* Doctor en Biología. Instituto de Biotecnología, Universidad de Granada, España
** Doctor en Filosofía. I.B. en Las Palmas, Gran Canaria, España
NOTA: Esta es una versión modificada de un capítulo del volumen 7 de la colección Eirene de la Universidad de Granada, titulado Ciencia, Tecnología y Sociedad. Contribuciones para una cultura de la paz (ed: Rodríguez Alcázar, Medina Doméncech y Sánchez Cazorla) pp. 315-348. Año 1997 (ISBN: 84-338-2370-1). Para más información, consultar http://www.ugr.es/~eirene
Completar este tema con una introducción a la base científica de la Ingeniería Genética vegetal
1. INTRODUCCIÓN
2. EL DEBATE SOBRE LOS RIESGOS ECOLÓGICOS DE LOS ORGANISMOS GENÉTICAMENTE MANIPULADOS
3. SEGURIDAD Y ETIQUETADO DE LOS ALIMENTOS BIOTECNOLÓGICOS
4. ALGUNOS EFECTOS E IMPACTOS DE LA BIOTECNOLOGÍA EN EL SISTEMA PRODUCTIVO
5. BIOTECNOLOGÍA, DESARROLLO SOSTENIBLE Y TERCER MUNDO
5.1. LA BIOTECNOLOGÍA AGRÍCOLA EN LOS PAÍSES EN VÍAS DE DESARROLLO
5.2 LA BIOTECNOLOGÍA ANTE LA PROTECCIÓN DE LA BIODIVERSIDAD Y LAS RELACIONES NORTE-SUR
6. BIBLIOGRAFÍA
Desde el redescubrimiento de las leyes de Mendel a principios de siglo XX la mejora de las plantas de cultivo dejó de ser meramente empírica y se convirtió en científica. Las variedades se seleccionan por ciclos de polinización cruzada (hibridación), escogiendo los ejemplares con las características más apropiadas. Se han ido creando variedades selectas que han terminado desplazando a las antiguas. Posteriormente se introdujo la mecanización en la agricultura, junto con la aplicación de productos químicos (fertilizantes, plaguicidas, herbicidas). La Revolución Verde (años 60), con sus nuevas variedades híbridas y sus prácticas intensivas con abonos y pesticidas llevaron a grandes aumentos de producción en muchos países que antes tenían graves problemas de suministros de alimentos (China, India, partes de Latinoamérica).
Actualmente estamos entrando en una nueva era de la agricultura, de la mano de las nuevas biotecnologías, con un papel central de la genética molecular. Ello se ha debido a un auge espectacular de los conocimientos básicos de biología vegetal y a la aplicación de las técnicas de Ingeniería Genética. A partir de ahora, la "revolución" agrícola va a depender menos de innovaciones mecánicas o químicas, y va a estar basada en un uso intensivo de saber científico y de técnicas moleculares y celulares.
Aunque la biotecnología agropecuaria ha tardado en arrancar (sus primeras aplicaciones han llegado cuando se llevaban varios años de desarrollo de la Ingeniería Genética farmacéutica) sus frutos están empezando a ser espectaculares, y se esperan grandes innovaciones con repercusiones comerciales en los próximos lustros.
Las promesas de la biotecnología agrícola residen en aumentar la productividad y reducir costes, generar innovaciones y mejoras en los alimentos y conducir a prácticas agrícolas más "ecológicas"; contribuir, en suma, a la agricultura sostenible, que utiliza los recursos con respeto al medio ambiente y sin hipotecar a las generaciones futuras. Pero además la manipulación genética de plantas tendrá un impacto en otros sectores productivos: floricultura y jardinería, industria química e industria farmacéutica.
La punta de lanza y parte más espectacular de esta biotecnología es la Ingeniería Genética de plantas: la creación de plantas transgénicas a las que hemos introducido establemente ADN foráneo que puede ser no sólo de origen vegetal, sino de animales o de microorganismos. La biotecnología vegetal es más amplia, e incluye otras técnicas, pero todos estos nuevos métodos a su vez sirven para que los programas tradicionales de mejora genética se realicen más racionalmente, con más efectividad y en menor tiempo.
La obtención de plantas transgénicas depende de la introducción (normalmente en cultivos de tejidos) de ADN foráneo en su genoma, seguido de la regeneración de la planta completa y la subsiguiente expresión de los genes introducidos (transgenes).
Normalmente, para que un transgén pueda funcionar en la planta, hay que efectuar in vitro una "construcción genética artificial": para ello se suele colocar delante de la parte codificadora que nos interesa (la que determina una proteína "ejecutora" de una función determinada) una porción de ADN que permite esa expresión (promotor de la transcripción) en la planta a manipular. Podemos incluso escoger nuestros promotores según nuestros intereses: algunos inducen la expresión en casi todos los tejidos de la planta, de forma continua (constitutiva); en cambio, otros logran que el transgén se exprese sólo en determinados órganos o tejidos, o bajo el efecto inductor de alguna sustancia química.
El florecimiento de la Ingeniería Genética vegetal se debe principalmente a dos grandes avances de la década de los 80: por un lado, protocolos experimentales para la regeneración de plantas completas fértiles a partir de cultivos de células o tejidos in vitro y, por otro, métodos para introducir el ADN exógeno, seguido de su inserción en el genoma y su expresión. Uno de los métodos más empleados para la transgénesis es el uso de vectores genéticos derivados de una bacteria del suelo denominada Agrobacterium tumefaciens, que permite "transportar" la construcción genética de interés al genoma de la planta que se pretende mejorar. Ello se suele realizar con cultivos in vitro de células o tejidos de dicha planta, que posteriormente se manipulan hormonalmente para que regeneren plantas completas fértiles portadoras del ADN introducido (ADN recombinante).
Mediante estas técnicas se han logrado manipulaciones de varias categorías de rasgos de las plantas de cultivo: resistencia a plagas (virus, hongos, insectos, etc.); cualidades del producto, como evitar que se estropee por procesos fisiológicos (control de la maduración de frutos, que permite mayores tiempos de almacenamiento); modificaciones útiles para la industria de elaboración (aumento del contenido de sólidos en el fruto); mejora de las propiedades nutritivas (aumento del contenido de proteínas o aceites, aumento de los niveles de aminoácidos esenciales, etc.).
La Ingeniería Genética vegetal encuentra en el momento actual algunas limitaciones: sólo se puede transferir cada vez un número limitado de genes (uno o dos); algunas de las plantas de cultivo más importante son aún difíciles de transformar; el gen foráneo se integra al azar (y no en lugares predeterminados por el investigador); los genes insertados no suelen expresarse al mismo nivel o pueden tener una expresión limitada; algunos transgenes pueden terminar inactivándose y perdiendo su función.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que esta tecnología aún está en su infancia, y algunos de los problemas que acabamos de citar terminarán por ser solucionados en unos cuantos años. En un futuro se espera ampliar el rango de las manipulaciones, incluyendo procesos complejos influidos por varios genes: resistencia a condiciones adversas (sequías, frío, etc.); mejoras de rendimientos manipulando la respuesta a la luz; manipulación genética de los microorganismos del suelo que interaccionan con las plantas, para favorecer la nutrición mineral, mejora de los mecanismos de defensa frente a hongos, bacterias y nematodos patógenos, y quizá lograr nuevas especies fijadoras de nitrógeno (con lo que disminuiría la actual dependencia de los abonos químicos). En el campo de la floricultura veremos nuevas variedades de plantas ornamentales, con nuevos colores, aromas y diseños florales, sorprendentes formas de plantas, etc.
No sólo se puede hacer Ingeniería Genética para fines agrícolas, sino que también se pueden transferir genes que hagan que las plantas produzcan sustancias valiosas para la industria farmacéutica o química: se trata de plantas transgénicas convertidas en fábricas vivas (biorreactores) de sustancias de alto valor añadido. El atractivo de este enfoque es enorme, ya que podemos disponer de campos de tabaco, girasol, tomate, colza, etc., sintetizando enormes cantidades de sustancias difíciles o caras de obtener por otros medios. Además, a diferencia de las fermentaciones industriales, aquí no hacen falta grandes inversiones ni trabajadores especializados. Ya hay ensayos a pequeña escala de plantas productoras de medicamentos (incluyendo vacunas y anticuerpos monoclonales) y plásticos biodegradables.
