La seguridad alimentaria de las plantas transgénicas ha despertado acalorados debates en la sociedad.
Los alimentos transgénicos, antes de llegar al mercado sufren una serie de evaluaciones rigurosas (realizadas por comités independientes) sobre su seguridad alimentaria y sus cualidades nutritivas, de tal modo que se puede decir que estos controles son, en general, más severos que los que se emplean en otros productos alimenticios. El objetivo de estos estudios previos es asegurarse de que como mínimo, no se altera el nivel de seguridad del producto convencional del que deriva el transgénico. En la Unión Europea, tales cuestiones están reguladas por la Directiva EC 258/97, a la que se amoldan las leyes nacionales.
Para esta evaluación se ha introducido el concepto de "equivalencia sustancial", según el cual, si un alimento procedente de la nueva biotecnología se puede caracterizar como equivalente a su predecesor convencional, se puede suponer que no plantea nuevos riesgos, y por lo tanto, es aceptable para consumo. Este concepto fue introducido por la OCDE en 1993 (antes de la comercialización de ninguna planta genéticamente manipulada), tras varios años de trabajos de numerosos expertos de muchos países. En 1996 la OMS y la FAO recomendaron su adopción como base para los estudios de seguridad alimenticia de los OGMs. La propia OCDE sigue profundizando en este enfoque, en un intento de mejorarlo, de modo que en la actualidad se están desarrollando nuevas metodologías de evaluación que incluyen la identificación de niveles de nutrientes, antinutrientes y posibles toxinas y alergenos en todo tipo de plantas de cultivo.
Pero hay que tener claro que la equivalencia sustancial no viene a sustituir a evaluaciones de seguridad más rigurosas, sino sólo a exigir que la variedad GM sea tan segura como la antigua predecesora. De hecho, en el caso de identificarse alguna diferencia, se realizan ensayos nutricionales, inmunológicos y toxicológicos adicionales.
Algunos críticos (p.ej., Millstone et al., 1999) han señalado que el enfoque de equivalencia sustancial es inadecuado para encarar los posibles riesgos de las plantas transgénicas, y quisieran que dichas plantas fueran sistemáticamente analizadas en busca de cualquier diferencia cualitativa o cuantitativa respecto de las plantas tradicionales, y sometidas a sistemáticos análisis de toxinas. Además, algunos pretenden que las plantas creadas para hacerlas resistentes a insectos o herbicidas sean analizadas en función de multitud de factores a lo largo de todo su ciclo de vida.
Sin embargo, usando esa lógica, habría que realizar carísimos y complejos ensayos con todas las nuevas variedades de plantas que se producen, independientemente del método de obtención (incluyendo mejora tradicional), y las pruebas se multiplicarían al infinito si quisiéramos conocer cómo afectan diversos factores ambientales a su composición a lo largo del tiempo. Esto es algo que jamás se ha pretendido hacer con ninguna planta. Tal pretensión es desmesurada, irrealista, y además no aportaría seguramente ninguna información relevante. Imagínese que cada nueva variedad fuera sometida por separado a tests nutricionales y de toxicidad para una multitud de condiciones: ataque de insectos, distintas temperaturas, aplicación de agroquímicos, infecciones, y un largo etcétera. Y todo ello para eliminar la remota posibilidad de que alguno de los muchos productos potencialmente negativos que tienen las plantas en pequeñas cantidades se hubieran elevado de forma inesperada por una simple modificación genética aliada a una combinación de condiciones ambientales. De hecho, si quisiéramos ser consecuentes, habría que pedir con más fuerza ese tipo de pruebas draconianas para las plantas derivadas de mejora tradicional, ya que al ser productos de cruce de genomas no caracterizados, la probabilidad de efectos indeseados sería, a priori, mayor. (En cambio, una planta transgénica se diferencia de su versión convencional en la adición de uno o unos pocos genes bien caracterizados).
Hay un par de casos de mejora genética tradicional que han generado productos peligrosos ante determinados estímulos ambientales:
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Cuando la ingeniería genética introduce un nuevo rasgo en una planta de cultivo, la planta manipulada puede que no sea sustancialmente equivalente a la convencional. En estos casos la evaluación de su seguridad requiere responder a una serie de cuestiones relativas a:
cambios buscados por la manipulación | |
posibles cambios no pretendidos | |
estabilidad de la construcción genética | |
posible transferencia génica horizontal a otras plantas. |
Veamos esto con un ejemplo: La soja manipulada para hacerla resistente al herbicida glifosato contiene un nuevo gen que determina la enzima EPSPS (relacionada con el metabolismo de los aminoácidos aromáticos).
