El presente es siempre una incógnita para sí mismo. Precisamente porque nos situamos en él, condiciona nuestras acciones y pensamientos, ocultándose tras ellos. Sin que esta opacidad quede completamente desalojada, vamos adquiriendo la certeza, sin embargo, de que “nosotros”, los que formamos la comunidad occidental actual, somos una vez más barrocos.
El Barroco fue una visión del mundo en la que se desvanecía, sin irse del todo, el kosmos medieval y surgía trémulamente lo que llamamos “modernidad”. Tiempo de brecha, expresó ese tipo de crisis en el que el “todo” ideal parece declinar y la “nada” se vislumbra en su lugar. Ligó significaciones opuestas: unidad y pluralidad, identidad y diferencia, infinito y finitud. Y en este sentido, lo barroco no pasó: fue la experiencia y conceptualización de la brecha misma de los tiempos, alcanzando así un rango intemporal, al modo en que D. Quijote y Sancho hacen del paso entre lugar y lugar el tema perenne de la vida y se constituyen, ellos mismos, en un prototípico entredós.
Nuestro presente es también un tiempo de brecha. Su signo es el de una crisis en la que los grandes fundamentos se esfumaron y el advenir se torna impreciso. La Verdad, como dijera Gracián, parece haber huido, dejando en su lugar a la vida en escena o de sueño que Calderón describió. Si somos “modernos” o no es algo que ya no podemos valorar comparándonos exclusivamente con la autoconciencia cartesiana, la Revolución Científica y la idea ilustrada de Progreso. No podemos dejar de reconocernos en esta modernidad-otra del Barroco, que durante mucho tiempo pareció eclipsada por la anterior y cuyo sino nos alcanza.
El Encuentro que sobre esta cuestión reúne en Granada a estudiosos de diversos países se realiza en colaboración con las VII Jornadas Internacionales de Hermenéutica de la Universidad de Buenos Aires.
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