Para que una planta transgénica pueda alcanzar el mercado ha de atravesar una serie de fases, que van desde los primeros ensayos en laboratorio, pasando por pruebas en invernadero, a pequeños ensayos de campo y finalmente el cultivo comercial. Las últimas fases se encuentran reguladas por legislaciones ad hoc en los distintos países. Los primeros "alimentos transgénicos" están empezando a llegar a las tiendas de algunos países desde 1994 (como es el caso del famoso tomate Flavr Savr que madura más lentamente que los "convencionales").
Se calcula que en 1996, en los EEUU, se estaban cultivando comercialmente unos dos millones de hectáreas con plantas transgénicas. Desde 1987 hasta finales de 1995 se habían realizado casi 2000 ensayos de campo (fase previa a la comercial) en más de 7000 localidades diferentes, bajo dos modalidades de regulación: notificación a las autoridades competentes o bien permiso expreso por parte de las mismas. Pero conforme los ensayos van avanzando, un mayor número de plantas van entrando en la categoría de "desreguladas" (en 1995 eran ya 19 en los EEUU), es decir, se considera oficialmente que su cultivo es seguro y no plantea riesgos, por lo que se da vía libre a su cultivo comercial. En total, hay ya más de 50 especies de plantas transgénicas que se están cultivando en campo, siendo las más empleadas maíz, tomate, soja, colza, algodón y melón. Hasta ahora, el tipo de cualidades modificadas más frecuentemente (casi 28%) es el de resistencia a herbicidas, seguido por la alteración de alguna cualidad del producto (27%), resistencia a virus (23%) y a hongos (11,5%). La mayor parte de estos ensayos se deben a grandes multinacionales (como Monsanto, Pioneer, Du Pont, UpJohn, etc.), aunque también aparecen organismos públicos de investigación.
La aceptabilidad de la biotecnología para la producción de alimentos, sobre todo desde un punto de vista ético, reposa en que se garantice una serie de requisitos y se protejan valores ampliamente compartidos: que su producción esté exenta de riesgos ambientales; que los alimentos sean seguros y nutritivos, a precios razonables; que su desarrollo y comercialización no estén impulsados exclusivamente por el afán de lucro de las empresas; que contribuya a disminuir las desigualdades económicas y que promueva prácticas agropecuarias ecológicamente correctas y que aseguren la sustentabilidad de los recursos vivos del planeta.
La primera oleada de avances en Ingeniería Genética estuvo limitada a los laboratorios de investigación y a las industrias de fermentación, que funcionan con circuitos cerrados, en los que el comportamiento de los organismos manipulados es relativamente fácil de vigilar, y para las que se emitieron una serie de directivas y regulaciones que han funcionado razonablemente bien. Tras 20 años, no se ha producido ningún accidente ni se ha materializado ninguna amenaza a la seguridad de los trabajadores o del entorno. A partir de los años 80, conforme los organismos genéticamente modificados (OGM) comenzaban a salir de los laboratorios, primero en pequeños ensayos de campo y, desde los años 90, con grandes liberaciones a escala comercial, el debate sobre la seguridad de estos organismos se ha desplazado al ámbito de sus posibles repercusiones ambientales y además, en el caso de organismos destinados a alimentación, a posibles efectos negativos para la salud, como alergenicidad, toxicidad, etc. (RISSLER y MELLON, 1996).
La disputa científica sobre la evaluación de riesgos ambientales de los OGM se centra sobre todo alrededor de los efectos de la actual plantación masiva de plantas transgénicas, una vez aprobada su aplicación en algunos países tras los primeros ensayos de campo. Según sus críticos (principalmente ecólogos), los peligros a evaluar se podrían centrar en los siguientes:
Posibilidad de que las plantas genéticamente modificadas (PGM), por efecto del nuevo material genético introducido, puedan modificar sus hábitos ecológicos, dispersándose e invadiendo ecosistemas, al modo de malas hierbas. | |
Posibilidad de transferencia horizontal del gen introducido, (p. ej., por medio del polen), desde la PGM a individuos de especies silvestres emparentadas que vivan en las cercanías del campo de cultivo, lo que podría conllevar la creación de híbridos que a su vez podrían adquirir efectos indeseados (invasividad, resistencia a plagas, incidencia negativa sobre otros organismos del ecosistema, etc). La ocurrencia de este tipo de fenómenos sería especialmente preocupante de producirse en los centros de biodiversidad de los países tropicales, porque podría amenazar la integridad de los ricos recursos genéticos que se albergan en ellos. | |
Teniendo en cuenta que ciertas manipulaciones recientes de plantas para hacerlas resistentes a enfermedades ocasionadas por virus implican la introducción de algún gen del virus en cuestión o de otros relacionados, cabría la posibilidad de recombinaciones genéticas productoras de nuevas versiones de virus patógenos para las plantas. La pregunta subyacente es si los genes virales introducidos podrían afectar a la constitución de las poblaciones silvestres de virus o a la epidemiología de ciertas enfermedades. Aunque en laboratorio se han descrito mecanismos por los que genes virales expresados en plantas pueden modificar el comportamiento de virus, es muy difícil evaluar el riesgo de los ensayos de campo, ya que se desconoce casi todo sobre la dinámica poblacional de los virus vegetales en la naturaleza (TEPFER, 1993). |
Una cuestión previa para responder a este cúmulo de interrogantes sería: ¿cuáles son las suposiciones o puntos de partida adecuados para evaluar los riesgos de la nueva biotecnología en el sector agronómico? Según algunos (MILLER et al., 1993) esto conduce inexorablemente a preguntarse si existe algo intrínsecamente distinto o especial en la Ingeniería Genética que justifique que tenga que evaluarse aparte, recurriendo a un nuevo paradigma distinto del usado para calibrar los riesgos en otros casos. Durante los primeros años de aplicación de las técnicas de ADN recombinante, y bajo el "espíritu de Asilomar" que pedía cautela ante una tecnología nueva, se establecieron regulaciones específicas para los productos desarrollados por Ingeniería Genética. Como dice MUÑOZ (1996), esto supuso "un giro radical respecto a la cultura del riesgo que ha considerado tradicionalmente el riesgo tras los hechos. La noción clásica de riesgo se ha centrado en los productos peligrosos y ha prestado menor atención a las técnicas o procesos peligrosos". Pero conforme se comprobó la seguridad en los laboratorios que trabajaban con ADN recombinante, tras miles de experimentos, se fueron relajando las directrices. En los años recientes el énfasis evaluador se ha desplazado desde el escrutinio de la técnica en sí al de los productos obtenidos, independientemente de las herramientas empleadas. Según esto, el "consenso científico" que se está asumiendo en las políticas tecnológicas sobre la biotecnología por parte de las agencias reguladoras gubernamentales de los EEUU y, con más retraso, de la Unión Europea, proclama que no hay diferencias conceptuales significativas entre la seguridad ecológica o de otro tipo de las viejas técnicas de mejora genética y las nueva tecnología de manipulación genética in vitro. Este consenso se sustentaría tanto en datos empíricos (no hay nada biológicamente distinto en la expresión de genes transferidos por Ingeniería Genética a la de los transferidos con herramientas clásicas) como en extrapolaciones de principios científicos generales emanados de lo que conocemos sobre el mundo vivo y la evolución biológica. El corolario que se seguiría es que no se necesitan principios ni técnicas diferentes a los ya usados con anterioridad, a la hora de evaluar la seguridad ambiental de un organismo manipulado por Ingeniería Genética. Tanto si quisiéramos evaluar riesgos de este tipo de organismos, como si lo deseáramos hacer con organismos manipulados por métodos convencionales, o con organismos silvestres que se pretendan introducir en un hábitat o ecosistema distinto al suyo original, tendríamos que recurrir al mismo marco conceptual y metodológico. No tendríamos que someter una y otra vez a prueba la hipótesis de que el hecho de usar la nueva biotecnología genética altera las características asociadas a riesgos. El corolario de este enfoque es que los OGM deben regularse como cualquier otro organismo, a saber, en función del tipo de uso previsto (alimento, plaguicidas, etc.) y de su riesgo intrínseco (en el caso de poseer características de toxicidad, patogenicidad, invasividad, etc.), incluyendo las previsibles interacciones con el entorno donde se pretende aplicar. En este sentido se han propuesto algoritmos (por ejemplo, el de MILLER et al., 1995) o categorías de organismos que permitan clasificar cualquier tipo de entidad viva (manipulada por cualquier técnica o sin manipular) según su grado de riesgo potencial. De este modo, se suministraría una sólida base para la evaluación y gestión gubernativas de los riesgos. Por ejemplo, los organismos de los niveles inferiores de riesgo no necesitarían regulaciones estrictas, sino todo lo más notificación por parte del responsable de su liberación a la agencia supervisora correspondiente, mientras que los organismos de los niveles superiores de esa escala estarían sujetos a estrecha vigilancia. En casos en los que la combinación de gen, organismo hospedador y ambiente se estime que presenta riesgos excesivos de posible dislocación ecológica, se procedería a su total prohibición. Como se puede comprobar, una clave de estas propuestas es la consideración de la experiencia acumulada con un determinado organismo en el pasado, matizada y ajustada por la modificación genética (en el caso de que la haya), y de los efectos pleiotrópicos y de interacción con el ambiente. Por lo tanto, el paradigma de evaluación de riesgos que se va imponiendo es uno basado en los productos y no en los procesos (ya no harían falta controles estrictos caso a caso de todas las pretendidas liberaciones de organismos que tienen una historia previa de comportamiento "seguro"). Este tipo de política ha sido bien recibida por la industria biotecnológica y agroalimentaria norteamericana, y se espera que dé más ímpetu a las aplicaciones comerciales. La legislación europea sigue rigiéndose en el momento actual por el paradigma de evaluación de la técnica "potencialmente peligrosa", pero ante la presión de las empresas y el temor a perder la carrera tecnológica y comercial con los EEUU y Japón se está en camino de modificarla también en el sentido de evaluación de productos.
