, el marxismo es un movimiento y van
cambiando algunos postulados. Eso cambió
mucho en el marxismo heterodoxo, por ejemplo.
Pero vayamos al asunto. En Gramsci hay un resto
todavía de esa escisión entre Verdad
y Falsedad. Se trata de la teoría del intelectual.
Hay, según ello, dos tipos de intelecutales.
Uno: el "intelectual orgánico";
este intelectual está comprometido con
el mundo social y colabora con el partido político.
Dos: todos los otros, que forman parte de lo que
llama "intelectual tradicional", supuestamente
un intelectual que no se vincula a ningún
partido político y que, por "ir a
su aire", se descompromete y es un burgués.
Seguramente el que escribe esto es, de acuerdo
con este principio, un burgués, un descomprometido
y un siervo del poder establecido. Que uno no
está de acuerdo en tal cosa, pues se te
dice que eres un intelectual tradicional y ya
estás fuera de juego a priori.
Eso, que conste, no me ha pasado con toda la gente
de Podemos, porque hay en ellos una tendencia
al "sentido común", pero también
ha habido muchas ocasiones en las que, por opinar
de forma diferente, algunos militantes de Podemos
han venido a decir simplemente que soy un tipo
de intelectual destinado a desaparecer. Este principio
es un dogma al que no se le presta la suficiente
atención y que funciona ciegamente, asumido
sin reflexión.
|
3.
Propuesta en positivo para Podemos
¿Qué
tendría que hacer Podemos ante esta autofagia?
¿Desaparecer? ¡No necesariamente! ¿Por
qué? Estamos en democracia, tenemos libertad
para pensar y se pueden transformar las cosas. Se
trata de que transforme sus supuestos y cómo
los ha relacionado en esa tríada autofágica
que hemos comentado.
1.
Mi propuesta fundamental, pues, para Podemos es
que se haga consciente de este proceso autófago.
2.
Que reconsidere, en función de esta comprensión
de su proceso autófago, tanto los elementos
que introduce en esa tríada de su ideología,
como la relación entre ellos.
3. Que elimine esa teoría del intelectual
(tradicional versus orgánico) y
se atreva a escuchar a cualquier crítico,
sea así o sea asá. Y que lo escuche,
no como quien escucha moscas a su alrededor, sino
con la firme intención de pensar bien lo
que se le dice y cambiar si lo que se le dice tiene
visos de claridad y racionalidad.
4.
Personalmente (muy personalmente) yo eliminaría
varias cosas y pondría otras. Eliminaría,
al menos, lo siguiente.
Eliminaría el elemento "populista",
porque tuvo su sentido en el inicio de los movimientos
de protesta, pero luego corre el riesgo de provocar
lo contrario de lo que quiere. O bien, afinaría
mucho el populismo, de forma, no sé cómo,
que se protegiese de los peligros (aporías)
que contiene y he descrito.
Eliminaría elementos gramscianos. El marxismo
es un movimiento, no una escuela. Se puede eliminar
ese elemento de "hegemonía cultural",
que es engañoso. Porque si se va a quitar
a una forma de poder que transmite "ideología"
por los medios de comunicación y otros a
su alcance por otra forma de gobierno que necesita
propaganda para su propia ideología... apañados
vamos. Se puede recurrir a otros pensadores del
marxismo, que hay muchos. En particular, Lukács
me cae mejor. Ese marxismo heterodoxo tenía
esta idea clave: lo "ideológico"
es aquello que se desarraiga del todo social y empieza
a funcionar, él solito, de forma autónoma.
Como, por ejemplo, que la autonomía de la
universidad se transforme de autonomía en
autarquía desarraigada de lo social. O que
mi actividad, sea la que sea, pierda la noción
de que forma parte de un mundo público y
se autonomice y le de igual todo. Es un ejemplo.
En general, aconsejaría tener en cuenta el
carácter flexible del marxismo, reinterpretarlo
creativamente sin ceñirse a un modelo dado,
incrustarle nuevos elementos. Y ello de tal modo
que, si es necesario, el marxismo se cruce con otras
filosofías, que la izquierda no tiene por
qué estar exclusivamente interpretada por
el marxismo.
Exigiría al mundo lacaniano que saliese de
su conservadurismo. Lacán fue, quizás,
genial interpretando y expandiendo al freudismo,
pero no fue un dios, como lo tienen algunos. En
particular, Lacán no ofrece una teoría
del inconsciente colectivo. Ofrece una teoría
del inconsciente del individuo y lo hace colectivo
sólo bajo el supuesto de que se repite de
forma idéntica (sus elementos y modos generales
de funcionar) en todos los individuos. No tiene
en cuenta que una cultura es mayor que la suma de
los individuos y, por eso, su concepción
del psiquismo no vale para la cultura en su globlalidad.
Pero ese escollo lo pueden salvar los pensadores
de esa misma línea, convirtiéndose
en creadores de una nueva forma de considerar al
psiquismo y dejando de ser meros escolásticos.
No es necesario que maten a Lacan como fuente doctrinal
maleable y trascendible, pero sí que "maten
al padre".
5.
Pondría, fundamentalmente, una cosa: una
noción de cultura de verdad, amplia y profunda.
Cultura como lo he descrito y, por tanto, como nervadura
no construible, no domeñable, no susceptible
de dirección desde un "general"
(y ni siquiera por el pueblo, porque el pueblo pertenece
a la cultura y no al revés). Cultura como
acontecimiento indisponible que hay que cuidar para
que sus procesos auto-generativos y auto-creativos
no sean determinados "desde fuera" de
ella, a golpe de comando, sino desde sí misma.
Cultura como Physis o natura naturans (sabiendo que es como una "segunda naturaleza"),
siempre viva, siempre "salvaje" (no domesticable),
siempre manantial de creación y de auto-renovación
alteradora de los pueblos.
Con
esa concepción de "cultura", por
lo demás, va de suyo que los problemas políticos
hoy ya no pueden limitarse a los "caseros"
(este, "mi recorte"; esta, "mi"
falta de representación democrática).
Esos problemas son de necesaria atención.
Pero la "cultura", así comprendida,
apela a una Gran Política, encaminada
a auscultar y transformar el espíritu entero
de nuestra civilización occidental, que es
la que manda en el fondo en todas partes y la que
determina lo que un gobierno preciso del país
tal o cual pueda o no hacer.
Al
menos, eso interpreté yo como anhelo en el
brillo de los jóvenes que se reunieron, como
en ágora, en las plazas de tantas ciudades
españolas, en aquel momento de posición
interrogante, de pensamiento en estado naciente,
de esperanza en una humanidad (entera) diferente.
[1] "Autofagia".
He llamado así (en El ocaso de Occidente,
Barcelona, Herder, 2015) al agente patógeno
fundamental de nuestra cultura (como modo de ser
y visión del mundo) de nuestra civilización
occidental en el presente. La cultura se genera
a sí misma, es auto-poiética, auto-organización
creativa y tendente a la expansión en riqueza
y potencia. Una génesis autógafa es
aquella en la que, en su dinamismo inmanente, devora
paradójicamente sus potencias. Tal es el
significado. Esta no es producida por anomalías
respecto a un estado supuesto de salud o normalidad.
La enfermedad es el proceso aporético por
el cual la vida, por mor de su propio movimiento,
desfallece y se vuelve contra sí misma. Es
autófaga y no autoinmune, pues no tiene su
causa en la revuelta de sus defensas contra sí
misma (la cultura no tiene un exterior y no se defiende
de ningún agente patógeno), como algunos
hoy sostienen. Su causa reside en una vuelta contra-genética
de sus propias fuerzas dinamizadoras. Siendo la
génesis autófaga el agente de la enfermedad
occidental, da lugar a multitud de patologías
de civilización en superficie, es decir,
a procesos, también autófagos, por
los cuales la comunidad occidental, en su dimensión
socio-política y considerada de modo supra-individual
(como un conjunto mayor que la suma de sus partes),
ciega su crecimiento cualitativo en el mismo acto
en que lo propulsa. La enfermedad de Occidente,
así considerada, tiene como condición
su crisis, que comprendemos como agenesia, incapacidad
para engendrar o crear. Más información,
si lo desea, querido lector, aquí
|
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Nuestra
inconfesable hipocresía. A propósito del
fenómeno "Trump" |
03-02-2017 |
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D. Trump
nos lo tenemos merecido y no nos vendrá mal,
lo sigo manteniendo.
Para los desheredados de la tierra no será algo
novedoso, nada que cause estupor, pues ellos están
ya demasiado acostumbrados a la errancia, al hambre,
a la contemplación de la muerte o a la muerte
en vida; en sus tristes vidas, si se puede hablar de
"vida" para ellos, ni siquiera tendrán
tiempo para echarle cuentas; en el fondo saben que se
trata de un golpecito más o de la continuación
de la catástrofe por otros medios.
Para los que vivimos en ese fenómeno global al
que he llamado "ficcionalización del mundo"
[1] espero, sin embargo, que sea un golpe mortal. Porque
hay una inercia ciega que nos con-voca al autoengaño:
creemos ser libres y críticos mientras apretamos
el teclado o elevamos un sentimiento pasajero a la ilusión
de que mora en nosotros. La ficcionalización
del mundo es la forma cobarde en la que vivimos, al
menos desde comenzado este siglo, los que no somos golpeados
directamente por las maldades políticas, económicas
o culturales, sino sólo rozados por ella: es
el mantener un litigio contra el mundo infame, pero
sólo e inadvertidamente de forma ficcional. Es
como cuando uno se toma una copa por la noche, se fuma
un cigarrillo mirando a las estrellas y piensa en lo
mal que está el mundo. Ahí está
siendo un héroe, pero de pacotilla, porque esa
situación ha sido llamada a ocultar la falta
de arrojo para un litigio real y verdadero: es un litigio
saboreado, anticipado, imaginado.
Trump es una bendición porque extraerá
de nosotros lo mejor: nuestras mentiras inconfesables
y nuestra taimada hipocresía. Nos parecemos a
él más que él al diablo. Hablamos
sin reparo de cualquier cosa, con tan gran elocuencia
(esta misma, tan hipócrita como la presente del
que escribe) y tan gran "pasión" que
pareciera real. Y, sin embargo, todavía queda
mucho siglo para que nuestros nietos se sonrojen al
recordarnos. Trump, en el fondo, es la perfecta contra-imagen
que necesitamos para hacernos creer, en la era de la
ficcionalización del mundo, que somos algo distinto.
Al repudiar sus actos y sus ideas justificamos nuestras
impotencias y nuestras cobardías; ya tenemos,
con ello, un enemigo para re-encontrarnos con nosotros,
cada uno consigo mismo (como si fuera un ser genuino)
y cada uno con los demás (como si se pudiese
esperar de este momento histórico, así
como así, que alguien sea un "otro",
un diferente y un hermano).
Trump es un chivo expiatorio de nuestra falta de fe
en la humanidad. Cada día matamos a la humanidad
(yo mismo, ahora, aquí, en este teclado, con
estos vinos). La matamos convirtiéndola en una
cosa "de la que hablar", convirtiéndola
en un "objeto de segundo orden", en un referente
de un metalenguaje lejano y ajeno a todo lo que duele
de veras. Vivimos en esa meta-vida, por la que ya, a
golpe de desarraigo, no estamos en el mundo, sino pensando
o experimentando fantasmagóricamente que lo estamos.
Matamos a la humanidad cada vez que hablamos en su nombre,
pues todos hoy queremos ser un Aquiles, que combate
por algo noble. Pero entre el héroe de la Iliada
y nosotros existe un abismo. Aquiles no luchaba por
su inmortalidad de ser humano concreto y pequeño,
como nosotros. Luchaba por la inmortalidad de aquello
que él consideraba arquetipo de excelencia, lo
"aquileo" (¡Extraño lenguaje,
¿eh?!), un infinito por encima de su cabeza,
a mil metros sobre ella, un imponderable modo de medida
ante el cual él era sólo un aspirante
en ciernes. Y si mató a Héctor con orgullo,
fue porque se sintió presa de la ira. Más
honor experimentó cuando, ya sereno, devolvió
el cadáver a Príamo, el padre del que
cayó a tierra por un mandoble de su espada, arropando
al cuerpo desnudo del príncipe de Troya con una
frazada mientras, sobre ella, no podía contener
la caída de unas lágrimas. Decía
en silencio ante el cadáver de Héctor:
"pronto nos veremos, amigo". "Amigo",
"amistad", es decir, "filía",
es decir, hermandad. Y hermandad, en ese sentido, lo
es también con el contrario, es lealtad, sí,
incluso con el contrario, amor al enemigo por respeto
y elevación. La pérdida de ese sentido
del honor heroico, por cierto, como una clave de comprensión
de nuestro putrefacto presente, daría para todo
un tratado, pero dejémoslo ahora sólo
insinuado.
¿Qué somos nosotros, tan críticos
y tan ufanos en nuestro supuesto "progreso"?
Somos los que buscamos la inmortalidad también.
Pero no esa heroica, no la que tiene por modelo el arquetipo
que podríamos iluminar, sino esa que tiene su
epicentro en el pequeño Ego, un Ego que nos exige
cada mes, cada día, cada minuto, su incontestable
soberanía. Ya no sabemos de litigios hermosos,
de los litigios de la "edad de los héroes",
por medio de los cuales lo que se ponía en juego
estaba por encima de la propia vida personal y minúscula,
de esa vida que acabará muy pronto en cada uno,
antes de que nos demos cuenta.
A Trump se lo toma como al Behemot más
novedoso, el que actualiza a esa bestia bíblica
que, en el Libro de Job, es asociado con el diablo.
Y frente a él pronunciamos sagradamente el Katejón,
eso que, en griego, vendría a significar algo
así como "lo que detiene a la bestia",
al Behemot, y que, tanto en S. Pablo como en C. Schmitt,
socorre al mundo salvándolo del caos ¡Qué
ingenuidad, qué cosa más liviana y ensoñadoramente
ficcional! Pues, por decirlo de un modo directo y sin
rodeos, Trump es nuestra viva imagen.
¿Qué?¿No?
¿Qué hace él? Defiende sólo
el mero "sobrevivir" como meta humana: el
comer, el dormir, el fornicar. No tiene más largo
alcance en sus miras. ¿Y nosotros, qué
estamos haciendo desde hace años, desde que comenzó
esta "crisis" (¡Supuestamente económica,
justito en el 2008!)? ¡Intentar salvar nuestra
pequeña y ridícula figura concreta, empírica,
mortal, efímera, la que lleva nuestro nombre
o nuestros apellidos! ¿Hemos pensado en algo
"aquíleo"? ¿En algo "hector-iano"?
No me lo creo. Y en mí mismo, ni de coña.
Desde que comenzó a temblar nuestro cómodo
estado de bienestar, hemos querido salvar lo doméstico,
sólo eso: lo que directamente nos afecta, como
si eso fuera motivo para una guerra noble con el mundo.
Lo hemos llamado sucesivamente "recortes";
luego "falta de representación democrática";
luego "corrupción", luego.... ¿Y
son cosas -dirá usted- que no merecen una réplica
y una crítica, hasta movilizaciones multitudinarias?
¡Pues claro, hombre, sí! Son problemas
tan reales como que nos bajan el sueldo, oiga, o que
nos ponen más difícil las colas cuando
vamos al médico! ¿Pero hay algo más,
hemos luchado por algo más? No, no hombre, no.
No y no. No hemos pensado en lo que trasciende nuestro
mundo diminuto, no nos ha afectado desde la lejanía
ese universal concreto que puede ser Europa, Occidente
y, al final, la humanidad en cuanto tal. A eso no le
hemos echado ni huevos ni ovarios.
La crisis que nos afecta no es sólo económica
o política, es de civilización, es cultural,
es de fondo. Tiene que ver con nuestro posicionamiento
en el mundo, con el modo en que concebimos lo que nos
rodea y lo interpretamos. Todo eso había sido
ya anunciado por los grandes pensadores del siglo XX
y algunos también lo habíamos, humildemente,
rescatado de esos, a cuyos hombros, que son de gigantes,
caminamos. Y ahora, cuando los tambores parece que se
escuchan en la bruma -¡sólo ahora!- nos
ponemos sublimes. Decimos ya con desparpajo y a boca
llena: esto es "global", esto es "malestar
en la cultura", esto es "la hostia....."
¡A buena hora, señoras y señores!
¡A buena hora!
Pero lo más triste es que ni ahora, ni mañana,
ni pasado mañana, esta nueva especie de "sensibilidad
trans-personal, ubicua, como hermanada en la hoguera
cosmopolita, "es". No acontece. La representamos
en el teatro de lo que nos contamos y de lo que nos
in-formamos. No acontece: nos la representamos. Ella
misma, la reciente y retrasada sensibilidad hacia un
problema que es civilizacional y de cultura global (como
modo de ser), cae estrepitosamente en la ficcionalización
del mundo: nos sirve para calmar nuestro vacío;
forma parte de nuestro síndrome de Moloch [2].
¿Qué hacen los intelectuales de este momento,
por ejemplo? Digámoslo a las claras: ¡buscar
un lugar personal para la gloria, no uno que esté
por encima de sus cabezas y a las que guarden verdadera
humildad y cortesía! ¡Esos pensadores ya
escasean! Y más en el ámbito de nuestra
tierra española. Pues estamos mostrando, una
vez más en nuestra historia (en la que ha habido,
sin embargo, momentos de grandeza y elevación),
que somos incapaces para alegrarnos con las alegrías
de los otros, que somos incapaces de reconocer al otro
y discutir en buena lid con él. Nuestras inveteradas
pasiones autodestructivas -la envidia, el individualismo
y la vanidad- reinan a su gusto en nuestra propia tierra
e impiden generar una red de pensamiento hispano propio,
rico, honesto (un tema que necesitaría toda una
reflexión y que, por eso, es mejor que dejemos
ahora sólo mencionado).
¿Qué hace el así llamado "pueblo"?
¡Bramar como un animal herido! ¿Habla más
allá de los egos aislados? ¿Es como una
sinfonía, en la que cada instrumento sirve a
la composición mayor de la que forma parte? ¡Vamos,
no seamos ilusos! ¡No! No hay "pueblo",
no lo hay, a ver si ya lo entendemos de una maldita
vez.
¿Qué hacen los "artistas", los
"nuevos poetas", los "dioses de la belleza?
¡Aprovechar que tienen una tormenta frente a ellos
y, situándose en el amparado muelle, intentar
pintarla y conservarla en el museo de su fuero interno,
al que creen puro y a resguardo del exterior!
¿Qué hacen esos técnicos de lo
"mejor"? Especialistas en calidad, Coaching
en construir lo que no es construible, opinólogos
de todo tipo.... ¿Qué hacen? ¡Empezar
la casa por el tejado, olvidar los cimientos, creer
que cualquier cosa se puede "construir" desde
lo alto, como si se pudiese construir un acontecimiento!
¿Qué hacen los "sabios" hispanos
por el Sur? ¡Luchar por su escuálido reconocimiento,
el de su pequeño Yo, el que quiere ser citado,
nombrado, llevado de aquí y para allá
en las redes, señalado como "maestro",
indicado como "representante de organizaciones
de organizaciones" y siga usted. ¡Pobre Sur,
que no sabe recobrar su profundidad -inmensa, escondida
y callada, como el harpa en el solitario sótano-,
que no quiere elevarse a defender algo más elevado
que la mera y tediosa subsistencia!
¿Qué hacen los que callan con cierta serenidad
y pathos de distancia? ¡Creer que, en
esta época, tiene algún sentido "mostrar"
en vez de "decir", algo que tuvo, sí,
mucho sentido alguna vez! Buena fe tienen, esos sí.
Pero cómo sueñan, cómo se engañan
en esta época. Ellos mismos se delatan, cada
vez que muestran que no quieren hablar, pues así
dicen quiénes son y cómo deben ser aplaudidos:
como los que, en este teatro, merecen los honores de
los que callan sabiamente.
....
¿Quieren más ejemplos? El que escribe,
por supuesto, el primero de ellos (¿O es que
no tiene claro, también aplicado a sí
mismo, el que escribe esto lo que es "autofagia",
el germen patógeno por excelencia de nuestra
época? [3])
¿Qué ocurre? ¿Es que somos "malísimos",
"repugnantes"? ¿Es que sólo
nos mueve, realmente, el Ego, la insidia, el repugnante
afán de reconocimiento, el deseo inconfesable
de éxito y otras vilezas como esas? Mi hipótesis
es que no se trata exactamente de eso. Eso es sólo
la superficie. No es que seamos asquerosamente malísimos
o demoníacos. Es algo peor. Se trata de que,
hagamos lo que hagamos, por muy heroicamente que lo
deseemos, por muy elevado que lo sintamos.... todo eso...
¡Todo eso es engullido, en la trastienda, a nuestras
espaldas y sin pedir permiso, por un mundo que se ha
quedado huérfano del ser humano y que, sin él,
ya camina autónomo, a su aire, de acuerdo con
su propia lógica ciega! Lo constituido se rebela
y nos pone a sus pies, nos convierte en súbditos:
nos constituye "sin que nos demos cuenta".
¿Y qué se puede hacer ante esta contradicción
autofágica? ¡Ni la más remota idea
previa! Ahora bien, no habrá "idea"
de qué hacer si no se es franco consigo mismo
alguna vez. Y parece que va tocando ya. Parece que hay
que comenzar por ahí. Reconozcámoslo:
todo es, menos para los que realmente sufren y mueren,
puro sueño, un sueño que se sueña
soñando. Eso y nada más. No se tiene ni
la más remota idea de cómo salir de esta
encrucijada ¿Pero cómo se va a tener idea
de algo si no se parte de que nos hemos pegado una hostia
de la buena, si no se parte de que ya no estamos en
la "palabra", en los "actos", en
la verdadera "soledad"?
¡Y qué paradoja todo! Esto mismo que está
escrito, aquí y ahora, es también un calmante
para la impotencia y para el vacío!
¡Empujemos la visión de nuestra vileza
a su extremo. Saquémosla del armario. Veámosla
y démosle cuanta más claridad posible
nos sea necesario! ¡Caigan con ello lo que buena
y honrosamente hayamos podido acometer, que buen servició
hará para la causa! Sí, creo en lo de
Hölderlin: sólo donde está el máximo
peligro crece lo que salva.
¿Qué más da quien gane en esta
discusión o en la de mañana o en la de
pasado mañana? ¡Qué más da
si estamos judicializando la existencia por medio de
estrictos debates autonomizados de ella, de la existencia!
¿Es que no va a haber un momento, en esta soledad
de cada uno, en la que podamos decir "soledad inmensamente
poblada"? ¿Hay que empeñarse en llevar
razón, en tener la teoría más perfecta,
en situación como la presente? ¿En escribir
el artículo más guay? Que Beethoven
quisiese cambiar la música para siempre haciendo
lo más perfecto tenía su sentido en su
contexto. En el nuestro, no. En el nuestro hace falta
valor, más bien, para no quererse a sí
mismo. O para no quererse más que en lo que concierne
a la dignidad, nada más. Dignidad: lo que eleva
a un ser humano concreto al ser humano entero y eterno
que lleva dentro.
Abrazos, hipócritas hermanos.
«En el mundo abunda, sin duda, la muerte inocente.
El mal oculto destruye sin ser visto, hace cosas que
nadie oye. Ninguna autoridad del mundo llega siquiera
a tener noticias de él (de cómo un hombre
es torturado solitariamente hasta morir en la mazmorra
del castillo). Los hombres mueren como mártires
sin serlo cuando su martirio no es percibido ni será
conocido nunca por nadie. La tortura y destrucción
del débil acontecen diariamente sobre la faz
de la tierra. (...) ¿Dónde está
la culpa de la destrucción inocente? ¿Dónde
el poder que condena al inocente a la miseria? Allí
donde los hombres han despejado esta pregunta ha surgido
la idea de culpabilidad compartida. Todos los hombres
son solidarios. (...) [se experimenta que] yo soy culpable
del mal que ocurre en el mundo si no he hecho todo lo
posible, incluyendo el sacrificio de mi vida, para evitarlo;
soy culpable porque vivo y puedo seguir viviendo mientras
esto sucede. De ese modo abarca a todos la culpa compartida
de todo cuanto ocurre» Al mismo tiempo, el hombre
sabe que él no es el origen completo de ese sufrimiento.
En tal tesitura, carga, a pesar de todo, con la culpa:
«El hombre no puede eludir la culpa obrando recta
y verdaderamente. La propia culpa tiene cierto carácter
de inocencia. El hombre carga con ella, no la evita"
(K. Jaspers, "Lo
trágico")
[1] Si
alguien desea profundizar en este fenómeno, que
es crucial -a mi juicio- en esta época, me sentiría
honrado si echase un vistazo a lo que escribí
sobre ello, en horas bajas y hace ya bastantes años,
en un artículo académico al que quise
ponerle, no obstante, claridad para un lector cualquiera
[2] Moloch es una divinidad a la que varios pueblos
"primitivos" rendían homenaje en rituales
en los cuales se trataba siempre de llenar algo hueco
(frecuentemente, el tronco de un árbol). Que
estamos en una era del vacío y que buscamos con
todos nuestros afanes, en el fondo, llenar ese vacío
en vez de afrontarlo, lo he desarrollado con algo de
detalle, querido lector, en un artículo
[3] Disculpe el lector si me cito. Es que uno vive también
en la época de la ficcionalización del
mundo. En mi último libro, El ocaso de Occidente (Herder, Barcelona, 2015), he llamado (e intentado describir
con cierto detalle) la enfermedad de nuestra época
como "autofagia". La autofagia es el proceso
por el cual el dinamismo de nuestro subsuelo cultural
(como visión del mundo y forma de praxis) se
devora a sí mismo: se despliega y crece, precisa
y paradójicamente, replegándose y decreciendo.
|
|
Una
vez más, melancólicamente. Señor
Presidente, usted no es un hijodeputa; es simplemente
un necio |
26-12-2016 |
|
Comparto
ahora una nota que me ha recordado un amigo y que tenía
completamente olvidada. Es de septiembre de 2012. Tras
muchos años de abulia, un pueblo hablaba. Era
imposible no experimentar el entusiasmo, pues todo era
prometedor. Cuesta mucho volver la mirada a aquel ambiente desde la situación actual. Produce melancolía.
Pero tiene su sentido. Siendo románticos, podría
decirse que la memoria es un caudal, muchas veces detenido,
que puja por abrirse paso una y otra vez, para inspirar
al presente y soñarse a sí mismo en el
futuro. Siendo realistas, sirve para reflexionar sobre
una condición de todo lo humano: la siempre acechante
aporía ente la auto-constitución íntima
de un inicio y la mediación que éste ha
de sufrir inexorablemente a través de su objetivación
en el mundo. Nadie que haya aspirado a escribir escapa
a esa sensación de fracaso que acude justo cuando
la obra está realizada. Nadie que interprete
música de verdad podrá hurtarse a la misma
sensación de fracaso justo en el momento en que
pulsa la última nota. Pero he aquí la
cuestión: unas veces, las menos, es porque en
ese fracaso hierve aún el anhelo de aquello a
lo que quiere elevarse; otras, la mayoría de
las veces, porque lo anhelado ya no está y ya
no queda la posibilidad de medir la distancia entre
hecho e ideal. En este último caso, que es, desde
mi fuero interno, el actual en España y en Europa,
vuelve el vacío impropio, ese huero hueco que
es pura indiferencia y que no puede llenar nada.
Señor
Presidente de la Nación:
Con todos los respetos, tome usted estas palabras no
contra su persona, sino contra lo que usted representa,
es decir, contra aquello que usted mismo desconoce y
de lo que, sin embargo, sin saberlo, es rehén.
Algunos le han dicho ya que es un “hijodeputa”,
en términos que, si bien pertenecen a nuestro
lenguaje espontáneo, tienen su raíz en
una excesiva expresión del hartazgo bien padecido
respecto a su política. Usted asumió el
rumbo de este gobierno, por lo que le hablamos, no en
cuanto individuo (pues sabemos que desea lo mejor, como
desea todo ser humano, señor presidente), sino
en la medida en que ocupa usted ese extraño modo
de ser que concierne al que abandera a una nación.
Realizadas las presentaciones de protocolo, completamente
justas (se lo merece, señor), le decimos que,
más que un “hijodeputa” (palabras
por cuya precipitación le rogamos disculpas),
es, cómo decirlo…más precisamente,
un ignorante. Es usted un mediocre, un necio, un imbécil…en
definitiva, y para entendernos en nuestro rico lenguaje
cotidiano, un tonto.
Es usted tonto por creer que nos vamos a tragar ese
cuento de que “España va mal”. Su
pueblo trabaja, se esfuerza y suda, como el pueblo de
nuestros abuelos, aunque en otro mundo transformado.
Hemos conseguido, tras una guerra fraticida, cuya herida
ni los nazis sospecharían, por recordarle sólo
dos episodios entre muchos, una seguridad social que
acoge a todas las personas, sean de aquí o vengan
de allá. ¿Lo comprende? Sean españoles
o senegaleses, seres, por cierto, de cuya audacia en
el arte de sobrevivir deberíamos aprender. Hemos
conseguido, también, una enseñanza pública
sin restricciones, a saber, un espacio en el que tanto
el campesino más humilde como el primogénito
de una "gran familia" tienen cabida y cobijo,
como si hubiesen compartido azada y guadaña.
Y nadie preguntaba nada. Nadie, hasta que vino este
curioso episodio. Sólo contemplar el rostro,
eso exclusivamente, señor presidente, bastaba.
No es preciso continuar con los ejemplos, a menos que
caigamos en el estúpido victimismo. Basta esta
“cosa misma”, esta verdad sin fraude, presidente:
a usted le han dicho (otros ignorantes nórdicos,
prusianos sobre todo, a los cuales pedimos también
perdón por las nobles excepciones que haya) que
estamos endeudados. He ahí la cuestión.
Y es cierto. Ahora bien, usted sabe que el término
es ambiguo y laberíntico, como todo predicado
en nuestra lengua (pues no sólo se piensa en
alemán). Es cierto que este pueblo se ha endeudado,
pero ha sido, sustancialmente (más allá
del tópico, la cuestión del ladrillo y
este tipo de “bulerías”), porque
hemos invertido en humanidad por encima de juegos con
la billetera.
No, querido presidente (y disculpe nuestra irresponsable
precocidad en el juicio, pero estamos cansados), nosotros
no estamos endeudados. No, no estamos endeudados. Simplemente
hemos hecho lo de siempre, señor, vivir sin excesiva
precaución, sin dilatada procura por el futuro,
pues nos importa el presente y su intensidad invisible.
Quizás haya usted escuchado una taranta. Sí,
la taranta flamenca. Es trágica, pero si la escuchó
de verdad, llevará en su corazón la impronta
de un pueblo que sufre y que, al mismo tiempo, como
todo pueblo de cariz trágico, no quiere sucumbir
al sufrimiento. Pues se trata de una “catharsis”
(no sabemos si conoce el término y le rogamos
disculpas por utilizar una cultura tan arraigada): si
padre Juan, por ejemplo, ha muerto, no nos reclama el
llanto desnudo, sino el canto desgarrado junto al amigo,
para elevarnos sobre el abismo, hacia un cielo estrellado
al que, paradójicamente, no desearíamos
robar su secreto. Pues bien, a nosotros nos gustan más
estas cosas que el maldito "progreso".
Pero dejemos la poesía. Vayamos al grano, jefe.
Usted, señor presidente, en calidad -como decimos-
de cabeza de familia en esta hermandad en la que estamos,
nos defrauda, no precisamente por su maldad, sino por
su falta de altura e inteligencia en estos tiempos de
oscuridad. Hemos tenido que soportar que nos llamen
“indignados” desde un librito extranjero.
Como si no tuviéramos aquí vocabulario
más profundo. Agradecemos ese impulso foráneo.
Pero estamos obligados, por conciencia, a reclamar de
nuestra lengua el venero. No, no estamos indignados.
Estamos tristes. Afligidos. Tal y como ese loco, el
De la Triste Figura, lo estaba cabalgando a lomos de
un escuálido caballo, por la intemperie del llano.
Escuchen ustedes, señores nórdicos: a
esto le llamamos aquí “melancolía”:
una tristeza potente, una “ausencia” que
produce, por mágico contragolpe, la llamarada
del entusiasmo. No nos digan indignados. Eso es para
los racionalistas, que regulan todo y buscan siempre
pares de opuestos. Dignidad…Indignados….Que
no, que no nos concierne ese léxico. Estamos
más allá de lo digno y lo indigno. Ya
irán viendo cómo.
No nos confunda. En las protestas universitarias olvide
completamente nuestro error, que tan hondamente reconocemos,
miseria heredada de luchas que siempre acaban en el
bajo y despreciable problema del dinero que recibimos.
Porque pareciera que solicitamos provecho económico
y mantenimiento de nuestro estatus (y hay muchos “revolucionarios”
que en realidad sólo se sienten faltos de hacienda),
cuando sin percibirlo apenas (y verá usted que
alguna vez nos aclararemos sobre ello), en nuestras
venas corre un desprecio por el tipo de “saber”
que se nos impone desde lo más alto. Sí,
es cierto. Hemos vivido a desconcierto y ahora rogamos,
bajo la apariencia despreciable de revolucionarios,
nuestra paga y nuestro “Corte Inglés”.
No se confíe con eso. Sólo estamos al
principio, aprendiendo. Nos estorban algunos preocupados
por su bolsillo. Pronto verá que no nos importa
el sueldo, ni en peseta ni en euro, sino la grandeza
del saber, la infinitud del pensamiento.
No nos confunda. En las expresiones de eso que se ha
llamado 15 M hemos venido a caer desde una nevada cumbre,
blanqueada en las plazas, hacia una sombría discordia
interna dirigida por el deseo de reconocimiento, que
tanto anhelamos y tanto nos daña, pues nos cuesta
vivir por nosotros mismos. Es cierto. Pero es porque
vivimos solos desde hace mucho tiempo y nos enfrentamos
entre amigos por puro divertimento, deseando en el fondo
el contacto, el pulso y el encuentro. Si lo mancillamos
(en la calle o en la red), nos sentimos ahora humillados
por ello. Pues sabemos que nos une, más allá
del resentimiento, el susurro insistente de un desierto,
de una ausencia, de un “malestar en la cultura”
(¿comprende?)… No sabemos denominarlo.
Buscamos. Estamos en camino….y, aunque fallecemos
en las batallas, nos liga la esperanza de que venceremos
en la guerra. Y no es cosa doméstica la que allí
conversamos, aunque hayamos perdido (es cierto) el norte,
ocupados en tales asuntos precisos, de cifras y refriegas
contra políticos. Ahí ha sido fogueada
nuestra flaqueza.
Pero verá: algún día, tal vez no
muy lejano, logremos expresar que es cosa dirigida al
corazón de Europa, más allá de
sus dominios, señor presidente. A Europa, sí,
porque no nos ocultamos a nosotros mismos que usted
carece de poder así fuese un caballero. Sabemos
que el problema tiene su historia en la larga errancia
de este continente, que posee su fuerza inercial, capaz
de doblegar lo que usted piense y lo que la totalidad
de la Unión Europea dictamine.
Estamos ya curtidos en el sufrimiento como para creer
que un grupo de estadistas hace acopio del poder. Sabemos
de sobra que la intención consciente de ustedes
es sólo la sombra de una sombra de otra sombra:
conocemos cómo desfallece nuestra ilustre Europa,
sin requerirles a ustedes permiso, sobre la montura
de fuerzas ciegas que dejarían en la ceguera,
por estupor, a los nobles huéspedes de esta bendita
tierra: no Ulises, sino los seres humanos “ejemplificados”
bajo ese nombre. Y así: Sócrates, Aristóteles,
Cicerón,… ¡Disculpe, señor
presidente, nos estamos yendo a las notas a pie de página,
cuando nos mueve ahora el texto diáfano, sin
escalpelo, sin muralla!
No nos confunda. Hace días que este asuntito
del 25 de septiembre les tiene preocupados. Se rodeó
el parlamento y hubo un poco de violencia. ¡Qué
humillación, sin embargo, haber querido por nuestra
parte defender que el problema está en la policía!
¡Qué bajeza por nuestra parte! Pero sabemos
repensar nuestras miserias, a diferencia de usted y
sus ministros. Estamos convencidos de que, aunque la
carga policial contra nosotros fue detestable, sería
indigno centrar más la atención sobre
ese pequeño accidente en este revuelto mar, aunque
fuese sólo un segundo. No naufragó nuestro
orgullo de pseudo-revolucionarios. Somos conscientes
de que su atención sobre este tema, y la nuestra
también, es sólo un engaño. Sabemos
que si nos ocupamos de estas pequeñeces olvidamos
lo esencial. Y no queremos, señor presidente.
¿Lo esencial, pregunta? ¡Qué torpeza,
señor presidente! ¡Y, por nuestra parte,
qué tristeza! ¿Acaso no entiende? ¡Millones
de personas viven en la indigencia, millones de muertes
son olvidadas en la indolencia, millones de injusticias
vagan por la tierra entera! ¡Y usted, en esta
encrucijada, nos hace padecer la vergüenza de que
otros crean que estamos luchando por nuestra hacienda!
No, señor presidente. No, señora Merkel.
No, mandatarios de todo Occidente. No ¡No luchamos
por nuestra fuente, sino por el caudal de esta existencia,
que es de todos y, sin embargo, a nadie pertenece! No
tememos a la pobreza, sino al hambre de espíritu
en el mundo inabarcable. No nos duelen los “recortes”,
eso es sólo un síntoma de lo que acongoja:
el corte de cuchillo que usted, ustedes, sin saberlo
(porque esto requiere tiempo) ejecutan en la historia.
¿Por qué, tras tantos infortunios en el
“plus ultra”, no tuvimos la fortaleza de
abrazarnos con nuestros hermanos? ¿Por qué,
señor presidente, llevar allí sólo
nuestras empresas y la avaricia que otros del norte
europeo quieren para nosotros? ¿Acaso no puede
usted tener el valor de levantar un brazo en alto y
bramar, como hubiesen hecho nuestros antepasados: “Ni
Germania ni La Galia. Nos vemos con los indígenas
de ultramar, más libres que nosotros, más
honestos, más nobles”? ¿Por qué
esta lacerante disposición a andar tras los pasos
de germanos, anglosajones, ….?
¡No nos confundan! No somos resentidos. No. Pues
adoramos la estirpe de vikingos y el pueblo de rubios
cabellos. ¡No nos confundan! No envidiamos, luego
no despreciamos. Sólo ocurre que nos llama más
la vida en los márgenes, la vida en la frontera.
Nosotros, españoles, no pertenecemos a ningún
lugar. Somos un puente, un intersticio, una encrucijada.
Ellos pretenden borrar en nuestro corazón esa
triste, amarga pero grandiosa voluntad quijotesca. Nosotros
la buscamos, a oscuras, tropezando una y otra vez. ¡Pero
la amamos, sin tener conciencia de ello!
No nos confundan ¡Todos, señor presidente,
somos ése que, dejando su paz en la hacienda,
se fue con Sancho, por la intemperie del llano, sin
temor a los apaleamientos en cada taberna, sin miedo
al cura, ni al barbero ni al alcalde. Somos esos frágiles
huesos sobre escuálido caballo, esa estirpe de
irrisorios pero iluminados guerreros. Locos entre la
cordura de los hombres!
No nos humille de esta manera, ¡por favor, señor
presidente! ¡No se lo dice un grupo, ni una gente.
Se lo dice el rojo tapiz de nuestra amarga tierra, perseguida
por la sangre en todos sus intersticios y, sin embargo,
tan cuerdamente enajenada, tan …en su lúcida
locura elavada!
No luchamos, como algunos, por un país y su lúgubre,
pobre, inoportuna “independencia” (que todo
se ha de andar, pero a su justo tiempo, en su Kairós),
no pescando en aguas revueltas. Luchamos primero, aunque
no lo sabemos aún, por algo más amplio:
por un ser humano por-venir.
Luis Sáez Rueda (abiertamente, por si quiere
echarme de la taberna, don presidente, tonto usted entre
los tontos, y mire el diccionario, que no es término
bastardo, sino fino, sutil, aunque desgastado por la
academia), en un comienzo de otoño de 2012, a
lomos del insomnio.
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10-12-2016 |
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Piense
en alguna ocasión en la que haya salido con amigos
a disfrutar de la noche. Ustedes son muchos, una pluralidad.
Y son diferentes. ¿Son un conjunto de personas?
El término "conjunto" está afectado
por la metafísica tradicional esencialista. Según
ese concepto esencialista el conjunto contiene "partes"
y es la suma de ellas. Para pensar una resignificación
de "conjunto" en términos de rizoma
y caosmos, es necesario introducirse en la filosofía
contemporánea, especialmente en la postestructuralista. Seguir leyendo [Actualizado]
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¿Por
qué estamos en un nuevo barroco? |
06-12-2016 |
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Uno
de los rasgos de nuestro mundo contemporáneo
es su carácter neobarroco. ¿Qué
quiere decir que somos neobarrocos?
El barroco no es sólo un estilo artístico
que se ofrece en pintura, escultura o música.
Es una ontología, es decir, una visión
del mundo, una comprensión humana de las cosas
que empapó, sobre todo, al siglo XVII. Una ontología,
así aclarada, no es exclusivamente una teoría
filosófica, sino un modo de vida (modus vivendi)
y un modo de actuar o proceder (modus operandi)
pertenecientes a una época. Se expresa en un
estilo artístico, pero también en política,
en creencia religiosa, etc., porque, al fin y al cabo,
es el modo de ser de un tiempo humano, el espíritu que lo atraviesa: el modo de interpretar, de expresarse,
de padecer o actuar, de sufrir o gozar, de relacionarse
con el semejante (el otro) y con lo extraño
(lo otro).
Si fuese cierto que somos neobarrocos, eso querría
decir que aquella imagen del mundo, su ontología,
ha vuelto en nuestra época, aunque con matices
diferentes. La razón que quizás avala
con mayor intensidad este retorno es la siguiente: el
barroco es una época de crisis. En particular,
se trataba allí de una crisis en la que las claves
del orden y armonía renacentistas empiezaban
a desvanecerse. Entre la esplendorosa confianza renacentista
en un mundo ordenado, susceptible de ser configurado
en armonía con el hombre, y la otra confianza,
la de después, la de la Ilustración del
siglo XVIII en la razón prístina, el barroco
es un entre, un intersticio, en el
que el ser humano experimenta la ausencia de suelo bajo
sus pies, la ausencia de fundamento.
Lo Absoluto, que podría ofrecerle una referencia
para ordenar sus criterios normativos, su orientación
segura en la moral, en la política o en la vida
cotidiana misma, se ha ausentado. No ha muerto, pero
ha abandonado al hombre. Así, la comunidad entera
se percibe, desde su fondo viviente, como Todo y Nada
al mismo tiempo. Todo, porque está en relación
con un Absoluto. Nada, porque éste ya no habla
al hombre y ha dejado de prodigarle la seguridad de
una meta, la irresistible idea de un sentido acabado.
En tal situaciónm también se tiene la
experiencia de que entre hombre y mundo ya no existe
una armonía, sino más bien un desencuentro.
El héroe barroco es un ser que está en
guerra con el mundo, como D. Quijote de la Mancha, porque
no se reconoce en él y anhela devolverle la hermosa
figura que ha perdido o que él sueña como
un futuro lejano.
De ahí que se pueda decir, incluso, que lo trágico
tiñe con su sombra al hombre de esta época.
Lo trágico no es lo dramático, ni tampoco
lo triste y simplemente calamitoso o desdichado; es,
más bien, una tensión entre dos fuerzas
de igual peso y de imposible resolución en una
síntesis, en este caso, entre la de elevarse
a sí mismo y elevar al mundo hacia una dignidad
ideal, por un lado, y la de vivir intensamente en el
mundo, por otro. Cada una de las fuerzas en tensión
son ya, ellas mismas, aporéticas. Porque experimenta
el hombre que ese espíritu de elevación
(hacia lo Absoluto) es inexcusablemente necesario y
que, sin embargo, no puede consumarse jamás o,
mejor, que es imposible; y porque, al mismo tiempo,
experimenta la necesidad de hundirse en el mundo y vivificarlo
inserándole lo Absoluto, sabiendo que esa aventura
no podrá tener éxito. Estos y otros modos
de experimentarse el hombre a sí mismo y a su
relación con el mundo permean las emociones:
hay una tristeza barroca, una alegría barroca,
un furor barroco, un declinar barroco, un bullicio barroco
de emociones que darán soplo a la música,
a la pintura, al arte en general... y al pensamiento.
Pues bien, a finales del siglo XIX el hombre, tras un
largo periodo más reconciliado con lo inmutable
y lo absoluto, re-experimenta su ausencia. Esta vez
no porque lo Absoluto lo haya abandonado a su suerte,
sino porque no existe, no es. Se habría
tratado de una ilusión. Esta sospecha
se hace fuerte en la convicción de que Dios (lo
absoluto en general, cualquiera sea la forma que adopte)
ha muerto (Nietzsche) y que debe afirmarse la vida como
única realidad. Este sentir, que discurre como
una profunda conmoción, es el de una nueva crisis
y va a generar, poco a poco, eso que llamamos neobarroco,
pero a una nueva luz. Lo absoluto no es y,
a pesar de ello el hombre no puede tomar como realidad
lo puramente visible, lo tangible. Sabe que el mundo
es el ámbito de la finitud, donde todo es relativo
a una óptica de la existencia, pero que el sentido
de lo finito no es, él mismo, lo finito. Aunque
no pueda nombrarlo, eso que da sentido al mundo es lo
infinito. Lo infinito no es ahora, como en el barroco
del XVII, trascendente (más allá y separado
del mundo); mora en la inmanencia de la finitud humana
y no puede cerrarse jamás; es como un punto de
fuga sin término o desenlace; y el mundo, que
está atravesado por lo infinito, se convierte
entonces en un devenir de auto-trascendimiento sin término:
el mundo se hace a sí mismo, es su propio hacerse,
su devenir-otro sin tregua. Desde el punto de vista
del sujeto, el mundo es lo interpretado por el hombre
y su hogar, sí, pero un hogar que no puede quedar
atrapado en una forma fija, inmóvil y sustancial.
Es un hogar que siempre tiende a su confín, más
allá de sí, transfigurándose cuando
ya no puede ser contenido en una forma concreta. Ese
movimiento mismo es lo infinito. Lo infinito no es algo
a lo que tienda el mundo y el hombre, sino la potencia
de auto-trascendimiento inacabable que los impulsa.
Es posible que esta tensión entre finitud e infinitud
sea trágica, es cuestión que habría
que analizar con mucho cuidado. Lo cierto es que hay
en esa visión el descubrimiento de una nada,
pero de una nada productiva, creadora: el vacío
creador es la falta misma de lo absoluto (de un absoluto
que sería algo así como el infinito cerrado,
paralizado, acabado, es decir, una contradicción).
El hombre actual siente esta nada creadora
del infinito, nihil germinal de todo lo que tiene forma
concreta y límite, de todo lo finito. Pero, al
unísono, percibe otro tipo de nada: la nada vacía
y hueca del mundo que lo rodea. Pues contempla que el
espíritu del mundo ha sido invadido por fuerzas
ciegas que le arrebatan su potencia. Estas fuerzas ciegas
son muchas, han sido formuladas de muchos modos): la
racionalidad puramente estratégica, vaciada de
principios; el impulso de un nuevo tipo de hombre al
dominio sobre la tierra entera... Todo el siglo XX,
querido lector, ha estado pensando en esto. Y alguna
vez quizás será abordado en estas páginas.
Pero considere que se trata de "artefactos",
de tendencias ciegas porque han escapado a la voluntad
humana y la dirigen desde una trastienda invisible.
De ello, querido lector, el nuevo espíritu del
capitalismo y lo que se viene llamando neoliberalismo,
son expresiones en superficie. En cualquier caso, como
decíamos, el hombre descubre otro tipo de nada:
el desierto de lo que lo rodea, el vacío de sentido
en que ha quedado el mundo, conducido ahora, no por
su otra nada creativa del infinito, sino por
mecanismos que eliminan su infinito inmanente. Y si
es así, entonces el hombre contemporáneo
experimenta, de forma muy parecida al del siglo XVII,
una contradicción entre él y el mundo.
Él aspira a instalar de nuevo en el mundo lo
infinito abierto, pero el mundo ha quedado hueco y se
resiste intensamente a ser transformado. Es ahí
donde, como dijimos, aparece de nuevo el espíritu
trágico. El ser humano despierto experimenta,
en su fondo, una tensión con el mundo en virtud
de la cual él se encuentra en guerra con la forma
que adoptan las cosas y su rumbo. Y en esa guerra encuentra,
por un lado, su impotencia, dada la magnitud de aquello
a lo que se enfrenta, y, por otro, su dignidad, que
lo impulsa a esa nueva lucha quijotesca.
Para profundizar un poco más en lo que acabamos
de comentar, que es muy genérico, habría
que detenerse, con un poco de más detalle, en
el mundo barroco del siglo XVII. Si le ve sentido, querido
lector, a esto (y si le apetece), le invito a pensar
aquella época filosóficamente
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Totalitarismo
actual (I). Su expansión a través de los
procesos de "subjetivación agenésica"
y de"continuidad fatídica" |
25-11-2016 |
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Asistimos
a una expansión camuflada del totalitarismo,
no ya sólo en el nivel (más próximo)
de la político, sino también en el más
sutil de la existencia cultural de nuestra época.
Como
escribí un artículo sobre esta temática,
no veo cómo decirlo de otro modo. Vaya aquí,
pues, un extracto sobre el particular (por favor, si
lo cita, hágalo así: Sáez Rueda,
L., «Totalitarismo y agenesia cultural»,
en Cardona Suárez, L. F. (ed.), Totalitarismo
y paranoia. Lecturas de nuestra situación cultural,
P. U. Javeriana, Bogotá, 2016, pp. 227-248.
El extracto es de las páginas 228-234. El artículo
completo está disponible aquí):
Foucault
ha mostrado convincentemente que el poder, en su forma
más actual, se afianza a través de procesos
de subjetivación (Foucault, 1977, cap. V; 2003).