Los estudios moleculares demostraron que se produjo el cambio buscado en la planta | |
la construcción genética era estable durante varias generaciones de cultivo | |
la enzima producida en la planta no era tóxica, tal como determinaban los correspondientes ensayos. Además, la proteína se destruía rápidamente bajo las condiciones habituales de procesamiento de la soja. Aun cuando se consuma en crudo, la proteína se degrada rápidamente en el tracto digestivo. | |
Para evaluar posibles cambios no intencionados e indeseables derivados de la manipulación genética, se compararon exhaustivamente las composiciones de la soja manipulada y de la convencional. No hubo aumento de niveles de productos alérgicos (la soja tradicional ya puede ocasionar algunos síntomas en individuos sensibilizados, pero la manipulación no aumentó los riesgos). | |
Tras 1400 análisis de composición de la soja manipulada, no se vieron diferencias significativas con respecto al pariente tradicional en cuanto a contenido en nutrientes y antinutrientes. Agencias reguladoras de 13 países han aprobado el uso de las habas de soja, y en los EEUU cientos de millones de personas llevan varios años consumiendo productos derivados de soja transgénica sin que se haya visto el menor efecto sospechoso. |
En resumidas cuentas, la posibilidad de expresión de nuevas toxinas, alergenos o antinutrientes en las plantas transgénicas no es intrínsecamente superior a la de las plantas convencionales. El hecho de que con la menos precisa mejora tradicional (que da origen a grandes cambios no caracterizados) sólo se hayan registrado un par de casos argumenta a favor de la seguridad de las manipulaciones biotecnológicas.
En este contexto, hay que enmarcar el revuelo que ocasionó el que un investigador (A. Pusztai) divulgara de modo poco ortodoxo (según la comunidad científica) una investigación preliminar sobre la incidencia negativa de unas patatas transgénicas que expresaban lectinas usadas para alimentar ratones. Por supuesto que las lectinas tienen efectos negativos (esto se sabía). A nadie se le estaba ocurriendo comercializar patatas transgénicas con lectinas. Estas eran parte de una investigación diferente no relacionada con productos destinados a consumo. Casi todos los científicos se mostraron en contra del modo de divulgar esos resultados, y reconocen que tal como están, no dicen nada relevante en contra de los alimentos transgénicos. Otra cosa es que en este clima de batallas sobre los transgénicos, se esté intentando envenenar el debate a base de datos parciales no evaluados ni aceptados por la comunidad científica.
Otro aspecto del que se ha hablado mucho es el de las resistencias a antibióticos. Como se sabe, para construir plantas transgénicas, y con objeto de seleccionarlas en el laboratorio, se recurre a genes marcadores fácilmente seleccionables. La primera oleada usó los habituales genes de resistencia a antibióticos, por lo que era habitual que la planta llevara uno de esos genes, aparte de los determinantes del rasgo agronómico de interés. Algunos críticos señalaron que esos genes podrían incrementar el surgimiento de cepas microbianas resistentes, con el consiguiente peligro para la salud.
Sin embargo, varios grupos de investigación y comités especializados han concluido que los riesgos son muy pequeños, si no despreciables: la probabilidad de que, por ejemplo, al comer un tomate transgénico, el gen de resistencia pueda transferirse a bacterias de la flora intestinal, es minúscula. Pero es que, nuestra propia flora contiene ya, de modo "natural", gérmenes resistentes a uno o varios antibióticos (Farber, 1999).
Es mucho más preocupante, desde el punto de vista de salud pública, el conocido uso y abuso de antibióticos (a menudo dispensados sin receta médica), y el empleo de estas drogas como suplementos de dieta para el ganado y las aves de corral.
Por otro lado, algunos de los genes marcadores empleados no tienen uso en clínica humana. Pero además, las nuevas generaciones de diseños transgénicos ya no recurren a esos marcadores, sino que se están empleando otros no relacionados con los antibióticos.
Otra preocupación que se lanzó en contra de las plantas transgénicas fue la de que podían incrementar los riesgos de alergias. Un caso que se jaleó (pero de nuevo de modo muy sesgado) fue el de una línea experimental de soja a la que se había transferido el gen de una proteína de la nuez de Brasil. Se sabía que la nuez de Brasil puede dar origen a alergias alimentarias en ciertos individuos, de modo que no fue extraño comprobar en las pruebas preliminares que la soja así manipulada había elevado su potencialidad alergénica. Por supuesto, esa variedad no fue comercializada.
De hecho, como ya se dijo arriba, las plantas transgénicas reciben más evaluaciones sobre posibles incidencias alergénicas que las plantas convencionales. El hecho de que los genes que se transfieren se pueden caracterizar, permite ciertas predicciones sobre su posible alergenicidad, aunque por supuesto, el hecho de obtener un resultado negativo no descarta esa posibilidad. Pero ello no es exclusivo de las manipulaciones biotecnológicas. Hay alimentos "naturales" que presentan elevados índices de incidencias alérgicas, como los cacahuetes (maní) y otros frutos secos.