Paralelamente y en conexión a los estudios de evaluación de riesgos se está desarrollando un área de estudio destinado a minimizar impactos y controlar al máximo el comportamiento de los OGM liberados. Se trata, en esencia, de incluir mecanismos de seguridad en el diseño del organismo en cuestión o medidas preventivas en la práctica agrícola encaminadas a evitar la diseminación indebida de la planta o microorganismo manipulado, más allá del efecto positivo que se busca. Entre estas medidas podemos citar:
La emasculación (esterilidad masculina) de las plantas de cultivo objeto de la prueba o cultivo comercial.En el caso de microorganismos destinados a ser liberados (por ejemplo, los usados como inóculos con los que se impregnan semillas, con los que se pretende mejorar la nutrición por las raíces) se han diseñado varios mecanismos de inactivación génica o sistemas "suicidas" que tienden a evitar la multiplicación una vez que el microorganismo ha cumplido su misión. Estos sistemas de "contención o confinamiento" biológico que intentan controlar tecnológicamente la vida y la muerte de los agentes vivos liberados en ambientes complejos no son, sin embargo, efectivos al cien por cien (RAMOS et al., 1994, 1995). | |
Técnicas de rastreo de los OGM en el ambiente, consistentes en detectar algún gen marcador incorporado en el diseño genético. De esta forma, y a partir de muestras tomadas en el entorno de liberación, se puede seguir la pista del material genético, incluida la eventualidad de transferencias "horizontales" del ADN recombinante desde el OGM original a otros seres vivos del ecosistema (JANSSON, 1995; STEWART, 1996). | |
En el caso de las plantas manipuladas con el gen de la toxina insecticida de la bacteria Bacillus thuringiensis (toxina Bt), y para evitar el resurgir de variedades de insectos resistentes, las agencias reguladoras están recomendando (con gran oposición por parte de los usuarios) que los cultivos se realicen en mosaicos compuestos de parcelas a base de plantas manipuladas mezcladas con parcelas de plantas sin manipular; estas últimas sirven como refugios para mantener una reserva de insectos no sometidos a la presión selectiva, y con ello se espera que no predominen los mutantes resistentes al insecticida (FOX, 1996). La posibilidad de que el uso de plantas transgénicas portadoras del gen de la toxina Bt acentuara el riesgo de insectos resistentes ya fue advertida antes del cultivo comercial de estas plantas (MAY, 1993). De hecho, en la actual temporada de 1996 ya se han producido ataques de insectos resistentes a varios miles de hectáreas de algodón transgénico en los EEUU (KAISER, 1996). Existe una honda preocupación de que este problema se generalice, ya que no sólo frustraría las esperanzas depositadas en estas plantas, sino que amenazaría con inutilizar los usos tradicionales que muchos agricultores sensibles con el ambiente venían desarrollando al impregnar sus semillas con inóculos de la bacteria viva silvestre (B. thuringiensis). | |
La utilización de artrópodos (insectos, ácaros) genéticamente manipulados en programas de control integral de plagas, aunque en principio sería un estímulo a un tipo de práctica más ecológica, introduciría nuevos problemas relativos a la "seguridad" de dichos organismos una vez realizado su papel. Aquí también, al igual que con los microorganismos, se están intentando añadir rasgos de contención biológica, pero hay aún grandes lagunas de conocimiento básico sobre la ecología de insectos que recomiendan ir con mucha cautela en esta línea (HOY, 1995; De VAULT et al., 1996). |
Como se puede ver, a pesar del consenso en la política científica sobre la seguridad de los organismos biotecnológicos en el ambiente, la polémica académica está lejos de haber quedado zanjada. El frente "contestatario" se compone principalmente de ecólogos y biólogos de campo (incluyendo genéticos de poblaciones y evolutivos). Muchos ecólogos rechazan la idea de que la introducción en un organismo de un gen de una especie filogenéticamente no relacionada sea algo equivalente a la tradicional mejora que, todo lo más, logra la hibridación de especies o géneros emparentados: en el primer caso creamos una combinación inverosímil en la naturaleza (por ejemplo, un gen bacteriano en una planta superior, o viceversa), mientras que en el segundo estamos limitados por las barreras evolutivas que la naturaleza ha impuesto al intercambio de material genético entre especies. La réplica de los biotecnólogos dice que la Ingeniería Genética es una técnica muy precisa, ya que lo que introducimos es un ADN totalmente caracterizado, con lo que esta práctica presenta ventajas frente a la mejora tradicional, en la que junto a los caracteres buscados se transfiere una enorme cantidad de material genético sin caracterizar de la que se desconocen sus impactos.
Por otro lado, los ecólogos han señalado graves defectos y carencias en la concepción y metodología empleada en los estudios de evaluación de riesgo de los ensayos de campo con las plantas transgénicas: se estarían obviando importantes cuestiones ecológicas y evolutivas. Los ecólogos no están en principio en contra de la relajación de las normas de bioseguridad; de hecho estarían de acuerdo con tal relajación en el caso de que la experiencia acumulada apoyara tal medida. Lo que cuestionan es que los experimentos de evaluación de riesgos realizados hasta ahora hayan aportado respuestas significativas, e incluso dudan de que se haya partido de los presupuestos e hipótesis adecuadas (HOFFMAN y CARROLL, 1995; MELLON y RISSLER, 1995). En este sentido, los especialistas en ecología de suelos son muy sensibles, conscientes de que su objeto de estudio es una entidad increíblemente compleja, para la que la ciencia aún no dispone de modelos teóricos y herramientas metodológicas suficientemente refinadas, por lo que a fortiori, desconfían del enfoque simplista empleado en la evaluación de los OGM en el ambiente. La preocupación de los ecólogos de cara al futuro se basa en la ignorancia sobre los efectos a largo plazo resultantes por un lado del aumento exponencial del número de seres vivos manipulados que camparán libremente, y por otro, en que se podrían planear liberaciones potencialmente arriesgadas para las que no existe ninguna experiencia previa de impactos ecológicos (por ejemplo, hierbas perennes resistentes a sequía, acuicultura con peces adaptados a nuevos climas o ambientes, etc.). Por otro lado hay un viejo problema que el debate sobre los OGM ha sacado de nuevo a la luz, y para el que todos piden una solución: las propuestas de evaluar seres vivos (manipulados o no) destinados a ser liberados en el medio ambiente en función del riesgo ecológico derivado de la combinación organismo más ambiente llama la atención sobre la ancestral práctica humana de introducir animales y plantas en ecosistemas y áreas geográficas diferentes, con efectos ecológicos (comprobados, no hipotéticos) desastrosos. Una pregunta pertinente aquí sería: ¿tiene sentido poner restricciones draconianas a cultivar una planta domesticada por el simple hecho de haberla manipulado para que su fruto tarde más en madurar, y en cambio seguir permitiendo la introducción irrestricta de animales y plantas exóticos en todos los lugares del planeta? ¿Por qué no aplicar los mismos criterios de evaluación de riesgo a ambos tipos de intervenciones humanas en la Biosfera?