Discurre, según ello, a través de la retícula
social de relaciones interpersonales en su dimensión
microfísica, basal. En semejante campo, que es
el de la vida, no opera imponiendo normas y sanciones
o castigos correspondientes. Su fuerza, sutil y paradójica,
radica en que circula a través de los cuerpos,
de los seres de carne y hueso, promoviendo la vida,
suscitándola, ampliándola. Ejerce sobre
los seres humanos algo así como una realización
por des-realización, construyendo conductas,
injertando hábitos, gestionando la temporalidad
y la espacialidad de la praxis y, en suma, elaborando
modos de subjetividad. El sujeto social se muestra,
desde esta perspectiva, como un producto que ilusoriamente
cree realizarse o hacerse desde sí, cuando tal
realización, en el fondo, ha sido capturada y
fabricada.
Partiendo de esta conformación del poder en las
sociedades contemporáneas y dilatando su sentido,
nos gustaría llamar subjetivación
agenésica al fenómeno en virtud del
cual la constitución de subjetividades por el
poder revela un carácter totalitario que se evidencia
en la descomposición y ruina del ser auto-creativo
inherente a lo humano. El hombre es un ser autocreador.
Uno de los rasgos que pertenecen a su condición
sorprende y cautiva: su tarea en la vida no es experimentada
exclusivamente como deseo de subsistencia, de permanencia
en sí, sino, más allá, como anhelo
a una vida más intensa, más rica, creciente
en cualidad. Se ha expresado en filosofía de
muchos modos: tiende al crecimiento de sus fuerzas activas
(Nietzsche), al desarrollo sin fin de la excelencia
(Aristóteles), al logro de la innombrable autonomía
racional, instancia regulativa e inalcanzable (Horkheimer,
Adorno)... Para decirlo con Heidegger, no posee un ser
determinado, sino que es, de raíz, pregunta por
su ser e inagotable empeño en ser. En cualquier
caso, y aunque siempre esté condicionado por
la facticidad en la que se hunde, está impelido
por sobre-serse (como diría Unamuno), por autotrascenderse
en un camino sin fin. ¿Y no significa esto que
en tal trayecto esté lanzado a la auto-transformación
permanente? ¿Puede la autotrascendencia del vivir
escamotear la auto-transfiguración? El ser humano,
en su auto-generación (siempre condicionada por
la circunstancia) es proteico, compromete su ser mismo
en la responsabilidad inexorable de crearse, por mucho
que el suelo que pisa lo limite. La agenesia, en su
sentido más radical, no consiste en la merma
contingente de capacidades creativas nombrables y localizables
en el lenguaje de la representación científica.
Es un acontecimiento ontológico, consistente
en la depotenciación del impulso humano a modelarse
a sí mismo y a autotrascenderse transformándose
de modo creativo.
El totalitarismo político implica siempre, a
nuestro juicio, un poder para gestionar la subjetivación
agenésica en la comunidad. La implantación
totalitaria de un orden va acompañada de violencia
represora, pero ésta no es más que un
mecanismo accesorio y exógeno que puede ser abandonado
una vez que ha logrado consumar su genuino modo de alcanzar
el éxito: la incrustación en el tejido
social de procesos capaces de construir una subjetivación
en la que el impulso de los individuos a la autocreación
es extirpado. Es así como reduce la distancia
entre sus fines ideológicos y la resistencia
de aquellos a los que gobierna y domina. El magnífico
análisis que H. Arendt realiza sobre el totalitarismo
confirma en aspectos centrales este punto de vista.
La esencia de lo totalitario radica, más que
en el acto de imponer un marco legal constrictivo, en
su capacidad de seducir de tal forma que su inmanente
lógica penetre en las acciones y en los movimientos
humanos, ocupando el lugar de la realización
espontánea a la que éstos aspiran. Interpretando
a la autora judía, podríamos decir que
logra tal efecto mediante la yuxtaposición de
dos operaciones. Por un lado, se las arregla ideológicamente
para hacer coincidir su lógica operativa con
una supuesta lógica que regiría la realidad
vital misma. El término de «“ley”
cambia de significado: de expresar el marco de estabilidad
dentro del cual pueden tener lugar las acciones y los
movimientos humanos se convierte en expresión
del movimiento mismo» (Arendt, 2006, 622. V. cap.
13). Atrapando al pueblo en sus propias reglas de juego,
adopta, por otro lado, un estilo cuasi-místico
que, transformando el pathos del dominado,
construye emociones justificadoras de tales reglas,
emociones que han de buscar, para todo lo que sucede,
misteriosas razones insertas en una vida que se vela
y que es silentemente más sabia que cualquier
juicio. «Por eso, el pensamiento ideológico
se emancipa de la realidad que percibimos con nuestros
cinco sentidos e insiste en una realidad ‘más
verdadera (...), oculta tras todas las cosas perceptibles,
dominándolas desde este escondrijo y requiriendo
un sexto sentido que nos permita ser conscientes de
ella». Se trata de emancipar al pensamiento de
la experiencia y de la realidad; siempre «se esfuerza
por inyectar un significado secreto a cada acontecimiento
público [y se procede] a modificar la realidad
conforme a sus afirmaciones ideológicas»
(Arendt, Ibid., 630-631). La lógica
del desarrollo de una visión autoritaria del
mundo y de la praxis social se hace así irrefutable
por principio. Pues bien, ¿qué significado
posee este resultado? De acuerdo con nuestra terminología,
el de erradicar la propensión a la autocreación
humana y sustituirla por una autorrealización
ficcional. Tal es el nervio profundo de la subjetivación
agenésica. La propia filosofía arendtiana
es susceptible de ratificar esta conclusión.
En efecto, la praxis política en el espacio público,
que es donde los seres humanos llegan a constituirse
como sujetos autónomos, tiene por meta, según
Arendt, la libertad. Esta no debe ser confundida con
la liberación respecto a cadenas, pues la rebasa:
consiste en la capacidad de iniciar, en la viva fuerza
que hace nacer algo nuevo, en el acontecimiento que
rompe con la necesidad e inyecta la aparición
de un nacimiento (Arendt, 2004, 36 y ss.). Este principio
nascendi desborda los imperativos estratégicos
de la mera supervivencia y coloca al ser humano en el
camino sin fin del ser-se haciendo por ser y adoptando
formas de vida y de autoorganización inéditas.
No hay sufrimiento más profundo en la aventura
humana que el que supone enjaular o embridar su fuerza
auto-germinativa. La subjetivación agenésica
—nos parece— constituye la fuente más
honda de los padecimientos humanos, pues es comparable
con una parálisis del resorte que dinamiza el
existir, es decir, con una muerte en vida. Su amenaza
constituye, por ello, el terror por excelencia, subterráneo
respecto a todos los terrores cutáneos. Por mucho
que las hambrunas, las guerras, o cualquier otro fenómeno
que ponga en riesgo la supervivencia, produzcan suplicios,
es la pérdida de la posibilidad de auto-crearse,
que está supuesta en el fondo de todos ellos,
la más lacerante dolencia.
Llegados a este punto puede ser aclarado en qué
sentido el fenómeno de la subjetivación
agenésica está vinculado al de la continuidad
fatídica. El primero colapsa el ad-venir
que porta el ser humano, su exceso respecto a sí,
la sobreabundancia que lo excita hacia la forja de su
ser y lo convierte en una flecha lanzada hacia el infinito
de su continua renovación autocreativa. Pero
si esto es así, tal fenómeno lleva aparejado
el de la subrepticia permanencia en un presente continuo,
sin apertura a la autotrascendencia y congelado en una
inmediatez en la que se desvanece la memoria. Este segundo
fenómeno fue estudiado desde una perspectiva
psicopatológica por la escuela del análisis
existencial, a la que pertenecieron psiquiatras
que transformaron el significado de la salud y de la
enfermedad en una dirección existencialista tomando
como base la hermenéutica del Da-sein que realizó M. Heidegger en Sein und Zeit en 1927 . La salud, en esta línea, coincide con
la experiencia —a la que Heidegger llamó
«maravilla de las maravillas»— «soy»,
es decir, con la autoaprehensión del hombre como
ser que existe . La enfermedad consiste, en coherencia
con ello, en el desarraigo respecto a la facticidad
existencial, cuyos modos constitutivos llamó
Heidegger «existenciarios». Pues bien, la
continuidad fatídica expresa la ruptura del nexo
presente-pasado-futuro, los éxtasis del tiempo.
Se rompe la conexión e integración temporal,
de forma que todo queda reducido a un presente continuo,
vacío, monótono, experimentado como fatídico,
en el sentido de que el fluir del tiempo queda reducido
a la regla de una sola categoría. En semejante
detención sólo queda entonces la posibilidad
de un movimiento aparente, no en expansión de
la vida, sino anclado en la verticalidad de dos ilusiones,
la del ascenso etéreo y la del descenso nefasto.
Binswanger encuentra todo este complejo sintiente en
una de sus pacientes. Ellen West, reducida por la continuidad
fatídica a la mencionada regla de una sola categoría,
escapa ensoñadoramente a través de elevaciones
y hundimientos fantasmagóricos. Ora se volatiliza
en el cielo resplandeciente, ora baja a un mundo de
cieno. Los momentos de altura se caracterizan por un
imaginario espiritual. Se considera llamada a realizar
alguna misión especial, sintiéndose llamada
a una Gran Causa. Por el otro lado, en los momentos
y fases de hundimiento, experimenta el más tremendo
vacío incrustado en el mundo real, fealdad y
aire viciado de rutina diaria, olor nauseabundo a decadencia
y muerte. Todo lo de los demás —piensa—
es raquitismo de multitud que quiere aplastarla (Binswanger,
1967a, 259-297).
Pero no es sólo la temporalidad existencial la
que se muestra afectada en este fenómeno que
comentamos, sino, al mismo tiempo, la espacialidad.
En la continuidad fatídica el sujeto es incapaz
de adoptar verdaderas perspectivas que rompan la afección
de esa sucesión infecunda de lo que sucede. Como
mostró M. Merleau-Ponty, sin perspectiva le es
imposible al hombre organizar espacial y corporalmente
su experiencia. No hay, como consecuencia, unidad significativa
entre las cosas. Como muestra Minkowski a lo largo de
El tiempo vivido, el «espacio límpido»
se esfuma en el «espacio oscuro», donde
ya no fluyen puntos de vista arraigados, sino ópticas
siempre cambiantes y sin eje organizador de mundo (Minkowski,
1973).
Aunque el análisis existencial no vinculó
la enfermedad con el poder político, nos parece
que esta experiencia emocional de la continuidad fatídica
es una de las fundamentales que debemos presuponer en
la subjetivación agenésica que el totalitarismo
efectúa. La lógica del desarrollo totalitario,
impresa en la vida social, puede ser considerada como
una pauta inamovible de fondo, a pesar de todas sus
variaciones en superficie, una pauta experimentada en
la forma de ley inexorable. A ella queda fijada la temporalidad
comunitaria, desarraigada de la significatividad existencial
y dinámica que puede otorgarle la historia antecedente
y el umbral de lo venidero. Al mismo tiempo, la incardinación
corporal en el mundo pierde su plasticidad y es retenida
en estereotipos conductuales. Una sociedad dominada
totalitariamente es, ante todo, un conglomerado de relaciones
interpersonales sin-mundo que habitar. Es una comunidad
desarraigada, flotante o evaporada en un tempo de detención
de la vida, en cuyo confinamiento sólo se escucha,
bajo todas las apariencias, el pavoroso sonido de la
repetición, pues su devenir sólo es ficcional.
El totalitarismo, al generar este colectivo en desarraigo,
lo sume en el vacío de ser, un acontecimiento
ontológico que da lugar a una multitud de plexos
emocionales por medio de los cuales los individuos se
sienten afectados por la frialdad de su inexistencia.
Ahora bien, el vacío existencial resulta insoportable
para el ser humano, hasta el punto de que pide dolorosamente
a su portador que se lo emboce, que se lo sustraiga
a la mirada autoexperiencial que haría de él
un horror expresamente tangible. Es así, a nuestro
entender, el modo en que la colectividad se ve empujada
a emprender un dinamismo ciego, aturdido, yermo de extrañamiento.
Cuanto más profundamente se extiende el sentimiento
de vacuidad, más necesaria se hace esta dinamicidad
ofuscada que sirve de velo y de bálsamo, convirtiéndose
en un vértigo de acción que no cambia
cualitativamente la rígida lógica fatídica
y que puede ser calificada como una organización
del vacío.
Para que esto ocurra ya no es ni siquiera necesario
que exista un régimen político expresamente
totalitario. Puede tener lugar camufladamente en nuestras
democracias actuales, en las que fuerzas ciegas que
rebasan a los gobiernos concretos en un mundo globalizado
hacen las veces de régimen totalitario. El capitalismo,
por ejemplo, adoptando hoy una configuración
reticular y plástica, administra el trabajo adueñándose
de la temporalidad y espacialidad de los individuos,
de los que se diría que ya no viven sino que
son vividos por ritmos autonomizados y yacentes en el
magma social (Hardt/Negri, 2000, 363-365). Tanto es
así que, si añadimos otros dinamismos
autonomizados que gobiernan desde la oscuridad y a fuer
de comando el corpus socio-político entero —como
la estricta separación entre actividad profesional
funcional y el goce sin alma, la racionalización
exasperada de la espontaneidad, propiciadora, a marchas
forzadas, de una operacionalización y judicialización
de la existencia o la lógica oposicional de la
comunicación inter-subjetiva, suministradora
de relaciones prácticamente legaliformes entre
los individuos—, estamos autorizados hoy para
diagnosticar el rumbo de la praxis en las sociedades
avanzadas como extensión de un paradójico totalitarismo democrático, sustentado
en una sutil thanatología que usurpa
y saquea la vocación auto-generadora de los seres
humanos (Sáez, 2012a).
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El
"barroco en cólera" del Sur, un ethos en guerra con la enfermedad de Occidente
y, en particular, con el nuevo capitalismo |
28-agosto-2016 |
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Desde que el neoliberalismo y
el nuevo capitalismo se han unido, en el siglo XXI,
a la profudización de la crisis "espiritual"
(socio-cultural) de Occidente en el mundo contemporáneo,
los países del norte de Europa han ido perfilándose,
cada vez con mayor intensidad, como "fieles"
a la causa que, precisamente, nos pone en crisis. No
es que los países del sur de Europa estén
siendo mucho más rebeldes que ellos. Pero sí
es cierto que en el "alma" del Sur (sur de
Europa y Latinoamérica también) hay un
potencial rehacio a esa invasión neoliberal y
capitalista. Más profundamente, hay un potencial
ontológico rehacio al ocaso de Occidente, es
decir, un modo de vida que hierve en su interior y que,
si se desarrollase en libertad y con valentía,
se convertiría en un nuevo paradigma de vida
creciente y salutífera. Uno de sus rasgos es
el espíritu barroco (junto a su propensión
trágica). Esto lo ha desarrollado el que escribe
en El ocaso de Occidente (Barcelona, Herder,
2015), en el capítulo final ("Luces de aurora").
Urgido
por noticias que ponen de manifiesto la pertinaz empresa
de castigo económico y político del norte
sobre el sur, se ha sentido impulsado a realizar aquí
un resumen literal de las páginas 250-379, concentrando
la temática y eliminando, además, muchas
notas a pie y aclaraciones.
Para los que llaman a los países del Sur "PIGS"
(cerdos), he aquí un esbozo, pues, del alma neobarroca
o, como quisiera el autor, "pro-barroca".
No es el barroco una panacea contra la crisis de espíritu,
pero sí un rasgo de potencia que hoy no es considerado
en los escritos fundamentales de los intelectuales nórdicos
(que traduce el sur constantemente, como si productos
de dioses se tratase) y que no valoran ni siquiera los
del sur (llevados por su complejo ancestral de inferioridad
o por el recíproco rechazo del que hacen ostentación
una y otra vez)
"El
barroco es una comprensión del mundo y de lo
humano que suele aparecer en épocas de crisis.
Está ligado a formas de expresión artísticas
(literarias, pictóricas, arquitectónicas…),
pero en un sentido filosófico tales expresiones
se entienden como puestas en obra de una ontología
que abarca toda una concepción de lo real y del
ser humano. Sobre él existe una amplia producción
investigadora, ya consagrada, y un creciente interés.
Está vinculado a la crisis española del
siglo XVII y hoy centellea como uno de los signos del
presente iberoamericano en general, bajo la nomenclatura
habitual de «neobarroco», despidiendo destellos
de luz de intensidad y color variables. (...)
Lo
barroco actual hace brillar una posición del
hombre en el mundo capaz de hacer frente a la crisis
y enfermedad de Occidente. Pero como, a nuestro entender,
en semejante actitud de revuelta salutífera y
revolucionaria, no ha llegado aún a desplegar
con la suficiente intensidad sus potenciales, hablaremos
de un barroco que ha de mirar hacia adelante, llevando
a sus últimas consecuencias la energía
que lo vigoriza, es decir, de un barroco-por-venir que hoy se encuentra, por su propio sentido inmanente,
en ciernes, en estado emergente: un barroco que se mueve,
motu proprio, hacia un advenir más rico. El barroco
actual lleva en sí la espuela de un pro-barroco
posible y necesario.
a)
El mundo como autocreación infinita por exceso
y exuberancia
El
centellear del barroco en la actualidad no es casual,
en una época de crisis y desasosiego. El
barroco de nuestra época —designémoslo
por el momento «neobarroco»— encaja
muy bien como respuesta a una crisis, una crisis que posee
analogías con la que tuvo lugar en el XVII. Crisis,
ante todo, de un mundo en camino de globalización
y en el que domina un Todo/Uno administrado. En el XVII
se trata de una deflagración que consuma el paso
desde la comprensión de la realidad como un "cosmos"
cerrado a la de un "mundo" abierto y polimorfo.
En la actualidad también se trata del agotamiento
de un Todo/Uno, aunque ya no es un cosmos clausurado,
sino un ojo camuflado, itinerante en el campo reticular
de los poderes y dispersante en la sociedad de la comunicación
y de la información.
Ahora
bien, las analogías de los dos barrocos en cuanto
figuras de una crisis dejan ver una diferencia notable.
En la primera, la crisis es la de un cosmos compacto,
cerrado fundamentalmente a la pluralidad de puntos de
vista, a la heterogeneidad de mundos. Por ello responderá
con una afirmación de lo múltiple, una afirmación
que está en primer plano y cuya dificultad, en
tales circunstancias, la retiene aún en la unidad
de una armonía preestablecida (de acuerdo con el
paradigmático caso de Leibniz). En la segunda,
en la nuestra, dicha pluralidad ha sido ya admitida, aunque
con ulterioridad a dicha asunción se la pretenda
congelar invisiblemente. Nuestra respuesta a la crisis
pivota, así, más que sobre la liberación
respecto a la unidad monolítica, sobre la reivindicación
de una libertad de lo heterogéneo. Y una de las
condiciones para ésta reside en que lo diferente
no quede encerrado —una vez puesta en cuestión
la macrounidad— en la intimidad esencialista de
microidentidades conformadoras, sino en que, libre de
ella, la diferencia pueda ser entendida de tal modo que
cada diferencia venza la tentación de sustancializarse
y se realice proteicamente, en una auto-transformación
posible y en mixturas vinculadoramente trans-ductivas.
Tal condición implica la potencia para la autogeneración
creadora (...).
El barroco clásico ya promovió la idea del
mundo como dinamismo autocreador. Tuvo que sufrir, para
alcanzar esa lucidez, una contradicción desgarradora
originada en el desfallecimiento del Dios presente y acogedor.
Es la época en la que con mayor intensidad se experimenta
el retiro divino en la forma de un Deus absconditus que permanece mudo y escondido, que no provee al hombre
de señales para su orientación confiada
y que parece haberlo abandonado al destino de hacerse
a sí mismo desde la dolorosa incertidumbre. En
tal tesitura emerge una paradoja agónica. Estando
necesitado el mundo, en su facticidad y contingencia,
de lo eterno divino como fundamento de su sentido y habiéndose
retirado éste a empellones de la desacralización
racionalista, el hombre se encuentra en una tesitura tensional,
brecha o intersticio entre opuestos irreconciliables:
una facticidad mundanal herida en su interior por la nada,
por la ausencia de plenitud que demanda desde sí,
por un lado, y la idealidad de un absoluto, todo o plenum que se ha convertido en lo necesario imposible. El héroe
barroco concebido al modo hispano, que es el que nos presenta
B. Gracián, se configura en esta aporía,
que lo obliga a agenciárselas creativa, ingeniosamente,
en la aterradora unidad entre Todo y Nada. El hombre del
barroco se experimenta en la forma de un mixto, desgarrado
entre un Todo escondido al que aspira, y que le concierne
completamente, y una vida mundana en la que encuentra
la Nada de su ausencia. Experimenta la nada en el ser,
para decirlo de un tirón. Pero, al mismo tiempo,
está atravesado por la aspiración al autotrascendimiento
invocando al Todo. (...)
Ahora
bien, el centro neurálgico del barroco clásico
impulsa a contemplar el mundo humano todavía como
carencial y, por ello, posee aún excesivas sombras
si lo tomásemos como ideal reconstituyente del
ocaso occidental. Este barroco clásico hace intervenir
lo infinito en la finitud de un modo negativo.
Lo finito mundanal es descifrado en su aspecto de escasez,
privación o déficit: ha sido vaciado por
la huida de lo perfecto eterno, por la conversión
de lo divino en absconditus. En ese sentido, el mundo
es concebido como abierto y autocreador de sí,
pero en función de un infinito inmanentizado que
conserva su deuda con una trascendencia ausente. (...)
La autogeneración creativa de mundo se convierte
así, subrepticiamente, en deficitaria respecto
a un punto de fuga unívoco y pierde su potencia
excéntrica y proliferante, no susceptible de una
reunión con-currente, aunque virtualmente. Tal
carácter carencial del mundo coloca al hombre,
de una forma o de otra, en culpable y lo arrastra a una
vida que se consuma en el pago de una deuda, cuyo saldo
siempre será negativo por mucho que se esfuerce.
Promueve un tipo de ser humano heroico bajo el que se
esconde una oquedad inoperante, contra la que tiene que
luchar, porque no es una nada operante desde sí
misma, desde la riqueza de vida, no es un nihil positivo.
Un ser humano compulsivamente dirigido a llenar su vacío.
(...)
Tras el acontecimiento de la muerte de Dios en
el mundo contemporáneo, es decir, tras el fallecimiento
de todo fundamento de lo existente, pueden ya refulgir
los centelleos de una génesis autocreadora del
mundo, libre del dispositivo de la deuda infinita. En
el neobarroco actual esta liberación en pro de
la libertad autogenerativa posee diferentes rostros, de
los cuales destacaremos los más significativos.
Desde
el punto de vista de un neobarroco más europeo,
la figura que ha destacado con mayor intensidad es la
del infinito proteico y autoalterante del pliegue,
que vincula lo diferente. Descompuesta esa unidad laxa
pero aún constrictiva de la armonía preestablecida,
los mundos —no sólo culturales y sociopolíticos,
sino también los que proliferan en el mundo de
la vida, en la cotidianidad, e incluso aquellos que habitan
multívocamente en la singularidad de cada ser humano—,
los mundos, decíamos, que proliferan en el devenir
se abren los unos a los otros, se interpenetran y son
reunidos polimórficamente, en las curvaturas, convexidades
y concavidades [de la realidad pensada como] pliegue.
Éste vincula plásticamente una heterogeneidad
que ya no es conmensurable en el juego de la armonía,
sino, como dice Deleuze, en el de la polifonía
o en el de la polifonía de polifonías. Tal
reunión cambiante, que podría ejemplificarse
pensando en el jazz o en la música politonal y
atonal, deja entrar también lo disarmónico.
Las bifurcaciones, las divergencias, las incomposibilidades,
los desacuerdos, pertenecen también al mismo mundo
abigarrado. Y ello porque hemos entrado en una ontología
relacional que permite la reunión de lo heterogéneo
por síntesis disyuntiva, vínculo de diferencias
de todo tipo en el que la autoafección recíproca
se enreda en un movimiento imprevisible pero generador
de un orden en devenir, naciente y autotransfigurador,
desde ese caos de encuentros diferenciales.
El infinito del pliegue es, en el neobarroco hispano (e
íbero-latinoamericano en general), una celebración
de la vida, una fiesta de autocreación. Y como
ese infinito es lo invisible intangible que se muestra
en su forma tangible, hay que enmascararlo, velarlo con
la máscara para no mancillarlo. Y no por convertirlo
en un secreto que se revela útil respecto a un
fin o presto a la estrategia, sino porque tiene sentido
en sí mismo y pide una manifestación sensible.
Por eso, la máscara y el juego lúdico suelen
ir de la mano. Severo Sarduy, entre otros, da fe de ello,
reconociendo en lo barroco actual el ejercicio de la parodia,
porque ésta adopta la manera de un discurso o acción
que se trenza con otro, con aquel que está aludido
y se resiste a la representación. Y la parodia
se une a lo festivo en cuanto irrisión respecto
a la idea de pureza. (...) No hay lo puro en la escenografía
versátil y mudable de la vida barroca, sino siempre
esta irrisión paródica sobre lo puro. A
lo que se une, desde otro punto de vista, la práctica
de lo «carnavalesco», una polifonía
que pone en jaque a la pureza.
En este punto se nos desvela otra perspectiva para identificar
la ruptura que el neobarroco realiza respecto al dispositivo
de la «deuda infinita». El infinito del pliegue
radica, en primer lugar, en el interminable potencial
de sus plegaduras: no hay para éstas un número
finito de conformaciones. Radica, en segundo lugar, en
su desmesura intrínseca: la inagotabilidad virtual
de tales conformaciones siempre rebasará cualquier
conformación concreta y finita en la que se efectúa.
Hay en él una sobreabundancia nunca saturable.
Por eso, procede por exuberancia y exceso. Tal generación
por exceso y exuberancia se hace patente también
en esta otra figura que podríamos denominar proliferación
por ocultamiento del fondo generador. En la imposibilitación
de remitir la pluralidad y el devenir del mundo a un fundamento
último firme y estructurante, en la huida de ese
Todo/Uno, esfumado del mundo en nuestra época,
tal arjé desvanecido es recuperado haciéndolo
inmanente a lo mundano, pero a condición de que
adopte el perfil, no de un principio parmenideo o de una
totalidad identitaria subyacentes: es transmutado en un
fondo abisal, infinitamente prolífico e innombrable.
Por el esfuerzo en omitir nombrar lo innombrable, dicho
innombrable genera, como por contra-golpe, la riqueza
exuberante de lo que se presenta.
El
Neobarroco ni se siente amenazado por el vacío
ni connota una exclusión. Pues, si lo pensamos
con demora, en él se afirman dos infinitos por
exceso y exuberancia. El primero y más evidente
es el que se pone en obra inmanentemente en el campo de
lo decible y practicable (...), porque tiende sin término
a un imposible necesario: la génesis enriquecedora
del mundo —necesaria porque es autocreativa y proteica;
imposible, porque no tiene un final, sino que es un sinfín—.
El segundo pertenece a lo innombrable que sólo
es connotado. Éste no está ausente en cuanto
excluido, segregado o expulsado. No es una «falta»
en el sentido de su inexistencia, sino en el de su velamiento
o sustracción. El infinito connotado, aludido,
innombrable, es el fondo potente de un generador, que
nos atreveríamos a identificar con la dimensión
intensiva de la natura naturans o de la physis
socio-cultural de la que venimos hablando en toda
esta investigación. Y ambos infinitos se relacionan
tensionalmente. El de lo decible y practicable, por un
lado, adquiere su exceso expansivo silenciando al fondo
generador. Este último, por su parte, es sólo
en la medida en que, invisibilizándose, silenciándose,
hace hablar a lo decible y operar a lo practicable, hacia
los que se irradia, saliendo de sí por mor de su
propio ser auto-excesivo.
b)
Indecisiones y problemas abiertos en el barroco: llamada
a un pro-barroco
El
neobarroco, así comprendido, manifiesta ser coherente
con la concepción de lo real, defendida en esta
investigación, en cuanto physis autogeneradora,
potenciadora de una autocreación proteica e infinita
del mundo. Pero, además se nos desvela revolucionario
en el contexto de la crisis y enfermedad de Occidente.
Aludimos ahora a aspectos diversos de esta potencialidad,
a él inherente, para servir de movimiento desenmascarador,
crítico y salutífero respecto al ocaso occidental.
Ahora bien, al destacar dichas potencialidades, se descubren
también deficiencias, o mejor, caminos no suficientemente
desarrollados que perfilan, en su interior, el espacio
de un pro-barroco, de un barroco más coherente
consigo mismo y más potente en aquello que puede.
1.
Pro-barroco de la exuberancia diferencial
Por
exaltar la autocreación de mundo sobre la base
del exceso de potencia, de la exuberancia y la riqueza
de vida, el neobarroco actual es un arma poderosa contra
el dispositivo —lo hemos expresado ya— de
la «deuda infinita», un dispositivo que atraviesa
la génesis autófaga de Occidente
y las figuras de su dialéctica perversa. [Aclaración.
"Deuda infinita". Como se ha visto, en la crisis
que da lugar al barroco clásico la realidad es
comprendida como carencial, en comparación con
el infinito al que aspira (Deus absconditus). Pero la
crisis que tiene lugar en el Occidente contemporáneo
se escinde en dos: la vivida por los países del
sur de Europa y también por Latinoamérica,
por un lado, y la vivida por el norte europeo. La primera
vivencia continúa el barroco clásico pero
transforma el sentido carencial de su visión del
mundo en una visión de la exuberancia inmanente.
Al promover la "autocreación" del ser
socio-cultural, parte de una comprensión de la
realidad del hombre como exuberancia, tal y como hemos
visto. La segunda vivencia, en cambio, se precipita en
la identificación del modo de vida con el neoliberalismo
y el capitalismo. En el presente, ese neoliberalismo occidental
nórdico se extiende y amenaza con invadir al sur.
Siguiendo sus claves ontológicas, todo está
puesto al servicio de un Futuro cuantificable y, así,
comprendido como carencia respecto a él. En la
vorágine del desarrollismo, que afecta a la vida
entera, todo es entendido como carencial en función
de su necesaria introducción en el progreso cuantitavivo.
El neoliberalismo (con el que se identifica el norte europeo)
reinventa el mecanismo enfermo de la "deuda infinita"
y le ofrece un aspecto no barroco]
2.
Pro-barroco de la resistencia socio-cultural
La
mera existencia del neobarroco pone en obra una resistencia
al ocaso de Occidente, pues muestra un mundo distinto
y más alto. Por otro lado, en su vertiente más
latinoamericana, ha desplegado recursos concretos en la
dirección de tal resistencia. Así, por ejemplo,
se presenta como un buen combatiente contra el dominio
del capital en nuestra época. Como señala
Echeverría lúcidamente (nota 27), el «ethos
barroco» es una forma de «interiorizar»
al capitalismo y deglutirlo. Lo asume como inevitable,
pero lo mantiene siempre como inaceptable, ajeno, algo
a combatir desde dentro. Hay, en el barroco, un mundo
de la vida en el que los objetos toman ante todo un valor
propio (de uso), que escapa a la lógica abstracta
del valor de cambio y permite disfrutarlos por sí
mismos, cualitativamente (nota 28).
Este
goce, incluso, se convierte en dispositivo de un «barroco
en cólera» (nota 29), pues desafía
por derroche, por dilapidación gratuita, al mundo
burgués de la administración avara de los
bienes. Diríase que esta deconstrucción
barroca del capitalismo ratifica la esperanza de G. Bataille
en que el «gasto productivo» —siempre
al servicio del uso rentable y del servilismo humano respecto
a la lógica de la espera (el uso «para»
algo que conduce a un inacabable «para») fuese
contrarrestado por el «gasto improductivo»,
en el que el objeto es tomado en sí mismo y en
una especie de extratemporalidad del instante eterno.
El
barroco, por otro lado, tiene el poder de acoger el logocentrismo
occidental y, en ese mismo acto, comenzar a disolverlo.
Se trata de un proceso de «codigofagia» (nota
30) en virtud del cual deja entrar el código semiótico
logocéntrico y, al mismo tiempo lo niega, lo resignifica
de tal modo que lo transforma y lo introduce al servicio
del código supuestamente dominado. De un modo análogo,
posee la capacidad de poner en vigor una «razón
antropofágica» [H. de Campos], en virtud
de la cual devora el logocentrismo y el pensamiento identitario
al internarlo en un complejo poliédrico de perspectivas,
donde queda relativizado e incluso desarmado en sus pretensiones,
ante todo mediante el fenómeno de la «carnavalización»:
en la carnavalización todos los puntos de vista
son integrados pero incorporados en una visión
del mundo completamente distinta, profanadora.
Así,
pues, el mero proceder del neobarroco, como decimos, constituye
todo un aparato digestivo que atrapa a los poderes ciegos
despertados por la génesis autófaga de Occidente
y los deglute, fagocitándolos.
Ahora
bien, habría que reparar en que tales poderes,
a los que se enfrenta el espíritu barroco, siendo
reticulares y plásticos, adoptan hoy también
un aspecto barroco, aunque apócrifo y al servicio
de la autodestrucción de la cultura. Basta con
enumerar, en forma de consignas, las principales características
que ofrece Omar Calabrese como cifra de lo que nosotros
—en su contra— denominaríamos neobarroco
débil para percatarse de que todas ellas forman
parte ya del modo en que se expresa el ocaso occidental
y la apertura fantasmagórica que genera como cobertura
engañosa: ritmo y repetición (que manifiesta
un gusto por las variaciones mínimas y sutiles),
exceso (que destruye la estabilidad, los límites
preconcebidos y el ordenamiento centrado), fragmento (que
hace flaquear al imperio de las totalidades cerradas),
inestabilidad y metamorfosis (signo del dinamismo convulso,
de la disgregación de lo compacto y el triunfo
de lo informe), desorden o caos (que cuestiona el ámbito
de lo mensurable y permite la incrustación espontánea
de elementos), laberinto (disolvente de la unidad orgánica,
propulsor de la diferencia en su relación reticular),
complejidad (cauce expresivo del surgimiento de un nuevo
campo de juego). Las fuerzas inerciales del capitalismo
reticular y semiótico portan ese gusto por la variabilidad,
la metamorfosis, el laberinto, y la complejidad, colocándolos
al servicio del colapso del ethos cultural y del triunfo
de la sociedad con-currente [nuestra sociedad, en la medida
en que sólo promueve la diferencia de modo ficcticio,
haciendo que concurra en un tácito y monocorde
modo de ser]. Los poderes ideológicos que sostienen
modos de vida biopolitizados utilizan el desorden caótico
para enmascarar su sutil organización de la praxis
por los corredores del sometimiento. La política
de los desperdicios emplea el exceso (de consumo inmaterial,
de novedades, etc.) para extender su halo de muerte.
Todos
estos signos de la enfermedad occidental, que hemos intentado
descifrar, producen un mundo barroco ficcional, simulado,
espurio. Nos encontramos, pues, en una tesitura aporética:
las potencias fagocitantes del neobarroco encuentran un
tipo de poderes a deglutir deconstructivamente que se
han investido de un aspecto barroco. ¿Cómo
mantener, entonces, clara la diferencia entre el que devora
y el que es devorado? ¿No podría ocurrir
que el neobarroco de la exuberancia, del infinito plástico
y potente fuese reabsorbido, debido a esa difícil
diferenciación, por la autofagia enfermiza camuflada
en una pseudo-vestimenta barroca? ¿No podría
convertirse, entonces, el juego de la máscara en
una mascarada, la perífrasis continua en la organización
del vacío, lo carnavalesco en puro simulacro sin
sustancia? El neobarroco, para no ser devorado mientras
devora, debe poner en juego sus potenciales para defenderse
del lobo vestido de cordero. Y esto significa que su energía
crítica y fagocitadora se intensifique y expanda,
generando en sí una lucidez para vislumbrar lo
que tal vez no vislumbra. Lleva inherentemente la responsabilidad
de un pro-barroco que sepa dirimir en este juego
de disfraces. El que escribe, querido lector, se confiesa
no preparado aún para esta tarea, que necesitaría
de todo un tratado.
(Nota
27) Sostiene Echeverría, con bastante acierto,
que hay distintas «modernidades», en virtud
de la relación que mantienen con el capitalismo.
El barroco es un «ethos», es decir, «un
principio de construcción del mundo de la vida.
Pero este ethos se constituye, ya en una relación
con el capitalismo, que es consubstancial a la modernidad
(Cf. Echeverría, B., La modernidad de lo barroco,
México, Era, 1998, pp. 37 ss.). El ethos barroco
es el último de cuatro variantes: (1) el «ethos
realista», propio del centro y norte de Europa,
que ya fue bien caracterizado por Weber como calvinista.
En él hay una coherencia entre el sistema capitalista
y la cultura o forma de vida; (2) El «ethos romántico»,
preponderantemente alemán, ligado a W. Benjamin,
que se enfrenta globalmente al capitalismo, sobre todo
por cifrar el sentido de la vida en la acumulación
del capital; (3) El «ethos clásico»,
que vendría a coincidir con el de la social-democracia,
consistente en una izquierda que en el fondo no es revolucionaria
y que hace el juego al capitalismo (esta temática
la desarrolla muy minuciosamente en «Modernidad
y capitalismo (15 tesis)», escrito en 1989 e incluido
en Crítica de la modernidad capitalista,
La paz, Oxfam-Vicepresidencia del Estado, 2011, pp. 65-115.
(Nota
28) Claramente, ya en el barroco del XVII los objetos
no eran «utilitarios» en el sentido del siglo
XIX. Portaban un valor simbólico que llegaba a
la urdimbre social. Se convertían en iconos de
identidades culturales, había un uso como derroche
(libaciones, fuegos artificiales, arquitectura efímera.
Es como si construyesen un mundo de imagen que visibiliza
lo sobrenatural en lo temporal (Más profundamente
expresado en Espinosa, C., «El barroco y Bolívar
Echeverría: encuentros y desencuentros»,
Íconos. Revista de Ciencias Sociales, n. 43, Quito,
mayo 2012, pp. 65-80)
(Nota 29) V. Sarduy, S., Barroco, Buenos Aires, Sudamericana,
1974, pp. 98-100.
(Nota
30) Echeverría, B., La modernidad de lo barroco,
cit.
(Nota
31) V. Campos, H. de, «Da razao antropofágica:
a Europa sob o signo da devoraçao», Revista
Colóquio-Letras, Lisboa, 1981, nº 62,
pp. 10-25.
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"La
tensión entre la comunidad (céntrica) y
el pueblo (excéntrico). A propósito de los
renovados encuentros de la gente en plazas públicas" |
29-abril-2016 |
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Los
recientes acontecimientos en Francia, esas reuniones
de personas en plazas, como en el 15 M español
(o de manera parecida), esas convocatorias al encuentro
en espacios abiertos, motiva a reflexionar. Expresan
un malestar generalizado que hasta ahora había
existido en la clandestinidad y que había sido
gestionado solo privadamente. Ese nuevo malestar
en la cultura pertenece al movimiento vivo de la
civilización occidental desde hace más
de un siglo. A mi juicio, estas convocatorias que llaman
a hablar e intercambiar opiniones, a interrogarse en
común, a afectarse recíprocamente, son
una de las formas en que se expresa la tensión
entre "comunidad" y "pueblo". La
primera es la cara "céntrica" de la
vida socio-cultural, el hospedaje de los hombres. El
segundo es su cara "excéntrica", aquella
dimensión de la vida socio-cultural que no puede
ser contenida en ninguna forma concreta de "comunidad":
el "pueblo" es un invisible en lo visible
de la "comunidad", su línea de fuga,
su desbordamiento. Los movimientos como estos recientes
a los que me refiero y aquellos que fueron denominados
"15M" no son ni de la "comunidad"
ni del "pueblo", pues no hay una sin otro.
Son expresión del conflicto entre las dos caras
de la vida.
Me había propuesto, en esta mañana primaveral,
intentar explicitar todo esto que constituye mi punto
de vista sobre el tema, porque creo que dicho tema es
importante en el presente; pero he recordado que lo
incluí en unas páginas de mi último
libro. Sea el lector comprensivo conmigo: lo dije una
vez y no sé decirlo ya de otra forma. Vayan,
pues, unos extractos sobre esta cuestión:
Sáez Rueda, Luis, El ocaso de Occidente,
Barcelona, Herder, 2015, extractos contenidos en páginas
39-48:
[Sobre
la distinción entre "centricidad" y
"excentricidad"]
Descubrimos en la vida cultural y social la discordante
unidad entre dos dimensiones suyas: la céntrica
y la excéntrica. El extrañamiento propicia
a ambas. (. . . ) El rayo de luz que ilumina la vida
en el extrañamiento nos hace, a un tiempo y en
el mismo acto, céntricos y excéntricos
respecto a ella. Lo primero porque nos sitúa
en ella, en su interior, dentro de su esfera. Lo segundo
porque nos coloca en su frontera, en sus límites,
como testigos perplejos. Céntricamente, la habitamos,
in-cursos en su publicidad ordinaria, en su incuestionada
sub-sistencia. Y entonces nos mantenemos adheridos a
ella, fundidos en su interior, como en un sueño
del que no tenemos noticia. Excéntricamente,
la observamos y la aprehendemos como tal de un modo
anterior a la conciencia. Y entonces, aunque no la hayamos
abandonado, nos ausentamos de su contundente, rotunda
y aplastante obviedad, no precisamente desplazándonos
a un exterior completo, que no existe, pero sí
contrariando su interioridad. Hay una intimidad del
vivir, por la cual nos asiste la vida en alguna de sus
formas concretas, a las que pertenecemos. Ahí
somos tomados por la vida, en el círculo mágico
de una in-stancia precisa.Y hay una extimidad de la
vida, que ya no nos deja completamente entregados a
ninguna de sus formas en particular. Aunque no podamos
derogar el estar en un ahí preciso, comprendemos
que no nos vincula a él ningún lazo de
esencia, que podríamos ser en todos los otros
de dicho ahí, es decir, que viviendo, no pertenecemos
enteramente a ningún lugar y que semejante ser-en-ningún-lugar-particular
es, aporéticamente, lo que nos instala en un
lugar. (...)
Centricidad y excentricidad van de la mano. Son dos
caras de una moneda, haz y envés en la vida cultural
o social. Su inexorable vínculo desgarra la presunta
identidad del sujeto y desvela una simultaneidad de
lo discorde en el corazón humano, una situación
tensional, bifronte o de dos caras. El ser humano se
reconoce situado céntricamente en un mundo cultural
o social concreto, en el que se siente parte integrante:
perteneciendo. Por otro, sin embargo, el extrañamiento
conduce al hombre a experimentarse como un ser ineluctablemente
expósito. Él habita en la más incierta
de las rutas: en un viaje en el que, morando, no hay
morada, en la medida en que, aunque pertenece siempre
a un mundo preciso, puede ponerlo entre paréntesis,
hacer epojé respecto a él y reconocerse
sin un hospedaje al que estuviese ligado ineludiblemente.
Y esto no le ocurre alternativamente, sino conformando
una unidad, una unidad discorde, una unidad con dos
caras diferentes y, en cierto modo, contradictorias
entre sí. En esa medida, el ser humano es devenir
creativo e incierto, sin una identidad sustancial. Es
devenir proteico y siempre desgarrado. No porque posea
diferentes moradas para habitar, sino más bien
porque es el ser que está continua e inexorablemente
entre moradas, en camino, como diría Machado.
En cuanto habita un mundo, se halla en el seno de un
magma cultural y social y en la tesitura que lo empuja
a escuchar la interpelación que de este emerge.
En cuanto excéntrico, está lanzado, como
un arco tendido, a la exterioridad, hacia los confines
de su mundo, ex- cediendo su pertenencia y saltando
hacia una nueva tierra, aún por-venir”
(.. . .) El ser humano es esa brecha, entre una tierra
a la que pertenece y que está desintegrándose
y otra tierra que ad-viene pero que no es todavía,
como un hiato entre dos nadas. Es ese tránsito,
ese intersticio, «entre» o intermedio, de
estar en ciernes o en estado naciente, en la tensión
entre radicación y erradicación, habitar
y des-habitar, tener lo propio de una pertenencia y
estar en proceso de ex-propiación. En su arraigo
parte ya una línea de fuga hacia lo extranjero
y extraño.
["Centricidad/excentricidad"
aplicado a la relación "Comunidad/pueblo]
La cultura es, decíamos, ese flujo de visiones
del mundo, formas de vida, valores, costumbres, hábitos,
etcétera, en los que está inmersa una...
¿comunidad o un pueblo? Uno se detiene aquí
y no sabe cuál de los dos términos es
el más adecuado. Y es que, por muy intensa que
hoy se tome la proximidad de significado en ambas nociones,
hay entre ellas una diferencia (...).
Está claro que no hay una sin el otro. Despejar
la diferencia es tarea difícil, pero insiste
ante el oído. Un pueblo hace comunidad y la comunidad
solo puede resultar del pueblo reunido. El primero es
aquel sobre el cual recae, en la democracia, la soberanía,
la cual permite el ser-en-común de la comunidad,
políticamente organizada. Pero el pueblo puede,
«por su capacidad de movilización»,
hacer estallar, en un momento preciso, la forma en que
se reúne, en que sustenta un «común»,
y reconformarlo desde otra clave. La comunidad es un
fruto maduro o en descomposición; el pueblo,
un espacio telúrico que alimenta la maduración
o la descompone.
(...) Cuando la comunidad es raptada por la fuerza de
un poder que ha crecido en ella, presiente que su ser
ha sido vaciado, que su hacer ha sido arrancado de la
tierra –espacio público– en que este
se ejecuta. Este desarraigo vivido la coloca en el campo
espectral de un en-común-sin-mundo. Pero tal
experiencia, la más inmediata forma en que se
expresa el desvanecimiento cultural, no es necesariamente
auto-referencial. Es un oscuro estar sin suelo, un desasimiento
clandestino que obnubila seductoramente, porque está
marcado por el signo de una pasividad carencial. El
desengaño del pueblo, por el contrario, es él
mismo ya autorreferencial. Es pasividad activa. Por
su irrupción es visto el engaño, la nada
que abruma a la comunidad, su irrealidad, que es la
presencia de su ausencia. El pueblo es el testigo autoextrañado
de la comunidad, el que le concede la lucidez autoexperiencial.
(...) Surge, en nuestro lenguaje, de una excentricidad
extrañante espoleada por la interminable tensión
hacia la ex-tradición. El infinito aspirado [por
el pueblo], por supuesto, carece de figura finita, concreta,
específica. Jamás se hará presente.
Y de ello hay que extraer la advertencia de que el mencionado
tirón del pueblo no garantiza en modo alguno
la mayor bondad de aquello hacia lo que conduzca concretamente,
sino solo que coloca en la tesitura de que ello ocurra
o fracase. La fuerza benefactora del pueblo no radica
en sus esporádicos y bienvenidos aciertos fácticos,
si los hubiere, sino en la inagotable exuberancia, trágica
en el sentido elevado del término, de su pulso
intensivo: hacer presente lo im-presentable por antonomasia,
la absoluta libertad, que es un imposible necesario.
(...) Comunidad y pueblo no son formas antagónicas,
opuestas, contrarias, del ser conjuntivo que anima a
la cultura (...) Son, más bien, haz y envés,
anverso y reverso, diferentes, irreductibles entre sí
y, paradójicamente, inseparables. Solo sobre
la base de semejante unidad discorde merecen su carácter
de adversarios en litigio, polémicamente en contienda.
Se relacionan como la centricidad y la excentricidad,
son esa relación tensional céntrico-excéntrica.
El ser conjuntivo es disyuntivo. La comunidad es el
lugar de un habitar, de un ser-en-el-mundo, de una incorporación
de los singulares en la centricidad de ser. El pueblo,
por su excentricidad, resiste al habitar desde el interior
de este, pues se reconoce extraño en cualquier
hospedaje concreto y, por más que tenga el destino
de transitar por uno u otro, hundiéndose en su
entrañable refugio, experimenta que no pertenece
a ninguno en particular. Si la comunidad anhela un hogar
propicio para su modo de vida, una morada donde poner
al abrigo sus tesoros culturales, su mundo simbólico,
su hacer político, el pueblo tiene los ojos puestos
en el carácter insólito de esa oportunidad,
de esa (extraña por imposible) idoneidad, y no
puede evitar el sabor amargo de su gratuidad. Por eso
no deja de escapar furtivamente al habitar, buscando
la intemperie. El pueblo es siempre en la comunidad
pero hurtándose a ella en el mismo acto. (...)
Lo común encierra, así, la larva del des-común,
de forma tal que vivir-juntos no es ni lo uno ni lo
otro, sino ambos en su productiva discordia: comunidad
a la que se pertenece y a la que jamás se pertenecerá
del todo, porque es negada en su interior por el empuje
del pueblo; pueblo que se extradita sin cese de la comunidad
y que no será nunca un lugar signable y presente
de extradición. Lo des-común del común
no es el aislamiento, la disgregación atómica
o a-relacional de los hombres singulares, sino una autoexpulsión
compartida en el corazón de la comunidad, una
excentricidad transindividual por la cual se abre la
promesa de un espacio nuevo e incógnito, sobre
cuyo anuncio, tal vez, la comunidad de los hombres erigirán
un día una nueva conformación. (...)
El estar-juntos es este intersticio que separa y vincula
al estar-en y al ausentarse-de lo común. O, por
indicarlo desde otro ángulo, el ser conjuntivo
en su disyunción es la juntura entre la convivencia
acompañada de los que co-habitan a resguardo
del ser-en y la convivencia solitaria de ellos mismos,
a un tiempo, en el extra-ser de la despedida.
