|
|
|
|
La Guerra de la Palabra
Búsqueda
(Luis García Montero,
El País 5/4/03)
Las palabras se pierden, como las llaves, como
las gafas, como los bolígrafos. En algunas ocasiones aparecen, sorprendidas
en el desorden de las mesas, entre los libros, y los periódicos, entre los
vasos de agua olvidada y los ceniceros. Sólo juegan con nuestra impaciencia,
saltan por la cuerda floja de la cita a la que se llega tarde, del trabajo
que espera, de la voz telefónica que intenta darnos un número o una
dirección. Otras veces se pierden para siempre, hunden sus sílabas en el mar
oscuro de las obsesiones, y ni siquiera puede sacarlas a flote la linterna
silenciosa del psicoanalista.
También hay
ladrones de palabras.
Volvemos a casa y nos damos cuenta de que alguien ha metido la mano en la
conversación y nos ha robado una palabra, como se roba una cartera, o
bajamos a la calle y descubrimos que falta un adjetivo, como faltan un coche
o una bicicleta. Brotan entonces los nervios, que también se pierden o se
roban, maldecimos la mala suerte, nos quejamos del infortunio, y sólo nos
queda la obligación incómoda, pero necesaria, de hacer cola en la comisaría
para cumplir con los trámites de la denuncia. Los ciudadanos guardan cola
delante de los diccionarios para buscar las palabras robadas. Cuando el
policía nos pregunta si estamos seguros del delito, si no puede tratarse de
una simple pérdida, conviene mantener la calma, no ofender a la autoridad o
a los delincuentes. Hay que esforzarse en no envilecer la convivencia.
Llevo días buscando las palabras robadas, imaginando
una posible sustitución de las quejas duras y las maldiciones. Llamar a las
cosas por su nombre es violento cuando se habla de la soga en casa del
ahorcado. Parece lógico que al hombre que apalea a su mujer no le resulte
agradable la palabra maltratador. En un esfuerzo de concordia vecinal o
laboral, podemos aludir al individuo de mano fácil que vive abrumado por los
desarreglos de su vida conyugal. Si al policía que le parte la cabeza a una
muchacha no le gusta la palabra represión, tal vez sea posible comentar las
actuaciones de un profesional que cumple su obligación con una eficacia
honestamente dura. Los asesinos que disparan por la espalda en El País Vasco
quizá prefieran ser caracterizados como nacionalistas de dedo justiciero que
llevan a cabo una misión con daños colaterales, simples carreteras hacia el
futuro con accidentes de tráfico. El gobernante que decreta la invasión de
un país y provoca un sinnúmero de cadáveres quemados no se muestra
partidario de la palabra genocidio, a la que desprecia como una conspiración
contra la estabilidad ciudadana. Posiblemente considere más correcto
presentarse como el depositario de una verdad secreta, el responsable de una
firmeza heroica, el líder que resiste a las presiones de la opinión pública,
luchando en soledad contra la incomprensión y el descrédito callejero.
Sin ánimo de ofender, con ganas de asegurar la
convivencia, llevo días buscando fórmulas alternativas. Asunto difícil, lo
confieso, porque no me valen los eufemismos que van de boca en boca como
monedas falsas. Los afectados deberían poner algo de su parte. Por ejemplo,
los maltratadores podrían dejar de maltratar, los policías dejar de
maltratar, los policías evitar la represión injustificada, los asesinos
olvidarse de las pistolas, los genocidas de los genocidios y los mentirosos
de las mentiras.
|
|
|
|
|