Otro tema de controversia sobre las plantas de cultivo transgénicas prolonga a su vez el ya viejo debate sobre los efectos de la pérdida de diversidad genética ("erosión genética") de las especies domesticadas. La Revolución Verde trajo consigo la imposición de un número limitado de variedades de alto rendimiento, seleccionadas para ser efectivas en el contexto de una agricultura mecanizada y altamente dependiente de productos químicos. En este proceso de selección se han perdido muchas variantes génicas (alelos) que podrían ser útiles ante un cambio en determinadas condiciones ambientales o ante una nueva plaga (esto ya ha quedado ilustrado ampliamente en repetidas ocasiones, como en la famosa epidemia de helmintosporiosis que aquejó al maíz híbrido de los EEUU en 1970). Por más que los defensores de la Ingeniería Genética comercial de plantas planteen que con esta técnica se están añadiendo genes nuevos (y teóricamente, se estaría aumentando su reserva genética), los genéticos de poblaciones responden que insertar uno o dos genes a las especies de cultivo no supone una ganancia sustancial; pero además y sobre todo, critican el aspecto cualitativo de este enfoque: los transgenes (que, no se olvide, proceden a menudo de especies e incluso de reinos distintos) no han pasado la dura prueba de la evolución en la especie receptora, y por lo tanto, siguen siendo una entidad extraña en el genoma hospedador, no sometidos a los delicados equilibrios e interacciones con el resto de genes de la planta donde deben funcionar. Por otro lado, dadas las tendencias de la Agricultura actual a sustituir las variedades tradicionales por las modernas, ¿qué efectos en la diversidad genética tendrá el hecho de que se empiecen a introducir a gran escala una serie de nuevas cosechas biotecnológicas cada vez más uniformes? ¿Compensan los rendimientos mayores esperables a corto plazo frente a una mayor vulnerabilidad de estas plantas a largo plazo debido a una menor diversidad genética? Muchos genéticos de poblaciones muestran abiertamente su preocupación al respecto, y se preguntan si los desesperados y caros esfuerzos por preservar ciertas porciones de biodiversidad (a veces en formas altamente artificiales como los bancos de germoplasma) son la única manera racional de salvar recursos genéticos que pueden ser imprescindibles para afrontar los retos de la alimentación del futuro. Por lo tanto, si estas tendencias actuales no se corrigen, lo que cabría esperar es que los intereses comerciales y la mera búsqueda de mejoras en los rendimientos económicos conlleven el que la biotecnología vegetal colabore en la erosión genética de las plantas de cultivo y de sus parientes silvestres, a costa de prácticas agrícolas tradicionales que usan numerosas variedades locales adaptadas a condiciones específicas.
En resumen, queda la pregunta de hasta qué punto nuestra experiencia con los métodos tradicionales de mejora y el paradigma de evaluación de riesgos en base a productos y no a procesos, despejan totalmente las dudas sobre la bondad ambiental de esta tecnología. Pero igualmente habría que reconocer que es imposible predecir los impactos ecológicos a largo plazo con el estado actual de nuestro conocimiento. Ahora bien, ¿esto es exclusivo de la biotecnología? Pensamos que no. Más bien esta es una cuestión intrínseca al desarrollo de las grandes tecnologías, que apela en última instancia a actuar con cautela y responsabilidad, pero planteando el interrogante de si sería ético renunciar absolutamente a una posibilidad tecnológica, inmovilizados ante un desconocimiento de lo que nos depara el futuro (MACER, 1996).
Quizá está aún por desarrollar un paradigma de política científica que permita a las agencias públicas responsables realizar decisiones incluso en ausencia de un conocimiento exhaustivo (algo que probablemente es utópico), que reconozca como válidas ciertas decisiones en ausencia de un acuerdo universal, y que favorezca el reconocimiento y delimitación de aquellas áreas de incertidumbre en las que los criterios prudenciales (socialmente asumidos) conduzcan, llegado el caso, a moratorias o renuncias de desarrollo en función del los valores puestos en juego. Como se puede comprobar, la discusión pública sobre temas relacionados con la ciencia nunca será (ni tiene por qué ser) puramente científica, sino que obligatoriamente "arrastra" otras perspectivas y preocupaciones. Los estudios sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS) tienden a resaltar los factores sociales y culturales que interaccionan con, y son afectados por, el complejo ciencia-tecnología. Dichos enfoques ponen de manifiesto que la solución a los conflictos asociados a las tecnologías no depende única ni principalmente del "cierre" de las controversias científicas (a su vez condicionadas por factores extracientíficos), sino de valores culturales y sociales complejos. En las sociedades democráticas dichos valores, incluyendo cosmovisiones religiosas y filosóficas que interpretan el significado de la naturaleza y de la interacción del hombre con ella, tienen que ser tenidas en cuenta a la hora de lograr la aceptación de nuevas tecnologías (GONZÁLEZ GARCÍA et al., 1995). En el ámbito de la reflexión ética se llega igualmente a una profundización en el significado social y simbólico asociado a la percepción de riesgos derivados del avance tecnocientífico (MACER, 1995). La conclusión es que, al contrario de lo que piensa parte del entorno científico e industrial, un mayor grado de conocimiento por parte del público de una tecnología no conduce necesariamente a su mayor aceptación, ya que más allá de la corrección científica y de las bondades asociadas a la tecnología, el juicio ciudadano incluye también apreciaciones éticas, religiosas, estéticas, etc., a menudo ambiguas o difíciles de concretar, pero que nunca deberían pasarse por alto. La tentación del complejo tecnoindustrial es la de minimizar o despreciar tales percepciones como residuos emocionales o irracionales (MILLER, 1993), pero lo más sensato y maduro es reconocer la pertinencia de esta dimensión social pluriforme, y la necesidad de un diálogo fructífero entre los actores sociales implicados y afectados. En el caso de la Biotecnología, esta necesidad es incluso reconocida por influyentes analistas adscritos a los intereses industriales, si bien a menudo es patente su tono condescendiente y su enfoque táctico destinado a persuadir al público a aceptar las propias posiciones. Estos intentos de persuasión por uno y otro lado son buenas ilustraciones de lo que dentro de la sociología del conocimiento se ha dado en llamar "enfoque ecológico", que caracteriza la evolución de la ciencia y la tecnología como el resultado de la lucha de distintos actores sociales por un recurso limitado: la opinión pública.
El tema de la seguridad de los alimentos está bien regulado en la mayor parte de los países desarrollados. En el caso de los derivados de técnicas biotecnológicas se tiende a regularlos bajo los regímenes generales (recurriendo al concepto de equivalencia sustancial entre un alimento biotecnológico y otro parecido convencional), con requerimientos adicionales en el caso de que el alimento cambie alguna propiedad esencial respecto de la versión convencional (JONAS, 1996) . Existe el consenso virtual de que un alimento derivado de biotecnología no plantea riesgos nuevos por el simple hecho de haber sido obtenido por esta técnica.
En ciertos círculos se ha expresado la preocupación de la posible alergenicidad de alimentos transgénicos. Aunque ha habido algún caso de reacciones alérgicas ante algún alimento procedente de manipulación genética, no parece que las proteínas recombinantes sean en principio más alergénicas. En general, cualquier proceso tecnológico que elabore alimentos de formas complejas tiene algún riesgo en este sentido. Este tema se complica además por el hecho de que el estudio científico sobre las alergias alimentarias está aún lleno de lagunas.
En la mayor parte de las encuestas de opinión, amplios sectores del público se decantan por que se etiquete a los alimentos derivados de Ingeniería Genética de forma especial, algo a lo que en principio son reacias las empresas del sector, ya que temen que ello suponga una "estigmatización" indebida de sus productos, como si hubiera algo anómalo en ellos por el simple hecho de haber empleado una tecnología determinada en su fabricación. El etiquetado específico de productos alimentarios biotecnológicos se ha introducido ya en algunos países, y es una opción que pretende implementar la Unión Europea próximamente. De todas maneras, se tenderá a "diluir" el etiquetado de los alimentos transgénicos en normativas amplias que favorezcan una información detallada de las cualidades y proceso de fabricación de los alimentos en general, atendiendo demandas de los consumidores, que cada vez desean más estar al tanto de todo lo que puede afectar a su salud y nutrición. Ello además daría satisfacción a grupos religiosos que tienen creencias y normativas sobre el consumo de determinados alimentos.