La cultura es el ancho mar en el que boga el navío
de Ulises. La comunidad centellea en el corazón
del héroe, cuando en la proa encara la lejana
y esperada Ítaca, que siempre está con
él, aunque sea con la presencia que poseen las
cosas ausentes. El pueblo que él ejemplariza
renace firrme e insistentemente en su mirada vuelta
hacia atrás, en cada nueva partida, cuando contempla
lo que abandona sin saber lo que le espera. La tensión
entre sus dos rostros no acabará nunca. Y por
supuesto, jamás allí donde se tiene la
impresión de que se mitigará. El arribo
a la tierra donde ha de encontrar a su amada Penélope
es un estallido. Ha de mirar de nuevo hacia atrás,
después de haber conducido a una comunidad a
la muerte.
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"Estar
al acecho" y "caza de brujas" en la actualidad
política |
21-febrero-2016 |
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Ahora
que corrijo exámenes, me sale un concepto heideggeriano
en las respuestas muy sugerente: "estar al acecho" (parágrafo
37 de Ser y Tiempo, "Ambigüedad"). Breve
aclaración de su sentido. En la existencia "impropia"
el hombre es incapaz de hacerse cargo de sí mismo
como pro-yecto (anhelo de ser, vocación de hacerse
a sí mismo). Ante la angustia que experimenta
por tener ante sí un reto o un proyecto, retrocede
y, por decirlo así, se auto-engaña para
olvidar que no lleva a cabo nada. En esa situación
general, la "ambigüedad" incluye la actitud consistente
en percatarse de esta huída, de esta "inautenticidad"
(si se quiere expresar así) y, sin embargo, no
superarla. No se supera porque se hace "uno" creer que
la ha superado al imaginar y saborear por adelantado
la superación (que, como digo, no se realiza
más que ficticiamente). Ahora viene lo bueno.
En tal "temple" persiste, en el fondo, una sospecha
del autoengaño (de que está uno superándose
pero en realidad no, o no realmente). Surge entonces
la necesidad imperiosa de mirar cómo va el otro,
cómo van los demás. ¿Por qué?
Por si ellos se dan cuenta de la impostura, en primer
lugar; para recibir su aprobación, en segundo
lugar, y así sofocar la "auto-sospecha". Así
que se llega, finalmente, a una "publicidad"
en la que todos estamos"al acecho" unos respecto a otros,
no vayamos a despertar del sueño compartido.
Lo
que se viene llamando "cacería de brujas" en
política, en general y en la política
española en particular, es, me parece, justamente
eso. Y no es exclusivo de la derecha. Todos "al acecho"
de todos, dispuestos a denunciar en el otro la más
mínima torpeza o tontería, tomando esa
denuncia como sustitución de aquello que habría
que hacer y no se hace. "Micropolítica del acecho
recíproco", podría ser denominado el fenómeno.
No
se trata de ridiculizar la crítica de los desmanes
o tropelías del otro, pues eso es natural que
se haga en política, y muy necesario. Se trata
de preguntarse si, siendo ésta la única
actitud o la actitud predominante, no estará
ocurriendo que, a falta de resolución para proyectar
algo nuevo y llevarlo a cabo, se sueña y se fabula
que sí se está haciendo (mediante la observación
meticulosa del otro y de sus fallas, sus grietas).
Por
cierto, en el mundo cotidiano también es posible
percibir una cierta expansión de este curioso
fenómeno. La enfermedad en el ocaso de Occidente
es la de una actitud de auto-fagocitación continua:
de-potenciación en el acto de potenciar, desfallecimiento
en el acto mismo de crecimiento. Disculpen el atrevimiento
de remitir al capítulo 4.3. de El ocaso de
Occidente (Barcelona, Herder, 2015), para un análisis
más minucioso de esta enfermedad como autofacitación.
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El politicismo, riesgo de la crítica política |
15-febrero-2016 |
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"La polarización y la intransigencia política
se filtran a toda la sociedad". Este es el último
emblema de análisis de lo que está ocurriendo.
Y está completamente desencaminado. No porque
sea falso, pues es cierto que lo que se contempla en
las élites de la política azuza el fuego,
sino por la óptica que supone el análisis.
Se está instalando un error en las interpretaciones
sobre la deriva política en nuestra época.
Todo, según ese erróneo enfoque, proviene
de las altas cumbres de lo político y va derramando
sus efectos hacia abajo, hasta llegar a lo más
ínfimo y micrológico del pueblo. Uno se
harta ya de esta insistente y pesada visión de
las cosas, que actúa cada vez con mayor intensidad
como un supuesto no percibido. ¡Todo el siglo
XX (hay que decirlo de nuevo, hasta la saciedad, pues
es mejor una idea que actúa como un cuchillo,
una sola, que cientos sin filo), todo ese largo tiempo
de diagnósticos procedentes del pensamiento europeo
mostrando de mil formas que se está deteriorando
el humus de la colectividad entera, desde lo más
pequeño hacia lo más complejo, para venir
a esto! Dan ganas de no levantarse de la cama o de irse
a un monte.
Todo el pensamiento del siglo XX ha implicado una crítica
a la deriva completa del mundo socio-político
y a la cultura como visión del mundo y como forma
de praxis. La conversión, en toda la sociedad,
de cabo a rabo, de la racionalidad autónoma,
digna, de principios, en racionalidad puramente estratégica;
la extensión general de una cosificación
de las relaciones humanas y del significado mismo de
la vida; la desaparición paulatina de proyectos
de vida por los que ofrecerse en sacrificio si fuese
necesario; el desarraigo global que no deja ya "habitar"
el mundo; la racionalización de la existencia
a manos del procedimentalismo de cien rostros; la huida
de santuarios para el saber, convertido en una plaza
de mercadillo de puras informaciones y de luchas por
el prestigio; el resentimiento generalizado en una época
en la que cada uno ha encontrar su identidad por oposición
a un "otro", dado que no experimenta dentro de sí
un cauce propio; el... ¡Todo eso y mucho más
ya advertido -y que necesitaría páginas
y páginas para ser descrito-, todo eso dicho
de diversas maneras por escuelas de pensamiento de todos
los colores, transmitido, repetido, ... todo eso para
nada!
La degeneración de la política en su sentido
estricto ha venido a mostrar que Europa no es consciente
de sus agentes cancerígenos de fondo: se ha encontrado
una excusa para ello, pues todo proviene, por lo visto,
de algo tan concreto como la corrupción de los
políticos, su intransigencia a la hora de pactar,
etc. Se trata siempre de buscar un lema empírico
muy concreto y de transformarlo en una excusa perfecta
para olvidar el fondo complejo de lo que sucede. Administrando
nuestro vacío, organizando la vacuidad de nuestra
vida, hemos encontrado otro nuevo dios maligno al que
achacarle todos los males: los políticos. ¡Pues
claro que son unos impresentables, pero ese no es el
único problema! Es que, al convertirse en el
problema por excelencia, absorbe y concentra en sí
cualquier otro. De ese modo, la oquedad ya se nota menos,
ya duele menos, ya da menos el tostón. Luego,
nadie se explica en su fuero interno cómo es
posible que un malestar de trastienda lo persiga a todos
lados, como si fuese un sordo rumor que lo angustia,
que le crea ansiedad, que lo reduce cada vez más
a la necesidad de paliativos ... ¡A la invención
prolífica de nuevos paliativos! Por lo demás,
esa visión piramidal según la cual el
mal viene de un altozano es congruente con un dualismo
coooojonudo. Por un lado está el mundo de las
miasmas y de las distorsiones repugnantes, allí
arribita, leeeeejos; por otro, este flamante mundo de
abajo, inmediato, bueno por principio, sufridor de los
que "nos conforman de este modo", cándido mundo
golpeado desde el otro. ¿Pero es que hay tal
subsuelo? ¡Si no hay pueblo! ¡No lo hay
y habría que empezar por ahí! Bastaría
para destruir de un golpe esta estúpida comprensión
de lo que pasa con mirar a jovencitos, escucharlos:
están desorientados la mayoría y llenos
de horror vacui, mientras les decimos que el
problema está en la crisis política y
económica. Bastaría con hurgar un poco
ahí, en lo que sienten los niños y los
jovencitos, cada uno en su ámbito. Y bastaría
con mirarse a sí mismo, acto seguido, para encontrar
los mismos problemas pero con las defensas de quien
ha pasado ya muchos años pre-sintiendo todo esto
y llevándolo como puede.
Hasta que este desierto más básico no
termine de ser visto, palpado incluso, la política
a secas seguirá siendo lo que es: una preocupación
absolutamente necesaria para todos, por supuesto (pues
no se trata de esquivarla), pero convertida en una obsesión
que calma y evita mirar lo importante. ¡Qué
bueno sería mirar conjuntamente a la política
desde este problema de fondo! ¡Qué potencia
nos ofrecería este otro prisma para afrontar
las miserias de los políticos, sabiendo que,
aunque retroactúan sobre la sociedad, comienzan
siendo su espejo! ¡Y qué retos, qué
fines más nobles nos surgirían desde el
alma hoy embozada y secuestrada, cuando ésta
se viese a sí misma tan desolada, tan harta de
ser escamoteada, tan transida de miedos, de sentimientos
de absurdo, de deseos reprimidos, de proyectos segados
nada más nacer por una enigmática guadaña
epocal! ¿Es que no es ese el lugar desde el que
ha de surgir de nuevo el entusiasmo, que no es más
que el deseo de levantarse del suelo y, al hacerlo,
provocar un desplome de toda la escoria que oculta ese
deseo, el de rehacerse?
Bien podría ocurrir que de tanto tapar el problema,
de tanto ocultar este escozor por falta de espíritu
en toda, todita la comunidad, con la excusa del (evidente)
problemón de los políticos, acabemos volviéndonos
unos bestias. Sancho Panza lo sabía muy bien,
cuando le dice al de la Triste Figura, una vez en que
este último, por la inmensa superficie del llano,
iba desengañado, perdida la esperanza, en silencio,
cabizbajo y repleto de soledad:
«Señor, las tristezas no se hicieron para
las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres
las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuestra merced
se reporte, y vuelva en sí, y coja las riendas
a Rocinante, y avive y despierte, y muestre aquella
gallardía que conviene que tengan los caballeros
andantes (....), pues vale más la salud de un
solo caballero andante que todos los encantos y transformaciones
de la tierra»
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Curiosidades.
El barroco celeste y de los pueblos del Sur |
12-febrero-2016 |
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Las
ondas gravitacionales son perturbaciones en el espacio-tiempo
similares a las ondas que surgen en un estanque cuando
cae una hoja. Se confirma así, una vez más,
la visión del cosmos de Einstein, una de cuyas
más asombrosas conclusiones es la de que el universo
es una continuidad plástica de espacio-tiempo
que se curva de diversos modos. Sencillamente explicado
quedaría más o menos así:
Es
curioso que la ciencia y la filosofía coincidan
en la actualidad en tantas cosas. ¿Espíritu
de época? La imagen barroca del mundo es una
cosmovisión que ha sido tematizada filosóficamente
y que casa muy bien con la comprensión einsteiniana
del cosmos. Al extraer aquí un lazo incluso con
el modo de ser de los pueblos íbero-latino-americanos
no queremos, de ningún modo, adherirnos a un
misticismo cósmico. No se trata de que dichos
pueblos estén "en armonía con el
cosmos". Preferimos tomarlo como un curioso azar.
En
el siglo XVII, Leibniz concibió lo real como
un "plenum" continuo, algo así como
una continuidad fluida que experimenta inflexiones y
se torsiona de formas variopintas, como si fuese una
hoja de papel que arrugamos o una túnica que
se dobla de muchas formas. En la segunda mitad del siglo
XX, Deleuze dilata esta idea y la convierte en la central
de la visión barroca del mundo: el pliegue. Todo
lo real sería un conjunto de fuerzas que se materializan,
constituyendo una textura en la que todo cambio podría
ser pensado como un tensar-destensar, contraer-dilatar,
etc. o, de otro modo, como una superficie elástica
que se pliega y repliega.
La realidad humana puede ser pensada también
así si seguimos a nuestro español barroco
más destacado, Baltasar Gracián, también
del siglo XVII: el ser humano es un "caudal"
de potencia que se materializa en las obras y acciones
(pertenecientes a un estilo), que son las "maneras"
(es fácil imaginarlas como pliegues de fuerza).
Cuando se dice que estamos en una época neo-barroca
se está hablando de una emergente visión
u "ontología" de la realidad en la
que van a la par ciencia y filosofía. Pero el
neobarroco tiene también su política,
una onto-política. Está ligada al Sur,
en particular al mundo íbero-latino-americano.
He aquí uno de sus rasgos. La comunidad no es
un "conjunto" con "partes", sino
una pluralidad de "mundos" plegados entre
sí. Los pueblos no tienen fronteras nítidas
y completamente definibles, pues son pliegues en un
espacio plástico en el que se gestan mixturas
y procesos de recíproca intersección.
El modo de praxis neobarroco es como un baile o una
danza sobre una amplísima colchoneta elástica
en virtud del cual los cuerpos se tocan y se alejan
una y otra vez como si estuviesen enlazados por elásticos.
No es la ruda y bruta articulación funcional
de seres humanos o pueblos en un todo férreo,
articulado como una máquina que posee piezas,
visión del mundo que hoy nos atropella, nos somete
y pretende reducir nuestra humanidad. Lo antibarroco
es lo eficaz, lo geométrico, lo utilitariamente
con-puesto en un todo mecánico que ha de estar
bien engrasado para funcionar. Lo neobarroco es la flexibilidad
de un espacio abierto y sin límites, un espacio
dúctil, maleable, que nos pone a danzar y nos
envuelve en un vibrante movimiento que ya no deja claro
dónde acaba uno y dónde empieza el otro.
Un baile de máscaras, pues los rostros se confunden.
De ahí que lo carnavelesco sea realista: expresa
un fondo más verdadero que el del rostro directo.
Está claro que un "modo de ser" así
es reacio al predominio de las normas, de las reglas,
de las prescripciones que hacen de cada acción,
ser humano o pueblo un "caso" "particular",
como el hierro o el acero son "casos" particulares
del metal. Un modo tal de ser ama lo "singular"
irrepetible, que introduce siempre una excepción
en la regla y que es, por eso, sacrificado cuando se
lo subsume y ata a ella. Prefiere que estas, las reglas,
surjan en el bullir caracoleante mismo (reglas que nacen,
caen y renacen, que están en estado naciente).
Prefiere el camino que se hace al andar al camino ya
previsto y funestamente obligado.
A nosotros, a los ibero-latino-americanos, nos dan arcadas
todos estos forcejeos, disputas y debates tan actuales,
tendentes a hacer encajar todas las piezas del juego
en una casita de muñecas. Nos repele la racionalización
de la existencia. Y por eso nos experimentamos conquistados
por un alma muerta, hoy expansiva. Por eso, también,
experimentamos "malestar en la cultura" y
no sólo "indignación política".
¿Cómo podríamos, de un modo más
concreto, aceptar de buen grado al capitalismo reinante?
Él obliga a danzar en una sala de baile ficticiamente
"liberal", pues nos deja danzar, sí,
pero de acuerdo con reglas tácitas muy rígidas.
Él nos obliga a dejar de plegar. Quiere la recta
y la cuadratura. Simula dejarnos hacer camino, pero
sobre una autopista calculable.
¿Dónde reside la resistencia del espíritu
neobarroco a este asalto? En la posibilidad de fagocitar
todo aquello que se nos impone. En efecto, el pliegue
deja entrar al poder intruso, se repliega sobre él
y lo incluye en la danza entera. Con ese gesto y argucia
lo relativiza y lo doblega. Pero los potenciales de
la cultura para fagocitar de este modo son sofocados,
casi siempre, bajo el mando de un soberano que parece
barroco y no lo es: un soberano que se opone frontalmente
a la normación extraña mediante otra normación.
No danza, sino que somete el baile a una anti-regla
y se comporta como el verdugo pero invirtiendo sus armas.
La
potencia barroca es un modo de ser. Se expresa en maneras,
una de las cuales podría adoptar la forma de
una administración diferente de la "cosa
pública". Es una posible conformación
de mundo humano y de colectividad que hoy se nos ofrece
como alternativa. No siendo la única, es, sin
embargo, la alternativa reprimida en nuestra historia
sureña. Valdría la pena quitarle los grilletes.
Más sobre estas cuestiones del neobarroco en:
— Sáez Rueda, L., Ser errático.
Una ontología crítica de la sociedad,
Madrid, Trotta, 2009, capítulo 6.3.
— Sáez Rueda, L., El ocaso de Occidente,
Barcelona, Herder, 2015, capítulo 6.1.
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El
alma trágica andaluza, en palabras de Rafael Cansinos
Assens |
30-diciembre-2015 |
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El
mundo sólo existe en la multiplicidad diversa
de sus voces, que son los pueblos. Cada pueblo es un
punto de vista sobre la totalidad de lo humano. Cada
pueblo contiene, a su manera, a la comunidad entera
de los hombres bajo un peculiar prisma.
La
perspectiva universal que brota en el espíritu
andaluz es trágica. Y lo trágico no es
lo meramente triste. Es la pasión de la lucha
entre contrarios, la pasión por la tensión
misma.
Resulta
difícil encontrar un retrato más nítido
y bello de esta extraña cualidad que el que realiza
el injustamente olvidado Rafael Cansinos Asséns
(1882-1964), escritor sevillano, de infatigable y primorosa
pluma, en La copla andaluza (de 1933). Por “copla”
entiende el autor el cante en general de Andalucía,
que incluye al flamenco en todas sus variedades y que
expresa el fondo claroscuro de lo andaluz. Lo importante
quizás sea el esclarecimiento del alma andaluza.
El trayecto a través de su cante podría
considerarse un medio, aunque divino.
Ha
caído en mis manos una envejecida edición,
impresa en mi querida Granada en 1985 por los talleres
de Ediciones Anel y con una inscripción realizada
a mano en la solapa que dice “250 pesetas”.
Una publicación hoy asequible únicamente
en silenciosas tiendas de antigüedades. Tuvo que
ser un colombiano muy amigo el que me la descubrió.
Donde esté Juan Daviz Zuloaga Daza, reciba agradecimiento
merecido, porque en este libro, sin documentación
erudita y con castellano poderoso, se encuentran descripciones
que todo andaluz, si no ha sido devorado todavía
por la globalización que allana lo esencial singular,
reconocerá intuitivamente verdades para él
íntimamente incontestables.
Dejo
al lúcidamente embelesado Don Rafael hablar desde
sí mismo, durante unos pocos tramos, por si el
lector quisiese algún día lanzarse al
texto entero y, a continuación, mirar a esta
tierra con los ojos que descubren su secreto. Las aclaraciones
entre corchetes son nuestras.
[Lo
individual irrepetible y lo universal anónonimo,
hermanados en un acto] «Un drama real inspira
la copla a modo de lírico comento; la copla conmueve
al artista que adivina el drama virtual y se aplica
a la tarea genial de actuarlo en un conflicto concreto
(...). El poeta, es decir, el hombre elevado a la más
alta categoría individual, se confunde con el
hombre gregario que siente las cosas a la manera confusa
de la especie y voluntariamente hace por sentir como
él y por declarar sus sentires con la misma sencillez
ingenua que repudia los sabios arreos del arte. Misterio
de humilde caridad, pues ha de renunciar a lo que vulgarmente
se entiende por la gloria, ya que el triunfo supremo
del poeta hecho coplero es que sus canciones corran
anónimas en labios de la multitud. Tal misterio
no se explicaría si no fuera porque hay cierto
indefinible, pero notorio, encanto en sentirse pueblo,
en mezclar el individual torrente en el océano
de la Humanidad y porque esa es la más eficaz
manera que para el poeta hay de erigirse en oráculo,
en voz honda, profética y sagrada (...). El poeta,
aceptando de antemano el inevitable anónimo,
descansa por un momento de su amarga lucha por la gloria,
se desindividualiza y muere para vivir por siempre en
Humanidad» (p. 38). «El cantaor es al par
actor y hado en la tragedia humana; habla con voz impersonal
y personalísima al mismo tiempo» (p. 40).
[Drama
histórico de perdedor altivo. Anhelo truncado
de pluralidad] «La experiencia histórica
parece haberse convertido en la experiencia individual
de estas gentes, que, según ha dicho un poeta
de la tierra, Manuel Machado, “todo lo ganaron
y todo lo perdieron; gentes que fueron sucesivamente
fenicias, griegas, hebreas, árabes, hispanas,
y que ahora llevan el nombre de sus invasores, los vándalos
(...). El andaluz está hecho a perder; pero conserva,
sin embargo, el gusto a perder, la pasión de
la pérdida, como un jugador de buena ley»
(p. 54). «La copla andaluza es siempre una confesión
que pide otra, una pregunta que reclama respuesta y
que la busca, aunque sea de su propio fondo, como Job
ante el enigma, y como Job, blasfema, increpa y profiere
palabras amargas» (p. 51). «Se diría
un hombre que lo ha perdido todo, que ha presenciado
tragedias pavorosas y que sólo quiere ya olvido»
(p. 52). «Todo lo cual explica que el sentimiento
del amor haya podido prestar su rúbrica a otros
más arcanos e indescifrables (...), así
como también que una sensualidad innata, defraudada
en su ansia de pánica pluralidad y, por ello
melancólica y desesperanzada, haya absorbido
toda otra razón de más alta tristeza»
(p. 73).
[Alma
esquiva] «Herencia de pueblos extinguidos o sofocados,
cuya voz, contenida por una cultura extraña y
por un miedo y un pudor, sólo encuentra su timbre
en los momentos de la inconsciencia pasional, cuando
se eleva con un paradójico deseo —puesto
que grita— y la ilusión de no ser escuchada,
pronta a callarse en cuanto logra un auditorio. Andalucía,
lugar extraño, en que las mujeres hermosas parecen
llevar a disgusto la belleza y buscan las soledades
y las sombras y se enojan con el hombre que las lisonjea.
¿Qué misterio de desencanto y de desconfianza
altiva hay en esta esquivez del alma andaluza? ¿Qué
drama de todo el pueblo se expresa en esta cuita de
amor, qué drama de todo el pueblo que sólo
salvó la guitarra del desastre (...) en que perdió
a los dioses?» (pp. 48-49)
[La
compañía y la soledad «salvaje»]
«Porque la copla andaluza es solitaria y no se
dirige a un auditorio, aunque su fuerza sea tal que
se lo concilie indeseado, y entonces, por la hondura
salobre de donde brota, asuma una virtud sibilina y
una significación para todos» (pp. 50-51).
«La copla andaluza surge solitaria, desentendida
de todo auditorio, sin otro deseo que oírse ella
misma, como expresión maravillada de algo tan
íntimo que parecería no poder formularse.
Es un arte sin reglas, que puede permanecer olvidado
mucho tiempo y que elige para manifestarse una hora
que él sólo conoce. Por eso, por su absoluta
sinceridad, se presta tan poco a los compromisos de
los programas y al plan premeditado de los espectáculos.
(...) Rehúsa la pauta y la norma, existe desde
hace siglos y, sin embargo, aún no está
hecha y empieza a ser de nuevo siempre» (pp. 81-83)
[Apropiación
y transformación de la religión cristiana.
Paganismo oculto. Hombre y mujer en rebelión
y desventura digna como referencias sagradas] «La
caída del Hombre y la Mujer, arrastrados por
la fatalidad de las pasiones, forman el mito preferente
de la copla. La Magdalena y el buen Ladrón son
sus figuras principales, con su cortejo de seducciones,
malos tropiezos y malas compañías. (...)
Y ellos parecen decir al Nazareno que la hermosura,
el valor, el amor mismo son incompatibles con la santidad,
y que es preciso aguardar a los otoños de la
vida para que florezcan los lirios morados de la contrición.
Ese pueblo andaluz, tan vivo, tan sensible, tan penetrante,
no concibe la santidad sino como una deficiencia y una
atonía. (...) Y surgen las Magdalenas y los bandidos
buenos, esas formas de las santidades pecadoras»
(pp. 63-64). «El Hombre y la Mujer suplantaron
al Hijo y a la Madre divinos, y el drama de la Gracia
quedó reducido al drama del Amor. La santidad
fue concebida como sublimidad de la pasión activa
por el viacrucis del vivir, del pecado y la culpa, y
se creó una nueva versión del Cristo al
modo griego, y se lloró la belleza contrita y
desnuda de la Magdalena, prendiéndole su leyenda
inmanente como el nimbo más magnífico»
(p. 75)
[Unidad
entre tristeza y alegría. No hay una sin la otra]
«Un pueblo, aparentemente alegre y encariñado
cual ningún otro con la alegría, confiesa
su derrota y proclama su fundamental intuición
pesimista de la existencia. (...) Es, en ese sentido,
de un nihilismo desconsolador y absoluto. Pero hay que
advertir el ideal de dicha, la voluntad de alegría
que late en el fondo. (...) Llora el incumplimiento
de promesas que le parecieron infalibles, formuladas
por una naturaleza pródiga y radiante y por esa
incomparable capacidad del hijo del Sur para imaginar
beatitudes. Estas promesas frustadas después
por veleidades misteriosas de esa misma naturaleza o
por torpezas sociales, engendran el desencanto (...).
El alma andaluza (...) está temblando en medio
de la fiesta, y todos sus gestos aturdidos y locos tienen
algo de exorcismo y conjuro, y también de reto
(...) Y la copla bravía lucha con la desconsolada
como una sibila con otra, oponiéndole en último
término una invencible voluntad de alegría.
Porque Andalucía quiere ser alegre. Quiere ser
feliz, olvidar su pasado, vencer la fatalidad que pesa
sobre ella. A veces (...) siente la paradoja de este
contraste, y asombrada ante el paisaje que le hace olvidarse
de la historia, se pregunta “¿Por qué
no he de ser yo alegre, cuando estoy excepcionalmente
dotada para la alegría?” Y entonces, en
un esfuerzo heroico y que puede parecer frívolo
(...), se levanta del asiento en que estuvo escuchando
devota su voz lenta de augur, empuña sus crótalos,
serena de flores al modo pagano y repiquetea con los
pies que calzan el coturno una de esas danzas que tienen
el brío de una parada marcial. Entonces el sol
vuelve a salir de nuevo, los moscardones huyen alocados,
las sierpes fatales quedan holladas (...) y el amor
vuelve a alborear sobre el Mundo, auspiciado por un
feliz horóscopo que acaban de tejer los hados»
(pp. 90-91).
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El
peligro del excesivo exceso en el pensamiento
o el riesgo del síndrome galimatías |
16-octubre-2015 |
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Lo
que uno va a decir puede herir sensibilidades si se
toma como descalificación. Pero no debe ser tomado
de ese modo. Al final de la reflexión se dirá
por qué.
Desde que nos hemos hecho conscientes de la necesidad
de salir de la academicista obsesión con un tipo
de pensamiento o con una sola disciplina, la reflexión
camina, de modo sano, hacia la generación de
relaciones temáticas y hacia la interdisciplinariedad.
Bienvenida esa tendencia. Bienvenida, porque cualquier
tema, pensador, disciplina o línea de pensamiento
posee un "exceso" en su inmanencia capaz de
hacerlo explotar y de llevarlo más allá
de sus confines, salvándolo, así, de la
posibilidad de que quede encerrado en "tópicos"
mortecinos. Ahora bien, un exceso de ese "exceso"
puede conducir a una relación de temáticas,
de autores, de líneas de pensamiento, de disciplinas,
etc. demasiado confiada, demasiado fácil, demasiado
oportunista. Puede conducir a una relación muy
superficial de todo con todo, es decir, a algo así
como a un síndrome que se podría denominar
"galimatías".
Pondremos,
en primer lugar un ejemplo concreto. Luego sugeriremos
lo que ocurre a menudo hoy en general.
EL EJEMPLO. Todos nuestros respetos por Lacan y por
Hegel. Ahora bien, que Zizek quiera vincular a Hegel
con Lacan nos parece un exceso de ingenuidad. La idea
de fondo, si la hemos entiendo bien, es, muy simplificadamente,
la siguiente. La Totalidad o el Absoluto se sustraen
respecto a aquello particular en lo que se manifiestan
o están invisiblemente presentes, constituyendo,
de ese modo, una instancia negativa, una "negatividad".
La estructura en cuanto tal no puede ser un signo dentro
de la estructura (Lacan), por lo que se sustrae en la
relación entre signos que se traban estructuralmente.
La estructura, en cuanto tal (que sería nuestra
psique en su totalidad y el todo de lo real) es una
"negatividad" productiva. Es generadora de
todo aquello que es su propia exposición pero
no puede "darse" objetivamente en tal exposición
(por eso constituye una "falta", algo así
como una presencia que está presente "en
cuanto ausencia productiva". El Absoluto (en Hegel),
que sería el Todo de lo real, se sustrae en su
ex-posición (realización), es decir, en
su objetivación en la realidad tangible, concreta
e histórica. Es fuente germinativa (como Espíritu),
está en todo lo que hace germinar, pero no forma
parte de lo germinado, por así decirlo, como
si fuera algo particular. Llamémosle a eso "negatividad".
Además, en Lacan un signo carece de significación
esencial en sí mismo: sólo la posee en
relación diferencial con otros signos. Se puede
decir que "es en cuanto no es otro signo".
Llamémosle a eso "negatividad". En
Hegel cada "afirmación" del Espíritu
(que es una objetivación particular suya) lo
es en relación con otra anterior, la cual es
"negada". Bien, encaja. Pero se trata ahí
de un "encaje" trivial o superficial, a nuestro
entender. Porque es que así, Lacan encajaría
con más de una docena de filosofías. Por
ejemplo y muy de pasada: con la de Heidegger (el ser
se presenta en los entes y, en ese mismo acto, se despresenta,
se sustrae); con la de Derrida (toda experiencia es
una presencia en la cual su fuerza germinadora se des-presenta,
una "huella"); con la de Adorno (en Dialéctica
Negativa: toda realidad es apuntada por el concepto
pero se sustrae al concepto, porque este último
la "identifica en una unidad", "la generaliza",
por lo que lo real es siempre lo "No-Idéntico");
con la de Merleau-Ponty (el sujeto es acontecimiento
fuente de relaciones corporales con el mundo, pero en
tales relaciones concretas con el mundo él mismo
no está "objetivado", sino ocluido
como un generador invisible, "ser-salvaje");
con la de Nietzsche (la "voluntad de poder"
se expresa en acciones precisas, pero se sustrae a cada
una de ellas, es el todo invisible); con.... podríamos
seguir, pero se haría muy pesado, si es que ya
no está este comentario excesivamente pesado.
Así no vale (en nuestra humilde opinión)
pensar con rigor. Demasiado leve. Siempre hay un camino
para hacer coincidir a mil líneas de pensamiento.
Pero a costa de vulnerar sus singularidades más
importantes y oscurecerlas.
¿Quiere
esto decir que, en este ejemplo, Zizek no sea un pensador
respetable? ¿Es esto una descalificación?
NO. Esto no es una descalificación de Zizek si
se admite que, aunque las relaciones que establece (también
con Marx y con otros pensadores) "penden de un
hilo", tienen un gran valor: el valor de estimular
el pensar, el valor de indicar una posible dirección
de pensamiento. Gente así no sólo es encomiable
como "estimuladores", sino absolutamente necesaria
para salir del atolladero de las clasificaciones dadas
por la tradición y abrir nuevas sendas mediante
vínculos inéditos. Ahora bien, la condición
para admirar esa encomiable labor radica en no sobrevalorar
su esfuerzo por aprovechar el antes aludido "exceso"
contenido en cualquier línea de pensamiento o
disciplina. Se puede decir que es encomiable como "explorador"
o "estimulador". Pero no tan encomiable como
para tenerlo, como lo tienen muchos, por el nuevo genio
del XXI. Desde la muerte de Deleuze en el siglo pasado
no hemos tenido, prácticamente, ninguna novedad
significativa.
EN GENERAL. Aprovechar el "exceso" contenido
en una línea de pensamiento o disciplina y crear
relaciones parece muy productivo. Basta ya de compartimentos
estancos. Pero se puede caer en el "exceso del
exceso" que sería el síndrome "galimatías".
Cada vez con más frecuencia, escuchamos o leemos
reflexiones en las que se crean vínculos entre
pensamientos filosóficos, sociológicos,
politológicos, expresiones artísticas
(poesía, literatura en prosa, cine, arquitectura,
etc.). ¿Es eso una impostura? ¡No! Ahora
bien:
1.
Si no se hace con mesura, estos encomiables intentos
se convierten en un tipo de discurso en el que todo
cabe; en un discurso muy rico en su apariencia, pero
falto de fuerza interna; en un discurso-espectáculo,
al fin y al cabo (y más: un discurso, tal vez,
que luchando contra la sociedad del espectáculo
no sabe que está rindiendo honor a la sociedad
del espectáculo). En ese caso, el discurso en
cuestión sirve al Ego del autor. El autor está
sediento de reconocimiento externo, anhela ser el nuevo
"sabio". Y se equivoca, porque la sabiduría
no radica en la extensión sino en la cualidad.
Y muchas veces, lo mejor se da en "una sola idea",
profundizando en ella, hacia abajo. No profundizar "hacia
abajo en una idea" es síntoma de nuestra
época, en la que ya no hay demora en nada.
2. Si se hace con el ánimo de "incitar a
pensar", bien. Pero si, por el contrario, no se
hace constar que se está haciendo eso, incitar,
entonces se incurre en la arrogancia de quien sienta
cátedra o se cree una nueva divinidad.
En
definitiva. Pensamientos proliferantes y reticulares
con demora y paciencia, conectivos y capaces de empujar
en una dirección ... ¡Sí, por supuesto!
Pensamientos proliferantes y reticulares sin demora,
expansiva y compulsivamente centrados en relacionar
y relacionar y relacionar.... con eso prudencia. Un
incompresible campo de juego galimatías nos quiere
seducir. En el fondo, nos dispersará.
El que escribe esto intenta aplicarse, en este mismo
instante, a sí mismo esta reflexión.
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El
concepto deleuzeano de Síntesis Disyuntiva.
Guiño a las fuerzas políticas de izquierda
antes de las elecciones generales de 2015 |
07-octubre-2015 |
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Una de las nociones nucleares que articulan la filosofía
de G. Deleuze es la de «síntesis disyuntiva».
El concepto me parece muy oportuno en la actualidad.
En primer lugar, porque parte de la constatación
de que todo lo que hay en la realidad (social, política,
cultural...) es pluralidad (algo que se hace cada vez
más palpable en el presente). En segundo lugar,
porque nos conduce a pensar una relación entre
lo diferente que (a) no diluye la diferencia ni la disuelve
en una unidad más grande, devoradora, y que (b)
relaciona lo diferente con lo diferente por medio, precisamente,
de la diferencia. De ese modo permite pensar —disculpen
el intrincado juego de palabras— una relación
de lo diferente que respeta la diferencia misma pero
que no deja indiferentes a ninguna de las diferencias
relacionadas.
Para
aclarar el complejo concepto seguiré pasos explicativos:
1.
Realidad como campo de fuerzas
[Textos clave: Deleuze, Nietzsche y la filosofía,
I, §§ 2-4; II., §§ 6 y 11; Nietzsche,
pp. 31-35]
El
pensamiento deleuzeano incorpora la concepción
nietzscheana según la cual lo real es un campo
de fuerzas. Yo me lo aclaro a mí mismo más
o menos del modo siguiente. Todo acontecimiento de la
existencia humana (y Deleuze lo extenderá al
ser en general) es, antes que nada, una fuerza. Una
fuerza —esto es importante— siempre está
«corporeizada». Por ejemplo, la fuerza del
viento está corporeizada en el aire. Toda fuerza
se desplaza y transmite, transformándose. Por
ejemplo, la fuerza del viento actúa sobre la
superficie del mar y la riza, crea olas. Pues bien,
se ha desplazado y transformado encarnándose
en el agua.
Salir
a la calle es una fuerza corporeizada en una conducta;
un partido político es una fuerza corporeizada
en una organización ideológica; una mirada
es una fuerza corporeizada en unos ojos y un rostro;
todo es fuerza. La fuerza no se “ve”, lo
que se “ve” es su encarnación. Por
ejemplo, la mirada. La mirada de una persona en realidad
no se “ve”; se “ve” su encarnación,
que es ese conjunto complejo gestual de los ojos y de
todo el rostro. Por ejemplo, un partido político:
posee una fuerza en el contexto de la democracia, pero
esa fuerza no se “ve”; lo que se “ve”
es su encarnación en acciones concretas que surgen
de ese partido político. Pues bien, toda fuerza
(encarnada, claro) es un influjo en el entorno: transforma,
empuja, se rebela contra, apoya esto o lo otro, oscurece,
ilumina, etc. En este sentido, la fuerza está
caracterizada como pura acción o acontecimiento
productivo. No hay caracterización peyorativa
de la fuerza (como dominio, violencia, etc.).
2.
El ser de la fuerza es el plural
[Textos clave: los mismos que en el caso anterior]
Deleuze
subraya que el ser de la fuerza es el plural. Las fuerzas,
en cuanto realidades intensivas, son, en efecto, dependientes
entre sí. No cabe concebirlas aisladamente; se
ejercen o padecen unas respecto a otras. ¿Es
posible imaginar una fuerza por separado o una sola
fuerza? Si su cualidad consiste en afectar y ser afectada,
es absurdo la idea de una fuerza única o aislada.
Una fuerza sólo es pensable en relación
con otras fuerzas.
Entremos
más a fondo en la relación: capacidad
afectar y ser afectado. Para subrayar esta circunstancia
podemos traer a escena una de las tesis más fascinante
de Deleuze en este contexto: la que afirma en la fuerza
una unidad inextricable entre acción y pasión
(Nietzsche y la filosofía, pp. 90 ss).
En efecto, para que las fuerzas (al menos dos) entren
en relación recíproca, hay que presuponer,
necesariamente, un poder de ser afectado en ellas. Es
ese poder el que las pone en relación, el que
las brinda la una a la otra. De modo, incluso, que cabe
afirmar que el vigor de la actividad, en cuanto influjo,
depende de la profundidad e intensidad de la afección.
Este poder de ser afectado no puede ser pensado como
una posibilidad abstracta que vendría a ser realizada
en el juego de fuerzas. Se pone en obra en cada instante,
como un acontecimiento in actu, a medida que las fuerzas
en relación juegan su juego, siendo conducidas
a un movimiento en el que cada una se ve afectada y
actúa por y hacia la otra.
Se
hace mas claro así que la capacidad de afección
no es pura pasividad, sino una afectividad positiva
y productiva. Y cuanto mayor sea la capacidad de una
fuerza para ser afectada, mayor será su capacidad
de afección. Una fuerza sin capacidad para verse
afectada no puede afectar. Curioso, ¿verdad?
3.
La relación entre las fuerzas: síntesis
disyuntiva
[Textos importantes son, en este punto: Diferencia y
repetición, pp. 202-214 (espec. 202-208); también
Lógica del sentido, 67-71]
3.1.
Relación
Si
lo real es campo de fuerzas (encarnadas, claro, como
se ha dicho en el paso explicativo 1) y las fuerzas
están destinadas a relacionarse entre sí
(paso explicativo 2), es necesario que analicemos ahora
el modo en que las fuerzas se vinculan, en virtud de
su poder de ser afectadas. A esta relación la
denomina Deleuze «síntesis disyunta».
¿Cómo
se ponen en relación dos fuerzas? Por su encuentro
mismo. En el encuentro entre ellas tiene lugar una recíproca
afección y acción. Una se deja afectar
por la otra y, desde esa afección que ha recibido,
afecta a esa otra. Esto da lugar a una especie de «movimiento
embrollado». Ejemplo. La ventisca riza el mar
y crea olas. Pensemos en una ola. Su movimiento es una
fuerza corporeizada en agua, como habíamos visto
antes. Imaginemos ahora, junto a la ola, la fuerza constituida
por el movimiento de un nadador. Le ha pillado de sorpresa
la ola y nada hacia la orilla. Cada movimiento del nadador
es su fuerza encarnada. Pues bien, cada movimiento del
nadador y cada impulso de la ola se afectan recíprocamente,
al tiempo que producen un cambio, una diferencia, en
el encuentro mismo, encuentro que es creado y que, al
unísono, los envuelve a ambos. La ola afecta
al nadador y lo cambia, lo hace diferente: lo zambulle
cabeza abajo. El nadador saca la cabeza a la superficie
y bracea; afecta a la ola y la cambia, la hace diferente:
tiene otra forma, otra dirección, otra intensidad.
El
movimiento embrollado no viene determinado de antemano
por una ley o un principio aprióricos y externos
a la relación. ¡Es generado en el encuentro
mismo, en esta «historia embrollada», como
una diferencia que engendra diferencia!
3.2.
Hacia la idea de “diferenciante”
Supongamos
las dos fuerzas a las que nos hemos referido: la encarnada
en el movimiento de una ola y la corporeizada en el
movimiento de un nadador. Cada una posee diferencias
internas: va cambiando. Entre un punto y otro de la
ola hay una diferencia de intensidad, de dirección,
de sentido, ... lo cual ocurre también en el
caso de los sucesivos movimientos del nadador. Así
que hay diferencias dentro de cada fuerza corporeizada
y, además, entre las dos. Pensemos en las diferencias
entre las dos fuerzas. Detengamos la unión de
estas dos fuerzas, la de la ola y la del movimiento
del nadador (esto es artificial pero servirá
para captar una cuestión importante). Imaginemos
dos puntos iniciales de la relación, uno de la
ola (Ola 1) y otro del nadador (nadador 1). Entre ellos
hay una diferencia. Ahora bien, es por esa diferencia
por lo que hay que explicar el paso siguiente. Esa diferencia
primera afecta al nadador y éste efectúa
un movimiento (nadador 2). Este movimiento 2 estará,
en el mismo instante, afectando a la ola (Ola 2). La
diferencia “Ola 1 - nadador 1” ha provocado
una segunda diferencia (ola 2 - nadador 2). Esta última
conforma una relación de interafección
y diferencia que “empujará” a una
nueva relación, “ola 3 - nadador 3”,
y así sucesivamente.
Conclusiones:
1)
La relación comienza en virtud de la diferencia
entre fuerzas.
2)
La diferencia entre fuerzas de la que se parte siempre
crea una diferencia segunda respecto a ella;
3)
en el juego de tales interafecciones las fuerzas quedan
“enlazadas” mediante la diferencia misma
entre ellas.
Pues
bien, el «diferenciante» es la diferencia
misma entre las fuerzas, y es él el que gesta
el movimiento.
Su ser no se deja pensar como identidad cerrada que
devora a ambas fuerzas.
En
primer lugar, porque está germinando y desapareciendo
constantemente, a medida que el movimiento de la relación
sigue su curso. Es y no es a un tiempo. Por eso lo llama
a veces Deleuze «precursor oscuro».
En
segundo lugar, porque es, a un tiempo, generador y generado.
Es generado porque es el «entre» de las
fuerzas y sólo aparece cuando dos fuerzas se
encuentran y se entrelazan. Es generador, porque, una
vez que ya se han relacionado las fuerzas, ese «entre»
o «intersticio» que es el diferenciante
va dando lugar al movimiento. De ahí que sólo
pueda ser pensado paradójicamente: tambien recibe
el nombre de «instancia paradójica».
Una relación disyuntiva entre fuerzas jamás
concluye en una unidad cerrada, en una síntesis
con una identidad cerrada. Una relación disyuntiva
hace que las dos fuerzas se transformen recíprocamente,
es decir, protege a cada una de ellas del peligro de
su encapsulamiento en una identidad cerrada. La
relación disyuntiva entre fuerzas es siempre
creadora de algo nuevo, de algo inédito.
Si
le ha convencido, aplíquelo usted a la política,
en particular, si me permite aconsejárselo, a
la relación entre fuerzas políticas españolas
de izquierda en el momento en que esto se escribe.
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La
paradoja de la "identidad". Pertenecemos siempre
a un lugar y, sin embargo, a ninguno en particular |
28-septiembre-2015 |
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EXTRACTO DE SÁEZ RUEDA, L., EL OCASO DE OCCIDENTE,
BARCELONA, HERDER, 2015
(extractos de páginas 30-39)
Motivan
al autor de la obra hacer público este pequeño
extracto de su libro, en primer lugar, la circunstancia
contingente de las elecciones catalanas del día
27 de septiembre de 2015 y, en segundo lugar, la ocasión
para explicitar uno de los pilares de tal libro, que
ya había sido tomado como central en Ser
errático. Una ontología crítica
de la sociedad (Madrid, Trotta, 2009) y que en
este segundo texto de 2015 es retomado como punto de
partida.
El autor no desea comentar, de forma concreta, las elecciones
catalanas mencionadas. Respeta completamente las diversas
posiciones que en ella se expresaron. Pretende, únicamente,
contribuir a la discusión reflexionando indirectamente
sobre la idea de “pertenencia a una comunidad”
o, dicho desde otra perspectiva, sobre el problema de
la “identidad socio-cultural”.
Tal vez la filosofía, tan denostada en muchos
ámbitos hoy, puede ofrecer, si no respuestas
absolutas, sí elementos para pensar con mayor
calma, en medio del bullicio de los medios de comunicación
y de las opiniones encadenadas.
Al mismo tiempo, el autor invita a reconocer que el
presunto carácter “abstracto” de
la filosofía es una apariencia que se ha impuesto
por malentendidos y, sobre todo, por el vértigo
de la vida presente. La filosofía pretende hablar
universalmente, sin referirse por obligación
a casos específicos de aplicación, al
abordar un problema. Pero ello no significa que no esté
tratando acerca de tales casos. Pide, tan solo, un poco
de demora.
El autor se disculpa por citarse a sí mismo.
Pero hay para ello una razón. La participación
en los asuntos de la vida pública es un deber
y, cuando el “asunto” parece demandar demora
en la reflexión, quizás sea mejor que
uno se remita a algún lugar de su obra en el
que la problemática está tratada con un
poco de calma.
El extracto:
«Lo
humano se cifra —proponíamos— en
la tensión entre centricidad y ex-centricidad,
categorías que tomábamos del antropólogo
H. Plessner y que reinterpretábamos a través
del prisma ontológico-existencial. Dejemos a
un lado, por ahora, la problemática diferencia
entre existencia y vida, que será inevitable
abordar más adelante.
La primera de estas categorías —centricidad—
se funda en la circunstancia de que si el ser-humano
es capaz de tener un mundo hay que presuponer
este céntrico posicionamiento que es el habitar.
Habitar no es —como insiste Heidegger en Ser
y Tiempo— estar en el mundo como el agua
en el vaso. Implica ser experimentando sentido en el
seno de un contexto de existencia, lo cual sólo
puede acontecer si se pertenece inmanente y participativamente
a un mundo de sentido en particular, concreto, mediante
una inmersión que permite el despertar de una
especie de pasividad activa. Sólo dejándonos
ser en una conversación podemos comprender, desde
dentro, por así decirlo, los invisibles hilos
de sentido que se cruzan en su entraña y la articulan.
Sólo dejándonos ser en un problema filosófico
cabe la posibilidad de que la "cosa misma"
que en él yace nos reclame desde sí, como
si convirtiese al pensar en un rehén dentro de
su propia problematicidad, tal y como, para escuchar
una sinfonía musical, es preciso un abandono
de sí mediante el cual la música pareciese
que conduce al escuchar por vericuetos acústicos.
La materia significativa del mundo, en definitiva, se
le entrega al hombre sólo a condición
de que sea él el primero en entregarse a su ritmo
comprensible, en desposesión de sí y en
actitud de escucha. Sólo fundiéndose en
lo que habita puede el hombre alejar el peligro de confundir
aquello que precisamente se juega en el habitar. La
segunda categoría constituye el envés
necesario de esta primera. Si sólo habitásemos
el mundo (en sus contextos concretos) por la pertenencia
y la entrega, por la inmersión—como el
agua en el agua—, no podríamos decir, por
paradójico que parezca, que habitamos. Tan disueltos
en nuestro medio estaríamos, que no habría
para nosotros noticia de ello. Dormiríamos sin
tan siquiera soñar, pues careceríamos
de auto-experiencia. El hombre habita sólo si,
en el mismo movimiento por el que se sumerge en el mar
de la existencia, puede volver su mirada sobre ella,
sabiéndose en ese «ahí». Pero
ello supone la distancia del extrañamiento. Y
en este punto, crucial a nuestro entender, es necesario
detenerse lo suficiente como para aprehender la justa
medida de lo que se está nombrando.
El extrañamiento es, ante todo, un posicionamiento
pre-reflexivo, pre-consciente, pre-lógico. No
es el acto de la conciencia explícita, sino su
condición tácita. ¿Cómo
podría tener lugar el ser consciente de algo
si previamente no aconteciese en el suelo del existir
un permanecer extrañado ante la sola presencia
de aquello de lo que, en la superficie consciente, se
toma acta, se deja atestiguar, certificar? Pues bien,
esta experiencia pre-reflexiva o pre-consciente es la
que permite que aquello en que se habita aparezca iluminado.
Tal iluminación no ocurre desde el exterior del
habitar, sino en su propio seno, de tal forma que la
centricidad, esa inmersión, se percata de sí,
se toca a sí misma al autoextrañarse desde
una excentricidad inmanente. Si viajo a una ciudad que
no conozco no llegaré jamás a conocerla
a menos que me sitúe céntricamente en
ella, habitándola, lo que implica hundirme y
licuarme en su “mundo propio”. He de dejarme
seducir por la singular disposición y ambiente
de sus calles y plazas, de su peculiar modo de ser de
sus gentes, de su intrínseco y exclusivo movimiento
en el día y en la noche, en el trabajo y en el
ocio, etc. Aparece entonces en la forma de un mundo
naciente, que va emergiendo a cada paso. Pero,
por otro lado, la perderé en el desconocimiento
si me acostumbro a ella hasta el punto de fundirme en
su intimidad. Ya nada me sería significativo
en su especificidad y la sumergiría en la noche
de la indiferencia. He de mantener, frente a esa muerte
acechante de la ciudad, el extrañamiento en su
interna entraña. Sólo de ese modo la devuelvo
a la vida y todo amanece, como si resplandeciese ante
mí por primera vez. Por el mismo motivo, si me
aferro a mi mundo interior —en el que habitan
pasiones, proyectos, esperanzas, etc.— llegará
un momento en que ya no lo palpe lúcidamente.
