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La Guerra de la Palabra
Ladrones de palabra
Julio Ruiz Ruiz
Durante los años de la transición,
los recién convertidos a la democracia que fundaban un partido político
podrían dudar con qué nombre inscribirlo; pero no dudaban acerca de que
utilizarían las palabras demócrata o democracia o
democrático (en el caso de los sindicatos, la palabra inevitable era
independiente). Hago un repaso, confiado en mi memoria, y podría dividir
en dos grupos los partidos políticos de la época: si tienen la palabra
democracia o derivados, sus fundadores no habían luchado para conseguir
la libertad y la democracia, más bien habían estado al calorcito de la
dictadura y/o la habían defendido colaborando con ella; en el otro grupo
estaban los demás. Es cierto que algunos no querían la democracia ni en el
nombre de su partido político, así que retorcieron el vocabulario y
colocaron, junto a su alianza de ministros de la dictadura, la palabra
popular.
Se decía entonces que algunos habían salido de la
cárcel y otros de debajo de las piedras. Algunos más, añado yo, siguieron
donde habían estado siempre. Y siguen, porque a algunas familias les gustaba
mantener las tradiciones.
Cuando hablabas con uno de estos demócratas de toda la
vida o con los populares aliados, siempre te quedabas con la desazón de que
te habían robado medio vocabulario. Ya se sabe lo extremista que es la fe
del converso, pero una cosa es que se proclamaran campeones de la democracia
y de todos los derechos civiles que acababan de aprender y otra que te
arrebataran las palabras que tantos padecimientos te había costado defender.
Últimamente, no es que me sienta robado, me siento
saqueado y asqueado, si me permiten el juego de palabras. Tras oír el martes
18 [de Marzo de 2003] al presidente Aznar en el Parlamento, me quedé sin
palabras. Mudo y apaleado, porque esta banda de ladrones de palabras no sólo
te roban sino que se hartan de lucir ante tus ojos el botín y pisotean con
saña nuestro pequeño tesoro.
Cierto es que no nos debería sorprender. En el último año, Aznar & Cía han
estado de correría sin parar. Quisieron arrebatarnos los derechos laborales
con aquel decretazo que convertimos en el más efímero que se recuerda;
saltearon la calidad de la enseñanza con una ley que restringe derechos;
estafaron a Galicia (y al resto de España) al estilo trilero: aquí no está
el Prestige y ahora sí está; la catástrofe no es, pero va siendo, y las
ayudas son pero ojo con el quejoso.
En su última correría, el presidente del Gobierno
español y el Partido Popular se han puesto al servicio del Señor de la
Guerra y de la Muerte.
Malvenden los pueblos de Rota y Morón, cediendo las
tierras, el aire y el mar que no les pertenecen. Nos timan a los andaluces
(¡otra vez!) con palabrería leguleya al justificar el uso de las bases
militares por un país en guerra preventiva con otro. Andalucía acoge, contra
su voluntad, a los soldados de la política del odio y del terror.
¿Justificarían esos mismos, con más palabrería, un ataque defensivo del país
invadido y bombardeado?
Nos roban y destrozan a cañonazos la palabra Paz.
Usurpan la ayuda humanitaria con barcos de guerra y con aviones de guerra.
Nos despojan de los artículos de la Constitución que establecen el
procedimiento formal de declaración de guerra y sus consecuencias
constitucionales - y es como si nos desvalijaran la Constitución - y lo
tapan con tiritas y vendas para el pueblo iraquí. Malversan los
derechos de ciudadanía para someternos al vasallaje de un Señor de la Guerra
que ni hemos elegido ni podremos hacerlo, nombrado por una minoría de sus
compatriotas y un recuento de votos discutido. No soy la persona más
adecuada para opinar sobre el uso del nombre de dios en vano.
Me quedé el martes tarareando la Marsellesa, al oír ese
himno en las desalojadas tribunas del Parlamento. Hasta tipos como Chirac le
reconcilian a uno con los ideales cívicos de la Revolución Francesa.
Recordemos, recuperemos el espíritu de esa bella
canción, "Que la Guerra no nos sea indiferente, que es un monstruo grande y
pisa fuerte toda la pobre inocencia de las gentes", recuperemos ese espíritu
y no nos quedemos quietos, salgamos y llenemos las plazas y las calles
contra la barbarie y para que se recupere el triunfo de la razón, la
justicia y la civilización, frente a la muerte, la incivilización, la
miseria, el dolor y el odio que representa la guerra. No a la Guerra, no en
mi nombre.
(El País, edición Andalucía,
25/3/03)
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