La cuestión del etiquetado especial para los alimentos transgénicos ha sido muy polémico en los EEUU y Reino Unido. Se ha dado incluso un efecto "boomerang": una cadena británica de supermercados ha montado un campaña publicitaria llamando la atención sobre el hecho de que una marca de queso que comercializa está fabricada con quimosina obtenida por Ingeniería Genética, y por lo tanto "libre de productos de origen animal" (el queso normal se obtiene añadiendo quimosina de rumiantes), lo que la haría más aceptable para los consumidores lacto-vegetarianos.
La entrada de la biotecnología en la agricultura se caracteriza por tres rasgos principales: la redefinición de los sectores público y privado en la investigación y desarrollo (I+D) agronómicos; una creciente integración o cooperación del sector agroalimentario con el químico-farmacéutico; desplazamiento de las innovaciones agrícolas desde el sustrato industrial clásico (maquinaria, productos agroquímicos) hacia el sustrato biológico, en base a una mejor comprensión y manipulación de los sistemas vivos (BIFANI, 1992).
Debido en parte a su aparición más tardía, la mayoría de empresas de biotecnología agropecuaria están en una fase de "despegue" en la que sus altas inversiones en I+D no se ven compensadas aún por los beneficios de sus primeros productos comercializados (de hecho, muchas empresas todavía no han lanzado productos o servicios comerciales). Durante lo que llevamos de década de los noventa estas compañías no han cesado de aumentar sus inversiones en I+D, con incrementos, en muchos casos, del 100% anual. En 1993 las nuevas empresas típicamente biotecnológicas de los EEUU gastaron casi 100 millones de dólares en esta área, y aunque seguirán teniendo balances negativos durante algún tiempo, la salida al mercado de los primeros productos (semillas transgénicas, frutos de maduración controlada, etc.) y las positivas expectativas han provocado una euforia inversora que muestra la fuerte apuesta de este sector. No hay que olvidar que las grandes multinacionales de las semillas y plaguicidas se llevan la parte del león en biotecnología agraria (gastaron 4.700 millones de dólares en I+D en los EEUU), y que su tendencia es a asociarse con (o absorber a) las inquietas pero arriesgadas empresas biotecnológicas de menor tamaño. Los analistas de mercados parecen estar de acuerdo en que la biotecnología aplicada a la producción de alimentos va a reconfigurar en gran medida los sistemas de producción agropecuaria y la cadena de transformación y comercialización (SHIMODA, 1994), creando nuevas oportunidades de crecimiento y expansión industrial a base de empresas intensivas en capital y tecnología, pero amenazando a otros sectores de producción tradicional que sean incapaces de adaptarse a las nuevas condiciones. La irrupción en los mercados de los alimentos biotecnológicos ha empujado a grandes empresas a desarrollar nuevos productos de alto valor añadido o de mejores rendimientos. Existe igualmente una tendencia importante a una creciente "expansión vertical" de los grupos empresariales que ya venían controlando sectores importantes o estratégicos del sistema productivo. Esta tendencia se manifestará en que las compañías que posean técnicas o productos protegidos por patentes se ampliarán "hacia arriba", buscando tomar posiciones en la infraestructura agrícola o "hacia abajo", abriéndose nuevos nichos en la dirección del usuario final (elaboración y distribución de alimentos), en un intento de captar mayores porciones de valor añadido. Todo ello obligará a nuevas alianzas estratégicas, absorción o fusión de empresas, en un marco extraordinariamente dinámico dentro del mundo de los negocios.
Estos cambios en los mercados se reflejarán en la aparición de "cultivos de diseño" que permitirán incorporar ciertos rasgos novedosos o mejorados en alimentos, destinados a cubrir gustos específicos, concentración de explotaciones agropecuarias (con la consiguiente quiebra de pequeñas instalaciones y granjas familiares), mayor concentración industrial alrededor de los grupos de empresas poseedoras de derechos de propiedad de las invenciones biotecnológicas, etc. Estas tendencias vienen a confirmar en parte las previsiones ya apuntadas en estudios prospectivos previos al actual desembarco masivo de la biotecnología en el comercio, pero de cara al futuro otros factores, aparte de los tecnológicos, van a incidir fuertemente en este sector: sustentabilidad ambiental, aceptación pública de los productos, viabilidad de la agricultura intensiva convencional, etc. Para dar una idea más viva de las convulsiones que se pueden derivar en los mercados y en la organización del sistema productivo vamos a referirnos a un ejemplo concreto.
Uno de los sectores que pronto sufrirán cambios relevantes es el de los derivados de semillas oleaginosas (colza, girasol, lino). La colza es una de las plantas más empleadas actualmente en la Ingeniería Genética vegetal y con mayor potencial comercial. Ello se debe a dos factores, uno técnico y otro económico. La mejora biotecnológica de la colza se ha beneficiado de la puesta a punto de eficientes métodos de transformación con ADN recombinante, de los sistemas para la regeneración de plantas completas a partir de cultivos celulares y embrionarios, y del ingente conocimiento básico que se está obteniendo del estudio molecular de Arabidopsis, un pariente evolutivo de la colza. El impulso económico procede de la valoración, por parte de las industrias de transformación, de que la manipulación genética de la colza puede llevar fácilmente no sólo a un aumento de rendimientos, sino sobre todo a la elaboración de nuevos aceites y proteínas de alto valor añadido que podrían sustituir a otros productos derivados de otras materias primas (MURPHY, 1996). Actualmente existen decenas de nuevas variedades transgénicas de colza, algunas en avanzado estado de desarrollo y otras virtualmente ya en los mercados. Entre las más espectaculares podemos citar dos variedades de la empresa Calgene con 40% de ácido esteárico y 40% de ácido láurico (cuando las semillas de colza sin manipular sólo contienen 1 y 0.1%, respectivamente). La variante de alto contenido en ácido esteárico se podrá usar en la obtención de grasas sólidas (principalmente margarinas), con el potencial de desplazar en el mercado a otras fuentes naturales de esta sustancia. La variante rica en láurico tiene su salida en la fabricación de jabones y detergentes, pero igualmente encontraría nichos en la elaboración de dulces y derivados lácteos. Muy avanzadas están las investigaciones para obtener colza rica en ácido oleico, erúcico, ricinoleico y linoleico (con multitud de aplicaciones como biocombustible, en alimentación, en producción de lubricantes, medicamentos, etc.). Antes de que termine el siglo será posible diseñar variedades "a medida", enriquecidas cada una para un tipo o combinación de ácidos grasos, con modificaciones químicas concretas.
Salta a la vista, a tenor de las variedades transgénicas de colza, que casi todas ellas poseen potencial de que sus productos mermen o desplacen de los mercados (y de hecho ese es su propósito) a sustancias procedentes de otros cultivos. Por ejemplo, el origen actual para el ácido láurico está en la palmera cocotera y en la palmera aceitera, dos cultivos estratégicos en ciertos países en desarrollo. Para un futuro muy cercano se esperan variedades de alto contenido y rendimiento en ácidos grasos y aceites concretos, que podrían incluso competir con derivados que hoy se obtienen en la industria petroquímica, y con la ventaja adicional de ser biodegradables. Esta ventaja no hará sino aumentar conforme se vayan agotando y encareciendo las reservas de hidrocarburos fósiles. Con ser importantes, los cambios no se detienen aquí: los mismos subproductos de la extracción de los aceites de semillas verán su revalorización al encontrar nuevas posibilidades industriales y comerciales. Hasta ahora, el residuo proteico de la colza tiene escaso valor (sólo se usa como aditivo en alimentos para animales), pero la biotecnología está en camino de eliminar las sustancias que hacen su uso inapropiado para consumo humano. Aún más, la reciente manipulación genética de las oleosinas (proteínas de las envueltas de los orgánulos que almacenan las grasas en las semillas) deja expedito el camino para convertir a la colza en fábricas vivas de productos de interés farmacéutico y enzimas industriales, que serían purificados a bajo coste. Cómo afectará todo esto al mercado global de derivados de semillas y frutos oleaginosos es difícil de prever, pero está claro que habrá ganadores y perdedores en esta carrera por ganar posiciones. El procesamiento de las semillas oleaginosas habrá de adaptarse a la era biotecnológica: probablemente se crearán complejos formados por campos de cultivo de colza o girasol transgénicos especializados, conectados geográfica y funcionalmente con almazaras y plantas de procesamiento igualmente especializadas en extraer y purificar los productos de alto valor añadido. Para evitar problemas de mezclas inadvertidas entre semillas destinadas a usos diferentes, así como posibles fraudes, cada fábrica habrá de contar con un departamento de control de calidad provisto de técnicas analíticas precisas pero baratas. Como se ve, todo un nuevo concepto de la producción en este sector, que supondrá nuevas oportunidades de negocios y creación de empleo, pero también amenazas a núcleos productivos tradicionales que no sepan adaptarse. Lo dicho hasta ahora se refería a las semillas oleaginosas. Pero ¿cómo afectarán estas mutaciones al sector de frutos oleaginosos (aceituna, palmas aceitera y cocotera, aguacate)? Por supuesto, tampoco lo sabemos, pero lo que sí está claro es que las cosas no seguirán igual en el futuro para los países productores respectivos. Aunque la biotecnología de estas plantas leñosas está menos desarrollada, no cabe duda que las empresas que ya dominan la mejora de la colza o del girasol pueden fácilmente intentar el "asalto" tecnológico a estos frutos, lo que combinado a su posición privilegiada en los mercados internacionales, puede suponer un auténtico vuelco a largo plazo para sectores productivos importantes en las economías de ciertos países tropicales o (en el caso de la aceituna) de los países de la cuenca mediterránea, España incluida.