Por supuesto, si pretendiéramos tener un nivel de riesgo cero, habría que prohibir cualquier tipo de nuevo producto, y tendríamos que deshacernos de otros muchos que consumimos habitualmente (Farber, 1999).
(Esta sección es una versión modificada de otro artículo de este sitio web).
La discusión social sobre las plantas transgénicas intenta echar mano de "datos científicos", si bien es lamentable ver cómo a menudo ciertos grupos recurren a extrañas mezclas de medias verdades, datos manipulados, ocultación de hechos que van en contra de la propia postura, y recursos "emocionales" para ganarse a la opinión pública. En este sentido, no cabe sino lamentar el que ciertos colectivos ecologistas (a no confundir con los científicos llamados ecólogos) pasen por alto hechos esenciales de las actuales prácticas agrícolas y conocimientos establecidos sobre la fisiología vegetal, y que pretendan convencernos de que es posible una vuelta a una supuesta idílica "agricultura verde", callando el que tal tipo de práctica no podría solventar las necesidades alimenticias de los miles de millones de nuevos habitantes del planeta, y el que requeriría ampliar la superficie cultivable a costa de áreas marginales de gran importancia ecológica. Aún más, los ecologistas radicales esconden a menudo las evidencias de que los supuestos problemas de los OGMs son cuestiones generales que se pueden aplicar (y a menudo con mayor énfasis) a organismos "tradicionales" y a problemas ecológicos que llevan varios siglos con nosotros sin que se hayan hecho esfuerzos serios por solucionarlos (véase, p. ej., Trewasas, 1999).
La disputa científica sobre la evaluación de riesgos ambientales de los OGM se centra sobre todo alrededor de los efectos de la actual plantación masiva de plantas transgénicas. Según sus críticos, los peligros a evaluar en relación a potenciales amenazas a la biodiversidad se podrían centrar en los siguientes:
Posibilidad de que las plantas genéticamente modificadas (PGM), por efecto del nuevo material genético introducido, puedan modificar sus hábitos ecológicos, dispersándose e invadiendo ecosistemas, al modo de malas hierbas. | |
Posibilidad de transferencia horizontal del gen introducido, (p. ej., por medio del polen), desde la PGM a individuos de especies silvestres emparentadas que vivan en las cercanías del campo de cultivo, lo que podría conllevar la creación de híbridos que a su vez podrían adquirir efectos indeseados (invasividad, resistencia a plagas, incidencia negativa sobre otros organismos del ecosistema, etc). | |
En el caso de plantas Bt, que portan un gen bacteriano que las capacita para resistir el ataque de larvas de insectos, un posible efecto indeseable sería que la toxicidad de la proteína Bt afectara también a insectos beneficiosos. | |
Teniendo en cuenta que ciertas manipulaciones recientes de plantas para hacerlas resistentes a enfermedades ocasionadas por virus implican la introducción de algún gen del virus en cuestión o de otros relacionados, cabría la posibilidad de recombinaciones genéticas productoras de nuevas versiones de virus patógenos para las plantas. La pregunta subyacente es si los genes virales introducidos podrían afectar a la constitución de las poblaciones silvestres de virus o a la epidemiología de ciertas enfermedades. Aunque en laboratorio se han descrito mecanismos por los que genes virales expresados en plantas pueden modificar el comportamiento de virus, es muy difícil evaluar el riesgo de los ensayos de campo, ya que se desconoce casi todo sobre la dinámica poblacional de los virus vegetales en la naturaleza. | |
Respecto de las plantas transgénicas resistentes a herbicidas, los ecologistas les achacan que inducirán un aumento del uso de estos agroquímicos. Pero el caso más en el candelero (las plantas resistentes al herbicida Roundup de Monsanto, cuyo componente activo es el glifosato) no tiene por qué ser así: Estas plantas están previstas para que el agricultor pueda eliminar malas hierbas empleando menos herbicida, y además, el glifosato no es tóxico para los animales superiores y se degrada por la microbiota del suelo. De hecho, el sistema está permitiendo un tipo de laboreo que conlleva conservar más la cubierta vegetal y el suelo, con lo que se produce menos erosión. | |
Una de las manipulaciones potencialmente más inquietantes es la que tiene por objeto convertir ciertas especies de peces destinados a piscifactorías en resistentes a bajas temperaturas o en inducirles un crecimiento y maduración más rápidos. En ambos casos los ecólogos temen que su escape accidental desde las instalaciones (cosa bastante probable en instalaciones comerciales normales) represente competencia con especies naturales, desplazándolas y eliminándolas de sus respectivos hábitats, debido a la ventaja adaptativa de los ejemplares manipulados. Igualmente, la hibridación entre los peces manipulados y sus parientes silvestres conduciría al empobrecimiento genético de las poblaciones naturales. |
Más adelante se comentarán con cierto detalle estos riesgos potenciales, aludiendo a datos empíricos y experimentales y a opiniones de distintos tipos de especialistas.
