|
|
Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo |
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio.
Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar. |
|
|
|
|
|
|
|
|
Subsuelo (2020). Irina Dashkina |
El famoso cuento de Kafka La madriguera, escrito inacabadamente entre 1923 y 1924, proporciona una alegoría muy interesante para aclarar el significado que damos a la organización del vacío, otro fenómeno sutil que se expande en el presente junto a la ya comentada ficcionalización del mundo. En él se narran, en primera persona, las peripecias obsesivas y paranoides de un topo (o un animal parecido) que, asustado por sonidos variables, comienza a protegerse en su madriguera. En la oscuridad de esta se ve llevado a un ajetreado movimiento en el laberinto de galerías donde se refugia: excava una en una dirección, se retracta y comienza otra, de la que parten ramificadamente más, vuelve al punto de partida, recomienza de nuevo, derruye lo ya construido, lo vuelve a elaborar con matices distintos y así sucesivamente. El pequeño animal administra u organiza su madriguera, le ofrece formas, la ordena, pero lo así organizado no avanza en ningún sentido. Permanece en un mismo enclave, sin desarrollar nunca algo a lo que se le pueda llamar «elaboración creativa». Es un dar vueltas y revueltas que no produce nada. Sin embargo, se trata de una actividad y, después de todo, tiene un objeto, a saber, el vacío mismo. Resulta extraño que un vacío pueda ser administrado, organizado, gestionado, pero esto es lo que está empezando a ocurrir realmente en nuestro mundo.
Vale la pena insistir en que la organización del vacío no es meramente una organización "en" vacío, es decir, una actividad que no produce nada. Es algo más. Es algo que se hace con el vacío, una auténtica administración cuyo objeto es el vacío de ser. Y un comportamiento como este está ligado a la agenesia. Como hemos defendido en El ocaso de Occidente, es este el resultado que sobre la civilización está teniendo la expansión de procesos ciegos, de procesos anónimos, automizados de la voluntad humana, tales como el capital, la razón procedimental y el espíritu de cálculo. Estos dinamismos succionan la libertad e impiden lo más propio de una acción libre: su carácter innovador, creador.
«Agenesia» significa «incapacidad para engendrar». Pero lo agenésico no solo es esta incapacidad, sino el portentoso gasto de energia, de actividad, que tal incapacidad hace nacer y que tiene como fín producir la ilusión de que es todo lo contrario, de que constituye una actividad rica, capaz de abrir lo nuevo. De ahí que la organización del vacío y la ficcionalización del mundo vayan unidos. La hiperactividad de este proceso no despliega ningún potencial; y es ficticia porque tiene como meta la ausencia misma de metas.
Semejante dinamismo, y precísamente por estar tan hueco, tiene que darse aires de aventura, incluso de gesta. Pero la organización o gestión del vacío se opone al gestar y a las gestas humanas. Produce movimientos innúmeros que tienen la apariencia de una apertura de nuevas formas de vida y de un nuevo mundo. La persistencia, en efecto, de esa sensación de vacío que el hombre contemporáneo experimenta silenciosamente solo es comparable a la intensidad con la que se ve inducido a creer que pertenece a una etapa civilizacional omnipotente, una etapa que supera los angostos caminos del pasado y que está destinada a transformar técnicamente la faz de la tierra. No hay gesta en ella, no hay épica, sino pura gestión de una carencia. Es un movimiento infecundo, ajetreado en la quietud y activo en la inacción.
|
Desolación. Óscar Botero (2022) |
Cómo confunde el hombre actual la gestión (del vacío) con una gesta es algo que merece ser meditado. Considérese, por ejemplo, si la organización del vacío no es, a pesar de su alarde de invención, puro cálculo impulsivo. El ingenium no utiliza una lógica o una función abstracta; ejerce una imaginación creadora capaz de responder a la realidad problemática, variable y cambiante, razón por la cual se vinculó, ya desde el Renacimiento, a un ars inveniendi, un arte inventivo que permite actuar, por decirlo así, en aguas procelosas. En el Siglo de Oro hispano esta capacidad fue elevada al rango más elevado de la inteligencia práctica. La vemos en esa figura tan particular que es D. Quijote. Este caballero de Triste Figura es la encarnación de un héroe que desafía a la realidad en su totalidad e intenta realizar su propia gesta, generando una disyunción con lo que está destinado como una ley a su alrededor. Lo que para la realidad envolvente es exigible, es para él inadmisible, un espacio recorrido por encantamientos, engaños e injusticias. Lo que para el Caballero de la Triste Figura es ideal, es negado por la realidad con una contundencia lacerante. Entre el padecimiento y la dignidad, el héroe de la Mancha vencía más con su ingenio que con su escasa lógica. Reflexione el lector si la de nuestro arrogante progreso es una épica de ese tipo o si, más bien, tiende a invertirla.
|
|
|
|
|
|