Algunas de las críticas sobre las tendencias actuales de la Biotecnología agrícola se centran en la pregunta: ¿a quién beneficia? Se llama la atención sobre el hecho de que muchas de las aplicaciones comerciales están excesivamente sesgadas hacia la búsqueda de beneficios, y ahondando tendencias productoras y consumidoras superfluas o abiertamente arriesgadas. Ello, unido a la citada concentración de grandes emporios empresariales que controlan la tecnología y que deciden las aplicaciones, sería una fuente de preocupación sobre el grado en que nuestro sistema productivo promueve y protege auténticas aspiraciones al bienestar y al desarrollo integral de las personas. De hecho, la euforia de la Biotecnología comercial ha hecho exclamar a un ejecutivo de una importante firma, en el titular de un artículo de opinión: "Productos [biotecnológicos] a medida: lo que es bueno para los mercados americanos también lo es para los mercados mundiales" (EVANS, 1996).
A este respecto, es Margaret MELLON (1996) una de las voces más contestatarias. Al socaire del reciente éxito en la obtención de melones transgénicos que maduran de modo controlado, lanza sus dardos contra una investigación comercial que prima mejoras en productos que de por sí ya son buenos, frente a un gran vacío de investigación básica en cultivos y alimentos que son vitales para la mayoría empobrecida del Tercer Mundo, así como del olvido de prácticas agrícolas sencillas y respetuosas con el medio ambiente. La mayor parte de la mejora biotecnológica de plantas se ha encaminado hasta ahora a aumentar ganancias para los industriales, transportistas y grandes cadenas distribuidoras, pero sin aportar más que mejoras superfluas o artículos de lujo (con sus correspondientes precios elevados) a unos consumidores habituados a ser espoleados por la publicidad y la mera novedad. El mundo rico tiene, efectivamente un problema de nutrición: exceso de calorías, dieta desequilibrada, alimentos demasiado sofisticados y elaborados. Mientras tanto, la marea de pueblos del mundo subdesarrollado sigue inmersa en el gigantesco problema de hacer frente a los mínimos indispensables para la subsistencia.
Desde antes que aparecieran en el mercado los primeros productos, se habían creado grandes expectativas en el potencial de la nueva Biotecnología como herramienta clave en el suministro de alimentos a una población humana en continuo crecimiento. La Ingeniería Genética agropecuaria ha sido saludada como la punta de lanza de una nueva revolución capaz de mejorar la productividad reduciendo costes, de ayudar en la adopción de prácticas agrícolas más respetuosas con el medio ambiente y de servir de motor de desarrollo a los países pobres. ¿Se justifican estas esperanzas?
Un informe reciente del Instituto de Recursos Mundiales (WRI) señala que se espera que la Biotecnología logre a medio plazo un aumento de los rendimientos, un refuerzo de las defensas de los cultivos frente a plagas e incrementos en el valor nutritivo de algunos alimentos, junto con mejoras en la conservación y almacenamiento de ciertas semillas y productos vegetales. Sin embargo, a renglón seguido el Informe pone en alerta sobre la ingenuidad de creer que la Biotecnología sea una panacea alimentaria. El potencial agronómico de la Biotecnología tardará todavía algunos decenios en manifestarse, si bien algunos analistas apuestan a que, a largo plazo será aún más importante que la Revolución Verde de los años 60 y 70; pero al igual que ésta, puede que terminen apareciendo costes ecológicos y económicos sustanciales. Sea como fuere, lo más relevante es que si la Biotecnología sigue dominada por la clásica dinámica lucrativa de las grandes empresas occidentales, la Agricultura continuará su tendencia a desplazar métodos que minimizan el daño ecológico y la pérdida de suelos. A corto plazo, y si no se toman medidas correctoras, es bastante probable que perjudique a algunas economías de países en desarrollo, y nada asegura que, de hecho, resuelva el problema del hambre en el mundo.
Estas cautelas van en la misma línea del influyente ensayo de RISSLER y MELLON (1996) que ya en su primera edición (1991) desmitificaba el papel que se pretende adjudicar a la Biotecnología en la resolución de los problemas de alimentación a escala global. Incluso suponiendo que los países ricos, en un acto de benevolencia, transfirieran esta tecnología al Tercer Mundo, no hay que olvidar que la productividad agrícola (y su sustrato tecnológico) no es más que un factor entre muchos en la compleja ecuación del hambre en el mundo: la estructura del comercio mundial, los subsidios agrarios en los países ricos y las prácticas agrícolas poco respetuosas con el entorno, que llevan a la pérdida biodiversidad y a la erosión de los suelos son otros parámetros que, desgraciadamente, no se suelen tener demasiado en cuenta a la hora de intentar mejorar el problema.
La cuestión clave respecto a la Biotecnología, una vez bajada de su pedestal, es si podemos lograr que sume sus fuerzas junto con medidas políticas y económicas a nivel mundial, bajo el impulso de un profundo sentido de la justicia y la equidad, para lograr una transición a una agricultura ecológicamente viable capaz de alimentar al mundo.
El Banco Mundial estima que en los próximos 25 años los países en desarrollo deberían duplicar su producción de alimentos si quieren alimentar a su población. Ni los métodos que emplean ahora, ni la potenciación de la fertilización química y la irrigación serían suficientes para lograr esta meta. Por ello se está explorando la posibilidad de que la Biotecnología ayude a hacer frente a este gigantesco reto, sin olvidar que ha de formar un entramado con los recursos naturales, la cultura, las tradiciones familiares y la economía general de cada país.
Uno de los factores que más inciden de modo negativo sobre la productividad en los países pobres, especialmente en el África subsahariana, es la pérdida de cosechas por plantas parásitas muy invasivas. Algunos han propuesto que este problema se podría paliar notablemente mediante dos tipos de medidas: introducción de genes de resistencia a herbicidas en las variedades locales de plantas de cultivo (de modo que permitiría sustituir la eliminación manual de malas hierbas) junto con una política de precios más altos para favorecer el empleo de técnicas "occidentales" que mejoren los rendimientos. La medida tecnológica tiene dos inconvenientes de partida: las grandes multinacionales agroquímicas no parecen estar muy interesadas en estos mercados tan pobres, y por otro lado haría que estos países tuvieran que invertir en técnicas de rociado de las plantas con herbicidas, algo que no suele estar a su alcance. Sin embargo, se está investigando un enfoque más sencillo y barato, consistente en repartir a los agricultores semillas previamente impregnadas en el herbicida; cuando las semillas germinan se aplica una sola dosis de dicho herbicida, que elimina a las plantas parásitas. Este tipo de estrategia se encuentra, sin embargo con una serie de paradojas: la gran industria occidental no vería con buenos ojos una técnica que permite disminuir la aplicación de sustancias químicas a niveles 20 veces inferiores a los de la técnica del rociado repetido, pero no hay que olvidar que aun ganando menos porcentajes que en los países ricos, esto les podría abrir nuevos mercados (y además, sería el primer paso para que los campesinos de los países pobres pudieran ir desplazándose hacia el uso semillas híbridas y de fertilizantes). En el otro frente estarían los "verdes extremistas", que han llegado a pedir la prohibición de suministrar estas nuevas biotecnologías al mundo en desarrollo porque para ellos la Ingeniería Genética aliada con la aplicación de herbicidas es sinónimo del mal absoluto, pasando por alto que se podrían aliviar graves problemas de hambre, al menos durante una fase transitoria que permitiera el "despegue" hacia otras estrategias. La verdad es que en muchas áreas la única alternativa es dejar las cosas como están, es decir, que las mujeres realicen la ímproba e ineficaz tarea de eliminar manualmente las malas hierbas, para comprobar que en la siguiente estación de cosecha el problema sigue intacto. Las secuelas están a la vista: se abandona el campo invadido por malas hierbas y se roturan territorios vírgenes (a menudo en valiosos Parques Nacionales), las mujeres siguen sin salir de su deplorable situación, y muchos hombres emigran a las ciudades, con todo lo que conlleva de problemas familiares, sociales y sanitarios.