El caso es que debido a la complejidad de la materia, hoy por hoy, es difícil realizar estudios completos sobre la seguridad ambiental a largo plazo de las PGM: es un ámbito nuevo que requiere mucha inversión, hay que controlar multitud de variables (desde el nivel molecular al de genética de poblaciones y el ecológico), se requiere la colaboración entre distintos especialistas (a menudo con presupuestos cognitivos y epistemológicos opuestos) y pocos investigadores de vanguardia están dispuestos a trabajar en el tema, debido a lo poco gratificante de la empresa (normalmente se obtienen resultados negativos, que son poco espectaculares, y que no lucen una carrera profesional).
Una cuestión previa para responder a este cúmulo de interrogantes sería: ¿cuáles son las suposiciones o puntos de partida adecuados para evaluar los riesgos de la nueva biotecnología en el sector agronómico? Según algunos (Miller et al., 1995) esto conduce inexorablemente a preguntarse si existe algo intrínsecamente distinto o especial en la Ingeniería Genética que justifique que tenga que evaluarse aparte, recurriendo a un nuevo paradigma distinto del usado para calibrar los riesgos en otros casos. Durante los primeros años de aplicación de las técnicas de ADN recombinante, y bajo el "espíritu de Asilomar" que pedía cautela ante una tecnología nueva, se establecieron regulaciones específicas para los productos desarrollados por Ingeniería Genética. Como dice Muñoz (1996), esto supuso "un giro radical respecto a la cultura del riesgo que ha considerado tradicionalmente el riesgo tras los hechos. La noción clásica de riesgo se ha centrado en los productos peligrosos y ha prestado menor atención a las técnicas o procesos peligrosos". Pero conforme se comprobó la seguridad en los laboratorios que trabajaban con ADN recombinante, tras miles de experimentos, se fueron relajando las directrices. De hecho, informes de las altas agencias científicas norteamericanas (el NRC y la NAS) han concluido que no hay nada intrínsecamente peligroso en la Ingeniería Genética.
De acuerdo con esta conclusión, en los años recientes el énfasis evaluador se ha desplazado desde el escrutinio de la técnica en sí al de los productos obtenidos, independientemente de las herramientas empleadas. Según esto, el "consenso científico" que se está asumiendo en las políticas tecnológicas sobre la biotecnología por parte de las agencias reguladoras gubernamentales de los EE.UU. y, con más retraso, de la Unión Europea, proclama que no hay diferencias conceptuales significativas entre la seguridad ecológica o de otro tipo de las viejas técnicas de mejora genética y la nueva tecnología de manipulación genética in vitro. Este consenso se sustentaría tanto en datos empíricos (no hay nada biológicamente distinto en la expresión de genes transferidos por Ingeniería Genética a la de los transferidos con herramientas clásicas) como en extrapolaciones de principios científicos generales emanados de lo que conocemos sobre el mundo vivo y la evolución biológica. El corolario que se seguiría es que no se necesitan principios ni técnicas diferentes a los ya usados con anterioridad, a la hora de evaluar la seguridad ambiental de un organismo manipulado por Ingeniería Genética. Tanto si quisiéramos evaluar riesgos de este tipo de organismos, como si lo deseáramos hacer con organismos manipulados por métodos convencionales, o con organismos silvestres que se pretendan introducir en un hábitat o ecosistema distinto al suyo original, tendríamos que recurrir al mismo marco conceptual y metodológico. No tendríamos que someter una y otra vez a prueba la hipótesis de que el hecho de usar la nueva biotecnología genética altera las características asociadas a riesgos.
La conclusión de este enfoque es que los OGM deben regularse como cualquier otro organismo, a saber, en función del tipo de uso previsto (alimento, plaguicidas, etc.) y de su riesgo intrínseco (en el caso de poseer características de toxicidad, patogenicidad, invasividad, etc.), incluyendo las previsibles interacciones con el entorno donde se pretende aplicar. En este sentido se han propuesto algoritmos (por ejemplo, el de Miller et al., 1995) o jerarquización de organismos (p. ej., Barton et al., 1997) que permitan clasificar cualquier tipo de entidad viva (manipulada por cualquier técnica o sin manipular) según su grado de riesgo potencial. De este modo, se suministraría una sólida base para la evaluación y gestión gubernativas de los riesgos. Por ejemplo, los organismos de los niveles inferiores de riesgo no necesitarían regulaciones estrictas, sino todo lo más notificación por parte del responsable de su liberación a la agencia supervisora correspondiente, mientras que los organismos de los niveles superiores de esa escala estarían sujetos a estrecha vigilancia. En casos en los que la combinación de gen, organismo huésped y ambiente se estime que presenta riesgos excesivos de posible dislocación ecológica, se procedería a su total prohibición. Como se puede comprobar, una clave de estas propuestas es la consideración de la experiencia acumulada ("familiaridad") con un determinado organismo en el pasado, matizada y ajustada por la modificación genética (en el caso de que la haya), y de los efectos pleiotrópicos y de interacción con el ambiente.