Quedaré ensimismado en mi centricidad y las pasiones
permanecerán dormitantes, desprendidas de su
pregnancia, los proyectos de su potencia, las esperanzas
de su mañana. Es preciso, para que mi mundo interior
sea él, que me mantenga lejos de él, que
me resulte chocante: la propia singularidad sólo
adquiere vida a condición de incorporar esa impropiedad
que únicamente puede concederle la experiencia
de sentirme un extraño ante mí mismo.
En el caso del “mundo de la ciudad”, podría
decirse que no sería tal e, incluso, que no sería
en absoluto, en ausencia de una excentricidad erguida
en los corredores de su morada céntrica. En el
del “mundo interior”, de manera análoga,
habría que reconocer que no existiría
si su céntrica intimidad no estuviese atravesada,
constantemente, por el desconcertante pathos de la distancia,
que le injerta una excentricidad desapropiadora.
El extrañamiento excéntrico es, pues,
el testigo de la experiencia céntrica (...) [Más
en detalle esta afirmación en NOTA 1. Más
en detalle sobre la experiencia del extrañamiento
en NOTA 2].
(...)
El rayo de luz que ilumina la vida en el extrañamiento
nos hace, a un tiempo y en el mismo acto, céntricos
y excéntricos respecto a ella. Lo primero porque
nos sitúa en ella, en su interior, dentro de
su esfera. Lo segundo porque nos coloca en su frontera,
en sus límites, como testigos perplejos. Céntricamente,
la habitamos, in-cursos en su publicidad ordinaria,
en su incuestionada sub-sistencia. Y entonces, nos mantenemos
adheridos a ella, fundidos en su interior, como en un
sueño del que no tenemos noticia. Excéntricamente,
la observamos y la aprehendemos como tal de un modo
anterior a la conciencia. Y entonces, aunque no la hayamos
abandonado, nos ausentamos de su contundente, rotunda
y aplastante obviedad, no precisamente desplazándonos
a un exterior completo, que no existe, pero sí
contrariando su interioridad. Hay una intimidad del
vivir, por la cual nos asiste la vida en alguna de sus
formas concretas, a las que pertenecemos. Ahí
somos tomados por la vida, en el círculo mágico
de una in-stancia precisa. Y hay una extimidad de la
vida, que ya no nos deja completamente entregados a
ninguna de sus formas en particular. Aunque no podamos
derogar el estar en un ahí preciso, comprendemos
que no nos vincula a él ningún lazo de
esencia, que podríamos ser en todos los otros
de dicho ahí, es decir, que viviendo, no pertenecemos
enteramente a ningún lugar y que semejante ser-en-ningún-lugar-particular es, aporéticamente, lo que nos instala en un
lugar.
Centricidad y excentricidad van de la mano. Son dos
caras de una moneda, haz y envés en la vida cultural
o social. Su inexorable vínculo desgarra la presunta
identidad del sujeto y desvela una simultaneidad de
lo discorde en el corazón humano, una situación
tensional, bifronte o de dos caras. El ser humano se
reconoce situado céntricamente en un mundo cultural
o social concreto, en el que se siente parte integrante:
perteneciendo. Por otro, sin embargo, el extrañamiento
conduce al hombre a experimentarse como un ser ineluctablemente
expósito. Él habita en la más incierta
de las rutas: en un viaje en el que, morando, no hay
morada, en la medida en que, aunque pertenece siempre
a un mundo preciso, puede ponerlo entre paréntesis,
hacer epojé respecto a él y reconocerse
sin un hospedaje al que estuviese ligado ineludiblemente.
Y esto no le ocurre alternativamente, sino conformando
una unidad, una unidad discorde, una unidad con dos
caras diferentes y, en cierto modo, contradictorias
entre sí.
En esa medida, el ser humano es devenir creativo e incierto,
sin una identidad sustancial. Es devenir proteico y
siempre desgarrado. No porque posea diferentes moradas
para habitar, sino más bien porque es el ser
que está continua e inexorablemente entre moradas,
en camino, como diría Machado. En cuanto habita
un mundo, se halla en el seno de un magma cultural y
social y en la tesitura que lo empuja a escuchar la
interpelación que de éste emerge. En cuanto
excéntrico, está lanzado, como un arco
tendido, a la exterioridad, hacia los confines de su
mundo, ex-cediendo su pertenencia y saltando hacia una
nueva tierra, aún por-venir. (...) El ser humano
es esa brecha, entre una tierra a la que pertenece y
que está desintegrándose y otra tierra
que ad-viene pero que no es todavía, como un
hiato entre dos nadas. Es ese tránsito, ese intersticio,
"entre" o intermedio, de estar en ciernes
o en estado naciente, en la tensión entre radicación
y erradicación, habitar y des-habitar, tener
lo propio de una pertenencia y estar en proceso de ex-propiación.
En su arraigo parte ya una línea de fuga hacia
lo extranjero y extraño.
Que diésemos a esta condición el nombre
de "ser errático" se debe a que implica
sostenerse en semejante hiato, en el que todo arraigo
lo es justo porque se volatiliza. Y, por lo mismo, la
erraticidad no significa primariamente estar desorientado,
sino ser-no-radicado-en-la-radicación,
estar in-curso en el trans-curso»
NOTA
1.
EXTRAÑAMIENTO COMO “TESTIGO” DE LO
QUE SE HACE. UN POCO MÁS EN DETALLE
«El extrañamiento excéntrico es,
pues, el testigo de la experiencia céntrica.
La centricidad experiencial sería ciega sin la
excentricidad extrañante y esta última,
vacía sin la primera.
Reconocemos en esta recíproca relación
esa estructura del conocimiento que Kant llamó síntesis de la apercepción trascendental.
Un flujo de sensaciones que conforman objetos y hechos
no constituiría experiencia sin el acto de aprehensión
o captación por parte de ese testigo en la razón
que es el cogito. Sería sólo un flujo
ciego e impalpable. La experiencia es materia sensible
captada. Semejante síntesis entre lo que es dado
y su captación, que la genialidad kantiana tematizó,
la redescubrimos a propósito de una multitud
de campos experienciales. En el de la memoria, por ejemplo,
lo asumió brillantemente Proust a lo largo de
En búsqueda del tiempo perdido. Las experiencias
que han pasado no lo son realmente sin el acto de recordar.
Cuando yacen en el fondo oscuro de la emoción
y huérfanas de recuerdo, como el sabor pasajero
de una magdalena que alguna vez se experimentó
en la infancia y en el que no se ha reparado, permanecen
mudas, sombríamente perdidas en la noche de la
memoria. Ahora, al ser recordadas, son recobradas a
la luz de la atención. Abandonan su in-significancia
—es decir, su significación ensimismada
y opacada en la trastienda de la experiencia—
tan pronto se ven envueltas en la mágica mirada
del que las reaviva en el acto de hacer memoria, prodigándoles
aprehensión in actu, que es la captación
de un flujo de impresiones. Recobran entonces un sentido
tan imborrable que muestran su ser propio, carnal, emotivo.
Esta "vida al fin descubierta y dilucidada"
es sólo posible por la síntesis entre
lo pasado y su testigo en el recuerdo, sin la cual sería
un "secreto eterno" (Proust, M., El tiempo
recobrado, Madrid, Alianza, 2000 -orig.: 1927-,
p. 245).
En el campo experiencial de la vida política
(por poner otro ejemplo), H. Arendt utiliza tácitamente
la kantiana síntesis trascendental de la apercepción
cuando escruta, de modo extremadamente lúcido,
la naturaleza del mal, de esa «banalidad del mal»
que encontró uno de sus prototipos en el "caso
Eichmann", el de un hombre que, durante el régimen
nazi cometió acciones monstruosas, siendo una
persona superficial y carente de convicciones. Tal aberración
sólo puede ser explicada comprendiendo el mal
como "falta de pensamiento". Esa falta es
la ausencia de lucidez o, mejor, la completa ceguera
respecto a las propias acciones. Éstas discurren
en el espacio público, allí donde los
seres humanos están expuestos los unos ante los
otros. Ahora bien, pueden realizarse en la obnubilación
de los que no captan sus actos en el mismo movimiento
por el que los realizan, o en el modo en que esa auto-aprehensión
acaece realmente. En este último caso se está
poniendo en vigor el pensar, la vuelta meditativa por
la cual —como en el socrático diálogo
del alma consigo misma— lo que se hace es expuesto
a la mirada del testigo interior. Y, si bien esto ocurre
ya en la plaza pública genuina, porque cada uno
se abre despierto a sí mismo a través
del encuentro con el otro, la autoexperiencia que aprehende
la propia praxis alcanza su mayor intensidad en la anticipación
del momento en el que, en soledad, se tropieza a ese
amigo dialógico interior que pide cuentas. He
aquí la síntesis en movimiento: de la
acción y su captación testimonial. Tal
acto, de dos-en-uno, es el pensar. Eichmann, pues, es
un ser no-pensante, ha arrancado de sí «la
anticipación de la presencia de un testigo que
está esperando en casa». Ha perdido todo
criterio, que no es el de "las reglas habituales,
reconocidas por las multitudes y acordadas por la sociedad,
sino el saber si soy capaz de vivir en paz conmigo mismo
cuando llegue el momento de reflexionar sobre mis hechos
y mis palabras" (Arendt, H., La vida del espíritu,
Barcelona, Paidós, 2002 -orig.: 1978-, pp. 213
y 214, respectivamente).
Tal "excentricidad en la centricidad"—en
nuestra terminología— sería condición
de la responsabilidad, de toda ética, por lo
que «deberíamos poder ‘exigir’
su ejercicio a cualquier persona en su sano juicio,
con independencia del grado de erudición o de
ignorancia, inteligencia o estupidez, que pudiera tener»
(Ibid., p. 40).
La síntesis trascendental de la apercepción,
a la que se refiere Kant y que subtiende, como estos
ejemplos han intentado mostrar, campos de experiencia
diversos, presupone otra más básica, a
la que hemos llamado apercepción sub-representativa.
Subrepresentativa, porque precede a todas las demás
y las posibilita, a aquellas —sean de carácter
social, político o cualquier otro— en que
ha entrado ya en escena la conciencia explícita.
Previamente a la conciencia y a cualquier instancia
reflexiva capaz de representarse un fenómeno
en el mundo, opera esta otra en virtud de la cual aparece
algo ante nosotros precisamente como fenómeno
mundano. Un ser cualquiera del mundo es aprehendido
—a la kantiana— como un fenómeno
representable. Por ejemplo: "este abedul cimbreante
en la montaña". Ahora bien, para que tal
representación tenga lugar es preciso que, con
anterioridad ontológica, en el existir mismo,
se nos haya hecho presente tal fenómeno como
un fenómeno en el mundo. El testigo, aquí,
es el extrañamiento mismo en cuanto acontecimiento
ontológico en toda su radicalidad. Es un posicionamiento
que extrae a lo que es de su oscuridad, que lo deja
aparecer ante nosotros en el mismo acto por el que dejamos
de estar fundidos con él en la cegadora habitualidad,
razón por la cual lo que es se muestra como lo
insólito. Sólo así es iluminado
el acontecimiento de ser algo: "es el abedul cimbreante
en la montaña". Campo de juego de todas
las jugadas, no se trata de la explícita extrañeza
("¡Qué forma más rara de vestir!"),
por mucha sorpresa que ésta incluya ("¿Cómo
que llueve tanto en época de sequía?").
Se trata más bien de un retraerse interrogativo
que conmociona al existir en toda su profundidad ("¿Cómo
es que hay algo así, esto, el llover?"),
una perplejidad lúcida ("¡Hay algo
así!"). Tal experiencia remite a la pregunta
más lejana, a la leibnizeana o heideggeriana
" ¿Por qué hay algo, ser, en vez
de nada?", pero está ya inscrita de forma
tácita en lo más próximo de esto
que llamaba el poeta residencia en la tierra, en la
vida cotidiana, en la inmediatez del existir. Ante la
consternada mirada de este testigo humano primordial
aparece el acontecimiento de lo mundano: se pueden constatar
o inquirir los hechos concretos, pero no sin que antes
hayan sido aprehendidos como "algo" que "es"
y que está siendo, es decir, como acontecimiento.
Es el nexo entre extrañamiento y acontecimiento
lo que subyace a toda experiencia humana» (El
ocaso de Occidente, pp. 32-36).
NOTA
2
ALGO
MÁS SOBRE LA EXPERIENCIA DEL EXTRAÑAMIENTO.
«Uno sale a pasear por las calles de Granada,
bañadas por esa luz primaveral, cálida,
balbuciente de la tarde. Vaga por sus sinuosos recorridos
del centro, donde pululan en diferentes direcciones
y pacientemente una multitud de congéneres. Se
hunde entonces en el común soñoliento
como si fuese un afluente que se apacienta fundiéndose
en el remanso lagunario. Imágenes vagas, ideas
relajadamente en dispersión y otros estados mentales
fluyen en la cabeza mansamente, con una libertad sin
peso, a su aire, como se suele decir en Andalucía.
Súbitamente cae un soportal al suelo, porque
sus pilares, ya seniles, no han aguantado ese esporádico
temblor de la tierra que acontece en zonas susceptibles
a los seísmos. En ese momento el caminante repara
inintencionadamente en que existe, en que “es”.
No le ha ocurrido nada malo a nadie y en ese autoextrañado
“soy” se incrusta la experiencia maravillosa
de estar vivo y, junto a ella, también la que
aprehende lo asombroso de la naturaleza y el prodigio
de ser-entre-y-con-otros, en una comunidad a resguardo.
Podríamos relacionar esta cara del extrañamiento
con la admiración en sentido griego, contemplativo,
y llamarle asombro maravillado. (...).
Es necesario poner de manifiesto esa otra faz del extrañamiento
que se intrinca con la que hemos llamado asombro maravillado.
Cambiemos de escenario. Uno pasea por las calles de
su amada Granada, ensimismado y sumido en su espacio
multívoco. En un trance determinado, en el que
se cruza un inmigrante, el caminante recuerda su estancia
en Bogotá, tan entrañable como ésta,
pues esa ciudad rebosaba vida por todos sus costados.
En ese cortocircuito, añora aquel lugar de gentes
briosas, alegres, ingeniosas y quisiera volver algún
día. El extrañamiento que aquí
acontece es distinto al anterior. No impulsa a fundirse
lúcidamente en el hogar, ni de una ciudad ni
de otra. Conduce, en primer lugar, a experimentarse
entre mundos, cada uno de los cuales es un albergue
para su vida agitada, ex-puesta en el semblante externo
de la vida mundana. Más profundamente, y en segundo
lugar, se agita en el fondo la perplejidad. “Soy
en un mundo concreto, pero no me liga a él algo
irrevocable. Podría haber sido de otro modo en
vez de este: que hubiese nacido en aquel otro mundo
y sería bogotano. O podría suceder que
me traslade allí y, con el tiempo, me sienta
bogotano como el que más». Que sea de este
modo en vez del otro, carece de un porqué, de
razón y fundamento. El caminante no está
ahora maravillado, sino perplejo. El ser-en-el-mundo,
en cuanto tal, él mismo, experimenta una conmoción.
Capta o aprehende que “soy siempre en un mundo
y, simultáneamente, en ninguno en particular”.
Esto no es una inmersión, no es un zambullirse
en el cálido hogar del mundo, no es vivir a resguardo,
en el ser acogedor. Todo lo contrario. Es el claro saber
de la ausencia de una plenitud de habitabilidad. Es
un claro saber acerca de lo inhóspito de ser,
desvinculado sin remedio de cualquier hospedaje, lanzado
a la intemperie de toda estancia posible. Semejante
experiencia es la de una fuerza que extradita de un
mundo en particular y nos revela que somos en ninguno
en particular.
El asombro maravillado y el asombro perplejo son haz y envés del extrañamiento y conforman
una unidad dispar. La maravilla atrae, seduce y embelesa.
Lo que nos produce perplejidad también atrae,
pero disuade y disloca. El primer tipo de asombro es
el que produce esa experiencia que Heidegger calificó
de “maravilla de las maravillas”: que el
mundo (o el ente en su totalidad) es. Por ella es extraído
el habitar de su ciego discurrir e iluminado: la dormida
vuelta auto-aprehensiva supera su letargo y transfigura
el dormitante residir mundano en claridad y lucidez.
Ahora bien, este otro asombro que llamamos perplejo
alumbra al habitar en el momento de su despedida. El
ser humano es iluminado en su extrema soledad, marchándose
de la hospitalidad de la tierra cercana, partiendo hacia
lo otro de esa morada a la que contempla sólo
volviendo la cabeza hacia atrás. El asombro perplejo
es la lámpara milagrosa que irradia su luz en
medio de esa noche que es para el hombre su partida
continua, su inexorable salida a lo inhóspito
desconocido, con el sueño de una nueva tierra
que apenas vislumbra». (El ocaso de Occidente,
pp. 54-58)
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Hacer
memoria del 15 M y reavivar el pathos político. |
27-abril-2015 |
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Hay cosas, como el pathos -la pasión,
el impulso, el sentimiento hacia delante- que no se
pueden promover ni con informaciones ni con argumentos,
sino sólo mediante una apelación. Una
apelación lo más simple y sencilla que
se pueda lograr, poniendo entre paréntesis cualquier
otro contenido.
Parece
claro que el vigor de esa ilusión que nos conmovía
a muchos, después del 15 M, decae. Al menos lo
comprueba uno contemplando cómo los mismos de
siempre, el PP y el PSOE rancio (el primer caso es más
doloroso) recobran fuerza. La amenaza de partidos nuevos,
como Podemos, el naciente despertar de algún
sector del socialismo y de otros jóvenes movimientos,
ya no es experimentada como tal, al menos con tanta
intensidad. ¿Qué está pasando?
Hay que formularse esta pregunta, porque duele la sospecha
de que la derecha resurja y ocupe una vez más
el espacio.
Al que
escribe le parece que, al menos una de las cosas que
están pasando, es la siguiente. El 15 M tuvo
un instante en que fue dinamita pura. ¿Por qué?
¿Dónde estaba su potencia? En algo simple
en su apariencia visible, pero complejo en su profundidad
invisible. Allí se manifestó el malestar
con la situación política que nos envuelve.
Sí, por supuesto. Pero había algo más.
Ese malestar estrictamente político y dirigido
a circunstancias concretas y caseras era sólo
la punta de un iceberg. Debajo se deslizaba un caudal
de emociones que daba sentido a la superficie. Un caudal
de aguas turbulentas: se expresaba, oscuramente, el
malestar en nuestra cultura. Se expresaba un malestar
que puede abarcar muchos fenómenos: que no hay
ya un sueño europeo de ideales nobles, sino procedimientos
de mercaderes; que la crisis afecta a cuestiones como
que Europa posee una concepción nefasta de lo
que significa "Progreso" (que es puramente
cuantitativo, yermo de un giro cualitativo") o
"Democracia" (formal, demasiado formal); que
estamos hartos de que la vida se racionalice y sea sometida
cada vez más a una judicialización; que
no soportamos ya tanto engaño, tanta ficcionalización
del mundo; que nos asfixia el ritmo trepidante de los
puros procedimientos (educativos, comunicativos, edificantes,
discursivos....); que vemos un mundo excesivamente circular,
como una pescadilla que se come la cola; que sufrimos
la lógica oposicional de unos contra otros; que
ya no hay filía pública, amistad
en lo común; que lo heroico se ha refugiado en
la intimidad de las vidas privadas, quedando allí
humillado y abandonado a su silencio; que las personas
no somos utensilios, sino templos sagrados a los que
no hay que deshonrar de ninguna forma imaginable; que
estamos tristes y no sabemos por qué exactamente;
que hay barcazas de harapientos dirigiéndose
a nuestras costas y que esos hombres y mujeres que mueren
en el mar son hermanos, más hermanos que los
que pertenecen a la angosta familia de los domingos
en que se almuerza en compañía, pues ejemplifican
al ser humano en general y no sólo al próximo...
Dejémoslo
aquí, porque dan ganas de darse con la cabeza
contra la pared. El caso es que ese pathos era
tan espacioso, tan estepa, tan ilimitado, que cabían
en él todos los malestares. Cada frase pronunciada
presentía su muerte, porque ya definía
un aspecto concreto y ponía coto a eso tan ilimitado
que se removía en el fondo. Pero había
que comprometerse de una forma u otra. Había
que canalizar ese ilimitado caudal. Y eso estuvo bien,
muy bien. Pues ¿qué es un caudal sin orillas
que le concedan un rumbo? Surgieron entonces propuestas
más precisas, perfiladas, con contorno. Surgieron
luego aglomeraciones de propuestas, convertidas en partido
político. Y eso era absolutamente necesario.
Ahora
bien, tales propuestas y perfiles necesarios, hijos
de una subterránea matriz sin perfil, formas
de lo informe, comenzaron a cobrar cada vez más
relevancia. Y eso era bueno. Necesario, sí. Pero
está llegando un momento en que la forma necesaria
se está desarraigando de lo informe generador.
Estamos olvidando esa emoción sin frontera. Y
el entusiasmo empieza a desfallecer. ¡Es que el
ser humano no puede vivir sin lo invisible! ¡Es
que el ser humano no puede permanecer mucho tiempo ante
lo visible sin hartarse! La red, la dinámica
de la comunicación, del debate, siendo imprescindibles,
parece que ahora empiezan a ocupar todo el espacio.
Informaciones a un ritmo vertiginoso, pros y contras
cada hora, cada día, cada semana... Todo esto
tan necesario se ha inflado tanto que ya causa hastío.
Es como una O redonda que se infla: cuanto mayor es
su volumen, mayor también su vacuidad.
¿Será
mejor callarse, no tomar partido, no informar, no argumentar?
¡Claro que no! Informarse, tomar partido y argumentar
es cosa de valientes. Pero si se autonomiza respecto
a su fontanal, que ya no es ni información ni
toma de partido ni argumentación, sino interrogación
viva, perplejidad en vilo, curso de problematización
sin forma, entonces pierde su intensio, su potencia,
su "desde dónde".
Sucede
en la vida del ser humano que hay momentos singulares,
únicos, en los que aparece, como un enorme destello,
una lucidez tan profunda que carece de fondo. Es abismal.
Una sola frase, escuchada en medio del tráfago
de palabras, puede dejar absorto al que se le queda
incrustada y, entonces, queda retenida como un agitador
que obliga a recomponer toda la estructura que ha creado
uno a su alrededor y en sí mismo. Una mirada,
entre tanta visibilidad, también. Y así,
un gesto entre mil escenificaciones, un movimiento entre
millares de procesos. En todos esos casos se trata de
un Kairós, de un momento oportuno,
que no habita en el tiempo cronológico, el del
reloj, sino que subsiste cualitativamente, momento eterno,
tiempo germinal para todos los tiempos en superficie.
Eso fue el 15 M, un instante susceptible de hacerse
eterno. Todo lo que lo envolvió después
fue su producto.
Los mercaderes
de Occidente están recobrando fuerzas. No es
porque no se les ofrezca resistencia en el plano de
las informaciones, digámoslo una vez más,
ni en el de las tomas de partido, ni en el de los argumentos.
Es porque aquel pathos exuberante, puro derroche
improductivo capaz de producirlo todo, emanado de un
instante, lúcido en su oscuridad, refulgente
en la noche, está siendo olvidado, hundido bajo
la escombrera de sus producciones cutáneas. Y
estas producciones, sin su fuerza matriz, serán
más o menos coherentes, eficaces, necesarias,
pero sin sangre en sus venas.
Necesitamos
esa pasión de nuevo. No dejemos que el Kairós se envilezca en la forma de un instante pasajero.
Protejámoslo. Y hagámoslo diferencialmente,
sin caer en una masa. Que cada cual beba de sus aguas
según su sed. O volveremos a lo de siempre, a
un estado de bienestar ajustado a nuestras meras necesidades
de supervivencia, como si estuviésemos aquí
para mantenernos en vez de para acrecentarnos y enriquecernos
hasta la muerte. No dejemos que venza la injusticia,
que ella tenga la última palabra. Digamos otra
vez "podemos" o "somos ciudadanos"
o "¡Basta ya!". No permitamos que la
multiplicidad virtual e inmensa contenida en un Kairós se disuelva, como lágrimas en la lluvia.
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Vida
en dispersión. Sobre los efectos del Capitalismo
semiótico y su perversa hiperexpresión |
05-Febrero-2015 |
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Estamos dispersos. Y no simplemente por inclinación
individual. La tendencia a la dispersión es un
fenómeno estructural, propio de nuestra cultura
occidental. Al que escribe le dio un consejo un día
uno de sus sabios maestros: "Concentrarse para irradiar".
Permítame el lector que incluya aquí un
extracto de un artículo propio. Estoy tan disperso
que carezco de fuerzas como para reinventar el problema.
El vacío puede ser rehuido y camuflado mediante
la entrega de sí a una fuerza externa que tome
la potestad sobre la praxis produciendo la ficción
de autonomía. El sujeto queda así descargado
de su responsabilidad para hacer frente a su propio que-hacer
y se oculta a sí mismo su vacuidad. Para el conjunto
de nuestro occidente actual ésta es, a nuestro
juicio, una patología ya bien arraigada que conduce
a una autorrealización vicaria de la comunidad,
dependiente de un poder extraño e interiorizado.
Nos ayuda a entenderla el tipo de poder que, según
Foucault, predomina desde el siglo XIX y se intensifica
en el XX, al que llama pastoral y que está ejercido
por procesos de biopolítica . Se trata de nuevos
modos anónimos de dirección que, frente
a la hipótesis represiva freudiana, no actúan
reprimiendo tendencias, sino promocionándolas y
modelándolas mediante un auténtico gobierno
sobre los cuerpos, a través de la expansión
y crecimiento de hábitos y conductas.
Una expresión sociopolítica en la que esta
patología del vacío adquiere un rostro determinado
es el nuevo espíritu del capitalismo. Éste
no es fundamentalmente, desde hace tiempo, un modo de
producción, sino, más allá, una forma
de vida que penetra en las entretelas de la urdimbre social.
Su circulación por el laberinto sociocultural es
anónima, ciega, autonomizada, y genera a su paso
conductas, pautas y costumbres con alcance suficiente
como para constituir subjetividad colectiva, trans-individual.
Desde la década de los noventa, ha roto con la
rígida distribución jerárquica de
la empresa y se ha descentralizado, adaptándose
a las nuevas condiciones de una sociedad reticular en
su textura. Al disponerse hoy en forma de red, presta
autonomía a cada uno de los nódulos y bifurcaciones,
que no tienen órdenes que cumplir so pena de recibir
castigos represores, sino «proyectos» a perseguir
afirmativamente por los agentes. De esa forma, tales agentes,
que somos todos, se convierten en lugares de transmisión
de un mismo y enmarañado flujo, en el que es preciso
empeñar la creatividad y ceder los afectos que
configuran la participación (céntrica) en
el mundo. En esa malla todos nos experimentamos compelidos
y llamados a hacer de «operadores» que se
«autoorganizan» en «equipos» y
que se hacen responsables del proceso, como «directores»
de pequeñas cédulas —cada cual en
la suya— en las que nos transmutamos en «animadores
de equipo», «catalizadores», «inspiradores».
¡Mágico y sutil sueño de libertad
en la que la autorrealización emana de la des-realización!
El hacer-se de la comunidad no es, así, colonizado
desde fuera por una instancia visible. Es constituido
por una fuerza ciega que ha escapado a la voluntad humana
y de la que ésta es vicaria, sustituta en cuanto
simple espacio de transferencia.
Dicho en términos espaciales, la comunidad se convierte
en un entramado de no-lugares, espacios de paso, de trans-misión,
refracción y reverberación. Se toma a menudo
nota de esta ficcionalización, pero se olvida al
instante, por la interpelación constante que proviene
de la retícula en su totalidad. En una sociedad
así la distinción entre la creatividad original
y la espuria se hace muy difícil, de tal modo que
provoca un estado continuo de desazón, siempre
velado pero operante en la trastienda de la vida.
Recurrir al pensamiento en tal estado, por si fuera poco,
se transforma también en una vía que ya
no ofrece con-fianza, porque su ambigüedad inspira
sospechas. Y es que, aunque parezca una fábula,
el pensar se encuentra acechado también por el
circuito del capital, como parte del trabajo inmaterial,
es decir, del que está relacionado con la producción
de cultura, con la creación de conocimiento o con
la comunicación, actividades que crean productos
intangibles: bienestar, satisfacción emocional,
e incluso pasión. Todo cabe y hasta se promociona,
siempre y cuando haga crecer la impresión de que
con ello hacemos un mundo nuevo.
Desde el punto de vista de la psicopatología, esta
sociología del capital puede ser hoy confirmada
por la constatación de fenómenos capaces
de conducir a la esquizofrenia colectiva. Como sostiene
Franco Berardi (1), en el capitalismo actual reticular,
al que llama «semiocapitalismo», la sobreproducción
se ha investido de hiperproducción semiótica,
pues genera un exceso infinito de signos —reclamos,
mensajes, informaciones sobre posibilidades, etc.—
que circulan en la infosfera y que saturan la atención
individual y colectiva. La sobre-excitación a la
que la comunidad está sometida sin cese provoca
nuevas formas de enfermedad, patologías de
la hiperexpresión, que sustituyen a las de
represión. La dificultad para elaborar el gigantesco
input de estímulo conduce, en el menos grave de
los casos, a déficit de atención o dislexia.
Pero, más profundamente, crea en el entramado socio-cultural
procesos de sobreinclusión conducentes a la dispersión.
Ante la excesiva demanda del flujo semiótico y
la imposibilidad de interpretar tantos signos, y tan veloces
en sus cambios, tratamos entonces de capturar el sentido
por medio de un proceso de sobreinclusión,
extendiendo los límites del significado y propagando
una disgregación en el núcleo mismo de las
identidades, asfixiadas ahora en una trepidante agitación.
El semiocapitalismo se convierte, así,
en una fábrica de la infelicidad:
«La energía deseante se ha trasladado por
completo al juego competitivo de la economía; no
existe ya relación entre humanos que no sea definible
como business — cuyo significado alude a estar ocupado,
a no estar disponible. Ya no es concebible una relación
motivada por el puro placer de conocerse. La soledad y
el cinismo han hecho nacer el desierto en el alma»
(2)
En coherencia con esto, P. Sloterdijk ha sabido interpretar
nuestra cultura actual como transida por el estrés.
Y no precisamente de un modo banal. El estrés,
provocado por la lucha entre fuerzas dispuestas a excitar,
sustituye hoy a la ética y a la ideología
política. La síntesis social no se produce
por el motor de relaciones simbólicas o políticas,
sino a partir de la competición generalizada en
un campo de estimulación:
«Las sociedades modernas ya no pueden ser entendidas
(…) bajo el punto de vista de una síntesis
conformada mediante información o a la luz de comunidades
de valor y estructuras de sentido distribuidas por canales
políticos y morales. Me parece mucho más
plausible considerar los cuerpos sociales vertebrados
por los grandes medios de masas como conjuntos dispuestos
a autoestresarse» (3)
Lo semiótico y lo estresante —de manera energética—
colaboran entrecruzándose.
Y este proceso da lugar a una manía persecutoria,
a una paranoia, que está a la base de la síntesis
de las naciones modernas. Tanto es así que la globalización
puede ser entendida como «la traslación de
un sistema sincronizado basado en el estrés a una
escala universal» (4).
Interpretamos estos fenómenos, en el marco de nuestra
concepción de las patologías de civilización
como una dispersión caosmótica (pues la simple noción de "dispersión"
presupone, de un modo o de otro, la de identidad). Se
trata de una ruptura de los lazos entre las fuerzas que
componen el caosmos social en su dimensión micrológica.
Un caosmos germina allí donde una multiplicidad
de cursos intensivos de deseo y acción pueden quedar
vinculados, manteniendo la diferencia, a través
de la recíproca afección. Esta con-junción,
sin causa primera previa y sin telos, se autoorganiza
por la fuerza de la diferencia misma, un «entre»
que pliega en virtud del poder de ser afectado y de afectar
inherente a las fuerzas.
Las patologías de hiperexpresión tienden
a encerrar a cada flujo en sí mismo, lo inducen
al autismo, pues la reacción contra el exceso de
estímulos dispersa en la medida en que, paradójicamente,
depotencia la capacidad para ser afectado —la hybris
colapsa— y, al unísono, la de afectar. Las
relaciones se transmutan, entonces, en exógenas,
siguiendo el rumbo de consignas, lemas, emblemas y todo
tipo de dictámenes anónimos pero lo suficientemente
amplios y holgados como para reunir soledades desde fuera,
en un anillo que allana diferencias y las agrupa en unidades
gigantescas. Cuando hoy, por ejemplo, nos experimentamos
«ocupados» y «no disponibles»
no es porque la variedad de nuestras relaciones con los
otros o con el trabajo sean excesivas, sino porque, en
realidad, carecemos de relación. Los fenómenos
de hiperexpresión se fundan en el vacío
de ser y lo promueven a gran escala.
Notas
(1) Berardi, F. [Bifo], “Patologías de la
hiperexpresión”, Archipiélago, nº
76 (2007), pp. 55-63.
(2) Berardi, Franco [Bifo], La fábrica de infelicidad,
Madrid, Traficantes de sueños, 2003 (ed. orig.:
2000), p. 29.
(3) Sloterdijk y Hans-Jürgen Heinrichs, El sol
y la muerte. Investigaciones dialógicas, Madrid,
Siruela, 2004 (ed. orig.: 2001), p. 79.
(4) Ibid., p. 85. Cfr. pp. 78-89. Agradezco al Prf. Óscar
Barroso haberme hecho reparar en esta problemática.
[Extracto
de Sáez Rueda, L. "Enfermedades de Occidente.
Patologías actuales del vacío desde el nexo
entre filosofía y psicopatología" ]
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Sobre
el uso del término "casta" |
29-Enero-2015 |
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En su día puse reparos al término "casta".
Pero creo que se puede aceptar sin ningún escrúpulo,
a condición de la reflexión siguiente (disculpas
por la extensión, pero esto no se puede decir en
dos palabras).
Primero hay que retrotraerse a la distinción deleuzeana
entre "molar" y "molecular". Todo fenómeno
social posee ambas caras. Son heterogéneas entre
sí, pero inseparables. Se encuentran, asimismo, en
un litigio productivo. Lo molecular es una dimensión
intensiva, lo invisible en lo visible. Es el conjunto de
fuerzas intensivas en cuanto devenires, flujos (deseos,
pasiones, supuestos emotivos en curso, sueños, anhelos....).
Todos esos "flujos" se entrelazan y constituyen
un rizoma, un caosmos, una retícula
de inter-afecciones móviles sin una regla fija. Ejemplo
15 M: el intrincado juego invisible entre pasiones que se
encuentran en una plaza. Surgen de todos y cada uno de los
que están allí, discutiendo, pensando, tomando
el micro, etc. Pero acto seguido de su nacimiento en "un
sujeto concreto" escapan de él, toman vida propia
al relacionarse con las fuerzas emotivas, deseantes, etc.
de cada uno de los demás (a los que les ha pasado
lo mismo). El resultado es un rizoma, es decir, un conjunto
de relaciones invisibles (no por místicas, sino porque
nadie ha visto jamás una pasión, ni una fuerza,
y, sin embargo, existen, es decir, por su tipo de ser: ser
cualitivo). La otra cara: al mismo tiempo, todo ese conjunto
"molecular" en movimiento se está corporeizando
en lo representable y cuantitativo: acciones, movimientos,
palabras, argumentos, etc (todos ellos "visibles"
en el sentido de que los captamos con alguno de los cinco
sentidos). Ejemplo 15 M: todo el barullo que observamos
en una plaza.
Bien, ahora viene lo importante. Al nivel molecular, invisible,
sólo hay RELACIONES DIFERENCIALES (lógica
diferencial, síntesis disyuntiva): las intensidades
en devenir se relacionan por su "diferencia").
Pero en el nivel molar las relaciones "aparecen"
como polares. Son RELACIONES DE OPOSICIÓN (lógica
oposicional). Esto último es ineludible, pues nuestro
lenguaje está condenado a polarizaciones (blano/negro,
loco/cuerdo, etc.). Esto ocurre en el ejemplo, toda vez
que la asamblea entera, en ese plano está trabajando
con pares, inexorablemente: nosotros (los de la asamblea)
/ aquellos a los que estamos poniendo en cuestión
(los del gobierno, por ejemplo); este determinado sector
de la asamblea que vota "sí" / este otro
sector que vota "no", etc. Aplicación al
término "casta": tal término implica
un dualismo, una lógica oposicional (los de la casta
/ los que no son la casta).
¿Qué problema existe, entonces, con el término
"casta"? Ninguno en el caso de que, mediante una
mirada estereoscópica, se sepa (y hasta el tuétano),
que tal distinción pertenece al plano "molar",
pero que se monta sobre una dimensión molecular en
la que no hay oposiciones, sino diferencias.
¿Cuándo se hace peligroso el uso del término?
Cuando se lo toma, se lo experimenta, se lo usa, etc....
¡Exclusivamente en su sentido molar! Ahí ya
se ha caído muy bajo, en una situación muy
miserable. Pues tiene lugar la afirmación de un polo
(digamos "Podemos") como resultado de la negación
del otro ("Casta"). Una de las tesis nietzscheanas
más impactantes y fascinantes es la siguiente: en
esa lógica binaria, oposicional, manda el ser humano
débil que llevamos dentro, el resentido, la escoria.
Pues para decir "Yo soy tal y tal" tiene que empezar
diciendo "Yo no soy tal, tal". Tiene que negar
a un otro como condición de la afirmación
de sí. Al mismo tiempo, se está considerando
como un ser con una identidad cerrada (YO), sin heterogeneidades
en su interior. El hombre fuerte se afirma desde sí
(y su "sí mismo" es un rizoma de diferencias).
Niega como resultado inexorable de su propia afirmación.
Se convierte así en lo que llama Deleuze "máquina
de guerra" (una horda humana camina en un territorio;
encuentra una alambrada; la destruye. No persigue la guerra,
sino que ha sido obligada a la guerra. Lo que persigue es
la libertad).
Todo depende, pues, del modo en que se use el término.
Si es con la lucidez suficiente como para mantener viva,
en estado naciente, potente, esa mirada estereoscópica,
en la que se tienen en cuenta los dos planos, vale. Pues
en tal caso, quien lo emplea está supeditando la
oposición a la diferencia. Ahora bien, si se pierde
esa lucidez, entonces se incurre en el motor mismo de todo
autoritarismo, totalitarismo, pensamiento ingenuamente identitario,
etc: en el error de separar a cuchillo entre Buenos y Malos.
Y esa distinción (recuérdese a Derrida) es
deconstruible SIEMPRE: cada vez que un ser humano dice de
sí "Yo, el bueno", está incorporando
la lógica misma del "Malo". ¡Cuidado:
en un nivel molar incluso "anarquista" puede in-sintir,
subyacer, un profuso cauce de microfascismos! Si utilizo
el término "Casta" con lucidez, estoy siempre
ojo avizor, no vaya a que en mi nivel micrológico,
molecular, esté discurriendo un enemigo, allí,
en mi propio interior. De ahí surge el deseo de situarse
en una auto-revolución permanente, de tal modo que
si se dectecta al enemigo en el propio ámbito interno
(que es una red), si se lo detecta, digo, con las manos
en la masa...¡Se le paran los pies!
Que mande el pueblo, pero el pueblo auto-crítico
(que es lo más alejado de la masa), expectante ante
las amenazas que vienen no sólo de su presunto opuesto
externo, sino de su siempre acechante contrincante interno.
Dicho esto se podría afirmar, a mi juicio, lo siguiente:
"¡A por la Casta, esté fuera o dentro
de mi! ¡Es más, de modo paralelo a la crítica
que dirijo a la 'Casta de fuera' voy a tener el coraje de
mirarme, de escrutarme, hasta en sueños, por si la
encuentro agazapada en mi rizoma interno. Y lo voy a hacer
ahora, hoy, mañana y siempre, hasta que me alcance
la muerte!"
[Para una incursión introductoria en el pensamiento
político de G. Deleuze, cuyas categorías fundamentales
han sido aquí tomadas en préstamo, véase
un vídeo con intención divulgativa:
- MIL MESETAS (Deleuze/Guattari). Presentación por
Luis Sáez Rueda. 1/2
- MIL MESETAS (Deleuze/Guattari). Presentación por
Luis Sáez Rueda. 2/2
Alegría navideña... ¿Qué tipo
de alegría? La alegría trágica y el
Himno de la 5ª de Beethoven
29-Noviembre-2014 |
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Se
supone que, en Navidad, es necesario extraer "alegría"
del torrencial de emociones que han colmado el
año.
No
hay razones para estar alegre en nuestro mundo
occidental. Se dice una y mil veces, y se olvida
otras tantas.
No
hay razón, porque en nuestra cultura vivimos
a expensas de fuerzas ciegas. "Podemos",
por ejemplo, aquí, en España, entusiasmarnos
con Podemos, un fruto de las luchas del
15 M. Pero no olvidemos que si llegase al poder no podría vencer las leyes del capital,
que están más allá de su
alcance y que conducen a Europa, por debajo de
toda intención y de todo estímulo,
al desastre. Sólo cuado muera el capitalismo,
será posible poder del todo, aunque
ya es un alivio que exista un deseo.
No
hay razón, porque aunque estamos más
cerca unos de otros a través de las redes,
somos víctimas inconscientes del ethos que atraviesa nuestra cultura: vencen en
ella otras fuerzas ciegas, la búsqueda
de reconocimiento para calmar el vacío,
la babosa persecución de encuentros filiales
que dejarían de ser tan excitantes si llegase
la hora de la verdad, en la que el otro pide ayuda de veras.
No
hay razón, porque nos creemos los dueños
de la tierra, mientras la mayoría sufre
nuestro acoso y nuestro asalto: la globalización
es una dominación gigantesca.
No
hay razón, porque seríamos hipócritas
si para estar felices tuviésemos que olvidar
a los innumerables muertos que pagan nuestro cobijo:
los inmigrantes en las fronteras, en el mar tumultuoso
o en el interior que los desprecia sutilmente,
por ejemplo.
No
hay razón, porque mientras aquí
hay paz, en el mundo hay docenas de guerras y
de matanzas. Y hay hambrunas. Y hay vidas carcomidas
por el estiércol.
No
hay razón, porque cuando nos deseamos "paz
y fraternidad" estamos simplemente cumpliendo
un mandato de la costumbre, sin que haya promesa
en la palabra.
No
hay razón, por ir un poco más al
fondo, porque ya no vivimos a gusto en casa.
Y
es así como nos damos cuenta, cada vez
con mayor claridad, de que nuestros problemas
no son caseros. Nos percatamos, poco a poco, de
que nuestro mundo está vacío, porque
no posee más metas que la de la supervivencia
y carece de ideas para un ad-venir diferente.
Sobre esto no quiere el que ensaya esta torpe
reflexión, abundar más. Ya ha insistido
demasiado en sus pequeñas crónicas
de la red o en sus trabajos de investigación.
*
* *
Ahora
bien, por extraño que parezca, hay motivos
para estar en "alegría". Contradicción,
sí. Pero la hay.
Tenía
razón Nietzsche, cuando oponía,
a estados de ánimo como la abulia, el aturdimiento,
la quietud en cuanto narcosis o distensión
y, en general, a todos los hábitos «neurasténicos»,
esa sana Heiterkeit, alegría jovial
por la que la vida recobra su aliento y se ve
empujada a romper todo confinamiento. Sí,
es éste un modo enérgico de la virtud
que pone un dique al desfallecimiento y ofrece
regalos. Sancho Panza lo sabía muy bien,
cuando le decía a Don Quijote, una vez
en que este último, por la inmensa superficie
del llano, iba desengañado, perdida la
esperanza, en silencio, cabizbajo y repleto de
soledad:
«Señor,
las tristezas no se hicieron para las bestias, sino
para los hombres; pero si los hombres las sienten
demasiado, se vuelven bestias: vuestra merced se
reporte, y vuelva en sí, y coja las riendas
a Rocinante, y avive y despierte, y muestre aquella
gallardía que conviene que tengan los caballeros
andantes (....), pues vale más la salud de
un solo caballero andante que todos los encantos
y transformaciones de la tierra» (1).
Sería
ingenuo suponer que Sancho le pide a su señor
una "alegría" tibia, como la que
se experimenta en un campo de flores, entre las
cuales no haya ninguna negra.
¿Qué
alegría le ruega? Es una alegría trágica,
a nuestro entender. Y aquí es preciso detenerse
un poco a eso que llaman filosofar. Disculpe el
lector, la filosofía llega cuando tiene su
Kairós.
Una
pasión, analizada desde ella misma y cualquiera
sea su signo, se revela indeterminada, vacía
o abstracta en cuanto a lo que importa, que es su
dirección efectiva en el curso de las cosas.
Hablemos de la alegría.
Alegría
... ¿En virtud y en pro de qué? ¿De
una convivencialidad capaz de colocar a los hombres
en el angonismo productivo, o de una armonía
gelatinosa en las relaciones humanas que camufla
la hostilidad de fondo? ¿Del olvido que dilata
las posibilidades futuras o del olvido que sumerge
en el silencio a esa ingente cantidad de escombros
que, según el comentario de Benjamin al cuadro
de Klee (2), deja a su paso el ángel del
progreso? ¿Alegría en qué figura,
en la del arrobo melifluo o tal vez como merecido
fruto después de haberse colocado a la altura
de sí mismo? ¿Alegría con qué
fin? ¿Para que el Caballero de la Triste
Figura vuelva resignado a su hacienda o para que
recobre el ánimo y continúe en su
pleito con el mundo, aunque sea conducido al lecho?
Interrogar
de este modo supone reconocer que las pasiones,
por sí mismas, son constructos abstractos
y que para desentrañar a qué señor
sirven es preciso analizar la cualidad de las fuerzas
que las conforman, preguntar por ciertas enérgeias que fluyen en su fondo y cómo se componen,
agregan o descomponen en un movimiento. Una teoría
de las pasiones puede ofrecer resultados muy interesantes,
pero a condición de que sea profundizada
a través de una micro-ontología de
las fuerzas. El propio Nietzsche descalificó
la noción de «pasión»
y expresamente la describió como un constructo
ficticio, de igual rango que el del «alma»
o del «sujeto»:
«El
hombre como una multiplicidad de 'voluntades de
poder': cada una con una multiplicidad de medios
expresivos y formas. Las presuntas 'pasiones' singulares
(p. ej., el hombre es cruel) son sólo unidades
ficticias, en la medida en que aquello que, proveniente
de los diferentes impulsos básicos, entra
en la conciencia como algo homogéneo es imaginariamente
unificado de modo sintético en un 'ser' o
una 'facultad', en una pasión. De la misma
manera pues en que el 'alma' es una expresión
de todos los fenómenos de la conciencia:
a la que nosotros, sin embargo, interpretamos como
causa de todos esos fenómenos» (3).
Alegría
navideña, entonces ... ¿En qué
sentido, en qué dirección? El que
escribe sólo conoce para el presente una
senda: la de la alegría trágica. Lo
trágico no es lo completamente desolado.
Constituye la tensión entre lo deseado como
noble y la conciencia de su imposibilidad. Su dolor
es un fontanal. En su seno, el héroe vence
en su caída.
Si
la alegría navideña apela a la paz
y a la fraternidad entre los hombres, entonces sepamos
que hoy, en el presente, eso es pedir lo imposible
necesario. Necesario, porque no podríamos
mirarnos al espejo sin quererlo. Imposible, porque,
hasta que esta cultura nuestra no muera, dando lugar
a una tierra nueva, aún por crear, todo intento
de paz y de fraternidad caerá, tarde o temprano,
en la ficcionalización de sí, en la
pura representación de aquello a lo que apunta.
El
himno a la alegría, de la novena de Beethoven,
puede ser experimentado de infinitos modos. El que
escribe lo sufre y lo disfruta a un tiempo, trágicamente,
porque vislumbra que invoca, no a lo posible en
las condiciones del presente, sino a lo imposible.
Lo imposible y, sin embargo, necesario.
Si
el lector ha tenido paciencia como para llegar hasta
aquí, tal vez la tenga también para
escuchar este engendro milagroso, estas lágrimas
alegres, del vídeo que el que les escribe,
esperanzado en su desesperanza, ha intentado pergeñar.
Himno a la alegría, para el que escuche,
de acuerdo con el sentido y la dirección
que quiera darle. Para este que ya deja el teclado,
canto imperecedero a la alegría trágica,
porque sólo la visión de lo imposible-necesario
es capaz de solventar la penuria de lo hoy posible:
(1) El ingenioso hidalgo D. Quijote de la Mancha,
parte II, cap. XI.
(2)
Benjamín, W, «Tesis de filosofia de
la historia», en Discursos interrumpidos,
Madrid,Taurus, 1973.
(3)
Nietzsche, F., Fragmentos póstumos,
Vol. IV,, 1 [58] (pp. 52-53).
¿Y
con el autoritarismo cultural, podemos?
Sobre el riesgo de la autonomización
de la política y la horfandad
cultural |
18-Noviembre-2014 |
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Tras
largos silencios en el ágora política
por parte del pueblo, parece que ahora,
impulsados por la indignidad vital (y no
sólo material) a la que hemos sido
conducidos, un despertar ciudadano alcanza
el pulso suficiente como para atemorizar
a esos poderes que han dado lugar a lo monstruoso
de un autoritarismo democrático.
Se experimenta, al fin, que podemos.
Semejante despertar merece ser reconocido
en lo que posee de coraje y entusiasmo.
Los que lo vapulean, como a ciegas, carecen
de capacidad para captar el sufrimiento
contenido que ha provocado esta explosión.
Sí, hay que persistir, pues podemos.
Pero, por eso mismo, se hace necesario proteger
a ese poder-ser, no ya exclusivamente
de sus enemigos externos, sino de sus posibles
fantasmas y peligros endógenos.
El mayor peligro, a juicio del que escribe,
es el de la separación entre problematicidad
cultural y re-solución política.