Aunque algunos países en desarrollo poseen ya un incipiente sector biotecnológico (semillas híbridas, técnicas de micropropagación, etc.) que nutre a sus mercados internos, la mayoría de ellos son deficitarios en las sofisticadas técnicas derivadas de la Biología Molecular. Sin embargo, un decidido apoyo de la comunidad internacional sería de gran valor.
Desde hace varios lustros viene funcionando un eficiente sistema público internacional de institutos de investigación agronómica localizados en países en desarrollo (algunos con el respaldo de agencias de la ONU como la FAO o la UNESCO), y que cuenta con una buena "hoja de servicios" en el desarrollo de variedades de plantas adaptadas al uso de los campesinos de varias regiones del Tercer Mundo. Dichos institutos podrían constituir la "plataforma" ideal para esta nueva etapa biotecnológica, como nucleadores e intermediarios solventes en la transferencia tecnológica. Este conjunto de institutos y centros realiza investigación estratégica y aplicada, facilita técnicas y suministra semillas mejoradas a los agricultores, sin cargo o a precios casi simbólicos.
Incluso pequeños países sin infraestructura investigadora se podrían beneficiar de los avances biotecnológicos, (bajo la forma de nuevas semillas) en la medida en que sean capaces de usar y diseminar este material. Ello no constituye problema con las semillas de cereales, pero incluso el manejo de plantas que se propagan vegetativamente se ha vuelto fácil mediante las técnicas de micropropagación, que logran plantas libres de patógenos.
De todas formas, el estado de la biotecnología varía mucho de unos países a otros. En África la situación es bastante deficiente. Pero otros países (India, China, Brasil, Egipto, Indonesia, Malasia) ya cuentan con programas propios de biotecnología enfocada adecuadamente a mejora vegetal de cosechas locales, y la mayoría ya emplean técnicas de marcadores moleculares que les serán muy útiles en la caracterización de su germoplasma y en el desarrollo racional de la mejora. Incluso existen auténticos centros de excelencia, como el IRRI de Filipinas (centrado en el arroz), el CIAT de Colombia o el ICGEB de Nueva Delhi (este último bajo la égida de la UNESCO, con un centro "hermano" en Trieste, Italia). Estos centros trabajan en estrecha colaboración con instituciones académicas del Primer Mundo y son capaces de incorporar y aplicar tecnologías de vanguardia.
Irónicamente, y a pesar de los buenos resultados de esta red internacional pública de I+D agrícola, la irrupción en escena de los intereses comerciales de las empresas del mundo desarrollado amenaza la continuidad efectiva de este loable esfuerzo. Los malos augurios proceden principalmente de la tendencia de las compañías occidentales a proteger sus tecnologías y productos bajo alguna forma de derecho de propiedad intelectual (patentes, p. ej.) o sencillamente como secretos industriales. Hasta ahora, el sistema internacional se había caracterizado por el libre intercambio de materiales e informaciones, y esa era la base de su propio éxito. Cada mejora genética se realiza sobre un material biológico previo, que a su vez puede ser producto de sucesivas fases de manipulación. Con las tendencias de los intereses comerciales, los centros públicos internacionales se están encontrando con problemas, ya que a partir de ahora mucho material biológico está protegido por patentes, y hay que pagar por las licencias de uso. La ironía de todo esto es aún mayor si se piensa que buena parte de los cultivos actuales del mundo rico (maíz, arroz, patata, tomate, etc.) proceden en última instancia de centros de biodiversidad de países tropicales y de conocimientos ancestrales de sus comunidades, y que nunca se ha "pagado" a esos países que han sido la fuente de esta importantísima contribución a la humanidad, de la que se han beneficiado especialmente los países opulentos.
Muchos analistas dan por concluida la época del libre intercambio de material genético. Por lo tanto, habría que crear nuevos mecanismos para evitar que el sistema público internacional de I+D deje de ser operativo, accediendo a las ventajas de las biotecnologías avanzadas pero continuando el suministro de semillas baratas a los campesinos de los países pobres. El siguiente apartado aborda precisamente esta cuestión, en el contexto de la protección a la biodiversidad según quedó reflejada en la Cumbre de Río.
El Tratado sobre la Diversidad Biológica (TDB) emanado de la Cumbre de Río sobre Medio Ambiente y Desarrollo (1992) pretende sentar las bases de un marco legal para el intercambio de material genético y para la prospección de la biodiversidad. La necesidad de tal marco se pone de manifiesto por sendas tendencias recientes de los países ricos y los países en desarrollo: los primeros, sobre todo a través de grandes empresas tienen interés en acceder a la rica diversidad biológica (residente sobre todo en países tropicales) como materia prima para desarrollar nuevos productos (medicamentos, alimentos, etc.); los segundos han tomado conciencia del valor potencial de sus recursos biológicos, y empiezan a creer que una buena gestión de los mismos puede ser fuente de riqueza y desarrollo para sus poblaciones, para lo cual se necesitaría algún estatuto internacional que proteja sus recursos naturales y que garantice compensaciones por su aprovechamiento por los países del Norte desarrollado.
El artículo 1 del TDB contiene los objetivos generales del Convenio: conservación de la diversidad biológica, uso sostenible de los recursos genéticos y reparto equitativo de los beneficios resultantes. Los redactores del Tratado pretenden la integración del libre comercio de los recursos genéticos (artículo 15) con el intercambio de tecnologías (artículo 16) y la compensación justa por el acceso a los recursos biológicos de otros (artículo 19). Se espera que en los próximos años, antes, del 2000, se llegue a un mecanismo consensuado que mejore el acceso a los recursos genéticos de los países tropicales, garantizándoles compensaciones justas.
A pesar de estos objetivos tan claros y en principio encomiables, el Tratado ha comenzado su andadura con no demasiado buen pie, y ello en buena parte debido a cuestiones de política interna estadounidense. El presidente Clinton decidió en su día firmar el Tratado (en contra de la postura de su antecesor, George Bush), y ello tras escuchar la opinión a favor tanto del lobby biotecnológico como de importantes grupos de protección ambiental. Sin embargo, el TDB no llegó a ratificarse parlamentariamente, ya que el Congreso, a la sazón de mayoría republicana, se opuso arguyendo que los intereses comerciales y sobre todo los derechos de propiedad intelectual no quedaban debidamente garantizados. Ello ha supuesto un duro revés para el TDB, y además lanza el mensaje de que los EEUU son indiferentes a las preocupaciones del mundo en desarrollo. No es pues de extrañar que las naciones pobres recelen e intenten responder con políticas proteccionistas para evitar a su vez lo que se ha dado en llamar "biopiratería" (prospección de los recursos biológicos por parte de países ricos, sin dar nada a cambio al país así "expoliado").
Pero contrariamente a las razones del Congreso norteamericano para no ratificar el TDB, lo cierto es que la lectura sin segundas intenciones del mismo deja clara la enorme relevancia que presenta para los intereses comerciales biotecnológicos: el texto es explícito en prescribir el libre acceso a los materiales biológicos, y no crea derechos de propiedad sobre los recursos genéticos. El núcleo de la cuestión sobre la equidad en los intercambios se centra en los artículos 15 (sobre acceso a los materiales genéticos) y 16 (acceso a las tecnologías por parte de las naciones ricas en biodiversidad). Lo que hay que resolver pues es el marco que se crea para vincular equidad (compensaciones a los países en desarrollo) con acceso de los países ricos a los recursos de los países poseedores de esa biodiversidad. En resumidas cuentas, ¿cómo se paga a los países donantes de los recursos genéticos buscados por los países occidentales? Se pueden prever varias formas, susceptibles de ser negociadas (IWU, 1996): determinación de la propiedad de las muestras biológicas suministradas; pagos por adelantado y participación en royalties; patrocinio de investigación; apoyo a la formación de personal especializado, técnicos, etc.; transferencia tecnológica; suministros futuros de material; recolección respetuosa con el medio (sostenible), pago de precios justos, derechos de los pueblos indígenas, etc.