Por su interés, comentamos brevemente el estudio coordinado por Barton et al (1997) ya citado. Se trata del diseño de un método que depende de la estratificación de organismos en categorías de riesgo de ensayos de campo, de acuerdo con el juicio de un heterogéneo plantel de científicos agrónomos de varios países. Para ello se buscó el acuerdo sobre la ponderación de varios factores que determinan riesgo, calificando en cada caso con cifras entre 1 (menor riesgo) y 5 (mayor riesgo). Los factores evaluados para distintas plantas fueron:
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La reunión de expertos llegó a la conclusión de que la mayoría de plantas evaluadas tienen intrínsecamente bajo nivel de riesgo (valor medio 1), que en algunos casos sube a 2, sobre todo cuando se cultivan ciertas plantas cerca de los centros de origen (caso del arroz o la soja en el sureste asiático), y que el riesgo es una función principalmente de la característica del producto, y no del método de modificación genética. Sin embargo, se reconoce que estas conclusiones se refieren a ensayos de campo, y no se pueden extrapolar directamente al caso de grandes plantaciones comerciales. |
Por lo tanto, el paradigma de evaluación de riesgos que se va imponiendo es uno basado en los productos y no en los procesos (ya no harían falta controles estrictos caso a caso de todas las pretendidas liberaciones de organismos que tienen una historia previa de comportamiento "seguro"). Este tipo de política ha sido bien recibida por la industria biotecnológica y agroalimentaria norteamericana, y se espera que dé más ímpetu a las aplicaciones comerciales. La legislación europea sigue rigiéndose en el momento actual por el paradigma de evaluación de la técnica "potencialmente peligrosa" (esta es la filosofía implícita de la Directiva 90/220 sobre "Liberación deliberada de organismos genéticamente modificados"), pero ante la presión de las empresas y el temor a perder la carrera tecnológica y comercial con los EEUU y Japón se está en camino de modificarla también en el sentido de evaluación de productos.
Pero a pesar del consenso en la política científica sobre la seguridad de los organismos biotecnológicos en el ambiente, la polémica académica está lejos de haber quedado zanjada. El frente "contestatario" se compone principalmente de ecólogos y biólogos de campo (incluyendo genéticos de poblaciones y evolutivos). (Una breve exposición de argumentos de unos y otros, en Kling 1996; y para un análisis de casos y opiniones, véase Butler y Reichhardt 1999). Veamos resumidamente el juego de argumentos y contraargumentos de unos y otros, junto con algunos datos empíricos:
Muchos ecólogos rechazan la idea de que la introducción en un organismo de un gen de una especie filogenéticamente no relacionada sea algo equivalente a la tradicional mejora que, todo lo más, logra la hibridación de especies o géneros emparentados: en el primer caso creamos una combinación inverosímil en la naturaleza (por ejemplo, un gen bacteriano en una planta superior, o viceversa), mientras que en el segundo estamos limitados por las barreras evolutivas que la naturaleza ha impuesto al intercambio de material genético entre especies. | |||||||||||||
La réplica de los biotecnólogos dice que la Ingeniería Genética es una técnica muy precisa, ya que sólo introducimos uno o dos genes perfectamente caracterizados, con lo que esta práctica presenta ventajas frente a la mejora tradicional, en la que junto a los caracteres buscados se transfiere una enorme cantidad de material genético sin caracterizar de la que se desconocen sus impactos.
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Según los ecólogos, la posibilidad de transferencia horizontal añade un riesgo a los productos transgénicos, permitiendo la contaminación genética de otras especies. Determinadas plantas de cultivo tienen cierta facilidad para cruzarse con parientes silvestres que puedan estar presentes en las cercanías: colza, calabacín, girasol, sorgo.