El ser humano habita céntricamente un mundo cultural, sobre cuyo ethos crecen dinamismos, proyectos de mundo,
propulsores de excelencia y de valoraciones
sobre lo que nos envuelve. Al mismo tiempo,
es un ser excéntrico, pues
no lo liga a ninguna centricidad cultural
ningún lazo de esencia. Excéntricamente
habita el hombre en un mundo, sumido en
él y, al mismo tiempo, extraditándose
hacia sus confines, lanzado, como un arco
tendido, hacia lo nuevo desconocido, hacia
lo ignoto, hacia una nueva tierra que siempre
perseguirá y que por eso es lo infinito
en la inmanencia de lo finito, lo imposible
necesario. He ahí al ser humano,
errático, es decir, puente entre
un mundo que habita y que está desfalleciendo
y otro que anhela y no es todavía.
Ser errático: intersticio entre pasado
y futuro, puente sobre un abismo entre mundos.
Ese viaje a través de lo que no tiene
fondo ni fundamento, esa marcha que exige mantenerse sobre la nada, y que
germina en la tensión entre centricidad
y excentricidad, es la cultura, nuestro
llano manchego por el que transitamos como
D. Quijote, el excéntrico, y Sancho
Panza, el céntrico. El camino errático
de la cultura no está hecho, se hace.
Es problemático, un caosmos de fuerzas,
de intensidades que en su relación
constituyen campos problemáticos,
problemas en movimiento. La sociedad y su
ámbito político es el envés,
su otra cara, una conformación que
encarna, como re-solución en superficie,
como materia que acoge y orienta a la problematicidad
cultural y a su decurso en lúcida
locura, pues el fondo cultural camina rompiendo
todo confin y aspirando inagotablemente,
en exuberancia y riqueza, hacia el sinfín. Lo socio-político es el espacio
prudencial que, en superficie, se deja inyectar
un veneno propulsor procedente de la locura
cultural productiva, sin la cual no seríamos
humanos, y la mantiene durante un tiempo
en cierta estabilidad, hasta que estalle
de nuevo y exija otro cuerpo socio-político.
¿A qué viene todo esto,
querido lector? ¿Por qué introducirse
en especulaciones abstractas? Porque
tales especulaciones, sea esta u otra que
interprete lo cultural de distinta forma,
no lo son en realidad. Apuntan a lo más
real de la vida, pues lo más real
es este invisible en lo visible. Y, siendo
así, ya no nos ocupamos de él,
de lo invisible, de ella, de la cultura.
Tan enérgicamente hemos sido conquistados
por el ámbito exclusivo de lo socio-político.
Antaño, quizás un griego de
la época de Pericles, podría
experimentar ese lazo irrompible, inexorable,
entre política y cultura, pues el
ágora era el espacio de las decisiones,
sí, para la organización social,
pero sólo sobre el suelo de un interrogar
sin cese acerca de lo excelente y lo valioso
en el ethos cultural, de lo inmortal que
habría que perseguir, de la huella
indeleble que habría dejar hoy para
el mañana. En el presente ya se ha
roto ese vínculo. Y es necesario
que abramos bien los ojos de una vez y contemplemos
el abismo que separa ambas caras.
El
flujo problemático-cultural nos lleva
ventaja. Está devorándose
a sí mismo por fuerzas ciegas. La
racionalidad instrumental, que no toma a
nada por sí mismo sino sólo
como un medio. La conversión de todo
lo existente en cosas a la disposición
del arbitrio humano. La concepción
del Progreso como lineal aproximación
a una plenitud meramente cuantitativa, que
nos convierte en deudores, en seres carenciales.
La ausencia de una Gran Pasión cualitativa
por autotrascendernos en nuestro modo
de ser. Sí, en nuestro Ser, digan lo que digan los que desprecian
ese término. ¿No escucha usted,
querido lector, a menudo un rumor de muerte
en la profundidad del mundo? ¿Un
susurro inquietante e incomprensible? ¿Un
desasosiego sin objeto? ¡Pues eso
es el malestar en la cultura, sobre el que
caminamos, erráticos, pero ya en
un sentido peyorativo, es decir, a la deriva,
sin el eros que atrae hacia lo grande y
profundo. Se podría escribir todo
un tratado sobre ello. Pero a buen entendedor,
pocas palabras bastan.
¿Y por qué continúa
ese malestar? ¿No será que
nos hemos desarraigado de la cultura, que
ya no vivimos en ella, en su fontanal vivo,
siempre en estado naciente? ¿No será
que, desarraigados, ya no tenemos ni centricidad
que habitar ni excentricidad por la que
volvernos locos y dar la vida? Y si fuese
así, como cree el que escribe estas
palabras, ¿no ocurrirá que,
como seres evaporados, hemos dejado
huérfana de humanidad a la cultura
y nos hemos refugiado en su otra cara, la
socio-política, absolutizándola,
permitiendo que se autonomice? Sí,
el que habla sostiene que sí. Cultura
huérfana que, no asistida por el
aliento humano, es ya sólo un vacío
espantoso sólo habitado por inercias
ciegas y, por tanto, autoritarias. Hay un
autoritarismo subcutáneo, cultural.
Vacío sobresaturado y camuflado en
el vértigo de lo político.
Porque hoy todo tiene que pasar por lo político.
Pareciese que quien no toma a esa cara de
la vida como lo sustancial fuese un energúmeno
y un falsario, un tipo que está en
las nubes o un descomprometido.
¿De verdad podemos? Podemos
cambiar la política si se mantiene
el coraje y la valentía, sí.
Pero qué metas, qué alturas,
qué nevadas cumbres alimentarán
su nuevo curso? Lo político no es
sólo un campo de organización,
sino un semillero de senderos proliferantes
hacia la vida creciente y potente. ¿De
dónde sacaremos lo imposible necesario
de esa locura que nos arrastra a nuevas
formas de vida, de mirar, de tocar las cosas,
de estar, de engendrar, de crear, de luchar
en el llano por lo realmente heróico,
grande, hermoso?
No es sólo la política lo
que hay que cambiar, sino el rumbo de la
cultura, que está en su ocaso. O
mejor, es necesario una política
que vuelva a estar enraizada en la cultura,
que escuche sus cursos problemáticos
y encarne una solución en superficie.
Para ello no basta con que haya bases del
pueblo en las que se sostenga la decisión
política. Pues por principio, querido
lector, creo que podrá estar de acuerdo
en que unas imaginarias bases populares
podrían alimentar sólo la
estulticia (por poner un ejemplo, la vuelta
al estado de bienestar o la coca-cola).
No se afirma aquí que ello esté
ocurriendo. Se afirma que ello es posible
por principio. Sería
de necios despreciar el ideal de una colectividad
universal y vinculante levantada contra
el dominio. Ahora bien, es preciso mantener
la máxima cautela al respecto, con
el fin de que tal multitud, persevere
también en su resistencia a degradarse
en masa. Y nada mejor que la multitud
hunda, como robles, sus raíces en
la tierra cultural, en los problemas que
desde su fondo apelan y necesitan escucha
con demora y cuidado, solicitud clamorosamente
a la escucha.
Hay que recordar a Ortega y Gasset. La vitalidad
de un colectivo radica en su potencia creadora
y en la ilusión por un advenir más
rico en el subsuelo de la cultura. «El
politicismo integral, la absorción
de todas las cosas y de todo el hombre por
la política, es una y misma cosa
con el fenómeno de rebelión
de las masas», decía el filósofo
español (Ortega y Gasset, J., La
rebelión de las masas, Orbis,
1983 (orig.: 1929), «Prólogo
para franceses», § IV, p. 26).
En lo que concierne al cuidado de la excelencia,
decía Ortega que en las horas decadentes
cada miembro de la masa se cree con personalidad
directora y, revolviéndose contra
todo el que sobresale, descarga sobre él
su odio, su necedad y su envidia. Existe
en la muchedumbre un plebeyo resentimiento
contra toda posible excelencia (Ortega y
Gasset, J., España invertebrada,
Madrid, Editorial Planeta DeAgostini, 2010
—orig.: 1921—, p. 75). Es necesario
un sujeto de la revolución que llegue
a la política partiendo previamente
de una inmersión aprehensora de los
problemas en movimiento que dinamizan la physis cultural, una ciudadanía
caosmótica y problematizante,
cuyo desvelo sea, antes de nada, previamente
a cualquier contacto con la cosa concreta
de lo político conciso, la pregunta
por el ser de nuestro substrato cultural.
Sin eso, todo conducirá a lo mismo
o a nada. Sí, grandes logros quizás
en la redistribución de la riqueza.
Y eso es ya algo grande, enorme. Pero, ¿qué
tipo de riqueza será la que echaremos
en falta luego? No hay duda, la riqueza
de espíritu, que no coincide, por
cierto, con tener muchas informaciones y
saber muchas cosas. Se trata de lo que los
antiguos llamaban sabiduría.
La
"anecdotización del
hombre" |
17-Septiembre-2014 |
|
No da asco
volver al trabajo intenso precisamente por
eso, por su presunta intensidad, sino por
su fatuidad, su sinsentido, su oquedad tan
agitada e inflada.
Para
los que estamos en la docencia y/o investigación,
por ejemplo, pronto se marchita el día
entre demandas académicas puramente
metodológicas, pensadas –por
una paradoja diabólica- para cerrar
el paso al pensamiento y para alzar hacia
una nueva forma de soberanía a
los mejor adaptados (es decir, sumisos)
a la gestión de la creación.
Gestión
de la creación: una contradicción
“in terminis”. En general,
las verdaderas “cosas” de
la vida (metas, proyectos, promesas...)
se desvanecen hoy, a un ritmo asombroso,
absorbidas por la “gestión
de las cosas”. No vivimos. Sobre-vivimos.
“Sobre”: en un altozano pútrido
y sin puente hacia la hoguera en torno
a la cual alguna vez pudimos bailar en
la mitad del valle, festejar la caza de
una presa o invocar a los dioses. No en
la vida, sino en una artificiosa meta-vida.
Sólo
nos salvará ese tipo de actividad
solitaria, hundida en su propia tarea,
con raíces en sí misma,
que no necesita ni testigos ni marchamos.
La que conduce a concentrarse para irradiar.
La que está impulsada por un exceso
infinito, por un imposible necesario,
jamás alcanzable pero operativo
en cada instante.
Quizás
cada cual la posee a su manera, pero está
claro que ha sido empujada al ámbito
intrascendente de lo privado. Hasta que
no podamos compartirla (a esta actividad
solitaria o al anhelo de llegar a ella),
convertirla en lo público silencioso,
no habrá pueblo tangible, de carne
y hueso, sino volutas, fuegos artificiales
o brindis al sol. Pues ese silencio germinal
es el fondo oscuro desde el que pueden
ser arrancados los sonidos. De ahí
que muchos ya experimentemos el hartazgo
por el exceso de palabra y de “comunicación”.
Esperamos sólo el fruto de los
silencios elocuentes.
La
sustitución de las cosas en favor
de la “gestión de las cosas”
nos convierte a todos en quimeras sin
mundo. Tácitamente nos sentimos
ingrávidos, como pañuelos
de seda que cualquier ventisca lleva de
un lugar a otro. Buscamos casi desesperadamente
algo telúricamente vivo, valioso
en sí mismo, de tan alto valor
que merezca ofrecerle nuestra vida, y
fracasamos una y otra vez.
He
aquí otra causa de ese nuevo
malestar en la cultura que se expande
como una mancha de aceite y que negamos
cada mañana para seguir viviendo.
Observado
desde otro punto de vista, este fenómeno
hoy tan hiriente podría ser comprendido
como el de una anecdotización
del ser humano.
En
cada singular humano es encarnado un infinito.
Es lo ejemplar indefinible e indescifrable
que porta todo trayecto preciso, en cuanto
aquello que constituye su tarea infinita.
Así, los héroes de la Ilíada
actúan espoleados por una tensión
que ellos encarnan. Por un lado, son singulares
humanos de carne y hueso. Por otro lado,
son aquello inmortal de lo que anhelan
ser un ejemplo. Agamenón, el
resuelto, lleva en sí lo ejemplarizante
de la resolución, un infinito que
lo atraviesa y al que aspira a testimoniar
en cada acto. Y, del mismo modo, podría
decirse que la ejemplaridad de Héctor, el domador de caballos, quizás
sea la noble resistencia; la de Aquiles, el de los pies ligeros, tal vez
la valentía; y, por terminar aquí,
la de Odeus podría ser la inteligencia
prudente.
En
cualquier caso, la resolución,
la noble resistencia, la valentía
o la inteligencia prudente no son rasgos
concretos de un psiquismo particular,
sino formas de «excelencia»
constituyentes del ser de un singular
humano. Tal excelencia le pertenece pero
lo desborda de forma inexorable. En este
sentido, cada ser humano concreto está
atravesado por un exceso excéntrico en él que, en tensión con
su finitud, lo hace valioso. Actúa
desde el interior de esa singularidad
irrepetible que lo centra en acciones
concretas, injertándole en ella
la ex-céntrica llamada a una elevación,
a una grandeza infinita y sin rostro,
de la que anhela dar ejemplo.
En
nuestro Occidente actual ha acontecido
la pérdida del infinito-ejemplar,
una pérdida que encierra al ser
humano concreto en su finitud más
trivial. La tensión entre lo ejemplar-infinito
y el ejemplo se ha relajado en él
hasta tal punto que queda reducido a su
nuda particularidad fáctica. Es,
sumariamente, lo que aparece a la vista,
sin un invisible de excelencia al que
señalar desde sí. Si el hombre-ejemplarizador es el modo
viviente de una ejemplaridad más
allá de sí, hacia la que
se desvive, el hombre-anécdota remite simplemente a sí en cuanto
puro actor de hechos que ilustran otros
hechos. La anecdotización del
hombre significa su reducción
a un simple caso de lo más general
y trillado, yermo de fuerza ejemplificadora.
Es, al mismo tiempo, la positivización
de su ser, es decir, su conversión
en un ser-de-hecho, plano, inmerso en
un mundo-de-hechos.
Por
supuesto, nuestro mundo presente está
plagado de excepciones a esta reducción.
Pero, de igual modo que para afirmar que
se está en una época lluviosa
no es necesario que llueva todos los días
y a todas horas, para constatar el dominio
de la anecdotización del hombre
basta con percatarse de que constituye
la tendencia general.
Pedro Cerezo Galán. Laudatio
|
25-Julio-2014 |
|
Los
elogios, si son sinceros, han de ser breves y
concisos. Con ocasión de la reciente concesión
del XXVIII
Premio Internacional Menéndez Pelayo a Pedro Cerezo Galán, se hace ineludible
subrayar su figura en el campo de juego de la
filosofía. En modo alguno, para dar a conocer
sus grandes méritos, pues hacerlo resultaría
humillante para el que escribe. En un mundo cultural
en el que cualquier aguerrido pero infatuado futbolista,
o un "artista" -por mencionar otro caso
similar- salido de la nada en un instante y capaz
tan sólo de cantar al amor superficial
y adolescente, son reconocidos como ídolos,
resulta indignante, desolador, que la inteligencia
y la vocación investigadora hayan de esperar
merecidos halagos y agradecimientos hasta que
su portador, embebido durante su vida entera en
su tarea, haya fallecido o esté anciano,
caso este último que es el de Cerezo.
Nos
resistimos a tener que "probar" su valía,
si ha dado fe de ella desde hace décadas.
Es la sociedad entera la que debería saber
ya que una prueba semejante resulta ociosa y hasta
lacerante. Lacónicamente expresamos lo
que no puede ser de otro modo. El homenajeado
es, sin duda, el más grande entre aquellos
contemporáneos que han intentado hacer
valer la reflexión y el corazón
hispano en la retícula universal del pensamiento.
No ha escrito "sobre" filósofos
españoles. Como pensador, más que
en cuanto historiador, ha interpretado las sendas
de la filosofía española y las ha
elevado al plano de ese cruce de caminos que es
el meditar universal. En particular, ha incrustado
(haciendo justicia) a la filosofía hispana
en la nervadura de la europea, la cual, como sabe
cualquier sureño avezado en esta disciplina,
ha despreciado ostentosamente el pensamiento español
y, para generalizar, el hispano-íbero-americano.
Al hacerlo, con una constancia y esfuerzo difíciles
de contemplar hoy, ha hecho valer el alma desgarrada
de nuestro mundo cultural, su lucha tensional
consigo misma y con el mundo, como aquella que
aventuraba por los campos inhospitalarios y por
las tabernas infames al Caballero de la Triste
Figura. El
lector interesado en conocer los resultados de
esta empresa tal vez desee conocer antes la andadura
de Pedro Cerezo. De modo sintético, puede
encontrarla en forma biográfica y también conocer su ingente producción,
bien hasta
el año 2009 (en que se le hizo un homenaje
en la revista de la Asociación Andaluza
de Filosofía, bien un
poco más ampliada, aunque menos ordenada.
Humildemente, remitimos a dos escritos de nuestra
factura sobre la obra de Cerezo en sendas ocasiones
de homenaje:
- «La experiencia de lo trágico y
la crisis del presente», en Peñalver,
P./Villacañas, J.L. (eds.), Razón
de Occidente. Textos reunidos para un homenaje
al profesor Pedro Cerezo Galán, Madrid,
Biblioteca Nueva, 2010, pp. 361-383.
[Texto
completo]
- «El malestar del siglo», en García
Casanova, J.F./Vallejo, A. (eds.), Crítica
y meditación. Homenaje al profesor Pedro
Cerezo Galán, Granada, Editorial Universidad
de Granada, 2013, pp. 435-455.
[Texto
completo]
El
talento intelectual de Pedro Cerezo se entrecruza
con su elegante, rico, exuberante uso del castellano.
Al lector que quiera acercarse un poco a ello,
le proporcionamos algunos ejemplos sonoros y audiovisuales
(aunque presencialmente es mucho más impactante):
-
"La moral heróica y la política
trágica" (1993)
- "Los claros del mundo" (1997)
- Sobre la universidad autónoma y libre,
a propósito de Giner de los Ríos
(2011)
- Sobre la razón poética y el arte,
a propósito de María Zambrano y
la presentación de la obra artística
de Rosa Mascarell (2014)
Lo
más provechoso, obviamente, es la lectura
de sus principales libros, entre los que nos permitimos
destacar dos: Las máscaras de lo trágico y El mal del siglo. Acercarse a
textos como éstos necesita salir de la
premura y de la expectativa, hoy en crecimiento,
de una comprensión fácil, inmediata,
liviana. Exige voluntad de escucha prolongada
y mucha demora, pero los frutos de éstas
no pasarán como las modas. Permanecerán
en el corazón y en la mente del lector
como fuentes casi inagotables de impulso hacia
el pensar y de reflexión sobre el mundo
hispano.
El
que escribe tiene el honor de haberlo tenido como
maestro en su años de formación
universitaria, así como de tenerlo aún,
a través de las reuniones extra-académicas
que organiza, como roble de profundas raíces,
junto a jóvenes en Granada, para comentar,
por puro placer, textos filosóficos.
Que la vida que le queda le dispense alegrías
como la de los últimos reconocimientos
que ha tenido y el placer de lo que él
llama "con-vivencialidad".
La
Deuda infinita del Progreso |
30-Abril-2014 |
|
La
deuda que se atribuye a la política de
nuestros pueblos es sólo la reverberación
lejana de la Deuda que el modo de vida occidental
mantiene respecto al Progreso. No hay mito más
arraigado en Occidente que el del Progreso. Este
mito se ha convertido en el imperativo del crecimiento
vertiginoso hacia lo cuantitativo gigantesco,
sustituye al heroico afán por superarse
en cualidad, en intensidad vital, actúa
compulsivamente en el inconsciente colectivo,
da cobertura al capital (que, como se sabe, sólo
se sostiene transformando incesantemente los medios
de producción), premia al avance tecnológico
como un fin en sí mismo cuyo valor nadie
puede cuestionar, justifica los avances innecesarios
so pretexto de satisfacer los necesarios, distribuye
geopolíticamente al mundo entre avanzados
y "en vías de desarrollo", hace
de la temporalidad de la vida humana una carrera
feroz y competitiva, convierte inmediatamente
a todo lo nuevo en algo ajado, deslucido, obsoleto,
genera nuevas clases sociales en función
de sus habilidades y competencias para la acción
diligente, ágil y rauda, modela un sistema
educativo orientado a la pro-moción del
cálculo....
El
mito del Progreso nos convierte a todos en Deudores,
en seres carenciales que han de suplir su "falta"
durante toda su existencia. El ser-deudor respecto
al Progreso articula macrológicamente a
los Estados, a la Gobernanza en cualquiera de
sus formas. Micrológicamente, se incrusta
en nuestras noches de insomnio, en nuestras pesadillas,
en ese vago malestar sin nombre ni objeto que
nos acompaña en la cotidianeidad. Conocemos
un déficit nuevo: el ser humano mismo.
Él es el deficitario por excelencia, desde
que nace. El Progreso laico impone un nuevo "pecado
original", que seculariza al teológico:
somos malos por el hecho de haber nacido no-crecidos
y estamos destinados a pagar esa culpa llenando
y llenando la falta inscrita a sangre y fuego
en nuestra vida. Conocemos una mala conciencia
nueva, esa que castiga cuando presentimos que
no estamos haciendo lo posible por progresar.
Y conocemos un deleite nuevo: dejar atrás
al oponente.
Occidente
necesita una ciencia nueva: la mito-cultura, que
traiga a conciencia este y otros muchos mitos
más, incorporados, no simplemente al hacer
político expreso, sino trabados reticularmente
en el fondo casi opaco de la cultura, cuyos problemas
invisibles le llevan muchísima ventaja
a los visibles de la factopolítica. Carecemos
de lo esencial: de la Gran Política.
Ciberespacio, ¿virtualización
de la vida u oportunidad para una sociedad
civil global? |
07-Octubre-2013 |
|
El
ciberespacio, ese "nuevo hogar de la mente"
[]
está transformando efectivamente nuestra
vida. Sabemos que hoy hay una polémica
entre defensores y detractores. Para los primeros,
constituye un rico mundo de posibilidades (universalización
pública del saber, de la información;
expansión de las relaciones humanas desde
lo próximo a lo más lejano; incluso,
medio eficaz para las nuevas formas en que se
autoorganiza la crítica, la revolución
popular, tal y como ocurrió en la Primavera
árabe y en el 15M español).
Los detractores (como, en buena medida, César
Rendueles []
avisan sobre el riesgo del ciberfetichismo, como
un fenómeno que merma lo que cabe esperar
de la acción política y de las relaciones
personales.
Ambos puntos de vista dan en un cierto blanco,
aciertan a su manera. A favor de la gran extensión
del ciberespacio podríamos considerar los
efectos mencionados. En contra, se podría
añadir que genera, al menos, dos consecuencias
bastante peligrosas. Una. Puede dar lugar en el
usuario a una "huida" respecto a lo
que reclama desde sí aquello que
comunica, expresa o somete a debate, es decir,
se convierte para él en un bálsamo
que apacigua ficcionalmente su incapacidad para
afrontar rectamente aquello que es el caso (nihilismo
reactivo, en términos de Nietzsche). Dos.
Puede hundir al usuario en un frenesí paralizador
a la larga. Frenesí de intervención
en un mundo reticular que se infinitiza y solicita
cada vez más energía, hasta destruir
lo que sólo puede ser realizado en soledad
(que es mucho).
No conozco una salida al dilema más aguda
e inteligente que la que un día propusiese
M. Heidegger frente a la amenaza de la técnica
(amenaza de autonomización de ésta).
La llamó "serenidad" y consiste
en una actitud (o mejor, en un posicionamiento
existencial en el mundo). Bella afirmación,
en ese contexto, la siguiente: "Dejamos entrar a los objetos técnicos en nuestro mundo cotidiano
y, al mismo tiempo, los mantenemos fuera, o sea,
los dejamos descansar en sí mismos como cosas
que no son algo absoluto, sino que dependen ellas
mismas de algo superior" (hay
que leerla, creo, varias veces para darse cuenta
de la riqueza que condensa, más allá
del tópico de que hay que moderarse en
el ámbito de lo técnico o de que
hay que convertirlo sólo en un medio, prohibiéndole
convertirse en fin en sí mismo. La clave
está, a mi juicio, en la expresión
"dependen ellas mismas de algo superior").
Dejo al lector interesado en este asunto parte
de aquella reflexión del filósofo,
en la convicción de que puede ser actualizada,
resignificada, a la altura de nuestro presente
(pues ya verá que no se refiere al ciberespacio)
y de que para ello, por supuesto, no es necesario
comulgar con toda su filosofía.
Martin Heidegger, Serenidad, Barcelona, Serbal, 1989 (ed.
orig.: 1959). pp. 24-29. (El subrayado es nuestro).
«En el verano
de este año de 1955 volvió a tener lugar de nuevo
en Lindau el encuentro internacional de los premios
Nobel. En esta ocasión, el químico norteamericano
Stanley dijo lo siguiente: “Se acerca la hora
en que la vida estará puesta en manos del químico,
que podrá descomponer o construir, o bien modificar
la sustancia vital a su arbitrio”. Se toma nota
de semejante declaración. Se admira incluso la
audacia de la investigación científica y no se
piensa nada al respecto. Nadie se para a pensar
en el hecho de que aquí se está preparando, con
los medios de la técnica, una agresión contra
la vida y la esencia del ser humano, una agresión
comparada con la cual bien poco significa la explosión
de la bomba de hidrógeno. Porque precisamente
cuando las bombas de hidrógeno no exploten y la
vida humana sobre
la
Tierra esté salvaguardada será cuando, junto con
la era atómica, se suscitará una inquietante transformación
del mundo.
Lo verdaderamente inquietante, con todo, no es
que el mundo se tecnifique enteramente. Mucho
más inquietante es que el ser humano no esté preparado
para esta transformación universal; que aún no
logremos enfrentar meditativamente lo que propiamente
se avecina en esta época. Ningún individuo, ningún
grupo humano ni comisión, aunque sea de eminentes
hombres de estado, investigadores y técnicos,
ninguna conferencia de directivos de la economía
y la industria pueden ni frenar ni encauzar siquiera
el proceso histórico de la era atómica. Ninguna
organización exclusivamente humana es capaz de
hacerse con el dominio sobre la época. Así,
el hombre de la era atómica se vería librado,
tan indefenso como desconcertado, a la irresistible
prepotencia de la técnica. Y efectivamente lo
estaría si el hombre desistiera de poner en juego
un juego decisivo, el pensar meditativo frente
al pensar meramente calculador. (...) El pensamiento
meditativo requiere de nosotros que no nos quedemos
atrapados unilateralmente en una representación,
que no sigamos corriendo por una vía única en
una sola dirección. El pensamiento meditativo
requiere de nosotros que nos comprometamos en
algo (einlassen) que, a primera vista,
no parece que de suyo nos afecte.
Hagamos la prueba. Para todos nosotros, las instalaciones,
aparatos y máquinas del mundo técnico son hoy
indispensables, para unos en mayor y para otros
en menor medida. Sería necio arremeter ciegamente
contra el mundo técnico. Sería miope querer condenar
el mundo técnico como obra del diablo. Dependemos
de los objetos técnicos; nos desafían incluso
a su constante perfeccionamiento. Sin darnos cuenta,
sin embargo, nos encontramos tan atados a los
objetos técnicos, que caemos en relación de
servidumbre con ellos. Pero también podemos
hacer otra cosa. Podemos usar los objetos técnicos,
servirnos de ellos de forma apropiada, pero manteniéndonos
a la vez tan libres de ellos que en todo momento
podamos desembarazarnos (loslassen) de
ellos. Podemos usar los objetos tal como deben
ser aceptados. Pero podemos, al mismo tiempo,
dejar que estos objetos descansen en sí, como
algo que en lo más íntimo y propio de nosotros
mismos no nos concierne. Podemos decir “sí”
al inevitable uso de los objetos técnicos y podemos
a la vez decirles “no” en la medida en que rehusamos
que nos requieran de modo tan exclusivo, que dobleguen,
confundan y, finalmente, devasten nuestra esencia.
Pero sí decimos
simultáneamente “sí” y “no” a los objetos técnicos,
¿no se convertirá nuestra relación con el mundo
técnico en equívoca e insegura? Todo lo contrario.
Nuestra relación con el mundo técnico se hace
maravillosamente simple y apacible. Dejamos entrar
a los objetos técnicos en nuestro mundo cotidiano
y, al mismo tiempo, los mantenemos fuera, o sea,
los dejamos descansar en sí mismos como cosas
que no son algo absoluto, sino que dependen ellas
mismas de algo superior. Quisiera denominar
esta actitud que dice simultáneamente “sí” y “no”
al mundo técnico con una antigua palabra:
la Serenidad (Gelassenheit) para con las cosas. Con esta
actitud dejamos de ver las cosas tan
sólo desde una perspectiva técnica. Ahora
empezamos a ver claro y a notar que la fabricación
y utilización de máquinas requiere de nosotros
otra relación con las cosas que, de todos modos,
no está desprovista de sentido (sinn-los).
Así, por ejemplo, la agricultura y la agronomía
se convierten en industria alimenticia motorizada.
Es cierto que aquí —así como en otros ámbitos—
se opera un profundo viraje en la relación del
hombre con la naturaleza y el mundo. Pero el
sentido que impera en este viraje es cosa que
permanece oscura. Rige así en todos los
procesos técnicos un sentido que reclama para
sí el obrar y la abstención humanas (Tun und
Lassen), un sentido no inventado ni hecho
primeramente por el hombre. No sabemos qué
significación atribuir al incremento inquietante
del dominio de la técnica atómica. El sentido
del mundo técnico se oculta. Ahora bien, si
atendemos, continuamente y en lo propio, al hecho
de que por todas partes nos alcanza un sentido
oculto del mundo técnico, nos hallaremos al punto
en el ámbito de lo que se nos oculta y que, además,
se oculta en la medida en que viene precisamente
a nuestro encuentro. (...)
De momento, sin embargo, no sabernos por cuánto tiempo el hombre
se encuentra en una situación peligrosa ¿Por qué?
¿Sólo porque podría de pronto estallar una tercera
guerra mundial que tuviera como consecuencia la
aniquilación completa de la tierra y la destrucción
de la humanidad? NO. (...) (Extraña afirmación! Extraña, sin duda, pero sólo mientras no reflexionemos
sobre su sentido. (...) ¿Qué gran peligro se
avecinaría entonces? Entonces, junto a la
más alta y eficiente sagacidad del cálculo que
planifica e inventa, coincidiría la indiferencia
hacia el pensar (...), una total ausencia de
pensamiento».
Razones
en pro de una respuesta extremada al Ministerio
español de Educación, Cultura
y Deporte (expeditiva) y a Centroeuropa
(a largo plazo) |
02-Octubre-2013 |
|
Querido lector, el que escribe expresa modestamente
dos convicciones acerca del modo en que es necesario,
ya, responder al Ministerio español de
Educación, Cultura y Deporte (a corto plazo)
y a Centroeuropa (a largo plazo). Le acompaña
la experiencia interna de que no persigue miserablemente
con ello "obtener reconocimiento" personal
como "batallador y revolucionario" (aunque
admite que el inconsciente puede estar engañándole).
Le acompaña, más bien, la rabia,
la melancolía, la repugnancia, el asco,
el hartazgo.
Una respuesta extremada es una respuesta cargada
con cierto exceso, con cierta hybris o desbordamiento.
Excede la respuesta comedida, moderada, circunspecta.
Por otro lado, una respuesta expeditiva es una
respuesta que se ahorra mediaciones ya devenidas
insoportables por tediosas e inoperantes. Este
es el cariz de la respuesta que propone el que
se expresa (teniendo en cuenta que "expeditiva"
se refiere al primer caso). No desea sin embargo
sustraerle al paciente lector una inmoderada porción
de su preciado tiempo, por lo que se esforzará
por alcanzar brevedad y concisión y pide
disculpas de antemano si no lo logra.
Las respuestas:
1.
Al Ministerio español de Educación,
Cultura y Deporte. Cualquiera que lo ponga
definitivamente en jaque. Al que escribe no se
le ocurre otra que la paralización de la
Universidad española, a nivel nacional,
de modo inmediato y con las siguientes matizaciones:
a) Mantenimiento de servicios mínimos para
la dirección y defensa de Tesis Doctorales,
con el fin de no dañar la larga trayectoria
investigadora de jóvenes capacitados ya
para hacer uso (como puedan) del título
de Doctor, al menos fuera de España.
b) Sustitución de la enseñanza oficial
por otra extra-académica (clases en locales
improvidados o por medios virtuales), con el fin
de no mermar la formación de los estudiantes.
2. Al poder centroeuropeo. Cualquiera que
ponga en grave riesgo la unidad europea. Al que
escribe se le viene a las mientes, quizás
por su torpeza, sólo una: exigencia al
gobierno de una nueva consulta al pueblo sobre
la pertinencia de continuar en el euro, como medida,
en principio, disuasoria.
- Las razones para la respuesta (a):
1. La LOMCE es inadmisible. No sólo por
cuestiones que atañen a la supervivencia
de un pueblo (el lector las conoce y hay ya suficiente
aquiescencia sobre ello: graves recortes en educación,
otro tanto en investigación, tasas de matrícula
que son claramente desfavorables para los más
pobres, reducción del peso de las humanidades
-como el caso de la filosofía en enseñanzas
medias-, implantación servil de métodos
de enseñanza importados del mundo anglosajón...y
un largo etcétera), no sólo por
ello, decía, sino además, y ante
todo, por dignidad: los agentes de la educación
estamos dañados en nuestra mismísima
humanidad, más allá de los intereses
privados, pues lo que está siendo socavado
con estas medidas es algo sagrado, honorable por
sí mismo, no sujeto a condiciones heterónomas:
la cultura en cuanto tal (Unamuno: "sepan
que esto es el templo del saber y yo su sumo sacerdote).
2. Desde el comienzo de las protestas, ciudadanas
e institucionales, hemos actuado, a nuestro pesar
e inconscientemente, de modo puramente reformista.
La protesta ha ido, en su mayor parte, a la zaga
de los decretos precisos o decisiones concretas
del gobierno. Tal proceder se muestra insuficiente,
inoperante a la larga. Ofrece al poder la posibilidad
de prometer un cambio que -por decirlo de modo
no injustificadamente jocoso- afecta a un párrafo
o a una coma de lo estipulado, además de
la posibilidad de desdecirse cuando le place,
desviando la mirada hacia otro "problema".
Ir a la zaga tiene el mérito de responder
con circunspección y mesura. Ahora bien,
dado que tal contestación -apegada a lo
concreto inmediato- se revela asimilable por el
poder, es necesario adelantarse y negar la totalidad
del decretazo en un sólo acto y conjuntamente,
sin banderas, sin pararse en matices diferenciales
que necesitarían un siglo de discusión,
sin la mano oculta de sindicatos y asumiendo las
consecuencias con valor.
3. El dominio se expande no sólo a fuer
de normas, sino también de forma "biopolítica",
es decir, conformando nuestro modo de vida, nuestra
conducta, nuestro "hacer", llegando
a invadir el espacio y el tiempo de vida. Hasta
ahora, soportar ese poder ha sido prácticamente
ineludible, pues estaban en juego nuestros primeros
intentos de autoorganización. Han sido
necesarias, en efecto, mil reuniones, mil encuentros,
mil asambleas. Aunque necesarias, nos han robado
el espacio y el tiempo vital: asistiendo a una
vorágine de reuniones diseminadas abandonamos
nuestros proyectos y dejamos de ser nosotros mismos,
tal es el efecto biopolítico de este poder
tan sutil que nos mantiene en un ajetreo permanente
y ya practicamente vacío. Al estudiante
se le hace imposible estudiar; al investigador
se le sume en la impotencia respecto a su vocación,
pues ¡ya no puede investigar, ni siquiera
leer con un mínimo de rigor!; ...complete
el lector. Por otro lado, abandonamos responsabilidades
existenciales. Convencer a una pareja, verbigracia,
de que uno necesita tiempo para reuniones y encuentros
es razonable. Convencer, por ejemplo, a los hijos
de que no se les depara ningún cuidado,
ninguna atención, ninguna compañía
porque "papá" o "mamá"
están ocupados en "asuntos más
importantes" es injustificable, vil y mediocre.
Mediante esta proliferación de pequeñas
actividades caemos en contradicción sin
darnos cuenta: la lucha por la cultura se autoinmuniza,
se vuelve contra la cultura. Hay que actuar sin
disiparse, resolutivamente, de modo expeditivo.
4. La paralización de la universidad española
podrá importarle poco al Sr. Wert. Pero
en un mundo globalizado el descrédito que
ello produce en el exterior del país terminará
exterminando la presunta autosuficiencia del ministro
(y del gobierno en general)
-
Las razones para la respuesta (b)
1.
No vivimos, rigurosamente hablando, en España.
Vivimos en Europa (y, más allá,
en el mundo). Las medidas que adopta nuestro gobierno
no son arbitrarias. Responden a una lógica
del poder de carácter internacional, cuyos
mayores caudillos se encuentran en la Europa central
(y en Estados Unidos, si extendemos la geopolítica).
Lo que está ocurriendo es también
una claudicación de nuestro pueblo, y más,
del mundo latino a las normas y convenciones de
otros que carecen del más mínimo
interés por nuestra suerte o nuestro destino.
Es necesario responder agresivamente, amenazar
como se pueda a esta cumbre de malhechores cuya
obsesión es tan simple, tosca y trivial
como malvada: la implantación del neoliberalismo
a escala mundial.
2. La crisis actual no es simplemente económica
e institucional (la democracia). Reposa sobre
una crisis de la civilización occidental
(sobre ello se ha extendido uno quizás
ya hasta lo insoportable; súfralo el lector,
si lo desea, demorándose en algunas entradas
de esta página, identificables por el título).
Para salir de esa maldita crisis de fondo Occidente
no está haciendo nada, nada en absoluto.
Se limita a compensar su vacío y su mezquindad
con el sueño de un poder puramente pragmático
y autoritario, como les pasa a los individuos
con complejo de inferioridad y resentidos, que
inflaman su orgullo y petulancia en lo posible
(Musil: ley de la O, cuanto más grande
más vacío contiene). De este modo,
para compensar, decimos, su estupidez, su necedad,
su bajeza, Occidente se está cobrando el
precio del aumento de la pobreza, de la miseria
vital, del sufrimiento, no exclusivamente en las
"víctimas españolas",
sino en el entero reino de los desheredados de
esta tierra. Profundizar en el análisis
de cómo ha llegado la cultura occidental
a esta "falta de espíritu" y
de "nobleza" es el más difícil
y doloroso reto al que estamos, todos, llamados.
Los intelectuales españoles (disculpen
que humildemente me incluya) no somos imbéciles.
Podemos y debemos, a largo plazo, colaborar en
la deconstrucción de esta otra crisis cultural,
de existencia o como quiera el lector llamarla
y, desde ahí, reivindicar "a la hispana"
y sin complejos aquello que Deleuze gustaba llamar
"una nueva tierra".
Vale.
Rebelarse
desde el Sur. Iberoamérica nascendi |
23-Septiembre-2013 |
|
Estamos
hartos (al menos el que escribe) de topicazos
mediante los cuales se nos humilla a los países
del sur de Europa desde la nueva élite
eurocéntrica. Cierto que hay corrupción
(a borbotones). Cierto que hemos gastado más
de lo que ganábamos. Cierto que somos patosos
en esa cuestión de la eficacia y del orden.
Ahora bien, todas esas verdades están oscureciendo
lo que Europa no quiere ver, todo eso que late
en nuestra cultura hispana, latina…Iberoamericana.
Permítanme señalar sólo algunos
de los rasgos de nuestra “cultura”
(entre los muchos que esperan a ser rescatados
del silencio):
Bastaría,
antes de nada, con enumerar dos de los muchos
e interesantes rasgos de lo que viene llamándose
«Neobarroco», emergente modo en que
Iberoamérica se describe a sí misma
hoy (al menos en parte):
[1] Soberanía barroca
iberoamericana frente a Ascetismo nórdico-calvinista.
En primer lugar, la peculiar relación entre
trabajo y goce. El prejuicio neoliberal fomenta
la idea de que los países del “sur”
se resisten al trabajo por pereza o malos hábitos
y que sobreestiman el goce fácil, grosero,
inmediato. Esto es falso. Se trata, más
bien, de una concepción del trabajo (como
«rendimiento material») que toma a
éste como ineludible sacrificio de la vida
creciente en pro de la supervivencia (de cuyo
yugo es necesario sustraerse alguna vez), así
como de una experiencia del goce que vincula el
deseo, no meramente con el placer inmediato, sino,
más allá, con el conocimiento experiencial
de la riqueza contenida en el mundo. Si lo viésemos
desde los ojos de Bataille (Lo que entiendo
por soberanía), podríamos decir
que este modo de vida pretende mantener la tensión
entre «gasto productivo» y «gasto
improductivo». El primero está orientado
a la acumulación de energía, al
sometimiento de todo lo real a la ordenanza de
la «utilidad» y a la lógica
de la espera que ello implica para la existencia
del individuo (X es para conseguir Y; Y es para
conseguir Z…y así, ad infinitum,
como si se estuviese aguardando a un Godot que
jamás llegará). Ese gasto productivo
ineludible genera un servilismo ascético
y resentido que nos devoraría si no le
ponemos un límite y somos capaces de reírnos
de su presunta gloria y magnificiencia. El segundo
es el derroche de energía separado de la
utilidad, en la que un objeto, una situación,
una meta o cualquier acontecimiento se vive por
él y desde él, logrando el individuo
algo así como una salida del tiempo cronológico
para sumergirse en el Aión, momento eterno
en el que se hace Soberano de su existencia. Estas
claves están entretejidas con el modo,
por ejemplo, en que Bolívar Echeverría
lleva el marxismo a una filosofía de la
cultura. El valor de uso —sostiene—
no se refiere sólo al «precio»
que corresponde a la «utilidad» material
de un objeto, sino, más extensamente, al
carácter de una «forma natural»
(aunque cambiante) de la vida que se desarrolla
paralelamente al mundo del mercado. Hay un mundo
de la vida «socio-natural» en el que
los objetos escapan a la lógica abstracta
del valor de cambio, que todo lo allana, y son
disfrutados por sí mismos, cualitativamente,
sin que se repare en su utilidad groseramente
eficiente. De ahí que distinga ante todo
entre una modernidad nórdica, en la que
el modo de vida encaja a la perfección
con el capitalismo salvaje, y una modernidad barroca
(de Iberoamérica), en la que el modo de
vida está en contradicción con el
capital. Si el lector no lo ha leído y
tiene interés, vea, por ejemplo Valor
de uso y utopía, México, Siglo
XXI, 1998, o «Modernidad y capitalismo (15
tesis)», en Crítica de la modernidad
capitalista, La paz, Oxfam-Vicepresidencia
del Estado, 2011, pp. 65-115 [].
[2] Lógica de la exuberancia frente a Lógica de la carencia.
En la sociedad administrada, que dirían
los francfortianos, todo se rige por la lógica
de la carencia, entre otras cosas. El imperio
de reglas estratégicas, extendidas al todo
de lo social (sobre todo en Europa nórdica),
implica la supeditación de la praxis a
un condicional siempre buscado. Se actúa
para llenar infinitamente un ideal de progreso
en el que todos los condicionales se lograrían
y respecto al cual siempre somos y seremos deudores.
Y tanto se busca sofocar la carencia que, finalmente,
el ajetreo vibrátil, obstinado, tiende
a no dejar nada sin racionalizar, de modo que
la vida se convierte en algo a saciar y a saturar.
Otra cosa es el mundo para el nuevo barroco iberoamericano:
el mundo no es carencial. Su fondo es tan rico
que ni siquiera hay que atreverse a pronunciarlo
o a encerrarlo en una Idea. Surge entonces esa
inclinación a provocarlo, incitarlo, para
que produzca sin cese. Y también, por eso
mismo, a discurrir por una exuberante multiplicidad
de mundos de experiencia, que jamás agotarán
el caudal de la vida y que nunca «dirán»
u «objetivarán» el fondo, sino
que lo señalarán sólo indirectamente,
como de soslayo, para no mancillarlo y apacentar
su creatividad salvaje (léase, por ejemplo,
a Carpentier).
Pero
hay muchos otras señales e indicios, coherentes
con los anteriores, aunque no inmediatamente involucrados
en el neobarroco. Para no aburrir más al
lector, sólo mencionaré muy brevemente
unos ejemplos (cada uno de los cuales, sin embargo,
está necesitado de estudio paciente:
[3] Caosmos frente a nuevo kosmos legal. En la Edad Media
(generalizando) existía la comprensión
de una realidad pre-configurada, ordenada, centrada,
cerrada, en la que cada ser tenía asignado
su «lugar natural». El nuevo orden
mundial del capital y la racionalización
de la vida asume que no hay un centro, que no
hay una pre-organización metafísica.
Pero sustituye aquel kosmos por uno inédito.
La regla, la ley, la norma….todo lo que
es ha de caer, como un caso, bajo una reglamentación.
Otra cosa es lo real y la vida para el espíritu
latino: un caos del que surge el orden, si se
lo cuida con solicitud y entrega: caosmos. Una
regla es sólo un efecto de superficie en
un caosmos que hay que venerar y no reglamentar.
[4] Arrojo trágico frente a búsqueda de armonía.
En las épocas de crisis el hombre experimenta
una disarmonía entre él y el mundo.
¿Quién es el héroe en el
seno de ese desencuentro? Para unos (ya se puede
imaginar. Además, coincide con los poderosos)
el héroe es el técnico, empecinado
en la idea de que tal disarmonía es sólo
una «ilusión óptica».
Venga entonces restaurar la armonía perdida:
“reconduzcan su banca, su mundo público,
su…¡ustedes han roto la calma del
mundo, restáurenla!” Para el mundo
hispano, latino en general, no hay componenda.
Hombre y realidad están en guerra, porque
ningún mundo posible agotará la
expectativa del ser humano (menos aún el
que hoy presenciamos en Europa). Unamuno: guerra
hasta la muerte, pero sin resentimiento alguno.
Pues el mundo ha de ser más mundo y el
hombre sobreserse.
[5] La peculiaridad de esa experiencia
de crisis que experimentaron los pensadores del
98. Los tipos ya sabían que estamos
bajo los efectos de una tenaza, una tenaza entre
una «ilustración alicorta»
y un «romanticismo asténico».
¡Qué lucidez! Y qué salidas:
la creación desesperada (Unamuno), el espíritu
de aventura (Ortega), la implantación en
una realidad que aguijonea (Zubiri). Disculpe
el lector si remito a un texto mío. De
todas formas, poco es lo que añado a lo
deslumbrante del autor a quien se hace homenaje
en él, Pedro Cerezo Galán
Decíamos
en la entrada anterior que hay que luchar por
un transformación cultural. ¿Por
qué no proseguir por aquí? Sin chovinismos.
Lo cortés no quita lo valiente. Afirmemos
nuestra extraña riqueza, iberoamericanos.
No se trata de considerarnos mejores, sino de
dignidad.
|
Cultura absconditus y giro socio-politológico
20-Septiembre-2013 |
|
Todas
las crisis han tenido hasta ahora una respuesta cultural
en Occidente. La cultura no es simplemente el acervo abstracto
de saberes, sino la comprensión creativa del mundo
en su totalidad que germina en la trastienda de la vida
de un pueblo, en su subsuelo magmático o, por decirlo
con Nietzsche, la unidad de estilo de una época.
A
la crisis que supuso la caída de la grandeza clásica
de Grecia ofrecieron, en los primeros siglos d.c. estoicos,
cínicos y renovados epicúreos una salida
digna, concediéndole una impronta al espíritu
de la época.
En
la gran crisis del XVII, cuando la armonía de lo
real se resquebrajaba y ya no quedaba unidad soportable,
la contestación fue brillante e ingeniosa, sin
dirección explícita de un Caudillo o un
General. La ausencia de fundamento se transfiguró
en la idea de un Dios que nos ha abandonado. Este deus
absconditus, que se desentiende del hombre y lo abandona
a la más lacerante soledad, este Todo sustraído
o desalojado, generó una experiencia trágica:
por un lado, es lo absoluto aspirado y necesario, del
que no se puede prescindir (se lo sueña, entonces,
se lo convierte en un enigma cuya dirección hay
que interpretar a toda costa para hacerlo presente, aunque
sea en la forma de un frágil signo y de una tácita
llamada en el mundo); por otro lado, sin embargo, siendo
este divino ausente la razón de lo que existe,
el mundo es experimentado como una Nada. Entre la Nada
y el Todo, en esa tensión experimentada en el fondo
de los corazones, crece entonces el impulso involuntario
e indomeñable de creación. Creación
de una cultura viva con nuevos signos para el “rescate”
del hombre en cuanto tal. La música que sustituye
el orden geometrizante y centrado por la explosión
de variaciones en racimo (Ay, Bach…), la poesía
que busca en la palabra bella también el concepto
naciente, la pintura jugando con el mixto angustioso y
salvífico a la vez del claroscuro, las grandes
composiciones teóricas de Leibniz o de Gracián
(que son como un esbozo de la física actual y del
hombre-cuerpo que hoy anhelamos, respectivamente), el ingenium como modelo de inteligencia, el heroísmo
desconcertante del loco —D. Quijote o Hamlet—,
que descubre la disarmonía entre hombre y mundo
y la pone a trabajar en pos de acciones a la desesperada….esto
y más conformó la trabazón de una
cultura viviente, más allá de las academias,
sedimentada en una especie de inconsciente colectivo,
orientaba en medio del caos y dignificaba la estancia
del ser humano en esta tierra.
Sin embargo, nuestro hoy, en el contexto de una crisis
que alcanza a los subterráneos de la colectividad
entera, espera su respuesta cultural. Pues lo que ahora
es absconditus es la cultura misma. No –hay que
insistir- en cuanto mortecino cúmulo de textos,
sino como creación de una nueva imagen del mundo.
No faltan creaciones, no escasean ideas, no hay muerte
del pensamiento, el arte o la imaginación. El siglo
XX y lo que llevamos del XXI es de lo más rico
en la historia de las creaciones de mundo. Pero todo este
empuje creativo se mantiene ausente, escondido, retirado.