Ya se han producido algunas experiencias interesantes al respecto. Uno de los acuerdos pioneros fue el establecido en 1991 entre la multinacional Merck y el Instituto de Biodiversidad de Costa Rica (INBio). Éste se comprometía a suministrar a la empresa extractos de plantas, insectos y microorganismos para el programa de prospección de Merck de nuevos productos. Por su parte, la compañía se comprometía a transferir al INBio más de 1 millón de dólares los dos primeros años, amén de royalties sobre cualquier medicamento que se pudiera derivar de estas investigaciones; igualmente suministrará asistencia técnica y formación para facilitar que Costa Rica establezca su propio programa de I+D en fármacos. El INBio dedica el 10% del pago por adelantado y el 50% de los royalties a nutrir el Fondo de Parques Nacionales del país. Lo novedoso del acuerdo, es que su misión es la conservación del riquísimo patrimonio natural de Costa Rica.
Aunque este acuerdo ha sido muy elogiado, no tiene por qué ser exportable a otros casos. Hay que tener presente siempre el contexto sociocultural en el que se va a operar. La empresa Shaman Pharmaceuticals ha establecido acuerdos con tribus indígenas, que presentan la novedad de que favorecen la economía de esas comunidades tanto a corto como a medio y largo plazo, e independientemente de que la empresa haya obtenido beneficio con las muestras de la comunidad en cuestión. Pero el reconocimiento de estos derechos y contribuciones de los pueblos indígenas puede entrar en conflicto con los gobiernos nacionales respectivos (especialmente cuando éstos son poco democráticos), y con las élites económicas del país.
Igualmente este tipo de acercamiento entre prospección y compensación ofrece oportunidades para que determinadas entidades sin ánimo de lucro intervengan como intermediarios honestos que faciliten los acuerdos y la transferencia de recursos tecnológicos y económicos a los países del Tercer Mundo.
En algunos casos, las propias empresas biotecnológicas han cedido el uso libre de ciertos materiales protegidos por derechos de propiedad intelectual a países en desarrollo (especialmente cuando dichas empresas no tienen intención de entrar en sus mercados locales).
Pero en última instancia, de lo que se trata es de algo más que simple cambio de "deuda por conservación" o "deuda por investigación"; ello constituiría un magro pago (para lavar la mala consciencia occidental) a las naciones que poseen la mayor parte de la biodiversidad. Se trataría, más bien, de crear una relación (no un simple contrato) que vaya ampliándose con el tiempo, en el que los países en desarrollo participen equitativamente en todas las fases de los programas biotecnológicos centrados en la biodiversidad, y en el que se asegure un disfrute sostenible de dichos recursos. Es decir, la clave está en la participación en el proceso, y no sólo en compartir algunos beneficios del producto (IWU, 1996).
Estos principios y valores deberían ser los que guiaran el desarrollo internacional de la biotecnología a partir de ahora. Es esperanzador ver que estas ideas van impregnando no sólo los siempre bienintencionados documentos del sistema de Naciones Unidas, sino además, de los políticos de ciertos países e incluso algunas empresas.
Hay muchos que piensan que todos nos vamos a beneficiar del uso de la biodiversidad. En el mundo rico aún se cree que finalmente se van a salvar las selvas tropicales porque todos estamos interesados en su uso sostenible. Pero se trata de un concepto erróneo. La conservación de la riqueza biológica sólo ocurrirá si los países en desarrollo (que por una especie de lotería geográfica son de hecho los guardianes de la biodiversidad) encuentran en ello algo que les compense. De alguna manera ha de romperse la escandalosa asimetría por la que el Norte posee los derechos de propiedad, que son autoperpetuadores, y en cambio el Sur empobrecido no dispone de ningún mecanismo equivalente y autocatalítico que le anime a proteger sus recursos vivos. Mientras las cosas sigan así, los países pobres recibirán el mensaje de que en realidad el Norte quiere que se proteja la biodiversidad porque ello juega a favor del complejo biotecnológico occidental.
Ahora bien, dicho esto, y aun suponiendo que el Tratado de Diversidad Biológica u otro equivalente pudiera llevar a una compensación equitativa para los países en desarrollo por la utilización de sus tesoros vivos, también se tendría que dejar claro que no habríamos tocado el fondo de la cuestión. Por un lado, a los países del Sur se les está diciendo que sus problemas se podrían resolver con la entrada de royalties y otras compensaciones que se generen por el suministro de material biológico. Sin embargo, corremos el riesgo de sobrevalorar la utilidad real de la aplicación del TDB, ya que va encaminado a aliviar el peso de una de las muchas losas conectadas entre sí que gravan el futuro de muchas naciones. Si las expectativas de ganancias y mejoras para ellas no se cumplen finalmente, se puede producir un efecto de "rebote" contrario a la conservación.
El mero desarrollo de la Biotecnología no garantiza una utilización sostenible de los recursos. Por ejemplo, ciertas mejoras en productividad pueden lograr que se roturen menos terrenos vírgenes, pero igualmente muchas investigaciones actuales van encaminadas a lograr plantas capaces de crecer en suelos que hoy día aún están sin cultivar, por lo que se verían amenazados ciertos ecosistemas. Salvo los optimistas a ultranza de la tecnología, nadie puede garantizar que la Biotecnología conduzca a una agricultura más amable con el entorno y ecológicamente viable. Tampoco tenemos asegurado que la Biotecnología dará de comer al mundo, sobre todo si es una más de las piezas del engranaje económico guiado por los mismos valores de siempre. Es curiosa y persistente le tendencia de gran parte de los políticos y tecnócratas que forman parte de las élites dirigentes a propugnar "más de lo mismo" a viejos problemas con profundas bases de injusticia e insolidaridad. Se pretende aplicar más tecnología a problemas previamente surgidos o acentuados por impulsos tecnológicos e industriales, olvidando el papel de los pueblos y los individuos, sus derechos, sus estilos de vida y valores culturales.
El modo de pensamiento económico imperante asfixia en última instancia la posibilidad de valorar otras alternativas, ya que el motor sigue siendo optimizar la producción y el consumo, dejando fuera aspectos éticos y sociales de primer orden. Por ejemplo, dicho pensamiento, encastillado ya como ideología e incluso como "religión secular", no considera la posibilidad de que los países ricos disminuyan su consumo de energía y de materias primas o de que ello se deba hacer por motivos éticos o religiosos. Mientras la economía del crecimiento (ahora en buena parte "enmascarada" bajo el lema de crecimiento sostenible) siga rigiendo el mundo, todos los intentos de conservación de la naturaleza y de justicia entre las naciones están condenados al fracaso. Federico Mayor, director general de la UNESCO, lo expresó claramente: "a menos que distingamos entre desarrollo y crecimiento económico, perderemos el camino hacia el desarrollo sostenible". Repetidos informes no se cansan de avisar de que las pretensiones de crecimiento propugnadas por la economía convencional están abocadas a provocar el colapso ambiental y social. La biosfera no podría sencillamente sustentar un nivel de consumo de materias primas y energía para todo el mundo al nivel actual de los países más ricos. La conclusión es que si queremos estrechar el abismo entre países pobres y ricos y garantizar los derechos de las generaciones futuras a un medio ambiente digno, la escala de la actividad económica de los países opulentos debe disminuir al tiempo que se eleva la de los países del Sur, mientras simultáneamente se produce un cambio de paradigma económico no centrado en el crecimiento, sino en el desarrollo de las potencialidades humanas más profundas.
En este contexto, una biotecnología sostenible no sería más que una pieza bien encajada dentro de una tecnología ecológica, que a su vez estaría armonizada en los nuevos conceptos de desarrollo integral, que tuvieran seriamente en consideración la carga ambiental permisible en la biosfera, y las aspiraciones profundas de los seres humanos.
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Ó
1998 ENRIQUE IAÑEZ PAREJA y MIGUEL MORENO. Prohibida su reproducción, salvo con fines educativos.Volver a portada de Biotecnología y Sociedad
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