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La propia biología ha revelado en años recientes que la transferencia horizontal de genes es un hecho natural, incluso entre ciertos microorganismos y plantas, y que ha debido jugar un papel en la evolución de la vida. Sin embargo, hay que usar con cautela este argumento, puesto que se puede esgrimir que los procesos naturales son más lentos que los artificiales, y han superado la prueba de la evolución tras millones de años. | |||||||||
La posibilidad de transferencia horizontal, especialmente a través del polen, a especies silvestres relacionadas con la cultivada transgénica es algo que hay que estudiar en profundidad, sobre todo desde el punto de vista ecológico y de genética de poblaciones. Por ejemplo, aún no se sabe a ciencia cierta qué podría pasar si el gen de resistencia a ciertos virus incorporado en líneas de calabacín se transfiriera a parientes silvestres. A priori no se puede descartar que se produjera una mala hierba resistente a virus, que podría crecer incontroladamente. | |||||||||
Así pues, la cuestión clave no es si hay transferencia horizontal de genes, ya que esto ocurre de modo natural cuando se forman híbridos entre especies, sino si el producto de esa polinización cruzada presenta algún peligro (Véase el informe de la Agencia Europea del Medio Ambiente sobre esta cuestión). | |||||||||
Aún así, hace más de 20 años, antes de la llegada de la biotecnología comercial, una serie de estudios revelaron las distancias mínimas de separación entre distintas líneas de plantas de la misma especie, con objeto de evitar las polinizaciones cruzadas. Se consideró que para mantener un 99.5% de pureza de las variedades, la separación recomendable entre variedades de muchas especies debía ser de 50 m. |
Esta no es una posibilidad exclusiva de las plantas transgénicas, ya que algunas especies cultivadas tienen cierta tendencia a asilvestrarse. Para especies como el maíz o la soja, con una larga historia de domesticación, esto es improbable, y a priori no hay razones científicas claras por las que una planta portadora de un rasgo agronómico adicional pueda convertirse en maleza (García Olmedo, 1998, p. 181). | |||||
Para un análisis general sobre los impactos de especies invasivas silvestres, véase el sitio web invasivespecies.gov. | |||||
Sin embargo, se desconoce qué pasaría cuando existan millones de hectáreas de plantas transgénicas con diferentes transgenes: ¿podría haber un efecto en eventuales híbridos que adquirieran varios genes que les confirieran alguna ventaja selectiva? | |||||
Como ya dijimos, hay algunas manipulaciones intrínsecamente más peligrosas: por ejemplo, la de convertir a especies de gramíneas cespitosas (por ejemplo, para campos de golf) en resistentes a herbicidas, porque aquí si existe un riesgo alto de diseminación e invasión de ecosistemas. Este tipo de plantas deberían prohibirse. | |||||
De nuevo tenemos que reflexionar sobre el equivalente no biotecnológico
de las amenazas de generación de malas hierbas: los ecologistas descuidan a
menudo la crítica sobre la práctica habitual de introducir especies
exóticas fuera de su hábitat:
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Aunque la proteína Bt es inofensiva para organismos distintos de los insectos, se teme su incidencia en insectos útiles y el surgimiento de mutantes resistentes entre los nocivos. De nuevo nos encontramos con resultados contradictorios e incompletos:
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El tema donde parece haber más consenso es el del surgimiento de mutantes resistentes a la toxina Bt, cosa altamente probable (y ya hay casos) debido a que se trata de un rasgo monogénico. Sin embargo, no hay que olvidar que las toxinas de tipo Bt pertencen a una familia con más de 130 miembros, y que aun cuando surgieran insectos resistentes, se podrían emplear nuevas toxinas bacterianas sin reacción cruzada. | |||||||||||||||||
Por otro lado, estudios recientes indican que la proteína Bt producida por maíz transgénico puede secretarse desde las raíces de la planta hasta el suelo, donde se une fuertemente y con rapidez a arcillas y ácidos húmicos, conservando sus propiedades insecticidas. Aún se desconoce la significación ecológica de este dato, por lo que habrá que estudiar más para garantizar que no se producen efectos negativos. | |||||||||||||||||
Los biotecnólogos
industriales, sin embargo, resaltan las ventajas de las plantas Bt:
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No deja de ser curioso que cuando por fin surge una tecnología con la que soñábamos desde hace años para evitar el uso de insecticidas químicos y emplear sistemas más ecológicos, sean los mismos ecologistas los que ponen obstáculos para su empleo. Aun cuando la técnica no sea la panacea, es preferible a seguir usando productos químicos poco selectivos y que generan mayores problemas ambientales. |
Una de las cuestiones más difíciles de resolver es la de la pleiotropía, es decir, los efectos indirectos (y en nuestro caso, no previstos) que se pueden derivar de la interacción del gen transgénico con el fondo genético de la planta receptora. Actualmente la técnica no permite la inserción exacta del gen en un lugar elegido, sino que el proceso es aleatorio. Por lo tanto, se desconoce cómo puede afectar esta integración a la dinámica del genoma receptor, y sobre todo, los efectos sobre la expresión de otros genes y por lo tanto sobre el metabolismo de la planta. Así pues, no cabe descartar la aparición de efectos imprevistos. Algunos expertos advierten que se debe realizar mucha más investigación básica sobre el control de los genes y sus efectos pleiotróicos más que dedicarse a responder a problemas concretos planteados por la opinión pública.