Las potentes fuerzas económicas, el zafio pragmatismo
político y la abulia de los tiempos le impiden
una presencia en la vida. Mantienen, así, su discurrir
fuerte y elevado en la sombra de una sombra, mutiladas
en su aspiración a la presencia en el torrente
de la vida. El venero que podrían generar es colapsado
por el muro del desprecio y del desinterés en el
“común” de la plaza pública,
tan afanada en la búsqueda de soluciones también
efectivas y pragmáticas a corto plazo. Su credibilidad
ha sido desahuciada por hábiles tahúres,
capaces de hacer pasar cualquier obviedad o trivialidad
peregrina, crecida al calor de una estufa, por algo completamente
nuevo y deslumbrante.
El vacío de mundo que la cultura absconditus deja
es prontamente rellenado con argamasa. La de un giro sociologista
y politológico que no se basta con reivindicar
sus justas credenciales, sino que aspira a convertirse
en el nuevo magnate de la creación y mánager
de la riqueza cultural, a la que se juzga obsoleta, abstracta
y poco concreta en las soluciones urgentes que nos apremian.
Es necesario el sociólogo, el filósofo de
la política, el antropólogo y cualquiera
que pueda colaborar en la gestación de una nueva
época. Pero ninguno debe intentar beberse el entero
mar de eso que se llama cultura.
A
Europa, a Occidente, les hace falta un nuevo tipo de política
y un nuevo tipo de economía (¿quién
lo dudaría?). Pero todo el esfuerzo en esa dirección
—absolutamente necesario— será vano
si no se elabora, en los intersticios de la comunidad
entera, una nueva visión del mundo, más
amplia de lo que lo estrictamente político o económico
reclaman, más rica en indicios y señales,
más potente en el esbozo imaginativo de un hombre
nuevo. Nos falta la revitalización de un modo de
vida, de un ethos, en su escala más alta,
que conceda la unidad de estilo de la cultura (en sus
diferencias), de esta cultura que, por ahora, permanece
absconditus.
Hay
que rebelarse también (y yo diría “sobre
todo”) contra los procesos que impiden a nuestra
creación de mundo su presencia viva entre nosotros.
Y eso implica que mantengamos en su lugar apropiado y
en sus márgenes el (justo y necesario) impulso
socio-politológico que impregna a la colectividad,
pues éste, al ocupar ya todo el espacio, nos tiene
obcecados y hasta en el hartazgo.
Tiempos
de penuria. El desahucio del mundo |
05-Abril-2013 |
|
Hay
momentos de melancolía en los que uno se ve inclinado,
casi inexorablemente, a señalar lo más elemental,
lo más simple y conocido por todos. Si tiene algún
sentido este tipo de expresión, dirigido a presentar
una vez más lo que es obvio, si tiene sentido más
allá del simple desahogo personal, es porque se
sabe muy bien que el hombre es un ser olvidadizo, que
es un ser capaz de mantener en los entresijos de su cerebro
los más alambicados análisis, las más
profusas retahílas de ideas, al mismo tiempo que
se oculta a sí mismo lo elemental.
Elemental es que vivimos tiempos de penuria: parquedad
de la mirada que interpreta nuestra realidad y, en su
envés, indigencia experiencial. Pues ni la mirada
ni el fondo experiencial sobre la que ella se yergue llegan
hoy a persistir en el factum o hecho primordial y decisivo
de lo que ocurre en el presente: la decrepitud global
de nuestra civilización, su miserable y abyecta
deriva, la decadencia completa que la estructura invisiblemente
en su fondo y la enfermedad,
con mil expresiones visibles, que fomenta en superficie.
Se dice esto ya hasta con mala conciencia, porque estamos
apremiados por la urgencia de los problemas tangibles,
inmediatos, y pareciera que, extendiendo de un modo tan
amplio el diagnóstico estuviese uno aparcando su
responsabilidad con lo concreto, además de repetirse
una y otra vez en el mismo discurso.
Pero no. Nunca más que ahora son necesarios estos
«discursos teóricos», tachados de evasivos
por muchos que prefieren mantenerse exclusivamente en
el plano de los «hechos reales». «Hechología»
le llamaba Unamuno a esa actitud de desprecio hacia lo
que sólo presuntamente es teórico-abstracto.
El agente patógeno de nuestra época comienza
a ser comprendido cuando reparamos en que aquello que
dirige nuestras «sociedades avanzadas» ya
no es gobernable desde la voluntad ni particular ni institucional
de los hombres. El capitalismo en el plano material, el
neoliberalismo en el ideológico, no son accidentes
cuya supresión dependa de un conjunto de decisiones.
Son infraestructuras ciegas, alimentadas desde sí
por inercias supraindividuales y supranacionales.
Pero hablar del capitalismo y del neoliberalismo, de su thanatología inmanente y autonomizada, es todavía superficial,
cortical. Habría que poner a su base el nihilismo,
ese «huésped inquietante» que desde
finales del siglo XIX designa, bien el triunfo de las
fuerzas reactivas —negadoras de la vida como expansión
y crecimiento y reductoras, por ello, de la vida a pura
supervivencia—, bien del triunfo de un tipo de ser
humano que ya no habita el mundo, porque se ha desarraigado
de él al creer poder ponérselo enfrente,
como un objeto representable y, en consecuencia, disponible.
La huída del hombre respecto a la responsabilidad
de forjarse a sí mismo al tiempo que se desposee
de su Ego y lo entrega a la fuerza creativa de la vida
genera, según el primer vector nihilista, comunidades
ensimismadas en su puro sostenimiento, huérfanas
de esa voluntad de autotrascenderse de forma permanente
que es la condición de cualquier cambio real, de
cualquier esperanza ligada a la expectativa del iniciarse
en perpetuidad, del crearse sin cese, del morir para renacer
en una forma más elevada y noble. Clausura social,
sociedad estacionaria cerrada sobre sí misma y
blindada a lo otro de sí. Según el segundo
vector, el nihilismo es esa intangible pero aterradoramente
efectiva compulsión a entenderse el hombre como
prócer de lo real. Pues si todo lo existente es
para él, no un suelo sobre el que camina o un espacio
al que pertenece, sino una «gran cosa» que
puede poner ahí, delante suya, entonces sólo
la palpa como objeto de deseo y de dominio.
Se tachará a esto, como se ha dicho, primero de
«abstracto», segundo de «ontologismo»
incapaz de tocar lo concreto real. Ahora bien, la clausura
de la sociedad, por un lado, que es la muerte de lo infinito
en lo finito, y la apremiante e inconsciente compulsión
al gobierno del mundo en su totalidad, por otro, explican
muchas cosas que nos parecen hoy inexplicables. Vayan
algunos ejemplos:
1. La ausencia de un movimiento cultural compacto y amplio
contra el orden mundial. ¿Por qué? Porque
para que tal movimiento aconteciese sería necesaria
la fuerza, experimentada en común y ubicuamente,
que proporciona el reconocerse inmersos en una decadencia
civilizatoria y no sólo en una «crisis»
(que, como el mismo término implica, es algo contingente
y pasajero). Como barquitos en un proceloso mar naufragan
una y otra vez, o se sostienen aislados y exánimes,
aquellos intentos excepcionales, dispersos y minoritarios,
de detener la injusticia generalizada. ¿Cómo
no, si sus líneas de fuga no son engrosadas, sino
dejadas al pairo de las olas? Así caen en la impotencia
continuamente pequeñas hordas humanas que empeñan
de veras sus esfuerzos en parir una nueva tierra. Así
caen en la impotencia individuos apasionados con el ad-venir,
condenados a convertirse finalmente en lobos esteparios,
nuevos «locos» en medio de la multitud que
reciben la admiración de muchos pero que son abandonados
inicuamente a su soledad.
2. La insuficiencia en la reivindicación de una
verdadera educación. Pues el problema más
silencioso y profundo radica, no sólo en que tal
o tal asignatura esté en peligro (que sí),
sino en que no sabemos ya para qué y en qué
dirección educar y ser educados. Prueba de ello
es la creciente embestida de esta escuálida «sociedad
de la información», en la que «saber»
equivale a «poseer contenidos informativos»,
transmisibles, objetivables, eficaces, acumulables ad
infinitum. De ahí que haya surgido, a la base del
sistema educativo, el mecanismo de una tenaza inmovilista.
Por un lado, los nuevos métodos docentes, robustecidos
por las instrucciones prusianas del Plan Bolonia, han
conducido a una gigantesca inflación de procedimientos,
de reglas, novedades que se justifican estúpidamente
por el hecho mismo de su novedad y que están al
servicio, en el fondo, de una cuantificación sin
precedentes, no ya sólo del aprendizaje, sino de
la mismísima vida (biopolítica) del estudiante.
Por otro lado, este último, el que estudia, asfixiado
por el exceso y el vértigo de lo que se demanda,
deja crecer en su interior –sin oponer resistencia-
una abulia y un odio a la institución educativa
que lo colapsa y que le impide rebelarse contra su forma
actual en pro de otra figura más digna. Tenaza,
porque ambos procesos se refuerzan recíprocamente:
institución educativa como parcela insigne de la sociedad de control; huída del pathos
en el sector estudiantil, que retroalimenta la búsqueda
institucional de procedimientos más «eficaces».
Sociedad del conocimiento clausurada, que se cierra sobre
sí con el contraimpulso que proviene de expulsar
fuera de ella al saber en su sentido genuino. Sociedad
del conocimiento en nupcias con el impulso al dominio
de lo real, pues sólo pone en movimiento lo susceptible
de convertirse en «herramienta».
3. La desesperante expansión, a todos los niveles,
de un vértigo de acción. Si hay que conquistar
lo real es necesaria, como decía ya Marcuse, una
férrea organización del trabajo, ascética,
en la que el homo laborans es espoleado a multitud
de tareas atomizadas (condición de su acumulación
para el despliegue de un poder sobre la tierra entera)
y el homo ludens, separado del anterior y en
su atípoda, diluido en la escapatoria del placer
por el placer (nuevo ídolo de nuestro tiempo) o
absorbido por el gran dispensario de la sociedad del espectáculo.
Hoy ya no se trata de estrés, sino de vértigo
del sujeto activo, incapaz de demora, que empezó
a fraguarse en la modernidad cartesiana. Vértigo
de acción, sea en el trabajo, sea en lo lúdico,
que no conduce a ninguna parte: no inicia nada nuevo,
sólo maximiza cuantitativament lo existente.
En
fin, no queremos ser excesivamente prolijos. Son sólo
unos cuantos ejemplos, susceptibles de ser ampliados en
todo un tratado sobre la organización del vacío y la ficcionalización
del mundo que nos acontece. Organización
del vacío, porque todo conduce a una agenesia,
incapacidad de crear, y a una carencia de vida o de existencia
que es reordenada una y otra vez sin que sean trascendidos
cualitativamente los límites de lo que hay. Ficcionalización
del mundo, no porque nos aleje de una presunta «realidad
en sí», sino porque hace de la escena productiva
de la vida («ficción» proviene de fingere,
que no sólo significa «fingir», sino
«imaginar» e «inventar») un meta-escenario
que no inventa, que no imagina, sino que cree, ingenuamente,
que inventa e imagina.
Lo que ocurre en lo más soterrado de nuestro presente
es, pues, el empoderamiento del mundo por parte de potencias
ciegas que han escapado a nuestra voluntad. Tras el infame
desahucio de seres humanos concretos a manos de instituciones
concretas se esconde el desahucio del mundo —lo
invisible en nosotros— por una gobernanza invisible
de fuerzas que conforman la decadencia y enfermedad de
occidente.
¿Apocalíptico?
De ningún modo. De igual forma que un desahuciado
por el banco, al que le arrebatan su casa, puede todavía
llegar a viejo en condiciones infrahumanas, desharrapado
y menesteroso, esta civilización puede continuar
por mucho tiempo de este modo, sin necesidad de que tenga
lugar esa ilusión infantil de la destrucción
de la tierra por intervención de agentes esotérica
o expresamente hostiles (extraterrestres y bichos de ese
estilo). Puede sub-sistir, sí, pero a costa de
lo que viene llamándose muerte del hombre,
es decir, del continuum de un ser sin alma y
como sumido en un profundo aturdimiento de zombi. ¿Catastrofista,
entonces? Tampoco. Radical, a saber, no temeroso con la
mirada a la raíz, temerario, valiente en la mirada
al abismo. La acusación de catastrofista se
está convirtiendo ya en una excusa para zafarse
de esta necesaria bajada a los infiernos, condición
de cualquier ascenso enérgico. De todas formas,
el mejor modo de evitar la catástrofe es confiar
en todos los signos que muestran que está a las
puertas. Mirar para otro lado sólo conduce a la
condescencia y a una curiosa especie de bonhomía
a cuyo través nos regalamos sonrisas y gestos candorosamente
alegres que siempre defraudan y que no están a
esa altura de la hispana melancolía, mezcla de
tristeza y serena jovialidad.
Sólo se le ocurren al que esto escribe dos posibilidades
para el futuro. O bien acaba todo por sí mismo,
pues el proceso decadente tiene su fondo irrebasable,
posibilidad que habría que mirar con cierto quinismo
(que muera esta cultura vacía es algo que ella
se merece). O bien se globaliza la mirada y la crítica.
Si se globaliza, sí, porque nos hemos acostumbrado
demasiado pronto a la falacia de que «el diagnóstico
ya está hecho y ahora lo que hace falta es actuar».
Es necesario —como el autor de este escrito quizás
también inútil viene expresando en formas
diversas— reanimar el valor de la investigación,
mal llamada «teórica» o «abstracta»
(pues no lo es), investigación paciente y perseverante
de esa «gobernanza invisible» que desahucia
el mundo, de sus secretos y cauces. Y si se globaliza,
sí, porque una sociedad que, en su praxis crítica
y transformadora, no vincula lo miserable visible con
lo decadente invisible jamás podrá encontrar
el vínculo interno que ligue a todos en una misma
experiencia, en una experiencia que podrá adoptar
diferentes modos de definir y describir el ocaso de fondo,
pero que se verá remitida, en su diferencia, a
esta forma suprema de indignación que es la rebeldía
contra la penuria completa de nuestro presente. Semejante
experiencia de penuria no debería quizás
acotarse en un significado único, sino permanecer
abierta, como una palabra que vincula a todos sin fundirnos
en una unidad masificada.
A
la globalización actual de la penuria, del desahucio
del mundo por fuerzas ciegas, sólo cabe responder,
si es posible la esperanza de algo así como una
«victoria», mediante la globalización
del repudio experiencial a ese desahucio. Esta última
posibilidad es, en definitiva, la de una contra-globalización
globalizada. Pero mucho nos tememos que es, por el momento,
improbable. Para que emerja ha de globalizarse primero
el dolor. Y aquí, en el hogar occidental, el verdadero
sufrimiento, el extremo, sólo lo experimenta, comparado
con el conjunto de los que seguimos medrando —incluido
el que escribe—, un puñado de víctimas.
Ellas, por ahora, nos protegen y eximen del deber de pensar
el fondo de lo que sucede. Doble penuria, entonces. La
que padece la totalidad de nuestro presente y la que surge
de no llegar a padecer de veras ese padecimiento.
¿Ustedes creen, por ejemplo, que un discurso como
el de José Mujica, aquél que el presidente
uruguayo pronunció en una cumbre sobre cuestiones
planetarias, en Río de Janeiro no hace mucho, tiene
auditores? Tiene auditores atomizados que no llegamos
a generar más que una pasión transitoria
en nuestro interior, cuando debería volcarse sobre
la experiencia compartida de un modo real y permanente.
Miradas como esa deberían pulular entre nosotros,
en el «entre» que nos diferencia y nos une
a un tiempo, mil miradas de ese cariz, cada una con su
horizonte, pero todas dirigidas a lo global de nuestra
penuria. Y resulta que el tipo va en serio. Debe reconocerse,
sí, de un viejo que vive, junto a su esposa, en
su «chacra», humildemente, y dona el 90 por
ciento de su sueldo a asociaciones que tienen una meta
social. Es un ejemplo, nada más.
Video https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=zYkaV-dN2Sg
Luis
Sáez Rueda
05-04-2013
Necesidad
de una Gran Política |
13-Marzo-2013 |
|
A menudo se confunde la política con la praxis
directa, concreta, efectiva, involucrada en asuntos prácticos
que inciden en la colectividad, en asuntos que solicitan
de nosotros, a la luz de las circunstancias, una urgencia
sin paliativos. Que tal comprensión del hacer y
del compromiso posea un carácter político
no significa, sin embargo, que defina a lo político
desde su nervadura interna más propia. Habría
que decir que dicho proceder, por el contrario, siendo
expresión y parte de la praxis política,
constituye el más peligroso antídoto contra
ésta cuando se hace exclusiva y se ahorra lo que
llamaremos aquí la Gran Política.
El que escribe esta reflexión se ha referido ya
otras veces a esta cuestión, aproximándose
a ella desde diferentes perspectivas (ver notas 15-11-2012, 22-05-2012 o 02-10-2011,
por ejemplo). En alguna de ellas distinguió entre
“ontopolítica” (que se ocupa del modo
de ser de una cultura entera) y “factopolítica”
(que atiende a los problemas de turno), argumentando que
ambas deben estar trabadas. Si vuelve a las andadas es
porque considera necesario insistir una y otra vez sobre
ello, a la vista de lo que contempla y experimenta a su
alrededor [3].
Basta asistir con cierta frecuencia a asambleas, manifestaciones,
actos de protesta de diversa índole o pasear esporádicamente
por las redes sociales, para comprobar que la “factopolítica”
nos ha devorado y, engulléndonos, nos sitúa,
por lo demás, en un “espíritu de contrariedad”
que convoca al desquite, a la autoafirmación silenciosa
acompañada de una expresa llamada al ser común,
a una sombría y entristecedora dispersión
de cauces sin ensamblaje y compulsivamente dispuestos
(aunque de forma soterrada) a comenzar diciendo “no”,
cada uno al resto. Esta dispersión, esa acción
como reacción (resentimiento generalizado), aquel
hundimiento en lo más concreto, son síntomas
de decadencia, de una decadencia en la crítica
tan profunda como la visible en lo criticado. Pues no
otra cosa anhela más el poder (sin saberlo, sin
conciencia explícita) que un pueblo desgarrado,
reactivo y sin voluntad de distancia y demora.
En la Tercera Intempestiva (1874), al menos en
los parágrafos 4 y 8, Nietzsche tacha de imbecilidad
(necedad, diría Deleuze), a la común tendencia
a poner todo el horizonte de horadamiento y de crítica
en las cuestiones del Estado. ¡Cuidado, no señala
que haya que prescindir de ello, sino que se refiere a
la monocular obsesión por fijar ahí la totalidad
de los esfuerzos para la transformación de la realidad!
Semejante unilateralidad, unidimensionalidad obsesiva,
es, y lo suscribimos, propia de un alma baja, que ha perdido
su vitalidad y su fiereza, convirtiéndonos a todos,
ocultamente, en sumisos “funcionarios del Estado”.
Decimos “todos”, porque, aunque Nietzsche
se refiere al educador, en primer plano, nos parece que
esto puede ser generalizado: todos somos esos “funcionarios
de Estado” cuando permanecemos encerrados en el
círculo mágico de problemáticas que
el Estado dibuja desde sí: aunque nos rebelemos,
lo hacemos finalmente de acuerdo con su régimen
temporal (el encadenamiento de medidas que emanan de él)
y espacial (organizaciones que suscita al hilo de sus
precisos y concretos movimientos): sumisión en
la rebeldía.
¿Qué falta en tal situación? Lo que
llama Nietzsche “Gran Política” (también
en la primera Intempestiva) es aquello de lo
que carecemos. La Gran Política, decía este
presunto loco, no pone al Estado en el primer plano de
sus flechas, sino que se dirige ante todo a la Cultura,
que es su substrato y a la que define como la «unidad
de estilo en todas las manifestaciones vitales de un pueblo»
[1]. Esa unidad –para alejar sospechas- es, en primer
lugar, el tejido diferencial de la vida de un pueblo o
de una civilización, y, en segundo lugar, su “alma”,
su “espíritu”, que se manifiesta en
hábitos supraindividuales, tendencias subliminales
comunes, modos subterráneos de comprender y valorar
el mundo. Añádase que la “vida cultural”
es la potencia de la vida a autosuperarse, a crecer y
enriquecerse, y concluiremos que no se trata de “saber
mucho” o de “tener grandes conocimientos”,
sino de algo más importante: de abismarse en la
trastienda de lo que ocurre, en sus fuerzas inerciales,
para devolverles el vigor que han ido disipando en un
amplio recorrido.
Pero lo que veneraba Nietzsche en el plano de la praxis
colectiva es precisamente lo que empujó a nuestros
más sagaces pensadores surgidos de la crisis del
98. La apelación, en lenguaje hispano, a una Gran
Política, constituyó el grito más
desesperadamente esperanzado de Unamuno, de Ortega o de
Zubiri, como atestigua El mal del siglo, de Pedro
Cerezo, un libro de los que ya, por cierto, no se leen
y que podría inspirarnos cien veces más
que las mil lecturitas de historietas que se expenden
en la farmacopea de lo político a secas. Estos
bisabuelos nuestros pensaron, más allá de
las circunstancias políticas fácticas de
su presente, en las mimbres culturales sobre las que éstas
se erigían. Las nupcias entre una ilustración
alicorta y un romanticismo asténico dieron forma
general a ese trayecto pensante, en el que cada uno roturó
su propia senda, una senda que, de cualquier modo, denunciaba
una situación enfermiza general de la que la política
efectiva era sólo un síntoma y que el que
escribe valora de completa actualidad [2]. Para Unamuno,
se trataba de un desarraigo en la existencia del que brotaba
sin cesar la pérdida de una cultura, una cultura
que, vaciada de corazón y de razón a un
tiempo, ya no es significativa, produciendo un desencantamiento del mundo. A los ojos de Ortega,
y porque la época no promete ni “yo reflexivo”
ni “circunstancia honda”, es la falsificación
de la vida, que en vez de dirigir a la cultura se
deja conducir por ella en cuanto autonomizada. Una falsificación
que se manifiesta en síntomas mórbidos más
concretos como la merma de estímulo interno e ilusión
o la aparición de una praxis que no se deja conducir
por las cosas mismas, sino por prescripciones a modo de
fórmulas o consignas. Y, adoptando la perspectiva
de Zubiri, el desarraigo era entendido como desfallecimiento
de la experiencia de realidad, que lleva a dar de bruces
con una angustia inquietante.
¿Quiere decir esto que es preciso sustraerse a
las luchas concretas? ¡De ningún modo! Quiere
decir que las luchas concretas serán completamente
vanas (e indignas de un alma elevada) si no son inspiradas
por esta Gran Política, Ontopolítica o como
queramos llamarla. Y el caso es que todos podríamos
llevarla a cabo si conformásemos un pueblo, que
es más que la suma de individuos: horda en movimiento,
cultura como vida rizomática y en devenir. Todos
y cada uno desde su encrucijada y en un lazo diferencial
con la de los otros. El intelectual desde sus alambicados
(y necesarios) análisis, el activista dándole
esa profundidad a su activismo, el panadero o el periodista
de la forma en que su creatividad le dicte.
Con-formar ese pueblo venidero es nuestra más alta
responsabilidad. No estamos en una crisis económica
(lo diremos una vez más), sino de civilización.
El nihilismo, que vuelve yerma a la vida, nos zarandea
sin pedirnos permiso, la lógica oposicional se
incrusta hasta en los más minúsculos rincones
de (des)encuentro, el vértigo de movimiento, voraz
impulso de dispersión en mil pequeñas tareas
sin alianza interna, nos roba la demora que pide la vida
y el pensamiento. Y se trata sólo de unos ejemplos.
Pensar no es abstraerse del mundo. Por el contrario, es
hundirse definitivamente en él. No es una falta
de acción, sino un agenciárselas lúcidamente
en la realidad concreta. No es recluirse en sí,
en un diálogo interior sin ventanas, sino olvidarse
a sí mismo, perderse, operar en esa exterioridad
que nos descentra, pues el mundo se hace, se crea. Y está
siempre por crear.
No extrañaría que la falta de una Gran política
condujese finalmente a una mera añoranza del bienestar
perdido, a una reivindicación a redrotiempo de
la bonanza en la que vivíamos, y a nada más.
Y todo ello arropado por una actitud encorajinada y resentida.
Posibilidad del tránsito desde la indignación
hacia el enrabietamiento colérico (infantilismo
generalizado). Habríamos perdido, entonces, la
fortaleza que demanda la vida. Pues la vida, y perdone
el lector las redundancias, no tiende a la autosupervivencia,
sino a la autosuperación. La vida es anhelo a más
vida [4].
Notas
[1]
Las palabras de Nietzsche son,
como siempre, dardos: “Toda filosofía que
crea que un acontecimiento político desplazará
o incluso resolverá el problema de la existencia
es una filosofía de pega, una pseudofilosofía.
Desde que el mundo existe se han fundado ya varios Estados;
se trata de una vieja comedia. ¿Cómo podría
bastar una novedad política para convertir a los
hombres de una vez por todas en satisfechos moradores
de la tierra? Si hay alguien que crea esto de corazón,
que lo diga, pues de verdad que merece llegar a ser catedrático
de filosofía en una universidad alemana, lo mismo
que Harms en Berlín, Jürgen Meyer, en Bonn,
y Carriére en Munich. Aquí no experimentamos
más que las consecuencias de esa doctrina predicada
recientemente desde todos los tejados de que el Estado
es el fin supremo de la Humanidad, y que para un hombre
no existe ningún deber mayor que el de servir al
Estado; en esto no reconozco yo una recaída en
el paganismo, sino en la necedad. Pudiera ser que un hombre
así, que ve en el servicio al Estado su más
alto deber, no conozca realmente ningún deber mayor;
pero esto no quita que más allá existan
otros hombres y otros deberes; y uno de estos deberes,
que al menos para mí cuenta más que el de
servir al Estado, exige que se destruya la necedad en
cualquiera de sus formas, por consiguiente, también
aquella necedad. A esto se debe que me ocupe aquí
de una especie de hombres cuya teleología conduce
a algo más que a la prosperidad de un Estado, de
los filósofos; y con respecto a éstos, sólo
de un mundo que, a su vez, es bastante independiente del
bien del Estado: el mundo de la Cultura. De los muchos
anillos que, insertados de cualquier modo, conforman la
comunidad humana, algunos son de oro y otros de tumbaga”
(Nietzsche, F., Schopenhauer como educador. Tercera
Intempestiva (1784), Madrid, Valdemar, 1999, parágrafo
4)
[2] Que Occidente está enfermo ya lo señalaba
Nietzsche, que no tuvo escrúpulos en llamarse a
sí mismo "médico de civilización".
Es miserable que el Ministerio español no haya
querido ofrecer al que escribe y a sus compañeros
la continuación de un proyecto de investigación
que versa precisamente sobre patologías o enfermedades
de civilización, transindividuales, epocales, "La
filosofía como terapia social". Claro,
un proyecto así no pertenece a la "factopolítica",
ni aumenta el Producto Nacional Bruto. Brutos los evaluadores
que merman proyectos de Gran Política.
[3] He indagado en el significado de la "Ontopolítica"
en Sáez Rueda, L., «Bioexistencia.
Ontopolítica del vacío en occidente enfermo» (en el último parágrafo), en Mayrink Neiva,
J.S. (ed.), Direito Constitucional e Biopolítica,
Brasilia, Publicações da Escola da Agu,
Escola da Advocacia-General da União, 2012, pp.
7-24.
[4] Tendencia de la vida a autosuperarse, sí. La
vida que alienta a una cultura no se satisface en la búsqueda
de autosupervivencia. La vida es voluntad de crecimiento
(Nietzsche) o anhelo a más vida (Unamuno). De ahí
que, como señala H. Arendt, cualquier revolución
se pervierta cuando pone sus miras, no en la libertad
como tarea infinita, sino sólo y exclusivamente
en lo que llama “cuestión social”,
es decir, en las cuestiones que sirven al bienestar general.
He aquí algunos detalles de la visión de
Arendt en Sobre la revolución, Madrid,
Alianza, 2004. Una revolución fracasa cuando proyecta
la metáfora del movimiento rotatorio y necesario
en la cuestión social (la “necesidad de supervivencia”
—el hecho de la pobreza— o la “felicidad”
del pueblo (cap. 2, pp. 78-151). Eso pasó en la
Revolución Francesa, al derivar desde el deseo
de libertad a la satisfacción del derecho de los
sans-culottes. Primero comenzó enarbolando la idea
de realizar la libertad (es decir, ahí latía
la experiencia auténtica de la libertad como creación
o inicio de algo nuevo). Pero lo que hizo que se pervirtiera
fue precisamente que se puso luego al servicio de algo
asociado con la satisfacción de las necesidades
humanas. Fue cuando se redujo la revolución a la
idea de satisfacer los derechos de los sans-culottes (necesidades
perentorias del pueblo: vestido, alimentación y
reproducción de la especie. Ya no apuntaba a la
libertad, sino a la felicidad del pueblo) (Cfr. pp. 81-87).
El objetivo de la revolución era ahora la abundancia,
no la libertad (p. 84). La cuestión, como en Robespierre,
era fundamentalmente, atender a los malheureux,
que eran realmente los que se convirtieron en los enragés,
los enconados de la rabia (pp. 147-151). Consecuencias
interesantes vinculadas a esa reducción: la compasión
(cap. 2, pp. 97-102). La reducción que se hizo
en la Revolución Francesa, al final, desde la libertad
a la felicidad del pueblo, introdujo en escena la compasión
como la pasión política suprema y la virtud
superior (Cfr. Cap. 2, pp. 113-116).
No queremos decir, con este recurso a H. Arendt, que la
necesidad de sortear los obstáculos para la supervivencia,
la lucha contra la pobreza, etc., sean fines necios. Pensar
esto sería una distorsión y reducir lo importante
a una banalidad. Lo que se quiere decir es que la satisfacción
de las necesidades humanas básicas es sólo
una condición de la política, no su móvil
más profundo, el ímpetu del inicio, de la
creación de un mundo nuevo, impulso sin el cual
la “satisfacción de las necesidades”
pierde también su sentido y se metamorfosea, a
su pesar, en una reclamación reactiva, resentida,
ante el Estado, Padre Benefactor.
¿Cómo
se aplica la filosofía a la realidad? A propósito
de un texto de G. Deleuze |
18-Enero-2013 |
|
Recuerda
uno la insistencia en la importancia del comentario de
texto que le presentaban los profesores cuando estudió
la carrera de filosofía. Muchas veces se olvida.
Pero de pronto se cae en la cuenta de su importancia.
Voy a comentar este texto de Deleuze, denso, en el que
parece no faltar ni sobrar una palabra, pertinente para
el hoy, para la actualidad, fino, delicado, sutil...magnífica
expresión sobre el carácter de lo filósofico
y sobre la relación de lo filosófico con
la vida, con la realidad. Pero no comentaré todo
lo que se puede extraer de él. Sólo aquello
que concierne al lazo pensamiento-vida, sobre lo cual
hay hoy excesivas simplificaciones y hasta maldades. El
texto es el siguiente:
"La filosofía tiene que devenir no filosofía,
para que la no filosofía devenga la tierra y el
pueblo de la filosofía. (...) El pueblo es interior
al pensador porque es un 'devenir-pueblo', de igual modo
que el pensador es interior al pueblo..., en tanto que
devenir no menos ilimitado. El artista o el filósofo
son del todo incapaces de crear un pueblo, sólo
pueden llamarlo con todas sus fuerzas. Un pueblo sólo
puede crearse con sufrimientos abominables, y ya no puede
ocuparse más de arte o de filosofia. Pero los libros
de filosofía y las obras de arte también
contienen su suma inimaginable de sufrimiento que hace
presentir el advenimiento de un pueblo. Tienen en común
la resistencia, la resistencia a la muerte, a la servidumbre,
a lo intolerable, a la vergüenza, al presente»
(Deleuze, ¿Qué es filosofía?).
Una de las cuestiones fundamentales del texto radica en
la pregunta acerca del hacer filosófico y de la
relación que éste guarda con la realidad,
en este caso social. Al respecto pone de manifiesto, con
gran elegancia y con un poso lingüístico en
el que vibra la melancolía, dos ilusiones, dos
ilusiones o representaciones falsas, que constituyen dos
polos opuestos. Por un lado pone en movimiento una cura
de humildad admirable en un filósofo: la filosofía
no mueve al mundo, no es su fundamento, no constituye
la clave de explicación de la génesis de
un proceso cultural. No. El cambio de un pueblo, su devenir,
su metamorfosis, no tiene su origen primero en la filosofía.
Lo tiene inmanentemente, en su propio devenir. Por eso,
cuando la filosofía, que ha acuñado en su
lenguaje los devenires de un pueblo o los ha capturado
en su juego conceptual, vuelve, como de retorno, al pueblo,
ha de negarse a sí misma en cuanto tal captura,
en cuanto tal articulación conceptual. Ha de sufrir
una auto-nihilización de sí para volcarse
en su alteridad. Ha de hacerse "no filosofía".
Pero este paso, este tránsito ya es filosófico
en otro sentido. Ha de portar la "captura de lo real"
a lo real. La captura de lo real no es lo real. Metamorfosearla
para incrustarla en lo real es un acto filosófico.
Ahí el pensador es inyectado en el curso de la
acción y obligado a callar sobre lo filosófico,
poniéndolo en movimiento, sin embargo, haciéndolo
"in-curso" en el curso de la praxis. Es así
como el pensador deviene pueblo. No simplemente
aplicando una teoría, sino imprimiéndole
a ésta un movimiento que la altera y la transforma
mágicamente en praxis. Lo dicho se convierte en
algo que sólo puede ser mostrado, y en esa alteración
no es aplicada la filosofía sino puesta del revés,
violentada para que ejerza su trastienda.
Por eso
no se puede decir que un libro divulgativo sea propiamente
un libro de filosofía. No lo es. Un libro divulgativo
pretendidamente filosófico es sólo una aproximación
externa a la cosa misma de lo que habla. La deforma y
la rebaja. Un libro divulgativo sólo es una técnica
para invocar o llamar a aquello que sólo puede
ser articulado en otro texto filosófico, no divulgativo.
El carácter de un libro filosófico divulgativo
es invocativo: él no es propiamente filosófico.
Simplemente implora lo filosófico, interpela hacia
lo filosófico. No por ello es banal. Por el contrario,
es importante y necesario. Un libro divulgativo lleva
a cabo una interesante y necesaria labor: suscitar el
interés por un tema que él enuncia pero
que lo rebasa y lo trasciende, encendiendo así
la llama de una pasión y seduciendo la mirada hacia
una dirección.
Reprocharle a la filosofía que no hable en un lenguaje
llano es pedirle que deje de ser ella misma, es decir,
matarla, degollarla. A la filosofía no se le puede
pedir que deje de ser ella misma, sino a lo sumo que dé
señales de sí a través de lo divulgativo.
Eso sí. Pero pensar que un buen libro de filosofía
debería ser entendido al instante y por cualquiera
es querer la muerte de la filosofía. Quien pide
eso está, sin saberlo, resentido con la filosofía.
Y quien escribe filosofía de ese modo locuaz, al
modo divulgativo, no está haciendo filosofía,
sino sólo deseando hacer filosofía.
Por otro lado, el texto dice que no por ello va a ser
la filosofía algo abstracto, separado del mundo.
No. En un buen libro de filosofía palpita el "advenimiento
de un pueblo". Y palpita según los acordes
y melodías propias de su peculiar sufrimiento.
Hacer honor a esa orquestación filosófica
consistente en mantenerse en ella sin rebajarla. Esto
ya puede ser entendido como un sufrimiento singular dentro
del sufrimiento glogal que acarrea el pensamiento: sabe,
honestamente, que su música, aspirando febrilmente
al mundo, no llega a alcanzar al mundo. Esa es su tragedia.
El paso de la filosofía al mundo no es una transferencia.
Es aporético. Por eso busca esta solución:
volverse (filosóficamente) no-filosofía.
En tal juego se juega todo. La paradoja en acto viviente
es esa metamorfosis extraña por medio de la cual
la filosofía se suicida a sí misma y renace
en otra forma. Tal es su devenir pueblo. Algo alcanzable
sólo en el juego de la vida y la muerte conjuntas
de lo filosófico. Quien no sufre en semejante proceso
aporético no sabe lo que es pensar y estar en el
mundo al mismo tiempo. Y quien exhorta al pensamiento
a hacerse nítido y claro como la palabra del lenguaje
ordinario, el de todos los días, el de los libros
de divulgación, ése ....¡Ése
no comprende "la suma inimaginable de sufimiento"
del pensar!
Sobre
la penuria de las luchas actuales |
|
15-Noviembre-2012 |
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Sobre la forma
de las luchas sociales actuales. Lo más brevemente
posible. No quería entrar más en facebook
porque quita tiempo que es un gusto, pero joder...es que
voy a decir esto aunque me acribillen.
Cuando en tiempo de transición se hacían manifestaciones
había mil banderas. Era absolutamente necesario.
Se trataba de ir contra el blanco CONCRETO del franquismo
y reconstruir todo un orden democrático. Bien.
Pero la situación actual es cualitativamente distinta.
Se lucha, o se debería luchar, contra un MOVIMIENTO
DE FONDO INTERNACIONAL. Se le puede
dar un nombre. El más superficial es: "neoliberalismo
en expansión globalizadora". Se puede ir profundizando.
Por ejemplo. Debajo del neoliberalismo está un MODO
DE VIDA, UN MODO DE SER EL HOMBRE EN EL MUNDO, UNA DECADENCIA
DE OCCIDENTE. Y a eso se lo puede nombrar desde varios puntos
de vista. Ejemplos: 1) Dominio completo de la racionalidad
técnico-estratégica sobre lo social, hasta
sus más ínfimos recodos (Adorno, Horkheimer,
etc.); 2) Colonización del mundo de la vida por el
sistema (Habermas); 3) Sociedad del espectáculo (G.
Debord); 4) El Imperio reticular en el que la mercancía
ya es también lo inmaterial (Negri y demás);
5) Naturalismo, naturalización de la conciencia (Husserl);
6) Conversión de todo lo existente en "existencias"
(latas en el mercado, pero no sólo lo material, sino
TODO LO NOS ATAÑE EN LA EXISTENCIA); 7) .......¿Para
qué seguir? El caso es que ese FONDO está
en el problema.
¿Son los recortes el problema? Sí y no. No,
si se los toma por sí mismos. Sí, si se los
toma como expresión de ese movimiento de profundis.
¿Son los políticos ESPAÑOLES el problema?
Sí y no. No si se los toma por sí mismos,
aisladamente. Sí si se los toma como expresión
de ese movimiento de profundis.
Qué tipo de "movimientos" ha de haber.
Movimientos que reúnan dos caras en una misma moneda.
Llamemos "Factopolítica" a la que se ocupa
de lo más próximo, lo más concreto
y lo más fáctico (recortes y demás).
Llamemos "Ontopolítica" a la que se ocupa
del proceso de profundis. Pues bien, "Factopolítica"
sin "ontopolítica" es mera bagatela, mero
"Don Quijote que quiere volver a la hacienda"
(a buen entendedor, pocas palabras). Ontopolítica
sin Factopolítica es pura abstracción.
Pues bien, ¿dónde estamos ahora? En la FACTOPOLÍTICA.
Vamos al tema "¡Propón algo, hombre, no
te quedes en la mera crítica!" Vamos a ver.
Se propone en positivo en la Factopolítica. En la
ontopolítica no. ¿Por qué? Porque la
ontopolítica busca una "tierra nueva".
El ACONTECIMIENTO de que venga una "tierra nueva"
no se puede construir. Sólo se puede preparar para
que acontezca, y eso si nos lo merecemos. Ejemplo: enamorarse
es un acontecimiento que no se puede construir. Sólo
se puede preparar sus condiciones (estar abierto a relaciones,
etc. etc.) Jugando en el campo de juego del preparar el
terreno al acontecimiento "enamorarse", éste
puede ocurrir o no. Pero si ocurre NO NOS PIDE PERMISO.
Llevémoslo a la ontopolítica. Se trata de
preparar el terreno para que acontezca otro mundo. ¿Cómo?
Expresando el malestar DE PROFUNDIS, no sólo las
pegas menuditas de este sistema.
¿Hay que saber filosofía, entonces, para hacer
esa Ontopolítica. ¡No! Todo ser humano es un
filósofo. Sólo tiene que mirar en su interior
y ver lo jodido que está, NO SÓLO POR EL RECORTE
X O POR LA POLÍTICA "y", SINO POR EL MODO
DE VIDA DE EUROPA, DE OCCIDENTE. Ya está. Y entonces
mostrar ese malestar. Mostrándolo se lo mira directamente
a los ojos y NO SE CONVIERTE EN UN MALESTAR CLANDESTINO,
que es como está ahora.
Pero como España ahora no tiene el valor de mirar
de este modo, andamos todos jodidos y luchando por nuestro
bolsillo (excepto en las luchas contra desahucios). Repito:
estamos luchando POR NUESTRO BOLSILLO. Que no nos rebajen
por aquí, que no nos rebajen por allá, que
no nos suban tasas, etc, etc.
Y, además, Europa no está luchando contra
Europa. Cada cual a su rollo. Cada uno con sus políticos.
¡BASTA YA, JODER! Esto es cualitativamente diferente.
Es cuestión internacional y civilizatoria. Estamos
ante un reto: que Europa entera luche contra Europa entera.
Pero por esa meta no hay mucha voluntad. Porque NOS ESTAMOS
COMPORTANDO COMO UNOS MEDIOCRES.
Ala, ya me he desahogao. Ya verás tú como
en el estado de "resentimiento generalizado" y
"lógica binaria de oposición", esto
o va a saco roto o es objeto de un acribillamiento. Pues
bueno. Ya está. Somos ME-DIO-CRES. Y no estamos a
la altura de nuestro momento histórico.
Señor
Presidente: no es un hijodeputa. Usted es tonto. |
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28-Septiembre-2012 |
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Señor
Presidente de la Nación:
Con todos los respetos, tome usted estas palabras no contra
su persona, sino contra lo que usted representa, es decir,
contra aquello que usted mismo desconoce y de lo que, sin
embargo, sin saberlo, es rehén.
Algunos le han dicho ya que es un “hijodeputa”,
en términos que, si bien pertenecen a nuestro lenguaje
espontáneo, tienen su raíz en una excesiva
expresión del hartazgo bien padecido respecto a su
política. Usted asumió el rumbo de este gobierno,
por lo que le hablamos, no en cuanto individuo (pues sabemos
que desea lo mejor, como desea todo ser humano, señor
presidente), sino en la medida en que ocupa usted ese extraño
modo de ser que concierne al que abandera a una nación.
Realizadas las presentaciones de protocolo, completamente
justas (se lo merece, señor), le decimos que, más
que un “hijodeputa” (palabras por cuya precipitación
le rogamos disculpas), es, cómo decirlo…más
precisamente, un ignorante. Es usted un mediocre, un necio,
un imbécil…en definitiva, y para entendernos
en nuestro rico lenguaje cotidiano, un tonto.
Es usted tonto por creer que nos vamos a tragar ese cuento
de que “España va mal”. Su pueblo trabaja,
se esfuerza y suda, como el pueblo de nuestros abuelos,
aunque en otro mundo transformado. Hemos conseguido, tras
una guerra fraticida, cuya herida ni los nazis sospecharían,
por recordarle sólo dos episodios entre muchos, una
seguridad social que acoge a todas las personas, sean de
aquí o vengan de allá. ¿Lo comprende?
Sean españoles o senegaleses, seres, por cierto,
de cuya audacia en el arte de sobrevivir deberíamos
aprender. Hemos conseguido, también, una enseñanza
pública sin restricciones, a saber, un espacio en
el que tanto el campesino más humilde como el primogénito
de una "gran familia" tienen cabida y cobijo,
como si hubiesen compartido azada y guadaña. Y nadie
preguntaba nada. Nadie, hasta que vino este curioso episodio.
Sólo contemplar el rostro, eso exclusivamente, señor
presidente, bastaba.
No es preciso continuar con los ejemplos, a menos que caigamos
en el estúpido victimismo. Basta esta “cosa
misma”, esta verdad sin fraude, presidente: a usted
le han dicho (otros ignorantes nórdicos, prusianos
sobre todo, a los cuales pedimos también perdón
por las nobles excepciones que haya) que estamos endeudados.
He ahí la cuestión. Y es cierto. Ahora bien,
usted sabe que el término es ambiguo y laberíntico,
como todo predicado en nuestra lengua (pues no sólo
se piensa en alemán). Es cierto que este pueblo se
ha endeudado, pero ha sido, sustancialmente (más
allá del tópico, la cuestión del ladrillo
y este tipo de “bulerías”), porque hemos
invertido en humanidad por encima de juegos con la billetera.
No, querido presidente (y disculpe nuestra irresponsable
precocidad en el juicio, pero estamos cansados), nosotros
no estamos endeudados. No, no estamos endeudados. Simplemente
hemos hecho lo de siempre, señor, vivir sin excesiva
precaución, sin dilatada procura por el futuro, pues
nos importa el presente y su intensidad invisible. Quizás
haya usted escuchado una taranta. Sí, la taranta
flamenca. Es trágica, pero si la escuchó de
verdad, llevará en su corazón la impronta
de un pueblo que sufre y que, al mismo tiempo, como todo
pueblo de cariz trágico, no quiere sucumbir al sufrimiento.
Pues se trata de una “catharsis” (no sabemos
si conoce el término y le rogamos disculpas por utilizar
una cultura tan arraigada): si padre Juan, por ejemplo,
ha muerto, no nos reclama el llanto desnudo, sino el canto
desgarrado junto al amigo, para elevarnos sobre el abismo,
hacia un cielo estrellado al que, paradójicamente,
no desearíamos robar su secreto. Pues bien, a nosotros
nos gustan más estas cosas que el maldito "progreso".
Pero dejemos la poesía. Vayamos al grano, jefe.
Usted, señor presidente, en calidad -como decimos-
de cabeza de familia en esta hermandad en la que estamos,
nos defrauda, no precisamente por su maldad, sino por su
falta de altura e inteligencia en estos tiempos de oscuridad.
Hemos tenido que soportar que nos llamen “indignados”
desde un librito extranjero. Como si no tuviéramos
aquí vocabulario más profundo. Agradecemos
ese impulso foráneo. Pero estamos obligados, por
conciencia, a reclamar de nuestra lengua el venero. No,
no estamos indignados. Estamos tristes. Afligidos. Tal y
como ese loco, De la Triste Figura, lo estaba cabalgando
a lomos de un escuálido caballo, por la intemperie
del llano. Escuchen ustedes, señores nórdicos:
a esto le llamamos aquí “melancolía”:
una tristeza potente, una “ausencia” que produce,
por mágico contragolpe, la llamarada del entusiasmo.
No nos digan indignados. Eso es para los racionalistas,
que regulan todo y buscan siempre pares de opuestos. Dignidad…Indignados….Que
no, que no nos concierne ese léxico. Estamos más
allá de lo digno y lo indigno. Ya irán viendo
cómo.
No nos confunda. En las protestas universitarias olvide
completamente nuestro error, que tan hondamente reconocemos,
miseria heredada de luchas que siempre acaban en el bajo
y despreciable problema del dinero que recibimos. Porque
pareciera que solicitamos provecho económico y mantenimiento
de nuestro estatus (y hay muchos “revolucionarios”
que en realidad sólo se sienten faltos de hacienda),
cuando sin percibirlo apenas (y verá usted que alguna
vez nos aclararemos sobre ello), en nuestras venas corre
un desprecio por el tipo de “saber” que se nos
impone desde lo más alto. Sí, es cierto. Hemos
vivido a desconcierto y ahora rogamos, bajo la apariencia
despreciable de revolucionarios, nuestra paga y nuestro
“Corte Inglés”. No se confíe con
eso. Sólo estamos al principio, aprendiendo. Nos
estorban algunos preocupados por su bolsillo. Pronto verá
que no nos importa el sueldo, ni en peseta ni en euro, sino
la grandeza del saber, la infinitud del pensamiento.
No nos confunda. En las expresiones de eso que se ha llamado
15 M hemos venido a caer desde una nevada cumbre, blanqueada
en las plazas, hacia una sombría discordia interna
dirigida por el deseo de reconocimiento, que tanto anhelamos
y tanto nos daña, pues nos cuesta vivir por nosotros
mismos. Es cierto. Pero es porque vivimos solos desde hace
mucho tiempo y nos enfrentamos entre amigos por puro divertimento,
deseando en el fondo el contacto, el pulso y el encuentro.
Si lo mancillamos (en la calle o en la red), nos sentimos
ahora humillados por ello. Pues sabemos que nos une, más
allá del resentimiento, el susurro insistente de
un desierto, de una ausencia, de un “malestar en la
cultura” (¿comprende?)…No sabemos denominarlo.
Buscamos. Estamos en camino….y, aunque fallecemos
en las batallas, nos liga la esperanza de que venceremos
en la guerra. Y no es cosa doméstica la que allí
conversamos, aunque hayamos perdido (es cierto) el norte,
ocupados en tales asuntos precisos, de cifras y refriegas
contra políticos. Ahí ha sido fogueada nuestra
flaqueza. Pero verá: algún día, tal
vez no muy lejano, logremos expresar que es cosa dirigida
al corazón de Europa, más allá de sus
dominios, señor presidente. A Europa, sí,
porque no nos ocultamos a nosotros mismos que usted carece
de poder así fuese un caballero. Sabemos que el problema
tiene su historia en la larga errancia de este continente,
que posee su fuerza inercial, capaz de doblegar lo que usted
piense y lo que la totalidad de la Unión Europea
dictamine. Estamos ya curtidos en el sufrimiento como para
creer que un grupo de estadistas hace acopio del poder.
Sabemos de sobra que la intención consciente de ustedes
es sólo la sombra de una sombra de otra sombra: conocemos
cómo desfallece nuestra ilustre Europa, sin requerirles
a ustedes permiso, sobre la montura de fuerzas ciegas que
dejarían en la ceguera, por estupor, a los nobles
huéspedes de esta bendita tierra: no Ulises, sino
los seres humanos “ejemplificados” bajo ese
nombre. Y así: Sócrates, Aristóteles,
Cicerón,……¡Disculpe, señor
presidente, nos estamos yendo a las notas a pie de página,
cuando nos mueve ahora el texto diáfano, sin escalpelo,
sin muralla!
No nos confunda. Hace días que este asuntito del
25 de septiembre les tiene preocupados. Se rodeó
el parlamento y hubo un poco de violencia. ¡Qué
humillación, sin embargo, haber querido por nuestra
parte defender que el problema está en la policía!
¡Qué bajeza por nuestra parte! Pero sabemos
repensar nuestras miserias, a diferencia de usted y sus
ministros. Estamos convencidos de que, aunque la carga policial
contra nosotros fue detestable, sería indigno centrar
más la atención sobre ese pequeño accidente
en este revuelto mar, aunque fuese sólo un segundo.
No naufragó nuestro orgullo de pseudo-revolucionarios.
Somos conscientes de que su atención sobre este tema,
y la nuestra también, es sólo un engaño.
Sabemos que si nos ocupamos de estas pequeñeces olvidamos
lo esencial. Y no queremos, señor presidente.
¿Lo esencial, pregunta? ¡Qué torpeza,
señor presidente! ¡Y, por nuestra parte, qué
tristeza! ¿Acaso no entiende? ¡Millones de
personas viven en la indigencia, millones de muertes son
olvidadas en la indolencia, millones de injusticias vagan
por la tierra entera! ¡Y usted, en esta encrucijada,
nos hace padecer la vergüenza de que otros crean que
estamos luchando por nuestra hacienda! No, señor
presidente. No, señora Merkel. No, mandatarios de
todo Occidente. No ¡No luchamos por nuestra fuente,
sino por el caudal de esta existencia, que es de todos y,
sin embargo, a nadie pertenece! No tememos a la pobreza,
sino al hambre de espíritu en el mundo inabarcable.
No nos duelen los “recortes”, eso es sólo
un síntoma de lo que acongoja: el corte de cuchillo
que usted, ustedes, sin saberlo (porque esto requiere tiempo)
ejecutan en la historia.
¿Por qué, tras tantos infortunios en el “plus
ultra”, no tuvimos la fortaleza de abrazarnos con
nuestros hermanos? ¿Por qué, señor
presidente, llevar allí sólo nuestras empresas
y la avaricia que otros del norte europeo quieren para nosotros?
¿Acaso no puede usted tener el valor de levantar
un brazo en alto y bramar, como hubiesen hecho nuestros
antepasados: “Ni Germania ni La Galia. Nos vemos con
los indígenas de ultramar, más libres que
nosotros, más honestos, más nobles”?
¿Por qué esta lacerante disposición
a andar tras los pasos de germanos, anglosajones, ….?
¡No nos confundan! No somos resentidos. No. Pues adoramos
la estirpe de vikingos y el pueblo de rubios cabellos. ¡No
nos confundan! No envidiamos, luego no despreciamos. Sólo
ocurre que nos llama más la vida en los márgenes,
la vida en la frontera. Nosotros, españoles, no pertenecemos
a ningún lugar. Somos un puente, un intersticio,
una encrucijada. Ellos pretenden borrar en nuestro corazón
esa triste, amarga pero grandiosa voluntad quijotesca. Nosotros
la buscamos, a oscuras, tropezando una y otra vez. ¡Pero
la amamos, sin tener conciencia de ello!
No nos confundan ¡Todos, señor presidente,
somos ése que, dejando su paz en la hacienda, se
fue con Sancho, por la intemperie del llano, sin temor a
los apaleamientos en cada taberna, sin miedo al cura, ni
al barbero ni al alcalde. Somos esos frágiles huesos
sobre escuálido caballo, esa estirpe de irrisorios
pero iluminados guerreros. Locos entre la cordura de los
hombres!
No nos humille de esta manera, ¡por favor, señor
presidente! ¡No se lo dice un grupo, ni una gente.
Se lo dice el rojo tapiz de nuestra amarga tierra, perseguida
por la sangre en todos sus intersticios y, sin embargo,
tan cuerdamente enajenada, tan …en su lúcida
locura elavada!
No luchamos, como algunos, por un país y su lúgubre,
pobre, inoportuna “independencia” (que todo
se ha de andar, pero a su justo tiempo, en su Kairós),
no pescando en aguas revueltas. Luchamos primero, aunque
no lo sabemos aún, por algo más amplio: por
un ser humano por-venir.
Luis Sáez Rueda (abiertamente, por si quiere echarme
de la taberna, don presidente, tonto usted entre los tontos,
y mire el diccionario, que no es término bastardo,
sino fino, sutil, aunque desgastado por la academia), en
un comienzo de otoño de 2012, a lomos del insomnio.
Contra
Europa por Europa |
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03-Septiembre-2012 |
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Septiembre.
Hay muchas convocatorias de acciones para esta nueva temporada,
en este presente agitado que nos ha tocado vivir. En mi
modesta opinión habría que pasar ya a otro
discurso y a otra protesta, menos centrada en la política
española, más directamente dirigida contra
los movimientos tectónicos de Europa y Occidente.
Tres razones, al menos. Primera (frente a la falacia "insular",
podría llamarse): ningún gobierno español,
sea del signo que sea, podría hacer algo sustancialmente
distinto, porque nuestros acontecimientos patrios están
incrustados en los de una crisis más global y no
pueden ser transformados sólo desde sí mismos
(a menos que se decida salir del euro o que tal gobierno
decidiese crear una red de alianzas dentro de Europa contra
Europa, paradójico).
Segunda (frente a la falacia "racionalista y de la
confabulación", podría ser denominada):
se hace mejor resistencia denunciando las claves generales,
estructurales, del neoliberalismo europeo, que no se fundan
sólo en decisiones de políticos (¡que
también!) sino sobre todo en fuerzas ciegas ante
las que miserablemente se pliegan las conciencias mandatarias,
fortaleciéndolas a condición de navegar en
su corriente. Tercera (contra la "normalización
de la crítica", tal podría ser el emblema):
el poder, hoy flexible como nunca, normaliza de mil modos
las críticas que se le enfrentan; eso se sabe de
sobra; pues bien, si la denuncia se focaliza en los sucesos
de España, entonces quedará normalizada por
los países más fuertes y directores en este
tinglado, Alemania sobre todo, así como por las fuerzas
económicas dominantes (el BCE, entre ellas); como
si no les fuera nada en ello, como si lo que hacen quedase
impoluto, dictaminarían sobre las revueltas de aquí
que son "cuestiones hogareñas", "problemas
internos", "fricciones entre el gobierno español
y sus ciudadanos"; no hay que concederles esa coartada;
es evidente que hace falta una reflexión general,
de europeos sobre el rumbo de Europa, una denuncia general,
de europeos contra lo que retiene a Europa en la vileza,
una sociedad civil trans o inter-nacional, de la gente europea,
capaz de poner en el banquillo a Europa en cuanto tal y
obligarla a reconocerse sin paradero y humillada, muy por
debajo de lo que sus posibilidades culturales les ha transmitido
lenta y trabajosamente durante siglos.
¿Abandonar la resistencia frente a “este gobierno”
nuestro? En modo alguno. Intensificarla, desenmascarando
el poder global a cuyos pies se arrodillan los gobiernos
concretos de este decadente continente. Algo hemos aprendido
de la última filosofía política: micro
y macro-política se copertenecen. Y que para luchar
por una Europa, y un Occidente, dignos hay que minar primero
sus pilares, hasta el fondo.
No te demores. El undécimo mandamiento |
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06-Agosto-2012 |
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Si tiene usted prisa, querido lector, deje esto y continúe
con las mil informaciones que lo circundan. Si me permite
que le estropee el día pero con buenas intenciones,
quédese aquí, son cinco minutos (una eternidad).
La red, el mundo virtual, este medio en el que se escriben
estas palabras…se trata de un espacio rico en posibilidades.
Muy rico. Esto hay que admitirlo y es necesario advertir
contra los que demonizan al progreso tecnológico.
Tal afirmación de la red es compatible, sin embargo,
con una reflexión sobre sus riesgos inherentes. La
red nos fuerza también a resistir a sus cantos de
sirena. No se puede estar en las «redes sociales»
más que aprovechando sus beneficios y resistiendo
a ellas, ambos movimientos al unísono. Una de las
razones: encontramos en este mundo un flujo de información
potente y amplísimo, pero ¿somos conscientes
de que nos inclina, de forma tácita, hacia la desinformación
y la falta de pensamiento? ¿Cómo que desinformación
y falta de pensamiento? Sí. He aquí una de
las razones (pues hay otras muchas): nos introduce en un
vértigo en el que los contenidos de información
y las reflexiones se convierten en «productos»
a consumir, a deglutir (síndrome de Moloch: para
llenar el vacío), sin que nos demoremos en nada.
En ese sentido, el mundo virtual, por muy crítico
que sea con nuestra realidad social, puede reproducir e
intensificar lo que criticamos en ella (el que escribe esto
puede estar, sin saberlo, haciéndolo ahora). Tomemos
una reflexión de Zygmunt Bauman (si hay tiempo para
demorarse un poco, querido lector), dirigida a la totalidad
sociocultural actual para contextualizar este problema.
«La sociedad ‘moderna líquida’
—dice— es aquella en que las condiciones de
actuación de sus miembros cambian antes de que las
formas de actuar se consoliden en unos hábitos y
en unas rutinas determinadas. La vida líquida, como
la sociedad moderna líquida, no puede mantener su
forma ni su rumbo durante mucho tiempo (…)».
En ese tráfago constante todo es una «sucesión
de comienzos»: en cuanto nace algo ya está
muerto. Todo caduca nada más aparecer. Por eso, lo
que prima es el esfuerzo, no en crear, sino en despojarse
de las cosas y de todo lo que ocurre. «La información
que más necesitan —prosigue el autor—los
practicantes de la vida moderna líquida (y que más
a menudo ofrecen los asesores expertos en las artes de la
vida) no es la de cómo empezar o inaugurar, sino
la de cómo terminar o clausurar». En este sentido,
mejor sería decir que se trata de una historia, no
de comienzos sucesivos, sino de «finales sucesivos»
(Vida Líquida, Barcelona, Paidós, 2006, pp.
9-11).
Aplicado, mediante una psicología de la red, podríamos
colegir, hacia adentro: ya conozco una de las causas que
me retienen nerviosamente y no me dejan salir del ordenador;
busco “algo”, luego creo encontrarlo en esto
o en aquello, pero esto o aquello se me desmoronan nada
más tocarlos, porque ya no son novedad ni están
en la vanguardia, ya no guardan un misterio que parecían
ocultar, ya están completamente “abiertos”,
“sobre la mesa”…y así no me valen,
se han vuelto prematuramente viejos; entonces sigo…..y
sigo….y al final del día siento que he estado
demasiado tiempo per-siguiendo lo último, lo más
reciente, en una espiral en la que cada “novedad”
deja de serla en el instante mismo en que la tomo, impulsándome
a la siguiente….Sí, me doy cuenta de cómo
he permanecido quieto, inmóvil, en un ajetreo que
consiste sólo en la organización de mi vacío.
¿Reconoce esa sensación, querido lector? Y
sin embargo, no podemos dejar de estar informados. Se trata,
pues, de cambiar nuestro modo de “ser” en la
red, de “habitar” en ella. Desde aquí,
un saltito y…nos damos cuenta de que la crisis actual
no está provocada exclusivamente por procesos económicos,
ni por procesos políticos. ¡Ahora tenemos un
enganche emocional para entenderlo: la crisis en la que
estamos se debe a un complejo entresijo de causas, todas
ellas flotando en un magma más primitivo, que es
nuestro modo de ser en este presente, en esta época!
¿Pensamos? (Corra veloz, querido lector…corra,
que se pierde algo mientras lee toda esta palabrería
filosófica….rápido…corra….)
Es posible que sólo parezca que pensamos. El imperativo
«¡No te demorarás!», el undécimo
mandato, añadido por nuestro progreso a las antiguas
tablas, anda disuelto en la red, y es uno de los peores
enemigos del pensamiento. Mil informaciones económicas,
por ejemplo, devoradas con avidez, nos conducen silenciosamente
hacia un reductivismo económico: toda nuestra crisis
–nos parece entonces- se explica por razones de esa
índole (y de este reductivismo está la red
llenísima). Mil informaciones sobre la política,
devoradas con avidez, nos conducen silenciosamente a un
reductivismo político: todos los problemas de nuestra
crisis –nos parece ahora- se originan en los políticos
y sus fechorías (y entonces buscamos ingenuamente
destituir a toda la clase política e iniciar un proceso
constituyente….como si cambiando las marionetas pudiésemos
transformar el espectáculo, ¡increible!).
¿Qué nos falta (de tiempo ya muy poquito,
aguerrido lector, que ha llegado hasta aquí)? Un
poco de actitud filosófica, dicho de manera clara
y contundente. Ella es la que incita a trascender el flujo
y captar lo esencial, a desenmascarar «ismos»
ocultos y relativizarlos, empujándonos hacia un suelo
más profundo o hacia esa totalidad que no está
en ninguna parte pero que es más que la suma de todas
las partes.
¡Pero no se asuste, susceptible lector, aquí
no hay un intento de gobierno del mundo por parte de una
“disciplina”! Hay que apresurarse a decir que
la actitud filosófica la posee cualquiera, que está
en cualquiera como un arco tendido, haya o no haya leído
alguna vez filosofía. Puede estar en el inmigrante
que camina cabizbajo soportando la canícula, en el
obrero que rumia para sus adentros ese vislumbre del inminente
despido, en el que veranea y está en la playa o en
la piscina intentando, al mismo tiempo, escudriñar
un desasosiego que no comprende. Puede estar en cualquier
lugar y en cualquier ser humano. Pero nunca estará
allí donde no exista intención de recogimiento
tras el alboroto de noticias, datos, expresiones….no
estará jamás allí donde gobierne el
imperativo “¡no te demores!”
¡No te demores en la producción! (capitalismo)
¡No te demores en leer un libro, un clásico,
por ejemplo! (agonía cultural)
¡No te demores en los pasos, sube, sube, sube….!
(arribismo en la universidad y en todas partes)
¡No te demores en este acontecimiento, a otro, a otro,
a otro….! (Levedad existencial)
Este documento, si se demora usted, querido lector, conduce
a un listado quizás infinito. “Ah, por eso
no me demoro, ¿es que se cree que sólo existe
lo que usted quiere decir?” ¡Que no…que
no es eso! Nada es agotable. Pasemos de una cosa a otra
sólo cuando hayamos aprehendido su peculiar infinito
y saboreado su ineludible oscuridad.
Estado
de superfluidad global. Sociedad de los desechos |
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01-Agosto-2012 |
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No
es tan difícil imaginar una escombrera humana global,
aunque su solo presagio cause escalofríos y pesadillas.
Es muy posible que el progresivo imperio del neoliberalismo
en todos los órdenes de la vida y su indefectible
globalización den lugar, durante un largo periodo
de la humanidad, a la producción en masa de «desecho
humano». Los seres humanos «no útiles»,
«excedentes» o «superfluos» pueden
emigrar, en ese tránsito, bien hacia el exterior
de un país, bien hacia una tierra de nadie interior
a éste. Pero, dado que el «estado de excepción»
que impone la autojustificación del capital se hace
cada vez más general y se convierte en lo «normal»,
todos devenimos, a una rapidez que asombra, virtuales desechos.
Resulta paradójico, pero cabe imaginar una situación
generalizada en la que, por un instante en la historia,
todos los seres humanos hayan llegado a mutar en superfluos
erráticos (tomando “errático”
en sentido peyorativo, es decir, designando seres «a
la deriva» y vacíos de ser): los «no-necesarios»,
porque vaguen en los intersticios entre mundos sin llegar
a pertenecer a uno u otro y sin valer para ninguno; los
«necesarios», porque en la disfuncionalidad
de lo «singular» actúen como piezas siempre
— y cada vez más sorpresivamente— recambiables.
Lo propio de nuestra situación «finita»
es que seamos «necesarios» y «no necesarios»
al mismo tiempo, tal y como la vida y la muerte se entrecruzan
desde que nacemos. Pero ¿es tan improbable la borradura
de ese límite cambiable, es decir, la muerte completa
en vida? Es imaginable, sí, la superfluidad universal
en que esa muerte total consistiría, aunque sea en
la forma, no menos benigna, de un fallecimiento infinito.
La
cultura escondida (en los libros, más allá
de periódicos) |
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27-Julio-2012 |
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La
opinión de Manuel Rico, en el artículo http://elpais.com/elpais/2012/05/10/opinion/1336650004_166300.html,
evidencia la carencia, entre muchos de los supuestos intelectuales
españoles que suelen elegir los medios de comunicación
más habituales (es decir, el periódico del
día) para expresarse, la carencia, digo, de lucidez
necesaria como para conocer e indicar al lector "medio"
dónde están las verdaderas críticas
a la situación actual. No hay intelecutales críticos,
piensa el premiado literato, en nuestro escenario actual
español. Nos hemos acostumbrado a pensar que el compromiso
del intelectual con la situación real del presente
debe hacerse palpable en diarios y en televisión.
No quiero negar que es necesaria la presencia de reflexiones,
desde todas las esferas del saber, en estos medios. Es urgente
dicha presencia. Ahora bien, tal necesidad, y su explicitación
pública, no debe servir, por otro lado, para ocultarle
al lector (quizás por ignorancia propia) los cauces
más importantes por los que se vierte el diagnóstico
sobre la situación actual y las propuestas en positivo
para su transformación.
Estos senderos abandonados o nunca transitados se hacen,
fundamentalmente, en trabajos de investigación que
no son publicables en un periódico y que tampoco
se ofrecen a la fugaz y precipitada charla televisiva. Necesitan
meses (si son artículos) y años (si se trata
de libros) de gran esfuerzo solitario. La mayor parte de
esta producción, que proviene de ámbitos como
la filosofía, la sociología, el derecho o
la antropología, son escritos hoy con la suficiente
conciencia por parte de sus autores como para que puedan
mantenerse en el difícil equilibrio entre la investigación
seria y la accesibilidad al lector medio. Y, sin embargo,
siguen siendo pasto del olvido en hemerotecas, en revistas
on line o en páginas web que funcionan como expositores
de arduos esfuerzos a los que nadie se acercará más
que para obtener una idea acerca del "personaje"
que se esconde allí como autor. Dice el artículo
referido, entre otras cosas, que los intelectuales españoles
se refugian en un conformismo prácticamente nihilista
que no sólo deja intacto al contexto político
del momento sino que ayudan, con su silencio, al auge del
partido dominante. ¡Qué pena da leer esto!
¡Qué rabia y qué impotencia!
La cultura de un pueblo no puede estar basada exclusivamente
en los juicios que se expresan en sus medios de masas. ¡Hay
que poner ya en su sitio a tales medios, a su presunto prestigio
y fidelidad! Un periódico o una tertulia televisiva
son el aperitivo, ¡sólo el aperitivo!, de un
rico y variado banquete, cuyos variados platos puede el
lector encontrar por los caminos que he mencionado, con
sólo moverse un poco (como es hoy común, por
la red). Pero no veo esperanza para esto. Manuel Rico y
la mayoría de los españoles buscamos, ávidos
de saber, una pseudorealidad ya precocinada en el aperitivo
cultural. La mesa, en la que hay que degustar buenos vinos
y apurar jugosos platos, estando llena, sirve sólo
a los malditos evaluadores del ministerio para hacer sus
informes. Cierto que el que tiene escritos ha de darlos
a conocer. Pero sería de gran ayuda -señor
Manuel Rico- que los diesen a conocer otros, para evitarle
al autor en cuestión (y autores hay muchos) el mal
trago de tener que prodigarse a sí mismo, en un ingrato
mundo en el que cualquier gesto en ese sentido es tomado
por alarde vanidoso de exquisitez, egocentrismo o soberbia.
Macropolítica
de seguridad y micropolítica de inseguridad |
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27-Julio-2012 |
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En tiempos en los que la incertidumbre arrecia es más
fácil detectar ese mecanismo, ya arraigado en la
política occidental, que describe Deleuze en Mil
mesetas. Una “macropolítica de la seguridad”
hace nupcias, en el juego de autorregulación del
poder, con una “micropolítica de la inseguridad”.
El martes, 24, nuestro egregio ministro de economía,
cuyo nombre suena a frutita en cóctel de ricos,
de Guindos, echaba la culpa de la inestabilidad económica
a la “irracionalidad” de los mercados y de
los especuladores. Produce vergüenza ajena saber
que ese tipo se crea capaz de engañar con esa guisa
de alegatos. ¿A quién va a convencer? ¡Presupone
usted, señor ministro, que la lógica inmanente
a los mercados es “racional” y que sus consecuencias
indeseables se deben al “mal uso” que de ella
hacen ciertos grupos e individuos. Es cierto que hordas
de especuladores ponen en jaque a la economía española,
no invirtiendo en ella cuando más lo necesita.
Pero de esa verdad no se deduce que la “solución
final” esté en “proteger” al
cándido y bondadoso mecanismo capitalista de los
“ataques”, diríase que en continuidad
con los terroristas, de semejante escoria. Estrategia
muy bien hilada: al mismo tiempo que se afirma, de ese
modo, la bondad de unos supuestos “mercados de base”,
aguerridos luchadores por el bien común, se desvía
la atención hacia “mercados perversos”.
Muy bueno, señor de Guindos: por un lado se crea
así la ilusión de que hay en los flujos
del neoliberalismo “buenos” y “malos”,
de tal manera que la protesta no se dirija ya al neoliberalismo
en cuanto tal; por otra, se genera en la micro-esfera
de la vida cotidiana, en la micro-política de la
sociedad, la sensación de que nuestra seguridad
alcanzable y esperable (si se sigue la racionalidad inherente
al capital, ¡qué cosa!) está amenazada
por un “enemigo exterior”, por un “terrorismo
económico”. La autojustificación está
servida. Mientras se fomenta el miedo del pueblo a la
“libre voluntad” (¡qué cosa también!)
de unos “guerrilleros acuartelados en la selva”
económica, el gobierno se presenta como agente
de una macropolítica de protección contra
tal enemigo y de “cuidado de la vida social”
(biopolítica). De guindos: es usted una guindilla
en el plato de cada día.
Hoy, 27, la guapita pijilla que hace de portavoz del gobierno
ha dicho, ni más ni menos, que esto va mal (ya
está creando inseguridad) porque un grupo de malvados
(variopinto) se ha saltado las normas. Así que
promete perseguirlos (mensaje de protección), gravarlos
con aumento de cargas penales y no sé cuántos
castigos más.
Pero, ¿este gobierno es tonto o qué? ¿Quién
se va a tragar eso? Señores neoliberales: es cierto
que andan por ahí sueltos multitud de bandoleros
económicos. Pero no quieran construir con ello
una fundamentación del carácter inocuo del
capitalismo en su esencia. Y no crean ustedes que van
a triunfar con sus estrategias. Sabemos ya muy bien que,
al menos desde los 70 del siglo pasado, los gobiernos
están obsesionados con el problema “seguridad”,
un problema que aumentó cuando el terrorismo internacional
hizo su primeros pinitos. Amenazados estamos, sí,
pero sobre todo por el capitalismo en cuanto tal. Inseguros
también, sobre todo por la fe inmarcesible que
ustedes tienen en lo que es, por el contrario, el enemigo
real. Se les nota mucho cuando emplean, en medio de esa
situación, el truquito ya mencionado: crear una
micropolítica de la inseguridad para justificar
la ineptitud y la mala leche con una macropolítica
de seguridad. ¡Que ya lo hemos visto muchas veces,
señores! ¿No se acuerdan ustedes de uno
de sus más ingeniosos maestros, Don G. Bush hijo
(de la gran p..?) ¡Por la seguridad del pueblo americano,
porque la inminente catástrofe nos acosa…..liquidemos
a Sadam y sus enoooooormes cúmulos de armas de
destrucción masiva! ¡Ay!
[Añadido. Se podría seguir por el lado de
la psiquiatría social: L. Binswanger y el fenómeno
de lo “súbito aterrador"]
Hay
que revolucionar el pensamiento |
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22-Mayo-2012 |
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Los
que hemos secundado la huelga de enseñanza el
día 22 de mayo y seguimos aún preocupados,
a través de manifestaciones y otro tipo de protestas,
por las consecuencias nefastas que tendrán los
recientes dictámenes legales en la educación,
hemos de aprender nuevos modos de expresión si
queremos alcanzar nuestros objetivos.
Se sabe que el poder engulle de formas variopintas y
sutiles las críticas que se le hacen. Las deglute
y canaliza integrándolas en sus propios códigos
de interpretación, con lo cual reducen su significado
profundo y lo transforman en problemas domesticables
sin que sea necesaria una conmoción del sistema
entero de dominio.
En nuestra época, en la que los grandes meta-relatos
que vinculaban lo social han muerto, las disputas y
las disonancias tienden a ser entendidas como “conflictos
de intereses” entre grupos o colectivos. Se presupone
que toda protesta sirve al “interés”
de un colectivo, entendiendo por “interés”,
no una intención valorativa basada en principios,
sino un impulso puramente pragmático, ligado
al egocentrismo “natural” de los seres humanos.
Cuando hablo con “personas no reacias a las medidas
del gobierno” en la vida cotidiana o escucho las
réplicas de la gobierno oficial a través
de los medios de comunicación, siempre encuentro
este presupuesto. En el caso de las reivindicaciones
que provienen ahora de la esfera educativa de nuestra
sociedad, compruebo con tristeza que se achacan a “intereses”
en el sentido práctico mencionado. La interpretación
del que está del lado de las medidas del gobierno
y, naturalmente, la del gobierno mismo, es selectiva.
Filtra el conjunto de las protestas en el tamiz del
“conflicto de intereses”. Por eso, lo que
recoge en primer plano es lo que con más facilidad
se puede integrar en esa lógica: la subida de
tasas a alumnos, la bajada de sueldo a profesores, la
posibilidad de desaparición de facultades con
poco alumnado, la precariedad de contratos universitarios,
etc. ¿Y cómo funciona ese filtro interpretativo?
Es muy fácil: se trata, como digo, de reducir
el sentido de las quejas al daño que los que
protestan experimentan respecto a sus intereses particulares
y prácticos, intereses que, según el poder,
tienen que ver con la su supervivencia material, su
situación económica o sus expectativas
de éxito en la lucha de todos contra todos.
Una interpretación así ha desechado de
antemano todo lo que en la revuelta de los “quejumbrosos”
tiene que ver con los valores, no sujetos a interés
práctico alguno. Y coherentemente con ello, el
poder no se experimenta a sí mismo afectado en
cuanto a los valores que él mismo pone en juego,
sino sólo en cuanto a las estrategias o técnicas
que emplea en la organización social. Es fácil,
de este modo, la “integración” de
las reclamaciones que emanan del alborotado “grupo
de interés”: o bien se le pide a este grupo
social paciencia, so pretexto de que las medidas son
necesarias en una situación de extrema crisis,
o bien se reciclan las reclamaciones a través
de pactos políticos.
Por eso, es necesario que los que estamos hartos de
todo este juego de espejos llevemos a primer plano el
fondo de aquello por lo que se protesta. Yo les diría
hoy a mis políticos: a mí no me traten
como a ganado, es decir, como a un sujeto de intereses
puramente materiales. Me duelen los recortes que afectan
a la supervivencia material de profesores y alumnos,
pero lo que me hiere más a fondo es que tomen
ustedes a la institución educativa como una empresa.
¡El saber posee un valor intrínseco, irreductible
a cualquier consideración práctica! Me
hiere que entren en los santuarios del saber, las escuelas,
los institutos, las universidades, como burdos y rechonchos
mercaderes e intenten domesticarlos mediante la lógica
del cálculo y la estrategia. ¡Para lo que
no tiene cantidad, sino cualidad, no hay cálculos
que valgan! Y la educación es un bien cualitativo,
que no puede ser tratado como una “cosa”
que pesa o mide tanto y que, por eso, tiene un precio
relativo de cambio y de recambio. Lo que me hiere es
que ustedes no comprendan que han hecho ya esto en su
propia casa, en el hogar de la política. Porque
la política no es tal si no se funda en principios
valorativos de ese mismo tipo del que les estoy hablando
y, sin embargo, ustedes recurren al único principio
de la practicidad, de la utilidad, de la rentabilidad,
que es como decir que su principio es justamente la
falta de principios. ¿No se han dado cuenta de
que han muerto las ideologías y que todos las
hemos matado? Una ideología, sea del signo que
sea, funda su nobleza en la persecución de ideas
cuyo valor reside en su propio interior, que, en sí
mismas, no son “útiles” más
que por el rodeo de su aplicación a la práctica.
¿No se han percatado de que eso que llaman su
“política” no es más que la
expresión de mecanismos ciegos que gobiernan
ya sobre los estados y que están más allá
de la distinción entre partidos políticos
concretos? Les digo que ustedes no piensan, sino que
sirven. Las ideas son pensadas. Pero ustedes no tienen
ideas. Tienen sólo una compulsión a actuar
de un determinado modo, porque, desde la trastienda,
están siendo movidos por las leyes autonomizadas
del capital, por las reglas autonomizadas de la razón
estratégica, por las inercias invisibles de todas
aquellas fuerzas supra-nacionales (y ocultas a la conciencia)
que tienden a cosificar todo cuanto hay en esta tierra.
¡Cosificar, sí! Una “cosa”
es lo que queda de algo cuando se le ha restado todo
su valor cualitativo. Por eso puede ser dominada, domeñada,
domesticada. Si un bosque, por ejemplo, ya no es un
espacio de vida, algo que se experimenta (como lugar
de retiro, de ensueño, de misterio, etc.) sino
sólo una maldita “cosa” que está
ahí, delante, entonces es objeto de dominación
y nada más, de dominación como fuente
de recursos para el arbitrio humano. ¿Y qué
creen, que esa cosificación se limita a ciertos
ámbitos de la realidad? ¡No, caray, no!
Las fuerzas ciegas a las que ustedes sirven como viles
lacayos objetivan todo: la amistad (tendencialmente
convertible en algo útil, que sirve para rellenar
el propio vacío y acumulable en agendas móviles
con decenas de nombres), el extraño (que ya no
es fuente de fascinación, sino inmigrante en
cuanto fuente de trabajo)….¡Hasta la mismísima
identidad personal está siendo cosificada! ¿O
es que no ven que hoy tiende a construirla la “demanda
del mercado afectivo”? ¿Qué se pide
de mí para que se me valore? ¿Tales atuendos,
tales poses y ademanes, quizás un cierto aire
melancólico, o acaso libertario? ¡No hay
problema, me construyo de ese modo y asunto zanjado!
Hay que ir al fondo. Y eso significa que es necesario
hoy, más que nunca, el pensamiento. No la sola
indignación, sino indignación llevada
al pensamiento. El pensamiento, sí, para atravesar
la costra superficial de lo que ocurre y alcanzar la
profundidad de los movimientos tectónicos y globales.
Permítame el lector que, en este contexto, exprese
mi temor de que la filosofía (que no es la cuna
del pensamiento, pero sí uno de los campos más
fértiles en los que éste crece) hoy esté
dejando de apelar a los seres humanos. Es abstracta,
se dice. Hay que dejarse de abstracciones e ir directamente
a la praxis, se dice. ¡No y cien veces no! ¿Es
acaso abstracto lo que se ha dicho más arriba
sobre la cosificación? No, no es abstracto, sino
signo de una concreción más concreta que
una ley orgánica. Lo que ocurre es que para su
merecida comprensión necesita demora, mucha más
demora de lo que parece, mucha paciencia. Y sobre todo,
trabajo en acto, reflexión constante, sin descanso.
No puede ser que la justa crítica a la encarcelación
de la filosofía en las aulas lleve ahora a una
repulsa de la filosofía en cuanto tal. La filosofía
está en el mundo. Y si se la ha encerrado ¡hay
que sacarla!
Pero el pensamiento, volviendo al tema, está
potencialmente en todas las acciones, porque “nos
las tenemos que agenciar” en la realidad, siempre
problemática, y “agenciárselas”
es ya la infancia del pensamiento.
El pensamiento no puede dejarse vencer por el positivismo
político. Pensar implica pensar la política,
pero no sólo eso. Significa indagar qué
hay detrás de la política, debajo, a su
lado, qué es lo noble y en qué se manifiesta
lo vil, interrogarse continuamente, interrogarse hasta
la muerte. El positivismo político significa:
creer que todo lo que nos está aconteciendo está
presente e incrustado en ese escenario de superficie
que es el juego de los partidos políticos, de
sus intrigas y oposiciones, de sus normativas concretas,
etc. Lo que nos acontece es eso, sí, pero eso,
digámoslo, no es más que la punta de un
iceberg, cuya base se pierde en un fondo oscuro. El
pensamiento es el que ha de iluminar esa oscuridad.
Queremos un acontecimiento que cambie cualitativamente
nuestro mundo. Pero el acontecimiento, en último
término, no se construye, hay que merecerlo.
Preparando las condiciones para que tenga lugar, el
acontecimiento tendrá lugar. Y para preparar
esas condiciones no se puede uno ahorrar la angustia
de interrogarse por lo magmático o lo tectónico.
¡Hay que realizar una revolución política
hermanando la praxis inmediata con el pensamiento, que
implica demora y entusiasmo interrogativo! ¡Hay
que realizar una revolución del y en el pensamiento!
De lo contrario, todos esos esfuerzos de los pensadores
de todos los tiempos, que son los que alimentan la educación
en sus diversos niveles y variantes “se disolverán
como lágrimas en la lluvia”.
Autoritamismo democrático y desobediencia civil |
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14-Mayo-2012 |
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Sostenía
C. Schmitt (aunque expresarlo en este medio implica simplificar
mucho) que la ley no se constituye originariamente desde
sí misma, sino por el rodeo de organizar aquello
que excluye, es decir, la excepción. Mediante ese
acto negativo, en efecto, pone en orden lo que desea no
ser y, de ese modo, se hace visible en lo que pretende
ser. La organización de la excepción muestra
con «enérgica pasión» la generalidad
de la ley.
Quizás sea ésta una teoría siniestra,
más explicativa de los regímenes autoriatorios
que de los genuinamente democráticos. Ahora bien,
cuando la democracia ya no parece real y prácticamente
se confunde con el autoritarismo (de los partidos en el
poder y de las fuerzas económicas a las que están
sometidos), puede ser analizada mediante hipótesis
como la de la teoría schmittiana de la soberanía.
Esto me parece posible hoy. Pondré dos ejemplos.
El primero se refiere al ámbito macrológico
de Occidente, cuyo suelo ígneo se encuentra ahora
en Europa. La circunstancia de la crisis económica
hace pronunciar a los políticos europeos un mismo
y repetido dictámen que les sirve de autojustificación:
no les agrada, dicen, aplicar este severo régimen
de austeridad, de recortes, etc., pero lo ven absolutamente
necesario debido a que nos encontramos en esta situación
«excepcional» en la que la crisis nos ha colocado,
una situación de «excepción»
respecto a las reglas ideales. Piden, por ello, «comprensión»
al pueblo que lo padece y, de ese modo, justifican la
regla de su actuación mediante ese rodeo negativo
que consiste en organizar lo que, supuestamente, su soberano
poder excluye y no haría. He ahí el engaño,
un engaño tal vez tan profundo que ni es consciente
para los que gobiernan. Engaño porque no es cierto
que ese supuesto valor soberano que dicen tener que restringir
en beneficio de la excepción exista. El problema
viene de muy lejos y la tendencia al neoliberalismo burdo
de mercado viene ya de muy lejos (no puedo entrar en esto
ahora). En realidad, lo que presentan como «excepción»
(la aplicación cruda y radical del neoliberalismo)
es la regla desde hace décadas, al menos tendencialmente.
En este caso muestra su utilidad la herramienta conceptual
schmittiana: el tratamiento de la excepción muestra
lo que la regla es en su profundidad. Pero, además,
cuando la «excepción» se convierte
en «regla» el gobierno mantiene, para decirlo
con claridad, un «estado de excepción»,
vive de él constantemente. Y un estado de excepción
constante es el fundamento del autoritarismo. El autoritarismo,
a través de las riadas del mercantilismo economicista,
ha penetrado en el mar de la democracia presente y ya
es difícil distinguir el uno de la otra.
El segundo ejemplo se refiere al ámbito micrológico
de las prácticas concretas. En particular, a esta
práctica que está imponiendo nuestro gobierno
de poner límites y trabas al 15 M en su voluntad
de permanecer asambleariamente en las plazas. Tales límites
y trabas se justifican mediante la tesis de que el derecho
de reunión tiene una excepción que obliga
a ponerle fronteras, a saber, el de respetar a otros ciudadanos
que caminan «en paz» y a «comerciantes
honrados», cuyo paseo, en los primeros, y trabajo,
en los segundos, son impedidos por las concentraciones.
Bien, en esta urdimbre se puede tirar del hilo que nos
lleva al mismo mecanismo oculto. Lo que se toma como «excepción»
(el caminar pacífico de otros ciudadanos y el trabajo
de honrados comerciantes) no es, en realidad, una excepción
respecto a una supuesta regla. La excepción coincide
aquí con la regla, porque lo que la ley (el gobierno)
desea en realidad es la mansedumbre de paseantes y el
servilismo de los trabajadores. Y como la excepción
es la regla, ese proceder es el propio de un «estado
de excepción».
Ante un estado autoritario de continua excepción
surge con tenacidad, por parte del ciudadano, la necesidad
de mantenerse fiel a sus principios, dañados mediante
tan sutiles mecanismos en una supuesta organización
democrática. Esta es la razón por la que
la desobediencia civil se ve venir. El Estado, en virtud
de su autoritarismo camuflado bajo la aparente democracia,
está obligando a la ciudadanía a que, persiguiendo
la democracia genuina, desobedezca. La desobediencia civil
vendrá, no por la violencia de la ciudadanía,
sino por la del Estado hacia la ciudadanía.
Es triste y peligroso. Pero si el gobierno no piensa en
esto, conducirá al pueblo a una justa rebelión,
a la que sofocará con gran potencia violenta autojustificándose
mediante el argumento de que defiende una justa regla
democrática. Esto puede suceder, puede conducirnos
a una encrucijada de violencia. Estamos a tiempo de remediarlo.
Y es el gobierno el que tiene que poner más empeño
y más oído.
La
Razón produce monstruos |
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13-Mayo-2012 |
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El
periódico La Razón esgrime hoy, 13 de mayo
de 2012, en medio de una diatriba exaltada, 15 argumentos
contra el 15 M. Perdone el lector la extensión de
esta nota, pero falacias como estas no pueden quedar sin
respuesta. Citaré uno a uno los 15 pseudoargumentos
y señalaré sus respectivos errores de sentido,
incluyendo una respuesta. No hay mal que por bien no venga,
pues las 15 flechas permiten realizar un recorrido amplio
sobre el 15 M.
1. “Es mentira que se esfuercen en proteger las raíces
de la democracia. Las arrancan de cuajo…siempre que
violan las leyes y disposiciones de las autoridades”.
Estructura falaz: identifica la acción correcta con
la aceptación incondicional de la autoridad establecida.
Ocultamente, el argumento pide una equivalencia entre crítica
y obediencia ciega, lo cual es una contradicción.
Respuesta: el 15 M remueve las bases de lo establecido.
Si no lo hiciera, sería simplemente una expresión
del poder vigente, como el argumento que esgrime este periódico.
2. “Es mentira que estén desligados de los
movimientos antisistema….No propugnan la reforma..”.
Estructura falaz: da por sentado que toda crítica
productiva es reformista incluso en su ideal. Respuesta:
el 15 M tiene la vocación de transformar el rumbo
completo de la cultura porque ésta se halla dominada,
en su conjunto, por fuerzas ciegas, como el omnímodo
neoliberalismo y la reducción de todo lo valioso
a lo rentable económicamente. Ser anti-sistema no
significa identificarse con actos o procedimientos de grupos
concretos a los que se ha llamado y se denomina de ese modo.
Ser antisistema, en un sentido amplio, es dirigir la mirada
crítica al fondo de las estructuras sociales, a su
inercia interna. El estado se yergue sobre un sistema de
imperativos y reglas. Es natural que huya de lo “antisistémico”
como de la peste. Luego se siente afectado en lo esencial.
Critica al 15 M porque no posee el coraje de revisar el
“sistema” de reglas sobre el que se sostiene.
Eso se llama acriticismo o dogmatismo.
3. “Es mentira que presenten herramientas concretas
para el cambio. Simplemente han trazado unas líneas-fuerza”.
Estructura falaz de fondo: exige como condición de
posibilidad de la justa denuncia poseer un prontuario de
recetas. La intención de fondo es la de intimidar
al ciudadano. Respuesta: el 15 M no es un movimiento compuesto
por técnicos. No pone sus miras exclusivamente en
medidas concretas del gobierno, sino en tendencias globales
de éste, de Europa y del mundo. Lo nutren líneas-fuerza,
efectivamente. De ahí precisamente su potencia. Son
las líneas-fuerza (de pensamiento o de repulsa) las
que permiten un cambio cualitativo, pues constituyen el
nuevo suelo sobre el que habrá que levantar “herramientas
concretas”. Y eso es lo que concierne, tanto a una
sociedad civil autoorganizada, como a cualquier movimiento
cultural que se precie. Saca a la superficie lo oscuro global.
Permite así, como la noche, que destellen estrellas
concretas.
4. “Es mentira que defiendan a los políticos
responsables”. Estructura falaz: se supone que una
protesta debe salvar la conciencia de los políticos
responsables. Pero éstos no necesitan ninguna defensa,
se defienden ya dignamente a sí mismos y cuando lo
hacen saliéndose de los dogmas del partido son excluidos,
ninguneados o silenciados. Respuesta: el 15 M ha perdido
la confianza en la “clase política”,
no en la política en cuanto tal o en la figura del
político considerada desde sí misma. Es que
ahora no hay “modelos políticos” capaces
de dar cuerpo a la idea de justicia, más allá
de las necesidades materiales.
5. “Es mentira que defiendan a quienes están
sufriendo la crisis. Sus salvajes estragos han generado
pérdidas extraordinarias a honrados comerciantes”.
Estructura falaz: presupone que un “comerciante honrado”
es la víctima por excelencia. Respuesta: el 15 M
cuenta entre sus filas con miles de pequeños “comerciantes
honrados” que son devorados por magnates de grandes
empresas. La víctima genuina es el pueblo, al que
la política actual no sabe ni puede convencer. De
ahí que el gobierno intente dividirlo. Los verdaderos
comerciantes de hoy no tienen honradez: su poder es superior
al de los gobiernos y el superávit que los seduce
en su cruzada neoliberal está basado en la miseria
de millones de personas, sobre todo del tercer mundo.
6. “Es mentira que quieran más democracia y
que la soberanía resida en el pueblo. Propugnan…perfiles
socialistas, comunistas y anarquistas. Estructura falaz:
vincula la crítica social con la “mano negra”
de partidos o tendencias concretas. Respuesta: los integrantes
individuales del 15 M tienen el derecho de adscribirse a
la ideología que les dé la gana. En cuanto
grupo, sin embargo, su crítica (como la lanzada frente
al dominio de los mercados y la depotenciación del
pensamiento político) trasciende la diferencia entre
partidos políticos. Está dirigida a las condiciones
de posibilidad del litigio entre partidos, que es una verdadera
democracia.
7. “Es mentira que sean pacifistas. Han cruzado la
línea de la desobediencia civil”. Estructura
falaz: la misma que en 1. Respuesta: desde su comienzo,
el 15 M ha mostrado un pacifismo clarísimo. Las excepciones
no hacen la regla. La desobediencia civil es propia de este
Estado, que pone freno con tan poca base argumentativa a
la libre expresión. El gobierno no se percata de
que es él el que incurre en semejante violencia:
excusándose en la crisis económica se ha otorgado
patente de corso para hacer lo que quiera sin consultar.
Del “estado excepcional” que representa la crisis
europea ha creado un “estado de excepción”,
prerrogativa que es inherente a cualquier autoritarismo.
8. “Es mentira que crean implacablemente en el sufragio,…ya
habrían fundado uno [un partido superando su pereza”.
Falacia: falta de distinción entre institución
del gobierno y sociedad civil. El espíritu del 15
M atraviesa la sociedad civil. Puede inspirar la formación
de partidos políticos, pero él mismo es irreductible
a las coordenadas de un partido. Sin sociedad civil no hay
cultura de un pueblo, de un mundo.
9. “Es mentira que se rebelen contra toda forma de
injusticia social”. Estructura falaz: el argumento
se basa en que las concentraciones impiden el movimiento
libre de otros ciudadanos por plazas o calles. La falacia,
en este caso, se sustenta en la ingenuidad de suponer que
una protesta masiva no va a afectar al curso cotidiano de
la ciudad. Respuesta: el 15 M ha ocupado plazas porque ellas
son un símbolo del encuentro: el ágora. Lo
que eso significa se le escapa al ignorante que lo critica.
Que busque el significado de ese término.
10. “Es mentira que sean solidarios (si lo fuese,
se dice, estarían sirviendo platos de sopa a los
hambrientos). Estructura falaz: “no protesten, den
de comer”; sin palabras. Respuesta: son los propios
hambrientos los que conforman la inmensa mayoría
del 15 M, hambrientos de espíritu. Pues aunque todavía
tienen para comer, su hambre es de ética y de cultura
noble en occidente y en el mundo. Los verdaderos hambrientos
de pan están ya en la calle, tirados en las aceras
o pidiendo dinero a los que pasan por su lado. Están
en los campos de refugiados en cientos de lugares, en sórdidos
cuchitriles que incluso la banca desahucia. Ustedes sí
que no tienen hambre: no tienen hambre material porque están
saciados de poder y de dinero; no tienen hambre espiritual
porque están yermos de ideas en el plano intelectual
(sólo poseen un monótono y obsesivo emblema
neoliberal del que ni siquiera conocen su historia y sus
presupuestos).
11. “Es mentira que sean apartidistas”. Venga
ya. Remítase el lector al ítem 8, para no
repetir.
12. “Es mentira que se organicen de forma horizontal…se
rigen…,en los momentos decisivos, por patrones verticales
de corte soviético”. Estructura falaz: identificar
“movimiento del pueblo” con políticas
precisas del marxismo real (leninista, stalinista, etc).
Respuesta: la gente del 15 M está haciendo emerger
una forma de asociación novedosa que ustedes temen,
una asociación rizomática, sin centro, con
conexiones reticulares. Ustedes temen esto, pues saben que
una organización así no es un “sujeto”
identificable y penalizable de manera precisa. Pero tendrán
que soportar este renacimiento de la sociedad civil: ha
crecido a expensas de los mecanismos del propio capitalismo
(hoy reticular) y ahora se rebela contra él (por
cierto, en la página 13, en párrafo resaltado
en negritas, escriben ustedes “revelarse contra la
clase política”. ¡Con “v”!
Anden, pongan fe en algo, aunque sea fe de erratas).
13. Es mentira que se rebelen contra toda forma de impunidad
(porque han cortocircuitado penas y multas). Respuesta directa:
¿Cómo los desahucios masivos? Pues entonces,
señores, el 15 M se rebela contra la impunidad de
la banca.
14. Es mentira que representen lo que la mayoría
piensa. Sus acólitos no se miden por millones. Falacia:
identificar las estadísticas de participantes con
el conjunto de las personas que son víctimas de lo
que el 15 M. denuncia. No todos los jubilados, por poner
un caso, pueden salir a la calle. Por cierto, ¿cuánto
dinero cuesta mantener en vuelo, durante dos o tres horas,
a un helicóptero que vigila a los manifestantes?
A ustedes les gusta el lenguaje de los números. Pero
lo aplican sólo cuando hay que justificar su dominio
político. Pero más allá de esto (que
es lo importante en este punto): el 15 M habla otro lenguaje
diferente al del cálculo. El sufrimiento, la indignación,
la desesperación, no tienen medida matemática,
sino intensidad no cuantificable. ¿Por qué
no escuchan, que es el único modo de aprehender,
de captar, ese inmensurable?
15. “Es mentira que sean inconformistas (sólo
cuando el calendario y el buen tiempo lo ponen en bandeja)”.
Respuesta directa: un nuevo y profundo “malestar en
la cultura” se hace cada vez más generalizado.
Ese inconformismo crece despacio, camina con patas de paloma.
No todo lo noble se hace en la historia a base de zancadas,
como el “estado de excepción” que ustedes
han proclamado.
Rebasando los 15 falaces argumentos. El 15 M y todos los
movimiento sociales que, como él, reivindiquen en
los próximos años un cambio CUALITATIVO contra
la sociedad de la estrategia generalizada, del economicismo,
de la falta de valores por encima de lo “práctico”
y de lo “rentable”, irá generando, con
más silencio que proclama, una ingente red en la
que ya no será posible la forma de Estado actual
ni el modo presente de economía. Ustedes no saben
que son ya parte del pasado.
Más
allá de la teoría de la confabulación
II. Aclaración: las dos caras de una potente protesta
26-Abril-2012
Lo más escuetamente posible. Estamos en una situación,
obviamente, catastrófica. En una situación
así, que nos revuelve las entrañas a todos
los que la padecemos, hay que renovar un tipo de protesta
que trascienda la mera política y la vincule con
la crítica de Occidente en general. ¿Cómo?
Es preciso, a mi juicio, que toda protesta incluya dos
elementos:
a) Una CARA concreta: protesta ante las medidas X, Y,
Z,...del gobierno de España y de los gobiernos
de Europa, de sus efectos precisos. Ejemplo: protestas
contra los recortes a, b, c, d, etc. en educación
realizados recientemente.
b) El envés de lo concreto, que trasciende lo concreto.
Una crítica del movimiento general, de fondo, sobre
el que se sustentan las acciones singulares de un gobierno
o de un colectivo, o incluso de un individuo. Ejemplo
vinculado al anterior: el sometimiento del saber a la
lógica cosificadora, no ya sólo del capital,
sino de la posición del hombre occidental actual
en el mundo.