Esto obligaría a un estudio detallado sobre cómo el nuevo gen puede afectar el nacimiento, muerte y dispersión del organismo manipulado en cuestión (Crawley, 1999). |
Pero por ahora, lo más importante para evaluar el riesgo es el gen que se introduce: no es lo mismo introducir un gen que interfiere con la maduración del fruto, que hacerlo con un gen que determine un rasgo tóxico para el hombre. En el primer caso, y a salvo de posibles pleiotropías, la transferencia no plantea mayores riesgos, mientras que en el segundo asistiríamos a un auténtico peligro.
Lo anterior nos conduce a uno de los puntos más oscuros: los efectos a largo plazo sobre la biodiversidad, ya que aún no se dispone de una ecología predictiva capaz de hacer frente a la complejidad de la cuestión.
La ocurrencia de este tipo de fenómenos sería especialmente preocupante de producirse en los centros de biodiversidad de los países tropicales, porque podría amenazar la integridad de los ricos recursos genéticos que se albergan en ellos. Pero de nuevo habría que decir que la transferencia horizontal de genes entre especies ocurría ya antes de la Ingeniería Genética. Lo que la investigación ha de aclarar es si el hecho de que tal transferencia se dé entre plantas transgénicas y otras no transgénicas, silvestres o cultivadas, conlleva riesgos adicionales de erosión genética y pérdida de biodiversidad. | |
La introducción de variedades transgénicas en las regiones que son los respectivos centros de origen de las plantas cultivadas acentúa las preocupaciones anteriores. Por ejemplo, se están ensayando ya patatas transgénicas en México, uno de los sitios donde aún crecen patatas silvestres. La introducción en ese mismo país de maíz transgénico sería arriesgada, ya que Mesoamérica posee parientes silvestres (teosinte) y cultivados (maíces criollos) que hace falta preservar puros. En caso contrario, si finalmente se producen híbridos indeseados, estaríamos amenazando no sólo parte de la biodiversidad, sino dilapidando un capital natural que nos podría ser útil en el futuro, como fuente de rasgos para programas de mejora genética. Esto va a obligar a regular cuidadosamente la certificación del origen de las semillas a la hora de su distribución en tales centros de diversificación biológica. | |
La cuestión sobre la biodiversidad no se puede separar de las prácticas agrícolas locales y de las características de los distintos países. Cada país y cada zona agrícola habrá de prestar atención a la presencia de parientes silvestres cercanos e introducir medidas correctoras, en su caso, o incluso prohibir ciertas plantaciones por los riesgos inasumibles de cara a la protección de su biodiversidad. |
Es decir, se requieren nuevos avances en ecología, que puedan predecir hasta cierto punto el comportamiento de los OGM una vez liberados al ambiente, y que permitan comprender los efectos indirectos derivados de un sistema de producción agrícola basado en plantas transgénicas. Una de las limitaciones con los experimentos referidos anteriormente es que aún no se ha logrado enmarcarlos adecuadamente en modelos de dinámica de poblaciones que comprendan los ciclos de vida completos (Crawley 1999). Los ecólogos van a ser esenciales a la hora de la evaluación de riegos, partiendo del estudio caso a caso actual, y avanzando hacia modelos e hipótesis más generales susceptibles de experimentación ulterior. Por ejemplo, se están desarrollando modelos para describir cómo afectan las variaciones de abundancia de un OGM sobre los organismos que interactúan con él.
Algunos ecólogos han señalado graves defectos y carencias en la concepción y metodología empleada en los estudios de evaluación de riesgo de los ensayos de campo con las plantas transgénicas: se estarían obviando importantes cuestiones ecológicas y evolutivas. Los ecólogos no están en principio en contra de la relajación de las normas de bioseguridad; de hecho estarían de acuerdo con tal relajación en el caso de que la experiencia acumulada apoyara tal medida. Lo que cuestionan es que los experimentos de evaluación de riesgos realizados hasta ahora hayan aportado respuestas significativas, e incluso dudan de que se haya partido de los presupuestos e hipótesis adecuadas. En este sentido, los especialistas en ecología de suelos son muy sensibles, conscientes de que su objeto de estudio es una entidad increíblemente compleja, para la que la ciencia aún no dispone de modelos teóricos y herramientas metodológicas suficientemente refinadas, por lo que a fortiori, desconfían del enfoque simplista empleado en la evaluación de los OGM en el ambiente. La preocupación de los ecólogos de cara al futuro se basa en la ignorancia sobre los efectos a largo plazo resultantes por un lado del aumento exponencial del número de seres vivos manipulados que camparán libremente, y por otro, en que se podrían planear liberaciones potencialmente arriesgadas para las que no existe ninguna experiencia previa de impactos ecológicos (por ejemplo, hierbas perennes resistentes a sequía, acuicultura con peces adaptados a nuevos climas o ambientes, etc.).