Ambas
se necesitan, son, como digo, haz y envés, pero
son heterogéneas entre sí. (a) se refiere
a acciones criticables que han sido realizadas con intencionalidad
y conciencia; (b) se refiere al manantial del que emergen,
el cual ya no se circunscribe a la intencionalidad de
un sujeto, un grupo o un gobierno, sino que depende de
toda una comprensión de lo real que viene reforzándose
desde hace siglos y que no tiene ya sujeto central e identificable.
Por ejemplo: las medidas contra la educación que
ha emprendido el gobierno SORPRENDEN si nos situamos en
la perspectiva (a). Sorprenden e indignan. Pero si reparamos
en que están en la lógica de fenómenos
tan globales y de fondo como (de menos profundidad a más
profundidad): el neoliberalismo, la conversión
del saber en mercancía, la objetivación
de todo lo existente, ....y de ahí hacia abajo,
entonces, digo, NO SORPRENDEN: eran predecibles (desde
ese punto de vista lo que hace Rajoy "se veía
venir" simplemente leyendo los grandes diagnósticos
de nuestra época a manos de gigantes intelectuales.
Realizar (a) es revolucionar, afrontar "lo que hay
enfrente". Realizar (b) es auto-revolución
(afrontar aquello a lo que nosotros mismos pertenecemos
sin saberlo y de lo que, indefectiblemente ya somos cómplices
antes de abrir la boca).
Luchar
contra cuestiones tipo (a) implica internarse en lo particular
y con sujeto; luchar contra cuestiones tipo (b) implica
afrontar lo universal subyacente y sin sujeto. Si la protesta
se queda EXCLUSIVAMENTE en (a), entonces, a largo plazo,
se volverá contra ella misma, porque el poder tiene
suficiente capacidad hoy en día como para integrarlas
y digerirlas. Además, caerá en la teoría
de la confabulación (tales y tales provocan CON
SU MERA DECISIÓN lo que ocurre en el mundo). Si
la protesta se queda EXCLUSIVAMENTE en (b) se hace abstracta
y desvinculada de lo social presente. Además, se
sustituiría así la teoría de la confabulación
por una teoría destinal (tales y tales movimientos
de fondo determinan, sin intervención humana, el
rumbo).
Lo que a uno le hacía que, al comienzo del 15 M,
se le saltaran las lágrimas era la emoción
de ver brillar en una crítica concreta un problema
universal y, recíprocamente, en la crítica
a lo universal el destello de lo concreto.
LLevar a cabo a y b conjuntamente significaría
enviar un doble mensaje en un mismo acto. Por ejemplo:
"estamos contra la privatización del saber"
+ "pero no porque tengamos que pagar más,
o porque vayamos a ser más pobres en conocimiento,
sino, más allá, porque hay un valor, el
del saber mismo, que está siendo conducido a lo
que, por sí mismo, niega: a la heteronomía,
a la dependencia respecto a imperativos sistémicos,
finanacieros, estratégicos, etc."
Se dice, si se unen a y b: "estamos contra el gobierno
español en esto y en aquello" + "porque,
además y más profundamente, estamos contra
el rumbo de Europa, y del mundo, independientemente de
cómo ese rumbo se exprese EN CONCRETO".
¡Entonces,
y sólo entonces, es cuando el movimiento de protesta
español deja de ser percibido por el poder como
"casero"! ¡Entonces, y sólo entonces,
es la potencia de la vida misma la que se está
defendiendo, y no sólo la supervivencia! ¡Y
entonces, y sólo entonces, es cuando aquello por
lo que se lucha trasciende la vida concreta del que lucha!
¡Y entonces, y sólo entonces, el poder puede
quedar desmantelado desde lo que lo justifica históricamente,
desde el suelo silencioso en el que hunde sus raíces!
¡Y sólo entonces podrá un individuo
concreto decir: "daría mi vida, pues mi vida
concreta no es lo que importa aquí". Una de
dos, o llegamos a esto último o todo quedará
en mera política. Pero lo que yo ví en los
ojos de los jóvenes no era mera política.
Su destello trascendía la política: era
un destello en el que se reflejaba la situación
entera de la humanidad.
Más
allá de la teoría de la confabulación,
I.
25-Abril-2012
La sospecha
de que un conjunto concreto de seres humanos puede gobernar
el destino de la humanidad, desde una cúspide cualquiera,
podrá conseguir logros críticos justificados.
Pero tarde o temprano comprenderá su insuficiencia.
Pues lo que guía a la horda humana rebasa la suma
de los individuos que la componen. Ello no implica abandonar
el desenmascaramiento de acciones perversas en individuos
o colectivos. De ninguna manera. Significa que hay otra
tarea más grande, una tarea, que si no se afronta,
conduce a los hombres a una lucha de todos contra todos:
la tarea de poner en claro las inercias y potencias que
rebasan al colectivo y lo atraviesan.
"Todos nosotros somos culpables de todo y de todos
ante todos, y yo más que los otros" (Dostoievski).
"Porque soy responsable de/con una responsabilidad
total, que responde de todos los otros y de todo en los
otros, incluida su responsabilidad. El yo tiene siempre
una responsabilidad de más que los otros"
(E. Lévinas, Ética e Infinito).
"En el mundo abunda, sin duda, la muerte inocente.
El mal oculto destruye sin ser visto, hace cosas que nadie
oye. Ninguna autoridad del mundo llega siquiera a tener
noticias de él (de cómo un hombre es torturado
solitariamente hasta morir en la mazmorra del castillo).
Los hombres mueren como mártires sin serlo cuando
su martirio no es percibido ni será conocido nunca
por nadie. La tortura y destrucción del débil
acontecen diariamente sobre la faz de la tierra. (...)
¿Dónde está la culpa de la destrucción
inocente? ¿Dónde el poder que condena al
inocente a la miseria? Allí donde los hombres han
despejado esta pregunta ha surgido la idea de culpabilidad
compartida. Todos los hombres son solidarios. (...) [y
se experimenta que] yo soy culpable del mal que ocurre
en el mundo si no he hecho todo lo posible, incluyendo
el sacrificio de mi vida, para evitarlo; soy culpable
porque vivo y puedo seguir viviendo mientras esto sucede.
De ese modo abarca a todos la culpa compartida de todo
cuanto ocurre. (...) El hombre no puede eludir la culpa
obrando recta y verdaderamente. La propia culpa tiene
cierto carácter de inocencia. El hombre carga con
ella, no la evita" (K. Jaspers, "lo trágico").
Lo que requiere del coraje más intenso es la lucha
contra fuerzas ciegas que gobiernan a los hombres. Aun
a sabiendas de que individuos o colectivos concretos han
sido ya doblegados por ellas, la inteligencia que quiere
llegar al final no se para en el escalón intermedio
de los hombres. Una vez que se ha vuelto contra ellos,
y aunque sea justificadamente, comprende la verdadera
naturaleza de su objetivo: lo no humano en el hombre,
bien para salvarlo -si es su lazo con la tierra-, bien
para condenarlo -si es lo que oscura y soterradamente
amenaza la lucidez de las conciencias y la valentía
de los corazones (Luis Sáez)
Sociedad
del autoestrés
27-Febrero-2012
Cuando
uno tiene un poco de tiempo libre es cuando mejor repara
en que vivimos bajo una sociedad del autoestrés.
Sloterdijk ya se ha referido a eso, pero quisiera (puesto
que vengo dándole vueltas desde hace tiempo) decir
cuál es mi punto de vista.
Hay que diferenciar una sociedad estresada de una sociedad
del autoestrés. El significado de la primera expresión
es tan trivial que ni siquiera merece una explicación.
Todos sabemos a qué nos referimos. La segunda expresión
contiene más enjundia. Se refiere a una sociedad
que no sólo está estresada, bajo el peso
de un constante trasiego de actividades en las que no
cabe ya la demora, sino a una sociedad en la que el estrés
se ha convertido en el motor mismo de su movimiento. Hoy
la praxis está cada vez más emponzoñada
por este veneno. No hay acción (ésta es
la tendencia general, pues siempre hay excepciones), si
no es porque se experimenta como impulsada por una cadena
de comando que la hace "urgente y necesaria".
El estrés, en este sentido, ya no es una fuerza
externa a la comunidad, una fuerza que afecta desde fuera
y la oprime. Es su mismo ser, su sustancia y su principio
dinámico. La hemos incorporado sin saber cómo
ni cuándo, pero el hecho es que somos ya sus piezas,
engranajes y siervos.
El trabajo. Bien, en el trabajo la actividad "x"
se pone en marcha, no por sí misma, sino en virtud
de las condiciones que la hacen, en ese momento, urgente.
Vamos a decirlo en lenguaje de Bataille, no por introducir
fuste académico, sino porque se trata de un análisis
muy interesante que tiene su pertinencia en este contexto.
Resumen de una idea de Bataille en su "Qué
entiendo por soberanía". Vivimos bajo la ley
de la producción y del consumo. No es sólo
en un sentido económico. Eso constituiría
un reductivismo y entonces de lo que estamos hablando
sería una bagatela. Quiere decir que en la praxis
habitual, tal y como se da en las sociedades de nuestra
época, toda acción tiene su fundamento en
su carácter productivo respecto a un después,
existe gracias a ese después y a las expectativas
de ese después. Además, a ese después
debe servir fructíferamente, produciendo efectos
útiles. Al hacerlo, la actividad en cuestión
se somete a la ley de su rentabilidad (de nuevo, no económica,
sino en un sentido general). Claro que esto es necesario,
pues la acción está inserta en un proceso
temporal. El problema surge cuando lo que se hace tiene
sólo ese acicate por sentido. Sin embargo, cualquier
acción puede ser extraída de esa cadena
y adquirir un sentido en sí mismo. En ese estado,
que es el de la soberanía, el de la potestas sui
(para decirlo con Séneca), no es que quede aislada
respecto a la cadena que la integra, sino que es tomada
por el sujeto en sí misma. Se convierte, entonces,
en objeto de un derroche iluminador, de una pérdida
productiva. Para esta actitud ya quedan pocas posibilidades,
sobre todo porque pone en cuestión todo nuestro
mundo administrado. No se trata de algo zafio, como el
simple goce por el goce. Es más exigente y difícil:
pide de la actividad su persistencia sin hipotecas, abre
un espacio de instantaneidad eterna. Y como no sabemos
hacerlo en nuestro contexto, tenemos que salir de él,
a mundos exóticos, a orientalismos salvíficos.
Es una trampa: del autoestrés no se sale "añadiendo"
una experiencia opuesta o una técnica que lo dulcifique.
Sólo puede ser destrozado desde dentro y desde
las propias herramientas del mundo occidental [esto no
implica, por supuesto, nada peyorativo respecto a Oriente
y sus modos de vida, cuidado]
El ocio. Cada vez resulta más difícil para
un ciudadano de nuestra época autoorganizarse en
el ocio. Cuando llega el tiempo de remanso, no se sabe
qué hacer. Y no se sabe porque es un "tiempo
muerto" en el que el autoestrés social parece
que se adormece: el sujeto queda a sus anchas, completamente
desamparado. Y es que el autoestrés sigue bien
vivo y alerta. Se busca, en efecto, una organización
sistemática del tiempo libre, consciente o inconscientemente.
El autoestrés es la forma que moviliza a grandes
conglomerados de fuerzas sociales. El capitalismo, que
siempre ha necesitado del cambio y de la transformación
constantes, así como del aumento de actividad,
como dejó sentado Marx, no coloca ya la potencia
para ese bullicio incesante en la lucha de clases. Incorpora
un autoestrés que subtiende las diferencias entre
clases.
En la política es obvio. Funciona a base de obviar
y eliminar cualquier demora en la que la ideología
y el pensamiento puedan hacer su trabajo. Sólo
existe en la medida en que afronta lo "absolutamente
inmediato".
La educación es un campo de experimentación
del autoestrés. Un alumno ya no puede leer, pues
el proceso Bolonia lo ha colocado en manos de una maquinaria
en la que, so pretexto de enriquecer, ofusca con mil trabajitos,
prácticas tipo A, prácticas tipo B, ....tutorías
C, tutorías D....Más absurdo imposible.
El docente, por su parte, es un policía del autoestrés
educativo: vela para que éste se mantenga en ebullición.
Se podría continuar, pero no es necesario ser prolijo.
Autoestrés: no un estrés ocasionado por
fuerzas externas y que procede de las imposiciones de
una instancia "de fuera". No hay un "afuera"
de este "afuera" que es el autoestrés.
El autoestrés es inmanente, pertenece al sentido
mismo del modo en que hoy algo existe. Existe sólo
si puede generar desde sí un automovimiento fervoroso
y febril. Mientras, "todo lo sólido se desvanece
en el aire".
Sospechosas
reformas en educación
1-Febrero-2012
Se
anuncian ya las primeras reformas en educación.
Vamos a mirar qué hay en el fondo de cada una de
ellas:
1. Eliminación de la asignatura "Educación
para la Ciudadanía". Argumenta el gobierno
que se hace por el riesgo de "adoctrinamiento".
¿A qué riesgo se refiere más exactamente?
Algunos, cuando comenzó la polémica acerca
de la implantación de esta asignatura, dijimos
(y sigo pensando lo mismo) que esa materia contenía
tal riesgo de adoctrinamiento, al albur de los gobiernos.
Cada uno de ellos podría introducir de soslayo
su propia mirada sobre el mundo. Y ello es posible. ¿Es
esa posibilidad de adoctrinamiento la que teme el gobierno?
No, evidentemente, pues tendría en esta asignatura
todo un espacio plástico para introducir de manera
sutil nuevas consignas. ¿Por qué prefiere,
entonces eliminarla? Porque ha recibido muchas críticas
que provienen de la Iglesia, así de claro. Es una
asignatura que, de todas formas, habla en un espíritu
completamente laicista y que hoy hace, tal y como están
las cosas, un buen servicio a pesar de todo. Ese es el
fondo. Los que no queríamos esa materia decíamos
que no era necesaria, pues sus contenidos pertenecen con
toda claridad al ámbito de la filosofía.
Si se quería informar a los jóvenes sobre
problemas relativos a su condición de ciudadanos,
¿por qué no introducir esta cuestión
en el temario filosófico, que es proteico y se
adapta de mil formas? ¿Por qué crear un
espacio de estudio específico, separado, sobre
"ciudadanía" si ésta es objeto
de análisis central en toda la historia del pensamiento
filosófico? Carecía de sentido. Se trataba
de restarle fuerza a la filosofía. ¿Se la
devolverán ahora los del PP? En modo alguno. Desean
hacer las paces con la Iglesia pero temen, como cualquier
imbécil, a la filosofía, que no se arredra
por nada y odia la imbecilidad. Así que la sustituirán
por otra asignatura de poca monta. Seguro.
2. Ampliación del Bachillerato a tres años.
La razón aparente: aumentar la preparación
de los jóvenes de cara a la Universidad. Pero no,
hombre, no. Si en la Universidad se ha impuesto Bolonia
(que no tocará el PP por su vocación de
fidelidad a los mandatos europeos). Y en la Universidad
todo ha ido hacia la reducción (un año menos
de carrera y uno de comienzo que es una mezclilla de todo:
son dos años menos en formación de cada
especialidad). La lógica general es la de la eficacia
práctica: menos años estudiando y más
años de máster para especialización
en lo preciso, lo concreto, lo completamente pertinente
para una orientación hacia el MERCADO de trabajo.
El grado se hace más estrecho en función
de un camino hacia la formación más largo
y sinuoso. Razón: retrasar el momento de la formación
"consumada", apta para un puesto de trabajo.
De ese modo hay menos paro y, de paso, se da más
oportunidades al liberalismo (un máster se paga
y entre varios hay competición; es como si perteneciesen
a una etapa "privada", aunque soterradamente,
en la formación). Todo se funda en una sumisión
del saber al capital. Por tanto, razón de fondo
y real del aumento del bachillerato: retrasar la formación
un poquito más, para reforzar lo que se acaba de
decir.
3. Revisión de la FP, para vincularla al mundo
empresarial y laboral siguiendo el modelo alemán.
Razón aparente: hacerla más efectiva, pues
está orientada más directamente al mercado
de trabajo. Razón de fondo y real: dar el primer
paso (el más fácil de tragar por el ciudadano)
para preparar el terreno en vistas a una reforma generalizada
del sistema educativo en virtud de la cual todo estudio,
¡todo!, quedará al servicio de las demandas
del mercado. Heteronomía del saber. Hacia eso vamos.
Si no, tiempo al tiempo.
4. Importar el modelo bilingüe de Madrid. Razón
aparente: sacar a España, enarbolando la bandera.
de su ancestral pasividad en el aprendizaje de idiomas.
Razón de fondo y real: preparar a los españolitos
para el mercado globalizado, que exigirá el inglés.
Sumisión al imperio anglosajón. ¿Por
qué no vuelve la mirada España, por ejemplo,
a sus hermanos latinoamericanos? No le interesan los más
pobres. Hay que estar con los ricos. España sin
camino propio, específico, abierta a lo que la
rodea: latinoamérica, áfrica...España
de rodillas, fusionada hasta el abrazo pseudofraternal
con los poderosos. La España de antaño:
la inclemente, la ciega y la borrega.
5. Imposición de un modelo de selección
que prime a los mejores académicos y que premie
la capacidad y el mérito. Vamos a ver, que ya tiene
uno experiencia en esto, hombre. Si la razón que
predominase fuese la "autónoma", pues
boca cerrada. Claro que hay que primar capacidad y mérito.
Pero como la razón que predomina hoy es la estratégica,
lo que se va a primar es al "mejor" en formación
técnico-instrumental, al más SUMISO respecto
a las prescripciones ministeriales (tipo de proyectos
a seguir, tema del proyecto, tipo de revistas, tema, etc.)
y al que tiene más capacidad de estrategia, lo
suficiente como para dedicar (como hacen muchos hoy) su
vida académica entera a maximizar los instrumentos
de empoderamiento y de autopromoción que le ofrece
el Estado (relaciones de amiguismo, acuerdos estratégicos,
vida de espectáculo, etc. etc.). Si hoy ya se ve
a todos estos SUMISOS pegados siempre a un ordenador leyendo
tochos de instrucciones para solicitar esto y aquello.....
Lo que hace falta es trabajar. En ciencias, investigando
de modo que el timón lo lleve la curiosidad y la
admiración por nuevos problemas; en humanaidades,
por eso mismo y, además, leyendo y estudiando como
un burro, pues caminamos a hombros de gigantes. Eso es
calidad. Pero el que hoy (y más en el tiempo que
se avecina) haga esto último, ése, ese está
acabado en su reconociento académico: necesita
de la soledad y del "tiempo de pensamiento".
Quedará al margen del ajetreo pidecosas, relacionacon
y rellenapapelesmil. Cavará su fosa.
6. Internacionalización de las universidades, de
los alumnos y sus profesores en base a la excelencia.
Es una intensificación de lo que se ha dicho respecto
a 5. No basta la estrategia o la racionalidad instrumental
en un solo país. Es más rentable en el medium
de la globalización que, como se sabe, es económica
y de ningún modo sapiencial.
Occidente está enfermo. Hay que decirlo una y otra
vez. Enfermo porque está vacío. Le faltan
metas y valores elevados, independientes de ese único
prócer que es el capitalismo convertido en forma
de vida. Y como está vacío, necesita "llenarse"
continuamente de nuevas "medidas", para darse
a sí mismo la impresión de que está
recortando terreno al desierto. Ficcionalización
del mundo. Un ajetreo que no cambia nada: organización
del vacío.
Caosmos
y 15M
24-Octubre-2011
"Kosmos"
significa para los griegos (y, por tanto, para nuestro
inconsciente colectivo) un orden impoluto, armónico,
centrado, unitario y eterno. Caos, realidad sin ley o
norma. Caosmos es un término que le gusta a Deleuze.
A mí también. Ni Kosmos ni Caos, sino un
Caos del cual surge un orden espontáneo. Caóticos
son los encuentros entre afecciones, porque se deben más
al azar que a un principio determinante. Caóticos
son los encuentros entre encuentros y los encuentros entre
encuentros que se han generado por encuentros. Imagínese
esto ad infinitum y en un mundo social en movimiento.
Pues bien, eso es un rizoma. Pero del rizoma, de los encuentros
entre encuentros que han sido producidos por encuentros......ad
infinitum, surge un orden espontáneo. Por ejemplo,
un bar castizo andaluz. Desde fuera parece un Caos, pero
no lo es. Un cientificista diría que en el fondo
hay leyes (psicológicas, sociales, etc.) que rigen
en la sombra. Falso. Es un caosmos.
Pues bien, el 15 M es un caosmos. Y esa es su fuerza,
su gracia y su salero. Made in Spain. Lo que nos piden:
Kosmos. Nuestro riesgo interno: Caos.
Indignación
y hacerse a sí mismo
16-Octubre-2011
Uno de los sentidos de la indignación. Indignado
es el que se agita y protesta porque se le ha robado la
dignidad. "Dignidad" tiene mil sentidos en la
historia de las ideas, pero el que sigue es magnífico:
la dignidad es la libertad para hacerse. Ser como hacer
por ser. Esta sociedad nos roba la indefinición que
es necesaria para hacerse con responsabilidad: nos obliga
ya a una forma determinada. Ay, qué palabras las
de Mirándola:
«Acabada su obra, el gran Artífice andaba buscando
alquien que pudiera apreciar el sentido de tan gran maravilla,
que amara su belleza y se extasiara ante tanta grandeza
(…). Por eso, una vez acabada la obra (…) pensó
en crear al hombre. No había ya arquetipo sobre el
que forjar una nueva raza, ni más tesoros que legar
como herencia a la nueva criatura. (…) En consecuencia
dio al hombre una forma indeterminada, lo situó en
el centro del mundo y le habló así: ‘Oh
Adán: no te
he dado ningún puesto fijo, ni una imagen peculiar,
ni un empleo determinado.
(…) A los demás les he prescrito una naturaleza
regida por ciertas leyes. Tú marcaras tu naturaleza
según la libertad que te entregué, pues no
estás sometido a cauce angosto alguno. (…)
No te hice celeste ni terrestre, ni mortal ni inmortal.
Tú mismo te has de forjar la forma que prefieras
para ti, pues eres el árbitro de tu honor, su modelador
y diseñador. Con tu decisión puedes rebajarte
hasta igualarte con los brutos, y puedes levantarte hasta
las cosas divinas»
(Pico de la Mirándola, G., «Discurso sobre
la dignidad del hombre», en Santidrián, P.R.
(comp.), Humanismo y Renacimiento, Madrid, Alianza,
1994, pp. 121-153, p. 122-3)
"Indígnate" significa, según esto,
algo así: "No permitas que te den una forma
preestablecida. Busca las condiciones para la mayor hazaña
posible en el ser humano, a saber, atreverse (sosteniéndose
sobre la nada) a hacerse a sí mismo con coraje y
valentía"
Melancolía
e impotencia del pensamiento ante los poderes del mundo
presente
14-Octubre-2011
Hace mucho tiempo, en 1951, Heidegger y Ortega se encontraron
en Darmstadt, en un congreso sobre el hombre y el espacio,
organizado sobre todo en una esfera intelectual de artistas
y, en especial, arquitectos. Tras la intervención
de Heidegger, un gran arquitecto que allí se encontraba
presente, expresando el sentir general del público,
le dijo (utilizando un ágil juego de lenguaje)
que era pésimo que, en temas arquitectónicos,
se introdujese un Denker (pensador), pues al hacerlo sólo
llega a ser un Zerdenker (despensador, desorientador,
que importuna, que zarandea). Heidegger se sumió
en el silencio. Ortega intervino a continuación.
Antes de pronunciar su conferencia, se hizo esperar, mirando
directamente al auditorio, con tono franco y melancólico,
con el alma en vilo, y comenzó diciendo que el
buen dios, después de poner a todos los animales
sobre la tierra, creó, el último día,
al Zerdenker, con el fin de que no dejase tranquilos a
los demás animales y para que éstos no se
durmiesen constantemente. Una tarde del congreso, Heidegger
y Ortega se encontraron en una velada de cierre, en honor
a los asistentes. Heidegger se acercó a Ortega
para hablar con él y, de paso, agradecerle aquella
salida ingeniosa en su defensa. El propio Heidegger recuerda
que vio a Ortega completamente solo, sentado en una glorieta,
con un vaso de vino en la mano y con su gran sombrero
sobre la cabeza. Recuerda también Heidegger que,
al acercarse y hablar con él, comprobó que
Ortega estaba profundamente deprimido. Le impresionó
la enorme tristeza que irradiaban sus ojos y el aspecto
gris que envolvía a su figura. Dice Heidegger que
pocas veces se sintió tan impresionado por la contemplación
de una tristeza tan rotunda. Le preguntó a Ortega
qué cosa, además del incidente, lo tenía
tan desesperado. Le contestó que no era el incidente
en sí, sino lo que éste presuponía:
Ortega estaba profundamente apenado por «la impotencia
del pensar frente a los poderes del mundo presente»
[Debo esta información al Prf. Pedro Cerezo Galán].
Me gustaría imaginar algunas palabras más
de aquél contexto. No descarto que dijera Ortega
que el pensador se encuentra trágicamente solo
en este mundo, y que esa tristeza que tenía es
la forma en la que el alma se expresa cuando el mundo
se cierra: una profunda melancolía, en la que se
mezclan la soledad más grande y el rumor profundo
de una esperanza en el por-venir. Quiero creer que añadiría,
finalmente, que sin semejante tristeza, que zarandea al
cuerpo y al alma de vez en cuando, no habría tampoco
una posibilidad verdadera para la serena esperanza del
pensamiento.He narrado este suceso al final, no sólo
con el fin de animar a reconocer la necesidad de una alianza
entre la melancolía que produce la impotencia y
la esperanza que nos puede llevar más allá
de lo presente. Lo he narrado también porque estoy
convencido de que lo que pongo en boca de un pensador
español expresa, de alguna manera, lo que el mundo
latinoamericano entero lleva en su entraña, en
la de sus hombres y mujeres, poetas, escritores, pensadores.
Tal vez haya llegado el momento de que la comunidad iberoamericana,
unida por la lengua, pero, más profundamente, por
este anudamiento entre melancolía y coraje que
habita en su alma desgarrada, haga valer su voz en el
mundo y ensaye el esfuerzo conjunto por hacer una nueva
tierra.
Extracto de mi artículo
«Ficcionalización
del mundo. Aportaciones para una crítica de patologías
sociales», Revista de Filosofía Universidad
de Costa Rica, XLV (115/116), 57-69, Mayo-Diciembre 2007
Recordando
infamias ocurridas en el verano. Sobre Papa y mamá
6-septiembre-2011
Los sucesos pasan. Los acontecimientos permanecen. Pasó
la visita del Papa, pero permanece lo que destapó,
un acontecimiento hiriente. A ver. ¿Cómo
es posible que lo que ha dado Kant a nuestra cultura permanezca
olvidado? Fe y razón no son enemigas, pero a condición
de que cada una se mantenga en sus límites. ¿Acaso
la razón recrimina a la fe? ¿Es que no reconoce
la razón que existe un espacio de creencia, no
susceptible de ser fundado racionalmente, pero legítimo
en el plano íntimo o privado? Conozco creyentes
católicos a los que escucho con respeto, a pesar
de que no comparto sus sentimientos religiosos, porque
no cruzan la línea. Y es que el ser religioso no
es nada depravado. La existencia de Dios ni puede ser
probada racionalmente ni refutada. Su afirmación
depende de un acto, en último término, de
la voluntad desnuda, es una decisión "más
allá" de lo racional. Afirmarse ateo es lo
inverso, ingenuidad de creer disponer de una demostración
de inexistencia. Pero esto no lo respeta esa negra dama,
la Iglesia. ¿Cómo soportar que el Jefe de
un Estado, el Vaticano, filósofo además
de teólogo, oponga al "relativismo" y
a la "mediocridad" la radicalidad de la entrega
a la fe? (discurso ante las religiosas) ¿Pero qué
dice este señor? ¿Relativismo? ¡Claro
que ese peligro se extiende por doquier! Pero para afrontarlo
no se necesita de ninguna trascendencia, sino de una ética
inmanente, surgida del pensamiento autónomo. ¿Mediocridad?
¡Cielo Santo (nunca mejor dicho), así que
el hombre de razón debe respetar al creyente, mientras
este último ha de mirar al primero por encima del
hombro! ¡Hierve la sangre cuando se analiza esto!
A la consejera de Educación le dice que es "molto
importante" que los padres puedan elegir el colegio
donde estudian sus hijos. ¿Piensa que no captamos
el mensaje? ¿Cree que no leemos lo que ahí
se dice subliminalmente, a saber, que es buena la proliferación
de instituciones donde la enseñanza religiosa es
ineludible para un niño, todavía sin criterio
para decidir, en detrimento de una educación pública
donde el "hecho religioso" sea estudiado como
eso, como un fenómeno humano y no como una verdad
incontestable? ¿Cree que somos tontos o qué?
"No paséis de largo ante el sufrimiento humano",
dice el Pontífice a sus lacayos. Pero, ¿no
iba por 20.000 la cifra de muertos en Somalia por falta
de agua y de comida? ¿Cree este tipo que el sufrimiento
humano se genera por carencia de fe? ¿Cree que
con la fe y el rezo a medialuz puede organizarse una acción
de la ONU para evitar la catástrofe de tales hambrunas?
¡Viene a España y es incapaz de hablar como
el salvaje, el piel roja, es decir, de verdad, señalando
a los poderes políticos, económicos, financieros,
como clave de nuestros males! ¿Aludió al
neoliberalismo y a la necesidad de un cambio estructural
en los poderes que gobiernan el mundo? No, a ningún
poderoso quiso ofender. Habla de excesivo consumismo,
pero no remite ese fenómeno a las leyes del capital,
sino a un mal hábito, ni advierte sobre la desidia
de los gobernantes y su pusilanimidad para hacer frente
a esa fuerza ciega. Mientras, dos monjas regañan
a una chica en sostén (abrumada por el calor) y
se producen excesos policiales contra laicos que se manifiestan
con todo su derecho, laicos, por cierto, a los que tilda
el cardenal Rouco de torpes o algo así. Inconcebible.
¡Hierve la sangre! ¿Y qué propone,
en qué insiste? En cosas tales como advertencias
contra las "falsas promesas de un estilo de vida
sin Dios" y la necesaria "mansedumbre"
(discurso en la famosa explanada). ¿Cree que no
sabemos interpretar? Pero si no hay que ser un genio:
quiere decir que no es de recibo un estilo de vida que
no tenga por norte al catolicismo, eso quiere decir. ¿Mansedumbre,
dice? ¡¿Mansedumbre ante el mundo que nos
rodea?! Vamos a verrrrrrrr, que una cosa es pacifismo
y otra mansedumbre, señor Ratzinger. Para ser un
verdadero pacifista hay que tener espíritu indómito.
De la mansedumbre sólo viene la devoción
a un poder superior, la esclavitud de espíritu,
la resignación...la estupidez. Dice, en ese mismo
discurso, que es fundamental la inserción en parroquias,
comunidades y movimientos (ya te entendemos, D. Papa:
Opus Dei, Kikos, Legionarios de Cristo....¿O crees
que somos imbéciles?). Y todo ello en un contexto
en el que asisten beatamente todos los Aznares y todo
el séquito de banqueros...
A ver, resumiendo. 1) Artículo 16.3 de la Constitución:
"ninguna confesión tendrá carácter
estatal". Pues lo que se hizo es anticonstitucional.
Porque ofrecer apoyo y financiación estatal a una
confesión, como la católica, impulsar, incentivar
públicamente esa confesión, va más
allá del respeto a una fe. España no es,
en el fondo, aconfesional. Lo dirá su Carta Magna,
pero no el magno testimonio de quienes presuntamente la
defienden. 2) Tratar de "paletos" (ya me he
acordado de la palabreja de Rouco) a los indignados, pedirles
la mansedumbre y encima darle de ciporrazos en la Plaza
del Sol....eso no tiene "perdón de Dios",
para hablar en su lenguaje. Eso es dar la espalda a los
que están despiertos mientras se canta dulcemente
con los que no quieren abrir los ojos (¿o es que
los fieles que vinieron son unos cualquiera? ¿No
tienen pasta para comprar vuelos, o instituciones que
se los paguen? ¿Va a venir un famélico africanillo,
sea un poner?)
No hablemos de la reforma de la Constitución. Tiene
tela. Es que se queda uno ya descorazonado. ¿Estos
tipos también se creen que somos imbéciles?
¿Creen que nos van a convencer de que es una medida
libre y necesaria? Pues no, no es libre, porque procede
de una orden del eje francogermano. Y puesto que no es
libre, no resulta necesaria. ¿Cómo entender
que España se arrodille de esta forma? ¿Por
qué no mira hacia otro lado, hacia hermanos de
verdad, hacia el mundo latinoamericano? ¿Por qué
no se atreve a decir "no" a las imposiciones
de un mercado implacable y de una política neoliberal
que saca pingües beneficios de la deuda de otros?
¿Son esos los hermanos? Mejor parar aquí
ya, que todos lo sabemos. Es sólo por desahogo.
Maldita seaaaaaaa
Entre papa Ratzinger y mamá Merkel se celebran
bodas a hurtadillas.
Doble
vía del 15 M: lo concreto y lo universal
10-Octubre-2011
Estamos
asistiendo a una revitalización del 15 M, cuyo
fuego inicial se ve azuzado ahora por las frías
expectativas de nuestras próximas elecciones generales
y de la intensificación de la crisis a nivel mundial.
Se aproximan momentos de multitudinarias manifestaciones
y acciones en general. Las propuestas que siguen son,
quizás, a estas alturas, excesivamente simples,
pues la complejidad de lo que nos espera necesitará
reflexiones más compactas. Pero quisiera expresarlas
con el deseo de compartir ideas en este espacio común
que ya se gestó y que sigue adelante. Abandono
por ahora un análisis filosófico o político
"de profundis". Se trata de intuiciones al desnudo,
sin cobertura teórica, que quizás todo el
mundo sabe, pero que creo pertinente subrayar (y ante
todo, sólo como sugerencias completamente falibles):
DOBLE VÍA DEL 15M. Desde que comenzó este
proceso de manifestación pública de la indignación,
se trenzaron reinvicaciones o protestas de carácter
concreto con otras de índole global. Las primeras
se relacionan con la situación específica
de nuestra política española, orientadas
a temas como la falacia de nuestra democracia, poco o
nada representativa de los ciudadanos, la extensión
de la corrupción y las tomas de posición,
por parte de los que nos gobiernan, sumisas a presiones
del eje franco-alemán. Las segundas se relacionan
con la situación de occidente en general (e indirectamente,
del planeta en su totalidad), dirigidas, sobre todo, contra
la intensificación del neoliberalismo y el gobierno
de los mercados. Creo que en las circunstancias actuales
habría que continuar con este trenzado de las dos
vías, pero subrayando mucho más que nunca
la segunda o, dicho de otro modo, dejando a la segunda
el protagonismo, de forma que la primera se vea arrastrada
por la fuerza y universalidad de ésta. Dos cauces,
pues:
a) Reivindicaciones y protestas "concretas",
que alcancen a lo puramente visible, es decir, decisiones
precisas de partidos políticos, estados de nuestros
sistemas educativo, sanitario, etc.
b) Reivindicaciones y protestas "globales",
capaces de fundar estas primeras en el "desenmascaramiento"
de mecanismos ciegos en invisibles que gobiernan el curso
de los acontecimientos en nuestro tiempo. Estas segundas
deberían incluir, a mi juicio, dos niveles:
b.1.) Nivel político-económico. Se trata
del problema del neoliberalismo en su extensión
globalizada. El capitalismo hoy se extiende de forma reticular,
adaptándose con absoluta flexibilidad a los cambios
sociales, arraigando en contextos sociales diferentes,
articulándose en la diversidad de las culturas
y mostrándose muy hábil en deglutir toda
posición excéntrica, crítica, en
su protéico desarrollo. El neoliberalismo a ultranza
es la voz de este silencioso proceso del capital (su expresión
en los poderes de la banca, de la especulación
bursátil, etc.). Estos procesos no pueden ser reformados,
sino revolucionados cualitativamente. No, porque poseen
sus propias leyes inerciales, independizadas hoy de las
voluntades individuales y de los poderes estatales. Por
eso, sólo pueden ser doblegados mediante una voluntad
supraindividual y supranacional, por el todo mayor que
la suma de sus partes, es decir, por la humanidad en cuanto
tal. Apelar a una solución en este campo es apelar
al nacimiento de un hombre nuevo, de una cultura global
inédita, de una tierra por-venir. La respuesta
del poder será siempre, más o menos, esta:
"dadme otro modelo y entonces hablamos". La
réplica tendría que ser de la siguiente
guisa: "no lo tenemos, pues surgirá, en estado
naciente, cuando se produzcan vínculos fidedignos
de carácter mundial; el hecho de no tener una alternativa
clara al capitalismo y al neoliberalismo es fuente de
autojustificaciones infames del poder; el criterio de
lucha es "negativo", es decir, ligado a la eliminación
de este proceso ciego; en el curso de su desintegración,
confiamos en que la creatividad humana dejará nacer,
desde sí misma, la solución"; no nos
vengan, pues, con esas.
b.2. Nivel vital o existencial. Occidente está
enfermo. El proceso del capital y del neoliberalismo se
ve acompañado por otros procesos, también
ciegos, que constituyen su otra cara, su envés
y que han dado lugar a un nuevo "malestar en la cultura":
nihilismo negativo, degeneración de la razón
en racionalización estratégico-instrumental,
decrepitud de las fuerzas creativas en el plano micrológico,
etc., todo lo cual conduce a una existencia en el vacío.
Estos procesos tampoco admiten reformas, sino revolución.
Y, del mismo modo que en el caso b.1., exige la generación
de una conciencia global, del todo mayor que la suma de
sus partes.
La vía 2 es desmesurada. Pero el ser humano es
el ser que emprende batallas desmesuradas. No es posible
esperar de ella resultados inmediatos, tal vez tampoco
resultados que podamos ver antes de morir. Pero sin apelar
a ella, las cuestiones relativas a la vía 1 quedarán
diseminadas, sin cobertura ideal, moral, utópica
alguna. Se dejarán conducir por las coyunturas
específicas de este o aquel momento, sin un motor
oscuro de fondo. Claro que hay que ir a lo concreto (estas
dos vías han de trenzarse), claro que hay que proponer
cosas concretas, por supuesto. Pero creo que esta vía
de lo concreto, a solas, se convertiría en inocua
a la larga. Además, puede convertirse en un modo
de clausura y muerte del 15M. Esa avidez por "ir
a lo concreto" honró al 15 M. Pero habrá
un momento en que se vuelva contra él si no se
sostiene sobre la base de la vía 2. Y ésta
segunda no necesita tantas discusiones y reuniones. Necesita
ser expresada en lemas concisos, breves, tan directos
y claros como una flecha, de una manera constante, como
rumor contínuo y de fondo que, por ser susceptible
de simbolizarse en cinco o seis palabras, adquiera el
poder de adhesión de millones de personas de todo
el mundo. Los pensamientos profundos, decía un
filósofo que no viene al caso mencionar ahora,
caminan con patas de paloma.
Acampadas
15M y necesidad de rituales
2-junio-2011
Muchos empiezan a decir que el espíritu inicial
de las acampadas empieza a convertirse, en algunas partes
y en algunos momentos, en algo pintoresco (Taichí,
teatro surrealista, etc). Y se ve eso como síntoma
de laxitud o de veleidad. No estoy de acuerdo con esas
opiniones, aunque estén animadas por el deseo de
que todo prosiga y no se detenga ahora. Es lógico
que la gente esté cansada. Con el cansancio empieza
la dispersión. Y yo creo que no hay grupo humano
que se sostenga en el tiempo sin rituales. Desde que el
ser humano bajó de los árboles necesitó
rituales, que sirven tanto de "catharsis" como
de medio "entre" unos y otros capaz de vehicular
emociones. Me da igual que sea Taichí o como se
llame, pero si bien es cierto que es absolutamente necesario
mantener la cabeza concentrada en propuestas, también
lo es que la cabeza no funciona sin las entrañas.
Y los seres humanos empiezan a compartir entrañas
no por propuestas concretas, sino por símbolos,
rituales, acciones de horda o tribu que sirven para recordar
precisamente que "hay" un grupo, que el grupo
"es" y que "está ahí"
por encima o por debajo de los individuos y de la suma
de todos ellos. Yo he escuchado ya tantas propuestas concretas
y tantas reflexiones que en algún momento me he
dicho "pero si es que parece esto ya un conjunto
de cerebros en una cubeta y sin cuerpo". Juanma Latorre
se refirió ayer, en su intervención en Granada,
a la 6,30, en ciencias, a Spinoza y las pasiones. Es fundamental
esa referencia. Lo que mantiene unidos a los hombres son
ideas que están alimentadas por emociones o emociones
que poseen la lucidez de ideas. Son dos caras de una misma
moneda. A este movimiento le va faltando un ritual a lo
grande para reunificarse y cobrar aliento. PENSAMIENTO
Y FIESTA siempre han ido unidos en los pueblos más
creativos. La seriedad ABSOLUTA es un problema de Occidente.
M. Weber lo llamó "racionalización
del mundo del mundo de la vida" un fenómeno
que produce como efecto un "desencantamiento del
mundo". Es genial ese diagnóstico del sociólogo.
Ni dejarse lllevar inercialmente por el "mito"
que produce "encantamiento en la vida", ni desarraigar
la reflexión del suelo nutricio de una vida que
conserva su encantamiento. No somos sólo "racionales",
somos "animales racionales". No somos sólo
cabezas dentro de una máquina (como pensaba Descartes),
sino ante todo cuerpos pensantes y pensamiento corporeizado.
Algunos
datos sobre el "malestar en la cultura"
29-julio-2011
A quien interese, he aquí algunos datos que he
recopilado sobre el aumento del malestar psicológico
en nuestra cultura, Occidente. Habría muchos más,
por supuesto. Es sólo una muestra para invitar
a reflexionar sobre el hecho de que nuestra crisis, además
de política es CULTURAL. Política y modo
de vida están unidos. Nuestro modo de vida es enfermizo
(me refiero ante todo, como digo, a Occidente)
Dejemos a un lado ahora, por no meternos en profundidades
intelectuales, el gran problema "¿Qué
es una "enfermedad mental"?. Dejemos de lado
también la realidad de que el par "sano-enfermo"
es creado socialmente y puede variar en la historia. Dejemos
también a un lado que (esto a lo mejor no lo piensan
muchos, pero yo sí) que muchas formas que son tratadas
como "trastornos mentales" o "locura"
son, en el fondo, lucidez o exceso de lucidez. El caso
es que no parece baladí que esté creciendo
a ritmo espeluznante un "malestar", solapado
o expreso, en nuestra forma occidental de experimentar
la vida y de organizar nuestra existencia.
1. PASO 1. TRASTORNOS MENTALES Y CONDUCTUALES EN LA ACTUALIDAD
(Vamos, de lo más habitual)
1.1. Datos sobre el aumento de los trastornos de conducta
Los trastornos mentales y conductuales son frecuentes:
más del 25% de la población los padece en
algún momento de la vida. Tienen un impacto económico
sobre las sociedades y sobre la calidad de vida de los
individuos y las familias.
Los trastornos mentales y conductuales afectan en un momento
dado al 10% de la población adulta proximadamente.
Alrededor del 20% de todos los pacientes atendidos por
profesionales de atención primaria padecen uno
o más trastornos mentales. En una de cada cuatro
familias, al menos uno de sus miembros puede sufrir un
trastorno mental o del comportamiento.
Se ha estimado que, en 1990, los trastornos mentales y
neurológicos eran responsables del 10% de los AVAD[1]
totales perdidos por todas las enfermedades y lesiones.
En 2000 ese porcentaje había aumentado al 12%,
y se prevé que llegará hasta el 15% en 2020.
Los más frecuentes, responsables por lo general
de discapacidades importantes, son los trastornos depresivos,
los debidos al uso de sustancias psicoactivas, la esquizofrenia,
la epilepsia, la enfermedad de Alzheimer, el retraso mental
y los trastornos de la infancia y la adolescencia.
Los factores asociados a la prevalencia, la aparición
y la evolución de los trastornos mentales y conductuales
son, entre los más graves, la pobreza y los conflictos.
Más información:
http://www.who.int/whr/2001/en/whr01_ch2_es.pdf
1.2. Nuestro mundo desarrollado, industrializado: causa
del aumento de patologías conductuales y psicológicas
Estudios de especialistas ponen de manifiesto que nuestro
mundo (occidental) desarrollado es germen de patologías,
de modo creciente, debido a nuestro modo de producción
y al industrialismo. Y ello hasta el punto de que «el
predominio de la industria en pequeña escala en
los países en desarrollo puede hacer que el medio
psicosocial laboral sea en conjunto mejor que en los países
muy industrializados» (Raija Kalimo/Mostafa A./
El-Batawi/ Cary L. Cooper, compiladores, Los factores
psicosociales en el trabajo, Organización Mundial
de la Salud, 1988, página 16). Enlace:
http://whqlibdoc.who.int/publications/1988/9243561022_spa.pdf
1.3. Cambio climático y su influjo en la salud
humana (física y psicológica). Datos
de la OMS
http://www.who.int/globalchange/publications/en/Spanishsummary.pdf
2. PASO 2. TRASTORNOS COMO SENTIMIENTO DE "VACÍO
EXISTENCIAL" (El término es mío, pero
creo que responde a la realidad de los datos)
2.1. Datos OMS, 2002
Según la Organización Mundialde la Salud,
ya en su 55ª Asamblea del 2002, la depresión
es la principal causa actual de discapacidad. Más
de 120 millones de personas la sufren. Según las
expectativas, una de cada cinco llegará a desarrollar
un cuadro depresivo en su vida. En Europa un 14% de la
población, junto a un 16% que padecerá trastornos
graves de ansiedad. Cada año se suicidan 800.000
personas. En España es un problema de salud pública
y afecta a poco menos porcentaje de población que
en otros países de nuestro entorno, como Alemania
(10%), el Reino Unido e Irlanda (17% y 12% respectivamente)
o Francia (18%). En Estados Unidos estos trastornos
afectan aproximadamente a 19 millones de adultos. Los
costes anuales que allí suponen estas enfermedades
absorben el 2,5% del producto nacional bruto (es decir,
148.000 millones de dólares).
A menudo se trata a estas enfermedades de un modo ambiguo,
como enfermedades que no poseen una causa concreta y que
escapan a las tipologías establecidas. Se diría
que son «enfermedades del vacío», porque
la mayoría de ellas se expresa en personas que
no poseen problemas objetivos aparentes, que tienen su
vida bastente arreglada, viven "bien" y, sin
embargo, manifiestan sentirse vacías.
Mesas redondas Ministeriales en la OMS elaboran con ahínco
un programa quinquenal de apoyo a los Estados Miembros
encaminado a mejorar su capacidad para reducir la carga
que suponen los trastornos mentales y promover la salud
mental (nótese: para reducir la carga económica).
¿Se exagera? ¿Se trata sólo de problemas
siempre presentes a los que hoy se les presta más
atención? Muchos informes, como el del equipo de
Michelle E. Kruijshaar (Boletín OMS, 83, 6, junio-2005,
pp. 443-448) comprueban, con
asombro, que no se ha sobreestimado y que, incluso, muchas
comunidades ocultan cifras considerándolas índice
de casos leves.
2.2. Paréntesis. Un fenómeno curioso para
descansar y recrearse. Fumar, efecto del vacío
existencial
El Dr. BURGOS (Puerto Rico) informa que los esfuerzos
por erradicar la adicción al tabaco, con todos
los métodos tradicionales, incluso los educativos,
no han tenido éxito. Esto indica —a su juicio—
que el problema del tabaquismo va más allá
del ámbito de la salud y de la alianza estratégica
entre los ministerios de salud y educación.
En consecuencia, es necesario cambiar de estrategia y
estudiar las determinaciones sociales y psicológicas
de la adicción en el contexto del vacío
existencial característico del materialista mundo
contemporáneo, recurriendo a
las universidades y consultando a filósofos, sociólogos
y psicólogos del comportamiento. Ver 25th Pan American
Sanitary Conference, Washington, D.C., 21-25 September
1998, página 30:
http://www.paho.org/portuguese/gov/csp/csp25sr8.pdf
3. Para darle vueltas. Creciente índice de suicidio,
¡ante todo en las sociedades más desarrolladas!
OMS, 1999
El suicidio es un fenómeno complejo que ha atraído
la atención de filósofos, teólogos,
médicos, sociólogos y artistas a lo largo
de los siglos. Según el filósofo francés
Albert Camus (El Mito de Sísifo), es el único
problema filosófico serio.
En 1999, la OMS lanzó el programa SUPRE (SUICIDE
PREVENTION); una iniciativa mundial para la prevención
del suicidio. De acuerdo con las estimaciones de la OMS,
es probable que aproximadamente un millón de personas
cometa suicidio en el año 2000. El suicidio está
entre las 10 causas mayores de muerte en cada país,
y una de las tres causas principales de muerte en la franja
de edad entre 15 y 35 años.
En 1998 el suicidio fue responsable del 1,8% del total
de la carga de enfermedades a nivel mundial, variando
entre 2,3% en los países con altos ingresos y 1,7%
en los de ingresos bajos. Esto es igual a la carga debida
a guerras y homicidios, casi el doble de la carga por
diabetes e igual a la carga por asfixia al nacimiento
y trauma.
Más información:
http://www.who.int/mental_health/media/general_physicians_spanish.pdf
[1] Un AVAD puede concebirse como un año de vida
«sana» perdido. Los AVAD de una enfermedad
equivalen a la
suma de los años de vida perdidos por muerte prematura
(APP) en la población y
los años de vida perdidos por discapacidad (APD)
como consecuencia de los casos
incidentes de esa enfermedad. El AVAD es una medida de
la pérdida de salud que amplía
el concepto de los años potenciales de vida perdidos
por muerte prematura (APP)
para abarcar también los años equivalentes
de vida «sana» perdidos en estados
de salud no óptima (discapacidad).
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