Pero el argumento también se puede usar contra productos derivados de la mejora tradicional: el tipo de estudios multidisciplinares capaces de evaluar riesgos de cualquier tipo de proceso de mejora genética sencillamente no ha existido, y sólo ahora se está en camino de diseñar el tipo de experimentos de control tanto para organismos transgénicos como para organismos convencionales, que nunca han pasado el severo escrutinio al que se está sometiendo la Ingeniería Genética. (Véase un artículo sobre los riesgos ecológicos de las plantas de cultivo convencionales).
Por otro lado hay un viejo problema que el debate sobre los OGM ha sacado de nuevo a la luz, y para el que muchos piden una solución: las propuestas de evaluar seres vivos (manipulados o no) destinados a ser liberados en el medio ambiente en función del riesgo ecológico derivado de la combinación organismo más ambiente llama la atención sobre la ancestral práctica humana de introducir animales y plantas en ecosistemas y áreas geográficas diferentes, con efectos ecológicos (comprobados, no hipotéticos) desastrosos. Una pregunta pertinente aquí sería: ¿tiene sentido poner restricciones draconianas a cultivar una planta domesticada por el simple hecho de haberla manipulado con una determinada técnica para que su fruto tarde más en madurar, y en cambio seguir permitiendo la introducción irrestricta de animales y plantas exóticos en todos los lugares del planeta? ¿Por qué no aplicar los mismos criterios de evaluación de riesgo a ambos tipos de intervenciones humanas en la Biosfera?
Expresándolo con claridad: no parece (eco)lógico -perdón por el juego de palabras- que no haya regulaciones que impidan la introducción de animales y plantas exóticos (no coevolucionados en el lugar donde se van a aplicar), por el simple hecho de que son "naturales" (a pesar de su alto riesgo intrínseco y de los numerosos casos históricos de desastres ecológicos que han creado), y en cambio se pretenda restringir seriamente ciertas manipulaciones genéticas en plantas familiares y seguras, por el simple hecho de que un nuevo rasgo útil ha sido introducido con una técnica tildada de sospechosa con "argumentos" poco científicos. |
Pero queda la pregunta de hasta qué punto nuestra experiencia con los métodos tradicionales de mejora y el paradigma de evaluación de riesgos en base a productos y no a procesos, despejan totalmente las dudas sobre la bondad ambiental de esta tecnología. Pero igualmente habría que reconocer que es imposible predecir los impactos ecológicos a largo plazo con el estado actual de nuestro conocimiento. Ahora bien, ¿esto es exclusivo de la biotecnología? Pensamos que no. Más bien esta es una cuestión intrínseca al desarrollo de las grandes tecnologías, que apela en última instancia a actuar con cautela y responsabilidad, pero planteando el interrogante de si sería ético renunciar absolutamente a una posibilidad tecnológica que bien manejada podría conllevar grandes beneficios a la humanidad. No existen actividades humanas de riesgo cero, sino que existen actividades con riesgos relativos que hay que ir evaluando progresivamente y sopesándolos con los beneficios que se pueden derivar, y en este sentido la biotecnología no es una excepción (García Olmedo 1998, p. 178).
Pero más allá de las amenazas y miedos más o menos reales o imaginarios, más allá de la cacofonía mediática donde diversos grupos de presión pugnan por manejar mitos y fantasmas tecnológicos, hay que resaltar dos datos: tras casi 30 años, la tecnología transgénica no ha sufrido ni un solo accidente digno de mención; y la propia comunidad europea, centro de las dudas e incluso de amenazas de moratorias para los productos desarrollados, ha realizado estudios de bioseguridad por valor de varias decenas de millones de euros, sin que se haya concretado ningún riesgo sustancial. Es de lamentar que los propios líderes políticos europeos sean incapaces de aprovecharse de la experiencia desarrollada a costa de los bolsillos de los ciudadanos.
Aún no existe una evaluación global y científica de los riesgos ambientales potenciales de las plantas genéticamente manipuladas. Quizá haya que desarrollar un paradigma de política científica que permita a las agencias públicas responsables realizar decisiones incluso en ausencia de un conocimiento exhaustivo (algo que probablemente es utópico), que reconozca como válidas ciertas decisiones en ausencia de un acuerdo universal, y que favorezca el reconocimiento y delimitación de aquellas áreas de incertidumbre en las que los criterios prudenciales (socialmente asumidos) conduzcan, llegado el caso, a moratorias o renuncias de desarrollo en función del los valores puestos en juego. Por ejemplo: no sería aconsejable permitir maíz transgénico en la región meso-centroamericana, donde se encuentran multitud de variedades de maíz tradicionalmente cultivadas por los indígenas, y el teosinte, precursor silvestre de esta planta. Salvo que los datos científicos garantizaran la seguridad, a priori no sería ético poner en peligro el rico acervo genético y cultural ligado al centro de diversidad y domesticación de esta especie. Pero en Europa, donde no hay parientes del maíz, los derivados transgénicos, una vez pasadas las pruebas agronómicas y sanitarias de rigor, no deberían suponer mayores amenazas.
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